Preámbulo
101 Kilómetros en 24 horas; Para algunos puede parecer un margen excesivamente elevado, para otras, una gesta al alcance de muy pocos, pero en lo que todo aquel al que le pido opinión sobre la prueba coincide, es en la dureza física y mental de un desafío de tales dimensiones.
En mi caso, he tenido casi 7 horas de margen sobre esas 24 horas, pero de las 11 que me planteaba alcanzar me he quedado más que lejos.
Era una marca muy ambiciosa y tuve errores de principiante yendo a un ritmo, que en ese momento me parecía cómodo, muy superior al que debía mantener.
Tan superior era, que batí mi récord en 50 kilómetros, aunque de poco me sirvió, ya que realicé la segunda parte de la carrera a prácticamente la mitad de velocidad.
La experiencia ha sido increíble, muy extensa (más de 17 horas), por lo que la crónica no va a seguir mi tradicional formato, aunque cuando la tenga lista haré una recopilación de todos los fragmentos para el que quiera leerla como si de una crónica más se tratase (aunque irá más bien tirando a novela...).
Va a ser mucho más detallada en los fragmentos iniciales y mucho más difusa en los últimos kilómetros, que se basaron en respirar, avanzar y aguantar paso a paso mientras la luz de mi frontal perdía fuerza y mis energías se iban agotando, aunque no os quiero adelantar nada.
Este preámbulo es simplemente para adelantaros que estoy bien, que la crónica va a tardar en llegar y lo hará poco a poco, durante toda la semana, y por supuesto, para agradecer el apoyo a todos mis compañeros, amigos y familiares con los que compartí la experiencia o me mandaron sus ánimos.
Mención especial a Mayte, Gonzalo y Emma, que tuvieron su particular odisea de forma altruista con tal de apoyarme en esas horas tan duras, a David, con quien recorrí cerca de 50 kilómetros, a Raúl y Domi, compañeros del club, al atleta que me asistió en el kilómetro 92 cuando me planteé, por primera vez en mi vida, el retirarme de una prueba, y a todas las personas que me infundisteis fuerzas cuando ya estaba vacío.
Sin vosotros, lo creáis o no, no habría sido posible de realizar la carrera, puedes tener un físico portentoso, pero en las carreras de larga distancia y ultradistancia el componente mental es el realmente importante, y si cuando éste falla tienes a grandes personas a tu alrededor dándote ánimos, puedes conseguir todo lo que te plantees.
Enhorabuena a todos los aspirantes a Cientouneros, ya por pisar la línea de salida os merecéis respeto y admiración, y especialmente a aquellos que completasteis el desafío pese al azote del sol, la brisa nocturna y las interminables cuestas.
Os deseo una feliz celebración a todos y una pronta y efectiva recuperación.
Todos los caminos llevan a Ronda
Zafarrancho de combate
Comienza la aventura
La salida fue un poco lenta en los primeros compases, en los que avanzamos prácticamente trotando en el sitio hasta que cruzamos el segundo arco, y una vez fuera del estadio pudimos poner un ritmo algo mayor.
Éramos una marea humana que inundaba la calle e incluso rebosaba, amenazando con engullir a los curiosos que nos jaleaban.
No tardé en invadir el arcén, en cuanto me fue posible, junto con otros tantos corredores, para abrirme paso a través de la densa marabunta que avanzaba pausadamente.
Muchos de ellos andando pese a tener algo de espacio, creo que a veces toca hacer reflexión sobre estas salidas y actuar en consecuencia (yo, por ejemplo, ahora entiendo que salí incluso demasiado delante, la carrera acaba poniendo a cada uno en su lugar), llevamos meses esperando y queremos estar los primeros, a veces, sin pretender comenzar a un ritmo tan elevado (la salida de los 101 no debería parecer la de un 10k, como pareció).
La cosa es que desde el trallazo de salida hasta el giro a la izquierda que nos introduce en la Avenida de Málaga adelanté, zigzagueando, a media centena de corredores sin demasiada dificultad en cuanto a la velocidad, pero sí en cuanto a avanzar sin tropiezos, que se mantuvieron en menor o menor medida hasta prácticamente el final de la Avenida de Málaga; ahí ya pondría un ritmo más cómodo, con el que correr sin parones ni avances en diagonal.
Ronda estaba echada a la calle, aplaudiendo, gritando, exhibiendo pancartas... avanzaba impulsado por sus ánimos, devorando metros, sintiéndome infatigable, invencible...
Al llegar a la Carretera Espinel me dejo llevar en la suave pendiente a favor y aprieto el ritmo, notando repentinamente menos peso encima (llevaba cerca de 5 kilos en total entre la mochila y el cinturón).
Un corredor me dice "compañero, acabas de perder un bidón" y al palpar con la mano el cinturón me percato de la ausencia de una de las botellitas cargada con batido de frutos secos, con las que pensaba suplir, junto con los orejones, pasas, naranjas y plátanos, las comidas del día.
Me giro y me encuentro con la incesante marea humana que avanza sin tregua, así que reacciono en segundos y decido darlo por perdido; tengo tres más y 2 litros de líquido en la camelbak, no creo que note su ausencia (o eso espero, mientras continúo avazando).
Giramos en la calle Armiñán y me parece teletransportarme de nuevo al HOLE, aunque el ambiente es hasta más espectacular... No oigo ni el feedback del GPS (configurado para reportar datos cada 500 metros) ni la música, pero no me importa, el público me da alas, el día me pide correr.
Estoy tan motivado que parece que hasta el busto de la glorieta de la Plaza de España me saluda, y atravieso el tajo a 98 metros de altura, cruzando el mítico Puente Nuevo.
Si el día hubiese estado nublado ese momento realmente hubiese parecido un déjà vu, solo faltaba Marcos a mi lado comentándome que si aspiro el aire de la camelbak al revés se comprime y no suena (en esos momentos el estaba disputando la Transvulcania ese fin de semana).
La bajada por la calle Real y la calle Tomilla fue bastante vertiginosa, seguía escalando puestos camino a la cabeza de la carrera casi sin darme cuenta, mientras muchos corredores aprovechaban esta zona de las afueras para evacuar aguas (los nervios de la carrera, yo mismo sentía la llamada de la naturaleza, pero no estaba dispuesto a parar tan pronto...).
Cruzamos por el puente bajo la carretera de Ronda, ascendiendo ligeramente al aparecer en el otro lado de la carretera, y me encontré de bruces con un camión de la legión y varios corredores bebiendo de los grifos que salían de él.
"¿Será este el avituallamiento de Circunvalación? Por la zona tendría sentido..." eché un ojo al reloj, 22 minutos y pocos segundos... se supone que debería llegar a ese punto en 28, sin duda he comenzado demasiado rápido, aunque con esa pendiente a favor en los primeros kilómetros y el apoyo de los rondeños... lo compensaría subiendo más adelante, aún quedaban muchos kilómetros.
Bebí y me eché un poco de agua en cara brazos y nuca y retomé la marcha, mientras un atleta que saludaba a grito de "¡vamos errante!"
Nunca sospeché que sería "tan" reconocido, si bien es cierto que entre casi 2500 corredores, aunque no escribiese, ya de vista muchos me tendrían que conocer, pero todavía me parece raro que se me reconozca a menudo.
Agradecí el apoyo y continué avanzando, demasiado deprisa según mi GPS estaba promediando poco más de 5 minutos por kilómetro, cuando mi objetivo era 6...
Pero bueno, llegamos a la "criminal" última bajada del HOLE, que en esta ocasión estaba cuesta arriba, aunque la afronté con más ímpetu si cabe que bajando en el HOLE, y eso que tenía ya ganas de llegar a meta cuando bajaba hacia la zona de la circunvalación...
Un equipo de dos
Inmediaciones del Pilar de Coca, 11:55. Kilómetro 10,5.
Tras recuperar pausadamente en el avituallamiento, ya que el calor comienza a hacer mella en mi cuerpo pese a que mi motivación sigue intacta, decidí pegarme al equipo del IV Tercio, a fin de mantener un ritmo uniforme y tener algo de compañía.
Comenzamos a charlar, aumentando ligeramente la zancada para ponerme a su paso (tras refrescarme y beber en el avituallamiento me siento mucho mejor), y mientras nos pegamos y posteriormente rebasamos al IV Tercio, mantenemos una de las conversaciones más interesantes que he tenido en mucho tiempo.
Bifurcación de caminos
Segundo control de pasaporte, 14:20. Kilómetro 34-35.
La breve parada en el puestecillo donde nos sellaron los pasaportes me sirvió para "hacer inventario".
Tenía mucha calor, sudaba profusamente y mi camelbak estaba casi agotado, me quedaban 2 bidoncitos con bebida a base de frutos secos y uno que estaba recargando con agua que iba vacío; La espalda me dolía moderadamente, especialmente hombros, del roce de las cinchas (había un poco de movimiento, el ajuste no era perfecto) y una piedrecita en el pie izquierda había comenzado a provocarme una ampollita, aunque aun no era preocupante.
Tras sellar continuamos el rumbo, destinando algunos metros a caminar antes de volver a la carrera; Pese a que la parada había sido breve, había bastado para notar la vuelta a la marcha.
Antes de llegar al Cortijo del Polear paré de nuevo a orinar, con gran esfuerzo, y comprobé lo que me temía: Estaba perdiendo aún más líquido.
Los calambres ya me lo estaban anunciando, así que acepté de buen grado el agua que David me ofreció para beber un poco y refrescarme.
Llegamos al octavo avituallamiento en poco más de 3:41:00, con "solo" 12 minutos de margen con respecto al tiempo aritmético previsto.
Pese a que había comenzado a sufrir más de lo que quisiera, la carrera estaba pasando fugazmente, quizá por disfrutar de cada instante a pesar del sol y el calor.
Recuperamos en el avituallamiento, donde varios atletas se refugiaban del abrasador sol, y al retomar la marcha comprobamos como la carrera estaba totalmente "partida".
No veíamos a nadie por delante, pocos corredores nos seguían por detrás, y de los múltiples equipos que habíamos visto durante la prueba (IV Tercio, Grupo Alpino Benalmádena, Zapadores de la Legión, Inmemorial del Rey, Brigada Paracaidista, Ansias Vivas...) no había ni rastro, ni delante ni detrás.
Los caminos se hacían más y más largos, comenzábamos a andar durante mucho más de lo necesario (pocos metros antes de llegar a las cuestas y poco después tras pasarlas), estableciendo marcas en el trazado para obligarnos a retomar la marcha.
Cada vez tiraba más David, que prácticamente controlaba el ritmo, yo intervenía para reducir el paso y poco más; Menos mal que íbamos juntos en ese tramo, recorrerlo en solitario debe ser extenuante mentalmente, además de físicamente.
A la escasez de sombra había que sumar que esa zona del trazado prácticamente no tenía cuestas "visibles", tenía pendiente ligeramente ascendente o descendente, y las vistas eran iguales a ambos lados del camino, extendiéndose el carril hasta donde alcanzaba la vista... Cansaba de pensar que había que llegar hasta el final para saber por donde continuaba...
Los calambres eran cada vez más frecuentes y profundos, la camelbak estaba al límite... Me bebí un segundo bidoncito, acompañado del que iba vacío, y me tomé un par de pasas y un orejón, pero ya no había remedio para paliar la situación: Había "tocado" el muro (por no decir que me había estampado contra él).
Se lo comuniqué a David, que no dejó de animarme, e incluso no tuvo reparo en andar algunos tramos para poder recuperar.
Nos adelantó un corredor con la camiseta roja de Lucena, que a los pocos metros comenzó a andar también, aunque a un paso menor que el nuestro.
Le dije a David "en cuanto lo pasemos, retomamos el trote" a lo que accedió contento, deseoso de retomar la marcha.
Sin embargo, paré un momento a orinar (había vaciado la camelbak ya del todo en los últimos minutos) y comenzamos a trotar tras el árbol que nos habíamos marcado como objetivo.
Llegando al siguiente avituallamiento (miré cuanto quedaba unas 5 veces en la tabla que llevaba colgada de la camelbak) nos encontramos con un legionario que nos metió caña, diciendo que si hacía falta se venía con nosotros, que qué necesitábamos y que le diésemos fuerte.
Por un momento pensé que se venía con nosotros, ya que se puso a nuestro ritmo durante unos 200 metros, pero se despidió diciéndonos que el próximo avituallamiento estaba al caer, y que siguiésemos así.
El Cortijo de la Manga no fue un avituallamiento, fue un oasis, al que llegamos en casi 4 horas y media para recuperar líquido como si no hubiese mañana y refrescarnos nuca, cabeza, brazos, piernas...
Salimos de él casi completamente revitalizados, aunque en los primeros kilómetros tras pasar el avituallamiento no íbamos del todo cómodos, llevábamos la tripa llena.
El paso por el último avituallamiento reducía nuestro margen a 7 minutos con respecto al tiempo de paso marcado aritméticamente para clavar 11 horas, pero para haber superado ya el maratón, me encontraba bastante bien.
Primer contacto con "el muro" superado, aunque sabía que no sería el último...
También, y por primera vez, nos encontramos con una caja entera de geles energéticos (para que luego digan que no se amortiza el dorsal de los 101, lo que no sé yo es como no pierden dinero organizándola...), de los que cogí uno, por si me hacía falta más adelante, que enganché al cinturón.
Salimos del puesto, andando, para acabar de ingerir la comida y bebida, y nos encaminamos hacia el nuevo control de pasaporte.
En este caso fue electrónico, que pasamos acompañados del hermano de David, y tras él habían puesto mangeras para rellenar los dispositivos de almacenamiento de agua, donde recargué los dos bidoncitos que llevaba ya vacíos, aparte de refrescarme un poco.
Mientras tanto el hermano de David nos animaba diciendo que iríamos entre los 50 o 60 primeros corredores y que según le habían dicho lo peor ya había pasado, aunque, al menos yo, pensaba que sería justo al contrario.
La gente nos animó también en Alcalá del Valle, pero en comparación con otros pueblos bastante menos, quizá por ser la hora de la siesta (llegamos pasando por un par de minutos las 4, escasos minutos por encima de las 5 horas desde el inicio de la carrera).
La cuesta de salida de Alcalá fue épica, una enorme rampa con una inclinación de abuso, toda una picadora humana; no nos atrevimos a subirla corriendo, la comenzamos de inicio a fin caminando con pasos rápidos, alcanzando el kilómetro 50 en el final de la misma, en escasos minutos pasando las 5 horas y 6 minutos.
Fue para mi un nuevo récord en recorrer 50 kilómetros, de hecho, recorrí los 48.800 metros del HOLE en 5:21:10 (pese a tener que parar en Montejaque por tener problemas con el dorsal), por lo que estaba más que claro que estaba yendo demasiado rápido.
De hecho, se había ampliado en más de 5 minutos el margen de tiempo que llevábamos con respecto al tiempo previsto de carrera, aunque estaba a punto de caer en picado...
Llegamos al final de la cuesta y no fui capaz de arrancar de nuevo, pese a los ánimos de David.
El Marchador Errante
Cercanías de Setenil de las Bodegas, 17:21. Kilómetro 57,4.
Hace calor. Mucho calor.
Todos los caminos llevan a Ronda
Fuengirola, 05:50. A 122 kilómetros de la salida.
Doy vueltas en la cama durante un buen rato hasta que suena la alarma; Me incorporo, enciendo la luz y descubro el ordenado caos que me rodea: La ropa que llevaré, con el dorsal ya enfundado y enganchado (así como el pasaporte) sobre la silla, la camelbak colgada del armario, la mochila militar apoyada contra la pared del fondo y la bolsa con ropa para cambiarme colgada del pomo de la puerta.
Como me ha pasado en otras ocasiones en las que voy a disputar una prueba importante, he tenido sueños recurrentes en los que no consigo llegar a tiempo en la salida y no he descansado tanto como debería.
Me tranquilizo al comprobar de nuevo la hora en el reloj: 5:53, tengo casi una hora hasta que Gonzalo me recoja, tiempo de sobra para todo.
Me visto en un momento y cojo el móvil... 32% de batería, o el cargador no estaba bien enchufado o el cable no estaba bien conectado al móvil...
Da igual, lo bueno del Xperia es que carga rápido (casi tan rápido como se descarga...) así que lo conecto en el salón, tras dos viajes lo más sigilosos que puedo a mi cuarto, y desayuno, dos tostadas con mantequilla de cacahuete y mermelada de arándanos, y litro y medio de leche con cacao en polvo; Necesitaré esos carbohidratos y más.
Ya desayunado compruebo todo, la mochila, la camelbak, la bolsa, los documentos... Nada puede fallar hoy.
A las 6:36 estoy listo de sobra y le digo a Gonzalo que en cuanto pueda se pase, que ya estoy listo.
No puedo estar quieto y tras varios minutos paseando en círculos por el salón decido ir sacando todo a la puerta de casa, con el fin de ahorrar tiempo una vez llegue Gonzalo.
Fuera es aun noche cerrada, hace fresco, pero no frío y el día promete ser caluroso.
Saco todo salvo el móvil, que dejo cargando con la esperanza de que cargue completamente y espero... espero... espero...
Cada vez que un coche se asoma por la esquina de la ermita el corazón da un vuelco, pero ninguno para frente a mi casa.
Son ya las 6:45, Gonzalo debe estar al caer... ¿por donde vendrá?
A lo lejos se acerca un coche grande, ¿será el suyo? conforme se acerca más me lo parece, me giro para coger las bolsas y frena y pita, me vuelvo, extrañado (es muy temprano) y al bajar la ventanilla me encuentro a... ¡Miguel Ángel Ferrón!
Fue mi tutor en las prácticas generales de la Diplomatura de Educación Física en el colegio Acapulco, del prácticum específico de la misma carrera y coincidimos de nuevo en las practicas del Grado de Lengua Extranjera que estoy cursando actualmente.
Tras ponernos al día brevemente retomó su camino, rumbo al Parque de las Ciencias de Granada, y yo volví a esperar de nuevo, mientras, a lo lejos, comenzaba a despuntar el alba.
Finalmente Gonzalo llegó a las 6:56, pero teníamos tiempo de sobra, así que eliminé todo atisbo de ansiedad y contacté con Mayte y con Emma, que también me acompañarían en la odisea.
Yendo a recoger a Mayte nos metimos en el Recinto Ferial de Fuengirola, donde nos encontramos de lleno con la preparación del mercado al aire libre, el "baratillo" de los sábados, en el que nos quedamos atrapados y del que tuvimos que salir dando marcha atrás en una calle llena de puestecillos, tenderetes y objetos varios esparcidos por el suelo, con el considerable rodeo que ello supuso.
Me quedé mucho más tranquilo al recoger a Mayte, Emma estaba teniendo problemas para llegar al punto de recogida (la estación de la BP de teatinos), ya que el autobús no había pasado aún, pero como ya llevábamos retraso nosotros la tranquilicé diciendo que no se preocupase, que no había problema alguno.
Llegamos prácticamente a las 7:35 allí, donde Emma, que finalmente no tuvo más remedio que coger un taxi se unió a nosotros.
A las 9:00 comenzaba el sellado de pasaportes pero hasta las 11:00 no se daría la salida para marchadores, teníamos tiempo de sobra... o eso me repetía mentalmente, con un nudo en el estómago, que intentaba eliminar charlando con mis amigos e intercambiando impresiones sobre la prueba que tenía ante mi.
Por momentos parecía que no llegaríamos, no sabíamos el camino a ciencia cierta y apoyándonos en un mapa de dudosa actualización intentamos orientarnos.
No sé cómo, pero lo conseguimos, y con muy buen tiempo, llegando casi rozando las 9:00 a Ronda.
El tema del aparcamiento parecía difícil, pero aparcamos a las afueras, y tras sacar el papel de combate y efectuar una parada técnica (se me habían cogido al estómago los nervios) nos dirigimos al estadio de fútbol.
No tuvo pérdida, no tuve más que unirme a la marea de corredores y ciclistas, así como familiares, amigos y curiosos que los rodeaban, hasta llegar en pocos minutos al estadio, con el corazón acelerado por la emoción.
Me despedí de Gonzalo, Emma y Mayte y me uní a los deportistas, sintiendo un poco de pena por no saber hasta dentro de cuantas horas no podría verlos de nuevo.
Había quedado con ellos en que sobre las 8 estarían por Benaoján, aunque no creía que pasase por ahí hasta las 9 por lo menos, y quizá, si podían, nos veríamos en Setenil de las Bodegas sobre las 5 de la tarde (aunque les pedí que estuviesen por ahí sobre las 4, por si acaso, a fin de descargarme de lastre según avanzase el día).
Me encontré con un par de corredores que me reconocieron y me entretuve charlando con ellos mientras avanzábamos hacia la zona de sellado de pasaportes, y tras despedirme de ellos y desearles suerte, ya con mi primer sello estampado, penetré en el estado de fútbol.
Ya había cruzado el punto de no retorno; oficialmente era un aspirante a Cientounero.
El que lo lograse o no lo dirían mi paso por esos 101 kilómetros que me separaban de la meta, pero aún tenía por delante cerca de una hora y media hasta que se diese la salida...
Doy vueltas en la cama durante un buen rato hasta que suena la alarma; Me incorporo, enciendo la luz y descubro el ordenado caos que me rodea: La ropa que llevaré, con el dorsal ya enfundado y enganchado (así como el pasaporte) sobre la silla, la camelbak colgada del armario, la mochila militar apoyada contra la pared del fondo y la bolsa con ropa para cambiarme colgada del pomo de la puerta.
