Como comenté el sábado por la mañana en mi breve entrada sobre las sensaciones previas a mi segundo maratón, llegué con menos kilómetros en las piernas pero con la sensación, extrañamente firme, de que iba a hacerlo mucho mejor.
Salimos por la mañana temprano para Sevilla, y tras recoger las llaves en el hostal (previa búsqueda de aparcamiento de casi una hora en el centro de Sevilla) nos dirigimos al Palacio de Ferias y Congresos, donde se celebraba la Feria del Corredor de la Maratón.
Fuimos rápidamente a retirar el dorsal para coger el ticket del último turno de la comida de la pasta (eran las 15:30 clavadas), recogimos otro que Julio, compañero del club, nos había guardado (¡Gracias Julio!) y compramos dos para Claudia y Marina, mi hermana, mis compañeras en esta aventura junto a Gonzalo.
Pensábamos que a esta hora ya habrían comido la mayor parte de los atletas y sus acompañantes, pero o nos equivocamos o la participación fue mucho mayor de lo que pensábamos, ya que estuvimos más de una hora y media haciendo cola, sin haber comido nada desde las 8 de la mañana.
Como esta fue mi primera comida de la pasta no sé si es normal, pero desde luego se me hizo larga la espera... Luego, por suerte, los voluntarios no tuvieron problema en que repitiésemos plato (ya no quedaba prácticamente nadie) y cerramos el comedor siendo los últimos comensales con diferencia (nos pidieron educadamente que acabásemos poco antes de irnos, ya que estaban recogiendo todo y limpiando las mesas y solo faltaba la nuestra).
Con el apetito ya saciado fuimos a hacer la digestión paseando por la feria del corredor, parando en primer lugar en el stand de la V Maratón de Málaga para participar en el sorteo del dorsal y al final parando en casi todos los stands, para desesperación de mis acompañantes (tienen el cielo ganado).
La odisea para aparcar a la vuelta fue memorable, acabamos aparcando a cerca de 2 kilómetros del hostal tras cerca de una hora dando vueltas, por lo que decidimos no moverlo más hasta que volviésemos (yo estaba de acuerdo, pese a saber que ello implicaría andar unos 5 kilómetros para poder llegar al coche tras correr la maratón, pero en esos momentos no me preocupaba demasiado el que pasaría después, sino durante la carrera).
Dejamos las cosas en el hostal y tras asentarnos fuimos a dar un paseo para ver la ciudad, quedamos con Emma, buena amiga y gran atleta (correrá el cross corto del Campeonato de España de Castellón el fin de semana que viene, ¡mucha suerte!), y con su compañera de piso, muy maja también, y estuvimos paseando mientras yo ya empezaba a recorrer la maratón mentalmente.
Cenamos y volvimos al hostal sobre las 11 de la noche (nos hospedábamos en el mismo hostal) e intenté dormir lo máximo posible, pero el sueño no se dignaba a aparecer, despertándome a las 3 y a las 5 de la mañana de sopetón y a las 6:00 como tenía previsto.
Pese a la falta de sueño me sentía muy despejado, aunque me daba la sensación de que no llevaba ni una hora echado en la cama y ya estaba poniéndome en pie.
Tenía todo preparado, así que desayuné (un par de plátanos, tortas de arroz y dos zumos) me vestí y me dispuse a meter lo esencial en la bolsa del guardarropa, ya que no cabía todo (de hecho se rajó al intentar meter las zapatillas, por lo que desistí y la aseguré con imperdibles).
Le pregunté a Gonzalo si finalmente vendría conmigo a la salida, ya que estaba totalmente KO, y aunque se despertó me dijo que estaría en los últimos km por si necesitaba un gel o cualquier cosa, y que nos veríamos en la meta.
Mi hermana y Claudia estaban "muerta"s así que a ellas ni les pregunté, aunque me desearon suerte aun medio dormidas, y me recordaron que cogiese la bolsa del corredor, ya que me iba sin ella.
Como soy previsor llevaba un mapa con la ruta más corta del hostal a la Avenida Carlos III, donde tendría lugar la salida, había investigado y sabía que el estadio estaba cerca de la salida, pero como no me da vergüenza preguntar, me aseguré preguntándole al somnoliento recepcionista como llegar.
Salí a la calle bien abrigado, 3 capas arriba y 2 abajo, pero aún así tardé poco en helarme bajo la fría noche (cerrada aun), así que decidí avanzar lo más rápido posible.
Eran las 7:15 de la mañana, y al contrario de lo que pensaba, me encontraba con más personas volviendo de fiesta que con madrugadores atletas, pero no tardé en divisar al otro lado de un semáforo a un hombre que tenía un no se qué que me hacía pensar que era corredor.
Me acerqué a él y tras saludarme me preguntó lo mismo que estaba a punto de preguntarle a él, "¿sabes llegar al estadio olímpico?"
Era, en efecto, corredor, de Córdoba, y debutaría en pocas horas en maratón por primera vez.
Nos presentamos mientras cruzábamos sobre el Guadalquivir y comenzábamos a charlar sobre la carrera en la que tomaríamos parte en poco más de una hora.
Al pasar por una parada de autobús de línea vimos a un nutrido grupo de corredores esperando para coger el cercanías, los saludamos y seguimos hacia el estadio.
Al girar a la derecha lo vimos muy, muy a lo lejos, mientras un viento bastante frío nos soplaba directamente en la cara, así que nos dimos media vuelta y esperamos al autobús.
Debía llegar a las 7:26 según varios atletas que allí se encontraban, pero eran ya las 7:30 y no había ni rastro.
Me inquieté un poco, pero al ver que los demás corredores ni se inmutaban me quedé más tranquilo; tras un par de minutos hizo su aparición el esperado autobús.
Pensé que el transporte de cercanías sería gratuito enseñando el dorsal, como en la maratón de Málaga, pero no fue así, menos mal que siempre llevo 5 euros en la funda del móvil, si no me hubiese esperado un paseo poco agradable.
No sabía en qué parada había que bajarse, así que me puse a escuchar varias conversaciones, sin participar en ninguna (me había despertado con un poco de dolor de garganta y estaba ya concentrándome), sobre la maratón de Málaga y su media maratón, la maratón de Porto y otras carreras de larga distancia, hasta que los corredores empezaron a bajarse del autobús y me dispuse a seguirles.
Cruzamos la carretera y pasamos bajo un puente muy curioso, ya que estaba preparado como si fuese un rocódromo, y ya se veía el estadio.
El cielo empezaba a iluminarse a lo lejos pero aun era de noche y el viento había amainado pero seguía teniendo frío, así que, anhelando el calor del autobús, ascendí la suave pendiente que llevaba a la puerta "N" del estadio, donde se accedía al guardarropa.
Ya había algunos valientes quitándose la ropa, pero pese a que en el interior del estadio la temperatura era "soportable" yo me resistía a hacerlo todavía, ya que tenía planeado correr con calzonas y camiseta de aros.
De hecho le escribí a Julio (descubriendo varios mensajes de ánimo por diversas redes sociales Y whatsapp) preguntándole si sus acompañantes estarían en las inmediaciones del estadio, de forma que pudiesen quedarse con mi sudadera antes de entrar en el cajón de salida.
Al igual que yo estaba solo, y me aconsejó llevarme un plástico con el que envolverme la próxima vez (truco de maratoniano experimentado).
Nos echamos una foto que mandamos a nuestros compañeros del Club Atletismo Fuengirola y estuvimos intercambiando impresiones ante el desafío que nos esperaba fuera.
Finalmente me decidí a quitarme la ropa, ajustarme los cordones de mis viejas Adidas (que tienen cerca de 5000 kilómetros ya, pero siguen siendo las zapatillas con las que más cómodo estoy, pese a no tener suela) y entregar la bolsa en consigna.
Julio y yo nos despedimos al llevar las bolsas a consigna, ya que estaban organizadas por número de dorsal y los nuestros eran muy dispares, y por si no nos veíamos luego, nos deseamos mucha suerte.
Eran las 8:25, quedaba ya nada para la salida, pero antes de abandonar el estadio me fui a una esquina con poca gente para calentar (más que nada por supervivencia), pegándome sprints cortos, saltando, haciendo skipping y flexiones hasta que estuve sin aliento y comenzando a sudar.
Pasé por el baño y salí trotando del estadio (ya era de día, parecía que hacía una eternidad que había abandonado el hostal), pero cuando aun no había abandonado sus inmediaciones me entraron ganas de orinar de nuevo (cosa que achaco a los nervios) y me puse a hacer cola en uno de los retretes que la organización había colocado.
Pasaban los minutos y nadie salía, las colas iban alargándose, así que busqué un seto y al acabar volví trotando a la zona de salida.
Conforme me fui acercando empecé a oír un murmullo en aumento y a lo lejos los acordes de "entre dos tierras" de Héroes del Silencio, una de mis canciones favoritas.
Estaba emocionado antes de empezar, la cantidad de atletas era increíble, nunca había visto a tantos corredores juntos, el Speaker nos jaleaba intercalando sus mensajes de ánimo con canciones vibrantes y el ambiente era de fiesta absoluta.
Entré en mi cajón y me coloqué en la parte de atrás, ya que aunque no estaba muy saturado tenía claro que iba a salir dosificando.
Bastante lejos de mi posición, por delante, estaba la liebre de 2:45:00 con un globo inmenso, pero no veía aun la de las 3:00:00, que pensaba seguir hasta cruzar la media maratón si me veía con fuerzas (si no, pensaba aflojar hasta que la liebre de 3:15:00 me "recogiese", seguir con ese grupo y apretar en los últimos kilómetros, si las piernas me respondían).
Mientras hacían una entrevista y entrega de camisetas finisher especial a los atletas que han participado en las 30 ediciones de la prueba decidí sacar una última foto y colgarla en tuiter.
Faltaba poco para comenzar, escasos minutos, y fuimos rompiendo las tiras de plástico que separaban los cajones progresivamente, hasta convertirnos en una única marea humana.
