Tras casi 24 horas de lluvias ininterrumpidas, cortesía de la ciclogénesis explosiva bautizada como Stephanie, desperté esta mañana, preparado para mi segundo trail del año.
Iba a estrenar las Inov Oroc en la modalidad, y como en el Cross de San Pedro me hicieron una pequeña ampolla en el dedo medio con el roce, decidí ponerme unos calcetines ToeToe, con los que llevo los dedos separados y esperaba evitar ese tipo de problemas.
La "pega" es que son tobilleros y la parte del talón llegaba justita a la zapatilla, pero en unos primeros pasos de prueba por casa no fue mal la cosa.
Me enfundé en mallas térmicas, me puse el cortavientos de rigor (requisito indispensable para poder participar en la prueba, al igual que la camiseta de manga larga o manguitos en caso de ser corta), cogí la chaqueta y la mochila, preparada desde el día anterior y bajé a desayunar.
Una vez me acabé tres plátanos y vaso de zumo me dirigí al recinto ferial, donde había quedado con Míchel, compañero del club, para ir juntos a la carrera.
Antes de salir, me dijo que me recogería, pero que no creía que fuese a llover, ya que meterse en el monte con la que llevaba caída y lo que aun tenía que caer era una locura, y el desnivel no era precisamente llano.
Desde luego hoy la palabra "competición" no estaba en mi vocabulario, y "carrera" casi tampoco... A dos semanas de la maratón internacional de Sevilla lo que más necesitaba era una torcedura de tobillo, así que me lo iba a tomar como un entrenamiento de calidad disfrutando del monte.
Aquí tenéis un mapa del trazado, para que os hagáis una idea de qué nos esperaba en Benalmádena:
Como llegamos con bastante antelación pudimos aparcar en el mismo polideportivo, y tras recoger los dorsales volvimos al coche para dejar las cosas y cambiarnos.
Me encontré con Cristóbal, con quien he coincidido ya en varias carreras, la última, la media maratón de Alhaurín, y que hoy se estrenaba en montaña con el Club Alpino Benalmádena.
Nos encontramos también con Mario, compañero del Club de Atletismo Fuengirola y después con otros compañeros que tampoco se dejaron amedrentar por la lluvia.
En un principio la carrera iba a comenzar a las 9:30, por lo que, tras dejar la ropa seca en el guardarropa, salimos a trotar un poco bajo la lluvia.
Yo más que trotar comencé andando a zancadas largas, explorando la primera cuesta que tendríamos que afrontar nada más salir, y luego acabé animándome a trotar un poco con ellos.
Subiendo la cuesta me encontré a Ángel Carmona, un viejo conocido con el que participé en varios voluntariados en la época en la que estudiaba la diplomatura de educación física en la UMA, que ha acabado entrando también en el mundillo del atletismo.
Al principio parecía que la cosa iba a estar poco animada, pero conforme se acercaba la hora de la salida había más y más atletas que, como nosotros, decidieron hacer caso omniso a la amenazante lluvia que caía, ahora torrencialmente, sobre Benalmádena.
Acabamos convenciendo a Míchel para que corriese también, y nos echamos una foto de grupo, que hoy era mucho más reducido de lo que suele ser habitualmente.
Debido a la incesante lluvia, la salida se retrasó varios minutos, así que nos pusimos a refugio del aguacero hasta que se anunció que se iba a proceder a realizar el control de salida.
Nos dividieron en zonas según el dorsal y fuimos pasando uno a uno, tras tomar nota de nuestro dorsal y comprobar que llevábamos el equipamiento requerido.
Como tardamos un poco en acercarnos, nos tocó esperar hasta que prácticamente todos los atletas habían pasado el control, y aunque luego traté de avanzar un poco, no pude pasar de la zona de 3/4 de salida.
Esperamos un poco bajo la lluvia, y al estar quieto y ya mojado (pese a las 3 capas que llevaba, dos de ellas se supone que impermeables pero entre el rato bajo la lluvia calentando y el que esperamos al control de dorsal el agua ya había empezado a calar), me entró frío.
Desde tan atrás no se oía bien lo que se decía por megafonía, pero nos comentaron algo de que en un túnel había rocas que habían caído en la parte izquierda, así que teníamos que tener cuidado.
Poco después, la salida dio comienzo, y tras cerca de 30 segundos andando tuve el espacio suficiente como para empezar a trotar un poco, aunque no pude correr con comodidad hasta que no acabamos la primera subida.
