Soy corredor de asfalto; por mucho que me guste la montaña y que esta mañana haya participado en mi tercer trail (previamente participé en la I Vertic Night de Málaga y en la II Carrera Pedestre Pujerra), no tengo técnica de carrera en montaña, subo de pena y bajo relativamente bien… ¡en pistas, en rampas es casi mejor que suba!
Quería hacer este paréntesis introductorio antes de nada
para poneros en contexto, y con esto y la presentación del perfil de la carrera
doy comienzo a mi relato.
Esta semana me la he pasado, entre otras cosas, mirando la
previsión del tiempo para hoy, domingo 19, en el Rincón de la Victoria, siempre
con desalentador resultado (tormenta, vientos de cerca de 40 km/h y menos de 10
grados de temperatura), pero pese a este oscuro pronóstico, esperaba el día con
ganas.
Me acosté temprano y me levanté más temprano aún, arrullado
por el suave sonido de la lluvia cayendo suavemente en el exterior.
Con movimientos mecánicos me vestí y desayuné, abrí la
puerta y volví a por un paraguas, ya que estaba empezando a caer un poco más
fuerte.
No era un buen pronóstico para una carrera de montaña, pero
más intensa sería la experiencia, así que me dirigí sin vacilación al punto de
encuentro habitual del Club de Atletismo Fuengirola (Mercacentro) a esperar a
mis compañeros.
Esta mañana éramos 6 los valientes que nos reunimos allí para
afrontar el desafío del Trail La Capitana, en su segunda edición, Rocío, Leo,
Pascal, Javi, José Luis y yo.
Nos dividimos en dos coches, Pascal, Leo y yo y Javi, José
Luis y Rocío, y bajo una lluvia plomiza que fue cesando conforme nos acercamos
a Rincón de la Victoria nos encaminamos a afrontar el desafío.
Tras un breve despiste que nos llevó a Benalgalbón (sin más contratiempos,
ya que salimos siempre con un margen de tiempo aceptable), volvimos al Rincón
de la Victoria, y tras aparcar en el parking del Supersol bajamos, estirando
las piernas hasta la estación antigua de ferrocarril.
Me trae muy buenos recuerdos el Rincón de la Victoria, he
participado en 3 ediciones de su media maratón y en las tres me he alzado en el
podio, con muy buenas marcas (1:32:21 en 2010, primero, 1:33:08 en 2011, tercero,
y 1:23:59 en 2013, mejor marca personal y segunda posición), por lo que
esperaba la prueba con emoción y alegría, y nada más obtener mi dorsal me faltó
tiempo para colocármelo.
Como, al contrario que me pasó en la IV Media Maratón del Rincón de la Victoria del año pasado,
tuve tiempo de sobra tras recoger el dorsal, que invertí en pasar por el baño y
darme un paseo por la zona de salida.
Me encontré a Marco, compañero del club, con su pareja, y
estuvimos un buen rato charlando, hasta que el decidió que era hora de calentar
y yo seguí con mi paseíllo, buscando los pocos tramos en los que daba,
tenuemente y a ratos, el sol.
La temperatura no era desagradable y no llovía, por suerte
esta vez la predicción fue errónea, aunque viento hizo para dar y regalar (casi
tumba los arcos de salida y meta en más de una ocasión).
Posteriormente, con la salida de la carrera ya más cerca,
nos agrupamos todos los compañeros del club y nos echamos una foto de familia
juntos.
Aparecemos, de izquierda a derecha, Javi, un servidor,
Marco, José Luis, Rocío, Pascal y Leo.
Mi planteamiento era tomármela con calma, disfrutar todo lo posible
y no echar cuentas al reloj, aunque activé una APP de rastreo GPS para que me
informase del paso por los kilómetros y el ritmo, por lo que, cuando empezamos
a formar tras el arco de salida, dejé que unas 3-4 filas de atletas tomasen
posiciones frente a mí.
Sabía que el tiempo iba a correr hasta el primer kilómetro,
así que me recordé no olvidar echar un vistazo al crono en ese primer kilómetro
y desentenderme después, para saber cuándo comenzaba de verdad la
cronometración del GPS.
Mis compañeros se colocaron a mi izquierda, y tras unos
minutos de espera, salimos, en mi caso, al trote ligero.