Como me ha pasado en otras ocasiones en las que voy a disputar una prueba importante, he tenido sueños recurrentes en los que no consigo llegar a tiempo en la salida y no he descansado tanto como debería.
Me tranquilizo al comprobar de nuevo la hora en el reloj: 5:53, tengo casi una hora hasta que Gonzalo me recoja, tiempo de sobra para todo.
Me visto en un momento y cojo el móvil... 32% de batería, o el cargador no estaba bien enchufado o el cable no estaba bien conectado al móvil...
Da igual, lo bueno del Xperia es que carga rápido (casi tan rápido como se descarga...) así que lo conecto en el salón, tras dos viajes lo más sigilosos que puedo a mi cuarto, y desayuno, dos tostadas con mantequilla de cacahuete y mermelada de arándanos, y litro y medio de leche con cacao en polvo; Necesitaré esos carbohidratos y más.
Ya desayunado compruebo todo, la mochila, la camelbak, la bolsa, los documentos... Nada puede fallar hoy.
A las 6:36 estoy listo de sobra y le digo a Gonzalo que en cuanto pueda se pase, que ya estoy listo.
No puedo estar quieto y tras varios minutos paseando en círculos por el salón decido ir sacando todo a la puerta de casa, con el fin de ahorrar tiempo una vez llegue Gonzalo.
Fuera es aun noche cerrada, hace fresco, pero no frío y el día promete ser caluroso.
Saco todo salvo el móvil, que dejo cargando con la esperanza de que cargue completamente y espero... espero... espero...
Cada vez que un coche se asoma por la esquina de la ermita el corazón da un vuelco, pero ninguno para frente a mi casa.
Son ya las 6:45, Gonzalo debe estar al caer... ¿por donde vendrá?
A lo lejos se acerca un coche grande, ¿será el suyo? conforme se acerca más me lo parece, me giro para coger las bolsas y frena y pita, me vuelvo, extrañado (es muy temprano) y al bajar la ventanilla me encuentro a... ¡Miguel Ángel Ferrón!
Fue mi tutor en las prácticas generales de la Diplomatura de Educación Física en el colegio Acapulco, del prácticum específico de la misma carrera y coincidimos de nuevo en las practicas del Grado de Lengua Extranjera que estoy cursando actualmente.
Tras ponernos al día brevemente retomó su camino, rumbo al Parque de las Ciencias de Granada, y yo volví a esperar de nuevo, mientras, a lo lejos, comenzaba a despuntar el alba.
Finalmente Gonzalo llegó a las 6:56, pero teníamos tiempo de sobra, así que eliminé todo atisbo de ansiedad y contacté con Mayte y con Emma, que también me acompañarían en la odisea.
Yendo a recoger a Mayte nos metimos en el Recinto Ferial de Fuengirola, donde nos encontramos de lleno con la preparación del mercado al aire libre, el "baratillo" de los sábados, en el que nos quedamos atrapados y del que tuvimos que salir dando marcha atrás en una calle llena de puestecillos, tenderetes y objetos varios esparcidos por el suelo, con el considerable rodeo que ello supuso.
Me quedé mucho más tranquilo al recoger a Mayte, Emma estaba teniendo problemas para llegar al punto de recogida (la estación de la BP de teatinos), ya que el autobús no había pasado aún, pero como ya llevábamos retraso nosotros la tranquilicé diciendo que no se preocupase, que no había problema alguno.
Llegamos prácticamente a las 7:35 allí, donde Emma, que finalmente no tuvo más remedio que coger un taxi se unió a nosotros.
A las 9:00 comenzaba el sellado de pasaportes pero hasta las 11:00 no se daría la salida para marchadores, teníamos tiempo de sobra... o eso me repetía mentalmente, con un nudo en el estómago, que intentaba eliminar charlando con mis amigos e intercambiando impresiones sobre la prueba que tenía ante mi.
Por momentos parecía que no llegaríamos, no sabíamos el camino a ciencia cierta y apoyándonos en un mapa de dudosa actualización intentamos orientarnos.
No sé cómo, pero lo conseguimos, y con muy buen tiempo, llegando casi rozando las 9:00 a Ronda.
El tema del aparcamiento parecía difícil, pero aparcamos a las afueras, y tras sacar el papel de combate y efectuar una parada técnica (se me habían cogido al estómago los nervios) nos dirigimos al estadio de fútbol.
No tuvo pérdida, no tuve más que unirme a la marea de corredores y ciclistas, así como familiares, amigos y curiosos que los rodeaban, hasta llegar en pocos minutos al estadio, con el corazón acelerado por la emoción.
Me despedí de Gonzalo, Emma y Mayte y me uní a los deportistas, sintiendo un poco de pena por no saber hasta dentro de cuantas horas no podría verlos de nuevo.
Había quedado con ellos en que sobre las 8 estarían por Benaoján, aunque no creía que pasase por ahí hasta las 9 por lo menos, y quizá, si podían, nos veríamos en Setenil de las Bodegas sobre las 5 de la tarde (aunque les pedí que estuviesen por ahí sobre las 4, por si acaso, a fin de descargarme de lastre según avanzase el día).
Me encontré con un par de corredores que me reconocieron y me entretuve charlando con ellos mientras avanzábamos hacia la zona de sellado de pasaportes, y tras despedirme de ellos y desearles suerte, ya con mi primer sello estampado, penetré en el estado de fútbol.
Ya había cruzado el punto de no retorno; oficialmente era un aspirante a Cientounero.
El que lo lograse o no lo dirían mi paso por esos 101 kilómetros que me separaban de la meta, pero aún tenía por delante cerca de una hora y media hasta que se diese la salida...
Estadio de fútbol de Ronda, 09:35. Salida.
Nunca un estadio de fútbol me había causado tanta impresión; Quizás no haya estado en los más importantes, no cabe duda, pero estoy seguro que en ninguno se ha acogido un evento del calibre de los 101 kilómetros de La Legión.
El ambiente era increíble, ciclistas, duatletas, marchadores y militares comenzábamos a entrar en el recinto, en el que varias estructuras militares nos daban sombra, así como un toro gigante (que a simple vista confundí con un elefante) y otras estructuras inflables.
La cabra paseaba por el césped, la bandera española se erigía en mitad del campo... Una imagen inolvidable, preludio de un día inolvidable.
A sabiendas de que mi móvil rondaba el 75% de batería no pude evitar tomar un par de instantáneas del momento nada más entrar en el recinto, en el que los ciclistas comenzaban a formar bajo el arco de salida.
Nada más enfundar el móvil se me acerca un hombre para saludarme, que me suena un montón, comenzamos a hablar y resulta que me conocía desde hacía ya tiempo, del trail de Sierra Blanca, en el que me echó una foto en uno de los últimos puestos de avituallamiento antes de volver a Marbella.
Tras charlar brevemente y despedirme me saluda otro hombre, al que no conozco pero él a mí sí, del grupo de los 101 Kilómetros de Facebook, en el que leyó mi entrada con los consejos para correr la prueba, por la que me felicitó.
En menos de 10 minutos me sentía totalmente integrado, aunque la sensación era muy extraña, ya que pese a que ya había mucha gente, no conocía a casi nadie, aunque varios atletas que sí me conocían a mí.
Conforme iba recorriendo el recinto muchos se paraban a saludarme o a hablar conmigo, y ya intercambiábamos impresiones sobre la carrera, tiempos que queríamos promediar... el ambiente era fenomenal.
Me dio por buscar a mis acompañantes en la grada, y para mi sorpresa, pese a estar abarrotada, di con ellos al instante.
Por señas les comuniqué que quería echarme una foto con la bandera, de cerca era mi idea, abrazado al mástil, pero un militar me paró cuando iba a subirme a los sacos y me dijo que no se podía hacer eso (había visto a otros corredores hacerlo sin problema anteriormente), así que me la hice a un par de metros de ella.
Seguí caminando (no podía quedarme quieto), aunque como el sol picaba y aun quedaba una hora y pico para que diese la salida, tras charlar con un par de Susmuráis me dispuse a buscar un poco de sombra.
La suerte no está de mi parte y se desinflan las estructuras de goma (el toro, la botella de Powerade...) así que me siento en el césped, algo húmedo, a la sombra de uno de los tolditos.
Una vez se ponen en marcha de nuevo los generadores me siento bajo el toro, al refugio del implacable sol, donde entablo conversación con un atleta que ha corrido la prueba en las 3 modalidades, bicicleta de montaña, duatlón y marcha, con el que intercambio comentarios sobre la misma.
Cuando la conversación se apaga echo un ojo al móvil, en busca de noticias de Raúl y Domi, compañeros del Club Atletismo Fuengirola, a los que digo que estoy bajo "el elefante".
Me localizan en breve (al no ver elefante alguno sólo quedaba el toro), salgo y nos echamos una foto para nuestros compañeros del club (¡gracias por el montaje!)
Tras charlar brevemente nos deseamos suerte por si no nos vemos luego, nos despedimos y vuelvo bajo el toro, aunque no permanezco mucho tiempo bajo él.
Siento la necesidad de ir al baño, así que me encamino hacia los servicios portátiles, presenciando en primera plana la salida de los ciclistas, a pocos metros de mí.
En la cola, casualidades de la vida, el atleta que tenía delante me conocía, y me preguntó por mi resultado en el MAPOMA, que también corrió, así como por mis experiencias con el minimalismo, por lo que la espera se me hizo muy breve.
¡Y siguieron las casualidades! David, al que conocía del grupo de Facebook de los 101 me saludó cuando tenía ya a pocas personas delante del retrete portátil; Planeaba hacer unas 12 horas y yo 11, así que seguramente nos encontraríamos durante la carrera, ya que aunque estaba preocupado por una molestia en los isquiotibiales, si el cuerpo le respetaba con su marca sub 5 horas en el HOLE sabía que lo lograría.
Tras una breve parada en el baño vuelvo bajo el toro, hasta que, sobre las 10:30, con el campo de fútbol ya abarrotado, decido dar una última vuelta y empezar a colocarme cerca de la salida.
A los pocos metros me encuentro con Javi, Pedro y Antonio, ¡Los Cochinos!
Nos saludamos, charlamos un poco y nos echamos una foto mientras retomo mi paseo por el campo, encontrándome de nuevo a Raúl primero y a Domi después.
Mi idea es colocarme por donde comenzó a formarse la cola de la modalidad de BMT, rodeando al pista, pero justo cuando me voy acercando a esa zona avisan por megafonía que los marchadores entraremos a la pista de atletismo por el arco azul.
Debo dar un rodeo y cuando llego ya tengo a varias decenas de corredores delante de mí, pero como sospecho que irán a un ritmo más alto no me preocupa, y entro sin mucha prisa a la pista (aunque para algunos la carrera comenzó ahí...)
Yo entré caminando, ajustándome el móvil al brazo y preparándome para la carrera que estaba a cerca de un cuarto de hora del comienzo.
Maté el tiempo mirando a los Ikopter (mientras mi hermana, desde casa, me trataba de localizar entre el gentío) y al muchacho del ala delta que sobrevolaba el estadio, así como comentando las sensaciones con quien se parase a escucharme.
Me dio por volver la vista a la grada y ahí estaba Mayte de nuevo, con el objetivo a punto.
¡La carrera estaba a punto de comenzar, que segundos más largos viví en esos momentos!
Tras el motivador discurso por parte de un alto mandatario de la legión que compartía palco de honor con, entre otros, María Paz, alcaldesa de Ronda o Bernardo Crespo, Concejal Delegado de Deportes del Municipio, saludamos al estilo legionario, y nos preparamos para escuchar el trallazo de salida, con el corazón en un puño...
Comienza la aventura
Estadio de fútbol de Ronda, 11:00. Kilómetro 0.
Tras unos eternos instantes el cohete que debía dar la salida explotó, marcando el instante con el que llevábamos tantos meses soñando.
El público jaleaba, el Speaker se dejaba el alma animándonos y comenzábamos a dar los primeros pasos, a restar los primeros metros a esos 101.000 que teníamos frente a nosotros.
La salida fue un poco lenta en los primeros compases, en los que avanzamos prácticamente trotando en el sitio hasta que cruzamos el segundo arco, y una vez fuera del estadio pudimos poner un ritmo algo mayor.
Éramos una marea humana que inundaba la calle e incluso rebosaba, amenazando con engullir a los curiosos que nos jaleaban.
No tardé en invadir el arcén, en cuanto me fue posible, junto con otros tantos corredores, para abrirme paso a través de la densa marabunta que avanzaba pausadamente.
Muchos de ellos andando pese a tener algo de espacio, creo que a veces toca hacer reflexión sobre estas salidas y actuar en consecuencia (yo, por ejemplo, ahora entiendo que salí incluso demasiado delante, la carrera acaba poniendo a cada uno en su lugar), llevamos meses esperando y queremos estar los primeros, a veces, sin pretender comenzar a un ritmo tan elevado (la salida de los 101 no debería parecer la de un 10k, como pareció).
La cosa es que desde el trallazo de salida hasta el giro a la izquierda que nos introduce en la Avenida de Málaga adelanté, zigzagueando, a media centena de corredores sin demasiada dificultad en cuanto a la velocidad, pero sí en cuanto a avanzar sin tropiezos, que se mantuvieron en menor o menor medida hasta prácticamente el final de la Avenida de Málaga; ahí ya pondría un ritmo más cómodo, con el que correr sin parones ni avances en diagonal.
Ronda estaba echada a la calle, aplaudiendo, gritando, exhibiendo pancartas... avanzaba impulsado por sus ánimos, devorando metros, sintiéndome infatigable, invencible...
Y el ambiente en carrera era fenomenal, con unas ganas de cachondeo por parte de los corredores... "¿falta ya mucho?" "¡Esto está hecho, 100,5 kilómetros más y a volar!" y frases del estilo se repetían entre risas a mi alrededor, contagiándonos a todos con esa mezcla de nerviosismo e ilusión.
Al llegar a la Carretera Espinel me dejo llevar en la suave pendiente a favor y aprieto el ritmo, notando repentinamente menos peso encima (llevaba cerca de 5 kilos en total entre la mochila y el cinturón).
Un corredor me dice "compañero, acabas de perder un bidón" y al palpar con la mano el cinturón me percato de la ausencia de una de las botellitas cargada con batido de frutos secos, con las que pensaba suplir, junto con los orejones, pasas, naranjas y plátanos, las comidas del día.
Me giro y me encuentro con la incesante marea humana que avanza sin tregua, así que reacciono en segundos y decido darlo por perdido; tengo tres más y 2 litros de líquido en la camelbak, no creo que note su ausencia (o eso espero, mientras continúo avazando).
Giramos en la calle Armiñán y me parece teletransportarme de nuevo al HOLE, aunque el ambiente es hasta más espectacular... No oigo ni el feedback del GPS (configurado para reportar datos cada 500 metros) ni la música, pero no me importa, el público me da alas, el día me pide correr.
Estoy tan motivado que parece que hasta el busto de la glorieta de la Plaza de España me saluda, y atravieso el tajo a 98 metros de altura, cruzando el mítico Puente Nuevo.
Si el día hubiese estado nublado ese momento realmente hubiese parecido un déjà vu, solo faltaba Marcos a mi lado comentándome que si aspiro el aire de la camelbak al revés se comprime y no suena (en esos momentos el estaba disputando la Transvulcania ese fin de semana).
La bajada por la calle Real y la calle Tomilla fue bastante vertiginosa, seguía escalando puestos camino a la cabeza de la carrera casi sin darme cuenta, mientras muchos corredores aprovechaban esta zona de las afueras para evacuar aguas (los nervios de la carrera, yo mismo sentía la llamada de la naturaleza, pero no estaba dispuesto a parar tan pronto...).
Cruzamos por el puente bajo la carretera de Ronda, ascendiendo ligeramente al aparecer en el otro lado de la carretera, y me encontré de bruces con un camión de la legión y varios corredores bebiendo de los grifos que salían de él.
"¿Será este el avituallamiento de Circunvalación? Por la zona tendría sentido..." eché un ojo al reloj, 22 minutos y pocos segundos... se supone que debería llegar a ese punto en 28, sin duda he comenzado demasiado rápido, aunque con esa pendiente a favor en los primeros kilómetros y el apoyo de los rondeños... lo compensaría subiendo más adelante, aún quedaban muchos kilómetros.
Bebí y me eché un poco de agua en cara brazos y nuca y retomé la marcha, mientras un atleta que saludaba a grito de "¡vamos errante!"
Nunca sospeché que sería "tan" reconocido, si bien es cierto que entre casi 2500 corredores, aunque no escribiese, ya de vista muchos me tendrían que conocer, pero todavía me parece raro que se me reconozca a menudo.
Agradecí el apoyo y continué avanzando, demasiado deprisa según mi GPS estaba promediando poco más de 5 minutos por kilómetro, cuando mi objetivo era 6...
Pero bueno, llegamos a la "criminal" última bajada del HOLE, que en esta ocasión estaba cuesta arriba, aunque la afronté con más ímpetu si cabe que bajando en el HOLE, y eso que tenía ya ganas de llegar a meta cuando bajaba hacia la zona de la circunvalación...
Pese a que me había repetido mil y una veces que no subiría las cuestas corriendo, hasta que a media cuesta una voz no me lo recordó ("¡Errante, las cuestas se suben andando!") no bajé el ritmo.
Al girarme vi a Alex pocos metros por detrás, el legionario que conocí en la Subida a la Cantera de Nagüeles, al que saludé con el brazo (iba sin aliento, pese a que seguía forzando en al subida).
Llegando al final de esa primera ascensión bebo de la manguera que una familia ha colocado en la puerta de su finca y cojo un caramelo que me ofrece un niño en una cesta.
20 avituallamientos no son pocos, y llevo provisiones de sobra encima, pero 101 kilómetros son muchos, y mejor ir hidratado desde el principio y reponiendo lo más frecuentemente posible.
Ascendimos un poco más y llegamos a la zona de pista de la Gran Senda de Málaga que une Ronda con Yunquera; "¡Por fin en sendero, esto es otra cosa!" Voy muy contento, pisando sobre tierra firme y hierba, recordando lo embarrada que estaba la zona ese sábado de Marzo, y, sin quererlo, sigo adelantando a gente, pese a que mi GPS me indica que ya he sobrepasado los 6 minutos por kilómetro de ritmo en el tramo anterior.
Aún tengo un margen sobrado, de hecho, ni si quiera el tramo de cuesta hizo que subiese a 7 o más todavía, así que voy muy motivado, fresco como una lechuga tras prácticamente 7 kilómetros de carrera.
Algunos corredores me saludan a mi paso, y uno hasta me recuerda la última frase del post con los consejos para afrontar los 101 kilómetros que escribí el miércoles previo a la carrera: ":... Da un paso adelante... y luego otro... y que nada te pare compañero."
Reajusto un momento el paso para charlar brevemente con él y retomo el ritmo de a 6 minutos el kilómetro.
Adelanto a un equipo del IV Tercio de Setenil que marcha en perfecta formación y distingo a lo lejos varias equipaciones del Grupo Alpino Benalmádena, por lo que sospecho que se trata de otro equipo.
Me acerco a ellos y los reconozco, son de los que organizaron la carrera de Calamorro, y he coincidido con ellos en otras carreras.
Decido arrimarme a ellos, pero pronto noto que el ritmo va a ser demasiado rápido (rondando 5:30 el kilómetro) y decido despegarme poco a poco.
En poco más de 53 minutos me planto en el segundo avituallamiento, Pilar de Coca, en el que saco casi 18 minutos de margen a mi tiempo aritmético esperando; según el progresivo de mi amigo Rubén voy 5 minutos más lento, pero ya tendré kilómetros para reducir esa ventaja si lo estabilizo en la última parte.
Al retomar la marcha tras pasar por el avituallamiento veo de lejos de nuevo al equipo del IV Tercio, y tras varios metros dudando, decido darles alcance (llevan un ritmo marcial), justo cuando David, el muchacho con el que hablé esperando en la cola de los retretes portátiles del campo de fútbol, pocas horas atrás, hizo aparición...
Un equipo de dos
Inmediaciones del Pilar de Coca, 11:55. Kilómetro 10,5.
Tras recuperar pausadamente en el avituallamiento, ya que el calor comienza a hacer mella en mi cuerpo pese a que mi motivación sigue intacta, decidí pegarme al equipo del IV Tercio, a fin de mantener un ritmo uniforme y tener algo de compañía.
Como adelanté en la entrada anterior, alguien me saluda, y al girarme, me encuentro de frente con David y su buff de Buff.
Comenzamos a charlar, aumentando ligeramente la zancada para ponerme a su paso (tras refrescarme y beber en el avituallamiento me siento mucho mejor), y mientras nos pegamos y posteriormente rebasamos al IV Tercio, mantenemos una de las conversaciones más interesantes que he tenido en mucho tiempo.
Primero estuvimos hablando de lo más típico entre corredores, carreras que hemos disputado, resultando que habíamos coincidido previamente en carreras de trail (David corre primariamente por montaña), como en la de Calamorro, donde los elementos nos pusieron a prueba y nos prepararon para desafíos tan duros como el que estábamos afrontando, junto con entrenamientos de elevado kilometraje, por supuesto.
Durante esa conversación intercambiamos puntos de vista muy interesantes sobre el cambio de dirección del deporte (concretamente el running) en los últimos años.
Inicialmente, como todo, se desarrollaba en el ámbito rural, como es normal al haber pocas ciudades, y con el tiempo se fue llevando a un ámbito más urbanita, siendo las carreras urbanas y carreras populares la máxima expresión del fenómeno runner durante años y tomando lugar las más importantes (y la mayoría de ellas) en ciudades.