De hecho, no tardé mucho en volver a andar, ya que de repente había un montón de corredores parados delante mía, y no sabía que pasaba.
Esperé hasta que pude pasar y vi el motivo de la demora, unas escaleras que descendían hasta el túnel, probablemente, el que tenía las rocas a la izquierda, así que me pegué a la derecha.
Una vez dentro no veía apenas nada, así que lo atravesé andando intentando tomar como referencia la camiseta amarilla de un atleta que iba al fondo.
Había unas luces rojas parpadeando más o menos en mitad del túnel, que supuse que estarían indicando los obstáculos, pero por si acaso crucé el túnel andando precavido y tocando la pared derecha.
¡Y menos mal! No sé que pasó pero cuando estaba a escasos metros de la valla, las luces desaparecieron y se escuchó un golpe tremendo, que reberberó en los muros del túnel.
Supongo que algún corredor despistado chocaría con la valla o algo así, pero como no escuché ningún grito de dolor ni sorpresa ni pude ver qué pasaba, no sé como sería la cosa.
Salimos del túnel al otro lado de la autovía, y comenzamos un ascenso progresivo.
Iba muy pendiente al firme del suelo, más que de costumbre, ya que en la montaña una piedra semioculta puede significar tres días de cojera, como aprendí en mi debut en trail, y me fijé en que había un corredor que llevaba unas Fivefingers.
No sé si será el mismo que corrió con zapatillas minimalistas hace 3 semanas en La Capitana, pero si no era el mismo, es otro corredor con un par bien puesto.
Yo iba de escándalo con las Inov, se agarraban que daba gusto, al caminar sobre los charcos no me entraba nada de agua y no derrapaban en absoluto, se quedaban clavadas allá donde pisase.
Sin embargo, en cuanto se inclinó un poco más el perfil del suelo, de forma ascendente, y empezamos a ascender en fila india, noté una leve molestia en el tobillo izquierdo.
Seguramente serían los calcetines tobilleros, ya que en San Pedro no tuve ningún problema, pero tampoco le di mucha importancia: entre otras cosas, porque tenía un problema más importante acaparando mi atención, la visibilidad.
Como estaba cayendo una cortina de agua, las gotitas de las gafas no me dejaban apenas ver, y además, al respirar se empañaban, quitándome la poca visibilidad que el agua me dejaba.
Tuve un par de tropezones con piedras en el primer kilómetro, y en un pequeño descenso llegando ya al kilómetro 2 (según el GPS de mi móvil, no sé hasta que punto será fiable), calculé mal un salto y menos mal que las zapatillas agarran cosa mala, que si no beso el suelo.
Por eso decidí quitarme las gafas y llevarlas en la mano; ya me enfrentaba a los elementos y al monte podía enfrentarme también mi miopía... además, con el cielo totalmente cubierto, la lluvia cayendo de forma plomiza sobre nosotros y una especie de niebla envolviéndonos, tampoco me iba a perder las vistas.
Fui pendiente al suelo, disfrutando al ver que no derrapaba, como en el Rincón de la Victoria, aunque al bajar un poco más cambiamos la tierra por asfalto, nuevamente, y bajé un poco el ritmo, temeroso de que los clavos me hiciesen patinar.
Al pasar bajo el puente de la autovía, sin embargo, decidí dejarme ir un poco, ya que veía que las zapatillas seguían agarrando bien.
Lo bueno de empezar desde tan atrás fue que aun no yendo muy rápido iba pasando a gente continuamente, y en esa bajada sobre asfalto pasé a varios grupos de atletas con bastante facilidad, lo que me dio un extra de motivación para afrontar la siguiente subida, pasado el kilómetro 3, en la que volvimos a cruzar bajo el puente de la autovía, en dirección Calamorro.
En la bajada, la molestia en el pie izquierdo que me había estado atenazando en las primeras subidas sobre tierra desapareció, pero al volver a ascender en pendiente pronunciada, se manifestó de nuevo.
El dolor aparecía prácticamente en el medio del tendón de Aquiles, por lo que no sé si es que las zapatillas estaban muy apretadas o el calcetín se había escurrido y la parte dura de la zapatilla me rozaba en la piel directamente, ya que me molestaba solo en el momento posterior al apoyo, justo antes de continuar la zancada.
Seguimos subiendo por la zona por la que se está levantando una urbanización (lo que, desde mi punto de vista, es una pena, quedando aún espacio al otro lado de la autovía no entiendo ese afán de construir en la falda del monte), y noté también un poco de molestia en el pie derecho, en el mismo sitio aunque mucho más tenue que en el pie izquierdo.