La salida de los atletas que competían en la modalidad de silla de ruedas salieron poco antes (un mérito aun mayor que el nuestro, desde mi punto de vista, el espíritu de superación humano no conoce límites), y comenzó a sonar "Highway to hell", de AC/DC, canción elegida por los corredores para dar la salida.
Mientras un Ikopter (o similar) sobrevolaba la zona de meta y los acordes de la guitarra de Angus Young hacían vibrar mis músculos detecté a la liebre de 3:00:00 más cercana a mi, y empecé a pensar cómo llegar hasta ella con semejante muro humano separándonos.
La salida dio comienzo y tras breves momentos crucé bajo el arco de meta, activando mi cronómetro y avanzando en tropel mientras me intentaba abrir hueco entre los corredores (soy el del buff azul en la cabeza, ¿me veis?).
Nunca había corrido entre tanta gente y me costó acostumbrarme en el primer kilómetro, en el que avancé a trompicones entre pisotones, codazos y algunos empujones, mientras la liebre de las 3:00:00 empezaba a alejarse.
No es que me costase mantener el ritmo, ni mucho menos, pero si avanzar "a mi aire", ya que parecía que me arrastraba la marea humana y no conseguía marcar mi propio ritmo, cuando no me frenaba un corredor por delante otro me empujaba desde atrás, fueron unos primeros metros un poco frenéticos.
Llegando al primer kilómetro nos deleitó una sinfonía de GPS marcando kilómetro que comenzó poco antes de que alcanzase el cartel y se prolongó hasta pasado el mismo, la más larga que he vivido hasta la fecha.
La carrera seguía sin estabilizarse, y al ver varios espectadores animando en las jardineras tuve una idea y me crucé para correr al lado del bordillo, donde había menos movimiento de atletas, con lo que ya pude apretar el paso, y corriendo al lado de la jardinera (y sobre esta cuando no había público), me puse en un momento a la altura de la liebre de 3:00:00, a la que decidí adelantar ligeramente para empezar a cruzar hasta el centro del pelotón sin riesgo a perderlos de nuevo.
En estos primeros momentos me sentía totalmente ligero, me movía suavemente y sin esfuerzo y sentía que tenía fuerzas para incluso alcanzar sin problema a la liebre de 2:45:00, pero ya aprendí en la maratón de Málaga la lección de sobreestimar tus fuerzas en esos primeros kilómetros en los que te invade la euforia maratoniana del comienzo de la prueba.
No sin un poco de dificultad logré volver al centro de la marea, y mirando hacia atrás para ubicarme con respecto a la liebre, me fui colocando a la derecha del mismo, junto a un corredor del mismo equipo que la liebre, Atletismo Califas.
Sin esperarlo vi el cartel que marcaba ya nuestro paso por el segundo kilómetro (la avenida era inmensa, pero en esos momentos el tiempo parecía medirse en latidos en lugar de en segundos, por lo que se me pasaron volando).
A lo lejos la marea humana comenzaba a girar hacia la izquierda, y al grito de "curva, curva" fui arrastrado hacia la derecha, perdiendo la posición pero aprovechando que la liebre se abría paso para seguir detrás de él.
Tras llegar a una nueva curva, a la derecha esta vez, pocos metros tras girar por primera vez, oí que el muchacho de Califas le decía a la liebre "Fran ponte más al centro que nos quedamos encerrados" y empezaban a vascular hacia el centro de la calzada poco a poco, mientras yo les seguía.
En estos primeros kilómetros correr parecía la cosa más fácil del mundo, y hacerlo al ritmo de la liebre más aún.
Parecía que avanzábamos con conciencia de grupo en lugar de individual, la corriente de corredores nos impulsaba hacia adelante, y algunos lo hacían de forma más rápida y otros más lenta, pero alrededor de Fran nos fuimos colocando varios corredores que seguíamos su marcial ritmo.
Del tramo desde que giramos por segunda vez, entrando a la Ronda de Triana y hasta que llegamos al kilómetro 4 no guardo ningún recuerdo específico, solo la sensación de avanzar y avanzar en piloto automático, concentrado en el ritmo y la respiración pero, y por extraño que parezca, sin pensar en nada.
Iba como en trance, hipnotizado por el sonido de las miles de pisadas simultáneas, pero al girar por tercera vez me anticipé para no ser empujado de nuevo y me adelanté abriéndome por mí mismo en el nuevo giro a la izquierda.
Me hizo gracia un cartel de una clínica podológica que alguien había colocado a la derecha de la carretera, lo que sacó durante un momento de mi mundo, pero volví a él rápidamente.
En un suspiro llegamos al kilómetro 5, con la sensación personal de que todo estaba yendo demasiado de prisa, pero contento por saber que no era cosa mía, ya que en esta ocasión estaba dosificando adecuadamente el esfuerzo.
Hubo un corredor que en esos primeros kilómetros se había cruzado ya 3 veces por delante del grupo de Fran, y a pesar de que le habían repetido ya que no pasase de ese modo, a los pocos metros de pasar el cartel del kilómetro 5 lo hizo de nuevo, llevándose una bronca considerable que pareció no importarle demasiado.
En el primer avituallamiento no tuve problema en hacerme con un botellín de agua, pese a que la cantidad de atletas era ingente los voluntarios trabajaban con eficacia.
Un consejo para los organizadores de las carreras en general, desde mi propia experiencia, que no sé si será extrapolable al grueso de corredores populares, es que quizás sea mejor poner al principio vasos, ya que uno no necesita beber tanta agua, y después se pase a los botellines, ya que cuando uno va más cansado cuesta más beber de los vasos con el balanceo de la carrera, yo personalmente me coordino fatal.
Me bebí la mitad de mi botellín y lo ofrecí levantándolo al grito de "¡¿agua?!" y rápidamente otro corredor lo cogió.
Fran se me había escapado por unos metros, pero rápidamente volví a colocarme al lado suya.
Giramos a la izquierda camino del kilómetro 6, entrando en el Paseo de las Delicias, que fue precisamente eso, una delicia.
Recorrimos un par de kilómetros con unas vistas estupendas, y disfrutando de la Torre del Oro y de la Maestranza desde una perspectiva diferente, alentados por el público Sevillano, que hizo corrillos kilométricos para animarnos, algunos desde demasiado cerca, pero la intención es lo importante.
En la media de Torremolinos ya había vivido el paso por uno de esos pasillos, de cerca de una centena de metros, pero nunca me hubiese imaginado pasar no por uno, sino por decenas de ellos en la misma carrera, de longitud si no kilómetrica, muy cercana a esa distancia.
Me hubiese gustado poder prestarle más atención a las vistas, pero seguía con una concentración que no había alcanzado hasta la fecha, sincronizando mis zancadas con los del grupito de la liebre y prestando atención a decenas de cosas al mismo tiempo (al ritmo de los corredores que llevaba delante y a los lados, al público, a los latidos de mi corazón, a comprobar que aterrizaba con el mediopié, a comprobar que corría cómodo y sin molestias...) y a nada en concreto.
De hecho sé que llevaba música puesta, pero no recuerdo ninguna canción, no ya de esos primeros kilómetros, sino de toda la maratón en general, a diferencia de en Málaga (supongo que al ir forzando primero y sufriendo después durante ese debut maratoniano, busqué una vía de escape a mis pensamientos para evitar pensar en el dolor que me atenazaba).
Continuamos por la Calle Torneo, avenida que había recorrido más de 10 veces el día anterior de punta a punta, y por primera vez en toda la carrera comencé a pensar en algo, y empecé a recordar el trayecto desde casa hasta Sevilla.
Sé que para aquellos que no corran será raro que les diga que corrí cerca de 9 kilómetros sin pensar en nada, pero a mí personalmente (y al 99% de mis amigos corredores les pasa) me resulta muy difícil no pensar en nada mientras corro, aunque a veces no preste atención al flujo de pensamientos, siempre hay algo "de fondo", pero por primera vez desde que tengo memoria, "desconecté" durante varios kilómetros seguidos, actuando mecánicamente.
Antes de girar (comento lo de los giros porque aparte de tener la fama de ser el maratón más plano de Europa, que no sé si lo será, pero desde luego ha sido la carrera más plana que he corrido, es con diferencia la carrera en la que más tramos en línea recta he recorrido antes de cambiar de dirección) pasamos por otro avituallamiento, en el que un atleta me bañó tirándome un vaso de agua por detrás, supongo que sin querer, pero no me importó, ya que pese a que hacía menos de una hora estaba tiritando de frío ya estaba acalorado, pese a la excelente temperatura que teníamos.
También cruzamos el primer control de la carrera, el del kilómetro 10, que pasé en 42:20 minutos clavados por mi reloj (40:18 según el chip), y por un instante dudé sin tirar más fuerte (en Málaga pasé el control de los 10 km en 37:06), pero rápidamente recordé las sensaciones del kilómetro 36 de esa misma maratón y se me pasaron las ganas de apretar el ritmo.
Justo antes de pasar el control vi que había una cámara grabando y saludé llevándome la mano derecha a las gafas.
Justo antes de pasar el control vi que había una cámara grabando y saludé llevándome la mano derecha a las gafas.
Continuamos y pasamos el kilómetro 11, y puse los pies en la tierra por primera vez desde el comienzo de la carrera, evaluando a fondo mis sensaciones y mi planteamiento de la carrera.
Ya había pasado la euforia del comienzo de la carrera, notaba el paso de los metros bajo mis pies y aunque el ritmo era muy asequible, ya no sentía esa frescura inicial; mi mente era un hervidero de actividad, como de costumbre y el ritmo de la carrera ya estaba bastante estabilizado, aunque seguíamos avanzando en tropel ya se producían menos adelantamientos (tanto del grupito de la liebre con respecto al resto de corredores y al revés).