En estos últimos años, sin embargo, la tendencia es a volver de nuevo al monte, las carreras de trail están en auge y muchas agotan dorsales en cuestión de minutos (véase los 101), teniendo que hasta limitar las plazas para poder desarrollar los eventos con sostenibilidad (mientras comentamos esto del respeto al medio comenzamos a ver algunos envases de geles en el suelo, llegando al tercer avituallamiento).
Consulto el reloj y mi tablita de ritmos y David me muestra la suya, algo más pequeña pero con el rutómetro impreso detrás (buen detalle), y comentamos ritmos de carrera.
Él piensa ir a por 12 horas y yo a por 11, ambos vamos cómodos con el ritmo pese a sacar varios minutos de ventaja a los ritmos que teníamos planeados (vamos rodando en torno a 5:20 minutos por kilómetro), así que decidimos mantener la velocidad.
Voy bebiendo a pequeños sorbos cada pocos minutos, además de para mantener la hidratación, porque la conversación me seca la garganta, pero como sigo con sed bebo y recupero en el avituallamiento, mojándome de nuevo el buff, ya seco.
Llegamos a la entrada de Navetas en poco más de 1 hora y 17 minutos, 18 minutos más rápido de lo previsto.
Nos separamos un momento en el avituallamiento, pero David, que acaba antes, me espera, y al retomar la marcha le comento el dato y se sorprende, por lo que bajamos el ritmo de mutuo acuerdo.
Además, comenzamos a encontrarnos más tramos en pendiente en contra, que subimos a un ritmo menor cuando tienen poca pendiente y andando rápido cuando esta es muy elevada.
En uno de esos tramos vemos una cuesta que se está asfaltando, en la que una señal marca un desnivel del 40%, y bromeo diciéndole a David que eso es para que nos preparemos psicológicamente ante lo que nos espera.
Pese a que nunca nos habíamos visto en persona, siento una gran compenetración con David y la conversación fluye fácilmente, y mientras recuperamos terreno al equipo del Grupo Alpino de Benalmádena, la conversación cambia de cariz y pasamos de la "vuelta atrás" en el running a comentar la "vuelta atrás" de la forma de vida en general, con los alimentos ecológicos (de toda la vida, vamos) en boga, la moda de recortar suela a las zapatillas cada vez más, llevar ropa hecha con productos naturales...
El avituallamiento de Ascari se hace de rogar, y cuando llegamos invertimos de nuevo varios minutos en él, recuperando con sólidos y líquidos hasta que nos damos por saciados y retomamos camino y conversación.
Mientras le hablo a David de mi transición al minimalismo pasamos el punto de media maratón, en poco más de 1:50:00.
Ahora toca bajar lo que hemos subido, por lo que llevamos un ritmo bastante más irregular, debido al desnivel, pero como estamos disfrutando simplemente adaptamos el paso al perfil del terreno que nos vamos encontrando.
Adelantamos a muchos más corredores de los que nos adelantan a nosotros, aunque no sé si es una buena señal o no, e incluso cogemos al primer ciclista que se ha quedado rezagado, y descansa bajo la sombra de un árbol.
Las vistas son increíbles, no parece que estemos en Andalucía, a raíz de lo que comenzamos a tocar temas más personales, como nuestras respectivas estancias como Erasmus en el extranjero (descubriríamos bastantes cosas en común sin saberlo durante la carrera, una prueba de estas dimensiones hermana mucho).
Si el avituallamiento de Ascari se hizo lago, el de Navetas Nueva llega en un abrir y cerrar de ojos, en el que llegamos en poco mas de 2:03:00, con 24 minutos sobre el margen, que se había reducido previamente.
Se lo comento a David y acordamos bajar de nuevo ligeramente el ritmo, aunque sorprendentemente nos encontramos muy bien y cómodos a esa velocidad.
El tramo hasta el siguiente avituallamiento transcurre sin incidentes, en una zona nos extrañó oír ruidos de motor a gran velocidad, pero dedujimos que serían producto de la existencia de un circuito de velocidad cercano al trazado de la carrera, por lo que no le dimos más importancia.
Ahora ya si que llevamos un ritmo más suave, y vamos mano a mano con el IV Tercio, que nos recorta distancia cuando paramos en los avituallamientos y se la recuperamos a continuación; Los del Grupo Alpino Benalmádena están en nuestro rango visual también, a lo lejos.
Cuando comenzamos a ver corredores al otro lado del circuito y sin previo aviso, David se da de bruces con el suelo, aunque se levanta casi instantáneamente, sin más secuelas que un par de rasguños en brazo y pierna.
Me asusta la caída, pero dice encontrarse bien al instante, así que continuamos sin más; varios corredores se preocupan por su estado de salud y le ofrecen lo que puedan para ayudarle, pero reitera que se encuentra fenomenal, que tan solo se relajó un instante y por no levantar del todo las rodillas tuvo la caída.
A pesar de que nuestras fuerzas comienzan a mermarse, nuestro ánimo sigue a todo gas, sobre todo el suyo, que pese a la caída, bromea sobre ella, diciendo que así le da un toque más épico a la carrera.
Me comenta que su familia está acompañándole a lo largo de la carrera, que a ver que le dicen cuando lo vean.
Me bebo uno de los bidones con bebida a base de frutos secos y doy un trago largo a la camelbak, notándola casi a la mitad de su capacidad, lo que le comento a David y al momento me ofrece agua.
Es una gran oferta teniendo en cuenta la temperatura, pero estamos llegando al siguiente avituallamiento y no tengo demasiada sed en ese momento, aunque aun así, le agradezco enormemente la oferta.
Continuamos la marcha, andando en las cuestas arriba y poniéndonos marcas espaciales para continuar el camino ("el siguiente árbol... "la siguiente baliza...")... ya comenzamos a acusar ligeramente el cansancio.
Llegando al tramo del avituallamiento bajo el puente del pasado HOLE nos encontramos con una enfervorecida multitud que nos da alas y nos levanta el ánimo a base de vítores.
Un chico, que pensaba que era espontáneo, aparece de la nada y le pregunta a David si le echa réflex, y mientras éste asiente, le rocía la pierna; resultó ser su hermano, otorgándole a la situación mucha más lógica.
Pasamos bajo el puente donde se encontraba el avituallamiento, escuchando el rugir del público como si estuviésemos en un anfiteatro, con una acústica impresionante, por lo que salimos con los pelos de gallina.
Los ciclistas bajan a toda velocidad por el otro lado de la carretera, y David me comenta que un amigo suyo la está realizando, que a ver si lo localiza, aunque, como pensábamos, iba a ser difícil.
Recorremos un buen tramo charlando sobre nuestras vidas en general, estudios, trabajos, proyectos... y en lo que parece un suspiro nos plantamos en la bajada el mismo puente de nuevo, rumbo a Parchite.
Realizo una parada para orinar, ya que tras superar ampliamente las 2 horas de carrera aun no he parado a orinar, y aunque tengo la sensación de que puedo ir al baño, el cuerpo no me lo pide, pero quiero comprobar mi nivel de hidratación.
Me meto a la derecha entre la sombra y la vegetación, y compruebo con desmayo (aunque me lo esperaba) que es muy oscura.
Comienzo a dar tragos más largos de la camelbak y acepto el agua que David me ofrece de su cantimplora.
Ya no vamos a ritmos tan estables, vamos alternando quien tira y acordamos cambiar carrera por trote o marcha entre los dos; somos un equipo de dos.
Llegando a la A-367, mientras le comento a David que por esta hora más o menos me estaba dando la pájara en el HOLE, y nos encontramos de nuevo con su familia.
Vamos bastante sedientos, y David se para un momento para rellenar la cantimplora y coger algunos dátiles que le ofrece su hermano.
Le digo que le espero, que bajaré el ritmo un poco, aunque al momento me alcanza de nuevo.
Va bastante más fresco que yo y lo noto, aunque puedo seguir su ritmo sin problema.
Cuando le comento que si quiere puede tirar más me dice que no me preocupe, que el ritmo es bueno y a estas alturas no se va a poner a discutir por bajar un poco la velocidad o andar en las cuestas.
No sé de quien fue la idea de ponerse con la mangera, pero el chorreón de agua camino al avituallamiento nos devolvió la vida por momentos.
Llegamos a la Estación de Parchite en poco más de 2:43:00, recuperamos bebiendo con fruición y retomamos el rumbo, ahora en dirección Arriate, marcándonos varios kilómetros por debajo de 5:00 minutos por kilómetro aprovechando la "resurrección" temporal y las pendientes a favor.
Muchos ciclistas bajaban a gran velocidad, y nos quejamos pidiendo que avisasen de la presencia, ya que a alguno lo oíamos de lejos, pero otros pasaban muy pegados sin previo aviso, sobresaltándonos de repente.
Mientras pasamos bordeando Arriate intercambiamos impresiones sobre el HOLE, y cuando estamos alcanzando de nuevo al equipo del Grupo Alpino Benalmádena nos topamos con la primera sucesión de cuestas de gran calibre.
Antes de verlas ya nos parece extraño que todos a nuestro alrededor comiencen a andar, así que hacemos lo propio, y de repente, veo las enormes cuestas que nos aguardan.
En esa bajada fue donde me dí de bruces con "el muro" en el HOLE, recuerdo que no fui capaz de bajar la pendiente corriendo, y el subirla a paso ligero a la inversa me llenó de motivación.
Incluso nos arrancamos a correr al ver a lo lejos a un fotógrafo, marcándonos un sprint que ni Usain Bolt, más que nada por postureo, ya que recuperamos la sana costumbre de subir las cuestas andando en cuanto salimos del rango de su objetivo; Al menos la foto valió la pena.
Llegamos al séptimo avituallamiento, La Casa del Marqués, superando por poco las 3 horas.
Ya comenzamos a estabilizar el ritmo, compensando con la subida previa y la que vemos que nos espera una vez que recuperemos en el puesto de avituallamiento (que naranjas más ricas, de las mejores del terreno) pero aun le sacamos casi 3 minutos de ventaja al planning.
Pensamos que es demasiado, pero como nos espera un buen tramo de cuestas que subimos andando sin pena ninguna, comenzamos a "perder" el margen con más facilidad aún de la que tuvimos en adquirirlo.
Cuando miro el reloj llevamos poco más de 3:30:00, y le comento a David que en ese tiempo podría haber realizado prácticamente cualquier maratón sobre asfalto (al menos teniendo en cuenta que en el de Madrid, que tiene fama de ser el más duro de España y de los más duros de Europa, acabé en 3:25:53 hace un par de semanas, calzando Fivefingers).
Seguimos avanzando, ya con menos conversación, debido a que las cuestas nos dejan sin aliento, y dejamos atrás a uno de los miembros del Grupo Alpino Benalmádena, que se fue rezagando poco a poco hasta quedarse atrás.
De repente, vemos una extraña señal en la carretera "Control a 200 metros".
Se repiten en sucesión mientras caigo en que será para sellar el pasaporte, por lo que lo busco (y por suerte encuentro con facilidad) y nos ponen el sello correspondiente, en la casilla de "Punto de Control 2".
Bifurcación de caminos
Segundo control de pasaporte, 14:20. Kilómetro 34-35.
La breve parada en el puestecillo donde nos sellaron los pasaportes me sirvió para "hacer inventario".
Tenía mucha calor, sudaba profusamente y mi camelbak estaba casi agotado, me quedaban 2 bidoncitos con bebida a base de frutos secos y uno que estaba recargando con agua que iba vacío; La espalda me dolía moderadamente, especialmente hombros, del roce de las cinchas (había un poco de movimiento, el ajuste no era perfecto) y una piedrecita en el pie izquierda había comenzado a provocarme una ampollita, aunque aun no era preocupante.
Tras sellar continuamos el rumbo, destinando algunos metros a caminar antes de volver a la carrera; Pese a que la parada había sido breve, había bastado para notar la vuelta a la marcha.
Antes de llegar al Cortijo del Polear paré de nuevo a orinar, con gran esfuerzo, y comprobé lo que me temía: Estaba perdiendo aún más líquido.
Los calambres ya me lo estaban anunciando, así que acepté de buen grado el agua que David me ofreció para beber un poco y refrescarme.
Llegamos al octavo avituallamiento en poco más de 3:41:00, con "solo" 12 minutos de margen con respecto al tiempo aritmético previsto.
Pese a que había comenzado a sufrir más de lo que quisiera, la carrera estaba pasando fugazmente, quizá por disfrutar de cada instante a pesar del sol y el calor.
Recuperamos en el avituallamiento, donde varios atletas se refugiaban del abrasador sol, y al retomar la marcha comprobamos como la carrera estaba totalmente "partida".
No veíamos a nadie por delante, pocos corredores nos seguían por detrás, y de los múltiples equipos que habíamos visto durante la prueba (IV Tercio, Grupo Alpino Benalmádena, Zapadores de la Legión, Inmemorial del Rey, Brigada Paracaidista, Ansias Vivas...) no había ni rastro, ni delante ni detrás.
Los caminos se hacían más y más largos, comenzábamos a andar durante mucho más de lo necesario (pocos metros antes de llegar a las cuestas y poco después tras pasarlas), estableciendo marcas en el trazado para obligarnos a retomar la marcha.
Cada vez tiraba más David, que prácticamente controlaba el ritmo, yo intervenía para reducir el paso y poco más; Menos mal que íbamos juntos en ese tramo, recorrerlo en solitario debe ser extenuante mentalmente, además de físicamente.
A la escasez de sombra había que sumar que esa zona del trazado prácticamente no tenía cuestas "visibles", tenía pendiente ligeramente ascendente o descendente, y las vistas eran iguales a ambos lados del camino, extendiéndose el carril hasta donde alcanzaba la vista... Cansaba de pensar que había que llegar hasta el final para saber por donde continuaba...
Los calambres eran cada vez más frecuentes y profundos, la camelbak estaba al límite... Me bebí un segundo bidoncito, acompañado del que iba vacío, y me tomé un par de pasas y un orejón, pero ya no había remedio para paliar la situación: Había "tocado" el muro (por no decir que me había estampado contra él).
Se lo comuniqué a David, que no dejó de animarme, e incluso no tuvo reparo en andar algunos tramos para poder recuperar.
Nos adelantó un corredor con la camiseta roja de Lucena, que a los pocos metros comenzó a andar también, aunque a un paso menor que el nuestro.
Le dije a David "en cuanto lo pasemos, retomamos el trote" a lo que accedió contento, deseoso de retomar la marcha.
Sin embargo, paré un momento a orinar (había vaciado la camelbak ya del todo en los últimos minutos) y comenzamos a trotar tras el árbol que nos habíamos marcado como objetivo.
Llegando al siguiente avituallamiento (miré cuanto quedaba unas 5 veces en la tabla que llevaba colgada de la camelbak) nos encontramos con un legionario que nos metió caña, diciendo que si hacía falta se venía con nosotros, que qué necesitábamos y que le diésemos fuerte.
Por un momento pensé que se venía con nosotros, ya que se puso a nuestro ritmo durante unos 200 metros, pero se despidió diciéndonos que el próximo avituallamiento estaba al caer, y que siguiésemos así.
El Cortijo de la Manga no fue un avituallamiento, fue un oasis, al que llegamos en casi 4 horas y media para recuperar líquido como si no hubiese mañana y refrescarnos nuca, cabeza, brazos, piernas...
Salimos de él casi completamente revitalizados, aunque en los primeros kilómetros tras pasar el avituallamiento no íbamos del todo cómodos, llevábamos la tripa llena.
El paso por el último avituallamiento reducía nuestro margen a 7 minutos con respecto al tiempo de paso marcado aritméticamente para clavar 11 horas, pero para haber superado ya el maratón, me encontraba bastante bien.
Primer contacto con "el muro" superado, aunque sabía que no sería el último...
Nos pusimos a un ritmo de 6:30 minutos por kilómetro e inferior, aunque llegando al kilómetro 45 comenzábamos a echar de menos el oasis que habíamos dejado atrás.
Pensé en llenar la camelbak a presión (la mochila estaba llena de cosas e iba a ser muy difícil recargarla de forma tradicional), pero como no había grifos en el avituallamiento como en los anteriores, sino más anchos, no pude probarlo.
Ya íbamos de nuevo casi sin reservas de agua, y me daba mucho apuro volver a pedirle agua a David.
A lo lejos vimos un tenderete montado y pensamos que era otro avituallamiento, pero al llegar, pocos metros pasado el kilómetro 45 nos dimos cuenta de que era un puesto de protección civil y policía.
Cambiaríamos temporalmente la tierra por el asfalto, con tráfico controlado pero no cortado, por lo que nos dijeron que nos pusiésemos a la derecha de la vía.
Vimos a lo lejos un corredor con sandalias, al que comenzamos a acercarnos poco a poco, bajando el ritmo ante la inminente cuesta que se alzaba sobre nosotros.
Al ponernos a su altura realizamos una conversación entre corredores estándar, basada en monosílabos o pocas palabras juntas que condensan frases enteras:
-Yo: ¿Luna Sandals?
-Corredor: ¡Sí!
-Yo: ¿Mono?
-Corredor: No
-Yo: ¿Venado?
-Corredor: Oso
-Yo: Ahhhh... ¿qué tal van?
-Corredor: Por carretera normal, en camino genial
-Yo: ¡Gracias, y ánimo!
Satisfecho con la información lo dejamos poco a poco atrás, aunque no tardamos en cambiar el trote cochinero por pasos largos de nuevo.
Comentando el meritazo del atleta por correr la carrera con sandalias, y mi predisposición por hacer lo mismo si las pruebo y me van bien (problema no tengo, me falla la parte del presupuesto) nos alzamos sobre la colina, contemplando a lo lejos Alcalá del Valle, uno de los típicos pueblos blancos del sur de Andalucía.
Cuando comenzamos a penetrar en su interior nos recibieron varios niños, preguntándonos a mi y a David desde lejos de donde veníamos.
Les dijimos que Fuengirola y Córdoba, y se quedaron muy extrañados, preguntándonos que de qué nos conocíamos (si les llegamos a decir que nos habíamos conocido esa misma mañana, yo creo que no se lo creen).
Las estrechas callecillas de Alcalá nos servían de resguardo ante el implacable sol, pero seguíamos necesitando agua...
De repente, como de la nada, apareció la familia de David, diciéndonos que ya estábamos en el avituallamiento.
No estábamos exactamente en el avituallamiento, pero quedaban escasos metros ya, aunque dudamos de si girar a la izquierda, donde nos indicaba su hermano que estaba el avituallamiento, o seguir de frente, donde vimos de nuevo la señal que precedía a un control de pasaporte.
Entramos en el avituallamiento al ver salir a corredores por otro lado, y nos dispusimos a recuperar con líquido y, sobre todo, sólidos, devorando por mi parte varios gajos de naranja y alguno de plátano.
Salimos del puesto, andando, para acabar de ingerir la comida y bebida, y nos encaminamos hacia el nuevo control de pasaporte.
En este caso fue electrónico, que pasamos acompañados del hermano de David, y tras él habían puesto mangeras para rellenar los dispositivos de almacenamiento de agua, donde recargué los dos bidoncitos que llevaba ya vacíos, aparte de refrescarme un poco.
Mientras tanto el hermano de David nos animaba diciendo que iríamos entre los 50 o 60 primeros corredores y que según le habían dicho lo peor ya había pasado, aunque, al menos yo, pensaba que sería justo al contrario.
La gente nos animó también en Alcalá del Valle, pero en comparación con otros pueblos bastante menos, quizá por ser la hora de la siesta (llegamos pasando por un par de minutos las 4, escasos minutos por encima de las 5 horas desde el inicio de la carrera).
La cuesta de salida de Alcalá fue épica, una enorme rampa con una inclinación de abuso, toda una picadora humana; no nos atrevimos a subirla corriendo, la comenzamos de inicio a fin caminando con pasos rápidos, alcanzando el kilómetro 50 en el final de la misma, en escasos minutos pasando las 5 horas y 6 minutos.
Fue para mi un nuevo récord en recorrer 50 kilómetros, de hecho, recorrí los 48.800 metros del HOLE en 5:21:10 (pese a tener que parar en Montejaque por tener problemas con el dorsal), por lo que estaba más que claro que estaba yendo demasiado rápido.
De hecho, se había ampliado en más de 5 minutos el margen de tiempo que llevábamos con respecto al tiempo previsto de carrera, aunque estaba a punto de caer en picado...
Llegamos al final de la cuesta y no fui capaz de arrancar de nuevo, pese a los ánimos de David.
Tras varios metros caminando consiguió que pusiese un trote cochinero, tenía más fuerza su voluntad que la mía, estaba KO de nuevo, no esperaba un topetazo con "el muro" tan cercano, y menos tras haber recuperado hacía un kilómetro escaso...
"¿Sería el sol?" me preguntaba, mientras nos comenzaban a adelantar algunos atletas solitarios de manera progresiva.
El muchacho de las sandalias pasó de nuevo, como si nada, con sus pasitos cortos pero consistentes, como si llevase toda la vida haciéndolo... Parecía tan sencillo avanzar viéndole correr a él...
Y yo por mi parte tenía cada fibra de mi cuerpo en tensión, los pies doloridos, las piernas acalambradas, la mente obnubilada... pero sin saber cómo, me puse de nuevo en movimiento.
Me costaba bajar de 7 minutos el kilómetro hasta con la pendiente a favor, y de hecho, bajamos una de las últimas antes de que la pendiente se igualase andando completamente.