Cuando llegamos al avituallamiento del kilómetro 4, tras beber un vaso de agua, me paré para tirarme de los calcetines, y al volver a ponerme en marcha noté que las molestias del pie izquierdo habían remitido, aunque en pie derecho me molestaba un poco aun.
Como empezaba una subida más técnica, decidí bajar un poco el ritmo, ya que la carrera aun no había empezado de verdad, pero a pesar de ello, cada vez me molestaba más, conforme se iba acrecentando la pendiente.
Volví la vista atrás y vi a lo lejos, de forma borrosa (por la miopía, tampoco estábamos a tanta altura en ese momento) la autovía, y más allá no podía ver nada debido a la bruma que se esparcía por doquier, espesada por el caer de la lluvia.
Continué el ascenso, con pasitos cortos pero constantes, y adelantando corredores lentamente pese a mis molestias, hasta que el sendero se estrechó tanto que tuvimos que continuar, una vez más, en fila de a uno.
Hubo un momento en el que empecé a enfriarme, como al inicio de la carrera, antes de comenzar, ya que había tenido que bajar bastante el ritmo debido a la cola, así que probé a ascender por el lateral derecho del sendero, dejando poco de margen con el filo del precipicio.
Si hubiese corrido con las mismas zapatillas con las que participé en el Desafío La Capitana ni se me hubiese pasado por la cabeza, pero como con las zapatillas nuevas me sentía muy seguro y no notaba lo que pisaba, sensación que, no me acaba de gustar, especialmente ahora que estoy empezando a entrenar con minimalistas, ya creo que los pies nos transmiten instantáneamente información muy valiosa sobre la superficie que pisamos y es importante escucharlos, propioceptivamente hablando.
Las zapatillas agarraban bien hasta sobre las rocas desnudas, así que, con cuidado, ya que algunas piedras cedían al impulsarme sobre ellas, fui avanzando, a un ritmo un poco más rápido del que llevaba la hilera.
De hecho, descubrí que si apoyaba el talón izquierdo en las piedras para impulsarme, la molestia desaparecía completamente, así que fui avanzando más rápido, motivado por el alivio e impulsado por un par de canciones "cañeras" de mi lista de reproducción aleatoria, "Master of Puppets", de Metallica, y "Before I Forget", de Slipknot.
Pronto el filo del sendero se puso más peligroso, y además soplaban algunas rachas de viento, así que decidí volver a la hilera, comprobando, desanimado, como volvía la molestia a mi tobillo izquierdo, y además, al derecho.
No paraba de darle vueltas a qué hacer, y probé a ascender de espaldas un poco, mirando hacia atrás, y... ¡nada de dolor!
En ese tramo el suelo era predominantemente arenoso, por lo que me sentía seguro avanzando así, pero en cuanto empezaron a aparecer piedras no tuve más remedio que seguir de frente.
Intenté concentrarme en el sonido de mi propia respiración y los latidos de mi corazón, para intentar sobrellevar la molestia lo mejor posible, pero llegó un punto en el que ésta superó ampliamente los límites de lo tolerable, así que no dudé un segundo y en cuanto pude ponerme a un margen del camino para no obstaculizar a los atletas que venían detrás, me desanudé los cordones para volvermélos a apretar, con menos presión.
El proceso, que habré realizado 10 millones de veces en mi vida, fue un trabajo de chinos, ya que con los guantes puestos, y bastante mojados, la sendibilidad era casi nula, y además como los cordones eran muy finos y estaban apretados muy fuerte, tardé cerca de minuto y medio en conseguir quitármelos y volvérmelos a poner, esta vez con una sola lazada en vez de dos, por si debía repetir el proceso.
Nada más desabrochar las zapatillas noté un alivio reconfortador en ambos talones, y al empezar a avanzar de nuevo con menor presión, ésta fue desapareciendo gradualmente.
Lo malo es que, no entiendo por qué, desde ese tramo hasta que llegamos a las escaleras que precedían la coronación del Calamorro, se me desataron dos veces los cordones, tan solo en la zapatilla izquierda.
Como subía muchísimo mejor con la zapatilla holgada, no me importó parar un par de veces para abrocharme, con mayor presteza, los cordones.
Al llegar a los escalones de piedra se me ocurrió la genial idea de agarrarme a la barandilla, con lo que mis ya mojados guantes se calaron de agua totalmente.
