Hoy en día cada vez más personas conocen el movimiento barefooter, o su variante más "light", el minimalismo.
Hace un par de años yo mismo llegué a soñar, como tantas otras personas que han leído "nacidos para correr" (regalo de cumpleaños de mis amigos en 2012), en correr descalzo por las Barrancas de Cobre, pero más allá del mundo onírico nunca lo he pensado en serio.
Sin embargo, como soy una persona muy curiosa, y me gusta experimentar las cosas por mí mismo antes de aceptarlas como verdad absoluta, este año pedí que para mi cumpleaños me regalasen un par de zapatillas minimalistas, con el objetivo de empezar a probarlas una vez acabase mi primer maratón.
La semana posterior a la maratón me la planteé de descanso total, para luego volver poco a poco a mi rutina habitual de entrenamiento, pero a los 10 días decidí hacer unos 10 kilómetros para probar las zapatillas minimalistas, ya que no podía esperar para salir a la calle con ellas.
Me costó muchísimo encajar los dedos en los espacios destinados para ellos, ya que casi siempre se me metían dos en el espacio para un mismo dedo.
Parecía que me estaban muy apretadas, pero según había leído en Internet, es así como deben sentirse (el tallaje es diferente al de las zapatillas convencionales), así que con una sensación muy rara me dispuse a trotar un poco.
Me noté muy lento y muy torpe, fue una sensación muy nueva pero no del todo agradable, ya que me dolían un poco los talones al correr y al no estar acostumbrado mi técnica era muy pobre, me costaba mantener un ritmo constante.
Al primer kilómetro decidí dar la vuelta, ya que tenía las plantas de los pies y los gemelos machacados.
La verdad es que me desilusioné un poco, pero como entre mis virtudes destaca la constancia, decidí que seguiría intentándolo.
En todos los foros te recomiendan un proceso de transición lento y metódico, a fin de que los pies se fortalezcan; llevaba desde septiembre del 2013 entrenando una vez a la semana descalzo sobre la arena de la playa, pensaba que ya estaría preparado, pero la transición no había hecho más que empezar.
Se me ocurrió la idea de pedir para navidad unos calcetines ToeToe (guantes para pies), a fin de proteger las minimalistas del sudor de mis pies y a mis pies de los obstáculos del asfalto y de las temperaturas (muy frías cuando corría a la sombra y muy calientes cuando, por ejemplo, pisaba una tapa de alcantarilla).
A mi vuelta a España, tras sólo un entrenamiento por tierras suizas decidí incorporar una tirada semanal con minimalistas, de poca distancia.
La primera sesión fue de 2 kilómetros, en los que corrí realmente cómodo.
Nada que ver con la primera experiencia, los ToeToe mantenían mis pies calientes y hacían que hasta el guijarro más afilado se notase como un leve golpecito en mis pies, aunque al final de la sesión notaba los talones un poco cargados.
Me centré únicamente en intentar correr cómodo y a ritmo constante y varias semanas después acabé 4 kilómetros en 19 minutos, buen ritmo y con mejores sensaciones.
Acabé a sprint y me di cuenta de que cuanto más rápido corres con minimalistas, más cómodo te encuentras, parece que tu cuerpo adapta por si sólo la postura perfecta.
He repetido la tirada dos veces desde entonces, aumentando la distancia, mejorando el tiempo sucesivamente y aunque uno de mis objetivos para este año es correr una media maratón con zapatillas minimalistas, ni si quiera se me había pasado por la mente realizar "ya" una transición en minimalismo en serio; hasta hoy.
Os pongo en situación: 31 días para la XXX Maratón Internacional Ciudad de Sevilla, tirada larga (15,5 kilómetros y vuelta).
Voy promediando un ritmo de cerca de 4:50, mi objetivo es más meter tiempo en las piernas que correr rápido, pero aún así llego clavando 1:15:00 a los 15,5 kilómetros.
Empiezo la vuelta a casa, y aunque intento mantener el ritmo, tras los 25 kilómetros, irremediablemente, aumento varios segundos por kilómetro el ritmo.
Empiezo a notar la fatiga, pero me siento muy fuerte muscularmente, así que paro para beber agua y tomarme una gominola (alternativa a los geles que estoy encontrando muy útil), pasando por el kilómetro 25 a 5:46 (debido a la pausa).
Al pasar por el kilómetro 26 empiezo a notar una molestia en el empeine izquierdo, la sensación es que la zapatilla me oprime y parece que me esté a punto de dar un tirón.
Bajo el ritmo con cautela, mientras noto las pulsaciones concentradas en un punto en mitad de mi empeine izquierdo, bajo el pulgar, y paso el kilómetro 26 a 5:25.
Llegando al kilómetro 27, cerca del Star92, el dolor se vuelve insoportable, paro el crono y decido que no puedo aguantarlo.
No sería la primera vez que tendría que volver andando a casa, una semana antes del maratón me pasó lo mismo, en una tirada de tan solo 22 kilómetros (pinchazo en el gemelo derecho, sin secuelas, lo achaco a los nervios por la prueba), pero a diferencia de otras veces, físicamente me siento muy bien, y tengo muchas ganas de acabar la tirada para comprobar mi estado con respecto a mi preparación de la maratón de Málaga.
De repente, se me ocurre una idea tan absurda que no tuve más remedio que aplicarla: quitarme las zapatillas y seguir descalzo.