En la entrada a Setenil llegué a 8:30 minutos por kilómetro, pese al apoyo incondicional de los lugareños, que animaban dejándose la voz.
Pasada una zona llena de cafeterías y bares, al lado del río del curioso municipio que parecía que edificaba en el propio tajo, noté que no era capaz de más, y no pude evitar comenzar a andar.
David me proponía marcas para volver al trote, aunque fuese suave, continuamente, la siguiente farola, el siguiente niño, el siguiente coche... pero no había manera...
Me dijo que se estaba enfriando, que lo cogiese en el punto de avituallamiento que estaba poco más adelante, y le dije que lo intentaría.
Conforme se alejaba intenté volver a la marcha, pero hasta que no lo perdí de vista no pude poner el cuerpo en movimiento.
Casi a 10 minutos por kilómetro iba avanzando, y al escuchar la multitud animar cerca del punto de avituallamiento surgieron fuerzas en mí de la nada, y crucé el puentecito a sprint, subí los escalones de la izquierda a saltos y troté subiendo la cuestecita que nos llevaba al punto de avituallamiento.
Nada más llegar metí la cabeza bajo uno de los grifos durante varios segundos... estaba ardiendo y la sensación era increíble...
Después me bebí un vaso de refresco de cola que me ofreció un caballero legionario, uno de agua, uno de isotónica, me comí varias onzas de chocolate, naranjas...
Estaba dispuesto a recuperar a tope, aunque me daba un poco de apuro por David, que esperaba, animándome sin tregua, a que estuviese listo.
Volví a los grifos a rellenar los bidones, me mojé la cabeza de nuevo, cogí un par de gajos más de naranja más y continué con él y un amigo suyo.
bajamos unas escaleritas, una pequeña pendiente, y nos colocaron una pulsera de Mapfre en el brazo, con una luz de posición roja enganchada a ella.
Me extrañó porque eran poco más de las 5 y 20 (había superado por primera vez la expectativa de la media aritmética en un avituallamiento en Setenil, por poco más de 10 minutos, certificando mi estado de "cadáver" en movimiento desde el punto de vista psicológico.
La cuesta que afrontamos al salir de Setenil no era excesivamente complicada, pero no era capaz de hacerla trotando, así que comencé a andar.
David también, pero daba pasos ágilmente, mientras yo arrastraba los pies, a un ritmo de más de 15 minutos por kilómetro... parecía una cuesta eterna...
Cada vez estaba más lejos, le dije que no se preocupase, que siguiese, y comenzó a alejarse poco a poco, volviéndose a cada poco para ver por donde venía... Pero ya estaba claro que ahí se bifurcaban nuestros caminos...
Paré un momento para ir al baño, por suerte, siendo la orina algo más clara que en otras ocasiones, aunque aún bastante amarilla.
Volví al camino y ya no le veía; ahora vendría lo duro de verdad, no tenía fuerzas para alcanzarle, estaba en el kilómetro 57 de 101 y lo más duro estaba comenzando ahora, conmigo completamente acabado...
Al menos la música, que tan olvidada había tenido durante todo el camino, estaba conmigo, ayudándome a evadirme de los pensamientos negativos que rondaban mi mente, y del fustigador sol que abrasaba todo a su paso.
410 metros más tarde, mi móvil se apagó; Ahora sí que estaba completamente solo.
El Marchador Errante
Hace calor. Mucho calor.
Me saco los auriculares de los oídos, inertes; El móvil se ha apagado, continúo solo y en silencio.
Comenté a mis amigos que estuviesen sobre las 20:00 en Benaoján, y, si podían, que estuviesen a las 16:00 en Setenil, a fin de aligerar peso.
En Setenil, punto secundario, no los vi, puede que llegasen antes y partiesen a Benaoján pensando que había pasado con anterioridad, o que decidiesen ir directamente a Setenil desde Ronda.
Psicológicamente me hubiese venido fenomenal verlos, pero creo que con mi estado es mejor así, se hubiesen quedado muy preocupados...
Arrastro con dificultad los pies sobre la pendiente, mientras algunos ciclistas me pasan avanzando lentamente.
El terreno se allana y veo a lo lejos una bicicleta, a simple vista, abandonada; "al llegar ahí comenzaré a trotar".
Llego a la bici, cuyo propietario está tumbado a un margen del camino bajo la sombra de un árbol, respirando con dificultad, y comienzo a trotar... 5 metros... 10 metros...
No llegaría ni a 200 metros y los calambres me obligan a volver a andar.
Pasa una pareja de corredores trotando y me parecen velocistas jamaicanos. "¿cómo lo hacen, no están cansados?"
Busco en mi cinturón el gel de naranja que recogí en el avituallamiento de Alcalá del Valle... Sin éxito.
A mi mente le cuesta procesar, pero acabo por recordar que se me cayó en uno de los tramos que hice trotando con David, previos a la bajada hacia Setenil... Parece que hace una decena de horas de ese momento. "¿Hacía tanta calor como ahora?"
Abro la cremallera de mi cinturón y cojo el gel que estaba guardando en caso de pájara extrema... es el momento de utilizarlo.
Está pastoso y me cuesta tragarlo, tengo que utilizar el agua de los dos bidoncitos para poder ingerirlo por completo.
Ya no me queda nada de agua, hace poco que repuse en el avituallamiento de Setenil, pero pese a ello y haberme bebido los dos bidoncitos por completo, sigo teniendo sed.
Echo mano a mi hoja de ruta... llevaré, al menos, 58 kilómetros, estaré a unos 5 kilómetros del siguiente avituallamiento, a lo sumo... Si avanzo a un ritmo de 15 minutos el kilómetro, en el peor de los casos, en una hora y cuarto estaré allí; Si consigo llegar sin deshidratarme, no tendré problema en acabar la carrera, este es el primer obstáculo real de la prueba, y seguro que no será el último.
Tras emplear una eternidad en procesar esos cálculos y sin darme cuenta, he avanzado bastantes metros, pero no veo a ningún corredor por delante y todos los que llegan desde atrás llevan un ritmo endiabladamente elevado, no puedo igualarlo ni por asomo.
Me animan y me dicen que siga con ellos, que voy muy bien, pero sus voces suenan distantes y apagadas y me cuesta levantar la vista del suelo.
A lo lejos, en la puerta de un cortijo, un corredor está bebiendo agua que le da una familia en la puerta del mismo.
Me acerco con la intención de pedirles agua también, y me la traen, pero no porque me entendiesen, ya que tras dar varios sorbos profundos y rellenar mis dos bidoncitos les doy las gracias, y la mujer que me ofreció el agua me dijo "¡muy bien campeón! antes no eras capaz ni de decir agua de forma inteligible, no debes esperar tanto para parar a beber".
Le di las gracias de nuevo y retomé mi camino.
Un equipo comenzó a acercarse desde atrás, poco a poco, caminando, y traté de pegarme a ellos.
Iban comentando el calor excesivo de la prueba, que había hecho que uno de sus componentes se retirase.
Ellos iban muy tocados también, avanzaban andando, uno de ellos con dos bastones, y diciendo que como a uno de los otros le diese por retirarse, que él se quedaba con ellos.
Mantuve un paso rápido con ellos durante un buen rato, pero acabaron por escapárseme, sin hacer cambio de ritmo ni comenzar a marchar: El que lo redujo fui yo, pese a lo despacio que avanzaba.
La carrera, definitivamente, había acabado para mí, la única posibilidad de acabarla pasaba por recorrer cerca de 45 kilómetros marchando... ¡Pues marchando se haría, la retirada no es una opción!
Me sentía perdido, frustrado, extenuado... El intentar la heroicidad de las 11 horas había acabado conmigo a medio camino del final, ahora sólo era un héroe camino, que purgaría su osadía con una larga catarsis a través de estos caminos infinitos.
"¿Llegaría algún día al avituallamiento?" Era la pregunta que más se repetía en mi interior mientras avanzaba hacia el Cortijo Charco Lucero.
Por el camino, un par de arroyitos cruzaban el camino de lado a lado, y al llegar a uno de ellos me incliné para echarme agua sobre la cara, los brazos y las piernas.
Me costó muchísimo agacharme, y más aún levantarme después, pero me refresqué muchísimo y al volver a andar la ligera brisa enfriaba mi acalorado cuerpo.
Incluso llegué a sentir frío, por un lado, era una buena noticia, ya que mi cuerpo no tendría que destinar tanta energía a la termorregulación, por otro, si la sensación se mantenía, no sería buena señal, ya que podría indicar nada bueno (hacía mucho, demasiado calor, y no había sombra por ninguna parte).
Comencé a trotar ligeramente, arrastrando los pies con dificultad, pero llevando un ritmito constante.
A la más mínima elevación del terreno tenía que volver a caminar, pero me comenzaba a encontrar ligeramente mejor, pese a estar muy acalambrado.
Me comí varias pasas y orejones y me bebí los dos bidoncitos, esperando llegar pronto al avituallamiento.
No acabaría en 11 horas, quizás ni si quiera en 22, pero por muy lento que fuese mi avance, nada me podría detener... o eso pensaba, mientras una mini cuesta de una elevación insignificante amenazaba con hacer que me detuviese.
Un grupo de varios corredores, de los que uno de ellos me reconoció, me adelantó trotando despacito, dándome ánimos y felicitándome por las crónicas y por el blog.
Me vine arriba, comencé a andar más rápido y otra pareja de atletas que llegaba desde atrás se puso a mi ritmo, reconociéndome también.
La zona era muy bonita, rodeada de vegetación, con bastante sombra y varios arroyos, que teníamos que cruzar mediante puentecitos de madera.
No sé si sería el entorno, la sombra o los ánimos que me fueron dando, pero la cosa es que me revitalicé una vez más, y me pegué a esa pareja de corredores andando rápido, mientras intercambiábamos impresiones sobre la carrera.
Uno de ellos me dijo que escribiese sobre nuestro encuentro, recuerdo que repetí mentalmente su dorsal durante varios metros para recordarlo, pero al final acabó olvidándoseme.
Lo que si recuerdo es que estábamos cerca del kilómetro 62, camino del avituallamiento.
Sintiéndome algo mejor y un poco asustado por los vaivenes, tanto de mi cuerpo como de mi mente (tan pronto estaba sumido en la más profunda agonía como me animaba e incluso me atrevía a trotar durante unos pocos metros) continué avanzando, hasta llegar al avituallamiento de Cortijo Charco Lucero, donde me encontré con varios de los corredores que me habían adelantado en el último tramo.
Al llegar saludé a los caballeros legionarios, animado por haber sido capaz de recorrer esos kilómetros (a saber en cuanto tiempo) en "solitario" (relativamente, cada vez que podía intentaba pegarme a grupitos de corredores) y me dispuse a darme un atracón de naranjas y plátanos; estaba hambriento además de sediento.
Uno de los corredores les preguntó a los legionarios si me conocían, a lo que no supieron que responder, y les dijeron que era famoso, que aprovechasen para echarse una foto conmigo.
Yo, atónito, continué comiendo, pero como ninguno me pidió una fotografía (hubiese sido muy raro, me resulta extraño aún que me reconozcan a tantos kilómetros de las zonas que suelo frecuentar), pasé de la zona de avituallamiento sólido a la de líquido.
Había un par de corredores hablando, pero no era capaz de entender lo que decían, me parecía holandés.
Le pregunté a uno "kun je spreken Nederlands?" ("¿hablas holandés?"; Tras repetir la pregunta un par de veces, sin que me entendiese, se la dije en español y me dijo "ahhh, no, pero este de aquí enfrente estuvo en Holanda" y me presentó a otro corredor, pero no recuerdo ni sus rasgos físicos ni su nombre.
Recuerdo que me metí un buen rato bajo el grifo de agua y bebí copiosamente, tras lo que rellené mis bidoncitos.
Eché un ojo a la hoja de ruta y vi que me quedarían por recorrer varios kilómetros hasta llegar al siguiente punto de avituallamiento, así que me quité la camelbak de la espalda, notando un alivio muy intenso, y la rellené de agua hasta la mitad.
Me daba igual perder los minutos que fuese en el proceso de abrirla, sacar todas las cosas cuidadosamente, quitar la tapa, rellenarla y repetir el proceso a la inversa, necesitaría ese agua para poder llegar a mi destino.
Al abrir la mochila me di cuenta de por qué me dolía más el hombro derecho que le izquierdo: La cincha derecha que unía la camelbak a la mochila se había roto, probablemente por el peso de la misma.
Me eché de nuevo la mochila a la espalda, notando una punzada de dolor al volver, con más peso que antes, la camelbak a su sitio, y retomé el camino sin ser capaz de despedirme de los compañeros que me rodeaban, notando la mente algo nublada y el estómago bastante pesado.
No fui capaz de salir trotando, hice el amago y al segundo paso tuve que volver a andar. "sea así pues", pensé, resignado.
Me comenzó a doler la cabeza y recordé una insolación bastante severa que tuve entrenando hace un par de veranos, tras una tirada de Julio en la que salí a las 12:00 a correr y pretendía realizar 16 kilómetros a 4:30 minutos, pero al final regresé trotando como pude y estuve dos días en cama con dolor de cabeza (fue la primera insolación de la que tengo constancia).
Había mojado el buff, junto con mi cabeza y prácticamente todo mi cuerpo pocos metros atrás, así que tendría que lidiar con ello.
Avanzaba paso a paso, paso a paso, paso a paso...
En un momento dado mi estómago se rebeló también, en una zona de cultivos bajos a ambos lados del camino y con sólo un pequeño arbusto hasta donde alcanzaba la vista.
Pensé que si llegaba al final del camino, un cambio de rasante en el que giraba a la izquierda, quizás encontrase un lugar más idóneo para ir al baño, pero cuando conseguí llegar a la altura del arbusto, no pude más, y tuve que sacar el papel de batalla ahí mismo.
La presión en mi cabeza disminuyó bastante, no así en mi estómago, y me desabroché una de las cinchas que apretaba mi estómago (al haber rellenado la camelbak la presión era mayor).
Me costó mucho incorporarme, y más aún volver a la marcha, con mi cuerpo completamente machacado.
El avituallamiento de Chinchilla estaba a "tan solo" 2,6 kilómetros, pero el desnivel para llegar hasta ahí fue terrible, no recuerdo muy bien como llegué.
Recuerdo que llegó un punto en el que cualquier superficie era la más cómoda del mundo, y me sentaba durante cerca de un minuto sobre tocones de árbol, rocas, en los huecos de acequias... Recuperando el aliento mientras los músculos de mis piernas temblaban notoriamente sin que pudiese hacer nada por controlarlos.
Cada vez estaba más acalambrado y me costaba más avanzar, bebía constantemente pero no tenía ganas de orinar, así que cada vez bebía más profusamente, y agoté las reservas de la camelbak y las de los bidones sin darme apenas cuenta.
Un corredor que pasó siguiendo a una pareja me dijo "muchacho, no vas a ganar nada, salte un momento del camino, siéntate a la sombra, descansa y cuando te sientas mejor, vuelve a la carrera. Lo estás pasando mal".
No fui capaz ni de responderle, vi un árbol a la derecha de la calzada y me dejé caer pesadamente bajo su sombra (la camelbak amortiguó el golpe).
Mientras se alejaba, le decía a sus compañeros "el pobre es un cadáver, espero que vengan a recogerlo pronto".
No me molestó el comentario en absoluto, pero me hizo reflexionar, y mucho; ¿tan mal me encontraba?.
Le hice caso y descansé un buen rato, siendo asistido por multitud de corredores que se acercaban a preguntarme como estaba y a ofrecerme su ayuda.
Acepté de sumo grado el agua que varios de ellos me tendieron, pero no fui capaz de aceptar los geles o las barritas, seguramente las necesitaran ellos más adelante, sería un abuso por mi parte.
Me emocioné un poco en ese punto, es increíble lo que te une a gente que no conoces de nada una carrera de este tipo, quizás sea un poco exagerado decir que esos corredores que se pararon conmigo "me salvasen la vida", pero para mí así fue.
Cuando recobré ligeramente las fuerzas volví al camino, andando, tratando de contar todos los pasos que realizaba seguidos antes de pararme durante, máximo 10 segundos, a recuperar.
Así, contando pasos cada vez que avanzaba y descontando segundos cada vez que me paraba (y con la inestimable ayuda de varios corredores que me ofrecieron agua) llegué al avituallamiento de Chinchilla.
Ya no me dolía tanto la cabeza, el sol estaba comenzando a ponerse y ya había algunos tramos a la sombra.
Cogí varios gajos de naranja y plátano en el avituallamiento, varios vasos de isotónica y agua y volví a rellenar la camelbak, esta vez más a fondo, en el camión habilitado a tal efecto.
Rellené mis dos bidoncitos de agua y me hice prometer a mí mismo que no me levantaría del banco metálico donde estaba sentado hasta que los apurase completamente (así me obligaba a beber y descansar a la vez).
Sonaba una radio de fondo, y aunque al principio no identificaba la melodía, luego me di cuenta de que era una canción de la oreja de Van Gogh.
Comencé a recordar mis viajes a Ámsterdam el invierno pasado y mi estancia en Nijmegen, y cuando me di cuenta había apurado ambos bidoncitos.
Los rellené de nuevo y me dispuse a continuar con mi peregrinación hacia Ronda.
Sentía incluso ganas de ir al baño, así que, varios metros tras dejar atrás el avituallamiento, me puse manos a la obra.
La orina fue bastante más clarita en esta ocasión, con lo que me di por satisfecho, aunque no dejé de beber.
Me pasaban corredores cada vez más a menudo, algunos andando rápido, a los que me pegaba hasta que me paraba a descansar, nunca durante más de 10 segundos (para prohibirme a mí mismo aplancarme).
Con una mujer del "Lobas Do Monte" anduve durante al menos un kilómetro, fue el tramo más largo que recorrí sin pararme ni una sola vez, pero a partir de ese momento las paradas fueron más y más frecuentes.
Muchos corredores me animaban, alguno me reconoció y con más énfasis, pero no lograba ponerme al ritmo de ninguno.
Ya pensaba con más claridad y era consciente de la situación, pero trataba de recordar el trayecto hasta el avituallamiento de Chinchilla y no era capaz de reconstruirlo mentalmente.
Me puse en situación, tenía algo menos de una maratón que recorrer, entraría en el tiempo límite de la carrera sobradamente, pero al ritmo que iba era imposible que llegase al cementerio de Montejaque antes de que anocheciese... Llevaba el frontal conmigo, pero tan solo una malla y una camiseta de manga corta, la hipotermia estaría al acecho visto el ritmo al que me movía...
Comencé a andar más rápidamente en un vano intento de recortarle segundos al reloj, mientras recordaba las palabras de Janinna, ultra atleta y Iron Man que conocí en el Desafío Sur Torcal, en el que me contó que se retiró por primera y última vez en el UTMB debido a una hipotermia.
Iba mano a mano con un equipo que iba "tirando" casi literalmente de uno de sus miembros, animándole con palabras preciosas (del estilo "si te paras, nos paramos todos, esto es un equipo, o llegamos todos a meta o no llega ninguno") cuando le dio un calambre y cayó al suelo.
Sus compañeros le ayudaron a estirar mientras apretaba los dientes con una mueca de dolor insufrible en la cara, y pensé para mis adentros que no tenía razón ninguna para quejarme por el calvario que estaba pasando, ya que había personas que hasta con un equipo pendiente de ellas estaban peor que yo. Yo era afortunado a fon de cuentas.
Arrastré lo que quedaba de mi ser hasta el punto más elevado de este tramo, donde, cuando la pendiente comenzaba a ser favorable, me pasaron varios "Balas Perdías" a los que animé a su paso.
Si la subida había sido una tortura, la bajada fue un suplicio... Me temblaban las piernas, a cada paso que daba parecía que mis músculos fueran a ceder y me hiciesen caer, por lo que bajé dando pasos realmente cortos, lentos y pesados.
La planta de los pies me dolía terriblemente, dolor que quedaba enmascarado entre la sensación de malestar general.
Pero ya tenía el cuartel a la vista (o eso me decían los corredores que pasaban a mi lado, corriendo cuesta abajo como si nada), no podía rendirme ahora.
Una corredora jovencita me preguntó al pasar a mi lado si me dolía la rodilla, y le respondí que de entre todas las cosas que me dolían, la rodilla era una de las pocas que no me molestaba excesivamente.
Fue una pregunta curiosa que me sorprendió, y la atmósfera positiva que emanaba de ella me animó un poco, y me permitió realizar cerca de una centena de pasos sin pararme (me parecieron una cantidad enorme, aunque si me giraba podía ver el punto donde nos habíamos encontrado).
Poco después de perder de vista a la corredora me adelantó un miembro de los "Balas Perdías", al que dije que sus compañeros no andaban demasiado lejos.
Me preguntó si a más o a menos de media hora, le dije que no sabía exactamente, pero diría que a media hora.
Poco después escuché "¡Erranteeeee!" y noté una mano en la espalda; era Alex, el legionario que me advirtió en la primera cuesta nada más salir de Ronda, hacía lo que parecía eones, que las cuestas se subían andando.
Me preguntó que como estaba y me animó para que continuase con él, pero le dije que no podía, que ib amuy tocado.
Me dijo que el día estaba siendo duro, que muchos equipos se habían roto, pero que esperaba que me recuperase y lo alcanzase más adelante.
Yo lo dudaba, y, de hecho, tuve que detenerme poco despúes de habalr con él.
Poco después de perder de vista a la corredora me adelantó un miembro de los "Balas Perdías", al que dije que sus compañeros no andaban demasiado lejos.
