Preámbulo
Hasta diciembre del año pasado nunca me había enfrentado a un maratón; el 8 de diciembre debutaba y superaba, con más pena que gloria, mi primer maratón, el de Málaga.
El mes anterior había competido por primera vez en montaña, pero no sería hasta el siguiente mes de enero en el que conocería conceptos tan vitales como el desnivel positivo, en el Desafío La Capitana.
Poco a poco aumenté mi experiencia en el maratón, siempre sin perderle el respeto, enfrentándome a él en Sevilla y Madrid, y el 10 del pasado mayo afronté el mayor reto de mi vida, 101 km en 24 horas, con un desnivel acumulado cercano a los 3000 metros positivos.
Sin embargo, este nuevo reto se sale de cualquier espectro que haya empleado nunca para calibrar una prueba... 112 kilómetros, 9700 metros de desnivel positivo, y 44 horas para afrontar semejante hazaña, gracias al dorsal que #YoYMiRetto y Powerbar me otorgaron.
Mucho tendría que luchar y sufrir, pero también disfrutar, y como viene siendo habitual, no estaría solo...
Viajaría con mi pareja, Mayte, contaría con todo el apoyo de amigos, compañeros y otros atletas y además y por primera vez, con el patrocinio de Todosdescalzos.com y Trekking&Running Marbella, que han ofrecido una inestimable ayuda en forma de material (Skechers Go Bionic Trail, calcetines técnicos Lurbel y cortavientos Izas)
Las condiciones no serían fáciles, llegaría a la salida encadenando 36 horas de trabajo intenso los días previos, y con un margen de sueño presumiblemente escaso, pero con una motivación intacta.
Además, inicialmente no tenía ni la más remota esperanza (sinceramente) de que me tocase el dorsal, por lo que, teniendo mi primer desafío aun lejano (el USN), no estaba en las mejores condiciones para afrontar el desafío, pero di lo mejor de mi mismo en las semanas previas a la cita.
La experiencia fue vibrante, de las más intensas (si no la que más) de mi vida, y trataré de narrárosla no más fielmente posible, poco a poco, ya que son muchísimas horas, y tratando de adelantar kilómetros, horas y sucesos durante los fines de semana, ya que entre semana el trabajo me impide dedicarme con tanta implicación como querría a esta labor.
Os pido por tanto un poco de paciencia, y espero de corazón saber transmitiros las impresiones que viví en esta aventura a través de los Pirineos, la mayor a la que me he enfrentado jamás, y que, en esta ocasión, doy por sentado que tardaré muchos meses (si no años) en volver a repetir o superar.
Muchísimas gracias por todo, ¡nos leemos!
Una maleta cargada de sueños... e hidratos
El mes anterior había competido por primera vez en montaña, pero no sería hasta el siguiente mes de enero en el que conocería conceptos tan vitales como el desnivel positivo, en el Desafío La Capitana.
Poco a poco aumenté mi experiencia en el maratón, siempre sin perderle el respeto, enfrentándome a él en Sevilla y Madrid, y el 10 del pasado mayo afronté el mayor reto de mi vida, 101 km en 24 horas, con un desnivel acumulado cercano a los 3000 metros positivos.
Sin embargo, este nuevo reto se sale de cualquier espectro que haya empleado nunca para calibrar una prueba... 112 kilómetros, 9700 metros de desnivel positivo, y 44 horas para afrontar semejante hazaña, gracias al dorsal que #YoYMiRetto y Powerbar me otorgaron.
Mucho tendría que luchar y sufrir, pero también disfrutar, y como viene siendo habitual, no estaría solo...
Viajaría con mi pareja, Mayte, contaría con todo el apoyo de amigos, compañeros y otros atletas y además y por primera vez, con el patrocinio de Todosdescalzos.com y Trekking&Running Marbella, que han ofrecido una inestimable ayuda en forma de material (Skechers Go Bionic Trail, calcetines técnicos Lurbel y cortavientos Izas)
Las condiciones no serían fáciles, llegaría a la salida encadenando 36 horas de trabajo intenso los días previos, y con un margen de sueño presumiblemente escaso, pero con una motivación intacta.
Además, inicialmente no tenía ni la más remota esperanza (sinceramente) de que me tocase el dorsal, por lo que, teniendo mi primer desafío aun lejano (el USN), no estaba en las mejores condiciones para afrontar el desafío, pero di lo mejor de mi mismo en las semanas previas a la cita.
La experiencia fue vibrante, de las más intensas (si no la que más) de mi vida, y trataré de narrárosla no más fielmente posible, poco a poco, ya que son muchísimas horas, y tratando de adelantar kilómetros, horas y sucesos durante los fines de semana, ya que entre semana el trabajo me impide dedicarme con tanta implicación como querría a esta labor.
Os pido por tanto un poco de paciencia, y espero de corazón saber transmitiros las impresiones que viví en esta aventura a través de los Pirineos, la mayor a la que me he enfrentado jamás, y que, en esta ocasión, doy por sentado que tardaré muchos meses (si no años) en volver a repetir o superar.
Muchísimas gracias por todo, ¡nos leemos!
Una maleta cargada de sueños... e hidratos
Mijas Costa, 04:50. A 1122 kilómetros de la salida.
La alarma de mi reloj me despierta, pese a que no recuerdo haber soñado, y me incorporo algo confuso y desorientado.
Han sido 4 horas breves de sueño que no han bastado para paliar el desgaste físico en el trabajo de estos últimos días, pero no hay tiempo para más.
Entorno los ojos y me doy cuenta de que estoy en la habitación de Mayte, que comienza a desperezarse, y miro rápidamente el Casio buscando comprobar la hora: temo haberme quedado dormido.
04:52, todo en orden.
Paso delicadamente sobre Mayte, le doy un beso de buenos días y salto sobre el suelo, buscando la maleta.
Repaso rápidamente el contenido (de los 9,6 kilos de la maleta 7 kilos son vestuario deportivo, equipo para la carrera y reserva energética), me visto y bajo a desayunar.
No tengo mucha hambre pero aun así me obligo a apurar un gran tazón de cereales; el día será largo y el ultra, a más de 1.000 kilómetros de la salida, ya ha comenzado.
A las 6 estamos puntuales en el aeropuerto, nos despedimos de Lola, madre de Mayte, que nos ha acercado en coche, y nos sentamos cerca de una de las pantallas, para estar atentos a la aparición de nuestra puerta de embarque.
Poco más tarde se muestra y embarcamos, y tras ocupar nuestros asientos y acomodarnos, intentamos echar una cabezada, yo sin demasiado éxito, ya que aunque mi cuerpo está por la labor, el respaldo del asiento del avión no lo está, y cada vez que consigo quedarme dormido mi cuello se desliza a uno u otro lado del mismo, despertándome de golpe.
A las 08:20, antes de lo previsto, llegamos a Barcelona, cumpliendo bastante bien el planning hasta ese momento, pero mientras buscamos la salida hacia el Aerobús nos cruzamos con un imprevisto que merece la pena investigarse: La primera tienda física de Buff que veo.
El cumpleaños de mi hermana será la semana que viene y se está comenzando a aficionar a los gorros tubulares, al igual que yo, así que decidimos invertir varios minutos y algunos euros en lo que espero que sea un regalo de su agrado, y continuamos con nuestro camino hacia la línea de salida.
El siguiente paso es llegar a Barcelona, y tenemos la suerte de que llega un Aerobús justo cuando llegamos al andén; llevamos cerca de 20 minutos de margen con respecto a nuestra planificación, así que voy algo más relajado, aunque en el Aerobús no me planteo dormir, ya que hay mucho ajetreo y es pleno día, así que intento terminar de espabilarme mientras repaso los tiempos de paso que intentaré cumplir dentro de pocas horas.
Pasadas las 09:30 llegamos al centro de Barcelona, con un tiempo más que sobrado hasta la salida del autobús que nos llevará de la Estación de Sants hasta Andorra La Vella, por lo que aprovechamos el tiempo recorriendo varios de los lugares emblemáticos de la Ciudad Condal.
13:30, Estación de Sants, donde tras varios kilómetros andando y varias paradas en metro (y una en un restaurante de comida rápida para recuperar fuerzas) por fin nos sentamos, mientras esperamos el bus que nos lleve a Andorra.
Se retrasa y comienzo a impacientarme, y tras preguntar 3 veces (al personal de la oficina, conductores de otros autobuses y a personas que esperan otros buses) al fin llega nuestro bus.
Tenemos más de 3 horas por delante y el cuerpo comienza a resentirse del ajetreado día que llevo encima, así que, aunque al principio me cuesta relajarme y desconectar, acabo dando alguna cabezada, aunque con similar resultado al del avión, y a las 3 me doy por vencido y yergo mi dolorido cuello para contemplar las vistas.
Al correr la cortinilla que me protegía de la luz del sol las vistas me dejan sin aliento: Enormes picos se elevan en la distancia, toda la montaña está cubierta por un manto verde y un enorme lago se extiende a nuestra derecha.
Tengo unas ganas enormes de bajarme del autobús y lanzarme a correr sobre la mullida hierba, Andorra me parece preciosa, pero escuchando a una pareja mayor oigo que falta aun cerca de media hora para cruzar la frontera.
Si la estampa ya es de postal... ¿Qué me encontraré ahí arriba?
Estoy impaciente por descubrirlo, doy por perdida la oportunidad de arañarle minutos al reloj con alguna cabezada y me dispongo a contemplar el paisaje que se va extendiendo ante nosotros.
Una vez cruzada la frontera, en una de las primeras ciudades, veo varias banderas y carteles de la Andorra Ultra Trail, y me invade un sentimiento muy extraño al imaginarme, dentro de no se cuantas horas, pasando por esos lugares.
Finalmente, sobre las 17:00, con algo de retraso, llegamos a Ordino, y decido sacrificar el briefing de la prueba a cambio de buscar primero el hostal, dejar las maletas y cambiarme para la prueba; no hay tiempo para ir y volver.
Encontramos, no sin dar un rodeo algo tonto, el hostal Vallmar, donde Mayte se hospedará estos días, dejamos las maletas y comienzo a "transformarme" en el "Corredor Errante".
Llegados a este punto, quiero agradecer nuevamente a Todosdescalzos.com y Trekking&Running Marbella la ayuda prestada con el equipo obligatorio para afrontar la prueba, que me calzo y enfundo antes de salir a la calle nuevamente.
En la ida al hostal voy algo preocupado por el tiempo, pero ahora que, tras orientarnos en la oficina de turismo, nos dirigimos hacia la parada del bus que nos llevará a Ordino, comienzo a descubrir y disfrutar Andorra.
Hace calor al sol y fresco a la sombra (el viento es bastante frío incluso al sol), hay muy poca gente por las calles y todo está muy silencioso.
Parece que nos hayamos transportado a una ciudad centroeuropea cualquiera en cuestión de horas, el contraste con el bullicio del centro de Barcelona es increíble.
La ciudad es muy bonita, combina con el verde y la naturaleza que la rodea de forma armoniosa, así como el resto de paradas que vamos viendo conforme nos acercamos a Ordino, capital mundial del ultrafondo de montaña desde ayer, con la salida de la Ronda Dels Cims (170 kilómetros atravesando el país a fondo).
Nada más bajar del bus vemos a varios corredores ya equipados, muchos solo con las mochilas a cuestas, pero otros que parecen que estén a punto de tomar la salida.
Me acerco a uno de ellos y les pregunto si llego a tiempo para algún Briefing, a lo que me contesta que no, y les pido indicaciones para acercarme a retirar mi dorsal.
Ordino es una ciudad encantadora, parece sacada de una película de la Edad Media, aunque en estos momentos es más bulliciosa que la capital del principado, al estar literalmente inundada de atletas por doquier.
El ambiente es increíble, lo que hace que me arrepienta por partida doble por no haber pedido un día libre en el trabajo, en primer lugar para descansar adecuadamente antes del reto, y en segundo, para disfrutar del ambiente que rodea la prueba.
Tras perdernos un poco encontramos el polideportivo donde se entregan los dorsales, y tras esperar brevemente en la cola, llego al mostrador donde recojo mi dorsal, el 1332.
Así mismo, recojo la camiseta y las medias de comprensión cortesía de la organización, dejando listo otro punto del planning, aunque con algo de retraso.
Con todo listo nos recorremos Ordino buscando algún sitio para cenar, aunque antes paramos en una pequeña tienda donde una muchacha con acento francés nos atiende, y compramos una garrafa de agua con la que lleno mi camelbak y los dos botellines de medio litro que llevaré en la carrera.
Organizo, así mismo, la mochila que llevaré en la misma, y me la pruebo, comprobando, como esperaba, que el peso de la misma es bastante elevado.
Tras continuar con la búsqueda de restaurante durante unos minutos más, nos decantamos por uno que ofrece menú "del corredor", en el que degusto una ensalada de atún estándar y un plato de pasta carbonara con boletus excelente, así como el helado, una tarrina de limón.
Ya solo queda esperar para la salida de la prueba, así que tras pasar por el punto que en menos de hora y media será la salida y recoger impredibles, decidimos resguardarnos en el polideportivo, ya que el ambiente se enfría minuto a minuto.
Además, Mayte queda prendada de uno de los gorros tubulares estilo Buff, que me regala en el instante, y que decido llevar conmigo en la prueba, además del que traía ya de casa (viendo como está la temperatura, aun de día, mejor que sobre a que falte).
En el polideportivo busco algún enchufe para cargar el Quechuaphone, aunque sin éxito, pero aún excede el 80% de batería, así que doy por sentado que aguantará este primer "examen".
Por cierto, en la cola de recogida de dorsal vi a un muchacho francés con un Quechuaphone con la pantalla destrozada... espero que el mío aguante más, no sé si el modelo está sobrevalorado o el chico era un poco cafre...
A 30 minutos de la salida me cambio la parte de arriba y me pongo todo el equipo que llevaré en la prueba, revisando por última vez todo el equipo y helándoseme la sangre en las venas.
Se me han olvidado en la habitación del hostal (con suerte) las baterías de repuesto para el frontal, por lo que no podré afrontar la segunda noche, la primera, con suerte, me llegará la luz justito...
Tras hacer malabares con los tiempos de paso y los buses lanzadera de la organización, Mayte se ofrece a madrugar para llevármelas la próxima mañana a La Margineda, en caso de encontrarlas.
Bastante nervioso me dirijo a la zona de control de salida, donde ya comienzan a concentrarse corredores, estando los aledaños a rebosar de espectadores.
Tras pasarme el control de chip comienzo a observar al resto de corredores, con camisetas de Mont Blanc, Tor des Geants y otras pruebas míticas, lo que hace que me empequeñezca al lado de ellos y que me crezca al mismo tiempo, al tener la oportunidad de afrontar uno de estos míticos desafíos al lado de corredores de ese calibre.
También, mientras escuchamos el concierto de Batukada que nos brinda un joven grupo, me doy cuenta de que soy el único corredor sin bastones, lo que me intimida un poco... parece que alguno no lleva bastones, pero no, o los tiene en el suelo o al girarse los veo enganchados a la mochila... mal asunto.
La noche comienza a caer, implacable, como el viento que comienza a soplar en la ciudad, aunque los corredores nos damos calor cerrándonos en piña al principio, y ocupando la totalidad del cajón conforme avanzan los minutos.
Cada pocos minutos me doy la vuelta para buscar a Mayte entre el gentío y decirle algo, no sé cuantas horas tardaré en volver a verla o en hablar con alguien conocido, es extraño y quiero aprovechar hasta el último momento.
Conforme avanzan los minutos se me acerca un periodista, que me pide opinión sobre la prueba, mis expectativas y mis sensaciones ante la misma, se me hace muy raro que a tantos kilómetros de casa y rodeado de corredores de élite que no conozco, me elijan a mi para dedicarles unos minutos.
A escasos 5 minutos del inicio de la prueba, el director de la misma nos dedica unas palabras, y los corredores de todo el mundo (puedo oír, sin moverme del sitio, conversaciones en inglés, alemán, italiano y francés) comienzan a acercarse al arco de salida, mientras yo me quedo en la parte trasera del pelotón.
Con suerte tengo 36 horas por delante, perder 1 minuto o 2 en la salida no va a cambiar nada y quiero disfrutar desde el inicio.
La tensión se palpa en el ambiente, los corredores estamos inquietos... cuenta atrás... se escucha un zumbido que atraviesa el aire y el crono de la prueba, situado sobre el arco de salida, arranca desde 0.
Le doy un beso a Mayte, me vuelvo hacia la salida y el cohete estalla mientras el pelotón cruza la línea que separa el cajón de espera del inicio de la carrera; el reto ha comenzado.
Y se hizo el silencio
El eco del cohete que marcó la salida se desvanece, al igual que los restos que iluminaron el cajón de salida de la prueba y me uno a la marabunta que comienza a salir del pueblo, mientras nuevos zumbidos llenan el aire y comienza a caer confeti sobre nosotros.
Estoy muy emocionado, he pasado horas imaginando como podría ser la salida, pero no podría haber predicho ni como iba a ser ni cómo me iba a sentir.
Estoy pletórico, quiero acelerar pero una voz firme en mi mente me dice que me retenga, y el resto de corredores tampoco me da mucho juego, ya que la mayoría han comenzado o andando rápido o trotando.
Avanzo en zigzag, esquivando los bastones que cuelgan de la mayoría de las mochilas, sintiéndome cansado y pesado, tanto muscularmente como por la carga que llevo en la mochila (manta térmica, camiseta de manga corta, gafas con estuche, 300 gramos de cacahuetes, 2 litros de agua en la camel y 1 litro en 2 botellines de medio litro cada uno, sales, gominolas, isostar, los Powerade Shots, un juego de vendas, cámara de fotos, teléfono móvil, guantes y gorro).
Sin embargo, mi motivación es muy elevada y avanzo con paso firme, dejando atrás los vítores del público en cuestión de segundos, y sintiendo una punzada de nostalgia al saber que pasarán horas, quizá días, antes de que vuelva a oír la voz de cualquier persona conocida.
Sin embargo es la contraprestación a la paz, tanto interna como externa, que seguro que encontraré durante la carrera, ya que aunque ahora estoy acompañado por cerca de medio millar de corredores, sé que habrá tramos en los que tendré que avanzar en solitario.
El jaleo de Ordino pronto queda ahogado por el rumor de un río que fluye poderosamente a nuestra izquierda, mientras que por la derecha discurre una curiosa marea humana.
La mayoría de los corredores llevan ya encendido el frontal, y prácticamente todos sin excepción llevan ropa reflectante, por lo que con las extrañas mochilas que llevamos parecemos extraños seres sacados de alguna película de ciencia ficción.
La estampa me resulta muy curiosa, avanzamos muy pegados, por lo que decido apagar mi frontal (cuanto más ahorre, más me durarán las baterías), aprovechando los frontales de los corredores que me rodean para ver por donde piso.
Dejamos atrás el asfalto, tras pasar por un pequeño pueblo, Sornàs, y ascendemos por una pequeña pendiente, ligeramente encharcada.
Una sinfonía de GPS inunda el ambiente y doy por hecho que hemos superado el primer kilómetro de la prueba; bien, ya solo quedan 111 y parece que ni he comenzado a correr aún.
Ya me noto bien entrado en calor, casi demasiado, por lo que decido parar un momento, quitarme los guantes y uno de los buff, abrirme el impermeable, así como desabrocharle las cremalleras de las zonas de ventilación y colocarme el móvil en la muñeca, encendiendo el reproductor de música; va a ser una larga noche, a ver si puedo evitar que mi mente divague manteniéndola concentrada en la música de fondo.
Retomo el paso y comienzo a recuperar posiciones con facilidad, no parece que esto sea una carrera, el ambiente es de cooperación total y muy colaborativo (algunos corredores piden a otros que le saquen fotos juntos, otros dan a probar de su isotónica a otra, un corredor se ata los cordones sentado sobre una piedra mientras otro le alumbra con su frontal...).
De vez en cuando los golpea una ligera brisa, fría, que me sienta divinamente, el rumor del río, ya lejano, se mezcla con el chapoteo de nuestros pasos al caminar y conversaciones en catalán, francés, español e inglés, muy animadas; disfruto como un niño una vez más mientras busco con la mirada cual de las cimas que se extienden en la distancia será aquella a la que nos encaminamos.
Pasamos otro pequeño pueblo, donde los lugareños esperan nuestro paso y nos animan, en catalán y francés sobre todo, aunque alguno grita "¡vamos héroes!" y se me pone la piel de gallina.
La pendiente va haciéndose más pronunciada y el camino se va estrechando conforme avanzamos, y ya comienza a adelantarme algún corredor desde atrás; vamos cogiendo ritmo.
En una de las bajadas no veo una piedra, lo que me hace tropezar y casi caer al suelo, me equilibro a tiempo pero el movimiento brusco ha hecho que los cascos del móvil salgan volando.
Decido encender el frontal, encuentro los cascos en el margen del camino, sobre un charco, y aunque temo que se hayan estropeado no parece que hayan sufrido ningún daño.
Sin remilgos los restriego contra la malla para quitarles el barro, los conecto y pruebo y, aliviado, compruebo que funcionan a la perfección.
Alzo la vista y veo un puentecito a unos 100 metros, que nos lleva a un pueblo bastante más grande que los que hemos atravesado previamente.
Consulto mi lista con los tiempos de paso: llevamos 13 minutos de carrera, por lo que el lugar seguramente sea La Cortinada, adonde pensaba llegar en 18 minutos aproximadamente.
Pese a parar para refrescarme y al percance con la piedra voy con un margen más que sobrado y no me siento para nada forzado, al revés, avanzo muy tranquilamente.
Quizás pueda tardar menos de 36 horas en completar la prueba al final, aunque no quiero confiarme, ya que se que cuando se alcen las colinas sobre nosotros probablemente supere con creces los tiempos estimados de paso que me he ido marcando.
Los lugareños en La Cortinada nos animan, nos echan fotos y gritan de alegría cuando ven caras conocidas entre los corredores (alguno se lanza a abrazar a algún corredor), aunque, como hemos hecho primero con Ordino y luego con los pequeños pueblecitos, en un momento hemos dejado atrás La Cortinada y sus empedradas calles.
Pasamos un nuevo puentecito y volvemos al sendero, donde comienza a sentirse que la situación es ya más seria, ya que aunque aún se escucha alguna conversación, la mayoría de los corredores avanzamos concentrados, y los únicos sonidos que se oyen son nuestra respiración y el sonido amortiguado de nuestras pisadas sobre la tierra, acompañado del repiqueteo de varios bastones al encontrar una piedra bajo la tierra.
La noche es un manto impenetrable, salvo por algunas estrellas brillantes que salpican el cielo y nuestros frontales, y conforme avanzamos el silencio se va haciendo más y más presente, tan solo perturbado por nuestras pisadas y el "clac clac" de algún bastón.
A las 22:36, 4 minutos antes de lo previsto pese a ir con una calma que casi roza la parsimonia, llego a Llorts, donde apago momentáneamente el frontal y contemplo el pequeño pueblo que atravesamos, aplaudidos por los habitantes del mismo.
Hasta ahora este tramo de 6 kilómetros me ha recordado en cierto modo al paso por Montejaque o Benaoján en los 101 kilómetros de Ronda, pero sé que la situación está a punto de cambiar, ya que una vez dejemos atrás el pueblo, posiblemente no volvamos a ver ningún vestigio de civilización hasta llegar a Coll Botella, dentro de muchas horas.
En efecto, el paisaje cambia al dejar atrás Llorts, y en unos metros nos encontramos con una enorme cola que avanza lentamente por una empinada cuesta, que nos guía hacia el corazón del bosque.
La obligatoria bajada de ritmo se nota, ya que vuelven las conversaciones e incluso alguna carcajada.
Escucho como un corredor veterano bastante serio le comenta a otro, en español, que el año pasado este tramo fue igual, pero una vez se corone el Clot del Cavall no habrá aglomeraciones en las subidas.
Hecho un ojo a mi chuleta con los tiempos estimados de paso, pero no aparece, aunque si lo tengo en mi chuleta de desnivel, será el primer pico que coronemos, a unos 6 kilómetros de distancia aproximadamente.
Todo el mundo sube apoyado con sus palos, yo, tirando de técnica y llevándome las manos a los muslos y a la cintura en los tramos más complicados.
No aprendo del tropezón anterior, y al ir "arropado" por otros corredores, apago el frontal, que había encendido de nuevo hacía segundos.
La superficie por la que ascendemos es bastante firme, algún tramo de tierra se desprende al pisar de forma descuidada, pero no tiene nada que ver con los ascensos por la Sierra de Mijas, ni por el desnivel (aquí mucho más duro) ni por los obstáculos que encontramos (aquí, primordialmente, raíces, en Mijas, fragmentos de rocas sueltas).
Voy justo detrás de un grupo de tres italianos que hablan poco y suben a buen ritmo, y sin prisa pero sin pausa, vamos ascendiendo por la ladera.
Resulta imposible correr, incluso dar zancadas largas para mí, que tengo solo 2 apoyos, así que pese a mi insistencia, acabo cediendo terreno y los italianos se pierden en las sombras que aguardan delante de mí.
Escucho en catalán que alguien dice que esta subida es de las más duras de la prueba, y me lo quiero creer, ya que estoy sin aliento y los cuádriceps empiezan a cargárseme más y más.
La pendiente parece eterna, y la noche me impide disfrutar de las vistas, pero sé que estamos altos, muy altos, ya que pese al esfuerzo comienzo a tener frío, por lo que me cierro el cortavientos, y al girarme veo una interminable columna de lucecitas ascendiendo desde las luces de Llorts, como una filita de hormigas.
Eso me da mucho ánimo, en poco más de hora y media desde el inicio de la prueba estamos a una altitud enorme, aunque al girarme y ver delante de mí puntitos brillantes a una altura de vértigo me desmoralizo un poco; quedará aún más de media subida.