Pese a que aun no los necesitaba (la multitud me daba todos los necesarios y más), me animaba mentalmente recordándome lo bien que lo estaba haciendo y cuanto estaba disfrutando, y cómo tenía que prepararme para sufrir más adelante, pero sabiendo que si seguía así no iba a ser un maratón ni la mitad de duro que el de Málaga.
Tras el giro en la Calle Manuel del valle nos encontramos la marca del kilómetro 12.
"Bien, 12 kilómetros recorridos sin esfuerzo aparente, queda menos de 3/4 de maratón, pero no me puedo confiar. Vamos Juan, vamos".
Seguía muy bien, orbitando alrededor de Fran (algunos corredores se descolgaban, los evitaba para no chocar y al ver a la liebre se intentaban pegar, "arrebatándome" la posición, y otros venían desde atrás y se pegaban de igual manera, así que no pasaba mucho rato en el mismo punto, aunque intentaba colocarme a la derecha del grupo).
Su compañero del Califas me dijo en un par de ocasiones que no me preocupase por el ritmo, que si me quedaba un poco atrás o corría ligeramente por delante de ellos lo estaría haciendo bien igualmente, pero como me resulta más sencillo correr hombro con hombro (mantengo el ritmo mucho mejor, supongo que será psicológico), acababa recuperando "mi posición" en cuanto podía.
Pasamos el kilómetro 13 llegando al final de la calle; seguía pareciéndome que iba demasiado bien, sabía que estaba yendo más lento que en Málaga, pero me encontraba fenomenal, me costaba retener mis piernas y mantenerme al lado de la liebre.
En la Ronda de Pío XII pasamos el kilómetro 14, sin nada digno de mención por el camino, la "selección natural" empezaba a hacer mella en el grupo y ya se habían descolgado algunos corredores que marchaban con nosotros desde el inicio, pero otros los habían sustituido, creando un nutrido grupo alrededor de Fran, que en muchas ocasiones tenía que pedir que se le abriese camino, junto a su compañero, ya que los corredores le cercaban en ocasiones, obligándole a modificar el ritmo.
Disfrutamos de un nuevo avituallamiento en el kilómetro 15, en el que no fui capaz de coger vaso alguno, pero por suerte me pasaron un buche de uno, que apuré al momento, y otro casi entero al momento, es de agradecer que los corredores tengamos esa manía de preguntar si alguien quiere agua antes de deshacernos del vaso o botella de un avituallamiento.
Pasé el control del kilómetro 15 en 1:03:27 (dos segundos menos según el chip, se ve que lo activé justo antes de pasar sobre el control de salida), no tenía referencia de la maratón de Málaga con la que comparar, pero decidí ponerme a hacer números, en parte para estimar que ritmo llevaba y en parte para mantener la mente ocupada mientras el cuerpo hacía su trabajo, y llegué a la conclusión de que Fran lo estaba clavando, así que más me valía seguir a su lado.
Pasamos por la Basílica de la Macarena, uno de esos edificios "típicamente sevillanos" como le dije a Gonzalo el día anterior, y no pude evitar sonreír al recordar el momento.
Me había estudiado previamente el recorrido de la carrera, pero yendo por Sevilla en coche no caí en que muchos de los puntos que estaba viendo los iba a ver desde una perspectiva totalmente diferente el día siguiente.
Aunque parezca que no tiene gracia ninguna (y ahora a posteriori tampoco la tiene), en el momento me hizo gracia recordar esos momentos de desesperación buscando aparcamiento mientras corría libremente por esas calles ahora sin tráfico, cualquiera que me viese pensaría que soy masoca, sonriendo con la paliza que me estaba metiendo...
Ahí comencé a conectar un pensamiento con otro y recordé cuando José Antonio me animaba en los kilómetros finales de la maratón de Málaga, lo que me recordó las tiradas en grupo por Entre Ríos previas a mi debut en maratón, y mientras revivía esos momentos en mi mente mi cuerpo pasaba el kilómetro 16, y seguía recorriendo, impasible, la distancia que lo separaba del siguiente kilómetro.
Al llegar al kilómetro 17 reconocí de nuevo las calles, esa por la que circulaba era Calle Recaredo (mi hermana me ha estado contando historias de reyes Godos y como, buscando aparcamiento leí el cartel lo recordé, se me quedó grabado), y sabía que pronto llegaríamos, si girábamos a la izquierda, a la Avenida Luis de Montoto, cuyo nombre tanta gracia nos hizo al leerlo.
Pese a que estaba "solo" (de acuerdo, rodeado de atletas, pero ninguno de ellos conocido), me sentía muy acompañado, ya que además de recordar continuamente a mis amigos en esos tramos recordaba a mis compañeros del club de atletismo en mis pensamientos, así que fui muy animado.
En efecto, giramos, y comencé a ver a lo lejos la primera arcada de lo que, supongo, fue antaño un acueducto.
Pasamos la segunda y poco después el kilómetro 18.
Había momentos en los que nos encontrábamos avituallamientos a los lados de la carretera, en puntos que no eran múltiplos de 5, así que me despistaba un poco, pero en todos bebí agua (isotónica sólo en los que tenía previstos, y si lograba coger) y me sirvieron de distracción, ya que tenía que hacer algo diferente a correr por un instante.
Giramos hacia la Avenida de Kansas City, que también conocía y cuyo nombre me pareció de lo más curioso en su momento, y que pese a ser realmente larga (recorrimos más de dos kilómetros en ella y nos encontramos con un par de puntos de avituallamiento, uno "falso" y otro de esos con los que ya contaba) se me pasó muy rápido.
Tropecé en dos ocasiones con un corredor del Club Amigos del Canal, que creo que se estaba tomando algún tipo de gel o algo y disminuyó drásticamente el ritmo sin previo aviso, pero aunque ambos nos desestabilizamos, no llegamos a caernos.
En este avituallamiento no conseguí agua, tan solo un buche de otro atleta que ofreció su vaso, y me distancié varios metros de la liebre.
Tropecé en dos ocasiones con un corredor del Club Amigos del Canal, que creo que se estaba tomando algún tipo de gel o algo y disminuyó drásticamente el ritmo sin previo aviso, pero aunque ambos nos desestabilizamos, no llegamos a caernos.
En este avituallamiento no conseguí agua, tan solo un buche de otro atleta que ofreció su vaso, y me distancié varios metros de la liebre.
"Kilómetro 20, venga, no te confíes Juan, aún no has conseguido nada, cuando cruces la meta volante estarás comenzando la carrera".
Crucé la meta volante de la media maratón casi pegado al grupo de 3:00:00, un par de metros detrás de Fran, en 1:29:19 según mi crono (1:29:21 según el chip), y recordé la entrada a meta en la media de Alhaurín fugazmente, primera media en la que subí de 1:30:00 desde mi retorno al atletismo.
¿Quién me iba a decir a mi que un mes y medio más tarde bajaría ese tiempo camino de completar una maratón?
Aunque teniendo en cuenta el desnivel de Alhaurín y el de Sevilla no es una comparación justa, pero creo que recuperé rápidamente la forma tras el parón del interrail (eso de tirarme casi 4 horas para rodear el Zugersee, pese a que la distancia era de casi una maratón sin avituallamientos y las condiciones climatológicas extremas fue una prueba del efecto de ese parón).
Algunos atletas se pusieron a recriminarle (no se muy bien por qué) a Fran el ritmo que llevaba, a lo que él respondió que había clavado la media maratón, que su objetivo era hacer 2:59:00 y si alguien quería correr más o descolgarse, que él no tenía ningún problema.
Algunos corredores aplaudieron sus palabras, a lo que sumé un par de palmadas antes de recuperar el braceo.
Mentalmente la prueba comenzaba para mí en el kilómetro 22, punto en el que no pude más y dejé el grupo con el que había recorrido los primeros kilómetros, a muy buen paso, así que si conseguía continuar en grupo a partir de ese punto, tendría la certeza de ser capaz de superar mi tiempo.
De repente, cuando se divisaba en la distancia el cartel del kilómetro 22, noté un fuerte dolor abdominal, no sé de origen fisiológico o psicológico, que me obligó a reducir el paso al llegar al kilómetro 22, y al girar en la entrada a la Calle Éfeso me descolgué, definitivamente, del pelotón.
Llevaba mucho tiempo mentalizándome con el paso por ese punto, con evitar el sufrimiento extremo de Málaga y la segunda mitad de la maratón, y por un momento me asaltaron las dudas y pensé que igual el calvario se repetía, aunque esperaba que no pudiese alcanzar tales dimensiones, ya que había dosificado muy bien hasta ese momento, y, de hecho, me sentía con fuerzas para seguir.
Recordé que en uno de los planos que vi de la organización había WC's dibujados, pero no había visto ninguno hasta ahora, y di un vistazo a mi alrededor y no había ni rastro de ninguno tampoco.
Como no había nada que pudiese hacer, simplemente seguí corriendo, tratando de ignorar el acuciante dolor, mientras era adelantado por más y más corredores, hasta llegar un momento en el que todos los atletas que tenía enfrente se distanciaban poco a poco y empezaba a perder terreno conforme a todos aquellos que se encontraban dentro de mi campo visual.
Mientras iba siendo adelantado me concentré en continuar, repitiéndome mentalmente que ese dolor no era nada comparado con lo que he vivido en otras carreras, especialmente, en la última media de Antequera, y haciendo todo lo posible por ignorarlo apreté un poco el paso.
Seguía molestando, pero me di cuenta de que podía "controlarlo", y cuando pasamos la primera rotonda de la calle (kilómetro 23) me encontré recortando distancias con el pelotón.
Tenía pensado tomarme un par de geles a base de papilla de frutas (ya hablé recientemente sobre diferentes tipos de geles) en los kilómetros 34 y 40, pero como no sabía aun si se trataba de una llegada prematura del "muro", de problemas estomacales o molestias psicológicas más que fisiológicas, decidí tomarme el primero en el kilómetro 24, aprovechando que venía un avituallamiento cerca, y el segundo, en el 29, con la misma intención.