Me preguntó si a más o a menos de media hora, le dije que no sabía exactamente, pero diría que a media hora.
Poco después escuché "¡Erranteeeee!" y noté una mano en la espalda; era Alex, el legionario que me advirtió en la primera cuesta nada más salir de Ronda, hacía lo que parecía eones, que las cuestas se subían andando.
Me preguntó que como estaba y me animó para que continuase con él, pero le dije que no podía, que ib amuy tocado.
Me dijo que el día estaba siendo duro, que muchos equipos se habían roto, pero que esperaba que me recuperase y lo alcanzase más adelante.
Yo lo dudaba, y, de hecho, tuve que detenerme poco despúes de habalr con él.
Entre parada y parada fui avanzando, con el sol ya casi fuera de nuestra vista y la luna haciéndose más y más brillante en el cielo, aunque aún quedaba luz del día.
No demasiada sin embargo, así que me senté en un poyete para cambiarme las gafas de sol graduadas por las de vista normal, y sacarme varias piedras de ambos zapatos.
Comencé a oír vítores a lo lejos, que me dieron alas para bajar un tramo andando rápido (si pensabais que diría trotando es que no he sabido transmitir la agonía de esos kilómetros), aunque tras pasar por la zona donde el público se concentraba y avanzar poco más acabé parándome de nuevo.
Me pasaron varios equipos juntos, yendo en uno de ellos un atleta pletórico, que iba comentando como en la edición del año pasado era noche cerrada en este tramo.
Me imaginé a mí mismo en la edición del 2015 diciendo lo mismo de este tramo (pues el año pasado por este tramo estaba ya bien entrada la tarde...), cuando una voz llena de energía me sacó de mi ensimismamiento.
Era un hombre que parecía uniformado de militar, muy muy moreno de piel, que me animaba, con acento cubano, a pegarme al grupo con el que iba.
Me intentaba arengar con comentarios del tipo "venga hermano, que no se diga que el negro te pasó, este es un grupo muy apañado, vamos todos cansados, ya ves, pero no se para nadie".
Incluso se descolgó un poco del grupo para intentar que arrancase a trotar, pero no lo consiguió, y al llegar ambos a un muchacho que estaba tendido en el suelo estirando, me deseó suerte y se paró un rato con él.
Poco después pasaron ambos trotando muy despacio, se pegaron un buen rato a mí y ante mi negativa a trotar (no porque no quisiera, sino porque mis músculos no respondían a la orden) les dije que siguieran, que tras el avituallamiento les cogía.
En la zona con el público me dijeron que estaría a unos 500 metros, pero llevaba caminando una eternidad (y parando poco, "no me dejaban") y no había ni rastro con él.
Cuando llegué casi me lo salto, haciendo honor a su nombre, la Fuente de la Higuera era poco más que un caño al lado de un camino, pero que me vino bien para beber agua fresca y reponer las reservas de los bidoncitos (en la camelbak me quedaba bastante aún, entre que el calor había remitido, el sol se había ocultado y mi ritmo era bastante menor, no tuve necesidad de beber tanto).
Los caballeros legionarios que estaban en el mismo se preocuparon por mi estado de salud, pero les aseguré que estaba bien (con una firmeza que me sorprendió a mí mismo) y con incertidumbre en la mirada, me dejaron continuar sin problema.
A los pocos metros escuché un estruendo, que se iba acercando; Por un momento temí que hubiesen mandado un vehículo para evacuarme (ahora mismo lo pienso me parece absurdo, pero en ese momento iba muy mal y lo sabía), así que me levanté (sí, ya estaba sentado, en el pollete de un cortijo) y me puse a andar rápido, como quien no quiere la cosa.
Ya había sido adelantado y había tenido que esquivar algunos vehículos de La Legión, grandes, pesados y estruendosos, pero era el primero que se acercaba desde atrás desde no sabía cuantos kilómetros.
Andaba todo lo rápido que me permitía mi maltrecho cuerpo, y el estruendo seguía ahí, acercándose lentamente... muy lentamente...
Me cansé antes de verlo aparecer y bajé el ritmo todo lo que pude sin llegar a detenerme y levantando las piernas lo suficiente para no tropezar; El estruendo se acrecentaba por momentos.
Psicológicamente no podía más, me sentía como el típico asesino de serie americana que se vuelve loco porque no para de oír la voz de su víctima, y me giré, quedándome atónito.
Ni vehículo de La Legión ni porras, era un tractor John Deere enorme, que avanzaba con parsimonia por el margen izquierdo de la calzada, dejando el derecho para que los corredores avanzasen sin problema.
Me acordé de mi amigo Contadordekm y su tractorismo, notando un empujoncito anímico que me vino genial.
A cada paso que daba repetía una secuencia mental, una especia de mantra... "lento...duro...fiable...lento...duro...fiable..." mientras el tractor realizada un espectacular adelantamiento (probablemente el más largo de la historia) al resignarme yo a pararme hasta que no me rebasase por completo.
Finalmente lo hizo y pude descansar un rato en el lateral de la carretera, nunca pensé que mantenerle el ritmo a un tractor pudiese llegar a ser tan extenuante...
Anduve durante incontables minutos sin nada especial que contar, hasta que, durante parada para orinar (orina amarilla pero no demasiado, buen nivel de hidratación) me dio por mirar al cielo.
Estaba comenzando a oscurecer, se veía ahora tan oscuro como varios minutos (quizá horas) atrás, cuando llevaba puestas las gafas de sol, y la luna comenzaba a brillar con intensidad.
Había que ponerse en marcha, en nada caería la noche por completo.
Comencé a andar con más brío, me dolía todo tanto que ya me daba igual todo, solo importaba llegar al cuartel... y después ya veríamos.
Tenía serias dudas sobre si sería capaz de acabar una carrera, algo que nunca me había planteado seriamente, pero prefería no pensar en ello y hacer oídos sordos a esa vocecita que me decía que sería lo más sensato.
Pese a la creciente oscuridad el paisaje me resultaba vagamente familiar...
Se comenzó a oír a una multitud animando a lo lejos, y contagiado de su energía, apreté el paso, dolorido.
¡Claro que me sonaba la zona, pasé por ahí en el HOLE! sabía que estaba cerca del cuartel, así que apreté todo lo que pude el paso (no llegué a trotar, pero avanzaba mucho más rápido de lo que lo llevaba haciendo andando durante varias horas) y avancé con decisión.
Al cruzar la vía del tren me encontré multitud de coches aparcados, y una clamorosa muchedumbre jaleando a los corredores que pasábamos por allí, con gritos de "hérores", "ole vuestros huevos", "esto está hecho" y demás.
Algunos corredores pasaban ya con su frontal encendido, aunque todavía se veía bien sin él.
Me fui alejando de la multitud y me fui adentrando en el cuartel, quedándome envuelto en el silencio por momentos.
Un corredor se pegó a mi ritmo justo cuando llegábamos al control de carrera; "pip"..."pip"...
Se vuelve y me dice "¿ha sonado dos veces? sólo lo he oído una..."
Le digo que sí y tras darme las gracias, muy animado, echa a trotar (iba andando tranquilamente, y aun así me había adelantado) y se funde a lo lejos con las sombras.
Escucho pasos sincronizados a mi espalda, pero no me vuelvo, estoy desesperado buscando algún edificio que se parezca a un cuartel con la mirada, infructuosamente.
Como era de esperar, los propietarios de los pasos me alcanzan antes de que encontrase el cuartel.
Es un grupo que avanza en formación, me engulle y me deja atrás; Son el primer grupo femenino que veo, de mujeres uniformadas, militares, aunque no recuerdo de que unidad.
Varios soldados que merodean por el cuartel se cuadran a su paso o les animan, aunque en tono muy cauto y neutral.
A lo lejos oigo que una de ellas da una orden y levanta un brazo, y todas se detienen al unísono y se ponen a andar pausadamente, sin romper la formación.
Me acerco a ellas y oigo que charlan animadamente, diciendo una de ellas "¡al fin, el cuartel!"
Evacuación inminente
Cuartel, 21:15. Kilómetro 75,4.
Tardé una eternidad al llegar a ese punto, y cuando lo hice... ¡Sorpresa! el terreno se igualaba ligeramente (quizás incluso descendiese algunos metros, pero tras ese repecho se alzaba una tremenda cuesta por la que decenas de puntitos luminosos ascendían.
Me armé de coraje, reuní fuerzas y me propuse no parar hasta llegar a la cima.
Tras descansar cerca de un minuto apoyado en el propio suelo, me levanté, con la cabeza agachada para no tener que afrontar la visión de esa pared ante mí, y apoyando las manos en mis piernas, comencé a ascender.
Nadie corría ni trotaba, nadie hablaba, la oscuridad y el silencio eran absolutos, tan solo perturbados por la luz de nuestros frontales y el sonido de nuestra respiración y pasos.
Había llegado incluso a sentir frío minutos atrás, pero ahora estaba moviéndome a un buen ritmo, incluso alcanzando a algunos corredores en esa picadora de carne.
Tenía el pulso acelerado, comencé a sudar de nuevo y volví a entrar en calor; "¡vamos, la cuesta no puede ser eterna!".
Compartía camino con corredores, escarabajos e incluso algún pequeño escorpión, siempre sin mirar arriba, y lo más importante, sin detenerme, por mucho dolor que sintiese.
Llevaba ya más de 80 kilómetros, no podían quedar mucho más de 20, no podía rendirme ahora,
Cuando alcancé la cumbre estaba derrengado, y me senté a descansar y a recuperar el aliento sobre la fría piedra, con las piernas temblorosas.
Cerré los ojos y me pareció oír vítores y palmas, no muy lejanos; abrí los ojos y me asomé al comienzo de la bajada en zigzag, que cuando subí en el HOLE me recordó a la de Santorini.
Las vistas eran preciosas, Montejaque a nuestros pies, Benaoján a lo lejos, el cielo estrellado sobre nosotros, como un oscuro manto salpicado de lucecitas, mientras en la tierra, bajando en zigzag, un par de parejas de lucecitas descendían juntas en esa eterna z y varias avanzando en solitario.
Las imágenes en este tramo son realmente fascinantes, dicen que lo peor ya ha pasado una vez que llegas allí y tras la subida a la ermita lo que queda es para disfrutarlo; El panorama invitaba a ello.
Sin embargo, yo estaba lejos de disfrutar como me gustaría, aunque es cierto que la imagen me resultó casi filosófica, no sabría decir qué transmitía, pero me resultó fascinante.
Eché a andar por los pedregosos adoquines que conformaban el descenso, arrastrando torpemente los pies y tropezando en incontables ocasiones, teniendo que parar a descansar cada pocos pasos; Ahora estaba pagando el esfuerzo de la subida.
Cada vez que llegaba a un extremo de la zeta pensaba que ya estaría a punto de llegar abajo, pero giraba una y otra y otra vez, mientras mis piernas comenzaban a fallarme.
Me entraron ganas de llorar de la impotencia, tenía las piernas tan acalambradas que prácticamente no me respondían, era frustrante... Los aplausos a lo lejos parecían un canto de sirena, estaba al lado del avituallamiento, me quedaba nada... Sólo tenía que acabar de arrastrame hasta allí y podría descansar un poco.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo, aunque, finalmente, lo conseguí.
No había demasiada gente en el avituallamiento del cementerio de Montejaque, pero infundían unos ánimos que hacía parecer que eran el doble o el triple las personas que nos vitoreaban.
Cogí dos vasos de isotónica y me senté pesadamente en un pollete, situado al lado de la mesita donde reposaban las bebidas.
Un corredor yacía en el suelo cuando llegué, mientras otro le ayudaba a estirar.
Una legionaria se me acercó y me preguntó si necesitaba algo, pero le dije, con una voz bastante más firme de lo que hubiese esperado, que sólo necesitaba descansar un poco y reponer fuerzas.
No insistió y se retiró un poco, dejándome descansar durante un par de minutos.
Al corredor que estiraba dolorosamente en el suelo le echaron réflex y, tras estirar un minuto o dos más, continuó la marcha... ¡trotanto! He visto cosas increíbles en esta carrera, y una "resurreción" de ese tipo en el kilómetro 83 fue una de ellas.
Apuré ambos vasos y un tercero que recogí luego, y pregunté a uno de los legionarios que estaba más cerca de mi posición que donde podía rellenar mis botellines, vacíos una vez más
Me dijo que a la izquierda, que siguiese el rastro de agua que había en el suelo y lo encontraría.
Me levanté del pollete, dolorido pero bastante mejor, al menos psicológicamente; estaba a menos de 4 kilómetros de Benaoján y mis amigos... llegué a pensar en retirarme ahí, sería tan fácil quedarme con mis amigos y poner fin al sufrimiento...
Pero sabía que si lo hacía me arrepentiría siempre, nunca he abandonado una carrera, ni si quiera pensar en ello seriamente, la meta no estaba en Benaoján, podía descansar ahí, pero aún quedaría un buen pedazo para completar la prueba.
Salí del avituallamiento, andando, visualizando mentalmente Benaoján.
Varios niños y jóvenes me animaban, unos de corazón y otros "buscándome las cosquillas", con pullitas del tipo "los he visto más rápidos" o "que se te hace de día", pero el tono de los mensajes denotaba cierta admiración, pese a la burla que cargaba.
A esas alturas no estaba precisamente como para escatimar ánimos, así que los recibí agradecido igualmente.
Me pareció ver a Mayte sentada en un pollete, al lado de un muchacho joven, y comencé a andar mucho más rápido.
La visión no tenía sentido, pero ni si quiera me paré a razonarla, pese a que sabía que estaba a varios kilómetros de ventaja.
Efectivamente, al acercarme, no era ella, y la pareja me miró un poco extrañada, aunque me dio las buenas noches y ánimos de todas formas.
¿Tan mal estaba que ya comenzaba a ver a mis amigos a mi alrededor?
A unos 200 metros, ya casi saliendo del pueblo, vi a lo lejos a otra muchacha que se parecía a Mayte, envuelta en una toalla azul.
Me pareció súper curioso, pero esta vez pensaba acercarme con más disimulo, acababa de llevarme un corte considerable y sabía que había un 1% de probabilidades de que fuese ella de verdad.
Estando a escasos dos metros de ella me mira, pero no fija su mirada en mí; Claro, como iba a hacerlo, no puede ser ella.
Pero de repente, sonríe "¡Es ella!".
Me dice "¿Qué, nene?", se levanta y me pierdo en sus brazos.
No sé muy bien que pasó en esos momentos, recuerdo que nos abrazamos, nos besamos y les tranquilicé, pese a que tanto ella como Emma, que estaba con ella, se quedaron muy preocupadas al verme.
Me senté con ellas brevemente, y acepté encantado la malla térmica de manga larga de arriba que me ofrecieron, echándomela al cuello, que me puse encima de las dos capas que llevaba (estaba arrecio de frío), aunque rehusé la parte de abajo y los calcetines, por temor a no ser capaz de ponerme de pie si me tumbaba para cambiarme, más que nada.
Les pregunté por Gonzalo, pero me dijeron que llevaba un buen rato durmiendo en la parte de atrás del coche; Abracé por última vez a Mayte y a Emma y les dije que tenía que continuar, que me esperasen en meta.
Nos despedimos y seguí, andando.
Ya no tenía sentido llegar a Benaoján, no volvería a ver a mis amigos hasta llegar a Ronda, quien sabe en cuantas horas...
Una vez salí de Benaoján me dijeron que me colocase en la parte izquierda de la carretera, delimitada por conos para permitirnos un descenso seguro.
Las bajadas me estaba matando y parecían no acabar, pero ya habíamos llegado hasta aquí, no quedaba más remedio que acabar lo que había empezado.
Escuché un pitido tenue y me giré, viendo a Gonzalo, Ema y Mayte bajando en el la Scenic.
Me animaron mientras reducían la velocidad, pero se les pegó otro coche atrás y tuvieron que continuar hacia adelante.
Eso son amigos de verdad, esperando horas, sin saber nada de mí, animándome tras esa larga espera y sin una mala cara ni una recriminación.
Me emocioné, dejando resbalar algunas lágrimas de la emoción, aunque el dolor generalizado que recorría cada milímetro de mi cuerpo cortó esa inesperada llantera; Me dolía todo, hasta los músculos de la cara del puro agotamiento.
En la bajada paré una decena de veces, ya no por tiempo, hasta que alguien me dijese de continuar.
Era a menudo, no pasaba más de un minuto sentado cuando algún corredor o grupito me animaban a pegarme con ellos.
No sé cuanto tardé en llegar a Benaoján, pero se me hizo eterno, llegué agotado nuevamente, con mucho sueño y con las piernas temblando, tanto por los calambres como por el frío.
Al llegar cogí un café calentito, que me bebí a pequeños sorbos sentado en un banquito al lado del avituallamiento, tumbándome cuando me lo acabé.
Se me acercaron dos caballeros legionarios y me preguntaron si necesitaba asistencia médica.
Les dije que sólo necesitaba descansar un poco, pero cuando me ofrecieron réflex les dije que podían echarme sin problema, recordando la "resurrección" del corredor en el anterior avituallamiento.
El bote casi no tenía, el gas apenas me rozó la piel, pero quizás por efecto placebo, noté un alivio inmediato.
Con el dolor milagrosamente mitigado tocaba afrontar el frío, y con manos temblorosas me quité la bolsita de plástico con el dorsal y el pasaporte legionario y me enfundé la malla térmica, subiéndome la cremallera hasta el cuello.
Me coloqué los imperdibles, cogí un par de vasos de agua y retomé la marcha (la camelbak y mis bidoncitos estaban intactos desde el cementerio de Montejaque).
Me dolía todo en general, pero las piernas me habían dejado de temblar y tenía mucho más control sobre ellas.
Decidí preguntar por réflex cada vez que viese un puesto de Protección Civil, quizás mi milagrosa recuperación se debiese al efecto de ese bote casi acabado.
Con precaución, alargué la zancada; El dolor de las piernas no se acentuaba, si el de las plantas de los pies, pero era ínfimo comparado con el dolor general que sentía, así que mantuve el ritmo.
Me atreví, por primera vez en horas, a realizar un tramo trotando, aunque eso sí que fue doloroso.
No obstante, así llegaría antes a Ronda, así que aguanté estoicamente.
Vi a una pareja de Protección Civil y les pregunté si tenían réflex, aunque me dijeron que habían agotado las existencias hacía horas.
El camino giraba a la derecha, volviendo a ser de tierra y con una inclinación mucho mayor, así que cambié el trote por la marcha, nuevamente.
No sé si fue el ratito tumbado, el café, la isotónica, el réflex o el haber visto a mis amigos, pero algo me hizo clic y recorrí senderos sin pararme ni una sola vez durante más de media hora.
Posteriormente comencé a encontrarme cada vez más y más débil, mientras ascendía otra cuesta eterna.
Me parecía estar avanzando en un sueño, en el país de barro, y aunque avanzaba (a duras penas) me parecía que estaba subiendo una cuesta embarrada por la que me deslizaba antes de llegar a la cima, una y otra vez, una y otra vez.
Varios corredores me adelantaban, dándome ánimos, pero no los oía, mi mente estaba muy lejos.
Pude haber pasado horas arrastrando los pies por los senderos, mientras la luz de mi frontal se hacía más y más débil, al igual que yo.
No sé cómo fue exactamente, pero comencé a notar que las manos me hormigueaban, y después se me dormían los brazos desde los hombros.
Llegué a la cima; "!¿otra bajada?!" No podía más, estaba desesperado, si la subida había sido letal la bajada podría conmigo, no estaba en condiciones de enfrentarme a ella, no ahora, no después de que más de 90 kilómetros se hubiesen cebado conmigo antes.
El GPS de un corredor que pasaba al lado marcó su paso por otro kilómetro más, y cuando le pregunté que cuantos llevábamos me dijo que 91.
10 para meta; y dudaba que mi cuerpo fuese capaz de aguantar 10 metros más...
Pasó una pareja de corredores que, señalando con el dedo, dijeron "mira, ahí está el Cortijo de la Mania, ahí haremos la última parada larga, que la meta está cerca pero queda un buen trecho".
Yo con llegar a él me conformaba...
Prácticamente no tenía sensibilidad en los brazos, y los labios se me estaban durmiendo.
Sabía que debería preocuparme, pero no podía, me costaba procesar tanto el dolor como la información de lo que pasaba a mi alrededor.
Comencé a hiperventilar, no era capaz de controlar el ritmo de mi propia respiración, pero seguía sintiéndome tranquilo; demasiado tranquilo.
Un corredor me preguntó que qué me pasaba, y cuando le comencé a describir mis síntomas puso cara de alarma y me dijo que el próximo avituallamiento estaba a 100 metros de distancia, que si me veía con fuerzas para llegar hasta él.
Le dije que haría lo posible, con tan mala fortuna que justo en ese momento me tropecé y casi me doy de bruces con el suelo.
Me ayudó a estabilizarme y me dijo que me tumbase de inmediato, mientras cogía su teléfono móvil.
Como pude me tumbé en el lateral derecho del camino, sobre rocas y hierba húmeda; Tenía mucho frío y comencé a experimentar convulsiones.
El corredor llamó al 112, y tras explicar la situación una decena de veces, me pidió mis datos personales y síntomas, una vez más.
Mientras hablaba con los servicios de emergencia varios corredores me ayudaron, uno me dio ibuprofeno, que bajé con un poco de agua que me ofreció un segundo, y todo aquel que pasaba se quedaba uno segundos y me dedicaba unas palabras de ánimo.
El corredor me comunicó que la asistencia estaba en camino, que me relajase y pusiese las piernas más elevadas.
