Puede que alguien que lea este blog ocasionalmente crea que no entreno mucho, o que simplemente improviso, ya que en cuanto a entrenamientos solo escribo sobre quedadas grupales o entrenamientos “especiales”, por ser poco comunes o diferentes a lo que suelen hacer los corredores; sin embargo, sí que preparo meticulosamente cada semana de entrenamiento.
-Lunes tirada de cuestas (alrededor de 16 km).
-Martes tirada larga de cuestas
(alrededor de 26 km); no gano velocidad con ello, pero al entrenar sobre la
fatiga del día anterior consigo más resistencia.
-Miércoles series de 400 metros descalzo
en la playa (8); Entrenamiento específico de velocidad.
-Jueves tirada larga a ritmo de maratón;
cada semana meto dos kilómetros más, la próxima será de 28 km.
-Viernes tirada corta a ritmo
tranquilo, para descansar activamente; No más de 5 km y calzando minimalistas,
ya que uno de mis objetivos de este año es acabar una media maratón con ellas.
-Sábado descanso total
-Domingo competición reteniendo el ritmo o tirada larga a
ritmo más lento que el maratón, con el objetivo de acumular tiempo de carerra
en las piernas, no de hacer kilómetros (alrededor de 30 km).
Sin embargo esta semana, debido al
mal tiempo, a los exámenes finales y a los correspondientes trabajos de fin de
semestre, se me ha trastocado totalmente el esquema y apenas he salido a
entrenar.
Por ello, y ante la previsión de
tormenta que se daba para hoy, como el resto de la semana, he pensado que
teniendo competición el domingo era arriesgado hacer una tirada larga, que hoy
me tocaba de 28 km, ya que me podía pillar la tormenta a medio camino y
arriesgarme a coger un resfriado o pegar un resbalón y lesionarme.
En lugar de ello se me ocurrió hacer
algo diferente, que implicase ir y venir relativamente cerca de mi casa (aunque
odio correr en círculos), para que, en caso de que comenzase a llover,
estuviese en un momento a cubierto.
Mi idea era realizar una media
maratón sobre arena, que, según mis cálculos, cubriría yendo y viniendo 5 veces
desde el espigón de la T hasta el final de la arena en Torreblanca, pasado el
restaurante Gavia.
Esperé a que escampase, con las
mallas y el cinturón de hidratación preparado, y en cuanto paró un poco salí,
calzando chanclas, en dirección al paseo marítimo (no me gusta correr con
zapatillas sobre arena).
Cuando llegué, sacudí las zapatillas
y me las introduje en el cinturón, preparé el reloj y una aplicación de GPS
para el móvil (cuya versión “pro” probé hoy por primera vez), y empecé a
correr.
Mis primeras sensaciones fueron que
quizá una media maratón iba a ser muy excesivo, ya que la arena estaba bastante
blanda en general y al hundirme en ella cada zancada requería un esfuerzo muy
superior al normal (cuando hago series de 400 metros, aunque se hunda, apoyo y
levanto el pie tan rápido que casi no pierdo velocidad, aunque me cueste más
esfuerzo, pero yendo a un ritmo más lento me hundía hasta el tobillo antes de
dar la zancada).
Pensaba que iba a estar solo en la
playa, pero además de las gaviotas y cernícalos, que levantaban el vuelo al
acercarme, había varias personas, algunas sentadas en la arena, otras paseando
y hasta una trotando pesadamente con un mochilón a cuestas.
Llegando al arroyo pajares la app me
chivateó que acababa de pasar el primer kilómetro, a un ritmo de 5:13 minutos
por kilómetro.
Me sorprendió gratamente, ya que
tenia la percepción de que avanzaba muy lento, por lo menos a 6 minutos por
kilómetro, y me animé bastante.
Seguí corriendo, colocando las
chanclas a uno y otro lado del cinturón (se movían constantemente y no quería
que se cayesen), y al final resolví colocarmelas pegadas a la cadera, y se
solucionó el problema.
El mar estaba calmado y me inspiraba mucha
tranquilidad, pero el cielo, completamente cubierto, me observaba amenazador,
con indiferencia, y poco antes de llegar al segundo kilómetro comenzó a
chispear.
Eran solo unas gotillas, que ni si
quiera molestaban, pero me empezaron a crear dudas.
Mientras me regañaba mentalmente por
no haber cogido el chubasquero impermeable antes de salir de casa, pasé el
kilómetro dos, con el Gavia ya a la vista.