Busco la luna, que se veía llena en Ordino, pero permanece oculta entre las nubes que se arremolinan sobre nosotros, amenazantes.
Avanzo hasta encontrar un grupo de atletas que creo que van a mi ritmo y me pego detrás de ellos, saludo y guardo silencio, mientras presto atención.
Me quito los cascos un momento y escucho; salvo nuestras respiraciones, nada, un silencio mortal.
Me impone mucho respeto, y me sosiega a la vez; no recordaba experimentar un silencio tan profundo desde hacía muchísimo tiempo, cuando recorría en solitario la Sierra de las Nieves en la Animal Trail durante la segunda parte del recorrido.
Ascendemos caminando, y el sonido de nuestros pies rozando la tierra es casi imperceptible, nadie habla, y lo único que perturba el silencio es el leve zumbido que emanan mis cascos.
Disfruto durante varios minutos de la sensación, incluso bajando el ritmo ligeramente, hasta que decido volver a ponerme los cascos (suena una versión instrumental de una canción rockera, interpretada por Vitamin String Quartet, relajante pero cañera) y recupero el ritmo.
Percibo que estamos cerca de la cima mucho antes de verla, ya que el ambiente está cada vez más frío y noto que me cuesta respirar al avanzar, lo que me hace acortar el paso, y de repente, por encima del sonido de mis cascos, escucho un crujido, antes de notarlo yo mismo bajo mis pies.
Bajo la mirada y me encuentro... ¡Nieve! miro el reloj, ¡2 horas 22 minutos! ¡hace nada estábamos en Ordino!
Me encanta la nieve, pude disfrutar de ella en diversos lugares de Europa el año pasado gracias a mi experiencia Erasmus, pero pese a estar semanas sin ver ni un resquicio de luz solar, no me cansé de ella.
Me embriaga la emoción, estamos casi en la primera de las 11 cumbres que ascenderemos durante el fin de semana.
Noto el penetrante frío de la nieve atravesando las Skechers, cortesía de Todosdescalzos.com y el también penetrante frío del viento atravesando mi cortavientos (cortesía de Trekking&Running Marbella) y mi segunda capa, pero esto, lejos de frenarme, me da una motivación increíble para continuar con el ascenso, en el que la superficie es cada vez más y más rocosa, y los neveros más frecuentes, algunos atravesados por pequeños arroyos salvajes que hace que cada paso deba ser calculado con cuidado.
Algunos corredores se paran para ponerse manguitos o medias de comprensión, otros, una capa entera, pero yo he sido previsor y simplemente tengo que cerrar las costuras de mi ropa para aislarme del exterior y ponerme los guantes y un segundo buff a modo de máscara, mientras mantengo el ritmo.
Los corredores comenzamos a estar más distanciados, así que enciendo mi frontal, y sigo la estela de los corredores que van por delante de mi.
Voy bebiendo con mucha regularidad, midiendo la cantidad de cada sorbo según la temperatura (al estar cierta cantidad en el tubo de plástico que sale de la camel y la temperatura exterior tan baja, se nota el cambio del agua de dicho tuvo y de la del interior de la camel, dando por terminado el buche cuando la noto).
Así mismo, cada hora tengo planeado ingerir una tableta de isostar limón, para mantener el nivel de azúcar (son fáciles de transportar y no están malas) y cada dos horas, una golosina, con el mismo propósito.
Al llegar a la cima me encuentro unos voluntarios embutidos bajo varias capas de ropa (me parece increíble que aun así estuviesen en la misma cima del Clot del Cavall), que me dicen algo en un idioma que no comprendo, pero entiendo que debo mostrarles el dorsal.
Con algo de dificultad me desabrocho el cortavientos, ceñido al máximo, toman nota de mi paso y me lo abrocho lo más rápido posible.
Estamos rodeados de nubes muy bajas, se nota humedad y el frío comienza a atravesarme los guantes, dejándome los dedos torpes e insensibles, por lo que tardo unos segundos en reanudar la marcha.
Comenzamos a crestear, primero pisando sobre rocas grandes, y luego sobre rocas más pequeñas, estilo Sierra de Mijas, lo que me hace ir con cuidado (aunque no evita que al pisar una de las rocas sueltas resbale y caiga con todo mi peso sobre mi mano izquierda, que comienza a sangrar levemente y queda bastante magullada).
Me levanto de golpe mientras un francés me pregunta si me encuentro bien, y al decirle que si, mantiene el paso.
Me sacudo el polvo y con cuidado continuo el descenso.
Se me acerca desde atrás un hombre, diría por la voz que veterano, que comienza a hablarme en catalán; le entiendo, así que no me importa, yo le respondo en español y el en catalán, aunque finalmente acaba cambiando también al español, sin decirle yo nada.
Lo primero que comentamos es la presencia de las amenazadoras nubes sobre nosotros, así como la noche tan buena que se está quedando para correr conforme aumenta la temperatura al ir descendiendo por la ladera de la montaña.
Después nos presentamos y contamos un poco nuestra historia; Él es Jordi, un ultraatleta que participa por cuarta vez en el Andorra Ultra Trail, pero que hasta ahora no ha tenido suerte con las barreras horarias y no ha podido pasar nunca de los Bordes d'Envalira.
Sin embargo este año se muestra optimista, las condiciones meteorológicas son las mejores que recuerda en todas las ediciones en las que ha participado y está muy bien de forma.
Le comento que en la primera cuesta ya me quedé sin aliento, pese a empezar poco a poco, y me dice que podría ser por la altitud, pero que en cualquier caso, no subestime a la montaña y me lo tome con calma, ya que quedan 10 cumbres aún por coronar.
Conforme vamos descendiendo y la temperatura aumenta, el paisaje va cambiando, pasa de ladera a bosque y de ahí a colina, surcada por decenas de pequeños arroyos y alguna corriente de agua con más fuerza.
El rumor del agua interrumpe el sepulcral silencio que nos envolvía desde la bajada de Clot de Cavall (exceptuando la conversación con Jordi), y se va haciendo más y más fuerte conforme su presencia va aumentando.
Pisamos sobre hierba húmeda, correr es una delicia; El viento ha dejado de soplar, la temperatura ha aumentado pero la presencia del agua es refrescante, así que me quito los guantes, fríos y húmedos, pero mantengo el resto de las capas.
Estoy tan concentrado en el paisaje que no me doy cuenta de que hace bastante que no escucho a Jordi, y como la hierba amortigua nuestros pasos no sé si está o no cerca.
Retiro la vista un segundo, solo un segundo del suelo, para comprobar si Jordi está cerca, y me hundo hasta el tobillo en el agua helada.
No podía ni imaginar la temperatura a la que se encontraba el agua, mi pie derecho ha dejado de existir de golpe, quedándose dormido casi al instante, aunque como sigo corriendo voy recuperando poco a poco la movilidad.
El calcetín está mojado, así como la zapatilla, y el dolor es increíble, parece que algo me esté atravesando el pie.
Veo a un nutrido grupo de corredores agolpados en el margen de un río, y compruebo con desmayo como no hay forma posible de vadearlo, se debe cruzar saltando de roca en roca.
Uno de los corredores resbala y cae al agua, que llega a la altura de las rodillas, y mientras espero mi turno para cruzar muevo incesante mi pie, con la esperanza de que no se me vuelva a dormir de nuevo por el frío.
Observo al resto de corredores y me fijo en las piedras que causan más problemas, por el musgo o por la inestabilidad, así que cuando llega mi turno para cruzar voy con seguridad y consigo cruzarlo sin problemas.
Nos esperan varios cruces más en el próximo tramo, surcado por decenas de venas acuosas, y me doy cuenta de que comienzo a oír voces animadas.
Levanto la vista y veo una fogata a lo lejos, bastante luz y varios corredores, a poca distancia.
Este nuevo despiste hace que vuelva a pisar sobre mojado, aunque en menor medida que en la primera ocasión, aunque una nueva oleada de agua helada penetra en mi zapatilla derecha; Bueno, parece que al menos podré calentarme pronto.
Vuelvo a concentrarme en el suelo y voy prestando atención a los pasos de los corredores que me preceden, las balizas y el brillo del agua.
De repente, dejamos atrás el silencio y nos aproximamos al bullicio; en ese momento, una gaita inunda el aire con su melodía.
Miro el reloj; son las una y media de la mañana, ¿qué narices hace un gaitero a 2000 metros de altura?
Winter is coming...
La alarma de mi reloj me despierta, pese a que no recuerdo haber soñado, y me incorporo algo confuso y desorientado.
Han sido 4 horas breves de sueño que no han bastado para paliar el desgaste físico en el trabajo de estos últimos días, pero no hay tiempo para más.
Entorno los ojos y me doy cuenta de que estoy en la habitación de Mayte, que comienza a desperezarse, y miro rápidamente el Casio buscando comprobar la hora: temo haberme quedado dormido.
04:52, todo en orden.
Paso delicadamente sobre Mayte, le doy un beso de buenos días y salto sobre el suelo, buscando la maleta.
Repaso rápidamente el contenido (de los 9,6 kilos de la maleta 7 kilos son vestuario deportivo, equipo para la carrera y reserva energética), me visto y bajo a desayunar.
No tengo mucha hambre pero aun así me obligo a apurar un gran tazón de cereales; el día será largo y el ultra, a más de 1.000 kilómetros de la salida, ya ha comenzado.
A las 6 estamos puntuales en el aeropuerto, nos despedimos de Lola, madre de Mayte, que nos ha acercado en coche, y nos sentamos cerca de una de las pantallas, para estar atentos a la aparición de nuestra puerta de embarque.
Poco más tarde se muestra y embarcamos, y tras ocupar nuestros asientos y acomodarnos, intentamos echar una cabezada, yo sin demasiado éxito, ya que aunque mi cuerpo está por la labor, el respaldo del asiento del avión no lo está, y cada vez que consigo quedarme dormido mi cuello se desliza a uno u otro lado del mismo, despertándome de golpe.
A las 08:20, antes de lo previsto, llegamos a Barcelona, cumpliendo bastante bien el planning hasta ese momento, pero mientras buscamos la salida hacia el Aerobús nos cruzamos con un imprevisto que merece la pena investigarse: La primera tienda física de Buff que veo.
El cumpleaños de mi hermana será la semana que viene y se está comenzando a aficionar a los gorros tubulares, al igual que yo, así que decidimos invertir varios minutos y algunos euros en lo que espero que sea un regalo de su agrado, y continuamos con nuestro camino hacia la línea de salida.
El siguiente paso es llegar a Barcelona, y tenemos la suerte de que llega un Aerobús justo cuando llegamos al andén; llevamos cerca de 20 minutos de margen con respecto a nuestra planificación, así que voy algo más relajado, aunque en el Aerobús no me planteo dormir, ya que hay mucho ajetreo y es pleno día, así que intento terminar de espabilarme mientras repaso los tiempos de paso que intentaré cumplir dentro de pocas horas.
Pasadas las 09:30 llegamos al centro de Barcelona, con un tiempo más que sobrado hasta la salida del autobús que nos llevará de la Estación de Sants hasta Andorra La Vella, por lo que aprovechamos el tiempo recorriendo varios de los lugares emblemáticos de la Ciudad Condal.
13:30, Estación de Sants, donde tras varios kilómetros andando y varias paradas en metro (y una en un restaurante de comida rápida para recuperar fuerzas) por fin nos sentamos, mientras esperamos el bus que nos lleve a Andorra.
Se retrasa y comienzo a impacientarme, y tras preguntar 3 veces (al personal de la oficina, conductores de otros autobuses y a personas que esperan otros buses) al fin llega nuestro bus.
Tenemos más de 3 horas por delante y el cuerpo comienza a resentirse del ajetreado día que llevo encima, así que, aunque al principio me cuesta relajarme y desconectar, acabo dando alguna cabezada, aunque con similar resultado al del avión, y a las 3 me doy por vencido y yergo mi dolorido cuello para contemplar las vistas.
Al correr la cortinilla que me protegía de la luz del sol las vistas me dejan sin aliento: Enormes picos se elevan en la distancia, toda la montaña está cubierta por un manto verde y un enorme lago se extiende a nuestra derecha.
Tengo unas ganas enormes de bajarme del autobús y lanzarme a correr sobre la mullida hierba, Andorra me parece preciosa, pero escuchando a una pareja mayor oigo que falta aun cerca de media hora para cruzar la frontera.
Si la estampa ya es de postal... ¿Qué me encontraré ahí arriba?
Estoy impaciente por descubrirlo, doy por perdida la oportunidad de arañarle minutos al reloj con alguna cabezada y me dispongo a contemplar el paisaje que se va extendiendo ante nosotros.
Una vez cruzada la frontera, en una de las primeras ciudades, veo varias banderas y carteles de la Andorra Ultra Trail, y me invade un sentimiento muy extraño al imaginarme, dentro de no se cuantas horas, pasando por esos lugares.
Finalmente, sobre las 17:00, con algo de retraso, llegamos a Ordino, y decido sacrificar el briefing de la prueba a cambio de buscar primero el hostal, dejar las maletas y cambiarme para la prueba; no hay tiempo para ir y volver.
Encontramos, no sin dar un rodeo algo tonto, el hostal Vallmar, donde Mayte se hospedará estos días, dejamos las maletas y comienzo a "transformarme" en el "Corredor Errante".
Llegados a este punto, quiero agradecer nuevamente a Todosdescalzos.com y Trekking&Running Marbella la ayuda prestada con el equipo obligatorio para afrontar la prueba, que me calzo y enfundo antes de salir a la calle nuevamente.
En la ida al hostal voy algo preocupado por el tiempo, pero ahora que, tras orientarnos en la oficina de turismo, nos dirigimos hacia la parada del bus que nos llevará a Ordino, comienzo a descubrir y disfrutar Andorra.
Hace calor al sol y fresco a la sombra (el viento es bastante frío incluso al sol), hay muy poca gente por las calles y todo está muy silencioso.
Parece que nos hayamos transportado a una ciudad centroeuropea cualquiera en cuestión de horas, el contraste con el bullicio del centro de Barcelona es increíble.
La ciudad es muy bonita, combina con el verde y la naturaleza que la rodea de forma armoniosa, así como el resto de paradas que vamos viendo conforme nos acercamos a Ordino, capital mundial del ultrafondo de montaña desde ayer, con la salida de la Ronda Dels Cims (170 kilómetros atravesando el país a fondo).
Nada más bajar del bus vemos a varios corredores ya equipados, muchos solo con las mochilas a cuestas, pero otros que parecen que estén a punto de tomar la salida.
Me acerco a uno de ellos y les pregunto si llego a tiempo para algún Briefing, a lo que me contesta que no, y les pido indicaciones para acercarme a retirar mi dorsal.
Ordino es una ciudad encantadora, parece sacada de una película de la Edad Media, aunque en estos momentos es más bulliciosa que la capital del principado, al estar literalmente inundada de atletas por doquier.
El ambiente es increíble, lo que hace que me arrepienta por partida doble por no haber pedido un día libre en el trabajo, en primer lugar para descansar adecuadamente antes del reto, y en segundo, para disfrutar del ambiente que rodea la prueba.
Tras perdernos un poco encontramos el polideportivo donde se entregan los dorsales, y tras esperar brevemente en la cola, llego al mostrador donde recojo mi dorsal, el 1332.
Así mismo, recojo la camiseta y las medias de comprensión cortesía de la organización, dejando listo otro punto del planning, aunque con algo de retraso.
Con todo listo nos recorremos Ordino buscando algún sitio para cenar, aunque antes paramos en una pequeña tienda donde una muchacha con acento francés nos atiende, y compramos una garrafa de agua con la que lleno mi camelbak y los dos botellines de medio litro que llevaré en la carrera.
Organizo, así mismo, la mochila que llevaré en la misma, y me la pruebo, comprobando, como esperaba, que el peso de la misma es bastante elevado.
Tras continuar con la búsqueda de restaurante durante unos minutos más, nos decantamos por uno que ofrece menú "del corredor", en el que degusto una ensalada de atún estándar y un plato de pasta carbonara con boletus excelente, así como el helado, una tarrina de limón.
Ya solo queda esperar para la salida de la prueba, así que tras pasar por el punto que en menos de hora y media será la salida y recoger impredibles, decidimos resguardarnos en el polideportivo, ya que el ambiente se enfría minuto a minuto.
Además, Mayte queda prendada de uno de los gorros tubulares estilo Buff, que me regala en el instante, y que decido llevar conmigo en la prueba, además del que traía ya de casa (viendo como está la temperatura, aun de día, mejor que sobre a que falte).
En el polideportivo busco algún enchufe para cargar el Quechuaphone, aunque sin éxito, pero aún excede el 80% de batería, así que doy por sentado que aguantará este primer "examen".
Por cierto, en la cola de recogida de dorsal vi a un muchacho francés con un Quechuaphone con la pantalla destrozada... espero que el mío aguante más, no sé si el modelo está sobrevalorado o el chico era un poco cafre...
A 30 minutos de la salida me cambio la parte de arriba y me pongo todo el equipo que llevaré en la prueba, revisando por última vez todo el equipo y helándoseme la sangre en las venas.
Se me han olvidado en la habitación del hostal (con suerte) las baterías de repuesto para el frontal, por lo que no podré afrontar la segunda noche, la primera, con suerte, me llegará la luz justito...
Tras hacer malabares con los tiempos de paso y los buses lanzadera de la organización, Mayte se ofrece a madrugar para llevármelas la próxima mañana a La Margineda, en caso de encontrarlas.
Bastante nervioso me dirijo a la zona de control de salida, donde ya comienzan a concentrarse corredores, estando los aledaños a rebosar de espectadores.
Tras pasarme el control de chip comienzo a observar al resto de corredores, con camisetas de Mont Blanc, Tor des Geants y otras pruebas míticas, lo que hace que me empequeñezca al lado de ellos y que me crezca al mismo tiempo, al tener la oportunidad de afrontar uno de estos míticos desafíos al lado de corredores de ese calibre.
También, mientras escuchamos el concierto de Batukada que nos brinda un joven grupo, me doy cuenta de que soy el único corredor sin bastones, lo que me intimida un poco... parece que alguno no lleva bastones, pero no, o los tiene en el suelo o al girarse los veo enganchados a la mochila... mal asunto.
La noche comienza a caer, implacable, como el viento que comienza a soplar en la ciudad, aunque los corredores nos damos calor cerrándonos en piña al principio, y ocupando la totalidad del cajón conforme avanzan los minutos.
Cada pocos minutos me doy la vuelta para buscar a Mayte entre el gentío y decirle algo, no sé cuantas horas tardaré en volver a verla o en hablar con alguien conocido, es extraño y quiero aprovechar hasta el último momento.
Conforme avanzan los minutos se me acerca un periodista, que me pide opinión sobre la prueba, mis expectativas y mis sensaciones ante la misma, se me hace muy raro que a tantos kilómetros de casa y rodeado de corredores de élite que no conozco, me elijan a mi para dedicarles unos minutos.
A escasos 5 minutos del inicio de la prueba, el director de la misma nos dedica unas palabras, y los corredores de todo el mundo (puedo oír, sin moverme del sitio, conversaciones en inglés, alemán, italiano y francés) comienzan a acercarse al arco de salida, mientras yo me quedo en la parte trasera del pelotón.
Con suerte tengo 36 horas por delante, perder 1 minuto o 2 en la salida no va a cambiar nada y quiero disfrutar desde el inicio.
La tensión se palpa en el ambiente, los corredores estamos inquietos... cuenta atrás... se escucha un zumbido que atraviesa el aire y el crono de la prueba, situado sobre el arco de salida, arranca desde 0.
Le doy un beso a Mayte, me vuelvo hacia la salida y el cohete estalla mientras el pelotón cruza la línea que separa el cajón de espera del inicio de la carrera; el reto ha comenzado.
Y se hizo el silencio
Ordino, 22:00. Salida.
El eco del cohete que marcó la salida se desvanece, al igual que los restos que iluminaron el cajón de salida de la prueba y me uno a la marabunta que comienza a salir del pueblo, mientras nuevos zumbidos llenan el aire y comienza a caer confeti sobre nosotros.
Estoy muy emocionado, he pasado horas imaginando como podría ser la salida, pero no podría haber predicho ni como iba a ser ni cómo me iba a sentir.
Estoy pletórico, quiero acelerar pero una voz firme en mi mente me dice que me retenga, y el resto de corredores tampoco me da mucho juego, ya que la mayoría han comenzado o andando rápido o trotando.
Avanzo en zigzag, esquivando los bastones que cuelgan de la mayoría de las mochilas, sintiéndome cansado y pesado, tanto muscularmente como por la carga que llevo en la mochila (manta térmica, camiseta de manga corta, gafas con estuche, 300 gramos de cacahuetes, 2 litros de agua en la camel y 1 litro en 2 botellines de medio litro cada uno, sales, gominolas, isostar, los Powerade Shots, un juego de vendas, cámara de fotos, teléfono móvil, guantes y gorro).
Sin embargo, mi motivación es muy elevada y avanzo con paso firme, dejando atrás los vítores del público en cuestión de segundos, y sintiendo una punzada de nostalgia al saber que pasarán horas, quizá días, antes de que vuelva a oír la voz de cualquier persona conocida.
Sin embargo es la contraprestación a la paz, tanto interna como externa, que seguro que encontraré durante la carrera, ya que aunque ahora estoy acompañado por cerca de medio millar de corredores, sé que habrá tramos en los que tendré que avanzar en solitario.
El jaleo de Ordino pronto queda ahogado por el rumor de un río que fluye poderosamente a nuestra izquierda, mientras que por la derecha discurre una curiosa marea humana.
La mayoría de los corredores llevan ya encendido el frontal, y prácticamente todos sin excepción llevan ropa reflectante, por lo que con las extrañas mochilas que llevamos parecemos extraños seres sacados de alguna película de ciencia ficción.
La estampa me resulta muy curiosa, avanzamos muy pegados, por lo que decido apagar mi frontal (cuanto más ahorre, más me durarán las baterías), aprovechando los frontales de los corredores que me rodean para ver por donde piso.
Dejamos atrás el asfalto, tras pasar por un pequeño pueblo, Sornàs, y ascendemos por una pequeña pendiente, ligeramente encharcada.
Una sinfonía de GPS inunda el ambiente y doy por hecho que hemos superado el primer kilómetro de la prueba; bien, ya solo quedan 111 y parece que ni he comenzado a correr aún.
Ya me noto bien entrado en calor, casi demasiado, por lo que decido parar un momento, quitarme los guantes y uno de los buff, abrirme el impermeable, así como desabrocharle las cremalleras de las zonas de ventilación y colocarme el móvil en la muñeca, encendiendo el reproductor de música; va a ser una larga noche, a ver si puedo evitar que mi mente divague manteniéndola concentrada en la música de fondo.
Retomo el paso y comienzo a recuperar posiciones con facilidad, no parece que esto sea una carrera, el ambiente es de cooperación total y muy colaborativo (algunos corredores piden a otros que le saquen fotos juntos, otros dan a probar de su isotónica a otra, un corredor se ata los cordones sentado sobre una piedra mientras otro le alumbra con su frontal...).
De vez en cuando los golpea una ligera brisa, fría, que me sienta divinamente, el rumor del río, ya lejano, se mezcla con el chapoteo de nuestros pasos al caminar y conversaciones en catalán, francés, español e inglés, muy animadas; disfruto como un niño una vez más mientras busco con la mirada cual de las cimas que se extienden en la distancia será aquella a la que nos encaminamos.
Pasamos otro pequeño pueblo, donde los lugareños esperan nuestro paso y nos animan, en catalán y francés sobre todo, aunque alguno grita "¡vamos héroes!" y se me pone la piel de gallina.
La pendiente va haciéndose más pronunciada y el camino se va estrechando conforme avanzamos, y ya comienza a adelantarme algún corredor desde atrás; vamos cogiendo ritmo.
En una de las bajadas no veo una piedra, lo que me hace tropezar y casi caer al suelo, me equilibro a tiempo pero el movimiento brusco ha hecho que los cascos del móvil salgan volando.
Decido encender el frontal, encuentro los cascos en el margen del camino, sobre un charco, y aunque temo que se hayan estropeado no parece que hayan sufrido ningún daño.
Sin remilgos los restriego contra la malla para quitarles el barro, los conecto y pruebo y, aliviado, compruebo que funcionan a la perfección.
Alzo la vista y veo un puentecito a unos 100 metros, que nos lleva a un pueblo bastante más grande que los que hemos atravesado previamente.
Consulto mi lista con los tiempos de paso: llevamos 13 minutos de carrera, por lo que el lugar seguramente sea La Cortinada, adonde pensaba llegar en 18 minutos aproximadamente.
Pese a parar para refrescarme y al percance con la piedra voy con un margen más que sobrado y no me siento para nada forzado, al revés, avanzo muy tranquilamente.
Quizás pueda tardar menos de 36 horas en completar la prueba al final, aunque no quiero confiarme, ya que se que cuando se alcen las colinas sobre nosotros probablemente supere con creces los tiempos estimados de paso que me he ido marcando.
Los lugareños en La Cortinada nos animan, nos echan fotos y gritan de alegría cuando ven caras conocidas entre los corredores (alguno se lanza a abrazar a algún corredor), aunque, como hemos hecho primero con Ordino y luego con los pequeños pueblecitos, en un momento hemos dejado atrás La Cortinada y sus empedradas calles.
Pasamos un nuevo puentecito y volvemos al sendero, donde comienza a sentirse que la situación es ya más seria, ya que aunque aún se escucha alguna conversación, la mayoría de los corredores avanzamos concentrados, y los únicos sonidos que se oyen son nuestra respiración y el sonido amortiguado de nuestras pisadas sobre la tierra, acompañado del repiqueteo de varios bastones al encontrar una piedra bajo la tierra.
La noche es un manto impenetrable, salvo por algunas estrellas brillantes que salpican el cielo y nuestros frontales, y conforme avanzamos el silencio se va haciendo más y más presente, tan solo perturbado por nuestras pisadas y el "clac clac" de algún bastón.