Soy socorrista, sé que la posición de Trendelemburg es la más apropiada para mantener el calor en los órganos vitales, así como para reponerse de una lipotimia, pero las piernas no me respondían.
Otro corredor se acercó, y me dijo si me podía tomar el pulso, que no tenía buena cara y estaba muy pálido.
No tenía fuerzas para responderle, así que me cogió la muñeca con firmeza, tocó un par de botones con su cronómetro y comenzó a mirarlo con suma concentración.
Se volvió al corredor que estaba esperando conmigo la asistencia sanitaria y le dijo, algo alterado, "¿has llamado ya a emergencias o llamo yo?"
Cerré los ojos y, liberado del agarre del corredor que me acababa de tomar el pulso, tanteé mi cronómetro, pausándolo. La carrera había acabado para mi.
El retorno del Corredor Errante
Evacuación inminente
Cuartel, 21:15. Kilómetro 75,4.
Tras más de 11 horas en movimiento (corriendo menos de 6, para ser sinceros) uno piensa de forma diferente, básica.
Entre eso y que la noche ya había llegado, pese a que vi entrar al equipo de mujeres militares al cuartel, en principio me lo pasé de largo; no reparé en cómo podría ser un cuartel, y llevaba rato buscándolo.
Hasta que no vi corredores saliendo sonrientes del cuartel y les pregunté, no caí en qué ese era el edificio que llevaba tanto tiempo en mi mente, aún sin haberlo visto nunca.
Hasta que no vi corredores saliendo sonrientes del cuartel y les pregunté, no caí en qué ese era el edificio que llevaba tanto tiempo en mi mente, aún sin haberlo visto nunca.
Entré por donde salían los corredores, y lo primero que me encontré, fue el baño.
Entré y rellené los botellines, y la camelbak, y al salir vi un amplio comedor.
Entré en él; hacía calor, bastante calor, la charla era animada pero tenue y el ambiente animaba a quedarse.
Llevaba un buen rato sin pararme, más que nada, porque no había lugar posible para ello (si me sentaba en el suelo no me veía capaz de levantarme luego), y aunque en principio no tenía planeado "cenar" (llevaba comiendo toda la carrera para mantener un flujo constante de energía, pero no había realizado ninguna comida como tal desde el desayuno) notaba el estómago bastante vacío.
La promesa de un poco de comida, calorcito y asiento fue demasiado para mi férrea voluntad, muy maleada por la experiencia que arrastraba desde la salida de Setenil de las Bodegas, así que, avanzando como un zombi, me planté en la cola del comedor.
Una de las cocineras me dijo, en un tono que dejaba claro que lo había repetido una centena de veces con anterioridad, que necesitaba el ticket de la comida.
Mecánicamente, saqué el pasaporte de la bolsita de plástico en la que llevaba el dorsal y se lo ofrecí.
Me dijo que debía obtenerlo en la entrada, así que me di media vuelta, lo enseñé, junto con el dorsal, y un caballero legionario me dio el ticket de la comida y me deseó buen provecho.
Ya con mi ticket en mano me atendieron amablemente, cogí una hamburguesa, patatas, un rosco relleno de chocolate y un yogur de chocolate, los coloqué sobre mi bandejita de plástico y los llevé a la mesa más cercana a la salida.
El fantasma de la hipotermia aún rondaba mi mente, y si me paraba mucho tiempo en el interior del cálido cuartel (estaba comenzando a sudar) y la sangre abandonaba mis extremidades para procesar la comida, probablemente caería en redondo.
Me fui a la mesa más cercana a la puerta, en la que se notaban aleatoriamente ráfagas de brisa fresca.
Abrí la hamburguesa, con queso, como me temía, que retiré con facilidad (tengo hábitos alimenticios muy raros, no tolero casi ninguna carne que provenga del cerdo y los quesos prácticamente igual) y le di un bocado.
Estaba un poco seca y me costaba masticar; sabía que había ketchup y mayonesa en paquetitos, los veía en las mesas de otros corredores, pero no era capaz de levantarme para ir a por ellos: Las piernas me temblaban bastante de forma descontrolada, y me dolían a pesar de estar sentado.
Se me había olvidado coger bebida, pero me pasaba igual, probé a transmitir la orden a mi cerebro y la ignoró.
Cuando llevaba un par de bocados de hamburguesa noté una palmada en el hombro, y al girarme me encontré con Raúl, del Club Atletismo Fuengirola, al que no veía desde la salida, hacía más de 11 horas.
Me saludó, creo que algo extrañado por encontrarme ahí, y se dirigió rápidamente a por una bandeja.
Raúl tenía como objetivo acabar la prueba, nada de tiempos ni ritmos, disfrutar y acabar, un objetivo simple pero eficaz, con cuyo planteamiento estaba destrozando al mío inicial de acabar en torno a las 11 horas, sobre todo ahora que me había alcanzado y teníamos lo más duro aguardándonos fuera del cuartel.
Soy una persona que come, mucho, pero cuando llevaba ya media hamburguesa mi estómago me dijo que no aceptaba más.
Raúl volvió y estuvimos intercambiando impresiones sobre la carrera. Me "felicitó" por haber elegido ese sitio, por la exposición parcial al fresco, ya que, según me contó, un amigo suyo cayó en redondo pocos minutos después de salir del cuartel en otra edición, debido al cambio brusco de temperatura.
Se me cortó el cuerpo de oírlo, era justo lo que me temía... bueno, hamburguesa ya no me entraba más, y las patatas me apetecían pero no bajaban... ni bebiendo de mis botellines, no sé si por el nudo que se me acababa de formar en el estómago o por mi mal cuerpo en general.
Mientras charlábamos, acabé mi medio cena (media hamburguesa, media ración de patatas, medio bollo y medio yogur), vacié dos botellines y me dispuse a cambiarme.
Al quitarme la camelbak noté la espalda muy desabrigada, así que reconsideré quitarme la camiseta de aros, y en su lugar, me puse encima la que llevaba de manga corta, tras quitarme la bolsa en la que guardaba el dorsal y el pasaporte y ponerla sobre la nueva capa.
Me coloqué el frontal en la cabeza, comprobé que funcionaba correctamente y me despedí de Raúl, aunque sabía que en breve nos encontraríamos de nuevo.
Fui al baño, donde me cambié las calzas por mallas cortas, oriné, bastante clarito esta vez (estaba en niveles de hidratación óptimos, al menos) y rellené los bidoncitos.
Salí al exterior, notando bastante el cambio de temperatura, aunque menos de lo que esperaba, y con la musculatura dolorida pero algo recuperada, comencé a ascender la pendiente, con pasos cortos.
Encendí el frontal, iluminando una amplia área a mi alrededor, y me interné en la oscuridad que se cerraba ante mí, en la que puntitos rojos se encendían y apagaban en la distancia y luces blancas marcaban el lugar por donde transitaban los corredores.
Tenía prácticamente 8 kilómetros ante mi, hasta el siguiente avituallamiento, hasta Benaoján... no quería ni pensarlo...
Ya había pasado más de una hora y media desde la hora en la que dije a mis amigos que planeaba pasar por Benaoján, y quedarían perfectamente otras dos hasta que llegase... No tenía batería en el móvil ni forma de avisarles, seguro que estaban realmente preocupados...
Tras la pendiente la inclinación se tornó a nuestro favor, y se me acercó una mujer hablando por el móvil mientras andaba, a buen paso ("¿de dónde saca la energía la gente?").
Pensé en pedirle el móvil cuando acabase, para poder avisar a mis amigos (siempre y cuando no la perdiese de vista), pero caí en la cuenta de que no me sabía el número de Mayte, Emma ni Gonzalo.
Podría llamar a mi madre para que ella les avisase, pero es muy aprensiva y seguro que la ponía histérica, nunca le ha hecho gracia que corra más de media maratón y cuando entreno durante más de 3 horas suelo encontrarme decenas de mensajes al volver; llamarla no era una opción.
Me resigné y continué, pasito a pasito, por la cuesta abajo, deseando que llegase la cuesta arriba, ya que la pendiente me estaba destrozando las piernas y la espalda.
Casi todos los corredores que me adelantaban iban en grupo, o , como mínimo en pareja, y todos con muy buen ánimo y trotando.
Yo me encontraba bastante mejor tras la breve parada en el cuartel, pero distaba mucho de encontrarme "bien" y ni me planteaba trotar, mis músculos no me lo permitían.
Aún así me contagié un poco de ese estado de positividad que emanaban todos los que me adelantaban, de los que prácticamente la mayoría me daban ánimos, recorriendo todo el tramo desde la salida del cuartel hasta que la pendiente volvió a estar a nuestro favor sin pararme ni una sola vez.
Ahí tuve que volver a pararme, durante más de 10 segundos (a los 10 no fui capaz de ponerme en pie, y mira que la piedra era incómoda), y aproveché para cerrar los ojos, inspirar, espirar y calmar mi maltrecho cuerpo.
Me vino bien relajarme, aunque me empezó a entrar sueño y me costó ponerme en pie de nuevo.
Raúl me alcanzó poco después, dándome ánimos al pasar; Lo vi en buenísima forma, trotando, con una postura bastante buena pese a la de hora que llevábamos corriendo.
Se lo dije pero me respondió que estaba muerto y que nos veríamos camino de la meta.
Yo lo dudaba, pero le desee suerte y seguí a lo mío: tenía mi propia carrera que disputar.
Me di cuenta de que la potencia de mi frontal (alabada por corredores desde que debuté, por partida doble, en trail y en carrera nocturna, en la Vertic Night) podía ser un engorro, ya que estaba atrayendo a decenas de insectos, que, o bien chocaban con el frontal o lo hacían con mis gafas o con mi cara.
También me di cuenta de cuanto brillan los ojos de los insectos en la oscuridad... e incluso el interior de ellos, ya que vi una zona con una manchita muy brillante y en el centro un escarabajo aplastado...
La vida humana en el sendero era escasa, así que centré mi atención en la animal.
Hormigas, tijeretas, escarabajos y muchos otros insectos merodeaban, muy activos, por el sendero, especialmente en la zona donde se acumulaban envoltorios de gel (una pena, pienso que se debe controlar más ese aspecto).
La vida es simple pero dolorosa, se centra en levantar la pierna derecha, apoyar la mano derecha en el cuádriceps, levantar la pierna izquierda, apoyar la mano izquierda en el cuádriceps... sin olvidarnos de respirar, a buen ritmo.
Voy subiendo por una cuesta que parece eterna, avanzando durante lo que parece (y probablemente son) horas mientras el paisaje a mi alrededor cambia poco, pero sobre mí se vuelve precioso (comienzan a aparecer decenas de estrellas en el cielo, y los frontales de los atletas en la distancia crean un ambiente especial, casi mágico).
Parece que mis dolores menguan ante tal visión, aunque aún así rozan el espectro de lo infrahumano.
Me llama la atención que en un momento dado una pareja que llega con brío desde atrás va comentando que en un avituallamiento un caballero legionario les había contado que un corredor había pasado con chanclas.
"¿Te imaginas tío? qué locura, hay que tenerlos cuadrados para hacer eso..."
Sonrío recordando al corredor con el que mantuve la conversación monosílaba llegando a Alcalá del Valle, y noto alegría y una punzada de nostalgia a la vez al saber que seguramente se referirán a él.
Es muy extraño, recuerdo el momento vívidamente, pero me parece que hace meses o años de él, se me hace muy raro que haya sido hace "tan solo" varias horas.
Mientras la pareja se pierde en la distancia me pregunto que habrá sido de él, y mi mente comienza a divagar mientras mi cuerpo se mueve mecánicamente, empujado por el deseo de ver a mis amigos en Benaoján, más que por llegar a meta.
"Eso si antes llego al cementerio de Montejaque..."
En un momento dado un arroyuelo cruza el sendero de lado a lado, y recuerdo de sopetón que por esa cuesta bajé en el HOLE, parece que en otra vida.
Como cambia el paisaje de día y de noche, de tener barro a tener tierra seca... todo parece que encaja, como un puzle, la sensación es de que tengo muchas piezas que encajan delante de mí, pero no soy capaz de ver la imagen que forman.
Quizás sea el sueño, y aunque sé que los calambres no me van a permitir tener un respiro, me siento en un margen del camino.
Hay varias hormigas cerca y alguna se me sube por las zapatillas, pero no tengo fuerzas para agacharme y quitármelas, o para sacudir los pies.
Un corredor se agacha, preocupado por mi estado, cegándome con su frontal, pero lo de digo que está bien.
Aún así insiste en ofrecerme barritas o geles, pero los rechazo cortésmente, y conmovido.
Las experiencias que se viven en esos caminos son únicas, traspasarían el corazón del más cínico, creo que los corredores, por regla general, somos buenas personas, pero los ultra corredores, además de ser de otra pasta, tienen una bondad fuera de lo común.
Con esfuerzo consigo levantarme, echo mano a mi cinturón y me como un par de orejones, doy varios sorbos de mi camelbak y sigo avanzando, a duras penas.
Escucho el característico sonido de un GPS marcando un kilómetro y el corazón me da un vuelco.
Bajo la posición del frontal, me giro, y con voz quebrada pregunto que cuantos kilómetros llevamos.
Una voz masculina, notablemente cansada, me responde que aproximadamente 80, y tras darle las gracias bajo la vista hacia mi hoja de ruta.
Poco más de 3 kilómetros para llegar al cementerio de Montejaque y alrededor de 7 para llegar a Benaoján...
"Ojalá la meta estuviese en Benaoján" "¿Seré capaz si quiera de avanzar un kilómetro más?" "¿Cuántas horas tardaré en llegar?" "¿a qué ritmo estaré avanzando, 20 minutos el kilómetro, 30"? "¿se podría ir más lento"?
Con tan halagüeños pensamientos evado mi mente de la atención que mi acalambrado cuerpo me reclama, cuando, tras una pausa para ir al baño, muy dolorosa, con una punzada a la altura del riñón derecho, observo como la orina es muy clarita.
"A ver si me voy a provocar una hiponatremia ahora, es lo que me faltaba, vamos..." pienso, y me hecho a la boca más orejones, a fin de recuperar sodio, potasio, azúcares y vida en general.
Pasa una eternidad, no sé cuanto tiempo, no sé cuantas veces me paro, pero cuando me doy cuenta, percibo dos cosas:
1-La luz de mi frontal es considerablemente más tenue desde que empecé a correr; "¿aguantará hasta el final, en caso de que aguante yo?"
2-La hilera de luces titilantes desaparece al final del camino, en la distancia... posiblemente esté llegando a la bajada a Montejaque.
Tardé una eternidad al llegar a ese punto, y cuando lo hice... ¡Sorpresa! el terreno se igualaba ligeramente (quizás incluso descendiese algunos metros, pero tras ese repecho se alzaba una tremenda cuesta por la que decenas de puntitos luminosos ascendían.
Me armé de coraje, reuní fuerzas y me propuse no parar hasta llegar a la cima.
Tras descansar cerca de un minuto apoyado en el propio suelo, me levanté, con la cabeza agachada para no tener que afrontar la visión de esa pared ante mí, y apoyando las manos en mis piernas, comencé a ascender.
Nadie corría ni trotaba, nadie hablaba, la oscuridad y el silencio eran absolutos, tan solo perturbados por la luz de nuestros frontales y el sonido de nuestra respiración y pasos.
Había llegado incluso a sentir frío minutos atrás, pero ahora estaba moviéndome a un buen ritmo, incluso alcanzando a algunos corredores en esa picadora de carne.
Tenía el pulso acelerado, comencé a sudar de nuevo y volví a entrar en calor; "¡vamos, la cuesta no puede ser eterna!".
Compartía camino con corredores, escarabajos e incluso algún pequeño escorpión, siempre sin mirar arriba, y lo más importante, sin detenerme, por mucho dolor que sintiese.
Llevaba ya más de 80 kilómetros, no podían quedar mucho más de 20, no podía rendirme ahora,
Cuando alcancé la cumbre estaba derrengado, y me senté a descansar y a recuperar el aliento sobre la fría piedra, con las piernas temblorosas.
Cerré los ojos y me pareció oír vítores y palmas, no muy lejanos; abrí los ojos y me asomé al comienzo de la bajada en zigzag, que cuando subí en el HOLE me recordó a la de Santorini.
Las vistas eran preciosas, Montejaque a nuestros pies, Benaoján a lo lejos, el cielo estrellado sobre nosotros, como un oscuro manto salpicado de lucecitas, mientras en la tierra, bajando en zigzag, un par de parejas de lucecitas descendían juntas en esa eterna z y varias avanzando en solitario.
Las imágenes en este tramo son realmente fascinantes, dicen que lo peor ya ha pasado una vez que llegas allí y tras la subida a la ermita lo que queda es para disfrutarlo; El panorama invitaba a ello.
Sin embargo, yo estaba lejos de disfrutar como me gustaría, aunque es cierto que la imagen me resultó casi filosófica, no sabría decir qué transmitía, pero me resultó fascinante.
Eché a andar por los pedregosos adoquines que conformaban el descenso, arrastrando torpemente los pies y tropezando en incontables ocasiones, teniendo que parar a descansar cada pocos pasos; Ahora estaba pagando el esfuerzo de la subida.
Cada vez que llegaba a un extremo de la zeta pensaba que ya estaría a punto de llegar abajo, pero giraba una y otra y otra vez, mientras mis piernas comenzaban a fallarme.
Me entraron ganas de llorar de la impotencia, tenía las piernas tan acalambradas que prácticamente no me respondían, era frustrante... Los aplausos a lo lejos parecían un canto de sirena, estaba al lado del avituallamiento, me quedaba nada... Sólo tenía que acabar de arrastrame hasta allí y podría descansar un poco.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo, aunque, finalmente, lo conseguí.
No había demasiada gente en el avituallamiento del cementerio de Montejaque, pero infundían unos ánimos que hacía parecer que eran el doble o el triple las personas que nos vitoreaban.
Cogí dos vasos de isotónica y me senté pesadamente en un pollete, situado al lado de la mesita donde reposaban las bebidas.
Un corredor yacía en el suelo cuando llegué, mientras otro le ayudaba a estirar.
Una legionaria se me acercó y me preguntó si necesitaba algo, pero le dije, con una voz bastante más firme de lo que hubiese esperado, que sólo necesitaba descansar un poco y reponer fuerzas.
No insistió y se retiró un poco, dejándome descansar durante un par de minutos.
Al corredor que estiraba dolorosamente en el suelo le echaron réflex y, tras estirar un minuto o dos más, continuó la marcha... ¡trotanto! He visto cosas increíbles en esta carrera, y una "resurreción" de ese tipo en el kilómetro 83 fue una de ellas.
Apuré ambos vasos y un tercero que recogí luego, y pregunté a uno de los legionarios que estaba más cerca de mi posición que donde podía rellenar mis botellines, vacíos una vez más
Me dijo que a la izquierda, que siguiese el rastro de agua que había en el suelo y lo encontraría.
Me levanté del pollete, dolorido pero bastante mejor, al menos psicológicamente; estaba a menos de 4 kilómetros de Benaoján y mis amigos... llegué a pensar en retirarme ahí, sería tan fácil quedarme con mis amigos y poner fin al sufrimiento...
Pero sabía que si lo hacía me arrepentiría siempre, nunca he abandonado una carrera, ni si quiera pensar en ello seriamente, la meta no estaba en Benaoján, podía descansar ahí, pero aún quedaría un buen pedazo para completar la prueba.
Salí del avituallamiento, andando, visualizando mentalmente Benaoján.
Varios niños y jóvenes me animaban, unos de corazón y otros "buscándome las cosquillas", con pullitas del tipo "los he visto más rápidos" o "que se te hace de día", pero el tono de los mensajes denotaba cierta admiración, pese a la burla que cargaba.
A esas alturas no estaba precisamente como para escatimar ánimos, así que los recibí agradecido igualmente.
Me pareció ver a Mayte sentada en un pollete, al lado de un muchacho joven, y comencé a andar mucho más rápido.
La visión no tenía sentido, pero ni si quiera me paré a razonarla, pese a que sabía que estaba a varios kilómetros de ventaja.
Efectivamente, al acercarme, no era ella, y la pareja me miró un poco extrañada, aunque me dio las buenas noches y ánimos de todas formas.
¿Tan mal estaba que ya comenzaba a ver a mis amigos a mi alrededor?
A unos 200 metros, ya casi saliendo del pueblo, vi a lo lejos a otra muchacha que se parecía a Mayte, envuelta en una toalla azul.
Me pareció súper curioso, pero esta vez pensaba acercarme con más disimulo, acababa de llevarme un corte considerable y sabía que había un 1% de probabilidades de que fuese ella de verdad.
Estando a escasos dos metros de ella me mira, pero no fija su mirada en mí; Claro, como iba a hacerlo, no puede ser ella.
Pero de repente, sonríe "¡Es ella!".
Me dice "¿Qué, nene?", se levanta y me pierdo en sus brazos.
No sé muy bien que pasó en esos momentos, recuerdo que nos abrazamos, nos besamos y les tranquilicé, pese a que tanto ella como Emma, que estaba con ella, se quedaron muy preocupadas al verme.
Me senté con ellas brevemente, y acepté encantado la malla térmica de manga larga de arriba que me ofrecieron, echándomela al cuello, que me puse encima de las dos capas que llevaba (estaba arrecio de frío), aunque rehusé la parte de abajo y los calcetines, por temor a no ser capaz de ponerme de pie si me tumbaba para cambiarme, más que nada.