El primer kilómetro lo conocía ya de las medias maratones,
muy llano, sobre el albero del paseo marítimo, pero no quería confiarme, ya que
el perfil de la carrera era muy duro, así que lo acabé reteniéndome, pasándolo
a 4:02 minutos por kilómetro.
Nada más acabarlo entramos en la bocana del arroyo, y
saltando cual cabra silvestre, me encaminé río cauce arriba (tenía charcos y la
tierra estaba húmeda, pero por suerte las lluvias no habían hecho que el agua
discurriese de nuevo por él).
Ya comenzaba a haber pendiente, y no quería dejarme el
tobillo en las piedras, así que bajé un poco el ritmo, dejando que me
adelantasen los atletas con más prisa o menos reparos (o mejor equipados, todo
hay que decirlo, ya que notaba hasta la última piedra en la planta del pie con
mis viejas supernova).
Pese a todo, no tenía mucha dificultad y mi paso por el
segundo kilómetro fue de 4:53 minutos por kilómetro, bastante bueno.
Sin embargo no todo iba a ser tan fácil, nada más salir del
arroyo llevaba los tenis embarrados por fuera y empedrados por dentro, y de
repente vi como el camino desaparecía, literalmente, al final de la zona que
estábamos recorriendo.
Sin embargo, había corredores más adelante, sobre la
montaña, y no me explicaba por donde habrían subido, aunque al pasar el tercer
kilómetro, ya a 5:52 minutos de promedio, lo descubrí: Un "camino" estrecho
horadado en la ladera misma de la montaña.
Nunca había subido por un tramo tan escarpado, pero tiré, al
igual que los corredores que había delante de mí, del mandamiento número 1 del
ultramaratoniano, del que hecho mano habitualmente en las carreras por montaña:
“Si no puedes ver la cima, camina”.
Iniciamos un lento ascenso por el caminillo, que me puso a
prueba desde los primeros metros, en los que ya pegué un par de resbalones
(como el suelo estaba embarrado y mis zapatillas no tenían suela, patinaba
sobre ellas, y fallaba al impulsarme en numerosas ocasiones), de forma que acabé
con las manos sobre el suelo y la cara a escasos centímetros de éste.
Estaba muy fresco aún (estaba comenzando a sudar), así que
tardé un segundo en semi-erguirme de nuevo y continuar, tratando de no formar
un tapón en esa zona, por la que solo cabía un corredor al mismo tiempo.
A pesar de que casi beso el suelo, no puedo decir que fuese
una experiencia negativa, ya que por un lado, me vino un olor a campo y a
hierba tan profundo que no sabía cuándo había sido la última vez que había
experimentado algo así, y por otro lado, me puso completamente alerta y me
recordó que lo importante no es el tiempo, muy relativo cuando se corre en
montaña (al igual, que la distancia, algo nuevo que he aprendido hoy), sino
pasarlo bien y disfrutar del paisaje, los olores y la compañía.
Cuando empezamos a descender, sin patinazos dignos de
mención, puse mucho cuidado, y aunque bajaba un poco agarrotado y muy lento,
pisaba sobre seguro, dando pasitos cortos (aunque pegaba algún patinazo
ocasionalmente).
Descendimos un poco y de repente me encontré con una cola delante
de mí, que avanzaba a paso lento.
Otra subida, pintaba movidita la cosa, y en ese momento mi GPS
marcó el paso por el kilómetro 4, en 11:02 minutos por kilómetro de media.
Si lo llego a saber ni lo activo, no recordaba haber corrido
nunca a más de 7:00 minutos por kilómetro y me afectó bastante
psicológicamente, ya que aunque tampoco había corrido nunca una carrera tan
técnica, mi mente no daba crédito a lo que mis oídos estaban escuchando.
Comencé a subir de nuevo, y a partir de ese momento mis ojos
escasamente abandonaban el suelo, y mi cuerpo ejecutaba los movimientos como
aprendidos de memoria (rodilla derecha al pecho, manos a la rodilla derecha,
empujón con todo el alma, rodilla izquierda al pecho… repetir y subir, repetir
y subir…).
A pesar de escanear el suelo en busca de elementos
peligrosos (barro especialmente brillante, lo que significaba peligrosamente
resbaloso, piedras puntiagudas y rocas sueltas) y de elementos de apoyo
(piedras incrustadas en el camino, huellas horadadas en el barro y matas), no
podía evitar pegar patinazos a menudo, por lo que me echaba continuamente a un
lado para no provocar tapones.