A las 22:36, 4 minutos antes de lo previsto pese a ir con una calma que casi roza la parsimonia, llego a Llorts, donde apago momentáneamente el frontal y contemplo el pequeño pueblo que atravesamos, aplaudidos por los habitantes del mismo.
Hasta ahora este tramo de 6 kilómetros me ha recordado en cierto modo al paso por Montejaque o Benaoján en los 101 kilómetros de Ronda, pero sé que la situación está a punto de cambiar, ya que una vez dejemos atrás el pueblo, posiblemente no volvamos a ver ningún vestigio de civilización hasta llegar a Coll Botella, dentro de muchas horas.
En efecto, el paisaje cambia al dejar atrás Llorts, y en unos metros nos encontramos con una enorme cola que avanza lentamente por una empinada cuesta, que nos guía hacia el corazón del bosque.
La obligatoria bajada de ritmo se nota, ya que vuelven las conversaciones e incluso alguna carcajada.
Escucho como un corredor veterano bastante serio le comenta a otro, en español, que el año pasado este tramo fue igual, pero una vez se corone el Clot del Cavall no habrá aglomeraciones en las subidas.
Hecho un ojo a mi chuleta con los tiempos estimados de paso, pero no aparece, aunque si lo tengo en mi chuleta de desnivel, será el primer pico que coronemos, a unos 6 kilómetros de distancia aproximadamente.
Todo el mundo sube apoyado con sus palos, yo, tirando de técnica y llevándome las manos a los muslos y a la cintura en los tramos más complicados.
No aprendo del tropezón anterior, y al ir "arropado" por otros corredores, apago el frontal, que había encendido de nuevo hacía segundos.
La superficie por la que ascendemos es bastante firme, algún tramo de tierra se desprende al pisar de forma descuidada, pero no tiene nada que ver con los ascensos por la Sierra de Mijas, ni por el desnivel (aquí mucho más duro) ni por los obstáculos que encontramos (aquí, primordialmente, raíces, en Mijas, fragmentos de rocas sueltas).
Voy justo detrás de un grupo de tres italianos que hablan poco y suben a buen ritmo, y sin prisa pero sin pausa, vamos ascendiendo por la ladera.
Resulta imposible correr, incluso dar zancadas largas para mí, que tengo solo 2 apoyos, así que pese a mi insistencia, acabo cediendo terreno y los italianos se pierden en las sombras que aguardan delante de mí.
Escucho en catalán que alguien dice que esta subida es de las más duras de la prueba, y me lo quiero creer, ya que estoy sin aliento y los cuádriceps empiezan a cargárseme más y más.
La pendiente parece eterna, y la noche me impide disfrutar de las vistas, pero sé que estamos altos, muy altos, ya que pese al esfuerzo comienzo a tener frío, por lo que me cierro el cortavientos, y al girarme veo una interminable columna de lucecitas ascendiendo desde las luces de Llorts, como una filita de hormigas.
Eso me da mucho ánimo, en poco más de hora y media desde el inicio de la prueba estamos a una altitud enorme, aunque al girarme y ver delante de mí puntitos brillantes a una altura de vértigo me desmoralizo un poco; quedará aún más de media subida.
Busco la luna, que se veía llena en Ordino, pero permanece oculta entre las nubes que se arremolinan sobre nosotros, amenazantes.
Avanzo hasta encontrar un grupo de atletas que creo que van a mi ritmo y me pego detrás de ellos, saludo y guardo silencio, mientras presto atención.
Me quito los cascos un momento y escucho; salvo nuestras respiraciones, nada, un silencio mortal.
Me impone mucho respeto, y me sosiega a la vez; no recordaba experimentar un silencio tan profundo desde hacía muchísimo tiempo, cuando recorría en solitario la Sierra de las Nieves en la Animal Trail durante la segunda parte del recorrido.
Ascendemos caminando, y el sonido de nuestros pies rozando la tierra es casi imperceptible, nadie habla, y lo único que perturba el silencio es el leve zumbido que emanan mis cascos.
Disfruto durante varios minutos de la sensación, incluso bajando el ritmo ligeramente, hasta que decido volver a ponerme los cascos (suena una versión instrumental de una canción rockera, interpretada por Vitamin String Quartet, relajante pero cañera) y recupero el ritmo.
Percibo que estamos cerca de la cima mucho antes de verla, ya que el ambiente está cada vez más frío y noto que me cuesta respirar al avanzar, lo que me hace acortar el paso, y de repente, por encima del sonido de mis cascos, escucho un crujido, antes de notarlo yo mismo bajo mis pies.
Bajo la mirada y me encuentro... ¡Nieve! miro el reloj, ¡2 horas 22 minutos! ¡hace nada estábamos en Ordino!
Me encanta la nieve, pude disfrutar de ella en diversos lugares de Europa el año pasado gracias a mi experiencia Erasmus, pero pese a estar semanas sin ver ni un resquicio de luz solar, no me cansé de ella.
Me embriaga la emoción, estamos casi en la primera de las 11 cumbres que ascenderemos durante el fin de semana.
Noto el penetrante frío de la nieve atravesando las Skechers, cortesía de Todosdescalzos.com y el también penetrante frío del viento atravesando mi cortavientos (cortesía de Trekking&Running Marbella) y mi segunda capa, pero esto, lejos de frenarme, me da una motivación increíble para continuar con el ascenso, en el que la superficie es cada vez más y más rocosa, y los neveros más frecuentes, algunos atravesados por pequeños arroyos salvajes que hace que cada paso deba ser calculado con cuidado.
Algunos corredores se paran para ponerse manguitos o medias de comprensión, otros, una capa entera, pero yo he sido previsor y simplemente tengo que cerrar las costuras de mi ropa para aislarme del exterior y ponerme los guantes y un segundo buff a modo de máscara, mientras mantengo el ritmo.
Los corredores comenzamos a estar más distanciados, así que enciendo mi frontal, y sigo la estela de los corredores que van por delante de mi.
Voy bebiendo con mucha regularidad, midiendo la cantidad de cada sorbo según la temperatura (al estar cierta cantidad en el tubo de plástico que sale de la camel y la temperatura exterior tan baja, se nota el cambio del agua de dicho tuvo y de la del interior de la camel, dando por terminado el buche cuando la noto).
Así mismo, cada hora tengo planeado ingerir una tableta de isostar limón, para mantener el nivel de azúcar (son fáciles de transportar y no están malas) y cada dos horas, una golosina, con el mismo propósito.
Al llegar a la cima me encuentro unos voluntarios embutidos bajo varias capas de ropa (me parece increíble que aun así estuviesen en la misma cima del Clot del Cavall), que me dicen algo en un idioma que no comprendo, pero entiendo que debo mostrarles el dorsal.
Con algo de dificultad me desabrocho el cortavientos, ceñido al máximo, toman nota de mi paso y me lo abrocho lo más rápido posible.
Estamos rodeados de nubes muy bajas, se nota humedad y el frío comienza a atravesarme los guantes, dejándome los dedos torpes e insensibles, por lo que tardo unos segundos en reanudar la marcha.
Comenzamos a crestear, primero pisando sobre rocas grandes, y luego sobre rocas más pequeñas, estilo Sierra de Mijas, lo que me hace ir con cuidado (aunque no evita que al pisar una de las rocas sueltas resbale y caiga con todo mi peso sobre mi mano izquierda, que comienza a sangrar levemente y queda bastante magullada).
Me levanto de golpe mientras un francés me pregunta si me encuentro bien, y al decirle que si, mantiene el paso.
Me sacudo el polvo y con cuidado continuo el descenso.
Se me acerca desde atrás un hombre, diría por la voz que veterano, que comienza a hablarme en catalán; le entiendo, así que no me importa, yo le respondo en español y el en catalán, aunque finalmente acaba cambiando también al español, sin decirle yo nada.
Lo primero que comentamos es la presencia de las amenazadoras nubes sobre nosotros, así como la noche tan buena que se está quedando para correr conforme aumenta la temperatura al ir descendiendo por la ladera de la montaña.
Después nos presentamos y contamos un poco nuestra historia; Él es Jordi, un ultraatleta que participa por cuarta vez en el Andorra Ultra Trail, pero que hasta ahora no ha tenido suerte con las barreras horarias y no ha podido pasar nunca de los Bordes d'Envalira.
Sin embargo este año se muestra optimista, las condiciones meteorológicas son las mejores que recuerda en todas las ediciones en las que ha participado y está muy bien de forma.
Le comento que en la primera cuesta ya me quedé sin aliento, pese a empezar poco a poco, y me dice que podría ser por la altitud, pero que en cualquier caso, no subestime a la montaña y me lo tome con calma, ya que quedan 10 cumbres aún por coronar.
Conforme vamos descendiendo y la temperatura aumenta, el paisaje va cambiando, pasa de ladera a bosque y de ahí a colina, surcada por decenas de pequeños arroyos y alguna corriente de agua con más fuerza.
El rumor del agua interrumpe el sepulcral silencio que nos envolvía desde la bajada de Clot de Cavall (exceptuando la conversación con Jordi), y se va haciendo más y más fuerte conforme su presencia va aumentando.
Pisamos sobre hierba húmeda, correr es una delicia; El viento ha dejado de soplar, la temperatura ha aumentado pero la presencia del agua es refrescante, así que me quito los guantes, fríos y húmedos, pero mantengo el resto de las capas.
Estoy tan concentrado en el paisaje que no me doy cuenta de que hace bastante que no escucho a Jordi, y como la hierba amortigua nuestros pasos no sé si está o no cerca.
Retiro la vista un segundo, solo un segundo del suelo, para comprobar si Jordi está cerca, y me hundo hasta el tobillo en el agua helada.
No podía ni imaginar la temperatura a la que se encontraba el agua, mi pie derecho ha dejado de existir de golpe, quedándose dormido casi al instante, aunque como sigo corriendo voy recuperando poco a poco la movilidad.
El calcetín está mojado, así como la zapatilla, y el dolor es increíble, parece que algo me esté atravesando el pie.
Veo a un nutrido grupo de corredores agolpados en el margen de un río, y compruebo con desmayo como no hay forma posible de vadearlo, se debe cruzar saltando de roca en roca.
Uno de los corredores resbala y cae al agua, que llega a la altura de las rodillas, y mientras espero mi turno para cruzar muevo incesante mi pie, con la esperanza de que no se me vuelva a dormir de nuevo por el frío.
Observo al resto de corredores y me fijo en las piedras que causan más problemas, por el musgo o por la inestabilidad, así que cuando llega mi turno para cruzar voy con seguridad y consigo cruzarlo sin problemas.
Nos esperan varios cruces más en el próximo tramo, surcado por decenas de venas acuosas, y me doy cuenta de que comienzo a oír voces animadas.
Levanto la vista y veo una fogata a lo lejos, bastante luz y varios corredores, a poca distancia.
Este nuevo despiste hace que vuelva a pisar sobre mojado, aunque en menor medida que en la primera ocasión, aunque una nueva oleada de agua helada penetra en mi zapatilla derecha; Bueno, parece que al menos podré calentarme pronto.
Vuelvo a concentrarme en el suelo y voy prestando atención a los pasos de los corredores que me preceden, las balizas y el brillo del agua.
De repente, dejamos atrás el silencio y nos aproximamos al bullicio; en ese momento, una gaita inunda el aire con su melodía.
Miro el reloj; son las una y media de la mañana, ¿qué narices hace un gaitero a 2000 metros de altura?
Winter is coming...
Pla de l'Estany, 01:41. km 17.
Animado por los acordes de la gaita (me encanta la música celta desde que era pequeño) fui salvando la última zona de terreno encharcado hasta llegar, con los pies empapados, al primer avituallamiento.
El ambiente era genial en el mismo, la fogata calentaba nuestros cuerpos y los ánimos de los voluntarios y las viandas que nos ofrecían, nuestro espíritu.
El avituallamiento era completísimo, de lo mejor que he visto hasta la fecha, pudiendo reponer hasta la saciedad con chocolate nestlé negro y con leche, pasas, frutos secos, caldo de pollo, sopa de verduras, agua, refrescos, powerade (líquido y en polvo), galletas, queso...
Las conversaciones en el mismo eran muy animadas, así que me quedé más tiempo del que tenía pensado en el mismo.
Me reencontré con Jordi cuando llevaba pocos minutos en el avituallamiento, y me dijo que repusiese con calma, ya que la subida que nos esperaría a continuación no tenía nada que envidiar a la primera que habíamos realizado.
Abusé un poco del chocolate y de la bebida isotónica, por lo que cuando me despedí de Jordi para reemprender el camino me sentía un poco pesado.
El inicio del camino volvía a ser herboso, surcado por numerosos arroyuelos y corrientes de agua cada vez más potentes, rodeadas de hielo más y más frecuentemente conforme ascendíamos.
El terreno fue cambiando rápidamente, perdiendo la vegetación primero y cambiando después la tierra por rocas, con la omnipresente nieve cobrando protagonismo conforme ascendíamos.
La temperatura bajaba en picado, y el viento soplaba cada vez con más frecuencia, por lo que pese a volver a estar completamente aislado del exterior por varias capas y en movimiento, cada vez tenía más frío.
Llegamos a un tramo en el que prácticamente teníamos que ascender escalando, de roca a roca, rodeando un gran nevero, la experiencia era increíble.
Desde pequeño siempre me ha gustado escalar, tenía por costumbre cuando no levantaba más de medio metro del suelo irme en verano a un espigón cercano a mi casa y recorrerlo completamente sin tocar el agua de lado a lado, contando en voz alta para ir rebajando el tiempo más y más.
Con este recuerdo de los veranos de mi infancia centrado en mi mente combatía el frío y la fatiga, provocada sobre todo por la ausencia de oxígeno conforme ascendíamos, y mientras recordaba esos rodeos al espigón repetía el proceso por las heladas rocas que nos guiaban hacia el pico más alto del Principado de Andorra.
Era como un juego, siempre tenía varias piedras por delante de mí, tocaba varias por el borde y si aguantaba, saltaba de golpe en el centro de la misma, agarrándome con las manos a la siguiente para coger impulso y repetir el proceso.
Había un pequeño "camino" (piedras más planas, por donde la mayoría de los corredores avanzaban, zigzagueando), pero yo ideaba el mío propio sobre la marcha conforme llegaba a una baliza, levantaba la vista, localizaba la siguiente, y ascendía en línea recta, dejando atrás corredores sin cambiar el ritmo.
No le tengo miedo ninguno a los ascensos técnicos, de hecho, a veces, incluso les pierdo el respeto (supongo que por la costumbre a escalar desde pequeño), pero a las bajadas si les tengo muchísimo respeto, por lo que me desquité de las caídas previas a llegar al primer avituallamiento disfrutando muchísimo de la subida.
En un momento dado me alcanzó por detrás un corredor francés que comenzó a hablarme, pero como no lo entendía bien cambió al inglés.
Me alabó por mi audacia y me dijo que si no le importaba, me iría siguiendo, cosa que no me importó en absoluto, por lo que fuimos ascendiendo hablando cuando paraba para recuperar el aliento, lo que era más y más frecuente conforme nos acercábamos a la cima.
Me comentó que se llamaba Florent, y que suele realizar recorridos de gran distancia en autosuficiencia, aunque no suele competir a menudo.
No obstante, esta era su cuarta carrera, y las 3 previas las había completado con éxito (3 ediciones del Tor des Geants), lo que me hizo reconocerle como un ultra atleta muy experimentado.
Él lo negó de inmediato, modestamente, diciendo que de experto nada, que el ultra fondo es algo que le gusta y tiene bastante práctica, pero experiencia muy poco.
No sé si para quitarse mérito o porque realmente lo necesitaba, en una de las paradas para recuperar me dijo que continuase, que llevaba un ritmo demasiado alto y no podía mantenerme el paso.
Nada más despedirnos comenzó a sonar en mis auriculares "Alors on Dance", de Stromae, fue una curiosa casualidad que tras despedirme de este crack francés comenzase a escuchar una de mis canciones francesas favoritas, cuyos acordes me impulsaban hacia la cima.
Una niebla densa comenzó a caer sobre nosotros conforme íbamos ascendiendo, mojándolo todo a su paso y dificultándonos la visión, hasta el punto de que en un momento dado me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sin ver una baliza.
Me paré y miré hacia atrás; unos cuatro corredores ascendían siguiendo mi estela, pero otro grupo subía bastante a mi izquierda, y por encima, había un frontal solitario subiendo por la derecha y 3 por la derecha también, pero mucho más arriba, discutiendo acaloradamente en francés.
No había ni rastro de baliza por detrás ni por delante, pero sabía que el camino, irremediablemente, nos llevaría hacia la cima, así que simplemente continué ascendiendo, con más y más dificultad, por el camino que veía más seguro.
Llegué hasta el grupo de franceses, y de repente comenzamos a oír voces y un silbido, justo antes de ver el frontal de un corredor que descendía ante nosotros.
Los franceses me dijeron que era compañero suyo y les había dicho que ese no era el camino, así que descendimos unos metros (unas rocas bastante peligrosas nos impedían seguir avanzando) para retomar el ascenso por las rocas del extremo izquierdo, uniéndonos a los corredores que seguían mi estela en una gran roca.
Justo al reunirnos escuchamos una voz en inglés (con un acento que no identifiqué) que nos animaba a subir por donde estábamos, y aunque no identificamos de quién provenía, al ascender encontramos una banderita volcada; al menos habíamos retomado al fin el camino.
Me sentía muy pesado y me costaba respirar, pero el haber encontrado de nuevo el camino correcto me dio muchísimo ánimo.
Traté de alcanzar a nuestro "salvador", pero no hubo manera, aunque como comenzamos a ver nuevas señales luminosas, retomamos la marcha a buen paso.
Entre la oscuridad nocturna y la niebla no podía ver qué nos rodeaba, aunque el gélido viento que nos intentaba empujar de la ladera me hacía sospechar que, de estar la noche despejada, podría contemplar un inmenso nevero.
La nieve comenzó a estar más y más presente entre los intersticios de las rocas y el viento era cada vez más fuerte y más frío, lo que nos hacía prever que el ascenso a la cima estaba cada vez más y más cercano...
De repente, comencé a notar como se me helaba la parte de la cara expuesta por pequeños puntos de forma simultánea, me miré los brazos y vi pequeños puntitos blancos que se fundían al contacto con el cortavientos tras unos segundos... Comienza a nevar... The summit is coming...
Encuentro con héroes
Animado por los acordes de la gaita (me encanta la música celta desde que era pequeño) fui salvando la última zona de terreno encharcado hasta llegar, con los pies empapados, al primer avituallamiento.
El ambiente era genial en el mismo, la fogata calentaba nuestros cuerpos y los ánimos de los voluntarios y las viandas que nos ofrecían, nuestro espíritu.
El avituallamiento era completísimo, de lo mejor que he visto hasta la fecha, pudiendo reponer hasta la saciedad con chocolate nestlé negro y con leche, pasas, frutos secos, caldo de pollo, sopa de verduras, agua, refrescos, powerade (líquido y en polvo), galletas, queso...
Las conversaciones en el mismo eran muy animadas, así que me quedé más tiempo del que tenía pensado en el mismo.
Me reencontré con Jordi cuando llevaba pocos minutos en el avituallamiento, y me dijo que repusiese con calma, ya que la subida que nos esperaría a continuación no tenía nada que envidiar a la primera que habíamos realizado.
Abusé un poco del chocolate y de la bebida isotónica, por lo que cuando me despedí de Jordi para reemprender el camino me sentía un poco pesado.
El inicio del camino volvía a ser herboso, surcado por numerosos arroyuelos y corrientes de agua cada vez más potentes, rodeadas de hielo más y más frecuentemente conforme ascendíamos.
El terreno fue cambiando rápidamente, perdiendo la vegetación primero y cambiando después la tierra por rocas, con la omnipresente nieve cobrando protagonismo conforme ascendíamos.
La temperatura bajaba en picado, y el viento soplaba cada vez con más frecuencia, por lo que pese a volver a estar completamente aislado del exterior por varias capas y en movimiento, cada vez tenía más frío.
Llegamos a un tramo en el que prácticamente teníamos que ascender escalando, de roca a roca, rodeando un gran nevero, la experiencia era increíble.
Desde pequeño siempre me ha gustado escalar, tenía por costumbre cuando no levantaba más de medio metro del suelo irme en verano a un espigón cercano a mi casa y recorrerlo completamente sin tocar el agua de lado a lado, contando en voz alta para ir rebajando el tiempo más y más.
Con este recuerdo de los veranos de mi infancia centrado en mi mente combatía el frío y la fatiga, provocada sobre todo por la ausencia de oxígeno conforme ascendíamos, y mientras recordaba esos rodeos al espigón repetía el proceso por las heladas rocas que nos guiaban hacia el pico más alto del Principado de Andorra.
Era como un juego, siempre tenía varias piedras por delante de mí, tocaba varias por el borde y si aguantaba, saltaba de golpe en el centro de la misma, agarrándome con las manos a la siguiente para coger impulso y repetir el proceso.
Había un pequeño "camino" (piedras más planas, por donde la mayoría de los corredores avanzaban, zigzagueando), pero yo ideaba el mío propio sobre la marcha conforme llegaba a una baliza, levantaba la vista, localizaba la siguiente, y ascendía en línea recta, dejando atrás corredores sin cambiar el ritmo.
No le tengo miedo ninguno a los ascensos técnicos, de hecho, a veces, incluso les pierdo el respeto (supongo que por la costumbre a escalar desde pequeño), pero a las bajadas si les tengo muchísimo respeto, por lo que me desquité de las caídas previas a llegar al primer avituallamiento disfrutando muchísimo de la subida.
En un momento dado me alcanzó por detrás un corredor francés que comenzó a hablarme, pero como no lo entendía bien cambió al inglés.
Me alabó por mi audacia y me dijo que si no le importaba, me iría siguiendo, cosa que no me importó en absoluto, por lo que fuimos ascendiendo hablando cuando paraba para recuperar el aliento, lo que era más y más frecuente conforme nos acercábamos a la cima.
Me comentó que se llamaba Florent, y que suele realizar recorridos de gran distancia en autosuficiencia, aunque no suele competir a menudo.
No obstante, esta era su cuarta carrera, y las 3 previas las había completado con éxito (3 ediciones del Tor des Geants), lo que me hizo reconocerle como un ultra atleta muy experimentado.
Él lo negó de inmediato, modestamente, diciendo que de experto nada, que el ultra fondo es algo que le gusta y tiene bastante práctica, pero experiencia muy poco.
No sé si para quitarse mérito o porque realmente lo necesitaba, en una de las paradas para recuperar me dijo que continuase, que llevaba un ritmo demasiado alto y no podía mantenerme el paso.
Nada más despedirnos comenzó a sonar en mis auriculares "Alors on Dance", de Stromae, fue una curiosa casualidad que tras despedirme de este crack francés comenzase a escuchar una de mis canciones francesas favoritas, cuyos acordes me impulsaban hacia la cima.
Una niebla densa comenzó a caer sobre nosotros conforme íbamos ascendiendo, mojándolo todo a su paso y dificultándonos la visión, hasta el punto de que en un momento dado me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sin ver una baliza.
Me paré y miré hacia atrás; unos cuatro corredores ascendían siguiendo mi estela, pero otro grupo subía bastante a mi izquierda, y por encima, había un frontal solitario subiendo por la derecha y 3 por la derecha también, pero mucho más arriba, discutiendo acaloradamente en francés.
No había ni rastro de baliza por detrás ni por delante, pero sabía que el camino, irremediablemente, nos llevaría hacia la cima, así que simplemente continué ascendiendo, con más y más dificultad, por el camino que veía más seguro.
Llegué hasta el grupo de franceses, y de repente comenzamos a oír voces y un silbido, justo antes de ver el frontal de un corredor que descendía ante nosotros.
Los franceses me dijeron que era compañero suyo y les había dicho que ese no era el camino, así que descendimos unos metros (unas rocas bastante peligrosas nos impedían seguir avanzando) para retomar el ascenso por las rocas del extremo izquierdo, uniéndonos a los corredores que seguían mi estela en una gran roca.
Justo al reunirnos escuchamos una voz en inglés (con un acento que no identifiqué) que nos animaba a subir por donde estábamos, y aunque no identificamos de quién provenía, al ascender encontramos una banderita volcada; al menos habíamos retomado al fin el camino.
Me sentía muy pesado y me costaba respirar, pero el haber encontrado de nuevo el camino correcto me dio muchísimo ánimo.
Traté de alcanzar a nuestro "salvador", pero no hubo manera, aunque como comenzamos a ver nuevas señales luminosas, retomamos la marcha a buen paso.
Entre la oscuridad nocturna y la niebla no podía ver qué nos rodeaba, aunque el gélido viento que nos intentaba empujar de la ladera me hacía sospechar que, de estar la noche despejada, podría contemplar un inmenso nevero.
La nieve comenzó a estar más y más presente entre los intersticios de las rocas y el viento era cada vez más fuerte y más frío, lo que nos hacía prever que el ascenso a la cima estaba cada vez más y más cercano...
De repente, comencé a notar como se me helaba la parte de la cara expuesta por pequeños puntos de forma simultánea, me miré los brazos y vi pequeños puntitos blancos que se fundían al contacto con el cortavientos tras unos segundos... Comienza a nevar... The summit is coming...
Encuentro con héroes
Pic Comapedrosa, 03:32. km 20.
Mientras la ventisca me azotaba despiadadamente y tras casi llevar en el cuerpo 5 horas de carrera, noté que acababa de alcanzar la cumbre del que es el pico más alto de Andorra, cosa de la que no era nada consciente en ese momento (pensaba que se trataba solo de una subida más).