Les pregunté por Gonzalo, pero me dijeron que llevaba un buen rato durmiendo en la parte de atrás del coche; Abracé por última vez a Mayte y a Emma y les dije que tenía que continuar, que me esperasen en meta.
Nos despedimos y seguí, andando.
Ya no tenía sentido llegar a Benaoján, no volvería a ver a mis amigos hasta llegar a Ronda, quien sabe en cuantas horas...
Una vez salí de Benaoján me dijeron que me colocase en la parte izquierda de la carretera, delimitada por conos para permitirnos un descenso seguro.
Las bajadas me estaba matando y parecían no acabar, pero ya habíamos llegado hasta aquí, no quedaba más remedio que acabar lo que había empezado.
Escuché un pitido tenue y me giré, viendo a Gonzalo, Ema y Mayte bajando en el la Scenic.
Me animaron mientras reducían la velocidad, pero se les pegó otro coche atrás y tuvieron que continuar hacia adelante.
Eso son amigos de verdad, esperando horas, sin saber nada de mí, animándome tras esa larga espera y sin una mala cara ni una recriminación.
Me emocioné, dejando resbalar algunas lágrimas de la emoción, aunque el dolor generalizado que recorría cada milímetro de mi cuerpo cortó esa inesperada llantera; Me dolía todo, hasta los músculos de la cara del puro agotamiento.
En la bajada paré una decena de veces, ya no por tiempo, hasta que alguien me dijese de continuar.
Era a menudo, no pasaba más de un minuto sentado cuando algún corredor o grupito me animaban a pegarme con ellos.
No sé cuanto tardé en llegar a Benaoján, pero se me hizo eterno, llegué agotado nuevamente, con mucho sueño y con las piernas temblando, tanto por los calambres como por el frío.
Al llegar cogí un café calentito, que me bebí a pequeños sorbos sentado en un banquito al lado del avituallamiento, tumbándome cuando me lo acabé.
Se me acercaron dos caballeros legionarios y me preguntaron si necesitaba asistencia médica.
Les dije que sólo necesitaba descansar un poco, pero cuando me ofrecieron réflex les dije que podían echarme sin problema, recordando la "resurrección" del corredor en el anterior avituallamiento.
El bote casi no tenía, el gas apenas me rozó la piel, pero quizás por efecto placebo, noté un alivio inmediato.
Con el dolor milagrosamente mitigado tocaba afrontar el frío, y con manos temblorosas me quité la bolsita de plástico con el dorsal y el pasaporte legionario y me enfundé la malla térmica, subiéndome la cremallera hasta el cuello.
Me coloqué los imperdibles, cogí un par de vasos de agua y retomé la marcha (la camelbak y mis bidoncitos estaban intactos desde el cementerio de Montejaque).
Me dolía todo en general, pero las piernas me habían dejado de temblar y tenía mucho más control sobre ellas.
Decidí preguntar por réflex cada vez que viese un puesto de Protección Civil, quizás mi milagrosa recuperación se debiese al efecto de ese bote casi acabado.
Con precaución, alargué la zancada; El dolor de las piernas no se acentuaba, si el de las plantas de los pies, pero era ínfimo comparado con el dolor general que sentía, así que mantuve el ritmo.
Me atreví, por primera vez en horas, a realizar un tramo trotando, aunque eso sí que fue doloroso.
No obstante, así llegaría antes a Ronda, así que aguanté estoicamente.
Vi a una pareja de Protección Civil y les pregunté si tenían réflex, aunque me dijeron que habían agotado las existencias hacía horas.
El camino giraba a la derecha, volviendo a ser de tierra y con una inclinación mucho mayor, así que cambié el trote por la marcha, nuevamente.
No sé si fue el ratito tumbado, el café, la isotónica, el réflex o el haber visto a mis amigos, pero algo me hizo clic y recorrí senderos sin pararme ni una sola vez durante más de media hora.
Posteriormente comencé a encontrarme cada vez más y más débil, mientras ascendía otra cuesta eterna.
Me parecía estar avanzando en un sueño, en el país de barro, y aunque avanzaba (a duras penas) me parecía que estaba subiendo una cuesta embarrada por la que me deslizaba antes de llegar a la cima, una y otra vez, una y otra vez.
Varios corredores me adelantaban, dándome ánimos, pero no los oía, mi mente estaba muy lejos.
Pude haber pasado horas arrastrando los pies por los senderos, mientras la luz de mi frontal se hacía más y más débil, al igual que yo.
No sé cómo fue exactamente, pero comencé a notar que las manos me hormigueaban, y después se me dormían los brazos desde los hombros.
Llegué a la cima; "!¿otra bajada?!" No podía más, estaba desesperado, si la subida había sido letal la bajada podría conmigo, no estaba en condiciones de enfrentarme a ella, no ahora, no después de que más de 90 kilómetros se hubiesen cebado conmigo antes.
El GPS de un corredor que pasaba al lado marcó su paso por otro kilómetro más, y cuando le pregunté que cuantos llevábamos me dijo que 91.
10 para meta; y dudaba que mi cuerpo fuese capaz de aguantar 10 metros más...
Pasó una pareja de corredores que, señalando con el dedo, dijeron "mira, ahí está el Cortijo de la Mania, ahí haremos la última parada larga, que la meta está cerca pero queda un buen trecho".
Yo con llegar a él me conformaba...
Prácticamente no tenía sensibilidad en los brazos, y los labios se me estaban durmiendo.
Sabía que debería preocuparme, pero no podía, me costaba procesar tanto el dolor como la información de lo que pasaba a mi alrededor.
Comencé a hiperventilar, no era capaz de controlar el ritmo de mi propia respiración, pero seguía sintiéndome tranquilo; demasiado tranquilo.
Un corredor me preguntó que qué me pasaba, y cuando le comencé a describir mis síntomas puso cara de alarma y me dijo que el próximo avituallamiento estaba a 100 metros de distancia, que si me veía con fuerzas para llegar hasta él.
Le dije que haría lo posible, con tan mala fortuna que justo en ese momento me tropecé y casi me doy de bruces con el suelo.
Me ayudó a estabilizarme y me dijo que me tumbase de inmediato, mientras cogía su teléfono móvil.
Como pude me tumbé en el lateral derecho del camino, sobre rocas y hierba húmeda; Tenía mucho frío y comencé a experimentar convulsiones.
El corredor llamó al 112, y tras explicar la situación una decena de veces, me pidió mis datos personales y síntomas, una vez más.
Mientras hablaba con los servicios de emergencia varios corredores me ayudaron, uno me dio ibuprofeno, que bajé con un poco de agua que me ofreció un segundo, y todo aquel que pasaba se quedaba uno segundos y me dedicaba unas palabras de ánimo.
El corredor me comunicó que la asistencia estaba en camino, que me relajase y pusiese las piernas más elevadas.
Soy socorrista, sé que la posición de Trendelemburg es la más apropiada para mantener el calor en los órganos vitales, así como para reponerse de una lipotimia, pero las piernas no me respondían.
Otro corredor se acercó, y me dijo si me podía tomar el pulso, que no tenía buena cara y estaba muy pálido.
No tenía fuerzas para responderle, así que me cogió la muñeca con firmeza, tocó un par de botones con su cronómetro y comenzó a mirarlo con suma concentración.
Se volvió al corredor que estaba esperando conmigo la asistencia sanitaria y le dijo, algo alterado, "¿has llamado ya a emergencias o llamo yo?"
Cerré los ojos y, liberado del agarre del corredor que me acababa de tomar el pulso, tanteé mi cronómetro, pausándolo. La carrera había acabado para mi.
El retorno del Corredor Errante
Inmediaciones del Cortijo de la Mania, 01:49. Kilómetro 92.
No se cuanto tiempo estuve tumbado en aquel camino, pero se me pasó rápido mientras charlaba con ese buen samaritano que me había socorrido.
No se cuanto tiempo estuve tumbado en aquel camino, pero se me pasó rápido mientras charlaba con ese buen samaritano que me había socorrido.
El corredor que me había tomado el pulso me dijo que, en una situación normal, hubiese asegurado que estaba a punto de colapsarme, ya que el pulso lo tenía disparado, pero que con tute que llevábamos encima puede que "no me fuese a pasar nada".
Tras comprobar que el otro corredor estaba a mi cargo, se fue, deseándome suerte.
Éste me comentó que era un madrileño afincado en Murcia, que me había socorrido, en primer lugar porque es obligatorio hacerlo en esta prueba (es algo que aceptamos al inscribirnos) prueba y en segundo lugar, porque a él le gustaría que le ayudasen el día que las fuerzas le flaqueasen y se viese en la misma situación; mientras yo le comentaba mi experiencia en la R&R Madrid Maratón y mi experiencia en la prueba en general.
Éste me comentó que era un madrileño afincado en Murcia, que me había socorrido, en primer lugar porque es obligatorio hacerlo en esta prueba (es algo que aceptamos al inscribirnos) prueba y en segundo lugar, porque a él le gustaría que le ayudasen el día que las fuerzas le flaqueasen y se viese en la misma situación; mientras yo le comentaba mi experiencia en la R&R Madrid Maratón y mi experiencia en la prueba en general.
Parecía que no me escuchaba mucho, que me daba conversación para cerciorarse de que estaba consciente, pero yo se lo agradezco enormemente, fuera como fuese.
Llegó un momento en el que no soportaba más el frío, era mucho peor que el dolor, así que abrí los ojos y le pedí que me ayudase a levantarme.
Le dije, mintiendo un poco, que ya me encontraba bien, y que podía seguir hasta el siguiente avituallamiento.
Comenzamos a caminar, mientras recuperaba, poco a poco, el calor.
En el rato que había pasado tumbado el hormigueo en los brazos había ido remitiendo mientras recobraba la sensibilidad de los mismos, aunque las manos las tenía casi totalmente insensibles.
Mientras caminábamos comencé a recuperar la temperatura y los espasmos que me atormentaban fueron remitiendo.
Estando prácticamente al lado del puesto de avituallamiento, escuchamos una sirena, y una potente luz comenzó a brillar en el camino que salía del puesto de avituallamiento, mientras avanzaba lentamente hasta nosotros.
Pese a que en un inicio mintiese (de forma piadosa) con el objetivo de entrar en calor, era verdad que me comenzaba a encontrar mejor, pero ya que, finalmente, la asistencia había llegado, no podía decirles que gracias pero ya "estaba bien".
La ambulancia, un vehículo de La Legión, se acercaba lentamente, tanto que, de continuar andando, llegaríamos ambos al avituallamiento al mismo tiempo, así que me detuve a esperar.
Mi salvador se detuvo conmigo, mientras un corredor que llegaba desde atrás nos preguntó si sabíamos por qué se acercaba la ambulancia.
Con voz quebrada le dije "vienen a por mí", y me miró con lástima y casi compresión mientras me deseaba suerte y continuaba, caminando, como yo estaba deseando hacer, a fin de acabar de una vez la prueba y poder descansar.
Cuando el vehículo llegó a mi altura, el madrileño afincado en Murcia les dijo que era él el que había llamado, y que yo era el motivo de su llamada.
Me dio un poco de vergüenza esperarles de pie, entero y sin problema aparente, pero tan solo me dijeron que como el sendero era muy estrecho, darían la vuelta más adelante y me recogerían en un momento.
Asentí y continué esperando, de pie, mientras veía las caras de ilusión de los marchadores que continuaban, persiguiendo esa meta que aguardaba en la Alameda del Tajo.
Hubiese dado lo que fuese por continuar con ellos, por dar un sprint y dejar atrás la ambulancia, la hipotermia y mis miedos, pero mis entumecidas manos me traían de vuelta a la realidad.
Cuando el vehículo llegó, un caballero legionario abrió la parte trasera, me ayudó a subir al mismo y a tenderme sobre una camilla, echándome una manta por encima una vez estuve tendido, antes de bajarse del vehículo.
Me quité la camelbak y el cinturón y me tumbé en la camilla; Tras unos instantes, se puso en marcha, y en menos de un minuto se detuvo de nuevo, aunque el motor seguía en marcha.
Cerré los ojos, creo que sin llegar a dormirme, aunque cuando el legionario abrió la puerta trasera pegué un respingo.
Entró un corredor con muy mala cara, y el legionario me dijo que en un momento me atendían.
Una legionaria entró y me preguntó por mis síntomas de nuevo, y me dijo que si tenía alguna alergia o había tomado algún medicamento recientemente.
Le dije que un ibuprofeno hacía un momento, que ya no notaba frío y que sentía tanto brazos como piernas, pero que tenía el cuerpo derrengado.
Me preguntó si tenía algo para almacenar agua, y le dije que la camelbak y un par de botellines.
Me los pidió y se los llevó, dejándome a solas con el nuevo corredor.
Lo primero que me dijo es que le había quitado el sitio, que él estaba muy bien ahí tumbado, pero no había maldad ninguna en su voz, sino tristeza.
La legionaria entró justo en ese momento, y me dijo que había llenado los botes de sales que luego había disuelto con agua, que me los bebiese poco a poco y una vez lo hiciese, todo dependería de mí; si decidía continuar lo haría bajo mi propio riesgo, y eso si no mostraba signos de fatiga extrema una vez apurase los dos botellines.
La esperanza brotó en mi pecho "quizás no está todo perdido a fin de cuentas..." No me esperaba que me fuesen a dejar continuar, pero ese final de frase me dio alas, igual no estaba tan mal como parecía.
Me incorporé como pude en el estrecho hueco que la camilla me permitía, y di un pequeño sorbo de uno de los botellines.
El sabor era amargo, poco agradable, y al tragar noté pequeños gránulos de polvo disueltos en el agua, como si de una bebida isotónica casera se tratase.
No era agradable, pero fui dándole pequeños sorbos poco a poco.
Mientras tanto le pregunté al corredor que me observaba que cual era su historia, y resultó que se había dejado la rodilla en la carrera, literalmente.
Ya había tirado la toalla, no sabía cuando podría volver a correr y estaba esperando para ser evacuado.
"Haré lo posible para resistir a ser evacuado, dado el caso", pensé.
Me acabé un botellín y me tumbé de lado, de forma que era más fácil beber.
Vi que estaba usando el móvil, y le pregunté si podía usarlo un momento.
No recordaba el móvil de Mayte, Emma ni Gonzalo, así que sólo quedaba una opción, mi madre.
No quise llamarla porque era tarde y posiblemente despertase a mi familia, pero le escribí varios whatsapps contándole que estaba bien, en la ambulancia de La Legión a menos de 9 kilómetros de la meta, preguntándole si debería retirarme.
Esperé un buen rato, sin respuesta, así que le devolví el móvil pidiéndole que me avisase si obtenía respuesta.
Cerré los ojos, no sé si llegando a dormirme o no, pero me sobresaltó la voz del legionario que me ayudó a subir a la ambulancia, preguntándome si estaba bien.
Le dije que sí (no notaba nada fuera de lo normal, salvo el dolor generalizado que era ya habitual en mí), y me preguntó si me había bebido los botellines.
Vi que ambos estaban vacíos, aunque no recordaba haber apurado el segundo, y asentí.
Me notaba entumecido, y decidí incorporarme; Le pregunté al corredor con el que compartía la ambulancia si tenía noticias de mi madre, a lo que negó con la cabeza.
Pude incorporarme solo y me senté al lado del corredor, que tenía la mirada perdida en el infinito.
"Voy a seguir", le dije, sin saber quién había pronunciado las palabras que acababan de escapar de mis labios; "si quieres, ven conmigo, llegaremos los últimos, pero llegaremos", dije, recordando el lema de Los Últimos Susmuráis.
Negó con la cabeza y dijo "ni si quiera funciona mi frontal...".
Le dije que el mío todavía funcionaba y que podíamos ir juntos, pero me respondió que le había costado mucho tomar la resolución, y ya era inamovible.
El legionario me preguntó si necesitaba algo; "agua", le dije, "y una manta térmica, si tenéis", añadí.
Regresó presto con una botella de agua de la que bebí profusamente (tenía la garganta seca), y rellené ambos bidoncitos, y con la manta térmica.
Me puse la camelbak a la espalda y el cinturón a la cintura, enganchándome la manta térmica a éste con imperdibles que llevaba enganchados en la malla térmica (por si se daba la situación en la que los necesitase), me cambié los empapados y fríos calcetines por unos secos que llevaba en la camelbak (de paso saqué varios gramos de piedrecitas de las Skechers) y me puse en pie.
Miré la hoja de ruta: 9 kilómetros para llegar a meta, 11 teniendo en cuenta los dos extras que Rubén me dijo que seguramente habría.
"No más de dos horas en el peor de los casos... ¡vamos!" y bajé de un salto de la ambulancia.
Doblé un poco las piernas para amortiguar el impacto (pensaba que había menos altura) y apareció de un lateral de la ambulancia la legionaria que me había traído los botecitos con las sales.
"¿Te vas?", me preguntó; "sí", le respondí, y tras darle las buenas noches, eché a andar hacia el puesto de avituallamiento, con la manta térmica enrollada a mi alrededor como si de una falda se tratase, ululando suavemente con el roce al caminar.
Llegué en pocos pasos al avituallamiento, donde uno de los legionarios me dijo, muy animado "¿qué, son carnavales ya?"
Me sentía muy bien y le dije "sí, mira, al tercer día resucité y me he traído la manta del sepulcro".
Otro legionario, con un gran sentido del humor también, dijo "pues pareces un alfajor gigante más que otra cosa..."
Bebí y comí y tras despedirme de ellos y darles las buenas noches me puse en marcha.
Las piernas no me temblaban, no tenía frío y controlaba, aunque pesadamente, todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo.
Encendí el frontal, y una luz muy tenue iluminó el camino, aunque realmente era la brillante luna la que iluminaba mis pasos.
No soy creyente, pero esa experiencia que acababa de vivir me llegó; pensé que había pasado por un motivo, y que algo tendría que aportar yo ahora, así que decidí que cada vez que me cruzase con un corredor, lo animaría.
Por primera vez desde los primeros compases de la carrera me sentía ligero, los calambres habían remitido enormemente, y aunque estaba dolorido y cansado, me notaba muy revitalizado. ¡Incluso sonreía!
Empecé a dar pasos rápidos, camino del último avituallamiento, alcanzando a varios corredores por el camino.
Fui encandenando una lucecita con otra, invertía un par de segundos en derramar un poco de ánimo que ahora rebosaba sobre sus portadores, y continuaba hacia adelante.
Fui encandenando una lucecita con otra, invertía un par de segundos en derramar un poco de ánimo que ahora rebosaba sobre sus portadores, y continuaba hacia adelante.
No tenía ni idea de cuantas horas habría pasado en la ambulancia, pero o el descanso en ella, o las sales, o el ibuprofeno, o todo junto, habían hecho que la vida volviese en mí.
Me sentía pletórico, dejaba atrás corredores (tras darles las buenas noches y animarles) con una facilidad increíble, y cuando miraban la luz de los frontales se reflejaba en la manta térmica dándome el efecto de bola de discoteca; brillaba con luz propia.
En cuando la pendiente se tornó a nuestro favor, por primera vez en horas, comencé a trotar; estaba "on fire".
Bajaba cómodo, probando cambios de ritmo, ahora rebasando a un corredor tras otro, siempre con una palabra de ánimo preparada.
No tengo forma de saber a qué ritmo iba, pero la distancia que separaba el avituallamiento del Cortijo de la Mania del de Puerto de la Muela se me hizo brevísima, la disfruté muchísimo, así como de las sensaciones que experimenté en ese tramo, devolviendo parte de toda la ayuda recibida durante toda la carrera en forma de ánimos a todos los corredores con los que me cruzaba.
Había vuelto, no con más energía que nunca, como pasa en las películas, pero sí rebosando ilusión; si ya dicen que bicho malo nunca muere...
Los legionarios en este avituallamiento no tenían tantas "ganas de cachondeo" como en el anterior, aunque alguno no pudo reprimir una risa al verme, y la mayoría me animó con efusividad.
No tenía nada de sed y en la última parada para orinar la misma seguía siendo bastante clarita, pero había llegado casi sin aliento y sudando profusamente (aunque no entraba en mis planes quitarme la "falda térmica"), no quería arriesgarme a perder el ímpetu que había adquirido antes de llegar a meta, para lo que quedaría, posiblemente, media hora, aunque no tenía pensado mirar el reloj más; marcaba la "hora de mi muerte", era mejor no pensar en ello.
Prudente, subí la pendiente que precedía al punto de avituallamiento caminando a pasos rápidos, aunque aun así adelantaba corredores con facilidad.
Parecía que estaba viéndome a mí mismo desde fuera, los corredores avanzaban lentamente, muchos de ellos casi arrastrándose, algunos cojeando notablemente... Pero con una determinación férrea en la mirada.
Espero de corazón que todos y cada uno de los corredores con los que me crucé desde mi "resurrección" llegasen a meta, se lo merecían con creces tras haber llegado hasta ahí, independientemente de la historia personal de cada uno.
Parecía que ya hubiese estado antes avanzando por los tramos que recorrí en esas horas intempestivas, no sé si era una situación creada por el agotamiento y la somnolencia o si realmente había atravesado esos parajes (en ese caso, debió haber sido en el HOLE, de día y en sentido opuesto).
Mi frontal prácticamente no iluminaba nada, y, de hecho, prefería apagarlo cuando veía nuevas lucecitas a lo lejos, ya que entre la luz de la luna guiando mis pasos y los corredores que llevaba delante como referencia, no necesitaba más guía.
Atravesamos un tramo que alternaba subidas y bajadas, en el que tuve un par de tropezones por confiarme y apretar de más en las bajadas, así que volví a encender el frontal, definitivamente.