Además se me heló la mano, pero como precisamente ya no podía sentir mucho más, continué avanzando ayudándome de la barandilla.
Al coronar el Calamorro, en el kilómetro, fui sorprendido por un fuerte viento huracanado que barría la zona, acompañado de ráfagas de agua, pero como la bajada, pese a tener escalones también, se podía bajar trotando rápidamente sin riesgo de caídas, la acometí audazmente, sujetando en la mano izquierda mis gafas y en la derecha la barandilla.
Ahí me pasó algo que nunca antes me había ocurrido, el viento me arrancó parcialmente el dorsal, que quedó colgando de dos imperdibles, por lo que tuve que pararme un momento para quitármelos y enganchármelo de nuevo.
Al bajar un par de escalones mi GPS indicó que llevaba una hora de carrera, lo que me descolocó totalmente, ya que pese a todas las experiencias que llevaba en la poca distancia que habíamos recorrido, pensaba que llevaría, como mucho, media hora larga corriendo.
Pasamos lo que creo que era una mini plaza de toros, pero no lo sé a ciencia cierta, y seguimos descendiendo hasta que el camino se volvió arenoso de nuevo, y después pedregoso.
La mayoría de los atletas se habían ido posicionando ya, y cuando pasé al último grupito de la bajada tardé un poco en alcanzar a los siguientes corredores, que iban bastante más adelante.
En ese tramo, que cubrí a zancadas más grandes al poder avanzar sin problema, me olvidé de los tobillos totalmente, fue una gozada, y me sentía tan cómodo que por un momento pensé que había dejado de llover, ya que no notaba la lluvia.
Sin embargo, al levantar la vista al cielo vi que caía incesante, acompañando cada uno de nuestros pasos por el monte.
A lo lejos vi que había un grupo de atletas bastante grande alrededor de un kioskito que habían montado en una pequeña explanada, y supuse que había llegado al segundo avituallamiento.
En efecto, se trataba del avituallamiento del kilómetro 7, por lo que ya estábamos casi a mitad de carrera; Tras recuperar con un par de vasos de isotónica, retomé mi camino.
Durante algo más de un kilómetro el terreno fue ascendente, pero de forma casi insignificante con lo que acabábamos de dejar atrás, así que aumenté el paso y fui adelantando a varios de los corredores que había pasado en la primera parte de la carrera, y me habían adelantado de nuevo en mi parada para atarme las zapatillas.
Me pegaba a la parte izquierda, pedía paso, esperaba y adelantaba. Aceleraba; me pegaba a la izquierda, pedía paso, esperaba y adelantaba, y así una y otra vez.
No conté a cuanto corredores re-adelanté en ese tramo, pero estoy seguro de que fueron al menos una veintena.
Seguí pasando corredores, aunque cada vez tardaba más en alcanzar a los siguientes atletas, supongo que porque ya estaba volviendo a situarme en la zona en la que debería haber estado desde un principio.
Llegamos a una zona de subidas, y como no había espacio para avanzar por ningún lado, me la tomé como un tramo de "descanso" y seguí el ritmo de la hilera.
Pasamos por un sendero que, con el día tan cerrado que ha hecho (en esa parte si mirabas a la ladera de la montaña la niebla solo te permitía ver a un par de metros de distancia, y mi miopía en ese sentido no ayudaba, precisamente) no estoy seguro al cien por cien, pero creo que era el mismo por el que subí hace poco más de un año con unos amigos cuando alcanzamos el punto geodésico de la Sierra de Mijas.
Por momentos podía adelantar, pero como sabía que aun teníamos que subir al segundo pico, el de cerca de 1000 metros, preferí ahorrar fuerzas.
Hasta
ese momento parecía que el agua no me iba a calar en las zapatillas,
pero acabó por entrar completamente, y a cada paso que daba notaba como
los calcetines expulsaban agua.
Las rocas sustituyeron a la arena, y subimos sobre roca desnuda, envuelto en más y más vegetación por momentos, hasta que llegamos a un punto que me pareció más propio de Asturias que de la Sierra de Mijas, quizás por influencia del blog de Rubén, un corredor de trail que empecé a seguir hace poco, y que sube unas fotos preciosas.
Concretamente me recordó al Transcandamia, que por cierto, me encantaría correr alguna vez, ya que las incesantes lluvia habían convertido esa parte de la ladera en un lodazal y teníamos que hacer turnos para poder escalar, ayudados de cuerdas.