En el kilómetro 24, casi llegando al final de la calle (¿he comentado ya lo larguísimas que eran las calles?) ya prácticamente no notaba el dolor, pero decidí seguí con mi estrategia de todos modos, y me tomé un tubito de gel.
Me vine arriba con esa ausencia repentina del dolor, especialmente ahora que estaba acostumbrándome a correr con ella, pero las palabras de Julio volvieron a mi mente "en el maratón no se remonta..." así que decidí fijar el paso y seguir en solitario (aunque rodeado de gente), viendo como el enorme globo de Fran se iba alejando y se perdía en el giro de la calle.
Había una pendiente ligeramente ascendente, y cuando giramos la calle adelantamos a un corredor en silla de ruedas, al que animamos al pasar.
Kilómetro 25, recuperando las buenas sensaciones, y nuevo giro, pero ¡sorpresa! el globo de Fran ya no está.
No entiendo muy bien que pasa, ya que hace un momento me sacaba unos 400 metros (lo estaba usando como referencia, aun de lejos), y de repente me fijé en que se había soltado (no sé si a propósito o no, la verdad es que ese tipo de globos debe ser realmente incómodo de llevar, por el tamaño y porque pega unos tirones de la camiseta importantes, me dio varias veces en la cabeza en los primeros kilómetros y no llegaba a doler, pero molestaba bastante) y estaba enganchado en las ramas de un árbol.
Bueno, tendría que avanzar en solitario y sin referencias, pero no me preocupaba, estoy acostumbrado a escuchar a mi cuerpo.
Pasamos la Gran Plaza (kilómetro 26) mientras el atleta en silla de ruedas nos remontaba distancia, pidiéndonos espacio para poder aprovechar la bajada, y continuamos tras él, llegando a las inmediaciones del estadio del Sevilla.
Mentalmente me puse varios puntos clave en ese momento, que serían los kilómetros 28, 29, 30, 32, 35 y 36 y en los que pasaría algo en cada uno de ellos, con la idea de mantener el ritmo e ignorar la fatiga.
Durante esos kilómetros no pasó nada realmente destacable, me adelantaban muchos corredores, aunque puntualmente pasaba yo a otros, y trataba de mantener el ritmo pero sabiendo que poco a poco iba perdiendo fuelle, aunque de forma tan escalonada que tenía total confianza en ser capaz de superar mi tiempo en Málaga.
El kilómetro 27 estaba casi a la altura del Ramón Sánchez Pizjuán, y me motivaba restando metros (a metro por paso, no sé si la equivalencia sería correcta pero me perdía continuamente en la cuenta mental, así que tampoco es que me importase mucho) para llegar al siguiente kilómetro.
En el kilómetro 28 tuve que parar a orinar en la maratón de Málaga, y a pesar de tener muchas ganas en esta maratón también llegados a este punto, sentía que podía aguantarme más, así que seguí, adelantándome mentalmente y dirigiéndome hacia meta.
Trataba de imaginarme avanzando ágil y coordinadamente, ignorando el dolor en los gemelos, cuádriceps y glúteos, aunque sabía que conforme avanzasen los kilómetros mi avance sería más "ortopédico"
En el kilómetro 29 me tomé el segundo gel, como estaba previsto, y al llegar al avituallamiento del 30 me encontré con una marea de vasos inundando el suelo, que intenté evitar, al igual que a los corredores que se habían quedado parados en las mesas momentáneamente, conseguí coger un paso y, aunque por mí hubiese bebido más, pasé el última mesa, así que tuve que continuar, con mi sed medio saciada únicamente.
No quise mirar el reloj cuando pasé, previamente el control del kilómetro 30, pero según el chip, lo pasé en 2:09:13, a un ritmo medio de 4:19 minutos por kilómetro, 5 segundos por kilómetro más lento que en los primeros 15.
Continuamos avanzando, y mientras giramos, a la altura del Benito Villamarín, me di cuenta de que se aproximaba "el muro", lentamente.
Estaba siendo adelantado por corredores que hace un momento había pasado en las mesas de avituallamiento, y ahora habían recuperado la posición con una facilidad inusitada mientras a mi me costaba no bajar el ritmo, aunque había otros que, por desgracia, iban peor que yo, y se iban retirando a un lado de la calzada con calambres y lágrimas en los ojos.
Por primera vez en toda la carrera se podía avanzar "libremente", con varios metros de "espacio vital" entre un corredor y el siguiente, aunque al verse más vacío el espacio, el paso por la Avenida la Palmera se me hizo un poco más largo (aunque, como digo, es posible que se deba al efecto del "muro").
Creo que pasé el "muro" bastante bien, no llegué a saltarlo (o si lo salté, caí y me magullé un poco antes de seguir), pero no me estampé contra él como en Málaga.
El avituallamiento del kilómetro 32,5 me pilló por sorpresa, en mi mente no contaba con él, y aproveché para beber agua y pasarme una esponja mojada por la cara y el cuello, que me alivió muchísimo camino al Parque María Luisa.
El siguiente punto "crítico", sería el avituallamiento del kilómetro 35, y sobre todo, el kilómetro 36, donde durante mi debut en maratón y por primera vez en una carrera dejé de correr y anduve, intercalando trote con pasos.
Sabia que esos dos puntos estaban muy lejos, pero la verdad es que no me preocupó mucho, el tramo del parque me encantó (disfruto muchísimo con la naturaleza), se me pasó en un suspiro.
Además, me había dado cuenta de que me empezaba a sentir mejor tras haberme hidratado y quitado el sudor hacía ya un kilómetro, y al pasar el kilómetro 33 en el interior del parque me di cuenta de que, pese a que seguía siendo adelantado, estaba empezando a adelantar a un número cada vez mayor de corredores, casi equiparando el número de corredores que estaba adelantando con los que me adelantaban en ese momento.
Me animó muchísimo, y hasta me emocioné un poco imaginándome que cada vez que adelantaba a uno de esos corredores que avanzaban casi arrastrándose, me estaba adelantando a mi mismo en mi actuación de hacía casi 3 meses, y con la motivación por las nubes y encontrando fuerzas para seguir no sé muy bien de donde, entré a dar la vuelta a la Plaza de España.
Durante la carrera había escuchado varias veces "¡Ánimo Juan!" o "¡Vamos Camacho!" pero no esperaba que fuesen gritos de caras conocidas, pensaba que sería por casualidad o por que leyesen mi nombre en el dorsal o la camiseta, pero ahí si estaban dirigidos a mí, cosa que descubrí más tarde (los gritos de ánimo eran de Emma y su compañera de piso, animándome).
Aun sin saberlo me vine arriba con los vítores de la multitud y apreté un poco el paso adelantando a varios corredores, y quedándome a la par de uno extranjero que estuvo a punto de adelantarme, pero decidí apretar para mantener la posición.
Los fotógrafos de la prueba nos sacaron varias fotos a ambos saliendo de la plaza, desde varios puntos diferentes, que no sé aun si compraré o no...
La salida de la plaza fue un momento de transición muy importante, dejé atrás al par de corredores que un momento antes me habían adelantado, pero supe volver a un ritmo asequible antes de tener que volver al mismo por falta de fuerza, así que dejé que se fuesen.
Cambiamos el jaleo de la plaza por el sosiego del parque nuevamente.
"Kilómetro 34, quedan tan solo 7 para acabar, es menos que ir al hotel de los elefantes y volver, encima en plano, ¿qué es eso? esta vez no vas a pararte, no vas a pararte, no vas a pararte..."
Pasando al lado de la Real Fábrica de Tabaco me asoló la incertidumbre por un momento, ya que me dolían músculos que no recordaba que me doliesen desde el anterior maratón, músculos que es raro que me duelan corriendo, como los de los brazos, el cuello o la espalda (no hace falta mencionar a todos los del tren inferior), pero no sentía ese agotamiento que sentí en Málaga, así que, tirando de todas mis fuerzas, seguí adelante.
Llegué antes de lo pensado a la Avenida de la Constitución, tomando consciencia real por primera vez en la carrera de que el final estaba cerca.
Julio ya me había enseñado fotos de como se pone ese tramo, inundado de vasos de plástico y completamente mojado, así que en cuanto llegué a la zona de los raíles del tranvía me situé en medio, a fin de evitar los tramos más mojados.
Avituallamiento difícil debido a los obstáculos que ya preveía, pero me hice sin contratiempos con un vaso de agua (el contratiempo vino al beber, ya que la mitad del agua acabó estrellada en mi cara), pero seguí adelante muy motivado, camino de la Giralda.
Pasé el último control 2:33:30 (yo seguía sin querer mirar el reloj), y decidí que no iba a esperar a la liebre de 3:15:00, ya había completado lo más duro, quedaban 6195 metros de nada y me encontraba mejor que nunca, ya que pese a todo el dolo físico podía mantener el ritmo sin problema alguno, no me cabía ninguna duda de que iba a ser capaz de acabar en condiciones y mi motivación estaba rozando el cielo.
De repente unas voces me trajeron de vuelta a la tierra "¡¡Juan, Juan!!" estaba a punto de girarme cuando vi a Marina y Gonzalo trotando a mi izquierda, Gonzalo con un gel en la mano.
Les dije (pensaba que iba a responder con un hilo de voz, pero el sonido de mi propia voz, un poco resquebrajada pero emocionada y firme en el mensaje me animó más aún) que iba genial y que no necesitaba el gel, que nos veíamos en un momento en la meta, y los dejé atrás mientras varios fotógrafos capturaban mi paso por el tramo.
Me animó muchísimo que se acordasen de que en esos últimos kilómetros posiblemente necesitase un empujón extra, y cuando pasé el kilómetro 36 iba tan extremadamente contento que no dudaba ni por un instante que iba a acabar corriendo, de principio a fin, y solo el pensamiento ya me llenaba de júbilo.