Noté nada más "llegar" que estaba en la cima en primer lugar porque de mis castigadas piernas emanó una oleada de alivio al cambiar el grupo muscular implicado en el movimiento, y en segundo, porque a lo lejos había una luz potente en torno a la cual se arremolinaban varias personas.
Ello me hacía sospechar que fuese el control de carrera que certificase el paso de los corredores por la cima, como en efecto fue.
Saludé con un "buenas noches" casi incomprensible a los corredores que allí se encontraban, descansando, y a los voluntarios, y como tenía tantísimo frío y tan poca sensibilidad en los dedos de las manos (los de los pies tenían toda su sensibilidad tras el ascenso al Comapedrosa, temía que se quedasen empapados durante el transcurso de la prueba pero o los Lurbel cortesía de Trekking & Running Marbella y las Skechers, cortesía de Todosdescalzos.com habían contribuido a expulsar la humedad y mantener mis pies calientes, lo que era muy de agradecer), decidí probar a desajustarme el cortavientos y levantarlo para mostrar el ya arrugado dorsal.
Con una linternita comprobaron el número y me dieron el visto bueno para continuar, aunque antes quería disfrutar del momento.
Mi cuerpo era otro completamente diferente al que había recuperado la ilusión y las fuerzas en aquel avituallamiento un par de horas atrás; talones casi en carne viva por el roce al ascender, un frío penetrante que me cortaba la respiración y un creciente dolor de estómago y cabeza, quizás provocado por el frío, quizás por la altura, comenzaban a menguar mi espíritu.
Así que decidí inmortalizar el momento con una fotografía, lo que me llevó más tiempo del esperado (aunque no más de un par de minutos), ya que primero la cámara no se encendía (estaba como helada, pero sin el como) y cuando conseguí, tras frotarla, que reaccionase, no se veía ninguno de los espectaculares neveros, así que me decidí por la "selfie" que encabeza la entrada, que bien podría estar hecha en el patio de mi casa por lo que se ve en ella (el botellín azul, sin embargo, delata mi paso previo por el Pla de l'Estany, donde repuse tanto sólido como líquido y preparé reserva).
Con ese par de minutos de descanso en el cuerpo estaba preparado para continuar, pero desde que había llegado a la cima nadie se había movido de allí, así que pensé en recuperar durante otro minutillo y bajar tras el primer valiente que encabezase el empinado desfiladero hacia la nada (la niebla era más y más densa por momentos).
Busqué con la ayuda de mi frontal mi chuletilla de desnivel y de ritmos y ¡sorpresa! había desaparecido.
De hecho, había desaparecido también mi luz roja de posición, así como la fotografía de Mayte, mi pareja, que llevaba en el bolsillo de los guantes.
Posiblemente las dos primeras pérdidas fuesen debidas a la fuerte ventisca, que arrancarían el imperdible y el plástico que sujetaban respectivamente la chuleta y la luz roja de posición, pero la tercera era, casi con total seguridad, debida a un descuido mío al meter o sacar los guantes, lo que me mataba.
Me había quedado sin chuleta de ritmos y desnivel y sin mi amuleto para la prueba, y llevábamos tan solo dos ascensos. ¡bien, bien!
Decidí no esperar ni un momento más, no fuese que la cosa pudiese ir más a peor, y justo cuando comenzaban a llegar nuevos corredores en grupo a la cima, me encaminé con paso algo inseguro hacia el empinado descenso cuyo final no podía entrever entre la niebla.
Temblaba ligeramente por partida doble, porque el descanso de escasos minutos en la cima a merced del viento y el aguanieve habían robado de mi cuerpo casi todo el calor que conservaba y porque mis músculos se comenzaban a rebelar ante este nuevo derroche físico que suponía la bajada, por lo que tuve que echar mano del botellín de sales (tras "resucitarme" en los 101 km en 24 horas de Ronda, decidí que las sales me acompañarían a modo de reserva de emergencia en todos mis ultras) y de todo mi coraje.
La bajada era muy empinada y tenía multitud de pequeñas piedras sueltas, por lo que la ataqué con mucha cautela, y tuve que apartarme al momento ya que un corredor me pidió paso (probablemente esperarían a ver si bajaba alguien antes para tenerlo de referencia, como planeaba hacer yo, pero al ver tal referencia se aventurarían en solitario).
Me pasaron primero pocos corredores, aunque a muy buen ritmo, aunque poco a poco fueron siendo más frecuentes y bajaba a un ritmo algo menor, aunque al intentar pegarme a ellos acababa desistiendo al llevar un paso bastante más raudo.
Al menos iba entrando poco a poco en calor, y conforme descendíamos, la niebla comenzaba a disiparse ligeramente y la ventisca comenzó a amainar, aunque el viento era gélido e implacable.
El camino era rocoso y tortuoso, con la nieve esparciéndose a nuestro alrededor, fundiéndose en varios puntos que originaban pequeños arroyos.
Habían dejado de caer copos, pero el frío era intenso, y cuando la niebla se terminó de disipar pude ver por qué: ante nosotros se extendía un inmenso nevero, por el que avanzaban varios frontales, así que, no sabía como aún, pero llegaríamos a él para atravesarlo; solo de pensarlo se me aceleró el pulso, la estampa era increíble.
El viento y el frío eran implacables, pero la estampa era preciosa, y cuando las nubes dejaban paso, la luna, llena en plenitud, se unía a nuestros frontales para iluminarnos el camino.
El camino llegó a un cambio de rasante y vi que ascendía ligeramente antes de penetrar en el nevero; ¡Allá vamos!.
Notaba como los pies se me helaban nada más pisar por primera vez, de nuevo, sobre la nieve, con ese crujido tan característico que tantas veces escuché por las mañanas el año pasado, en mi estancia en los Países Bajos; Cada paso me traía un recuerdo a la memoria, los primeros días en Nijmegen, la universidad, mis amigos internacionales...
Casi sin darme cuenta había atravesado el primer tramo del nevero, desde el que se comenzaba a vislumbrar un lago glacial enorme, el estany Negre, cuya visión desde el nevero me dejó sin palabras, ya que pasé justo en un momento de claridad y la luna en su zenit se reflejaba en sus aguas, tranquilas como si de una fotografía se tratase.
Me paré y traté de echar una foto, pero no se veía nada en absoluto, por un lado es una pena no poder ilustrar la experiencia, pero por otro, así es un motivo más para todos para aventuraros en los pirineos el año que viene, os prometo que solo por esa imagen vale la pena el esfuerzo de subir el Clot Cavall y el Pic Comapedrosa.
Aproveché que me adelantaban un par de corredores para continuar con ellos en el pequeño tramo en ascenso antes de la bajada que ya de lejos se vislumbraba, aunque como llevaba molestias en el estómago, me fui quedando atrás.
En cuanto llegamos a la zona de bajada pegué un resbalón tremendo, que me mandó de bruces al suelo, aunque pude "amortiguar" la caída con mi rodilla derecha, que pensaba que podía haberme roto, ya que no reaccionaba en un principio.
Sin embargo era porque la nieve me había calado y el frío atravesaba mi rodilla, porque al ayudarme de las manos para incorporarme y dar algunos pasos con prudencia, volvió a responder, aunque dolorida.
Me adelantaron tres corredores, con Asics, La Sportiva y Salomon respectivamente, sin ningún problema aparente, mientras que yo resbalaba tras ellos cada pocos metros.
Posiblemente la suela de las Skechers Go Bionic Trail no sea la más adecuada para correr sobre nieve, o quizá era mi inexperiencia sobre ese terreno lo que me hacía tan patoso, pero perdí muchas posiciones en el tramo con nieve, pese a que me encantó.
Conforme nos acercábamos al lago, la nieve cubría más y más, lo que hizo que mis piernas comenzasen a resentirse del frío también, aunque, por suerte, el magnesio iba haciendo efecto y los calambres previos iban remitiendo (no así mi dolor de barriga).
Las huellas de los demás corredores habían ido horadando la nieve, hasta casi formar una "vía de ferrocarril", por la que resbalé y apoyé ambas rodillas, cogiendo una velocidad inusitada al ir cuesta abajo.
Podía más o menos controlar el movimiento en un principio, y los demás corredores iban bastante lejos, pero comencé a coger velocidad y perdí el control, por lo que les gritaba (en español, no tenía tiempo a pensar) que estaba llegando, que por favor se echasen a un lado.
Los primeros lo hicieron sin dudar, al girarse y ver que iba en caída libre y sin frenos, pero dos corredoras que iban un poco más adelantadas hicieron caso omiso a mis gritos y ni si quiera se giraron.
Me incliné a la derecha sacando la pierna izquierda de su "raíl", ante el inminente impacto, a fin de al menos evitar colisionar con todo mi peso con ellas, y traté de esquivarlas por completo, pero me fue imposible esquivar a la corredora que iba a la derecha, con cuya pierna choqué, haciendo que cayera sobre mí antes de comenzar a rodar ladera abajo.
De repente el mundo se congeló, el tiempo parecía ir a cámara lenta, la nieve estaba toda alrededor mía, helada, y mientras giraba veía el lago más y más cerca.
Con manos y piernas trataba de frenarme, en vano, hasta que, tras haber recorrido casi 15 metros hacia abajo, saliéndome del camino, conseguí pararme, con las manos hasta los puños hundidas en la nieve y mis manos doliendo como hacía muchísimo que no sentía.
Tenía el corazón en la boca, y por segundos me estaba helando, pero me tomé un instante para recuperar el aliento.
Aprovechando los huecos que había hecho en la nieve al caer fui ascendiendo, golpeando la nieve con cada pie un par de veces antes de dar cada paso, a fin de asegurar mi vuelta al camino.
Quería disculparme con las corredoras, pero tardé un par de minutos el volver al camino, y ya no estaban.
Quedaba poco para acabar ese tramo, pero tardé casi tanto como en todo el nevero en sí, ya que quería evitar una nueva caída, lo que hacía que cada pocos metros tuviese que pararme a dar paso a otros corredores.
La nieve comenzaba a ser menos profunda y poco a poco a estar menos presente, aunque el terreno estaba encharcado debido a su presencia, y tuvimos que atravesar algunas corrientes de agua.
El estómago me molestaba bastante, así que al llegar a un rellano seguro salí del sendero, apagué el frontal y esperé la llamada de la naturaleza, que no taró en llegar, aliviando mi malestar estomacal.
Algunos corredores me vieron al pasar y me dijeron algo, que no llegué a entender, pero supongo que sería algún tipo de broma.
Volví al sendero, que comenzaba a ascender ligeramente, aunque tras la inseguridad que llevé en el tramo con nieve y tras aliviarme, ahora me sentía muy cómodo y veloz, y lo atacaba con energía.
A lo lejos comenzó a verse una casa que tenía una luz encendida, y como vi que los corredores a los que estaba alcanzando se paraban y comenzaban a andar, decidí imitarlos.
Al llegar a su altura oí en francés como discutían sobre qué camino tomar, y cuando llegamos a la altura de la casa oí que decían "¡aquí, aquí!" y pararon para dirigirse a la casa.
Vi como de la izquierda, para mi sorpresa, llegaban varios corredores, y dio la casualidad de que llegamos a la par a la puerta de la casa yo y una pareja española, que discutía sobre si habían pasado ya la primera maratón o no.
Extrañado, les pregunté que de qué maratón hablaba, y uno de ellos, muy seguro, dijo "si, los primeros cuarenta y dos, este es ya el cuarto avituallamiento, ¿no?"
Yo le dije que se equivocaban, que era el segundo nada más, a lo que el amigo me respondió "ah, pensábamos que corrías la Ronda".
Llevaban, según me dijeron, alrededor de 21 horas ya en marcha, y se veían mucho más frescos que yo.
No cabíamos los tres a la vez por la puerta, así que les cedí el paso sin dudarlo, sabiendo que me encontraba no ya ante dos atletas de montañas de alto nivel y muchísima experiencia, independientemente de cual fuera la historia de cada uno de ellos, sino de dos héroes, ya que plantearse un reto de la talla de la Ronda Dels Cims y hacer méritos como para poder inscribirse no está al alcance de cualquier mortal.
Leer Amanece, que no es poco
Mientras la ventisca me azotaba despiadadamente y tras casi llevar en el cuerpo 5 horas de carrera, noté que acababa de alcanzar la cumbre del que es el pico más alto de Andorra, cosa de la que no era nada consciente en ese momento (pensaba que se trataba solo de una subida más).
Noté nada más "llegar" que estaba en la cima en primer lugar porque de mis castigadas piernas emanó una oleada de alivio al cambiar el grupo muscular implicado en el movimiento, y en segundo, porque a lo lejos había una luz potente en torno a la cual se arremolinaban varias personas.
Ello me hacía sospechar que fuese el control de carrera que certificase el paso de los corredores por la cima, como en efecto fue.
Saludé con un "buenas noches" casi incomprensible a los corredores que allí se encontraban, descansando, y a los voluntarios, y como tenía tantísimo frío y tan poca sensibilidad en los dedos de las manos (los de los pies tenían toda su sensibilidad tras el ascenso al Comapedrosa, temía que se quedasen empapados durante el transcurso de la prueba pero o los Lurbel cortesía de Trekking & Running Marbella y las Skechers, cortesía de Todosdescalzos.com habían contribuido a expulsar la humedad y mantener mis pies calientes, lo que era muy de agradecer), decidí probar a desajustarme el cortavientos y levantarlo para mostrar el ya arrugado dorsal.
Con una linternita comprobaron el número y me dieron el visto bueno para continuar, aunque antes quería disfrutar del momento.
Mi cuerpo era otro completamente diferente al que había recuperado la ilusión y las fuerzas en aquel avituallamiento un par de horas atrás; talones casi en carne viva por el roce al ascender, un frío penetrante que me cortaba la respiración y un creciente dolor de estómago y cabeza, quizás provocado por el frío, quizás por la altura, comenzaban a menguar mi espíritu.
Así que decidí inmortalizar el momento con una fotografía, lo que me llevó más tiempo del esperado (aunque no más de un par de minutos), ya que primero la cámara no se encendía (estaba como helada, pero sin el como) y cuando conseguí, tras frotarla, que reaccionase, no se veía ninguno de los espectaculares neveros, así que me decidí por la "selfie" que encabeza la entrada, que bien podría estar hecha en el patio de mi casa por lo que se ve en ella (el botellín azul, sin embargo, delata mi paso previo por el Pla de l'Estany, donde repuse tanto sólido como líquido y preparé reserva).
Con ese par de minutos de descanso en el cuerpo estaba preparado para continuar, pero desde que había llegado a la cima nadie se había movido de allí, así que pensé en recuperar durante otro minutillo y bajar tras el primer valiente que encabezase el empinado desfiladero hacia la nada (la niebla era más y más densa por momentos).
Busqué con la ayuda de mi frontal mi chuletilla de desnivel y de ritmos y ¡sorpresa! había desaparecido.
De hecho, había desaparecido también mi luz roja de posición, así como la fotografía de Mayte, mi pareja, que llevaba en el bolsillo de los guantes.
Posiblemente las dos primeras pérdidas fuesen debidas a la fuerte ventisca, que arrancarían el imperdible y el plástico que sujetaban respectivamente la chuleta y la luz roja de posición, pero la tercera era, casi con total seguridad, debida a un descuido mío al meter o sacar los guantes, lo que me mataba.
Me había quedado sin chuleta de ritmos y desnivel y sin mi amuleto para la prueba, y llevábamos tan solo dos ascensos. ¡bien, bien!
Decidí no esperar ni un momento más, no fuese que la cosa pudiese ir más a peor, y justo cuando comenzaban a llegar nuevos corredores en grupo a la cima, me encaminé con paso algo inseguro hacia el empinado descenso cuyo final no podía entrever entre la niebla.
Temblaba ligeramente por partida doble, porque el descanso de escasos minutos en la cima a merced del viento y el aguanieve habían robado de mi cuerpo casi todo el calor que conservaba y porque mis músculos se comenzaban a rebelar ante este nuevo derroche físico que suponía la bajada, por lo que tuve que echar mano del botellín de sales (tras "resucitarme" en los 101 km en 24 horas de Ronda, decidí que las sales me acompañarían a modo de reserva de emergencia en todos mis ultras) y de todo mi coraje.
La bajada era muy empinada y tenía multitud de pequeñas piedras sueltas, por lo que la ataqué con mucha cautela, y tuve que apartarme al momento ya que un corredor me pidió paso (probablemente esperarían a ver si bajaba alguien antes para tenerlo de referencia, como planeaba hacer yo, pero al ver tal referencia se aventurarían en solitario).
Me pasaron primero pocos corredores, aunque a muy buen ritmo, aunque poco a poco fueron siendo más frecuentes y bajaba a un ritmo algo menor, aunque al intentar pegarme a ellos acababa desistiendo al llevar un paso bastante más raudo.
Al menos iba entrando poco a poco en calor, y conforme descendíamos, la niebla comenzaba a disiparse ligeramente y la ventisca comenzó a amainar, aunque el viento era gélido e implacable.
El camino era rocoso y tortuoso, con la nieve esparciéndose a nuestro alrededor, fundiéndose en varios puntos que originaban pequeños arroyos.
Habían dejado de caer copos, pero el frío era intenso, y cuando la niebla se terminó de disipar pude ver por qué: ante nosotros se extendía un inmenso nevero, por el que avanzaban varios frontales, así que, no sabía como aún, pero llegaríamos a él para atravesarlo; solo de pensarlo se me aceleró el pulso, la estampa era increíble.
El viento y el frío eran implacables, pero la estampa era preciosa, y cuando las nubes dejaban paso, la luna, llena en plenitud, se unía a nuestros frontales para iluminarnos el camino.
El camino llegó a un cambio de rasante y vi que ascendía ligeramente antes de penetrar en el nevero; ¡Allá vamos!.
Notaba como los pies se me helaban nada más pisar por primera vez, de nuevo, sobre la nieve, con ese crujido tan característico que tantas veces escuché por las mañanas el año pasado, en mi estancia en los Países Bajos; Cada paso me traía un recuerdo a la memoria, los primeros días en Nijmegen, la universidad, mis amigos internacionales...
Casi sin darme cuenta había atravesado el primer tramo del nevero, desde el que se comenzaba a vislumbrar un lago glacial enorme, el estany Negre, cuya visión desde el nevero me dejó sin palabras, ya que pasé justo en un momento de claridad y la luna en su zenit se reflejaba en sus aguas, tranquilas como si de una fotografía se tratase.
Me paré y traté de echar una foto, pero no se veía nada en absoluto, por un lado es una pena no poder ilustrar la experiencia, pero por otro, así es un motivo más para todos para aventuraros en los pirineos el año que viene, os prometo que solo por esa imagen vale la pena el esfuerzo de subir el Clot Cavall y el Pic Comapedrosa.
Aproveché que me adelantaban un par de corredores para continuar con ellos en el pequeño tramo en ascenso antes de la bajada que ya de lejos se vislumbraba, aunque como llevaba molestias en el estómago, me fui quedando atrás.
En cuanto llegamos a la zona de bajada pegué un resbalón tremendo, que me mandó de bruces al suelo, aunque pude "amortiguar" la caída con mi rodilla derecha, que pensaba que podía haberme roto, ya que no reaccionaba en un principio.
Sin embargo era porque la nieve me había calado y el frío atravesaba mi rodilla, porque al ayudarme de las manos para incorporarme y dar algunos pasos con prudencia, volvió a responder, aunque dolorida.
Me adelantaron tres corredores, con Asics, La Sportiva y Salomon respectivamente, sin ningún problema aparente, mientras que yo resbalaba tras ellos cada pocos metros.
Posiblemente la suela de las Skechers Go Bionic Trail no sea la más adecuada para correr sobre nieve, o quizá era mi inexperiencia sobre ese terreno lo que me hacía tan patoso, pero perdí muchas posiciones en el tramo con nieve, pese a que me encantó.
Conforme nos acercábamos al lago, la nieve cubría más y más, lo que hizo que mis piernas comenzasen a resentirse del frío también, aunque, por suerte, el magnesio iba haciendo efecto y los calambres previos iban remitiendo (no así mi dolor de barriga).
Las huellas de los demás corredores habían ido horadando la nieve, hasta casi formar una "vía de ferrocarril", por la que resbalé y apoyé ambas rodillas, cogiendo una velocidad inusitada al ir cuesta abajo.
Podía más o menos controlar el movimiento en un principio, y los demás corredores iban bastante lejos, pero comencé a coger velocidad y perdí el control, por lo que les gritaba (en español, no tenía tiempo a pensar) que estaba llegando, que por favor se echasen a un lado.
Los primeros lo hicieron sin dudar, al girarse y ver que iba en caída libre y sin frenos, pero dos corredoras que iban un poco más adelantadas hicieron caso omiso a mis gritos y ni si quiera se giraron.
Me incliné a la derecha sacando la pierna izquierda de su "raíl", ante el inminente impacto, a fin de al menos evitar colisionar con todo mi peso con ellas, y traté de esquivarlas por completo, pero me fue imposible esquivar a la corredora que iba a la derecha, con cuya pierna choqué, haciendo que cayera sobre mí antes de comenzar a rodar ladera abajo.
De repente el mundo se congeló, el tiempo parecía ir a cámara lenta, la nieve estaba toda alrededor mía, helada, y mientras giraba veía el lago más y más cerca.
Con manos y piernas trataba de frenarme, en vano, hasta que, tras haber recorrido casi 15 metros hacia abajo, saliéndome del camino, conseguí pararme, con las manos hasta los puños hundidas en la nieve y mis manos doliendo como hacía muchísimo que no sentía.
Tenía el corazón en la boca, y por segundos me estaba helando, pero me tomé un instante para recuperar el aliento.
Aprovechando los huecos que había hecho en la nieve al caer fui ascendiendo, golpeando la nieve con cada pie un par de veces antes de dar cada paso, a fin de asegurar mi vuelta al camino.
Quería disculparme con las corredoras, pero tardé un par de minutos el volver al camino, y ya no estaban.
Quedaba poco para acabar ese tramo, pero tardé casi tanto como en todo el nevero en sí, ya que quería evitar una nueva caída, lo que hacía que cada pocos metros tuviese que pararme a dar paso a otros corredores.
La nieve comenzaba a ser menos profunda y poco a poco a estar menos presente, aunque el terreno estaba encharcado debido a su presencia, y tuvimos que atravesar algunas corrientes de agua.
El estómago me molestaba bastante, así que al llegar a un rellano seguro salí del sendero, apagué el frontal y esperé la llamada de la naturaleza, que no taró en llegar, aliviando mi malestar estomacal.
Algunos corredores me vieron al pasar y me dijeron algo, que no llegué a entender, pero supongo que sería algún tipo de broma.
Volví al sendero, que comenzaba a ascender ligeramente, aunque tras la inseguridad que llevé en el tramo con nieve y tras aliviarme, ahora me sentía muy cómodo y veloz, y lo atacaba con energía.
A lo lejos comenzó a verse una casa que tenía una luz encendida, y como vi que los corredores a los que estaba alcanzando se paraban y comenzaban a andar, decidí imitarlos.
Al llegar a su altura oí en francés como discutían sobre qué camino tomar, y cuando llegamos a la altura de la casa oí que decían "¡aquí, aquí!" y pararon para dirigirse a la casa.
Vi como de la izquierda, para mi sorpresa, llegaban varios corredores, y dio la casualidad de que llegamos a la par a la puerta de la casa yo y una pareja española, que discutía sobre si habían pasado ya la primera maratón o no.
Extrañado, les pregunté que de qué maratón hablaba, y uno de ellos, muy seguro, dijo "si, los primeros cuarenta y dos, este es ya el cuarto avituallamiento, ¿no?"
Yo le dije que se equivocaban, que era el segundo nada más, a lo que el amigo me respondió "ah, pensábamos que corrías la Ronda".
Llevaban, según me dijeron, alrededor de 21 horas ya en marcha, y se veían mucho más frescos que yo.
No cabíamos los tres a la vez por la puerta, así que les cedí el paso sin dudarlo, sabiendo que me encontraba no ya ante dos atletas de montañas de alto nivel y muchísima experiencia, independientemente de cual fuera la historia de cada uno de ellos, sino de dos héroes, ya que plantearse un reto de la talla de la Ronda Dels Cims y hacer méritos como para poder inscribirse no está al alcance de cualquier mortal.
Leer Amanece, que no es poco
Refugi Comapedrosa, 04:52. km 23.
Mi paso por el primer avituallamiento en común entre los corredores de la Mític y de la Ronda Dels Cims fue breve pero intenso.
La conversación con dos de los héroes españoles que se enfrentaban a las 100 millas de la Ronda fue breve, aunque me animó mucho, y el interior del refugio emanaba un calor increíble, por lo que no quise apalancarme.
Por un lado, tenía miedo de que el cambio de temperatura tan grande entre el interior y el exterior me afectase negativamente, y por otro, me sentía muy agobiado en el interior de la cabaña, ya que estaba llena de gente y era difícil moverse y hacía mucha, mucha calor.
Tanta que en cuestión de un par de minutos había recuperado la sensibilidad de todo mi cuerpo, aún maltrecho debido a la caída en la nieve, e incluso había comenzado a sudar.
Tras registrar mi paso por el control y poner al tanto a Mayte de mi situación en carrera y mis situaciones con un sms, "ataqué" el chocolate, un poco de sopa, y mucha agua, mezclada con Powerade en polvo; también abusé de los frutos secos.
Notaba la espalda muy aliviada en la última bajada, así que decidí comprobar cómo iba la Camel, que descubrí casi vacía, así que decidí rellenarla.
Rellené y me bebí el botellín de las sales, para rellenarlo de nuevo solo con agua, e hice lo mismo con el del powerade, aprovechando para comerme una barrita, pero como tenía tanta prisa por volver a respirar aire fresco, olvidé aspirar el aire que "sobraba" en la camel (consejo que mi amigo Marcos, del Club Media Trail Mijas me reveló en los primeros kilómetros de la pasada edición del Homenaje a la Legión).