Una vez llegamos arriba pensaba que iba a tener un respiro
con algo de terreno llano, pero no, comenzamos a bajar, de forma muy
pronunciada para más inri, y con pasitos cortos y asegurando la zancada fui
bajando.
Hasta ahora en los dos Trail que había corrido, la gente
pasaba a mi lado como una exhalación en la subida, pero en la bajada les
recuperaba la ventaja y ponía bastante tierra de por medio (hasta que llegaba
otra subida y me alcanzaban de nuevo).
Hoy no fue el caso, y prácticamente en todo momento me
pasaban atletas, mientras que rara vez alcanzaba yo a uno, lo que hizo que la
carrera fuese muy dura mentalmente (aunque ni punto de comparación con la
dureza física, como se puede ver en la siguiente imagen, de una cuesta “estándar”).
En algunos tramos subí tan lento que el GPS se autopausaba,
por lo que a partir de ese tramo no hacía mucho caso de los datos que me
llegaban por el auricular.
La primera vez me hizo gracia, pero cuando se auto pausa y
arranca de nuevo más de 4 veces en la misma cuesta exaspera un poco.
En ese momento entendí por qué un número tan elevado de
corredores (para lo que estoy acostumbrado a ver) llevaban bastones de
senderismo.
Llegando al kilómetro 5 una voz conocida me dio ánimos, y al
girarme vi a Rocío, que subía que daba gusto verla, y me dejó atrás sin mucha
dificultad.
Llegamos al primer avituallamiento y me di cuenta de que
estaba sequito, así que me paré en seco y me di el gustazo de beberme
tranquilamente un vaso de agua y uno de isotónica, y cogí dos trozos de naranja
para el camino.
Me comí el primero, que me supo a gloria, y retomé el paso
al trote mientras atacaba el segundo.
En esa zona primero se “llaneaba” (dentro de lo que era el
circuito, claro está) un poco, y la posterior subida no era muy escarpada, así
que aproveché para poner un ritmo más alto, pasando a varios atletas en esta
zona.
Llegué a alcanzar a Rocío, y por ese tramo hice un kilómetro
a cerca de 6 minutos por kilómetro (nunca pensé que pudiese orgullecerme de
seguir un ritmo así), muy meritorio teniendo en cuenta el desnivel, asequible,
pero presente en esa área.
Según nos comentaron, desde la cima del punto geodésico (no
era ese punto, pero tenía una altura considerable) se podía observar la Sierra,
la Axarquía y, si el día está despejado, la costa de África, pero yo seguía con
la vista fija en el suelo, y me perdí panoramas tan preciosos como éste:
Volvimos a bajar, por la ladera más escarpada que nunca
había bajado hasta ese momento (cuando parecía que ya nada podía sorprenderme
llegaba un tramo más escarpado aun), e hice lo posible por bajar dando pequeños
saltitos y controlando mis pies todo lo posible, tarea muy difícil ya que entre
el barro y las piedras sueltas mis pies iban por donde querían, y no por donde
les mandase.
Bajé muy agarrotado y con la espalda y hombros doloridos de
bracear para equilibrar el cuerpo, pero aún nos quedaba un buen trecho para
llegar al fondo del valle de nuevo, así que en los pocos metros de llaneo que
tuve aproveché para recuperar el aliento.
En un repecho varios ciclistas nos animaban, a grito pelado
y golpe de pandereta, y oí que decían a un atleta que iba delante de mí “¡Vamos
vamos, 116!” y entre él y yo había otro corredor, así que mi posición era el
118.
No está mal teniendo en cuenta mi inexperiencia y calzado, y
más siendo cerca de 700 corredores recorriendo el monte, lo que me animó
bastante y dio alas en el tramo que quedaba de bajada, aunque tras un par de
patinazos decidí volver a un ritmo más conservador (en uno de los patinazos
realmente temí por mi integridad física, pero por suerte conseguí equilibrarme
a tiempo y evitar la caída).
Llegué de vuelta al arroyo siendo el 110 según mi cálculo
mental, y en el “falso llano” entre el kilómetro 8 y 9 pasé a cerca de 4:20…
antes de ponerme a cerca de 7 en el siguiente kilómetro (en parte debido a la
parada de rigor en el segundo avituallamiento) y perder tanto la cuenta mental
de la posición como cualquier referencia de tiempo, debido a la auto pausa del
GPS.