Ya prácticamente no me adelantaban corredores, me sentía muy animado y estaba empezando a adelantar cada vez a más corredores que iban realmente mal (algunos incluso me preocupaban, ya que avanzaban trotando pero dando tumbos), y me hicieron preguntarme si se me habría visto a mi tan mal en la maratón de Málaga.
Llegamos al kilómetro 37 sin darme cuenta, e impulsado por una nueva oleada de ánimo entré en el puente de la barqueta, donde agradecí a los voluntarios el agua que me entregaban.
"Menos de 4 kilómetros y meta, menos de 4 kilómetros y meta, menos de 4 kilómetros y meta..."
Pese a todo mi ánimo me costaba mantener el paso, el dolor se iba haciendo más fuerte conforme avanzaban los kilómetros, en progresión geométrica, mientras mi ánimo lo hacía en proporción aritmética, pero me negaba a rendirme y caminar aunque fuese una decena de metros.
En el kilómetro 38 me animó Isidro, el presi del Club Atletismo Fuengirola, y conseguí un puntito de ánimo para ahuyentar a los fantasmas durante unos metros.
Ya necesitaba acuciantemente orinar, era muy incómodo y notaba que me ralentizaba a cada paso que daba, pero recordaba que en Málaga paré en el kilómetro 28 y me costó muchísimo recuperar el ritmo, y varios kilómetros después tuve incluso que dejar de correr... Me aterraba la idea, a menos de 3 kilómetros para llegar a meta.
"Es sólo un truco de tu cuerpo, una trampa, quiere que te pares, el truco es hacer que pares y que luego no puedas andar de nuevo..."
Acabé haciendo un trato conmigo, pararía a orinar, lo justo y necesario, y volvería a la carrera al mismo ritmo que antes de parar, sin excusas.
En cuanto llegué al Parque del Alamillo me acerqué, corriendo también (tenía terror a quedarme parado y no ser capaz de continuar) a un arbusto a la derecha del camino, un poco apartado, oriné (la orina era prácticamente marrón, estaba mucho peor que la de Sierra Blanca cuando paré a orinar en la zona de Juanar, pero como estaba a menos de 3 kilómetros de acabar ni si quiera pude preocuparme por saber que estaba deshidratado).
Tras algo más de un minuto volví a la carretera, corriendo (realmente a estas alturas ya se trataba de un trote rápido), y notando dos calambres horribles, uno en la rodilla derecha y otro en el tobillo derecho.
Apretando los dientes empecé a recitar mentalmente un mantra ("el dolor no existe, es solo un truco, el dolor no existe, es solo un truco...") y pasé por el kilómetro 39 casi cojeando.
No había llegado tan lejos para detenerme, ni mucho menos, al final no sé si el dolor desapareció o conseguí controlarlo, pero dejé de sentirlo.
Un atleta con la equipación del triatlón Mijas me pasó a buen ritmo y me animó antes de continuar. "Estás en todas", me dijo, así que sospecho que el también.
No sé por qué pero me dio por sonreír, y me di cuenta de que las camisetas de los atletas que estaba pasando las conocía... ¡Estaba recuperando la posición que tenía antes de parar a orinar!
Vi a lo lejos el cartel del kilómetro 40, que alcancé pasando un puentecillo que había sobre un lago, y no puedo explicar por qué, pero no podía parar de sonreír.
Cada paso dolía, muchísimo, era perfectamente consciente de ello, pero ya prácticamente ni lo notaba, parecía que el dolor fuese una sensación neutra, estaba ahí, hacía varias horas que me acompañaba, pero ya no me disgustaba su presencia, simplemente me era indiferente.
Salí del Parque del Alamillo dejando escapar un grito gutural, más dirigido a mí mismo que a nada ni a nadie en particular, con la sonrisa perenne en la cara.
Extraño contraste desde luego, pero no pude evitarlo.
La gente nos animaba a nuestro paso, nos aplaudían, nos decían que ya estaba todo hecho... El estadio estaba a nuestra derecha, seguramente habría que rodearlo, ya que no podía quedar menos de un kilómetro y medio...
Seguí corriendo, me sentía como flotando y tenía unas ganas increíbles de acabar... pero no quería que ese momento acabase... Con esa dicotomía ocupando mis pensamientos pasé el cartel del kilómetro 41.
¡Conocía esa zona! esa misma mañana el autobús de línea nos había dejado al lado...
Recorrí los escasos metros que nos separaban del extraño puente-rocódromo y dejé de pensar.
No sé como explicarlo, pero era totalmente consciente de todo y de nada a la vez.
La gente se agolpaba en ese espacio y nos jaleaba con gritos de júbilo y de ánimo.
Los metros hasta la entrada del estado se agotaban... Entré en el estadio.
Hacía fresco en la zona de la rampa de cemento, que crucé a buen paso.
Se veía la pista a lo lejos.
Volví a pensar, recordando cada entrenamiento desde que tengo memoria, desde el primero yendo al Gavia (antiguo restaurante El Bote) y volver con mi padre hasta la última tirada previa a la maratón, sesión con las minimalistas.
Al poner un pie en la pista miré el reloj: 3:09:19.
Realmente desde que entré en la Plaza de España sabía (aunque sin querer creérmelo todavía) que iba a superar mi récord, pero el ver que tenía menos de 400 metros para terminar y saberlo fue una sensación indescriptible.
Estaba todo dado ya, sabía que de 3:10:00 no iba a poder bajar, pero me puse como objetivo pasar bajo el arco de meta antes de que el crono marcase el paso a las 3:11:00.
Comencé a acelerar, zancada tras zancada.
Mis músculos se quejaban, mi corazón martilleaba en el pecho, mi garganta me escocía, me comenzaba a doler todo... pero no iba a parar. No podía parar...
Desde la última curva a la entrada a meta no recuerdo con quien iba, por que parte de la pista o qué hice, sólo sé que había un reloj al final de una recta eterna que se acercaba impasible a 3:11:00, y que nada importaba ya salvo llegar antes de que eso sucediese.
Llegué al arco de meta, levanté los brazos y paré el crono, sin saber si lo habría conseguido o no.
3:10:56 según mi crono. Lo había conseguido.
Había sido capaz de dosificarme en una distancia mayor a la que lo había hecho nunca, había sido capaz de ahuyentar a mis fantasmas, había sido capaz de acabar un maratón sin dar ni un solo paso, sólo corriendo, había bajado en más de 8 minutos el tiempo impuesto hacía menos de 3 meses en la distancia...
No se puede expresar con palabras la experiencia de vivir algo así.
Me entregaron la medalla de finisher dándome la enhorabuena, alguien me dio un plástico que me lié alrededor del cuerpo y me eché un par de fotos, pero no sé el orden en el que sucedieron las cosas.
No era capaz de evitar sollozar, no sé por qué, no sé si de alegría, de dolor o de tristeza, pero no recuerdo haber llorado tanto en meses...
Me acordé muchísimo de mi familia, de mis amigos, de mis compañeros del club, de corredores conocidos, y algunos anónimos que conozco solo de vista... pero sobre todo de mi padre.
Sabía que el había corrido varias veces en Sevilla, y pensar en que todo eso que estaba sintiendo en esos momentos lo había sentido él años atrás en el mismo lugar fue algo sobrecogedor.
Pese a que se encontraba a cientos de kilómetros de distancia me sentí muy conectado a él, y me dispuse a mandarle una foto a mis padres diciéndoles el tiempo y lo bien que había llegado.
Al ver el móvil vi que tenía decenas de mensajes en casi una decena de conversaciones, pero no estaba en condiciones de responder todavía.
El estadio estaba fresco pese a ir envuelto en el plástico y tenía mucha sed.
No sabía donde ir, así que me dispuse a seguir a las cientos de almas que como yo, pululaban por las entrañas del estadio.
Me encontré con varios corredores que me reconocieron de otras carreras o por el blog, y me felicitaron por la carrera, pero en esos momentos no estaba en condiciones de hablar si quiera, así que me limité a asentir, buscando algún punto de avituallamiento.
Tras caminar (bueno, arrastras los pies) durante un par de minutos di con uno, conde me dieron un vaso de medio litro de agua y un paquete de cereales, y más adelante, cuando ya no quedaba nada del agua, una botella de Gaterorade.
Casi me como el mostrador, ya que había un bordillo minúsculo, que había visto, pero no tuve fuerzas para levantar los pies, aunque pude apoyar las manos en el puesto a tiempo, evitando la caída.
Alguien me ofreció dátiles, y decidí darles una oportunidad.
No estaban mal, tenían un hueso, que escupí en la papelera donde tiré el Gatorade, ya vacío, y me apoyé contra una columna mientras recobraba fuerzas para seguir.
"¿Dónde está el guardarropa y por qué hace tanto frío? ¿teníamos que ir en pendiente ascendente tras acabar un maratón?" Esta y otras preguntas sin respuesta rondaban mi mente.
Pero aun así estaba bastante bien comparado con otros corredores, que gritaban de dolor mientras les ayudaban a estirar o acababan vomitando de rodillas en el suelo...
La imagen de los estragos de la maratón no fue agradable, así que me decidí a salir cuanto antes, para, al menos, que me diese un poco el sol y el aire.
Salí fuera y me senté al lado de un par de portugueses que estaban disfrutando del sol, mientras mandaba otra foto a amigos y familiares y les comentaba que ya había llegado.
Pese a que hacía ya un buen rato que había llegado no podía evitar seguir sollozando a ratos, cada vez que pensaba en la carrera, cosa bastante frecuente, sin saber muy bien por qué, y pasaba de sonreír de oreja a oreja a llorar en un instante.
Mientras el sol me iba calentando y yo me iba recomponiendo, seguí contactando con mis amigos, familiares y compañeros, y les mandaba una foto del tiempo.
Cuando conseguí estabilizarme emocionalmente me dirigí hacia la puerta N, atravesando un improvisado camping de atletas que habían creado un improvisado solarium estirando sus plásticos y tumbándose sobre ellos al sol, en el césped de alrededor del estadio.