Salí de la caseta, aliviado al instante (y casi echando de menos el agobio de los segundos anteriores), me eché una nueva "selfie" y continué tras dos corredores extranjeros que avanzaban en silencio.
De repente el camino se bifurcó, pregunté a los corredores que iban delante de mí que cual era el camino correcto en español e inglés, pero no me entendieron, pero uno corredor que venía por detrás me dijo que le siguiera, y cogimos nuestro camino.
Nos separábamos de los héroes de la Ronda Dels Cims tras nuestro fugaz encuentro.
Aprovechando lo llano del camino y la ausencia de rocas o raíces, comencé a correr a buen paso, notando el agua en el interior de la mochila de hidratación saltando a cada zancada, y oyendo el molesto "chofchofchof" al correr.
A lo lejos vi como se elevaba la montaña, mucho, muchísimo, y vi, desesperanzado, como el camino tan llano y "corrible" que atravesaba llegaba hasta el inicio de la subida.
El desnivel era brutal, pero la estampa seguía siendo preciosa, y al menos en esta subida tan empinada no había ni muchas rocas sueltas ni nieve, aunque cada pocos metros tenía que parar a recuperar el aliento, ya que entre el peso de mis recién renovadas provisiones y el cansancio acumulado en esas primeras casi 7 horas de carrera no estaba para muchos trotes.
Sin embargo, comparada con las dos primeras subidas se me pasó en un santiamén, y justo al llegar a la cresta, un francés que iba por detrás de mí me dijo "¡Sanfons!".
No lo sabía aún, ya que no tenía mi chuleta de tiempos de paso y perfil y no me parecía haber ascendido durante muchos metros, pero acababa de coronar la tercera cumbre de la carrera, la Portella Sanfons.
El viento volvía a arreciar, y en la cresta la visión era espectacular, casi fantasmagórica, parecía que el día comenzaba a despuntar, pero ni había sol aún, ni mucho menos, y el cielo continuaba salpicado de nubes negras.
El camino, bastante practicable (tierra húmeda y hierba) invitaba a correr, especialmente en los tramos de bajada (se alternaban bajada asequible, fuerte pendiente y ligera subida), pero en las pendientes fuertes mi cuerpo se negaba a responder, por lo que tenía que bajar andando.
Decidí echar mano de otra dosis de sales, que mezclé con la recientemente repostada agua de mi botellín derecho, y fui bebiendo a sorbitos mientras un grupo bastante numeroso de corredores me pedía paso.
El siguiente tramo lo atravesé bastante en solitario, hasta llegar a un lugar con unas vistas que, no se por qué (sería el sueño) me recordaban a las ruinas Albhed del Final Fantasy X o bien algún escenario del Metal Gear Solid (videojuegos de mi infancia).
Como podéis ver, ya se "intuía" el amanecer, y pese a las nubes comenzaba a poder ver sin la ayuda del frontal, así que, pese a que estaba aguantando perfectamente la primera noche, no quería arriesgarme a no ver a Mayte y quedarme sin luz en la segunda noche.
Por ello, continué corriendo sin luz, aprovechando los frontales de dos corredores que me adelantaron en la bajada tras pasar el telesillas.
Precisamente en esa bajada comencé a oír un extraño ruido lejano, recordaba que en un lugar cercano al kilómetro 30 había un avituallamiento en una estación de esquí, pero no podíamos estar tan cerca... ¿o si?
No había forma de saberlo aún, pero el alba comenzaba a despuntar, y el ruido, como metálico, se acrecentaba por momentos, hasta que descubrí, en la distancia, su origen...
Si os fijáis, a lo lejos, veréis vacas, un montón de vacas que pastaban tranquilamente en una de las bajadas, como quien no quería la cosa, aunque en el momento de pasar junto a ellas dejaron de mover los cencerros y se centraron en mí, mirándome fijamente y acercándose las más grandes a un par de terneritos, como si se sintieran amenazadas.
Avancé a un ritmo mayor al sentirme yo también amenazado, y seguí descendiendo por el sinuoso camino, mientras que la luz del día robaba visibilidad a las marcas luminosas de las balizas que marcaban el sendero...
Si el ascenso al Comapedrosa y su posterior descenso fueron ya experiencias Míticas (quizás de ahí venga el nombre de la prueba), el sutil amanecer en la bajada posterior a Portella Sanfons y su posterior repecho, el Port Negre, fue increíble.
De repente, parecía estar en mitad de los Alpes Suizos, por donde tuve la suerte de correr el pasado invierno, concretamente, alrededor del Zugersee, que atraviesa varios cantones.
El paisaje que me encontré casi sin darme cuenta me dejó casi sin respiración, una vasta pradera se extendía allá hasta donde alcanzaba la vista, y un nuevo telesillas esperaba, inerte, en la distancia.
Cuando me quise dar cuenta, habían pasado un par de minutos, el grupo de corredores que llevaba en cabeza habían desaparecido sin dejar ni rastro y no veía a nadie por delante ni por detrás.
Bueno, había balizas, solo tenía que seguirlas... y en un momento me planté junto al segundo telesilla.
Continué avanzando en solitario, con la extraña sensación de tener las fuerzas más y más mermadas conforme amanecía...
Ya había bebido bastante, pero la mochila parecía pesar más y más por momentos, así como mis piernas, y me sentía algo somnoliento.
De repente, justo en ese momento en el que no se sabe muy bien si está amaneciendo o atardeciendo, llegué a lo que parecía una enorme antena parabólica abandonada, donde decidí echarme una "selfie" para inmortalizar el momento, y aprovechar para descansar un par de minutos.
No pude evitar acordarme ante tal imagen de ese clásico del cine español que da nombre a la entrada, "Amanece, que no es poco".
Y parecía que hacía cuestión de pocas horas que había comenzado la prueba en Ordino...
Ya más recuperado, continué bajando por el sendero, extrañado, ya que me parecía que hacía mucho que no veía banderitas, y llegué a una explanada donde había varios coches aparcados, sin conductor ni presencia humana en el interior del vehículo o en las inmediaciones, y el camino acababa ahí.
La única opción que tenía para continuar era una carretera, que conectaba con la explanada y por la que podía bajar o subir.
No tenía sentido subir por asfalto lo que acababa de bajar por montaña, aunque tampoco tenía mucho sentido bajar por asfalto, pero como en un ultra de tantísimos kilómetros es casi imposible no tener algún tramo pavimentado o asfaltado, aunque se desarrolle en una zona tan increíble como los Pirineos, tras un instante de duda, comencé a trotar cuesta abajo, mirando por encima del hombro cada pocas zancadas por si veía a algún corredor aproximarse...
Amistades en alta montaña
Mi paso por el primer avituallamiento en común entre los corredores de la Mític y de la Ronda Dels Cims fue breve pero intenso.
La conversación con dos de los héroes españoles que se enfrentaban a las 100 millas de la Ronda fue breve, aunque me animó mucho, y el interior del refugio emanaba un calor increíble, por lo que no quise apalancarme.
Por un lado, tenía miedo de que el cambio de temperatura tan grande entre el interior y el exterior me afectase negativamente, y por otro, me sentía muy agobiado en el interior de la cabaña, ya que estaba llena de gente y era difícil moverse y hacía mucha, mucha calor.
Tanta que en cuestión de un par de minutos había recuperado la sensibilidad de todo mi cuerpo, aún maltrecho debido a la caída en la nieve, e incluso había comenzado a sudar.
Tras registrar mi paso por el control y poner al tanto a Mayte de mi situación en carrera y mis situaciones con un sms, "ataqué" el chocolate, un poco de sopa, y mucha agua, mezclada con Powerade en polvo; también abusé de los frutos secos.
Notaba la espalda muy aliviada en la última bajada, así que decidí comprobar cómo iba la Camel, que descubrí casi vacía, así que decidí rellenarla.
Rellené y me bebí el botellín de las sales, para rellenarlo de nuevo solo con agua, e hice lo mismo con el del powerade, aprovechando para comerme una barrita, pero como tenía tanta prisa por volver a respirar aire fresco, olvidé aspirar el aire que "sobraba" en la camel (consejo que mi amigo Marcos, del Club Media Trail Mijas me reveló en los primeros kilómetros de la pasada edición del Homenaje a la Legión).
Salí de la caseta, aliviado al instante (y casi echando de menos el agobio de los segundos anteriores), me eché una nueva "selfie" y continué tras dos corredores extranjeros que avanzaban en silencio.
De repente el camino se bifurcó, pregunté a los corredores que iban delante de mí que cual era el camino correcto en español e inglés, pero no me entendieron, pero uno corredor que venía por detrás me dijo que le siguiera, y cogimos nuestro camino.
Nos separábamos de los héroes de la Ronda Dels Cims tras nuestro fugaz encuentro.
Aprovechando lo llano del camino y la ausencia de rocas o raíces, comencé a correr a buen paso, notando el agua en el interior de la mochila de hidratación saltando a cada zancada, y oyendo el molesto "chofchofchof" al correr.
A lo lejos vi como se elevaba la montaña, mucho, muchísimo, y vi, desesperanzado, como el camino tan llano y "corrible" que atravesaba llegaba hasta el inicio de la subida.
El desnivel era brutal, pero la estampa seguía siendo preciosa, y al menos en esta subida tan empinada no había ni muchas rocas sueltas ni nieve, aunque cada pocos metros tenía que parar a recuperar el aliento, ya que entre el peso de mis recién renovadas provisiones y el cansancio acumulado en esas primeras casi 7 horas de carrera no estaba para muchos trotes.
Sin embargo, comparada con las dos primeras subidas se me pasó en un santiamén, y justo al llegar a la cresta, un francés que iba por detrás de mí me dijo "¡Sanfons!".
No lo sabía aún, ya que no tenía mi chuleta de tiempos de paso y perfil y no me parecía haber ascendido durante muchos metros, pero acababa de coronar la tercera cumbre de la carrera, la Portella Sanfons.
El viento volvía a arreciar, y en la cresta la visión era espectacular, casi fantasmagórica, parecía que el día comenzaba a despuntar, pero ni había sol aún, ni mucho menos, y el cielo continuaba salpicado de nubes negras.
El camino, bastante practicable (tierra húmeda y hierba) invitaba a correr, especialmente en los tramos de bajada (se alternaban bajada asequible, fuerte pendiente y ligera subida), pero en las pendientes fuertes mi cuerpo se negaba a responder, por lo que tenía que bajar andando.
Decidí echar mano de otra dosis de sales, que mezclé con la recientemente repostada agua de mi botellín derecho, y fui bebiendo a sorbitos mientras un grupo bastante numeroso de corredores me pedía paso.
El siguiente tramo lo atravesé bastante en solitario, hasta llegar a un lugar con unas vistas que, no se por qué (sería el sueño) me recordaban a las ruinas Albhed del Final Fantasy X o bien algún escenario del Metal Gear Solid (videojuegos de mi infancia).
Como podéis ver, ya se "intuía" el amanecer, y pese a las nubes comenzaba a poder ver sin la ayuda del frontal, así que, pese a que estaba aguantando perfectamente la primera noche, no quería arriesgarme a no ver a Mayte y quedarme sin luz en la segunda noche.
Por ello, continué corriendo sin luz, aprovechando los frontales de dos corredores que me adelantaron en la bajada tras pasar el telesillas.
Precisamente en esa bajada comencé a oír un extraño ruido lejano, recordaba que en un lugar cercano al kilómetro 30 había un avituallamiento en una estación de esquí, pero no podíamos estar tan cerca... ¿o si?
No había forma de saberlo aún, pero el alba comenzaba a despuntar, y el ruido, como metálico, se acrecentaba por momentos, hasta que descubrí, en la distancia, su origen...
Si os fijáis, a lo lejos, veréis vacas, un montón de vacas que pastaban tranquilamente en una de las bajadas, como quien no quería la cosa, aunque en el momento de pasar junto a ellas dejaron de mover los cencerros y se centraron en mí, mirándome fijamente y acercándose las más grandes a un par de terneritos, como si se sintieran amenazadas.
Avancé a un ritmo mayor al sentirme yo también amenazado, y seguí descendiendo por el sinuoso camino, mientras que la luz del día robaba visibilidad a las marcas luminosas de las balizas que marcaban el sendero...
Si el ascenso al Comapedrosa y su posterior descenso fueron ya experiencias Míticas (quizás de ahí venga el nombre de la prueba), el sutil amanecer en la bajada posterior a Portella Sanfons y su posterior repecho, el Port Negre, fue increíble.
De repente, parecía estar en mitad de los Alpes Suizos, por donde tuve la suerte de correr el pasado invierno, concretamente, alrededor del Zugersee, que atraviesa varios cantones.
El paisaje que me encontré casi sin darme cuenta me dejó casi sin respiración, una vasta pradera se extendía allá hasta donde alcanzaba la vista, y un nuevo telesillas esperaba, inerte, en la distancia.
Cuando me quise dar cuenta, habían pasado un par de minutos, el grupo de corredores que llevaba en cabeza habían desaparecido sin dejar ni rastro y no veía a nadie por delante ni por detrás.
Bueno, había balizas, solo tenía que seguirlas... y en un momento me planté junto al segundo telesilla.
Continué avanzando en solitario, con la extraña sensación de tener las fuerzas más y más mermadas conforme amanecía...
Ya había bebido bastante, pero la mochila parecía pesar más y más por momentos, así como mis piernas, y me sentía algo somnoliento.
De repente, justo en ese momento en el que no se sabe muy bien si está amaneciendo o atardeciendo, llegué a lo que parecía una enorme antena parabólica abandonada, donde decidí echarme una "selfie" para inmortalizar el momento, y aprovechar para descansar un par de minutos.
No pude evitar acordarme ante tal imagen de ese clásico del cine español que da nombre a la entrada, "Amanece, que no es poco".
Y parecía que hacía cuestión de pocas horas que había comenzado la prueba en Ordino...
Ya más recuperado, continué bajando por el sendero, extrañado, ya que me parecía que hacía mucho que no veía banderitas, y llegué a una explanada donde había varios coches aparcados, sin conductor ni presencia humana en el interior del vehículo o en las inmediaciones, y el camino acababa ahí.
La única opción que tenía para continuar era una carretera, que conectaba con la explanada y por la que podía bajar o subir.
No tenía sentido subir por asfalto lo que acababa de bajar por montaña, aunque tampoco tenía mucho sentido bajar por asfalto, pero como en un ultra de tantísimos kilómetros es casi imposible no tener algún tramo pavimentado o asfaltado, aunque se desarrolle en una zona tan increíble como los Pirineos, tras un instante de duda, comencé a trotar cuesta abajo, mirando por encima del hombro cada pocas zancadas por si veía a algún corredor aproximarse...
Amistades en alta montaña
Coll de la Botella, 06:48. km 29.
El tramo asfaltado me guió hasta el primer punto donde los acompañantes podían visitarnos, una estación de esquí reconvertida en punto de avituallamiento.
Recordaba este punto por lo curioso del nombre, y no sabía la hora exacta a la que pensaba llegar, pero recordaba que era sobre las 6, y aún no habían dado las 7, lo que me animó sobremanera.
Y menos mal, físicamente estaba derrengado, llegué "arrastrándome" al punto de control, donde chequearon mi paso, tras lo que la encargada de la tarea me dijo algo muy animada, con una gran cara de sorpresa.
No sabía qué decía, y tras pedirle un par de veces que por favor me lo repitiese, me dijo "¿español?" a lo que tras responderle afirmativamente me dijo "¡qué lío! pues resulta que el muchacho que acaba de pasar justo antes de ti lleva un dorsal correlativo al tuyo, ¡vamos, que aun lo coges!"
Me contagió parte de su entusiasmo, pero tenía bastante sueño y el cuerpo muy molido (no notaba la espalda, tan solo cuando la mochila se balanceaba, y solo podía sentir dolor, quitando esa sensación no tenía nada de sensibilidad).
Ansiaba sentarme cuanto antes, así que cogí un puñado de chocolate y otro de frutos secos, me quité la mochila y me dejé caer pesadamente sobre un banquito de madera, dejando la mochila reposar a mi lado.
Fui comiendo despacito, cerré los ojos y traté de "disfrutar" del banco, pero lo único que experimenté al relajarme fue una oleada de dolor que se extendía por todo mi cuerpo y provocaba que mis piernas y espalda temblasen.
Mezclé uno de mis botellines con sales y me lo fui bebiendo poco a poco, intercalado con los frutos secos, a los que añadí unos cacahuetes fritos con miel que llevaba encima.
Llevaba demasiado peso en la mochila, demasiadas cosas... Si veía a Mayte le dejaría todo lo superficial, no aguantaría muchas horas más así...
Esperé unos 5 minutos, pero al no verla le avisé de mi paso por el punto, rellené el botellín, me comí una barrita energética y me dispuse a continuar, sin rellenar la Camel.
Ni si quiera comprobé cuanta cantidad tenía, hasta ese momento podría haberlo intuido tan solo con concentrarme, pero mi sensibilidad en la espalda era ya inexistente, y tampoco me seducía la idea de cargar con más peso aún.
Por suerte, el camino, que volvía a ser de tierra, discurría bastante aplanado, y aunque tenía alguna raíz y algunas piedras salpicadas aquí y allá, era un tramo muy "corrible", por el que me animé a trotar y todo.
El astro rey comenzaba a alzarse sobre la frontera hispano-andorrana, llenando de color y de vida el inmenso valle, que comenzaba a transmitirme energía.
Experimento la soledad del corredor de ultrafondo en su plenitud, nadie me sigue ni me precede, estoy solo en un inmenso mundo verde a mi alrededor y azul sobre mí, y no soy más que un pequeño puntito que avanza por el gran universo de los Pirineos.
Me siento en conexión total con la naturaleza, comienzo a olvidar mis penas, comienzo a apretar el paso, comienzo a disfrutar...
Voy a buen paso, estoy orgulloso de mi mismo, no pienso, avanzo y me siento en plenitud, soy feliz...
Esto es lo que he venido a hacer, disfrutar de lo que más me gusta, el deporte y la naturaleza, y me recreo en el paisaje y las vistas que me rodean sin importarme el reloj y su implacable ritmo.
Sin previo aviso, parece que se avecina una estampida, por lo que me echo a la derecha del estrecho sendero, y me adelantan 4 corredores a gran velocidad.
Decido aprovechar la parada para beber un poco, de la camel, a fin de aligerar peso, tomarme un puñadito de cacahuetes y comenzar a quitarme una capa, guardando buff y guantes en el cortavientos Izas, cortesía de Trekking & Running Marbella, que me desabrocho y cuyas costuras de transpiración abro hasta el límite; el clima es fresco pero los primeros rayos solares comienzan a acariciar mi piel, haciéndome entrar en calor.
Justo cuando me recuperaba del respingo de la estampida de corredores, vuelve a vibrar el suelo, y al echarme a la derecha me adelantan una decena de corredores, sin exagerar.
"Qué bien le ha sentado a esta gente el amanecer", pienso, mientras vuelvo al que, comparado con sus ritmos, es un trote cochinero nivel bajo.
Oigo agitadas pisadas de nuevo, me giro y veo un corredor avanzando a sprint, a un ritmo con el que no tardará en alcanzar el grupo que acababa de pasar, y reparo en su dorsal.
Como llevo el cortavientos abierto, miro el mío y nuevamente el suyo, y me doy cuenta de que son de color diferente, al igual que pasaba con los dorsales de la Ronda Dels Cims, que vi por primera vez en el avituallamiento del Refugio Comapedrosa.
Supuse que eran corredores de la Celestrail, lo que me tranquilizó en cuanto al ritmo que llevaba.
Pasos de nuevo, me echo a un lado del camino, pero estos corredores van a un ritmo más tranquilo y me dicen que van bien.
Comienzan a hablarme desde detrás, y me dan muchísimo ánimo y me desean mucha suerte en cuanto se enteran de que participo en la Mític; en efecto, son corredores de la Celestrail, que al final, como predecía, acaban adelantándome.
Avanzo varios metros sin problema, no sé si los corredores que acababan de pasar serían o no de la cabeza de carrera, pero se ve que los demás vienen más relajados.
Veo a lo lejos otro teleférico inerte, que llama mi atención de inmediato, por lo que decido fotografiarlo.
Justo cuando estoy guardando la cámara decido quitarle el aire a la camelbak, ya que no soporto el dolor de espalda y quizás, pienso, me pese más por el aire que lleva dentro.
Me quito la mochila de la espalda, me siento y comienzo a sacar la bolsa de hidratación, cuando un corredor se para y me pregunta en francés que si estoy bien.
Le respondo que si, que perfectamente, y al ver mi dorsal su cara cambia completamente.
Me dice, en español hapache "tú... Mític? equivocado amigo, Mític... cima... camino equivocado, este Celestrail, tu tienes que ir cima, por el punta montaña".
Se me hiela la sangre en las venas.
Le pido confirmación con un calma mortal y me dice que me he equivocado de camino, que debo subir cuesta arriba, por donde va mi carrera.
¿Donde narices estaba el desvío? tanto disfrutar del paisaje y de las vistas y la he liado... a ver como encuentro de nuevo el sendero, a ver si piensan que he querido cortar camino, a ver si no entro a tiempo en el próximo corte... este y otros pensamientos, cada cual más negativo, ronda mi mente.
Sin sacar el aire ni nada, me echo la mochila al hombro, ignorando el dolor, y comienzo a correr como no hacía desde hacía horas.
A pesar de ir en la dirección contraria a la que llevaba hace un momento, ahora no hay ni rastro de corredores.
A los dos minutos me cruzo a una pareja de corredores, con el dorsal de la Celestrail.
Les pregunto ¿español? ¿English? a lo que niegan con la cabeza y dicen "Français".
Les digo que no pasa nada y continúan su camino, extrañados.
Desesperado, me paro y miro hacia arriba; no se ve la cima, el camino es muy escarpado y está plagado de vegetación.
Aun así intento el ascenso vertical, sin éxito, me resigno y continúo corriendo como alma que lleva el diablo en dirección opuesta a la que llevaba antes de cruzarme con el francés.
De repente me cruzo con otra pareja, sin dorsal visible, y le pregunto ¿español? y me dicen "sí, ¿qué te sucede?"
Se paran y les explico la situación, y me responden que estamos en el buen camino, que, de hecho, no hay otro, que o el francés estaba equivocado o se quería quedar conmigo.
Me alivia tanto que me flaquean las piernas por un momento, les pregunto si corren la Mític y me responden que si, así que decido ir con ellos.
Me dicen que vaya delante sin problema, y nos vamos contando nuestra historia.
Por mi parte les cuento mis incios en el mundo del atletismo, mi estreno en montaña, mi debut en maratón y mis "ultra-aventuras" en el Torcal, Ronda y la Sierra de las Nieves y ellos me cuentan sus peripecias deportivas.
Tras un buen rato de camino (ya hemos dejado atrás el telesillas hace tiempo) y de conversación, caigo en la cuenta de que no me he presentado, así que hago lo propio, ellos se presentan también, nos saludamos y continuamos nuestro camino.
Ellos son José Luis y Marc, corredores catalanes debutantes en la prueba y experimentado en anteriores ediciones respectivamente.
Marc no había llegado a ser finisher aún y atestiguaba en primera persona la dureza de la prueba, dando fe de lo poco que habíamos recorrido aún en cuanto a desnivel y kilometraje pese a haber estado ya más de 8 horas corriendo.
Les hablé de Jordi y de como nunca había podido pasar de Bordes d'Envalira, y me dijeron que es una historia muy repetida, que la gran mayoría de los corredores que "sobreviven" hasta La Margineda se quedan en Bordes, y los que pasan, tienen muy claro que van a acabar como sea, ya que una vez pasado ese punto, los únicos lugares para abandonar son refugios de montaña donde las evacuaciones son muy difíciles.
José Luis le preguntó a Marc si quedaba mucho para el desvío de corredores de la Celestrail y de la Mític (de la Celestrail nos adelantaban cada poco, pero de la Mític no nos había adelantado nadie aún, y bromeábamos con ser la cola de la carrera).
Según él, este año el trazado era diferente, mucho más duro y con tramos nuevos, pero si se mantenía este trozo como el año pasado, no tardaríamos en llegar a él.
Les dije que iba a parar un momento a sacar el aire de la Camel, que los pillaba en un momento (el sendero era único y estrecho, no había probabilidad de perderse), a lo que respondieron afirmativamente.
Con presteza saqué la bolsa de hidratación, la puse del revés, aspiré el aire, comprobando que había MUY poca agua en la misma, la coloqué de nuevo y salí a la carrera tras ellos.
Los alcancé cuando ya se vislumbraba a lo lejos el desvío, los corredores de la Celestrail descendían y nosotros ascendíamos.
En la zona de control de carrera había varios corredores descansando, que al llegar nosotros, retomaron el camino.
Marc y José Luis vieron que llevaba un buen ritmo en la subida, y me dijeron que podía dejarlos atrás si quería, pero me cayeron genial y la conversación con ellos era muy interesante, por lo que me resistí a hacerlo.
La subida pasa de "moderado ascenso" a "severo infierno" en cero coma, por lo que nos manda a de la carrera al trote y del trote a la marcha, hasta que al final avanzamos dando pequeños pasos a duras penas.
Marc y José Luis me dicen que saque los bastones, que la subida los merece, y se quedan de piedra cuando les digo que no he traído bastones.
Me dicen que no pensaban que un corredor amateur se plantease si quiera una carrera de semejante longitud, por no hablar del desnivel, sin bastones y me recomiendan hacerme con unos cuanto antes.
Pese a no llevar bastones voy ascendiendo a muy buen paso, los voy dejando atrás pero aprovecho para parar a esperarlos mientras recupero, aunque finalmente voy dando alcance a otro grupito y acabo dejándolos atrás poco a poco.
La temperatura va descendiendo conforme ascendemos y el viento aumenta, como suele ser costumbre, y nos acercamos a una elevada cresta por la que se ven corredores en la distancia.