La subida fue prácticamente progresiva hasta la capitana,
con un desnivel considerable cuesta abajo antes de volver a ascender, y aun me
pregunto cómo escalé (eso correr correr, no era) algunos tramos, en los que ni
a 4 patas era capaz de avanzar.
A veces alguna raíz o piedra me servía de escalón
improvisado, pero aun así era difícil subir, aunque le puse buen empeño.
No sé cuanta gente me adelantaría en ese tramo, al menos 90,
entre los que se encontraban Rocío, Marco, Pascal o Antonio (con el que llevo
dos semanas coincidiendo y al que me encontraré en el XX Cross de San Pedro la
semana que viene, parece que uno de los dos sigue al otro, pero no sé quién a
quien).
Observaba, atónito, entre barrido y barrido al suelo, como
me pasaban los corredores con pintas de ir paseando, y me fijé en que varios
andaban con el tronco muy inclinado y las manos juntas en la espalda.
Lo probé y subí durante un kilómetro o dos bastante bien,
pero en un momento dado resbaló y tan solo mis piernas evitaron que me diese de
bruces contra el suelo, así que decidí dejar las manos para equilibrarme a mi
manera, y protegerme de posibles caídas.
Cuando llegué al kilómetro 13 no pude evitar pedir gemelos
de recambio a un voluntario que estaba supervisando esa zona.
Me había dejado la piel subiendo, pero el sentido del humor,
por suerte, seguía intacto.
Cuando vi el punto geodésico con la bandera ondeando no me lo podía creer, ¡estaba en la cima! Hubo
momentos en los que pensé que no iba a llegar nunca, pero el encontrarme allí
arriba fue como poner los pies en la tierra, y empecé a darme cuenta de cosas
en las que durante la subida no había reparado, como por ejemplo, que me habían
adelantado (y no podía hacer mucho) varias corredoras, y sólo recordaba haber
sido adelantado por 3 muchachas antes de que me adelantase Rocío (por segunda
vez).
Con mí súbitamente recuperada conciencia puse rumbo al
descenso, que pensaba que iba a ser más sencillo, pero me equivocaba, porque
pese a que esa ladera estaba más expuesta al sol (y por lo tanto, tenía menos
barro), la pendiente era más escarpada, y tuve que bajar varios tramos andando
y dando saltitos cuando no me era posible andar.
De hecho, en un par de rampas caí de culo hacia atrás, lo
que pese a ser un poco doloroso, me dio una idea, y cuando me encontraba cortes
en el terrero de altura considerable, me paraba, me sentaba en el filo y me
dejaba caer antes de continuar.
Esa zona tenía un aspecto tal que así en sus primeros
tramos, en el que se me puede observar claramente en pleno resbalón en la imagen superior:
Cuando llegamos al avituallamiento pensé que por fin íbamos a
llanear un poco, pero tras recuperar fuerzas a base de aquarius y naranjas (no
sé cuántas me habré comido a lo largo de la mañana) y retomar la marcha, me di
cuenta de que aún quedaba un buen meneo.
En las bajadas me acordé de lo “bien” que iba en la subida
(mientras se baja uno se olvida de los tramos subidos a gatas y arrastrándose
por el barro), pero cuando venían los repechillos bien que me acordaba de lo “bien”
que estaba yo bajando (pero bueno, al menos pensando en lo que ya había pasado
me distraía un poco y se me hacía más liviano avanzar por las rampas,
ascendentes o descendientes, que tenía bajo mis pies).
Llegando a la zona de las cañas tenía las piernas tan
agotadas (me dolían los dedos de los pies, el talón derecho, los tobillos,
mucho y las rodillas), pese a estar físicamente bien (bueno, tirando a regular)
que me costaba bajar en línea recta (menos mal que no me pilló en la zona del
barranco, donde, tras el aviso de los voluntarios, viré sacando fuerzas de la
nada y evitando el precipicio).
Y para más colmo, en la misma cañada recorrí algunos metros,
junto con otros atletas, en dirección opuesta, ya que habíamos perdido el
rastro de las balizas, pero un corredor que nos vio desde arriba tanto a nosotros
como a la baliza, nos devolvió al redil.
Algunos corredores se quejaron, y escuché un “puf, ya sí que
no gano…” que me sacó una sonrisa y me dio un impulso anímico para continuar.