Me puse las gafas en la boca y en el primer tramo, con tal de no esperar a los 4 o 5 corredores que tenía delante para usar la cuerda, escalé cuatro patas.
No fue especialmente difícil, ya que me impulsaba con las ramas y raíces de los árboles cercanos, pero justo cuando iba a subir del todo pegué un resbalón (no quiero ni pensar como subí los toboganes en La Capitana hace 3 semanas con los tenis sin suela) y aterricé con la rodilla derecha en el barro, que por suerte, estaba blando, por lo que amortiguó el golpe.
Tardé unos segundos en terminar de subir del todo, ya que casi bajo deslizándome hasta el punto donde empecé a subir, pero poco a poco logré llegar al segundo nivel, y sin dudarlo un instante, me puse a hacer cola.
Subimos varios toboganes embarrados, ayudados por cuerdas y voluntarios que nos echaban una mano, literalmente, para subirnos en los tramos más peliagudos, pero con todo y con eso me pegué un costalazo en uno de los últimos.
Algún corredor con prisas cogió el extremo de la cuerda antes de que yo llegase a arriba y la tensó, de forma que me desequilibró y choqué con el costado derecho contra el barro; Como dije antes, estaba blandito, así que tampoco me importó mucho, total, con la de barro que llevaba encima... aunque abrí la boca de la sorpresa y por poco se me caen las gafas.
Dejamos la escalada a un lado, con las zapatillas pesándome una tonelada debido al pegajoso barro que llevaba enganchado en ellas, y volvimos al sendero de arena que nos llevó, diría que campo a través (o igual alguna vez hubo un camino, pero hoy era un aroyo de agua) hasta el segundo pico, Castillejo, cerca del kilómetro 11.
Dejé de hacer caso a las indicaciones del GPS sobre el kilómetro 5, ya que en las subidas muy pronunciadas que no hay más remedio que hacer andando se autoparaba (tengo que ver como eliminar esa opción), por lo que llevaba un recuento de kilómetros con un desfase de varios cientos de metros, así que estas distancias son estimaciones mías.
Comenzamos a bajar, por una zona bastante escarpada, pero que me reultaba muy familiar, mientras me esforzaba por intentar identificar algún retazo de pantalón o camiseta de algún corredor entre la vegetación, por delante de mí, pero no veía nada.
Me giré fugazmente sin detenerme, una vez hacia la derecha y otra hacia la izquierda; Nada, estaba solo.
Había pasado una baliza hacía pocos metros y más adelante había otra, pero al pasarla perdí el rastro.
Me di cuenta de que los cordones de la zapatilla izquierda iban totalmente desatados, y como no sabía si aun quedaría algún repechillo de subida, decidí pararme a atármelos de nuevo esta vez, un poco más fuerte que las anteriores, proceso en el que tardaría cerca de un minuto, pero ningún corredor me alcanzó.
Avancé siguiendo el camino, con la mosca detrás de la oreja porque era raro que no hubise nadie ni delante ni detrás durante tanto tiempo; El camino acabó varios metros más adelante y llegué a una zona de asfalto.
Nadie a la derecha, nadie a la izquierda y nadie por donde había venido; Seguía solo.
Lo medité un segundo y decidí subir, por impulso natural (al menos si no era el camino correcto, esperaba poder verlo desde allí), y tras pocas zancadas observé, aliviado, que era el camino correcto ya que había un coche en el lateral derecho de la carretera, varios voluntarios más adelante, y a lo lejos, entre la niebla y la lluvia, la inconfundible imagen de las antenas del repetidor.
Esta semana, entre una cosa y otra, sobre todo los exámenes, no he podido subir, pero desde que me aventuré en solitario a ascender hasta allí, suelo subir una vez en semana.
En ese momento recordé que, en efecto, el trazado discurría por esa zona, pero hasta que no vi la silueta de las antenas en la distancia no caí en la cuenta.
Llegué al tercer avituallamiento, en el que me tomé dos vasos de agua, pese a no tener nada de sed, pero como estaba sudando mucho, preferí dejarme unos segundos más e hidratarme bien.
Igualmente me comí un gajo de naranja, pero como llevaba la boca abierta en las subidas y me había entrado agua, ramas y de todo, el primer bocado no me supo a nada, pero me reactivó el sentido del gusto y el segundo fue una delicia.
Mientras comía un atleta preguntó que cuanto quedaba, y nos dijeron que 4 kilómetros más, en bajada algo peliaguda si no se va con cuidado, y llegábamos a meta.