Recogí mi bolsa del corredor y me dirigí en busca y captura de una ducha.
No conseguí encontrarlas y tenía ya bastante frío, así que en el primer baño que encontré me fui cambiando poco a poco, con movimientos lentos para evitar calambrazos, ya que tenía el cuerpo entero como un resorte a punto de ser accionado.
Mi hermana me llamó a medio cambiar, pero como estaba en el interior del estadio todo lo que pude sacar en claro fue que estaba llegando y que Gonzalo estaba ya en el exterior, así que tras cambiarme me dirigí al exterior de la puerta N, y esperé a Gonzalo al lado de la ambulancia.
Estaba pletórico, físicamente derrengado, pero aun sabiendo que me esperaban casi 5 kilómetros para llegar hasta el coche estaba muy animado.
Gonzalo llegó y nos dirigimos al puente-rocódromo, donde nos encontramos con Marina y Claudia y nos encaminamos hacia el coche mientras les contaba como había ido la carrera.
Me dijeron que si querían que me echase una foto antes de salir de las inmediaciones del estadio y accedí a echarme una ante el puente ya que ese sitio tiene algo especial para mí.
Seguía realmente sediento, así que en el puesto de avituallamiento del puente pedí un vaso de agua, que me dieron gustosos, y nos paramos un momento a descansar y a echarnos una foto sobre el río mientras recobraba fuerzas de nuevo.
La aventura del maratón de Sevilla no acabaría hasta 8 horas después, tras haber caminado unos 10 kilómetros en total (pasee bien la medalla por todo el centro de Sevilla) y haber almorzado una buena pizza y merendado un buen helado, con la compañía excepcional de Gonzalo, Marina, Claudia, Emma y Doro; Cuando ya estuvimos listos nos encaminamos hacia Málaga.
Llegamos cerca de las 9 de la noche, con el cuerpo machacado de haber corrido la maratón, haber pasado más de 2 horas paseando después de ello y haber conducido durante varias más, pero aun con todo ese tute el dolor no era, ni de lejos, lo que recordaba tras haber corrido la maratón de Málaga.
La maratón de Sevilla me ha encantado, especialmente el recorrido y la actuación de los voluntarios, pero hay aspectos que cambiaría para otros años, no pretendo criticar por criticar, sino hacerlo de forma constructiva.
En primer lugar, que la camiseta finisher haya que pagarla me parece perjudicial, sobre todo, para la organización, ya que los que más y mejor publicidad dan a la prueba son corredores populares, y mucha gente (a mi me pasa) se anima a ir a las pruebas en ocasiones por ver repetidas veces la camiseta conmemorativa del evento.
De acuerdo, se entregó una equipación New Balance completa, pero creo que la ropa más técnica de un atleta es o la equipación del club al que pertenecemos u otra comprada a propósito, no suele ser la ropa conmemorativa de una carrera, así que no se le va a dar tanta publicidad a través de ello.
En segundo lugar, que el transporte de cercanías costase dinero a los atletas el día de la prueba (no sé si es lo normal, como solo llevo dos maratones de experiencia no puedo opinar).
En tercer lugar, la falta de duchas en la llegada a meta, que para una carrera de 9000 personas me parece algo realmente problemático.
Y en cuarto lugar, el entregar vasos (generalmente a media carga) en los avituallamientos, ya que ralentizaba el ritmo en las zonas de avituallamiento y hacía que necesitases más de una parada en el mismo puesto para rehidratar adecuadamente.
Por otro lado, doy la enhorabuena por la gestión de los 9000 atletas, nunca había corrido con tantas personas juntas y la experiencia ha sido muy buena, las liebres, hasta donde pude seguir, hicieron un gran trabajo (¡eres un crack Fran!), había muchos voluntarios en todo momento, ayudando en todo lo que pudieron y el servicio de guardarropa fue rápido y eficaz, aunque tal vez estaba demasiado alejado de la zona de la salida.
A modo de resumen de mi actuación (en términos de rendimiento) en la carrera dejo un par de imágenes, de la primera clasificación (provisional) y la segunda, ya que una imagen vale más que mil palabras:
Quiero acabar la crónica de esta carrera agradeciéndole al público sevillano su apoyo, nunca he visto una carrera con tantísimo público y animando tan fervientemente, su presencia ha sido uno de los elementos que creo más recordaré de la maratón.
Gracias también a mis acompañantes, obviamente, a mis familiares, amigos, compañeros y corredores, a todas las personas que me habéis animado (y me animáis) a que siga adelante en cada nuevo desafío.
¡Sois los mejores!
Mientras iba siendo adelantado me concentré en continuar, repitiéndome mentalmente que ese dolor no era nada comparado con lo que he vivido en otras carreras, especialmente, en la última media de Antequera, y haciendo todo lo posible por ignorarlo apreté un poco el paso.
Seguía molestando, pero me di cuenta de que podía "controlarlo", y cuando pasamos la primera rotonda de la calle (kilómetro 23) me encontré recortando distancias con el pelotón.
Tenía pensado tomarme un par de geles a base de papilla de frutas (ya hablé recientemente sobre diferentes tipos de geles) en los kilómetros 34 y 40, pero como no sabía aun si se trataba de una llegada prematura del "muro", de problemas estomacales o molestias psicológicas más que fisiológicas, decidí tomarme el primero en el kilómetro 24, aprovechando que venía un avituallamiento cerca, y el segundo, en el 29, con la misma intención.
En el kilómetro 24, casi llegando al final de la calle (¿he comentado ya lo larguísimas que eran las calles?) ya prácticamente no notaba el dolor, pero decidí seguí con mi estrategia de todos modos, y me tomé un tubito de gel.
Me vine arriba con esa ausencia repentina del dolor, especialmente ahora que estaba acostumbrándome a correr con ella, pero las palabras de Julio volvieron a mi mente "en el maratón no se remonta..." así que decidí fijar el paso y seguir en solitario (aunque rodeado de gente), viendo como el enorme globo de Fran se iba alejando y se perdía en el giro de la calle.
Había una pendiente ligeramente ascendente, y cuando giramos la calle adelantamos a un corredor en silla de ruedas, al que animamos al pasar.
Kilómetro 25, recuperando las buenas sensaciones, y nuevo giro, pero ¡sorpresa! el globo de Fran ya no está.
No entiendo muy bien que pasa, ya que hace un momento me sacaba unos 400 metros (lo estaba usando como referencia, aun de lejos), y de repente me fijé en que se había soltado (no sé si a propósito o no, la verdad es que ese tipo de globos debe ser realmente incómodo de llevar, por el tamaño y porque pega unos tirones de la camiseta importantes, me dio varias veces en la cabeza en los primeros kilómetros y no llegaba a doler, pero molestaba bastante) y estaba enganchado en las ramas de un árbol.
Bueno, tendría que avanzar en solitario y sin referencias, pero no me preocupaba, estoy acostumbrado a escuchar a mi cuerpo.
Pasamos la Gran Plaza (kilómetro 26) mientras el atleta en silla de ruedas nos remontaba distancia, pidiéndonos espacio para poder aprovechar la bajada, y continuamos tras él, llegando a las inmediaciones del estadio del Sevilla.
Mentalmente me puse varios puntos clave en ese momento, que serían los kilómetros 28, 29, 30, 32, 35 y 36 y en los que pasaría algo en cada uno de ellos, con la idea de mantener el ritmo e ignorar la fatiga.
Durante esos kilómetros no pasó nada realmente destacable, me adelantaban muchos corredores, aunque puntualmente pasaba yo a otros, y trataba de mantener el ritmo pero sabiendo que poco a poco iba perdiendo fuelle, aunque de forma tan escalonada que tenía total confianza en ser capaz de superar mi tiempo en Málaga.
El kilómetro 27 estaba casi a la altura del Ramón Sánchez Pizjuán, y me motivaba restando metros (a metro por paso, no sé si la equivalencia sería correcta pero me perdía continuamente en la cuenta mental, así que tampoco es que me importase mucho) para llegar al siguiente kilómetro.
En el kilómetro 28 tuve que parar a orinar en la maratón de Málaga, y a pesar de tener muchas ganas en esta maratón también llegados a este punto, sentía que podía aguantarme más, así que seguí, adelantándome mentalmente y dirigiéndome hacia meta.
Trataba de imaginarme avanzando ágil y coordinadamente, ignorando el dolor en los gemelos, cuádriceps y glúteos, aunque sabía que conforme avanzasen los kilómetros mi avance sería más "ortopédico"
En el kilómetro 29 me tomé el segundo gel, como estaba previsto, y al llegar al avituallamiento del 30 me encontré con una marea de vasos inundando el suelo, que intenté evitar, al igual que a los corredores que se habían quedado parados en las mesas momentáneamente, conseguí coger un paso y, aunque por mí hubiese bebido más, pasé el última mesa, así que tuve que continuar, con mi sed medio saciada únicamente.
No quise mirar el reloj cuando pasé, previamente el control del kilómetro 30, pero según el chip, lo pasé en 2:09:13, a un ritmo medio de 4:19 minutos por kilómetro, 5 segundos por kilómetro más lento que en los primeros 15.
Continuamos avanzando, y mientras giramos, a la altura del Benito Villamarín, me di cuenta de que se aproximaba "el muro", lentamente.
Estaba siendo adelantado por corredores que hace un momento había pasado en las mesas de avituallamiento, y ahora habían recuperado la posición con una facilidad inusitada mientras a mi me costaba no bajar el ritmo, aunque había otros que, por desgracia, iban peor que yo, y se iban retirando a un lado de la calzada con calambres y lágrimas en los ojos.
Por primera vez en toda la carrera se podía avanzar "libremente", con varios metros de "espacio vital" entre un corredor y el siguiente, aunque al verse más vacío el espacio, el paso por la Avenida la Palmera se me hizo un poco más largo (aunque, como digo, es posible que se deba al efecto del "muro").