Aprovecho una de las pausas para recuperar el aliento para disfrutar con las vistas, que me lo quita de nuevo.
Soy consciente de que me queda poca agua, y no tengo ni idea de cuando llegará el próximo avituallamiento, pero tengo el cuerpo bastante agotado, así que me bebo media botella de Powerade para recuperar azúcares, y aprovecho la parada para comer y continuar.
Vuelvo a dar alcance al grupo que me precede antes de que Marc y José Luis me cojan, pero me encuentro con otras vistas de postal y decido inmortalizar de nuevo el momento.
Un corredor del grupito al que acabo de dar alcance queda sorprendido de que tenga ganas de parar, sacar la cámara y echarme fotos, comenzamos a bromear, le saco una foto a él y comenzamos a correr juntos.
Nos vamos presentando mientras ascendemos, y poco a poco vamos atravesando la Collada de Montaner mientras me cuenta que se llama Malio, que es de origen argentino pero lleva muchísimos años en Andorra, y que no es un experimentado ultrafondista, ni mucho menos, pero ya que la prueba se celebra en su ciudad, qué menos que participar.
Acabó el año pasado con un tiempo de unas 38 horas, siendo debutante, lo que me hace pensar que además de ser un muy experimentado montañista, es muy modesto, y por lo que voy sonsacándole, muy buena persona.
Las vistas que ilustran nuestra conversación son de postal...
Estamos ya a punto de coronar los 2406 metros del Bony de la Pica, a falta de un kilómetro que tendrá unos 300 metros de desnivel positivo nos tomamos el último descanso antes de llegar a la cima, donde, entre risas, aprovecho para sacarme otra "selfie" para capturar el momento, ante la atónita mirada de Malio.
"Venga, va, ¡un último arreón y coronamos el 5º pico, tras este solo quedan 6!"
La Margineda no existe, son los padres
El tramo asfaltado me guió hasta el primer punto donde los acompañantes podían visitarnos, una estación de esquí reconvertida en punto de avituallamiento.
Recordaba este punto por lo curioso del nombre, y no sabía la hora exacta a la que pensaba llegar, pero recordaba que era sobre las 6, y aún no habían dado las 7, lo que me animó sobremanera.
Y menos mal, físicamente estaba derrengado, llegué "arrastrándome" al punto de control, donde chequearon mi paso, tras lo que la encargada de la tarea me dijo algo muy animada, con una gran cara de sorpresa.
No sabía qué decía, y tras pedirle un par de veces que por favor me lo repitiese, me dijo "¿español?" a lo que tras responderle afirmativamente me dijo "¡qué lío! pues resulta que el muchacho que acaba de pasar justo antes de ti lleva un dorsal correlativo al tuyo, ¡vamos, que aun lo coges!"
Me contagió parte de su entusiasmo, pero tenía bastante sueño y el cuerpo muy molido (no notaba la espalda, tan solo cuando la mochila se balanceaba, y solo podía sentir dolor, quitando esa sensación no tenía nada de sensibilidad).
Ansiaba sentarme cuanto antes, así que cogí un puñado de chocolate y otro de frutos secos, me quité la mochila y me dejé caer pesadamente sobre un banquito de madera, dejando la mochila reposar a mi lado.
Fui comiendo despacito, cerré los ojos y traté de "disfrutar" del banco, pero lo único que experimenté al relajarme fue una oleada de dolor que se extendía por todo mi cuerpo y provocaba que mis piernas y espalda temblasen.
Mezclé uno de mis botellines con sales y me lo fui bebiendo poco a poco, intercalado con los frutos secos, a los que añadí unos cacahuetes fritos con miel que llevaba encima.
Llevaba demasiado peso en la mochila, demasiadas cosas... Si veía a Mayte le dejaría todo lo superficial, no aguantaría muchas horas más así...
Esperé unos 5 minutos, pero al no verla le avisé de mi paso por el punto, rellené el botellín, me comí una barrita energética y me dispuse a continuar, sin rellenar la Camel.
Ni si quiera comprobé cuanta cantidad tenía, hasta ese momento podría haberlo intuido tan solo con concentrarme, pero mi sensibilidad en la espalda era ya inexistente, y tampoco me seducía la idea de cargar con más peso aún.
Por suerte, el camino, que volvía a ser de tierra, discurría bastante aplanado, y aunque tenía alguna raíz y algunas piedras salpicadas aquí y allá, era un tramo muy "corrible", por el que me animé a trotar y todo.
El astro rey comenzaba a alzarse sobre la frontera hispano-andorrana, llenando de color y de vida el inmenso valle, que comenzaba a transmitirme energía.
Experimento la soledad del corredor de ultrafondo en su plenitud, nadie me sigue ni me precede, estoy solo en un inmenso mundo verde a mi alrededor y azul sobre mí, y no soy más que un pequeño puntito que avanza por el gran universo de los Pirineos.
Me siento en conexión total con la naturaleza, comienzo a olvidar mis penas, comienzo a apretar el paso, comienzo a disfrutar...
Voy a buen paso, estoy orgulloso de mi mismo, no pienso, avanzo y me siento en plenitud, soy feliz...
Esto es lo que he venido a hacer, disfrutar de lo que más me gusta, el deporte y la naturaleza, y me recreo en el paisaje y las vistas que me rodean sin importarme el reloj y su implacable ritmo.
Sin previo aviso, parece que se avecina una estampida, por lo que me echo a la derecha del estrecho sendero, y me adelantan 4 corredores a gran velocidad.
Decido aprovechar la parada para beber un poco, de la camel, a fin de aligerar peso, tomarme un puñadito de cacahuetes y comenzar a quitarme una capa, guardando buff y guantes en el cortavientos Izas, cortesía de Trekking & Running Marbella, que me desabrocho y cuyas costuras de transpiración abro hasta el límite; el clima es fresco pero los primeros rayos solares comienzan a acariciar mi piel, haciéndome entrar en calor.
Justo cuando me recuperaba del respingo de la estampida de corredores, vuelve a vibrar el suelo, y al echarme a la derecha me adelantan una decena de corredores, sin exagerar.
"Qué bien le ha sentado a esta gente el amanecer", pienso, mientras vuelvo al que, comparado con sus ritmos, es un trote cochinero nivel bajo.
Oigo agitadas pisadas de nuevo, me giro y veo un corredor avanzando a sprint, a un ritmo con el que no tardará en alcanzar el grupo que acababa de pasar, y reparo en su dorsal.
Como llevo el cortavientos abierto, miro el mío y nuevamente el suyo, y me doy cuenta de que son de color diferente, al igual que pasaba con los dorsales de la Ronda Dels Cims, que vi por primera vez en el avituallamiento del Refugio Comapedrosa.
Supuse que eran corredores de la Celestrail, lo que me tranquilizó en cuanto al ritmo que llevaba.
Pasos de nuevo, me echo a un lado del camino, pero estos corredores van a un ritmo más tranquilo y me dicen que van bien.
Comienzan a hablarme desde detrás, y me dan muchísimo ánimo y me desean mucha suerte en cuanto se enteran de que participo en la Mític; en efecto, son corredores de la Celestrail, que al final, como predecía, acaban adelantándome.
Avanzo varios metros sin problema, no sé si los corredores que acababan de pasar serían o no de la cabeza de carrera, pero se ve que los demás vienen más relajados.
Veo a lo lejos otro teleférico inerte, que llama mi atención de inmediato, por lo que decido fotografiarlo.
Justo cuando estoy guardando la cámara decido quitarle el aire a la camelbak, ya que no soporto el dolor de espalda y quizás, pienso, me pese más por el aire que lleva dentro.
Me quito la mochila de la espalda, me siento y comienzo a sacar la bolsa de hidratación, cuando un corredor se para y me pregunta en francés que si estoy bien.
Le respondo que si, que perfectamente, y al ver mi dorsal su cara cambia completamente.
Me dice, en español hapache "tú... Mític? equivocado amigo, Mític... cima... camino equivocado, este Celestrail, tu tienes que ir cima, por el punta montaña".
Se me hiela la sangre en las venas.
Le pido confirmación con un calma mortal y me dice que me he equivocado de camino, que debo subir cuesta arriba, por donde va mi carrera.
¿Donde narices estaba el desvío? tanto disfrutar del paisaje y de las vistas y la he liado... a ver como encuentro de nuevo el sendero, a ver si piensan que he querido cortar camino, a ver si no entro a tiempo en el próximo corte... este y otros pensamientos, cada cual más negativo, ronda mi mente.
Sin sacar el aire ni nada, me echo la mochila al hombro, ignorando el dolor, y comienzo a correr como no hacía desde hacía horas.
A pesar de ir en la dirección contraria a la que llevaba hace un momento, ahora no hay ni rastro de corredores.
A los dos minutos me cruzo a una pareja de corredores, con el dorsal de la Celestrail.
Les pregunto ¿español? ¿English? a lo que niegan con la cabeza y dicen "Français".
Les digo que no pasa nada y continúan su camino, extrañados.
Desesperado, me paro y miro hacia arriba; no se ve la cima, el camino es muy escarpado y está plagado de vegetación.
Aun así intento el ascenso vertical, sin éxito, me resigno y continúo corriendo como alma que lleva el diablo en dirección opuesta a la que llevaba antes de cruzarme con el francés.
De repente me cruzo con otra pareja, sin dorsal visible, y le pregunto ¿español? y me dicen "sí, ¿qué te sucede?"
Se paran y les explico la situación, y me responden que estamos en el buen camino, que, de hecho, no hay otro, que o el francés estaba equivocado o se quería quedar conmigo.
Me alivia tanto que me flaquean las piernas por un momento, les pregunto si corren la Mític y me responden que si, así que decido ir con ellos.
Me dicen que vaya delante sin problema, y nos vamos contando nuestra historia.
Por mi parte les cuento mis incios en el mundo del atletismo, mi estreno en montaña, mi debut en maratón y mis "ultra-aventuras" en el Torcal, Ronda y la Sierra de las Nieves y ellos me cuentan sus peripecias deportivas.
Tras un buen rato de camino (ya hemos dejado atrás el telesillas hace tiempo) y de conversación, caigo en la cuenta de que no me he presentado, así que hago lo propio, ellos se presentan también, nos saludamos y continuamos nuestro camino.
Ellos son José Luis y Marc, corredores catalanes debutantes en la prueba y experimentado en anteriores ediciones respectivamente.
Marc no había llegado a ser finisher aún y atestiguaba en primera persona la dureza de la prueba, dando fe de lo poco que habíamos recorrido aún en cuanto a desnivel y kilometraje pese a haber estado ya más de 8 horas corriendo.
Les hablé de Jordi y de como nunca había podido pasar de Bordes d'Envalira, y me dijeron que es una historia muy repetida, que la gran mayoría de los corredores que "sobreviven" hasta La Margineda se quedan en Bordes, y los que pasan, tienen muy claro que van a acabar como sea, ya que una vez pasado ese punto, los únicos lugares para abandonar son refugios de montaña donde las evacuaciones son muy difíciles.
José Luis le preguntó a Marc si quedaba mucho para el desvío de corredores de la Celestrail y de la Mític (de la Celestrail nos adelantaban cada poco, pero de la Mític no nos había adelantado nadie aún, y bromeábamos con ser la cola de la carrera).
Según él, este año el trazado era diferente, mucho más duro y con tramos nuevos, pero si se mantenía este trozo como el año pasado, no tardaríamos en llegar a él.
Les dije que iba a parar un momento a sacar el aire de la Camel, que los pillaba en un momento (el sendero era único y estrecho, no había probabilidad de perderse), a lo que respondieron afirmativamente.
Con presteza saqué la bolsa de hidratación, la puse del revés, aspiré el aire, comprobando que había MUY poca agua en la misma, la coloqué de nuevo y salí a la carrera tras ellos.
Los alcancé cuando ya se vislumbraba a lo lejos el desvío, los corredores de la Celestrail descendían y nosotros ascendíamos.
En la zona de control de carrera había varios corredores descansando, que al llegar nosotros, retomaron el camino.
Marc y José Luis vieron que llevaba un buen ritmo en la subida, y me dijeron que podía dejarlos atrás si quería, pero me cayeron genial y la conversación con ellos era muy interesante, por lo que me resistí a hacerlo.
La subida pasa de "moderado ascenso" a "severo infierno" en cero coma, por lo que nos manda a de la carrera al trote y del trote a la marcha, hasta que al final avanzamos dando pequeños pasos a duras penas.
Marc y José Luis me dicen que saque los bastones, que la subida los merece, y se quedan de piedra cuando les digo que no he traído bastones.
Me dicen que no pensaban que un corredor amateur se plantease si quiera una carrera de semejante longitud, por no hablar del desnivel, sin bastones y me recomiendan hacerme con unos cuanto antes.
Pese a no llevar bastones voy ascendiendo a muy buen paso, los voy dejando atrás pero aprovecho para parar a esperarlos mientras recupero, aunque finalmente voy dando alcance a otro grupito y acabo dejándolos atrás poco a poco.
La temperatura va descendiendo conforme ascendemos y el viento aumenta, como suele ser costumbre, y nos acercamos a una elevada cresta por la que se ven corredores en la distancia.
Aprovecho una de las pausas para recuperar el aliento para disfrutar con las vistas, que me lo quita de nuevo.
Soy consciente de que me queda poca agua, y no tengo ni idea de cuando llegará el próximo avituallamiento, pero tengo el cuerpo bastante agotado, así que me bebo media botella de Powerade para recuperar azúcares, y aprovecho la parada para comer y continuar.
Vuelvo a dar alcance al grupo que me precede antes de que Marc y José Luis me cojan, pero me encuentro con otras vistas de postal y decido inmortalizar de nuevo el momento.
Un corredor del grupito al que acabo de dar alcance queda sorprendido de que tenga ganas de parar, sacar la cámara y echarme fotos, comenzamos a bromear, le saco una foto a él y comenzamos a correr juntos.
Nos vamos presentando mientras ascendemos, y poco a poco vamos atravesando la Collada de Montaner mientras me cuenta que se llama Malio, que es de origen argentino pero lleva muchísimos años en Andorra, y que no es un experimentado ultrafondista, ni mucho menos, pero ya que la prueba se celebra en su ciudad, qué menos que participar.
Acabó el año pasado con un tiempo de unas 38 horas, siendo debutante, lo que me hace pensar que además de ser un muy experimentado montañista, es muy modesto, y por lo que voy sonsacándole, muy buena persona.
Las vistas que ilustran nuestra conversación son de postal...
Estamos ya a punto de coronar los 2406 metros del Bony de la Pica, a falta de un kilómetro que tendrá unos 300 metros de desnivel positivo nos tomamos el último descanso antes de llegar a la cima, donde, entre risas, aprovecho para sacarme otra "selfie" para capturar el momento, ante la atónita mirada de Malio.
"Venga, va, ¡un último arreón y coronamos el 5º pico, tras este solo quedan 6!"
La Margineda no existe, son los padres
Bony de la Pica, 08:36. km 35.
Tras un breve tramo, por primera vez desde que me crucé con Malio, en silencio, llegamos a la cima del Bony de la Pica, donde aprovechamos para recuperar aliento y conversación antes de continuar.
Teníamos "fichados" de lejos a otros corredores que llegaban y seguían sin tan si quiera detenerse, pero nosotros quisimos aprovechar las vistas y el esfuerzo de la subida.
Soy de la opinión de que ninguna subida es demasiado dura si las vistas que obtenemos en la cima son del calibre de las que se disfrutaron hasta este momento en cada pico, es impresionante.
Había algunos organizadores, no recuerdo si tomaron nota o no de nuestro dorsal en este punto, pero lo que sí recuerdo es que fueron muy simpáticos y tras bromear un poco les pedimos que nos echasen una foto, a lo que accedieron.
Para Malio, desde que le comentase un poco mis aventuras atléticas y en el blog, era o bien el "Corredor Errante" o bien "el malagueño" y nos despedimos de los organizadores mientras él inventaba chascarrillos que elevaban mi ánimo y me hacían olvidar las penurias pasadas pocos kilómetros atrás, cuando me sentía perdido.
Cruzamos la imponente cresta del pico mientras el sol comenzaba a cobrar fuerza, por lo que, pese al frío viento que acariciaba la cumbre y nos dificultaba el avance, Malio decidió parar un momento para cambiarse de ropa y ponerse más fresco.
Yo con quitarme los guantes y el buff, abrirme la cremallera de la malla superior y remangarme las mangas tenía suficiente, así que me paré un segundo para descansar y finiquitar el botellín de Powerade, así como, por desgracia, el contenido de mi camel.
Esperaba encontrar una fuente de agua pronto, ya que con el ascenso del sol comenzaba a sudar profusamente, pese a haberme desabrigado, pero por suerte las vistas contribuían a que no me centrase en pensamientos negativos.
En esta foto, que dedico a Trekking & Running Marbella por su aporte de material para la prueba (que se ve en primera plana) podéis ver como desde los aledaños del Bony de la Pica no se veía por completo el pico que teníamos enfrente, que se salía del encuadre de la cámara; no sabía si lo habíamos subido ya o tendríamos que subirlo, pero sinceramente, esperaba que lo hubiésemos dejado atrás durante el tramo nocturno.
Malio me insistió para que continuase el descenso así que, con parsimonia, emprendí el técnico trayecto que nos iba alejando de la cumbre, mientras yo "soñaba" ya con La Margineda, la que según me había dicho Malio sería la primera base de vida, próximo avituallamiento y más grande hasta el momento.
Pese a que acababa de amanecer hacía pocas horas, estaba intranquilo ante la posibilidad de tener que afrontar a oscuras la segunda noche y también tenía muchísimas ganas de "estrujar" con un fuerte abrazo.
En ello iba pensando mientras descendía por unas vertiginosas paredes verticales, zigzagueando, cuando unas voces me sacaron de mi ensimismamiento.
Eran José Luis y Marc, que se aproximaban desde atrás, y en pocos minutos, estuvieron a mi altura.
Bajaban a buen ritmo, con frescura, cualquiera diría que llevaban tantísimas horas en marcha...
Me aconsejaron coger un bastón si veía alguno tirado o aprovechar alguna rama de árbol, ya que habría descensos mucho más largos, aunque según Marc, este era uno de los más duros, debido al desnivel.
Poco a poco me fueron dejando atrás, y, como por arte de magia, vi un bastón al margen del camino.
Sin embargo estaba partido, así que tras examinarlo lo devolví al "sendero" (por llamarlo de alguna forma), y al alzar la mirada, no había ni rastro de mis recientes amigos.
Sin embargo, oía sus voces animadas en la distancia, pero el "camino" acababa...
Entonces me fijé en un pequeño saliente que rodeaba una roca incrustada en la montaña, de la que colgaba una gruesa cadena de hierro.
Era preferible no mirar abajo, menudo vértigo... Me aferré a la cadena y apoyé los pies en el saliente, esperando que no pasase como en las típicas escenas de las películas donde nada más pisar el protagonista, el saliente cede y se queda colgando del vacío.
Por suerte no fue el caso, el saliente era sólido y firme, y fui pasando mirando hacia el frente, hacia la roca, mientras mis brazos iban pasando de izquierda a derecha, apoyándose en la cadena.
Al llegar al otro lado de la roca contemplé con desmayo como José Luis y Marc emprendían otro tramo de bajada vertiginosa con cadenas, pero ya no lo veía con reparo, sino como un desafío, la adrenalina inundaba mi cuerpo y me lancé a él a la carrera, derrapando en uno de los zigzags previos a ella debido a las piedras sueltas esparcidas sobre el suelo.
Me acordé de los ascensos en Calamorro con cuerdas, debido a los desprendimientos de tierra provocados en dicho CxM debido a la intensa lluvia, y los recordé casi como un juego de niños comparados con estas bajadas con cadenas... Lo que puede cambiar nuestra perspectiva de las cosas con la experiencia...
En cuestión de minutos me puse a su altura y al momento los había incluso dejado atrás, adelantando incluso a otra pareja antes de dejar atrás la montaña y penetrar en un bosque plagado de raíces y obstáculos (rocas, ramas caídas, árboles, piedras sueltas...) en solitario.
Mi única reserva de líquido eran los 500 mililitros de mi botellín, pero la bajada me estaba destrozando los cuádriceps, así que decidí disolver un poco de magnesio y sales para ir bebiendo poco a poco.
Justo antes de penetrar en el bosque, en el puerto de montaña, dos jóvenes que estaban acampados en el mismo, supongo que de la organización, me dijeron que estábamos a menos de 6 kilómetros de La Margineda, así que no podía estar lejos de recuperar al fin, pero sudaba tantísimo...
Había tramos en la bajada por el bosque en los que tuve que sentarme y deslizarme, como si de un tobogán se tratase, ya que el desnivel era tan fuerte y la superficie tan inestable que tras caer dos veces de culo contra el suelo, decidí que si bajaba de culo al menos me ahorraría los dolorosos impactos.
Decidí, por tanto, bajar en cuclillas y cuando necesitaba frenar, apoyar el culo y las manos, lo que no fue mala técnica, ya que en el tramo de bosque adelanté a una mujer mayor y a un corredor también veterano, extranjeros, que se apartaron al oírme bajar desde lejos para dejarme paso.
Me dolían tantísimo los músculos y estaba tan sediendo que decidí apurar de golpe el botellín, disfrutando del mejor trago líquido que había experimentado en años, pese al amargo sabor de las sales.
La bajada seguía en pendiente, no era dan dura pero mis músculos se negaban a responder, así que descendía dando pasos largos.
Los veteranos extranjeros no tardaron en hacer aparición, y, devolviéndoles el detalle, los esperé en el margen del sendero hasta que pasaron de largo.
"¡Ese malagueño!" Poco después pasaron Malio, otro corredor que no conocía y una corredora, y, pese a que pausaron ligeramente el ritmo al ponerse a mi altura, les dije que siguieran, que en breve les daría alcance (si conseguía que mis piernas respondiesen).
Tras comentar que veían increíble que hubiese superado el descenso anterior sin palos y tras desearme suerte, fueron bajando, a un ritmo bastante superior al mío.
Estaba muy cansado e iba tropezándome continuamente con las enormes ramas secas que plagaban el suelo... "malditos palos... ¡palos!"
Recordaba vagamente que Mayte me había explicado como encontrar unos palos acordes a la altura de cada uno, no recordaba exactamente como era, pero tras probar varios, me decidí por dos de altura ligeramente diferente, pero grosor similar, bastante estables y con pequeñas ramitas partidas a la altura donde ponía las muñecas, de forma que me servían de apoyo.
Bajar con ellos era una gozada, podía dar descanso a mis agotadas piernas, y, no sé si sería por la motivación que la idea me había aportado, el alivio en las piernas al cambiar de dos a cuatro apoyos o el efecto de las sales, pero comenzaba a encontrarme mucho más descansado, aunque peligrosamente sediendo.
Tras unos 10 minutos de bajada completamente en solitario, comencé a vislumbrar a lo lejos al grupito de Malio, al que le pregunté si sabían cuanto quedaba para la Margineda, con un hilo de voz, ya que tenía la garganta muy seca, a lo que la muchacha me respondió que creía que en kilómetros no sabría decirme, pero sobre una hora o hora y cuarto de tiempo.
Habían parado un momento, así que, medio en serio medio en broma les dije "bueno, nos vemos ahora... si no me quedo por el camino..."
Se lo tomaron en serio y me preguntaron que qué me pasaba, y les dije que estaba bien, pero muy sediento y sin reserva de agua, que por lo demás bien, cansado pero para llevar tantas horas corriendo, muy entero.
Malio se ofreció a compartir lo poco que le quedaba en su botellín conmigo, que tragué con un sonoro buche que me limpió la boca y la garganta y me devolvió la voz, y tras darle infinitas gracias y despedirme para seguir, sus acompañantes me dijeron que si quería, podían compartir también su agua conmigo.
Les dije que no quería abusar, pero insistieron y no pude negarme; pese a que lo quisiese ocultar, estaba preocupado por la escasez de agua, y comenzaba a necesitarla de verdad.
La muchacha casi me llenó el botellín, alegando insistente que no había tocado el agua desde Coll Botella, así que tras deshacerme en agradecimientos a los que quitaron importancia (tan solo dijeron "hoy por ti y mañana por mí, así somos los montañistas, tenemos que ayudarnos siempre") nos despedimos.
Vertí lo que quedaban de las sales que había usado previamente en el botellín y comencé a dar pequeños sorbitos, dejándolo hasta la mitad antes de apretar el paso.
Busqué de nuevo el punto cómodo de las ramas en mis manos y continué descendiendo.
En la distancia se veían varias casas blancas, y de la chimenea de una de ellas emanaba humo; "¡Por fin, ya se ve la Margineda!"
Estaba lejos, pero con toda seguridad, a menos de una hora, incluso a menos de media.
Con resolución y un renovado ánimo, acometí el descenso, a buen paso.
Sin embargo, pronto me alcanzaron Amalio y mis salvadores, probablemente no les hubiese alcanzado previamente por haber aumentado el ritmo yo, sino por haberlo pausado ellos...
Bueno, recorrimos varios metros juntos y poco después me dejaron atrás, justo antes de llegar al último tramo con cadenas, primero antes de cruzar el bosque.
Cuando terminé el tramo de cadenas los vi a lo lejos, corriendo sobre la hierba, y me extrañó que rodeasen las casas y se perdiesen de vista en lugar de penetrar en ellas.
También me escamaba el profundo silencio de la zona... para ser una base de vida la esperaba mucho más animada, con vítores, aplausos, música quizás... Y sin embargo tan solo un par de personas aplaudían el paso de mis amigos y otras pocas caminaban, despreocupadas, por la zona.
Cuando llegué a su altura me extrañó que las balizas de la prueba me guiasen hasta el exterior de aquel silencioso lugar, decidí preguntar a un hombre mayor casi al final del mismo si estaba en La Margineda, y me dijo "No Margineda, Aixàs, La Margineda una hora".