Empecé el descenso a buen ritmo, para mí el camino no tenía nada de peliagudo, y soltaba las piernas con gusto mientras saltaba cual cabra sobre las rocas y algunas ramas que nos cruzábamos ocasionalmente.
Alcancé a varios corredores, algunos de los cuales me dejaron paso inmediatamete, aunque con otros tuve que esperar un poco, y tras varias centenas de metros empecé a reconocer a los corredores a los que adelantaba, ya que los había adelantado un par de veces.
En un repecho de pocos metros (los suficientes como para cortarle el ritmo de cuajo, pero no tantos como para obligarte a subir andando), me di cuenta de que llevaba molestias de nuevo en el tobillo izquierdo, por el talón, como antes, por lo que, a mi pesar, pasé un momento para aflojarme la zapatilla y anudármela de nuevo y me dispuse a dar alcance a los corredores que me acababan de pasar.
No llevaba ni 100 metros recorridos cuando se me soltó de nuevo, y decidí seguir sin atármela, ya que tenía los dedos entumecidos de tanto trabajo de psicomotricidad fina con guantes y me empezaba a doler la espalda, tanto de subir cuestas como de agacharme.
A partir de ese momento fui con mil ojos, ya que lo que me faltaba era una torcedura de tobillo a menos de 3 kilómetros para acabar la carrera, pero como no me sentía para nada fatigado me movía ágilmente, en cuanto detectaba que se me salía un poco la zapatilla apretaba el pie contra la parte del empeine y ésta volvía a su sitio.
La carrera se estabilizó por mi zona y llevaba atletas delante, muy cerca, y detrás, muy cerca también, pero como el sendero era bastante estrecho, salvo un atleta que me pidió paso y me adelantó casi subiéndose por la ladera, mantuvimos las posiciones.
En uno de los tramos pedregosos apoyé mal el pie, y aunque ni me dolió ni me molestó, decidí parar para atarme, por última vez los cordones, ni flojos ni fuertes, pero con firmeza.
Me puse de nuevo en la hilera, varias posiciones por detrás, pero veía a lo lejos a los corredores que hace un momento estaban a escasos metros de mí; había sido una parada rápida.
Conforme bajábamos, y tras pasar por una zona especialmente arenosa que discurría entre paredes de roca, el camino se amplió un poco más, y pude recuperar algunas posiciones.
De repente, al sonido de nuestras pisadas sobre los charcos, el mecer de las ramas por el viento y la caída de las gotas que nos había acompañado durante tanto tiempo (¿quién puede hacer caso al reproductor de música con semejante sinfonía?) se le sumó el molesto zumbido de los coches que circulaban por la autovía, y me invadió una punzada de tristeza al presentir (y confirmar cuando la autovía entró dentro de mi campo visual) que la meta estaba próxima.
Estaba disfrutando muchísimo, y si de mi hubiese dependido hubiese dado una vuelta más a la falda de la montaña antes de regresar.
No me dio tiempo a regodearme mucho tampoco, ya que me adelantó un muchacho con pintas de ser jovencito, y pasé del modo "atleta de excursión" al modo "atleta de competición", y alargé varios centímetros la zancada y dupliqué la frecuencia de la misma.
Notaba la zapatilla izquierda cada vez más suelta, pero ya si que no podía permitirme el lujo de pararme.
El camino me resultaba familiar, y de repente me di cuenta de que habíamos pasado por él al inicio de la carrera, y volvimos al túnel.
Instintivamente paré al verme envuelto en la oscuridad (las luces rojas parpadeaban, lo que indicaba que la valla estaba en su sitio de nuevo, pero podía haber más obstáculos).
De la parte derecha del túnel salía un caño de agua, por lo visto había cedido un trozo del techo.
En el momento de duda en el interior del túnel noté como alguien me adelantaba, y pensando en el muchacho joven, aceleré el ritmo, comprobando en las escaleras que se trataba de él.
Subimos, pero en lugar de coger el camino por el que habíamos pasado a la ida, giramos a la izquierda.
El sendero estaba pedregoso, pero avanzaba a zancadas poderosas sin preocuparme si quiera de la estabilidad de las mismas.
Empezaba a ver a lo lejosel polideportivo ya, y tras un giro a la derecha y uno a la izquierda, estaba enfilando la cuesta hacia la meta.