Creo que pasé el "muro" bastante bien, no llegué a saltarlo (o si lo salté, caí y me magullé un poco antes de seguir), pero no me estampé contra él como en Málaga.
El avituallamiento del kilómetro 32,5 me pilló por sorpresa, en mi mente no contaba con él, y aproveché para beber agua y pasarme una esponja mojada por la cara y el cuello, que me alivió muchísimo camino al Parque María Luisa.
El siguiente punto "crítico", sería el avituallamiento del kilómetro 35, y sobre todo, el kilómetro 36, donde durante mi debut en maratón y por primera vez en una carrera dejé de correr y anduve, intercalando trote con pasos.
Sabia que esos dos puntos estaban muy lejos, pero la verdad es que no me preocupó mucho, el tramo del parque me encantó (disfruto muchísimo con la naturaleza), se me pasó en un suspiro.
Además, me había dado cuenta de que me empezaba a sentir mejor tras haberme hidratado y quitado el sudor hacía ya un kilómetro, y al pasar el kilómetro 33 en el interior del parque me di cuenta de que, pese a que seguía siendo adelantado, estaba empezando a adelantar a un número cada vez mayor de corredores, casi equiparando el número de corredores que estaba adelantando con los que me adelantaban en ese momento.
Me animó muchísimo, y hasta me emocioné un poco imaginándome que cada vez que adelantaba a uno de esos corredores que avanzaban casi arrastrándose, me estaba adelantando a mi mismo en mi actuación de hacía casi 3 meses, y con la motivación por las nubes y encontrando fuerzas para seguir no sé muy bien de donde, entré a dar la vuelta a la Plaza de España.
Durante la carrera había escuchado varias veces "¡Ánimo Juan!" o "¡Vamos Camacho!" pero no esperaba que fuesen gritos de caras conocidas, pensaba que sería por casualidad o por que leyesen mi nombre en el dorsal o la camiseta, pero ahí si estaban dirigidos a mí, cosa que descubrí más tarde (los gritos de ánimo eran de Emma y su compañera de piso, animándome).
Aun sin saberlo me vine arriba con los vítores de la multitud y apreté un poco el paso adelantando a varios corredores, y quedándome a la par de uno extranjero que estuvo a punto de adelantarme, pero decidí apretar para mantener la posición.
Cambiamos el jaleo de la plaza por el sosiego del parque nuevamente.
"Kilómetro 34, quedan tan solo 7 para acabar, es menos que ir al hotel de los elefantes y volver, encima en plano, ¿qué es eso? esta vez no vas a pararte, no vas a pararte, no vas a pararte..."
Pasando al lado de la Real Fábrica de Tabaco me asoló la incertidumbre por un momento, ya que me dolían músculos que no recordaba que me doliesen desde el anterior maratón, músculos que es raro que me duelan corriendo, como los de los brazos, el cuello o la espalda (no hace falta mencionar a todos los del tren inferior), pero no sentía ese agotamiento que sentí en Málaga, así que, tirando de todas mis fuerzas, seguí adelante.
Llegué antes de lo pensado a la Avenida de la Constitución, tomando consciencia real por primera vez en la carrera de que el final estaba cerca.
Julio ya me había enseñado fotos de como se pone ese tramo, inundado de vasos de plástico y completamente mojado, así que en cuanto llegué a la zona de los raíles del tranvía me situé en medio, a fin de evitar los tramos más mojados.
Avituallamiento difícil debido a los obstáculos que ya preveía, pero me hice sin contratiempos con un vaso de agua (el contratiempo vino al beber, ya que la mitad del agua acabó estrellada en mi cara), pero seguí adelante muy motivado, camino de la Giralda.
Pasé el último control 2:33:30 (yo seguía sin querer mirar el reloj), y decidí que no iba a esperar a la liebre de 3:15:00, ya había completado lo más duro, quedaban 6195 metros de nada y me encontraba mejor que nunca, ya que pese a todo el dolo físico podía mantener el ritmo sin problema alguno, no me cabía ninguna duda de que iba a ser capaz de acabar en condiciones y mi motivación estaba rozando el cielo.
De repente unas voces me trajeron de vuelta a la tierra "¡¡Juan, Juan!!" estaba a punto de girarme cuando vi a Marina y Gonzalo trotando a mi izquierda, Gonzalo con un gel en la mano.
Les dije (pensaba que iba a responder con un hilo de voz, pero el sonido de mi propia voz, un poco resquebrajada pero emocionada y firme en el mensaje me animó más aún) que iba genial y que no necesitaba el gel, que nos veíamos en un momento en la meta, y los dejé atrás mientras varios fotógrafos capturaban mi paso por el tramo.
Ya prácticamente no me adelantaban corredores, me sentía muy animado y estaba empezando a adelantar cada vez a más corredores que iban realmente mal (algunos incluso me preocupaban, ya que avanzaban trotando pero dando tumbos), y me hicieron preguntarme si se me habría visto a mi tan mal en la maratón de Málaga.
Llegamos al kilómetro 37 sin darme cuenta, e impulsado por una nueva oleada de ánimo entré en el puente de la barqueta, donde agradecí a los voluntarios el agua que me entregaban.
"Menos de 4 kilómetros y meta, menos de 4 kilómetros y meta, menos de 4 kilómetros y meta..."
Pese a todo mi ánimo me costaba mantener el paso, el dolor se iba haciendo más fuerte conforme avanzaban los kilómetros, en progresión geométrica, mientras mi ánimo lo hacía en proporción aritmética, pero me negaba a rendirme y caminar aunque fuese una decena de metros.
En el kilómetro 38 me animó Isidro, el presi del Club Atletismo Fuengirola, y conseguí un puntito de ánimo para ahuyentar a los fantasmas durante unos metros.
Ya necesitaba acuciantemente orinar, era muy incómodo y notaba que me ralentizaba a cada paso que daba, pero recordaba que en Málaga paré en el kilómetro 28 y me costó muchísimo recuperar el ritmo, y varios kilómetros después tuve incluso que dejar de correr... Me aterraba la idea, a menos de 3 kilómetros para llegar a meta.
"Es sólo un truco de tu cuerpo, una trampa, quiere que te pares, el truco es hacer que pares y que luego no puedas andar de nuevo..."
Acabé haciendo un trato conmigo, pararía a orinar, lo justo y necesario, y volvería a la carrera al mismo ritmo que antes de parar, sin excusas.
En cuanto llegué al Parque del Alamillo me acerqué, corriendo también (tenía terror a quedarme parado y no ser capaz de continuar) a un arbusto a la derecha del camino, un poco apartado, oriné (la orina era prácticamente marrón, estaba mucho peor que la de Sierra Blanca cuando paré a orinar en la zona de Juanar, pero como estaba a menos de 3 kilómetros de acabar ni si quiera pude preocuparme por saber que estaba deshidratado).
Tras algo más de un minuto volví a la carretera, corriendo (realmente a estas alturas ya se trataba de un trote rápido), y notando dos calambres horribles, uno en la rodilla derecha y otro en el tobillo derecho.
Apretando los dientes empecé a recitar mentalmente un mantra ("el dolor no existe, es solo un truco, el dolor no existe, es solo un truco...") y pasé por el kilómetro 39 casi cojeando.
No había llegado tan lejos para detenerme, ni mucho menos, al final no sé si el dolor desapareció o conseguí controlarlo, pero dejé de sentirlo.
Un atleta con la equipación del triatlón Mijas me pasó a buen ritmo y me animó antes de continuar. "Estás en todas", me dijo, así que sospecho que el también.
No sé por qué pero me dio por sonreír, y me di cuenta de que las camisetas de los atletas que estaba pasando las conocía... ¡Estaba recuperando la posición que tenía antes de parar a orinar!
Vi a lo lejos el cartel del kilómetro 40, que alcancé pasando un puentecillo que había sobre un lago, y no puedo explicar por qué, pero no podía parar de sonreír.
Cada paso dolía, muchísimo, era perfectamente consciente de ello, pero ya prácticamente ni lo notaba, parecía que el dolor fuese una sensación neutra, estaba ahí, hacía varias horas que me acompañaba, pero ya no me disgustaba su presencia, simplemente me era indiferente.
Salí del Parque del Alamillo dejando escapar un grito gutural, más dirigido a mí mismo que a nada ni a nadie en particular, con la sonrisa perenne en la cara.
Extraño contraste desde luego, pero no pude evitarlo.
La gente nos animaba a nuestro paso, nos aplaudían, nos decían que ya estaba todo hecho... El estadio estaba a nuestra derecha, seguramente habría que rodearlo, ya que no podía quedar menos de un kilómetro y medio...
Seguí corriendo, me sentía como flotando y tenía unas ganas increíbles de acabar... pero no quería que ese momento acabase... Con esa dicotomía ocupando mis pensamientos pasé el cartel del kilómetro 41.
¡Conocía esa zona! esa misma mañana el autobús de línea nos había dejado al lado...
Recorrí los escasos metros que nos separaban del extraño puente-rocódromo y dejé de pensar.
No sé como explicarlo, pero era totalmente consciente de todo y de nada a la vez.
La gente se agolpaba en ese espacio y nos jaleaba con gritos de júbilo y de ánimo.
Los metros hasta la entrada del estado se agotaban... Entré en el estadio.
Hacía fresco en la zona de la rampa de cemento, que crucé a buen paso.
Se veía la pista a lo lejos.
Volví a pensar, recordando cada entrenamiento desde que tengo memoria, desde el primero yendo al Gavia (antiguo restaurante El Bote) y volver con mi padre hasta la última tirada previa a la maratón, sesión con las minimalistas.
Al poner un pie en la pista miré el reloj: 3:09:19.
Realmente desde que entré en la Plaza de España sabía (aunque sin querer creérmelo todavía) que iba a superar mi récord, pero el ver que tenía menos de 400 metros para terminar y saberlo fue una sensación indescriptible.