Con razón estaba todo tan silencioso... bueno, al menos no podía quedar lejos...
Aprovechando la escasa sombra que quedaba fui avanzando, por un camino primero embarrado y lleno de agua, conforme rodeaba una zona de cultivo, y seco y pedregoso después.
Una cuesta enorme, sin nada de sombra se alzaba ante mi... bueno, dentro de lo malo, tras la cuesta deberá verse La Margineda...
Pues no, no se veía, lo que si se veía era una ciudad a lo lejos (que esperaba que no fuese La Margineda, ya que, aunque estaría a unos 4 kilómetros horizontales a lo sumo, habría cerca de un kilómetro vertical entre mi posición y la ciudad).
Breve descenso; nuevo ascenso; acabo el último buche de agua; sed, MUCHA sed.
Avanzo como un zombi, tambaleándome y apoyándome en las ramas, y menos mal, si no llego a tenerlas conmigo...
El camino gira ligeramente, dejando la lejana ciudad a mi derecha, lo que me hace tener la esperanza de que La Margineda se encuentra a mi izquierda y en cualquier momento me la voy a encontrar de golpe, pero la quietud en el ambiente y el hecho de que recordase haber visto en la chuleta del desnivel acumulado que había una bajada enorme en el primer tercio de la carrera (esperaba que no fuese precisamente ahora) indicaban lo contrario.
Nueva y enorme subida, en la que tengo que pararme a medio camino, pensando que no voy a poder con ella.
Decido echarme un puñado de cacahuetes a la boca y comerme una barrita y una tableta de Isostar.
No me encuentro bien, no sabría decir qué tengo, pero un malestar general inundaba mi cuerpo, además el dolor general que me acompañaba desde hacía varias horas.
Posiblemente, además de la deshidratación, que comenzaba a ser palpable, también estuviese bajo de azúcar, porque comencé a encontrarme mejor y pude acabar de subir la pendiente, aunque no sabría decir cuanto tiempo tardé en ello.
Una vez arriba, por suerte, los árboles entre los que discurría el camino me fueron dando sombra, y eso, unido a la pendiente descendente, hicieron que mi motivación comenzase a aumentar, así como mi ritmo.
Nunca había corrido empleando palos, y aunque las ramas no eran palos en sí, el cambio de dos a cuatro apoyos me vino fenomenal, apoyaba primero las ramas, daba zancadas largas y en los tramos de zigzag, las usaba para pivotar y mantener el equilibrio, de forma que avanzaba rápidamente con gran seguridad.
De repente vi a un hombre mayor venir desde lejos, que sacó una cámara y comenzó a hacerme fotos.
Me imaginé como sería ir por la Sierra de Mijas, ajeno al mundo, y que de repente irrumpiese un corredor con ramas y un dorsal en el pecho, cargando con un frontal en la cabeza, pese a ser de día (tanto a José Luis como a Marc o a Malio les sorprendió, pero prefería llevarlo en la cabeza que en la mochila, sin lugar a dudas); Sería una imagen digna de fotografiar, sin duda.
El hecho de que el hombre estuviese a tanta altura hizo brotar la ilusión en mi pecho, ya me veía vislumbrando La Margineda en cualquier instante...
Me paré a preguntar que a cuanta distancia estaba; el hombre no hablaba español, pero logró decirme que a unos 300 metros chapurreando un poco.
"¿300 metros? ¡eso está tirado!"
Sin embargo, cuando llevaba cerca de 10 minutos bajando, entre los árboles, pude vislumbrar lo que creía que era, finalmente, La Margineda...
Quizás aparte de no hablar español el hombre confundiese el metro con el decámetro... por lo menos habría 3 kilómetros hasta la meta, y creo que no me equivocaba mucho al pensar que de esos 3 kilómetros, uno sería vertical...
Me concentré en los descensos previos que llevaba en el cuerpo, y decidí que, definitivamente, este no era tan duro como otros previos, el sendero era relativamente ancho y el firme bastante estable, sin embargo, el ir zigzagueando viendo a lo lejos el objetivo, desde las alturas, mermaba mi ánimo.
No quería mirar el reloj, así que no sabía si estuve minutos o horas descendiendo...
Mentalmente notaba que comenzaba a divagar, por lo que repetía mentalmente el número de Mayte, a modo de mantra, tanto para tranquilizarme sabiendo que podía contactar con ella si el móvil se quedaba sin batería (no sabía cómo estaría aguantando el Quechua Phone) como para comprobar que seguía "cuerdo".
Me comenzaba a doler la cabeza, tenía la boca pastosa y tenía un calor horrible... pero no podía parar, no ahora, estaba cerca, lo sabía...
No sé como, pero al atravesar un arroyo, estando ya inclinado y con el botellín destapado, vencí la tentación de hartarme de beber... Realmente al levantarme, con un pequeño mareo, no recordaba ni si quiera, haber visto el arroyo, pero aunque sabía que era real y no una ilusión (emanaba fresquito) no quería jugármela tanto.
Metí la mano en él; el agua era transparente, muy fresca, aunque poco profunda, y aproveché para refrescarme los brazos y la cara, pero los numerosos relatos de atletas que han tenido que abandonar en ultras tras beber agua de ríos, arroyos e incluso charcas rondaban mi mente, así que hice de tripas corazón y continué avanzando, tras volver a tapar el botellín.
No recordaba haber estado nunca tan sediento, a pesar de entrenar durante horas en Málaga en pleno verano, a temperatura de incluso 40 grados, como si nada.
Parecía que no avanzaba, pero tras un rato comencé a ver más y más cerca la ciudad.
Unas canchas y un gran edificio aparecieron entre los árboles, a poco más de una centena de metros verticales por debajo de mí, y cuando estaba a unos 50 metros verticales del complejo, dos hombres aparecieron ante mi, de la nada, y comenzaron a aplaudirme y a darme ánimos, no sabría decir en qué idioma.
De repente, a lo lejos vi un trozo de asfalto; casi me alegro de ver que estaba, no a nivel del mar, pero, al menos, a nivel de civilización, de nuevo.
Más gente aguardaba en la zona, aplaudiéndome al pasar, y al llegar al asfalto, por intuición, giré a la izquierda.
Una ligera pendiente se elevaba ante mi, y allá que fui, sujetando los palos con mi mano derecha mientras aceleraba el paso todo lo que me era posible...
Una baliza certificaba que estaba en el camino correcto, aunque, ¡qué largo era el camino! a media pendiente tuve que echar mano a los palos, con los que me ayudé hasta que la pendiente cambiaba de rasante y se igualaba...
Y entonces, a lo lejos, vi a Mayte, sentada en unas escaleras, con cara cansada pero expectante...
La trampa de Morfeo
Tras un breve tramo, por primera vez desde que me crucé con Malio, en silencio, llegamos a la cima del Bony de la Pica, donde aprovechamos para recuperar aliento y conversación antes de continuar.
Teníamos "fichados" de lejos a otros corredores que llegaban y seguían sin tan si quiera detenerse, pero nosotros quisimos aprovechar las vistas y el esfuerzo de la subida.
Soy de la opinión de que ninguna subida es demasiado dura si las vistas que obtenemos en la cima son del calibre de las que se disfrutaron hasta este momento en cada pico, es impresionante.
Había algunos organizadores, no recuerdo si tomaron nota o no de nuestro dorsal en este punto, pero lo que sí recuerdo es que fueron muy simpáticos y tras bromear un poco les pedimos que nos echasen una foto, a lo que accedieron.
Para Malio, desde que le comentase un poco mis aventuras atléticas y en el blog, era o bien el "Corredor Errante" o bien "el malagueño" y nos despedimos de los organizadores mientras él inventaba chascarrillos que elevaban mi ánimo y me hacían olvidar las penurias pasadas pocos kilómetros atrás, cuando me sentía perdido.
Cruzamos la imponente cresta del pico mientras el sol comenzaba a cobrar fuerza, por lo que, pese al frío viento que acariciaba la cumbre y nos dificultaba el avance, Malio decidió parar un momento para cambiarse de ropa y ponerse más fresco.
Yo con quitarme los guantes y el buff, abrirme la cremallera de la malla superior y remangarme las mangas tenía suficiente, así que me paré un segundo para descansar y finiquitar el botellín de Powerade, así como, por desgracia, el contenido de mi camel.
Esperaba encontrar una fuente de agua pronto, ya que con el ascenso del sol comenzaba a sudar profusamente, pese a haberme desabrigado, pero por suerte las vistas contribuían a que no me centrase en pensamientos negativos.
En esta foto, que dedico a Trekking & Running Marbella por su aporte de material para la prueba (que se ve en primera plana) podéis ver como desde los aledaños del Bony de la Pica no se veía por completo el pico que teníamos enfrente, que se salía del encuadre de la cámara; no sabía si lo habíamos subido ya o tendríamos que subirlo, pero sinceramente, esperaba que lo hubiésemos dejado atrás durante el tramo nocturno.
Malio me insistió para que continuase el descenso así que, con parsimonia, emprendí el técnico trayecto que nos iba alejando de la cumbre, mientras yo "soñaba" ya con La Margineda, la que según me había dicho Malio sería la primera base de vida, próximo avituallamiento y más grande hasta el momento.
Pese a que acababa de amanecer hacía pocas horas, estaba intranquilo ante la posibilidad de tener que afrontar a oscuras la segunda noche y también tenía muchísimas ganas de "estrujar" con un fuerte abrazo.
En ello iba pensando mientras descendía por unas vertiginosas paredes verticales, zigzagueando, cuando unas voces me sacaron de mi ensimismamiento.
Eran José Luis y Marc, que se aproximaban desde atrás, y en pocos minutos, estuvieron a mi altura.
Bajaban a buen ritmo, con frescura, cualquiera diría que llevaban tantísimas horas en marcha...
Me aconsejaron coger un bastón si veía alguno tirado o aprovechar alguna rama de árbol, ya que habría descensos mucho más largos, aunque según Marc, este era uno de los más duros, debido al desnivel.
Poco a poco me fueron dejando atrás, y, como por arte de magia, vi un bastón al margen del camino.
Sin embargo estaba partido, así que tras examinarlo lo devolví al "sendero" (por llamarlo de alguna forma), y al alzar la mirada, no había ni rastro de mis recientes amigos.
Sin embargo, oía sus voces animadas en la distancia, pero el "camino" acababa...
Entonces me fijé en un pequeño saliente que rodeaba una roca incrustada en la montaña, de la que colgaba una gruesa cadena de hierro.
Era preferible no mirar abajo, menudo vértigo... Me aferré a la cadena y apoyé los pies en el saliente, esperando que no pasase como en las típicas escenas de las películas donde nada más pisar el protagonista, el saliente cede y se queda colgando del vacío.
Por suerte no fue el caso, el saliente era sólido y firme, y fui pasando mirando hacia el frente, hacia la roca, mientras mis brazos iban pasando de izquierda a derecha, apoyándose en la cadena.
Al llegar al otro lado de la roca contemplé con desmayo como José Luis y Marc emprendían otro tramo de bajada vertiginosa con cadenas, pero ya no lo veía con reparo, sino como un desafío, la adrenalina inundaba mi cuerpo y me lancé a él a la carrera, derrapando en uno de los zigzags previos a ella debido a las piedras sueltas esparcidas sobre el suelo.
Me acordé de los ascensos en Calamorro con cuerdas, debido a los desprendimientos de tierra provocados en dicho CxM debido a la intensa lluvia, y los recordé casi como un juego de niños comparados con estas bajadas con cadenas... Lo que puede cambiar nuestra perspectiva de las cosas con la experiencia...
En cuestión de minutos me puse a su altura y al momento los había incluso dejado atrás, adelantando incluso a otra pareja antes de dejar atrás la montaña y penetrar en un bosque plagado de raíces y obstáculos (rocas, ramas caídas, árboles, piedras sueltas...) en solitario.
Mi única reserva de líquido eran los 500 mililitros de mi botellín, pero la bajada me estaba destrozando los cuádriceps, así que decidí disolver un poco de magnesio y sales para ir bebiendo poco a poco.
Justo antes de penetrar en el bosque, en el puerto de montaña, dos jóvenes que estaban acampados en el mismo, supongo que de la organización, me dijeron que estábamos a menos de 6 kilómetros de La Margineda, así que no podía estar lejos de recuperar al fin, pero sudaba tantísimo...
Había tramos en la bajada por el bosque en los que tuve que sentarme y deslizarme, como si de un tobogán se tratase, ya que el desnivel era tan fuerte y la superficie tan inestable que tras caer dos veces de culo contra el suelo, decidí que si bajaba de culo al menos me ahorraría los dolorosos impactos.
Decidí, por tanto, bajar en cuclillas y cuando necesitaba frenar, apoyar el culo y las manos, lo que no fue mala técnica, ya que en el tramo de bosque adelanté a una mujer mayor y a un corredor también veterano, extranjeros, que se apartaron al oírme bajar desde lejos para dejarme paso.
Me dolían tantísimo los músculos y estaba tan sediendo que decidí apurar de golpe el botellín, disfrutando del mejor trago líquido que había experimentado en años, pese al amargo sabor de las sales.
La bajada seguía en pendiente, no era dan dura pero mis músculos se negaban a responder, así que descendía dando pasos largos.
Los veteranos extranjeros no tardaron en hacer aparición, y, devolviéndoles el detalle, los esperé en el margen del sendero hasta que pasaron de largo.
"¡Ese malagueño!" Poco después pasaron Malio, otro corredor que no conocía y una corredora, y, pese a que pausaron ligeramente el ritmo al ponerse a mi altura, les dije que siguieran, que en breve les daría alcance (si conseguía que mis piernas respondiesen).
Tras comentar que veían increíble que hubiese superado el descenso anterior sin palos y tras desearme suerte, fueron bajando, a un ritmo bastante superior al mío.
Estaba muy cansado e iba tropezándome continuamente con las enormes ramas secas que plagaban el suelo... "malditos palos... ¡palos!"
Recordaba vagamente que Mayte me había explicado como encontrar unos palos acordes a la altura de cada uno, no recordaba exactamente como era, pero tras probar varios, me decidí por dos de altura ligeramente diferente, pero grosor similar, bastante estables y con pequeñas ramitas partidas a la altura donde ponía las muñecas, de forma que me servían de apoyo.
Bajar con ellos era una gozada, podía dar descanso a mis agotadas piernas, y, no sé si sería por la motivación que la idea me había aportado, el alivio en las piernas al cambiar de dos a cuatro apoyos o el efecto de las sales, pero comenzaba a encontrarme mucho más descansado, aunque peligrosamente sediendo.
Tras unos 10 minutos de bajada completamente en solitario, comencé a vislumbrar a lo lejos al grupito de Malio, al que le pregunté si sabían cuanto quedaba para la Margineda, con un hilo de voz, ya que tenía la garganta muy seca, a lo que la muchacha me respondió que creía que en kilómetros no sabría decirme, pero sobre una hora o hora y cuarto de tiempo.
Habían parado un momento, así que, medio en serio medio en broma les dije "bueno, nos vemos ahora... si no me quedo por el camino..."
Se lo tomaron en serio y me preguntaron que qué me pasaba, y les dije que estaba bien, pero muy sediento y sin reserva de agua, que por lo demás bien, cansado pero para llevar tantas horas corriendo, muy entero.
Malio se ofreció a compartir lo poco que le quedaba en su botellín conmigo, que tragué con un sonoro buche que me limpió la boca y la garganta y me devolvió la voz, y tras darle infinitas gracias y despedirme para seguir, sus acompañantes me dijeron que si quería, podían compartir también su agua conmigo.
Les dije que no quería abusar, pero insistieron y no pude negarme; pese a que lo quisiese ocultar, estaba preocupado por la escasez de agua, y comenzaba a necesitarla de verdad.
La muchacha casi me llenó el botellín, alegando insistente que no había tocado el agua desde Coll Botella, así que tras deshacerme en agradecimientos a los que quitaron importancia (tan solo dijeron "hoy por ti y mañana por mí, así somos los montañistas, tenemos que ayudarnos siempre") nos despedimos.
Vertí lo que quedaban de las sales que había usado previamente en el botellín y comencé a dar pequeños sorbitos, dejándolo hasta la mitad antes de apretar el paso.
Busqué de nuevo el punto cómodo de las ramas en mis manos y continué descendiendo.
En la distancia se veían varias casas blancas, y de la chimenea de una de ellas emanaba humo; "¡Por fin, ya se ve la Margineda!"
Estaba lejos, pero con toda seguridad, a menos de una hora, incluso a menos de media.
Con resolución y un renovado ánimo, acometí el descenso, a buen paso.
Sin embargo, pronto me alcanzaron Amalio y mis salvadores, probablemente no les hubiese alcanzado previamente por haber aumentado el ritmo yo, sino por haberlo pausado ellos...
Bueno, recorrimos varios metros juntos y poco después me dejaron atrás, justo antes de llegar al último tramo con cadenas, primero antes de cruzar el bosque.
Cuando terminé el tramo de cadenas los vi a lo lejos, corriendo sobre la hierba, y me extrañó que rodeasen las casas y se perdiesen de vista en lugar de penetrar en ellas.
También me escamaba el profundo silencio de la zona... para ser una base de vida la esperaba mucho más animada, con vítores, aplausos, música quizás... Y sin embargo tan solo un par de personas aplaudían el paso de mis amigos y otras pocas caminaban, despreocupadas, por la zona.
Cuando llegué a su altura me extrañó que las balizas de la prueba me guiasen hasta el exterior de aquel silencioso lugar, decidí preguntar a un hombre mayor casi al final del mismo si estaba en La Margineda, y me dijo "No Margineda, Aixàs, La Margineda una hora".
Con razón estaba todo tan silencioso... bueno, al menos no podía quedar lejos...
Aprovechando la escasa sombra que quedaba fui avanzando, por un camino primero embarrado y lleno de agua, conforme rodeaba una zona de cultivo, y seco y pedregoso después.
Una cuesta enorme, sin nada de sombra se alzaba ante mi... bueno, dentro de lo malo, tras la cuesta deberá verse La Margineda...
Pues no, no se veía, lo que si se veía era una ciudad a lo lejos (que esperaba que no fuese La Margineda, ya que, aunque estaría a unos 4 kilómetros horizontales a lo sumo, habría cerca de un kilómetro vertical entre mi posición y la ciudad).
Breve descenso; nuevo ascenso; acabo el último buche de agua; sed, MUCHA sed.
Avanzo como un zombi, tambaleándome y apoyándome en las ramas, y menos mal, si no llego a tenerlas conmigo...
El camino gira ligeramente, dejando la lejana ciudad a mi derecha, lo que me hace tener la esperanza de que La Margineda se encuentra a mi izquierda y en cualquier momento me la voy a encontrar de golpe, pero la quietud en el ambiente y el hecho de que recordase haber visto en la chuleta del desnivel acumulado que había una bajada enorme en el primer tercio de la carrera (esperaba que no fuese precisamente ahora) indicaban lo contrario.
Nueva y enorme subida, en la que tengo que pararme a medio camino, pensando que no voy a poder con ella.
Decido echarme un puñado de cacahuetes a la boca y comerme una barrita y una tableta de Isostar.
No me encuentro bien, no sabría decir qué tengo, pero un malestar general inundaba mi cuerpo, además el dolor general que me acompañaba desde hacía varias horas.
Posiblemente, además de la deshidratación, que comenzaba a ser palpable, también estuviese bajo de azúcar, porque comencé a encontrarme mejor y pude acabar de subir la pendiente, aunque no sabría decir cuanto tiempo tardé en ello.
Una vez arriba, por suerte, los árboles entre los que discurría el camino me fueron dando sombra, y eso, unido a la pendiente descendente, hicieron que mi motivación comenzase a aumentar, así como mi ritmo.
Nunca había corrido empleando palos, y aunque las ramas no eran palos en sí, el cambio de dos a cuatro apoyos me vino fenomenal, apoyaba primero las ramas, daba zancadas largas y en los tramos de zigzag, las usaba para pivotar y mantener el equilibrio, de forma que avanzaba rápidamente con gran seguridad.
De repente vi a un hombre mayor venir desde lejos, que sacó una cámara y comenzó a hacerme fotos.
Me imaginé como sería ir por la Sierra de Mijas, ajeno al mundo, y que de repente irrumpiese un corredor con ramas y un dorsal en el pecho, cargando con un frontal en la cabeza, pese a ser de día (tanto a José Luis como a Marc o a Malio les sorprendió, pero prefería llevarlo en la cabeza que en la mochila, sin lugar a dudas); Sería una imagen digna de fotografiar, sin duda.
El hecho de que el hombre estuviese a tanta altura hizo brotar la ilusión en mi pecho, ya me veía vislumbrando La Margineda en cualquier instante...
Me paré a preguntar que a cuanta distancia estaba; el hombre no hablaba español, pero logró decirme que a unos 300 metros chapurreando un poco.
"¿300 metros? ¡eso está tirado!"
Sin embargo, cuando llevaba cerca de 10 minutos bajando, entre los árboles, pude vislumbrar lo que creía que era, finalmente, La Margineda...
Quizás aparte de no hablar español el hombre confundiese el metro con el decámetro... por lo menos habría 3 kilómetros hasta la meta, y creo que no me equivocaba mucho al pensar que de esos 3 kilómetros, uno sería vertical...
Me concentré en los descensos previos que llevaba en el cuerpo, y decidí que, definitivamente, este no era tan duro como otros previos, el sendero era relativamente ancho y el firme bastante estable, sin embargo, el ir zigzagueando viendo a lo lejos el objetivo, desde las alturas, mermaba mi ánimo.
No quería mirar el reloj, así que no sabía si estuve minutos o horas descendiendo...
Mentalmente notaba que comenzaba a divagar, por lo que repetía mentalmente el número de Mayte, a modo de mantra, tanto para tranquilizarme sabiendo que podía contactar con ella si el móvil se quedaba sin batería (no sabía cómo estaría aguantando el Quechua Phone) como para comprobar que seguía "cuerdo".
Me comenzaba a doler la cabeza, tenía la boca pastosa y tenía un calor horrible... pero no podía parar, no ahora, estaba cerca, lo sabía...
No sé como, pero al atravesar un arroyo, estando ya inclinado y con el botellín destapado, vencí la tentación de hartarme de beber... Realmente al levantarme, con un pequeño mareo, no recordaba ni si quiera, haber visto el arroyo, pero aunque sabía que era real y no una ilusión (emanaba fresquito) no quería jugármela tanto.
Metí la mano en él; el agua era transparente, muy fresca, aunque poco profunda, y aproveché para refrescarme los brazos y la cara, pero los numerosos relatos de atletas que han tenido que abandonar en ultras tras beber agua de ríos, arroyos e incluso charcas rondaban mi mente, así que hice de tripas corazón y continué avanzando, tras volver a tapar el botellín.
No recordaba haber estado nunca tan sediento, a pesar de entrenar durante horas en Málaga en pleno verano, a temperatura de incluso 40 grados, como si nada.
Parecía que no avanzaba, pero tras un rato comencé a ver más y más cerca la ciudad.
Unas canchas y un gran edificio aparecieron entre los árboles, a poco más de una centena de metros verticales por debajo de mí, y cuando estaba a unos 50 metros verticales del complejo, dos hombres aparecieron ante mi, de la nada, y comenzaron a aplaudirme y a darme ánimos, no sabría decir en qué idioma.
De repente, a lo lejos vi un trozo de asfalto; casi me alegro de ver que estaba, no a nivel del mar, pero, al menos, a nivel de civilización, de nuevo.
Más gente aguardaba en la zona, aplaudiéndome al pasar, y al llegar al asfalto, por intuición, giré a la izquierda.
Una ligera pendiente se elevaba ante mi, y allá que fui, sujetando los palos con mi mano derecha mientras aceleraba el paso todo lo que me era posible...
Una baliza certificaba que estaba en el camino correcto, aunque, ¡qué largo era el camino! a media pendiente tuve que echar mano a los palos, con los que me ayudé hasta que la pendiente cambiaba de rasante y se igualaba...
Y entonces, a lo lejos, vi a Mayte, sentada en unas escaleras, con cara cansada pero expectante...
La trampa de Morfeo
La Margineda, 11:16. km 43.
Jamás pensé que la distancia de una maratón pudiese dar para tanto...
Tras abrazar a Mayte y decirle que me encontraba bien, ascendí los peldaños que guiaban al interior del recinto, en el que me chequearon el chip para dejar constancia de mi llegada antes de permitirme acceder al mismo.
Como llevaba horas soñando hacer, lo primero que hice fue rellenar un botellín de agua en el avituallamiento, que un amable voluntario vertió desde una garrafa, lo vacié de golpe, le pedí que me lo rellenase de nuevo, lo tapé y, dando un par de sorbitos mientras buscábamos un lugar donde ubicarnos, comenzaba a quitarme capas.
Nos sentamos en un banco plagado de platos ya usados, que amontonamos en el borde para hacer espacio.
Solté los palos, notando que al retirar la presión de ellos me dolían las manos (tenía marcas en ellas de apretar fuerte en las bajadas), me quité la mochila de la espalda, con una sensación casi orgásmica recorriendo mi cuerpo al sentir el alivio de la ausencia de su peso.
Me quité también el sobrepantalón y el cortavientos, el frontal, lo que alivió mi cuello, y me senté; jamás me había aliviado tanto sentarme...
Antes de queme diese cuenta, y llevaba segundos sentados, había vaciado el segundo botellín...
Mayte me preguntó que como estaba y me contó su odisea para llegar a tiempo a La Margineda para traerme las baterías de repuesto para el frontal... y de paso, para volver al hostal desde Ordino...
Me dejó a cuadros, tener una pareja ultra fondista es hasta más duro que ser ultrafondista, pasó frío, sueño, hambre... y aquí estaba, al pie del cañón, recibiéndome con una sonrisa y un abrazo; increíble, y yo quejándome de mis penurias...