Oí pasos cada vez más cercanos, por lo que apreté el ritmo, aunque no llegué a ver a nadie por el rabillo del ojo, pero al llegar a la última curva frené progresivamente para evitar que se me fueran los tobillos en los últimos metros por culpa de la velocidad (y el agua, ya que bajaba un arroyo de caudal considerable por la misma).
No me alcanzó nadie pese a frenar, y entré a meta al sprint, envuelto en una amalgama de sentimientos, mezcla de pena, por acabar la carrera y satisfacción, por haber superado todos los obstáculos del camino, haber disfrutado tanto y haber llegado en óptimas condiciones.
Pregunté a los organizadores que estaban tomando el tiempo de llegada a meta si me podían decir mi posición, ya que había curioseado la clasificación y sabía que corríamos 4 atletas de 23 años o menos, así que sabía que si uno de ellos había decidido no venir o era el que había adelantado poco antes de entrar a meta, tendría trofeo.
La verdad es que hasta ese momento ni me había acordado, si no, seguramente hubiese perdido menos tiempo con el tema de los cordones y hubiese apretado más.
Me dijeron que no podían darme los datos en ese momento, así que cogí como pude la bolsa del corredor y entré al guardarropa a buscar algo seco que ponerme, encontrándome a Míchel, Mario y Marco a medio camino entre la entrada y la zona de guardarropa.
Mario y Marco hicieron sendos carrerones, acabando en 2:09:43 y 2:21:01, por lo que llevaban ya un buen rato a cubierto, y Míchel tuvo la mala suerte de esguinzarse llegando al kilómetro 5, por lo que se tuvo que volver como pudo.
Intercambié pocas palabras con ellos porque estaba calado hasta los huesos de lluvia y empapado en sudor, por lo que tenía unas ganas enormes de quitarle la ropa, así que nada más recoger mi mochila, me metí en un vestuario para cambiarme.
Me costó bastante quitarme la segunda capa (la malla térmica), ya que se me había quedado pegada con el agua y pesaba un montón, y cuando conseguí quitármela me invadió el alivio.
Pese a que la malla estaba helada, la primera capa, la camiseta interior, estaba empapada en sudor caliente, que me revitalizó las manos a través de los guantes (al apretarla expulsaba sudor); De hecho aun desprendía calor, y parecía que estaba echando humo a través de la piel, por lo que espero no haber cogido frío y que la locura no pase factura esta semana.
Un alivio casi mayor experimenté al quitarme los calcetines, completamente helados y llenos de barro, y al apoyar los pies en el suelo la sensación fue casi orgásmica, tenía los pies agarrotador y acalambrados, del frío y de la tensión de las bajadas.
Una vez seco me entretuve un poco más con mis compañeros del club, y le mandé una foto a familiares y amigos para demostrarles que seguía vivo, ya que más de uno pensaba que si finalmente corría hoy era posible que no llegase entero.
Tras eso, me dirigí a la zona de avituallamientos a beber un poco de agua y comerme una naranja, que me sentó de maravilla, ya que estaba muerto de hambre.
Me encontré con Cris, que me preguntó cómo me había ido la carerra, pero como no sabía aun que tiempo había hecho, no le supe decir, aunque le conté que en cuanto a sensaciones, me había encantado.
Él habia tardado 1:51:31, un tiempazo que le colocaba en la posición 36 de la clasificación general, una posición reservada a unos pocos cracks del atletismo.
Busqué a los organizadores para preguntar si se iban a colocar clasificaciones o algo similar, pero no di con ellos, así que decidí volver a cubierto, ya que me había cambiado hace nada y el agua estaba empezando a calarme de nuevo.
Volviendo escuché a dos atletas comentar su tiempo, y les pregunté cómo lo sabían, a lo que me respondieron que se podía comprobar online.
Me busqué, pero tras una eternidad (debido a la tormenta no me llegaba señal apenas) comprobé que era cuarto, no había fallado nadie.
Ángel Accino fue el campeón, con 1:45:48, le siguió muy de cerca Pablo Gálvez, con 1:46:03, tercero, más lejos, acabó Manuel Anguita, con 1:52:23, y un servidor ocupó la cuarta posición, con 2:34:35.
No me importó en absoluto, ya que las disfruté de inicio a fin (cuando corro en montaña realmente me olvido del tiempo y de las posiciones, todo eso queda siempre relegado a un segundo plano y me centro en las sensaciones y en las experiencias adquiridas).