Estaba todo dado ya, sabía que de 3:10:00 no iba a poder bajar, pero me puse como objetivo pasar bajo el arco de meta antes de que el crono marcase el paso a las 3:11:00.
Comencé a acelerar, zancada tras zancada.
Mis músculos se quejaban, mi corazón martilleaba en el pecho, mi garganta me escocía, me comenzaba a doler todo... pero no iba a parar. No podía parar...
Desde la última curva a la entrada a meta no recuerdo con quien iba, por que parte de la pista o qué hice, sólo sé que había un reloj al final de una recta eterna que se acercaba impasible a 3:11:00, y que nada importaba ya salvo llegar antes de que eso sucediese.
3:10:56 según mi crono. Lo había conseguido.
Había sido capaz de dosificarme en una distancia mayor a la que lo había hecho nunca, había sido capaz de ahuyentar a mis fantasmas, había sido capaz de acabar un maratón sin dar ni un solo paso, sólo corriendo, había bajado en más de 8 minutos el tiempo impuesto hacía menos de 3 meses en la distancia...
No se puede expresar con palabras la experiencia de vivir algo así.
Me entregaron la medalla de finisher dándome la enhorabuena, alguien me dio un plástico que me lié alrededor del cuerpo y me eché un par de fotos, pero no sé el orden en el que sucedieron las cosas.
No era capaz de evitar sollozar, no sé por qué, no sé si de alegría, de dolor o de tristeza, pero no recuerdo haber llorado tanto en meses...
Me acordé muchísimo de mi familia, de mis amigos, de mis compañeros del club, de corredores conocidos, y algunos anónimos que conozco solo de vista... pero sobre todo de mi padre.
Sabía que el había corrido varias veces en Sevilla, y pensar en que todo eso que estaba sintiendo en esos momentos lo había sentido él años atrás en el mismo lugar fue algo sobrecogedor.
Pese a que se encontraba a cientos de kilómetros de distancia me sentí muy conectado a él, y me dispuse a mandarle una foto a mis padres diciéndoles el tiempo y lo bien que había llegado.
Al ver el móvil vi que tenía decenas de mensajes en casi una decena de conversaciones, pero no estaba en condiciones de responder todavía.
El estadio estaba fresco pese a ir envuelto en el plástico y tenía mucha sed.
No sabía donde ir, así que me dispuse a seguir a las cientos de almas que como yo, pululaban por las entrañas del estadio.
Me encontré con varios corredores que me reconocieron de otras carreras o por el blog, y me felicitaron por la carrera, pero en esos momentos no estaba en condiciones de hablar si quiera, así que me limité a asentir, buscando algún punto de avituallamiento.
Tras caminar (bueno, arrastras los pies) durante un par de minutos di con uno, conde me dieron un vaso de medio litro de agua y un paquete de cereales, y más adelante, cuando ya no quedaba nada del agua, una botella de Gaterorade.
Casi me como el mostrador, ya que había un bordillo minúsculo, que había visto, pero no tuve fuerzas para levantar los pies, aunque pude apoyar las manos en el puesto a tiempo, evitando la caída.
Alguien me ofreció dátiles, y decidí darles una oportunidad.
No estaban mal, tenían un hueso, que escupí en la papelera donde tiré el Gatorade, ya vacío, y me apoyé contra una columna mientras recobraba fuerzas para seguir.
"¿Dónde está el guardarropa y por qué hace tanto frío? ¿teníamos que ir en pendiente ascendente tras acabar un maratón?" Esta y otras preguntas sin respuesta rondaban mi mente.
Pero aun así estaba bastante bien comparado con otros corredores, que gritaban de dolor mientras les ayudaban a estirar o acababan vomitando de rodillas en el suelo...
La imagen de los estragos de la maratón no fue agradable, así que me decidí a salir cuanto antes, para, al menos, que me diese un poco el sol y el aire.
Salí fuera y me senté al lado de un par de portugueses que estaban disfrutando del sol, mientras mandaba otra foto a amigos y familiares y les comentaba que ya había llegado.
Pese a que hacía ya un buen rato que había llegado no podía evitar seguir sollozando a ratos, cada vez que pensaba en la carrera, cosa bastante frecuente, sin saber muy bien por qué, y pasaba de sonreír de oreja a oreja a llorar en un instante.
Mientras el sol me iba calentando y yo me iba recomponiendo, seguí contactando con mis amigos, familiares y compañeros, y les mandaba una foto del tiempo.
Cuando conseguí estabilizarme emocionalmente me dirigí hacia la puerta N, atravesando un improvisado camping de atletas que habían creado un improvisado solarium estirando sus plásticos y tumbándose sobre ellos al sol, en el césped de alrededor del estadio.
Recogí mi bolsa del corredor y me dirigí en busca y captura de una ducha.
No conseguí encontrarlas y tenía ya bastante frío, así que en el primer baño que encontré me fui cambiando poco a poco, con movimientos lentos para evitar calambrazos, ya que tenía el cuerpo entero como un resorte a punto de ser accionado.
Mi hermana me llamó a medio cambiar, pero como estaba en el interior del estadio todo lo que pude sacar en claro fue que estaba llegando y que Gonzalo estaba ya en el exterior, así que tras cambiarme me dirigí al exterior de la puerta N, y esperé a Gonzalo al lado de la ambulancia.
Estaba pletórico, físicamente derrengado, pero aun sabiendo que me esperaban casi 5 kilómetros para llegar hasta el coche estaba muy animado.
Gonzalo llegó y nos dirigimos al puente-rocódromo, donde nos encontramos con Marina y Claudia y nos encaminamos hacia el coche mientras les contaba como había ido la carrera.
Me dijeron que si querían que me echase una foto antes de salir de las inmediaciones del estadio y accedí a echarme una ante el puente ya que ese sitio tiene algo especial para mí.
Seguía realmente sediento, así que en el puesto de avituallamiento del puente pedí un vaso de agua, que me dieron gustosos, y nos paramos un momento a descansar y a echarnos una foto sobre el río mientras recobraba fuerzas de nuevo.
Llegamos cerca de las 9 de la noche, con el cuerpo machacado de haber corrido la maratón, haber pasado más de 2 horas paseando después de ello y haber conducido durante varias más, pero aun con todo ese tute el dolor no era, ni de lejos, lo que recordaba tras haber corrido la maratón de Málaga.
La maratón de Sevilla me ha encantado, especialmente el recorrido y la actuación de los voluntarios, pero hay aspectos que cambiaría para otros años, no pretendo criticar por criticar, sino hacerlo de forma constructiva.
En primer lugar, que la camiseta finisher haya que pagarla me parece perjudicial, sobre todo, para la organización, ya que los que más y mejor publicidad dan a la prueba son corredores populares, y mucha gente (a mi me pasa) se anima a ir a las pruebas en ocasiones por ver repetidas veces la camiseta conmemorativa del evento.
De acuerdo, se entregó una equipación New Balance completa, pero creo que la ropa más técnica de un atleta es o la equipación del club al que pertenecemos u otra comprada a propósito, no suele ser la ropa conmemorativa de una carrera, así que no se le va a dar tanta publicidad a través de ello.
En segundo lugar, que el transporte de cercanías costase dinero a los atletas el día de la prueba (no sé si es lo normal, como solo llevo dos maratones de experiencia no puedo opinar).
En tercer lugar, la falta de duchas en la llegada a meta, que para una carrera de 9000 personas me parece algo realmente problemático.
Y en cuarto lugar, el entregar vasos (generalmente a media carga) en los avituallamientos, ya que ralentizaba el ritmo en las zonas de avituallamiento y hacía que necesitases más de una parada en el mismo puesto para rehidratar adecuadamente.
Por otro lado, doy la enhorabuena por la gestión de los 9000 atletas, nunca había corrido con tantas personas juntas y la experiencia ha sido muy buena, las liebres, hasta donde pude seguir, hicieron un gran trabajo (¡eres un crack Fran!), había muchos voluntarios en todo momento, ayudando en todo lo que pudieron y el servicio de guardarropa fue rápido y eficaz, aunque tal vez estaba demasiado alejado de la zona de la salida.
A modo de resumen de mi actuación (en términos de rendimiento) en la carrera dejo un par de imágenes, de la primera clasificación (provisional) y la segunda, ya que una imagen vale más que mil palabras:
Quiero acabar la crónica de esta carrera agradeciéndole al público sevillano su apoyo, nunca he visto una carrera con tantísimo público y animando tan fervientemente, su presencia ha sido uno de los elementos que creo más recordaré de la maratón.
Gracias también a mis acompañantes, obviamente, a mis familiares, amigos, compañeros y corredores, a todas las personas que me habéis animado (y me animáis) a que siga adelante en cada nuevo desafío.
¡Sois los mejores!
Gracias por partida doble Miguel, me alegro de que te haya gustado ;)
ResponderEliminarLa verdad es que siempre he tenido buena memoria, pero aun así me dejo cosillas en el tintero, hubo una zona en uno de los tramos que iba "solo" en el que había unos niños con la familia animando y extendieron las manos al pasar yo, les choqué y se pusieron a gritar super felices, lo que me dio bastante ánimo, pero como no sé exactamente por donde era no lo incluí. Me recordó a mis niños del cole haciendo relevos en las clases de EF (relevando con choque de manos).
No sé si podré volver a bajar 8 minutos en la siguiente, pero haré lo posible ;)
¡Un saludo Miguel, y gracias por tu comentario!
joder Juan Andres que manera de hacer que entremos en ti y experimentemos algunas de esas sensaciones de emoción con tus palabras aún cuando digas que es inexplicable te aseguro que transmites mucho.... ENHORABUENA por tu tiempazo y por tu crónica.
ResponderEliminarTu si que eres un Crack!!
¡Muchísimas gracias Fran! Me alegro de ver que consigo transmitir bien ;) estoy recopilando fotos para ilustrar la crónica, a ver si eso ayuda también.
Eliminar¡Nos vemos en Nagüeles este viernes!