Cuando alcancé a un corredor, tras descender la que pensaba que sería la última bajada, me dijo "por favor, dime que esta es la cuesta del cachondeo".
Le dije que no estaba seguro, pero que debía quedar muy poco, y un corredor que estaba poco más adelante, andando, le dijo que su GPS había marcado el kilómetro 98 hacía poco, así que, posiblemente, fuese el comienzo.
Desee fuerza y ánimo a ambos y cambié el ritmo, ascendiendo el comienzo de la cuesta a trote, aunque poco después descendió.
Ronda se alzaba sobre nosotros a lo lejos, parecía que a kilómetros, ya que cuanto más me acercaba, más se elevaba sobre el tajo.
El murmullo del agua comenzó a escucharse, y pese a que la pendiente comenzaba a ser más pronunciada, mantuve el ritmo.
Quizás no fuese más que un trote ligero, pero tras tantas horas caminando me parecía volar.
Comencé a notar frío en las piernas, y al llevarme la mano a mi "falda térmica" sólo encontré dos tiras, enganchadas al cinturón por los imperdibles.
Me dio mucha pena, ya que me hubiese encantado llegar liado en ella a meta, cual alfajor (como dirían los legionarios más animados), y se había convertido en mi "seña de identidad" tras la vuelta a las andadas (literalmente), pero no me preocupé mucho por ello.
Ya lo había dado todo en varias ocasiones, había dejado un aparte enorme de mí en esos caminos, éste era sólo un sacrificio más, que estaba más que dispuesto a realizar con tal de poder cruzar, la anhelada línea de meta.
Cuando el murmullo de agua se convirtió prácticamente en un estruendo, alcé la vista ante la enorme ciudad que se alzaba ante mí.
La visión, algo más nítida, fue ésta; sencillamente sin palabras.
La cuesta comenzó a hacerse más y más pronunciada; ya no quedaba duda, esta era la mítica "cuesta del cachondeo".
Durante un instante me detuve, embebiéndome en la visión que tenía delante y preguntándome, algo desolado, cómo haría para subir hasta ahí, pero justo cuando comenzaba a escuchar pasos detrás mía, decidí que la única solución a ese problema era avazando.
Tenía que seguir el camino y acabaría con todo, tan sencillo como eso.
Con mucho respeto, volví a avanzar dando zancadas largas, en lugar de trotando como hasta ese momento.
Reflexioné y me di cuenta de que, desde mi "resurrección", no sólo no me había parado a descansar ni una sola vez, sino que, además, había recorrido la mayor parte del trazado "corriendo" (trotando rápido, a esas alturas).
Ahora que el bajón de energía y adrenalina remitía brevemente, me notaba muy cansado, pero el seguir siendo dueño de mis músculos me hacía sentirme invencible.
La peor sensación es cuando tu cuerpo se rebela contra tí y tu mente te da la espalda, pero siendo dueño de tu mente puedes controlar tu cuerpo, sólo tienes que aprender a procesar el dolor y tener muy claro el objetivo; y el objetivo me esperaba a varios metros de altura, en el interior de la ciudad.
Era una buena hora para acabar lo que había comenzado, no ya horas atrás, sino meses atrás, ese, si mal no recuerdo, 4 de Enero, en Suiza, dos días después de mi épica vuelta completa al Zugersee.
Los legionarios en este avituallamiento no tenían tantas "ganas de cachondeo" como en el anterior, aunque alguno no pudo reprimir una risa al verme, y la mayoría me animó con efusividad.
No tenía nada de sed y en la última parada para orinar la misma seguía siendo bastante clarita, pero había llegado casi sin aliento y sudando profusamente (aunque no entraba en mis planes quitarme la "falda térmica"), no quería arriesgarme a perder el ímpetu que había adquirido antes de llegar a meta, para lo que quedaría, posiblemente, media hora, aunque no tenía pensado mirar el reloj más; marcaba la "hora de mi muerte", era mejor no pensar en ello.
Prudente, subí la pendiente que precedía al punto de avituallamiento caminando a pasos rápidos, aunque aun así adelantaba corredores con facilidad.
Parecía que estaba viéndome a mí mismo desde fuera, los corredores avanzaban lentamente, muchos de ellos casi arrastrándose, algunos cojeando notablemente... Pero con una determinación férrea en la mirada.
Espero de corazón que todos y cada uno de los corredores con los que me crucé desde mi "resurrección" llegasen a meta, se lo merecían con creces tras haber llegado hasta ahí, independientemente de la historia personal de cada uno.
Parecía que ya hubiese estado antes avanzando por los tramos que recorrí en esas horas intempestivas, no sé si era una situación creada por el agotamiento y la somnolencia o si realmente había atravesado esos parajes (en ese caso, debió haber sido en el HOLE, de día y en sentido opuesto).
Mi frontal prácticamente no iluminaba nada, y, de hecho, prefería apagarlo cuando veía nuevas lucecitas a lo lejos, ya que entre la luz de la luna guiando mis pasos y los corredores que llevaba delante como referencia, no necesitaba más guía.
Atravesamos un tramo que alternaba subidas y bajadas, en el que tuve un par de tropezones por confiarme y apretar de más en las bajadas, así que volví a encender el frontal, definitivamente.
Cuando alcancé a un corredor, tras descender la que pensaba que sería la última bajada, me dijo "por favor, dime que esta es la cuesta del cachondeo".
Le dije que no estaba seguro, pero que debía quedar muy poco, y un corredor que estaba poco más adelante, andando, le dijo que su GPS había marcado el kilómetro 98 hacía poco, así que, posiblemente, fuese el comienzo.
Desee fuerza y ánimo a ambos y cambié el ritmo, ascendiendo el comienzo de la cuesta a trote, aunque poco después descendió.
Ronda se alzaba sobre nosotros a lo lejos, parecía que a kilómetros, ya que cuanto más me acercaba, más se elevaba sobre el tajo.
El murmullo del agua comenzó a escucharse, y pese a que la pendiente comenzaba a ser más pronunciada, mantuve el ritmo.
Quizás no fuese más que un trote ligero, pero tras tantas horas caminando me parecía volar.
Comencé a notar frío en las piernas, y al llevarme la mano a mi "falda térmica" sólo encontré dos tiras, enganchadas al cinturón por los imperdibles.
Me dio mucha pena, ya que me hubiese encantado llegar liado en ella a meta, cual alfajor (como dirían los legionarios más animados), y se había convertido en mi "seña de identidad" tras la vuelta a las andadas (literalmente), pero no me preocupé mucho por ello.
Ya lo había dado todo en varias ocasiones, había dejado un aparte enorme de mí en esos caminos, éste era sólo un sacrificio más, que estaba más que dispuesto a realizar con tal de poder cruzar, la anhelada línea de meta.
Cuando el murmullo de agua se convirtió prácticamente en un estruendo, alcé la vista ante la enorme ciudad que se alzaba ante mí.
La visión, algo más nítida, fue ésta; sencillamente sin palabras.
La cuesta comenzó a hacerse más y más pronunciada; ya no quedaba duda, esta era la mítica "cuesta del cachondeo".
Durante un instante me detuve, embebiéndome en la visión que tenía delante y preguntándome, algo desolado, cómo haría para subir hasta ahí, pero justo cuando comenzaba a escuchar pasos detrás mía, decidí que la única solución a ese problema era avazando.
Tenía que seguir el camino y acabaría con todo, tan sencillo como eso.
Con mucho respeto, volví a avanzar dando zancadas largas, en lugar de trotando como hasta ese momento.
Reflexioné y me di cuenta de que, desde mi "resurrección", no sólo no me había parado a descansar ni una sola vez, sino que, además, había recorrido la mayor parte del trazado "corriendo" (trotando rápido, a esas alturas).
Ahora que el bajón de energía y adrenalina remitía brevemente, me notaba muy cansado, pero el seguir siendo dueño de mis músculos me hacía sentirme invencible.
La peor sensación es cuando tu cuerpo se rebela contra tí y tu mente te da la espalda, pero siendo dueño de tu mente puedes controlar tu cuerpo, sólo tienes que aprender a procesar el dolor y tener muy claro el objetivo; y el objetivo me esperaba a varios metros de altura, en el interior de la ciudad.
Era una buena hora para acabar lo que había comenzado, no ya horas atrás, sino meses atrás, ese, si mal no recuerdo, 4 de Enero, en Suiza, dos días después de mi épica vuelta completa al Zugersee.
Ya me había preinscrito a primera hora en cuanto se abrió el plazo, antes incluso de debutar en maratón y esa mañana estuve cerca de una hora refrescanso la página, con todos los datos autoguardados para asegurarme de que conseguía la plaza.
A las 9:58:00 según el portátil de mi amiga Beatriz conseguí abrir el enlace, rellenando los datos en segundos y pulsando "enviar", con el corazón encogido mientras la página cargaba.
Cuando, tras una eternidad, se actualizó, me dio un número de dorsal: el 2372; era el comienzo de mi entrenamiento para esta épica prueba que me disponía a finalizar.
Soplaba algo de brisa, fresca, quizá por la presencia del río, pero me estaba moviendo rápidamente y llevaba tres capas de arriba, así que, pese a sentir fresco en las piernas, mantuve la sudoración.
El cemento precedió a la tierra, por donde algunos lugareños animaban a las almas que erraban por el camino, con la mirada fija en Ronda.
Tras el cemento llegó el asfalto, las primeras farolas, los primeros coches... La vuelta a la civilización fue muy rara tras tantas horas peregrinando por la Serranía de Ronda, fue un momento nostálgico... Pese a todo lo sufrido y luchado, en lo más hondo de mi ser, no quería que la aventura se acabase.
Sin embargo mi cuerpo llevaba horas pidiendo clemencia, así que no me demoré, y en cuanto entramos a Ronda retomé el trote, pasando a varios corredores, pero ya de forma progresiva, sin rebasarlos como hasta ese momento.
Había poca gente en las calles, supuse que estarían concentrados en la Alameda del Tajo, pero aún así varias personas, sobre todo, personas mayores y niños, nos animaban.
También varios Cientouneros, ladrillo al cuello, que nos sonreían, aún con las marcas del sufrimiento acumulado durante tantas horas en el rostro; nunca olvidaré esas sonrisas y esas miradas.
Pensaba que en cada giro estaba a punto de encarar la entrada a la Alameda del Tajo, pero tras cada giro me llevaba una nueva decepción, así que volví a caminar, acumulando energías para darlo todo en la entrada a meta.
Esperaba "sentirla" con antelación, escuchar aplausos, música o algo, pero el "momento" fue cuando comencé a escuchar pasos de trote por detrás y un corredor que llevaba delante comenzó a trotar también.
Me sentí como un depredador peleando con otro por alcanzar una presa, y una energía oculta que aún permanecía dispersa por mi ser me dio alas.
Ya reconocía las calles, primer y último tramo del HOLE, y atrapé no a una, dos ni tres, sino a más de una decena de "presas" hasta ver, a lo lejos, la entrada a la Alameda del Tajo.
De "presas" nada, eran corredores, con, seguro más mérito que el mío, pero en esos momentos me movía por impulsos, y lo único que podía hacer era correr, correr de verdad, vaciándome hasta llegar a la meta.
Entré en el parque, animado por el público que se concentraba en la entrada, aunque estaba bastante silencioso (es normal por la hora, pero pese a no haber música, ya se ocupaban los rondeños de animar como si fuésemos los campeones de la prueba).
Muchos gritaban eso "¡vamos campeones!" y pensé que realmente lo éramos; todos y cada uno de nosotros éramos personas distintas a las que habían tomado, casi un día atrás, la salida en el estadio de fútbol de Ronda.
Habíamos dejado atrás inseguridades, miedos, fuerzas, flaquezas... Nos habíamos vencido a nosotros mismos.
Estábamos a tan solo unos metros de convertirmos en Cientouneros.
Vi a Mayte y Emma tras las gradas, a lo lejos, saludándome expectantes, y tras pasar el control de pasaporte y obtener el último sello y la enhorabuena del legionario que lo comprobó, me lancé a por ellas.
Abracé a ambas y me perdí entre los besos de Mayte, hasta que me dijo "vamos nene, tienes que terminar".
Ni me había dado cuenta de que aún no había cruzado la línea de meta, así que, a mi pesar, me despedí de ellas, di la vuelta y crucé la línea de meta.
Pensaba que, como me pasó al finalizar la maratón de Sevilla, estallaría en lágrimas al cruzar la línea de meta, pero estaba tan agotado que no fui capaz ni de llorar.
Era Cientounero.
Epílogo
A las 9:58:00 según el portátil de mi amiga Beatriz conseguí abrir el enlace, rellenando los datos en segundos y pulsando "enviar", con el corazón encogido mientras la página cargaba.
Cuando, tras una eternidad, se actualizó, me dio un número de dorsal: el 2372; era el comienzo de mi entrenamiento para esta épica prueba que me disponía a finalizar.
Soplaba algo de brisa, fresca, quizá por la presencia del río, pero me estaba moviendo rápidamente y llevaba tres capas de arriba, así que, pese a sentir fresco en las piernas, mantuve la sudoración.
El cemento precedió a la tierra, por donde algunos lugareños animaban a las almas que erraban por el camino, con la mirada fija en Ronda.
Tras el cemento llegó el asfalto, las primeras farolas, los primeros coches... La vuelta a la civilización fue muy rara tras tantas horas peregrinando por la Serranía de Ronda, fue un momento nostálgico... Pese a todo lo sufrido y luchado, en lo más hondo de mi ser, no quería que la aventura se acabase.
Sin embargo mi cuerpo llevaba horas pidiendo clemencia, así que no me demoré, y en cuanto entramos a Ronda retomé el trote, pasando a varios corredores, pero ya de forma progresiva, sin rebasarlos como hasta ese momento.
Había poca gente en las calles, supuse que estarían concentrados en la Alameda del Tajo, pero aún así varias personas, sobre todo, personas mayores y niños, nos animaban.
También varios Cientouneros, ladrillo al cuello, que nos sonreían, aún con las marcas del sufrimiento acumulado durante tantas horas en el rostro; nunca olvidaré esas sonrisas y esas miradas.
Pensaba que en cada giro estaba a punto de encarar la entrada a la Alameda del Tajo, pero tras cada giro me llevaba una nueva decepción, así que volví a caminar, acumulando energías para darlo todo en la entrada a meta.
Esperaba "sentirla" con antelación, escuchar aplausos, música o algo, pero el "momento" fue cuando comencé a escuchar pasos de trote por detrás y un corredor que llevaba delante comenzó a trotar también.
Me sentí como un depredador peleando con otro por alcanzar una presa, y una energía oculta que aún permanecía dispersa por mi ser me dio alas.
Ya reconocía las calles, primer y último tramo del HOLE, y atrapé no a una, dos ni tres, sino a más de una decena de "presas" hasta ver, a lo lejos, la entrada a la Alameda del Tajo.
De "presas" nada, eran corredores, con, seguro más mérito que el mío, pero en esos momentos me movía por impulsos, y lo único que podía hacer era correr, correr de verdad, vaciándome hasta llegar a la meta.
Entré en el parque, animado por el público que se concentraba en la entrada, aunque estaba bastante silencioso (es normal por la hora, pero pese a no haber música, ya se ocupaban los rondeños de animar como si fuésemos los campeones de la prueba).
Muchos gritaban eso "¡vamos campeones!" y pensé que realmente lo éramos; todos y cada uno de nosotros éramos personas distintas a las que habían tomado, casi un día atrás, la salida en el estadio de fútbol de Ronda.
Habíamos dejado atrás inseguridades, miedos, fuerzas, flaquezas... Nos habíamos vencido a nosotros mismos.
Estábamos a tan solo unos metros de convertirmos en Cientouneros.
Vi a Mayte y Emma tras las gradas, a lo lejos, saludándome expectantes, y tras pasar el control de pasaporte y obtener el último sello y la enhorabuena del legionario que lo comprobó, me lancé a por ellas.
Abracé a ambas y me perdí entre los besos de Mayte, hasta que me dijo "vamos nene, tienes que terminar".
Ni me había dado cuenta de que aún no había cruzado la línea de meta, así que, a mi pesar, me despedí de ellas, di la vuelta y crucé la línea de meta.
Pensaba que, como me pasó al finalizar la maratón de Sevilla, estallaría en lágrimas al cruzar la línea de meta, pero estaba tan agotado que no fui capaz ni de llorar.
Era Cientounero.
Epílogo
Alameda del Tajo, 04:07. Meta.
Ya era Cientounero.
Me costaba creérmelo, tras unos minutos más pasadas 17 intensísimas horas, las más intensas de mi vida, había logrado cruzar la meta.
De nada importaba que mi idea inicial fuese hacerlo en 11 horas, cruzar aquella insignificante línea en el suelo, esos milímetros que separaban a los aspirantes de los cientouneros, fue grandioso.
No pude llorar; ya lo había dado todo en la carrera y estaba vacío.
La sensación fue una amalgama de alivio y de emoción, había completado una gesta.
Escuché una voz conocida, me giré y vi a Antonio, Javi y Pedro... ¡Increíble! tras vernos en la salida, hacía ni recordaba cuantas horas ya, coincidía en meta con los Cochinos Runners, sin haber coincidido durante esos otros 101.000 metros que recorrimos.
Me abracé a ellos y les di la enhorabuena, tras lo que recibí la felicitación de un legionario con guantes blancos, al que di un buen apretón de manos.
Me colocaron mi ladrillo al cuello, me dieron mi camiseta y mi sudadera, y me dirigí a las vallas del final de la zona de meta, donde Mayte y Emma me esperaban.
Estaba muy cansado, pero había llegado revolucionado y ahora estaba pletórico, tanto que les dije que al llegar a casa los invitaba a churros a todos; parecía que tenía energía eterna.
Me calmaron mientras intercambiaba con ellas atropelladas explicaciones de las anécdotas que me sucedieron durante la carrera y les pedía disculpas por haberles hecho esperar tantas horas y haberlas tenido preocupadas.
Con paciencia casi maternal aguantaron el tropel de palabras que les solté y me inmortalizaron con una fotografía, de un momento que tendré para siempre grabado a fuego.
Les pregunté por Gonzalo y me dijeron que estaba en el coche, durmiendo; que paliza se había pegado el pobre conduciendo durante todo el día...
Tras cambiarme fuimos hasta allí, saludando a los jóvenes que salían o volvían de fiesta, algunos curiosos y varios Cientouneros, mientras, más calmado, Mayte y Emma me contaban sus andanzas durante las horas en las que estuve recorriendo la Serranía de Ronda.
La vuelta a casa se hizo eterna, mi energía se agotó por completo e incluso di alguna cabezada.
Gonzalo, tan apañado como siempre, acercó a Emma al Corte Inglés de Málaga, a Mayte a Las Lagunas y a mí me dejó en la perpendicular a mi calle.
Llegué a las 07:34 de la mañana, estando todo prácticamente igual que como lo dejé cuando me fui, hacía más de 24 horas, salvo que, en esta ocasión, ya había mucha más luz.
Mientras cruzaba el umbral cargado con el frontal, la camelbak, dos mochilas, el cinturón y una bolsa, me llegué a plantear si todo no habría sido un sueño y al despertar estaría a punto de ser recogido por Gonzalo para correr la prueba.
Los calambres en las piernas mientras subía las escaleras de casa me devolvieron a la realidad, aunque, tras más de 25 horas sin dormir y 17 corriendo seguidas (corriendo y andando), la mente comienza a desvariar.
Me descolgué el ladrillo, lo coloqué en la mesa, al lado de la cama, y caí rendido tal y como iba vestido.
Desperté a las 14:30, con el olorcito de la comida y la cabeza embotada, cansado y tras darme una buena ducha en la que el agua salía marrón, más cansado aún.
Lo que más me dolían eran los hombros y la espalda, por el peso de la camelbak, aunque los pies y las piernas tampoco estaban mucho mejor.
Sobre todo los dedos de los pies, tan solo tenía dos ampollas, una por pie, pero la musculatura la tenía muy cargada en las almohadillas de los dedos, más que tras correr el MAPOMA con las Fivefingers.
Ese día hice poco más que comer, descansar y comunicar al mundo que seguía vivo y lo había logrado.
Tocaba reflexionar sobre la experiencia, ver aciertos y errores y aprender de ellos, así como ordenar los pensamientos e ideas que almacené durante tantísimas horas.
Me hubiese encantado haberme sentado y acabar la crónica del tirón, pero ni hubiese tenido tiempo material (llevo con este 7 días a una media de 3 horas diarias trabajando en ellas) ni el resultado hubiese sido el mismo, así que me alegro de haber tenido la idea de dedicarle una categoría especial y redactarla por fascículos.
Muchas gracias a todos, en primer lugar, por los ánimos y la ayuda recibida en cada momento desde que entré en el estadio de fútbol y hasta que llegué a casa la mañana siguiente, en segundo lugar, por rememorar conmigo esos momentos y seguirme día a día, capítulo a capítulo en mi crónica, y por último, muchas, muchísimas gracias por vuestro apoyo, vuestros mensajes y vuestros comentarios.
Esta noche recopilaré todos los fragmentos en una única crónica para aquellos que prefieran leerla del tirón, y cuando tenga unas horas la maquetaré en formato PDF para que, quien quiera tenerla física o digitalmente, pueda descargarla de forma totalmente gratuita en un momento.
Estas líneas no son un punto y final, son un continuará, porque el año que viene volveré a Ronda, en busca de revalidar el tan prestigioso título de Cientounero.
¡Hasta pronto amigos!
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