La semana pasada, sin ir más lejos, traté de recorrer media maratón sobre arena y esta vez serían sólo cerca de 4 kilómetros.
No sobre arena, sobre asfalto, pero bueno, era eso o volver andando, y no estaba dispuesto a llegar a casa cojeando.
Me quité las zapatillas rápidamente, reanudé el crono y probé a dar un par de zancadas con mucha precaución y... ¡Magia! la molestia ha desaparecido al instante.
Sigo corriendo, con la pendiente a mi favor, a un ritmo bastante bueno, y paso el kilómetro 27 a 4:58.
Voy sobre losetas, y sólo mis calcetines me protegen del contacto con el suelo, pero estoy tan motivado por la súbita desaparición de la molestia que, con un torrente de adrenalina impulsándome, comienzo el ascenso sobre losetas sin ni si quiera sentir dolor en mis pies.
Paso el kilómetro 28 a 5:31, la subida ha mermado el ritmo tan alto con el que empecé, pero tras llevar tantos kilómetros en las piernas ni me importó, con llegar a casa impulsado por mis piernas era feliz, y cada zancada me acercaba más a ella.
Acabé la última subida y comencé el descenso hacia la rotonda de Torreblanca y la Avenida de las Gaviotas, y me pasé al asfalto.
Procuraba ir sobre la línea blanca, ya que parecía amortiguar mi peso (quizás fuese psicológico), pero la verdad es que hasta el asfalto mismo era más cómodo que el suelo de losas, muy duro.
Aun así seguía sin tener molestias en los talones, la parte de mi cuerpo que más se resiente cuando corro con minimalistas.
Pisé un par de chinos con mis pies semidesnudos (los calcetines, obviamente, proporcionaban una protección casi inexistente), y la verdad es que vi las estrellas, pero no me detuve.
Bajé un poco el ritmo, dolorido por el percance, y alcancé, sin darme cuenta, el kilómetro 29, que pasé a 5:36.
La gente que pasaba por la calle se me quedaba mirando, ya que, se mire por donde se mire, correr descalzo con las zapatillas en las manos, no está a la orden del día, pero me sentía muy cómodo, así que no me importó lo más mínimo.
Pisé algunos chinos más, gravilla desprendida del asfalto, pero algunos de forma casi indolora, cosa que aún no me explico.
Me sentí más seguro, estaba ya casi al lado de casa, y pasé el kilómetro 30 a 5:28.
Ya sólo quedaba uno, y seguí corriendo por el asfalto, pisando todas las líneas blancas que pude (y algunas amarillas, no discriminaba por color), y corriendo por el margen derecho de la carretera cuando no encontraba líneas.
Encaminé la cuesta de la ermita, que ralentizó bastante mi paso, y empecé el descenso hasta casa.
No podía sprintar ya que en los brazos llevaba las zapatillas de deporte, lo que frenaba mi braceo, y la cuesta descendente me hacía cambiar la forma de apoyar los pies, usando más los talones, lo que también me frenaba, pero llegué al kilómetro 30,900 metros (quizás el GPS se comió esos 100 metros al hacer la pausa para desatarme las zapatillas) llegando en 2:34:16.
Fue 1 minuto y 16 segundos más lenta que mi última tirada de 31 kilómetros, pero en esos momentos lo único que me preocupaba eran mis pies.
Quizás había compensado el tiempo por correr descalzo, pero podía pasarme factura.
Me imaginaba los calcetines destrozados y los pies llenos de ampollas, pero, al menos los calcetines (mis favoritos, cortesía de la maratón de Marbella 2012) estaban intactos.
Los pies, por el contrario, no había forma de saberlo, ya que a pesar de haber corrido con calcetines, estaban negros como el tizón (y de hecho tras pasarme un buen rato frotando en la ducha, siguen más oscuros de lo normal), pero una vez que se aclararon un poco pude comprobar, con una gran alegría, que estaban inesperadamente bien.
Ahora mismo, una hora después de acabar el entrenamiento, me encuentro fenomenal, las piernas me responden perfectamente al subir y bajar escaleras, y las plantas de los pies no me molestan en lo más mínimo, ni rastro de las molestias por haber caminado sobre gravilla suelta ni de dolor en los talones.
En cuanto al dolor en el empeine izquierdo, como ahora mismo estoy en chanclas, es inexistente, pero al extender los dedos del pie izquierdo noto tensión bajo el pulgar, en la mediación del pie, aunque espero que no sea nada.
Esta tarde he quedado con Míchel, compañero del Club Atletismo Fuengirola para ir a Deportes Dálguez en Marbella y probarme zapatillas de trail (la montaña cada vez me tira más y no quiero dejarme la salud en ella), pero no sé si esperarme para sopesar alternativas minimalistas de Trail... lo sopesaré, ya que correr en el monte no tiene nada que ver a correr sobre asfalto, pero lo que tengo claro es que, por primera vez en mi vida, me planteo la transición al barefooter.
Quizás pruebe a hacer una media maratón descalzo antes de que acabe el año, pero me lo voy a tomar con calma, no sea que por ir demasiado rápido tiente a la suerte y acabe lesionado por primera vez en casi 7 años de atletismo.
Espero que la historia os haya parecido interesante, que os haga reflexionar y os haya parecido amena.
Un saludo a todos, por lo pronto nos vemos este domingo en el XX Cross de San Pedro de Alcántara. ¡Suerte a todos!
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