A modo de curiosidad, de la clasificación absoluta fui el 243 de 407 atletas que llegaron a meta, por lo que cuando de el paso definitivo a senior también en montaña me espera una época de mucho nivel en mi categoría.
Como Míchel tenía el tobillo en bastante mal estado, lo ayudé a llegar al coche y volvimos a Fuengirola, acabando esta gran aventura por un lugar tan hermoso, y que tenemos tan cerca, que estoy seguro de que muchos no se han percatado de que existe.
Comparando la experiencia con el Desafío de La Capitana, creo que físicamente ha sido bastante menos exigente, ya que en esa prueba sufrí el doble (aunque quizá debido al calzado), y en cuanto a vistas, la lluvia nos aguó un poco la fiesta, pero eso hizo también que la prueba ganase encanto.
Es curioso, las carreras sobre asfalto son prácticamente clavadas unas a las otras, pero en las carreras de trail que he corrido hasta la fecha, siempre ha habido algo que las haya diferenciado del resto completamente, haciendo de cada una una experiencia única.
En la Vertic Night fue el hecho de debutar en la modalidad y correr de noche, lo que fue la primera vez para mí.
En Pujerra destacaron la longitud (30 kilómetros) y la vegetación (pinos y castaños sobre todo).
En La Capitana, el increíble desnivel y el barro, que hicieron de ella una prueba de resistencia digna del montañista más experimentado.
Y hoy, añado una nueva experiencia al repertorio, y lo que me ha marcado ha sido la adversidad del clima, la lluvia, la niebla y el viento, y una de las cosas que mas me han gustado (aparte de los ascensos con las cuerdas, en los que me lo he pasado genial), ha sido la grandísima variedad de terrenos, de asfalto a rocas pasando por tierra, arena y barro.
Con esa exhibición de los elementos, es comprensible que el dorsal haya llegado a duras penas el pobre, ha sido la primera vez que he temido por la integridad del mismo durante la carrera.
La semana que viene participaré en otro trail, en el modo "atleta de excursión", en Sierra Blanca, y dentro de dos, me enfrentaré a mi siguiente desafió de verdad: La Maratón Internacional de Sevilla, en la que pelearé con uñas y dientes para bajar la marca que obtuve en diciembre en la maratón de Málaga.
Por hoy me despido de vosotros, espero que os vaya todo genial, que os respeten las lesiones, y que nos crucemos pronto, sea con un dorsal puesto o entrenando.
¡Un saludo!
Enhorabuena Juan Andrés, como siempre un 10 en tus crónicas, destripas con todo detalle las carreras, totalmente de acuerdo con lo que cada trail es diferente al otro yo creo que eso es lo que me está enganchando tanto, ahora recuperate bien y esperamos ansiosos tu crónica de la maratón de Sevilla, suerte.
ResponderEliminarMuchas gracias Cris, y lo mismo digo, ¡menudo carrerrón!
EliminarEsta semana será la última de entrenos en serio y la que viene sólo rodar, ya queda nada... ¿Cuál es tu próximo objetivo?
¡Un saludo campeón!
Hola Juan Andrés,
ResponderEliminarCorrer por montaña es completamente diferente a correr en asfalto. Al final son un montón de variables que debes tener en consideración para evitar percances y aún así nunca tienes la certeza al 100% de no sufrir un resbalón, una torcedura o cualquier otro percance que te deje fuera de la prueba. Al final has conseguido sobreponerte a las adversidades que han ido apareciendo en el camino y has conseguido llegar a meta que no deja de ser el objetivo final. No obstante, si me permites la licencia de darte un consejo, no olvides que en montaña lo realmente importante no es la meta en si misma, si no disfrutar del camino que te lleva a ella. Disfrutar del entorno, superar los desniveles, compartir muchos kilómetros y a veces horas con otros corredores, si consigues disfrutar con eso, que no quede la menor duda que acabarás enganchado al trail.
Enhorabuena campeón,
¡Buenas noches Rubén!
ResponderEliminarCreo que precisamente esa sensación de "no saber qué nos espera" en la montaña es la que nos acaba enganchando, no es, como bien dices, como en las carreras sobre asfalto, que se pueden planificar hasta el último detalle, lo que a veces hace que correr pierda su magia.
Coincido totalmente en que lo importante, especialmente en la montaña, aunque en cualquier carrera también, es disfrutar de la experiencia, cuando intento explicar a personas que no han corrido nunca lo que se siente me cuesta muchísimo hacerme entender, es una sensación maravillosa.
Muchas gracias por tu comentario Rubén.