Me había venido arriba y pasé el
segundo kilómetro a 5:04, y pasé a la altura del Gavia rozando por poco los 11
minutos, y recordé con alegría cómo en mi primer entrenamiento, hace ya casi 7
años, tardé algo más de 13 minutos en llegar a ese mismo punto (fue el punto objetivo,
de ahí ya “sólo” me quedaba volver, y ya me parecía una hazaña). Como para
pensar que ahora sería capaz de llegar hasta ahí en dos minutos menos, descalzo
y por la arena, y no sólo volverme, si no tener el pensamiento de correr media
maratón de esa guisa. Impensable.
Estaba bastante motivado, pero la
orilla estaba mucho más blanda en esa zona y pese a que incrementé el esfuerzo
notablemente sabía que estaba bajando el ritmo.
Di la vuelta cuando se acabó la arena
y comencé el retorno. Ya solo quedan 4 veces más, pensé.
Normalmente cuando entreno sé que
puedo correr más rápido (al menos hasta que llevo cerca de 15 km en las
piernas), ya que voy con la respiración entrecortada pero las piernas muy
frescas.
Hoy era al revés, la respiración
estaba agitada, como es normal al correr, pero me costaba ir más rápido porque
los músculos de mis piernas se quejaban doloridos del esfuerzo que suponía
avanzar hundiéndome a cada paso.
Pasé el kilómetro 3 y me encontré con
la muchacha de la mochila, que trotaba pesadamente a través de la arena (ni si
quiera iba por la orilla). Era una mujer mayor y extranjera casi con total
seguridad, y no entiendo el por qué de ese entrenamiento, pero casi me sentí
más liviano al observarla.
Según el GPS pasé el kilómetro 3 a
5:20, de nuevo bastante más rápido de lo que pensaba para como me sentía,
mientras la lluvia comenzaba a apretar.
Cuanto más me acercaba al espigón de
la T más fuerte caía, hasta el punto de que pasado el monumento a la peseta se
oía el caer de las gotas sobre la arena.
En esa zona pasé el kilómetro 4, a
5:08 ahora, gracias a que la arena estaba más compacta en esa parte de la
orilla.
Seguí avanzando y pasada la estatua
de la Virgen del Carmen aquello era un diluvia, las gotas eran molestas de lo
fuerte que caían, llevaba las gafas empañadas completamente y las gotas creaban
burbujitas al caer sobre la orilla.
Llegué al espigón de la T y, pensando
que quizás solo llovía más por esa zona, me di de margen hasta el arroyo
pajares, y si ahí continuaba lloviendo, lo dejaría, muy a mi pesar.
A la altura del segundo chiringito
tras la Virgen del Carmen el GPS me indicó que acababa de cruzar el 5, a 5:20
minutos por kilómetro, y la lluvia ya era una cortina de agua, y decidí apretar
el paso para llegar cuanto antes al arroyo pajares, y continuar hasta
Torreblanca o volver a la T.
Llegué en lo que me pareció un
suspiro al arroyo pajares, y sin dudarlo, me encaminé hacia la T, ya que la
lluvia estaba arreciando con fuerza y no parecía que fuese a remitir.
Pocos metros pasado el chiringuito en
el que me había marcado el GPS el quinto kilómetro me marcó ahora el sexto, que
pasé a 4:28 minutos por kilómetro, y decidí acabar lo más rápido posible.
Llegué hasta el arroyo real a muy
buen ritmo, pero apreté más de la cuenta y me resentí en los últimos metros, que
acabé a sprint pero no tan rápido como intenté.
Paré el GPS, que me indicaba 6270
metros recorridos, el ultimo tramo a 4:08 minutos por kilómetro, y tras
dirigirme a las duchas para quitarme la arena de los pies y calzarme las chanclas,
volví lo más rápido que pude a casa.
Estaba totalmente empapado y la
camiseta parecía una segunda piel, pero seguía con unas ganas tremendas de
correr.
Ha sido una media maratón sobre arena
fallida por causas ajenas, esta vez el tiempo, pero tengo claro que he de
repetir la experiencia, y conociéndome creo que a la segunda lo lograré.
De momento me he duchado y cambiado,
y extrañamente, siento las piernas totalmente descansadas.
Ahora me preparo para afrontar una
tarde de estudio y trabajo intensivo, con la mente ya puesta en el trail de
este domingo, que, espero, ni se cancele ni se convierta en duatlón.
Un saludo a todos, y si salís a
entrenar esta tarde, ¡no olvidéis el chubasquero!
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