Tras recorrer algunas de las cuestas que tanto trabajo me
costaron afrontar pasamos por una zona que me empezaba a sonar, camino ya,
según mi GPS, del kilómetro 18, me di cuenta de que ya había pasado antes por
ahí, en la subida al punto geodésico y previamente en la subida al Cerro Tío
Cañas, así que, sabedor de que había dejado atrás las cuestas de verdad, subí
un poco el ritmo.
Ya en una zona pasada la última bajada grande, un miembro
del Club Deportivo Linces me avisó de que me iba a sacar “la foto que me debía”,
y a partir de ese momento, con mucho ánimo en el cuerpo aunque con las piernas
machacadas, puse un buen ritmo, pasando a varios corredores.
Me pegué a una corredora del Club Alpino Benalmádena, a la
que animé en un par de tramos en los que se quedaba un poco atrás, y reprimí el
ritmo para esperarla un poco.
Pasado el primer puente me dejó ella atrás a mí, así que
hice bien en no dejarme llevar por el ímpetu, ya que llevaba las piernas al
límite.
Recuperé terreno, y cuando llegamos al paseo marítimo enfilé
la recta con mucha velocidad, aunque el viento se encargó de frenarme.
Había estado soplando de costado durante prácticamente todo
el recorrido, y algunas ráfagas incluso me desequilibraron (cosa no muy difícil
hoy), pero ahora me daba de lleno en la cara, dificultándome el paso.
De todos modos alcancé de nuevo a la corredora, y juntos
adelantamos a otra corredora y a un par de atletas.
Cuando faltaban un par de chiringuitos para llegar a meta
apreté un poco el ritmo, y la muchacha se quedó un poco atrás, mientras yo empezaba
a adelantar a otra corredora.
En pocas zancadas me planté a su lado, y tras correr algunos
metros en paralelo me fui alejando poco a poco.
Tras correr en estas cuestas creo que en cuanto corra una
carrera en llano voy a pulverizar mis mejores marcas, ya que, con 20 kilómetros
(y vaya 20 kilómetros) en las piernas, realicé el último kilómetro más rápido a
la vuelta (4:00 minutos) que a la ida.
Pese a que sabía que no me jugaba nada, pasé la meta a
sprint, y lo primero que hice fue buscar bebida isotónica o agua, ya que estaba
muy sediento.
De paso cogí un vasito con frutos secos, y la bolsa del
corredor, y lo segundo que hice, ipso facto, fue buscar a Rocío para cambiarme,
ya que tenía la ropa empapada y llena de barro.
Una vez localicé a Rocío fui al coche con Leo, para
cambiarme de ropa y ponerme una sudadera, porque pese a que no hacía una temperatura
muy baja, el viento era fresco, aunque luego volví con José Luis para ver
entrar a Javi por meta.
Mientras llegaba estuvimos comentando la prueba, en la que
Rocío se alzó como campeona del club, y Marco hizo un tiempazo.
Al final llegó Javi, y cuando hubo recogido su bolsa del
corredor y algo de beber y comer, nos encaminamos hacia el coche.
La clasificación del Club Atletismo Fuengirola en esta
carrera ha sido la siguiente:
La experiencia ha sido la más dura que he experimentado
hasta ahora, pero ha valido la pena hasta la última rampa.
Considero que me ha hecho crecer mucho como atleta, ya que
he aprendido (por las malas) lo importante que es un calzado adecuado para
correr con seguridad en trail, cómo afrontar las cuestas de diferentes maneras,
y he trabajado a una gran intensidad durante casi 3 horas.
Pese a que cuando alcancé el punto geodésico me prometí a mí
mismo no correr más una prueba así, ya no puedo esperar para comprarme unas
zapatillas de trail y lanzarme al Calamorro.
Creo que ya a mis años no tengo remedio, pero bueno, dicen
que lo que no nos mata nos hace más fuerte, así que espero que el año que viene
tenga suficiente experiencia como para pulverizar este tiempo.
De momento mañana haré una tiradita corta con minimalistas,
y el año que viene ya se verá (hubo un corredor que participó con minimalistas
en la carrera, y creo que hasta acabó antes que yo, si me lee, desde aquí le
digo, ¡ole tus huevos!).
Serán unos 5 kilómetros, para meter en cintura a los
compañeros que llevaré al Cross de San Pedro el domingo que viene, ya os
contaré que tal nos va.
Un saludo, feliz lunes a todos y a los compañeros que han
corrido hoy el trail, ¡felices agujetas!
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