Me comentó que tenía mucha hambre, ya que se había saltado el desayuno del hostal para llegar a tiempo, y me noté muy hambriento yo también.
Por primera vez en más de 12 horas mi cuerpo se había relajado, lo que hizo que me costara mucho ponerme en pie, y que comenzase a notar las magulladuras de los golpes y el intenso dolor producido por el esfuerzo en todos los puntos de mi cuerpo que seguían con sensibilidad.
No obstante, aun podía caminar en línea recta, y cogí chocolate, un plato con pasta, frutos secos, y rellené dos botellines con agua, y uno de ellos con Powerade en polvo.
Le dejé a ella el plato de pasta, del que comenzó a picar, mientras yo comenzaba a comer, aunque, sobre todo, beber.
En otras ocasiones, al beber tanto (aunque me fui dosificando todo lo que pude), en cuestión de minutos me encontraba tan lleno y pesado que tenía que parar... no fue el caso en esta ocasión, mi cuerpo absorbía el líquido tan pronto como le llegaba, y en ningún momento llegué a sentirme saciado realmente, paré para evitar que me sentase mal a posteriori, al volver a ponerme en marcha.
Decidí que no quería volver a experimentar el peso aplastante de mi mochila contra mi espalda, pero estaba totalmente decidido a llenar la bolsa de hidratación hasta los topes en esta ocasión...
Así que, decidí dejar todo lo no imprescindible fuera de la misma.
Las gafas de sol eran prescindibles, la cámara de fotos también (aunque sabía que ello repercutiría en la existencia de material gráfico para la posterior crónica, por lo que ahora me arrepiento), ¿ropa de recambio? el sudor se me había secado y había vuelto a impregnar mi ropa en decenas de ocasiones, y seguía a la perfección...
Dejé tan solo un paquete de cacahuetes, barritas energéticas, pastillas de Isostar y los shots de Powerade de la bolsa del corredor, así como las sales.
Me quité las Skechers y los Lurbel, pisé el frío suelo y el alivio general que reconfortaba mi cuerpo y espíritu se sumó a mis pies también, muy doloridos tanto por la fatiga como por el impacto con innumerables obstáculos en el largo camino seguido desde Ordino.
Me hacía falta descansar, me relajé tanto que me el sueño comenzó a cerrar mis párpados, pero por suerte Mayte me mantenía alerta hablándome, preguntándome cosas y echándome fotos.
No recordaba haber bebido tanto, pero de nuevo, los dos botellines estaban vacíos, y ya me había acabado la comida que tenía prevista, así que fui a por más chocolate y frutos secos mientras rellenaba los botellines, añadiendo Powerade en sales a uno de ellos, de nuevo.
Mayte me dijo que estaba ya llena, así que me acabé su plato de pasta, me bebí ambos botellines y, algo aliviado, sentí la necesidad de ir al baño, por partida doble además; la comida y la bebida estaba siendo aceptada por mi cuerpo.
Llevaba bebidos cerca de 3 litros en menos de media hora, y aun así el pis fue amarillo intenso... por suerte llegué a La Margineda justo a tiempo, no quería ni pensar que hubiese pasado de haber tardado una hora más en llegar.
Me encontré con Malio al salir del baño, que me saludó, eufórico, y me preguntó que como estaba.
Le dije que muchísimo mejor, y me dijo que iba a ducharse y a cambiarse antes de comer algo más, y me recomendó hacer lo mismo.
Ahí me arrepentí de no haber preparado toalla y mallas largas de recambio, pero bueno, al menos la parada me estaba dejando como nuevo.
No me apetecía comer más comida, pero sí picotear, y cogí frutos secos y chocolate, que bajé con una nueva botella de agua con Powerade, que los voluntarios me ofrecieron gustosos y sonrientes.
Decidí no beber más hasta salir del punto de avituallamiento, no fuese que ahora me pasase y bebiese en exceso, ya que el sudor había parado hacía rato.
No estaba cómodo quieto, llevaba solo un tercio de la carrera, los kilómetros me esperaban, así que le puse las baterías de repuesto al frontal, que me coloqué en la cabeza, me enfundé sobrepantalón y chaleco y me puse los Lurbel de repuesto antes de abrocharme de nuevo las zapatillas.
Me comí una barrita energética, cogí fruta del avituallamiento y volví al baño (ya comenzaba a circular el líquido).
Nuevamente me encontré con Malio sonriente, al que dije que esperaba que me alcanzase pronto, ya que me dijo que planeaba descansar un poco más aún.
El pis seguía amarillo, pero ya era bastante más claro, comenzaba a normalizarse el nivel de líquido de mi cuerpo.
Rellené la bolsa de hidratación y los botellines hasta los topes, uno con agua y sales, para ir bebiendo poco a poco cuando me diese sed y otro con Powerade en polvo, como de costumbre.
Me eché la mochila, nuevamente muy pesada, a la espalda, y le dije a Mayte que tenía que irme.
Fuimos juntos a la puerta, me deseó suerte antes de despedirnos con un rápido beso, y contemplé como ella se encaminaba hacia la derecha de la calle mientras yo cogía el camino de la izquierda, bajando por un caminito empedrado, emocionado; no sabía cuantas horas pasarían hasta que la volviese a ver.
Bajé por él escuchando el "clac clac" lejano de un bastón, pero no veía a ningún corredor, solo a una mujer mayor que me dio ánimos al verme pasar.
El puente me guió hasta la carretera por la que había subido en bus hasta Andorra la Vella desde Barcelona, no hacía aún ni 24 horas, pero me parecía que hacía ya días, el recuerdo era muy lejano en mi mente.
Quizás por la hora (algo menos de las 12 de la mañana) no había demasiada gente en la calle, pero aun así algunos curiosos aplaudían mi paso.
Desde la carretera pude ver, por el otro lado de la calle, al corredor cuyos bastones había oído hace unos instantes, avanzando a gran velocidad; Corrijo, era un héroe, portaba el dorsal de la Ronda Dels Cims.
Avancé a más velocidad para ponerme a su altura, pero cuando llegué al punto donde lo había visto anteriormente ya no estaba.
Quizás hubiese tenido que coger otra dirección (había carteles indicando dirección según prueba), o quizá simplemente había decidido apretar el paso también y había decidido dejarme atrás.
Me notaba bastante entero, el descanso me había sentado de lujo, aunque al volver a apretar me había comenzado a notar un poco lento, como pesado, quizás por la gran cantidad de líquido que había estado ingiriendo.
Creía estar dando un rodeo un poco tonto, pero la llegada al punto más bajo de la prueba, el puente románico de La Margineda, valió la pena.
El sol, implacable, se alzaba con poderío en el cielo, sin dejar apenas sombra para refugiarnos de su azote, lo que hizo que en la subida posterior al cruce del puente comenzase a sudar profusamente.
Pese a notarme lento y pesado, no me parecía estar avanzando despacio, pero vi a lo lejos a un padre paseando a su perro en compañía de su hijo y tardé cerca de un minuto en alcanzarlos.
De hecho, al dejarlos atrás, el perro se adelanto unos pocos de metros y el niño se puso a su altura en cuestión de segundos, adelantándome sin esfuerzo ninguno.
Como iban paseando acabé por dejarlos atrás, pero tardé cerca de un par de minutos.
Una vez más estaba solo, andando, ya que entre el machaque físico que llevaba y la cuesta que se alzaba ante mí, sudando profusamente y bastante fatigado.
Me giré y vi La Margineda pocos metros por debajo de mi, apenas 100, y el pico por el que había descendido hacia la ciudad hacía poco más de una hora... Era enorme, realmente imponente.
Acostumbrado a tener cerca la Sierra de Mijas, con cumbre a 1150 metros sobre el nivel del mar (Pico de Mijas) y la Sierra Blanca, con cumbre a 1275 metros sobre el nivel del mar (Pico del Lastonar), ver esos gigantes erguidos a mi alrededor me hizo sentir minúsculo, incluso intimidado por su imponente presencia.
Me volví, echando mano del preciado líquido recién cargado en mi camel, y tras un largo sorbo de agua fresquita, continué el ascenso.
Comenzaba a notarme somnoliento, como si de repente el peso de tantísimas horas de sueño acumulado comenzase a caer sobre mí como si de una losa se tratase, y cada pocos metros que avanzaba tenía que pararme para dar un trago de agua y recuperar el aliento, que cada vez perdía con mayor facilidad.
Para hacerme más llevadero el ascenso, me imaginé que estaba ascendiendo a la Sierra de Mijas, como aquella noche en la que, en compañía de Raúl y Ramón, emprendimos una aventura por la sierra en busca de la luna llena.
Me imaginaba que, como aquel día, Raúl, compañero del Club Atletismo Fuengirola, estaría en cabeza, y Ramón, ultra atleta experimentado, pisándome los talones, y con el recuerdo de esa sesión en mi mente traté de avanzar a un ritmo mayor.
No sé cuanto tiempo estuve ascendiendo hasta que realmente tuve compañía humana, ya que comenzaba a dolerme un poco la cabeza del sol (seguía sin haber apenas sombra, aunque el fresco viento que soplaba aleatoriamente me despejaba un poco), tenía mucho sueño y comenzaba a confundir realidad y fantasía.
Varias veces me pareció ver de refilón, pocos metros por delante de mí, un bastón moverse, o una mochila pasar, justo antes de perderse entre la vegetación, pero cuando apretaba el ritmo para acechar al corredor y no ascender en solitario, o no encontraba nada, o me daba cuenta de que lo que creía haber visto era en realidad una rama o un arbusto.
Paré a orinar y el color fue, por primera vez en muchos kilómetros, clarito; si en algún momento estuve en riesgo de sufrir una deshidratación seria, éste ya había pasado, y estaba bien aprovisionado.
Para intentar despejarme, ya que cada vez me notaba más pesado, aproveché la parada para comerme un par de los shots de Powerade, que contenían cafeína, y aunque en los minutos posteriores a ingerirlos si me noté más despierto y ligero (no sé si la eficacia es tan potente o fue el efecto placebo), a los 10 minutos volvía a ver corredores tras cada sombra, que nunca llegaban a existir.
Llegué a escuchar el "clac clac" de un bastón, y me paré en seco porque no sabía si estaba alucinando o era real, peor tras poco más de un minuto, vi a una corredora ascendiendo entre la vegetación, una decena de metros por detrás de mí.
"Vale, ella es real, voy a intentar usarla como referencia y mantener un ritmo uniforme..."
Sin embargo, tras unos 10 minutos en los que, irremediablemente, tenía que parar a recuperar el aliento conforme iba ascendiendo, acabó por ponerse a mi altura, y poco a poco me fue dejando atrás.
Volvía a estar solo, y las alucinaciones se acentuaron; me pareció ver a dos voluntarios sentados en una roca, y cuando me acerqué no era más que vegetación sobre la misma; se veía perfectamente, pero hasta que no estuve a un par de metros de distancia de la roca no llegué a distinguirlos.
Comencé a preocuparme, nunca me había pasado algo así, aunque tampoco había estado nunca tantas horas seguidas corriendo, salvo en los 101... Claro que ese día había dormido lo suficiente, y habíamos comenzado a correr al medio día, no durante la noche...
Repetía mentalmente el número de Mayte mientras avanzaba, a fin de mantenerme concentrado en algo que me diese la certeza de ser real, ya que hasta las sensaciones que me transmitía mi cuerpo parecían engañarme (un par de veces noté como un corte en las manos y al retirarlas del palo estaban perfectamente, aunque el dolor segundos atrás era totalmente real e intenso...).
Otra mujer, que pensaba que era imaginaria, ya que apenas hacía ruido con los bastones al avanzar, pero que resultó existir, comenzó a acercarse cuando, por la vista que tenía de la montaña, estábamos a menos de medio camino de alcanzar la cima.
Las vistas eran impresionantes, y de repente me dio la sensación de que todo era un sueño, de que no podía ser real que estuviese envuelto en una situación así, rodeado de montañas absurdamente grandes, avanzando por una pendiente infinita bajo un sol abrasador... Parecía no tener lógica, cómo si todo me estuviese pasando en tercera persona...
Llegó un momento en el que la corredora se puso a mi altura, y vi en el dorsal que era belga, aunque no recuerdo el nombre.
Le dije "goedemiddag, hoe gaat het?" (algo así como buenas tardes, ¿qué tal?), y me miró extrañada con una media sonrisa, no sé si porque no procedía de una zona de habla flamenca o porque sí y le extrañó, pero la cosa es que se limitó a sonreír, sin responder.
Me despedí con un "doei!" (¡adiós!) y volví a atacar la subida, que comenzaba a llegar a su fin (o eso pensaba, ya que tras cada cambio de rasante el camino se elevaba más y más).
Hacía calor y estaba empapado en sudor como no recordaba haberlo estado nunca, y me atrevería a aventurar que me bebí un tercio de mi recién recargada bolsa de hidratación en ese eterno tramo de subida...
De repente me topé con una visión surrealista, un corredor estaba en mitad del camino, tumbado sobre una estera, comiéndose un plátano con la camiseta con el dorsal sobre una roca, al lado suya, y hablando por teléfono en francés.
Tenía que ser real, pero ya ni me preocupaba en procesar lo que veía o sentía, sólo importaba seguir avanzando, buscar resguardo del implacable sol y, con suerte, un tramo con pendiente neutra o a favor.
Las vistas cuando me giraba eran cada vez más increíbles, pero por delante de mí cambiaba poco... tenía unas ganas de llegar al final...
Cuando pensaba que tras el próximo cambio de rasante llegaría otro tramo de subida, me sorprendió redondeándose y descendiendo suavemente, y aunque la pendiente no tardaba en elevarse de nuevo, ligeramente, fue alternando pequeñas subidas y bajadas hasta que finalmente los tramos de bajada fueron predominando.
La mujer belga me alcanzó en ese tramo, en una parada que hice para tomarme una barrita energética y otro shot de Powerade, aunque una vez retomamos la marcha volví a dejarla atrás.
A lo lejos se ve una casita con algunas personas alrededor, y rezo porque sea un avituallamiento. He estado horas ascendiendo, por lo menos, ¿qué menos?
Mientras me acerco, una de las personas comienza a echarme fotos, como sorprendida, y me anima.
Su compañero me toma nota del dorsal y al preguntar si el lugar es un punto de avituallamiento me dice que no, pero que hay una fuente con agua.
Meto las manos en el agua helada y me limpio el sudor de brazos y cara, lo que me espabila bastante, aprovecho para beber, acabarme la botella de Powerade y rellenarla de agua, y me despido de los voluntarios, cuando otros corredores que, o bien estaban esperando antes de mi llegada o bien acaban de llegar, emprenden la marcha.
Comenzamos ascendiendo una fuerte pendiente herbosa todos juntos, pero poco a poco nos fuimos desperdigando.
Tomó el liderato un corredor veterano, seguido de una pareja de corredores más jóvenes y de mí, mientras que una corredora y la muchacha belga se acercaban desde detrás.
A media cuesta adelanté a la pareja, y poco después, al corredor que lideraba el ascenso, pero cuando paré a recuperar el aliento me quedé a la cola del ascenso.
La pareja superó al corredor veterano, las dos corredoras hicieron piña y avanzaban a la par, pisándole los talones al corredor veterano, y yo llegaba desde atrás, aunque perdiendo terreno con respecto a ellos.
De repente, me adelantó un corredor desde atrás, diría que francés, por el acento, al que no había visto aproximarse cuando comenzamos el ascenso, y me dijo "avanzas demasiado recto, vas más lento si avanzas en zigzag, pero te cansas menos" y continuó a buen paso.
Me giré y vi que, en efecto, mientras que los corredores que estaban comenzando el ascenso avanzaban efectuando un marcado zigzag, yo había ido lo más recto posible, solo efectuando el zigzag en los tramos con pendiente demasiado fuerte o terreno poco seguro.
Al llegar a la cima del ascenso, el cambio de rasante nos reveló unas vistas preciosas sobre un valle surcado por un río, en el que, a lo lejos, se veía una casa mayor que la que habíamos dejado antes atrás.
Ante ella se aglomeraban numerosas vacas y varios caballos, cuyos cencerros resonaban por todo el valle al moverse.
Ataqué una marcada pendiente, perdiendo terreno con respecto a todos los corredores que me precedían, pero sin importarme demasiado, ya que estaba más preocupado por las sensaciones que percibía.
Lo veía todo como en un cuadro, sabía que la casa y los corredores estaban lejos, pero en mi mente estaban muy cerca, y sentía que me movía como en una serie de dibujos o algo así, y notaba como que perdía el control sobre mi cuerpo, que avanzaba por inercia, y aunque veía piedras y obstáculos en el camino y trataba de evitarlos, mis piernas no respondían y tropezaba con ellos, pero ni si quiera sentía dolor, tan solo me desequilibraba y continuaba avanzando.
Comencé a notar frío por primera vez en muchas horas, pese a que apenas soplaba viento y el sol sobre nosotros, así que, sin parar de avanzar (no recordaba como frenar las piernas), me puse bien las mangas de la malla y el cortavientos, que me abroché hasta el cuello, y me puse un buff en el cuello.
No sabría cuanto tiempo tardé, pero llegué a la casa, donde una vez más me pidieron que mostrase mi dorsal, y como en este caso el lugar si era un punto de avituallamiento, penetré en el interior.
Era cálido, pero no tanto como otros previos, y estaba sumido en un intimidante silencio.
Un voluntario me preguntó si quería café o sopa y, casi sin pensar, le dije que ambos.
Había varias personas sentadas tomando sopa calentita y una persona echada sobre una cama en la parte derecha de la habitación.
Vi en una hoja lo que llevábamos de carrera; 51 kilómetros y apenas la mitad del desnivel positivo acumulado total... No podía creérmelo...
Me senté, me quité la mochila, aunque no sentí alivio ninguno, y me quedé ensimismado... me sacó de mi ensimismamiento el voluntario colocándome la sopa caliente en un cuenco en las manos, no sabía cuanto tiempo habría pasado, si segundos o minutos, pero las personas que estaban antes sentadas a mi lado ya no estaban y ocupaba su lugar otro corredor, que al entrar yo a la casa no estaba.
Me asusté un poco, pero el café y la sopa me ayudaron a espabilarme.
Comí fruta, acabé los shots de Powerbar, me bebí un botellín de agua, que rellené de un bidón que allí había, disolví sales en él y comencé a beber poco a poco.
El segundo bidoncito lo rellené de Powerade en polvo.
Comprobé la bolsa de hidratación, a media carga aún, y decidí dejarla así, ya que en el último tramo había estado orinando mucho, clarito, y no sentía sed alguna.
Pedí un segundo café, en el que mojé galletas maría (al igual que el primero, era solo y con poca azúcar), picoteé frutos secos y chocolate, y pregunté si había baño antes de retomar el camino.
Me dijeron que no, pero que todo lo que viese fuera de la casa era baño, así que salí, esperé la llamada de la naturaleza y volví, notando como el sueño volvía a mí.
Mientras preparaba la mochila comencé a hablar con un corredor, que me dijo que había llegado allí a las 11 de la mañana, pero que no había echado vaselina y crema para las rozaduras, y me enseñó sendas marcas de sangre en sus mallas.
Me dijo que se había echado un buen rato, que había comido y estaba listo para seguir; le di ánimos y me decidí a salir tras él.
Justo antes de salir yo entró un corredor mayor, con gafas, que revolucionó el avituallamiento, charlando con todo el mundo, soltando comentarios ingeniosos y llenando de vida la antes sepulcral casa.
Sin embargo, estaba muy preocupado y sabía que si me quedaba no sería capaz de reemprender el camino después.
Sentía muchísimo frío, así que incluso me puse los guantes, y comencé a correr por supervivencia.
El terreno cedía en algunos puntos, y el agua del cercano río aparecía en las huellas que había por delante de mí, así que aprovechaba las zonas con rocas para saltar sobre ellas, evitando barro y agua.
Sin embargo, no sentía esa ilusión y energía que tuve al ascender al Comapedrosa, me notaba muy apagado...
Crucé el río en sí mientras dos corredores que conversaban en catalán me adelantaban, y aunque traté de mantenerles el ritmo, no me fue posible.
De repente, no sé que pasó, pero miré a mi alrededor y no sabía donde tenía que ir.
Con la mirada, buscaba las balizas, y de repente mi mirada se perdió en el paisaje.
Cuando miré hacia abajo estaba totalmente desorientado, no sabía donde estaba, y no se por qué, me abrí el cortavientos, me sentía agobiado por él pese a tener frío.
Me vi el dorsal y me dije a mí mismo "¿estoy corriendo?"
De repente, dos corredores que llegaban desde atrás atrajeron mi atención, y me devolvieron a la realidad.
No sabía si me había dormido de pie de repente, si me había imaginado lo que había pasado o qué me estaba sucediendo, solo sabía que estaba corriendo y, sin recordar haberme parado, estaba en mitad del camino, temblando de frío.
Eché mano, con dedos temblorosos, a mi cortavientos; tenía algo pensado para esta situación, un botecito pequeño de "5 hours energy", al que di un buche hasta la mitad.
Sabía a fanta concentrada muy fuerte, casi como si tuviese alcohol, y de inmediato entré en calor y noté como los párpados dejaban de pesarme.
Corrí tras la pareja de corredores que me acababa de pasar, y los dejé atrás, y vi como a lo lejos, otra pareja de corredores estaba comenzando a cruzar un riachuelo.
Cuando llegué a la altura donde habían comenzado a cruzar me quedé adormilado de nuevo, me quedé mirando el agua y me bloqueé, como si no supiese avanzar.
Al llegar la pareja que acababa de dejar atrás, y casi de manera mecánica, seguí sus pasos, y crucé el arroyuelo.
Decidí que no podía seguir así, estaba atravesando una ligera pendiente descendiente, pero, ¿y si me quedaba dormido en un descenso técnico?
Había un pequeño refugio ante mí, donde las dos parejas charlaban con dos voluntarias, y con determinación y ganas de llorar, paré el crono y comencé a andar hasta él, apoyándome en mis ramas.
No podía continuar, tenía que pedir que me evacuasen.
Una única salida
Jamás pensé que la distancia de una maratón pudiese dar para tanto...
Tras abrazar a Mayte y decirle que me encontraba bien, ascendí los peldaños que guiaban al interior del recinto, en el que me chequearon el chip para dejar constancia de mi llegada antes de permitirme acceder al mismo.
Como llevaba horas soñando hacer, lo primero que hice fue rellenar un botellín de agua en el avituallamiento, que un amable voluntario vertió desde una garrafa, lo vacié de golpe, le pedí que me lo rellenase de nuevo, lo tapé y, dando un par de sorbitos mientras buscábamos un lugar donde ubicarnos, comenzaba a quitarme capas.
Nos sentamos en un banco plagado de platos ya usados, que amontonamos en el borde para hacer espacio.
Solté los palos, notando que al retirar la presión de ellos me dolían las manos (tenía marcas en ellas de apretar fuerte en las bajadas), me quité la mochila de la espalda, con una sensación casi orgásmica recorriendo mi cuerpo al sentir el alivio de la ausencia de su peso.
Me quité también el sobrepantalón y el cortavientos, el frontal, lo que alivió mi cuello, y me senté; jamás me había aliviado tanto sentarme...
Antes de queme diese cuenta, y llevaba segundos sentados, había vaciado el segundo botellín...
Mayte me preguntó que como estaba y me contó su odisea para llegar a tiempo a La Margineda para traerme las baterías de repuesto para el frontal... y de paso, para volver al hostal desde Ordino...
Me dejó a cuadros, tener una pareja ultra fondista es hasta más duro que ser ultrafondista, pasó frío, sueño, hambre... y aquí estaba, al pie del cañón, recibiéndome con una sonrisa y un abrazo; increíble, y yo quejándome de mis penurias...
Me comentó que tenía mucha hambre, ya que se había saltado el desayuno del hostal para llegar a tiempo, y me noté muy hambriento yo también.
Por primera vez en más de 12 horas mi cuerpo se había relajado, lo que hizo que me costara mucho ponerme en pie, y que comenzase a notar las magulladuras de los golpes y el intenso dolor producido por el esfuerzo en todos los puntos de mi cuerpo que seguían con sensibilidad.
No obstante, aun podía caminar en línea recta, y cogí chocolate, un plato con pasta, frutos secos, y rellené dos botellines con agua, y uno de ellos con Powerade en polvo.
Le dejé a ella el plato de pasta, del que comenzó a picar, mientras yo comenzaba a comer, aunque, sobre todo, beber.
En otras ocasiones, al beber tanto (aunque me fui dosificando todo lo que pude), en cuestión de minutos me encontraba tan lleno y pesado que tenía que parar... no fue el caso en esta ocasión, mi cuerpo absorbía el líquido tan pronto como le llegaba, y en ningún momento llegué a sentirme saciado realmente, paré para evitar que me sentase mal a posteriori, al volver a ponerme en marcha.
Decidí que no quería volver a experimentar el peso aplastante de mi mochila contra mi espalda, pero estaba totalmente decidido a llenar la bolsa de hidratación hasta los topes en esta ocasión...
Así que, decidí dejar todo lo no imprescindible fuera de la misma.
Las gafas de sol eran prescindibles, la cámara de fotos también (aunque sabía que ello repercutiría en la existencia de material gráfico para la posterior crónica, por lo que ahora me arrepiento), ¿ropa de recambio? el sudor se me había secado y había vuelto a impregnar mi ropa en decenas de ocasiones, y seguía a la perfección...
Dejé tan solo un paquete de cacahuetes, barritas energéticas, pastillas de Isostar y los shots de Powerade de la bolsa del corredor, así como las sales.
Me quité las Skechers y los Lurbel, pisé el frío suelo y el alivio general que reconfortaba mi cuerpo y espíritu se sumó a mis pies también, muy doloridos tanto por la fatiga como por el impacto con innumerables obstáculos en el largo camino seguido desde Ordino.
Me hacía falta descansar, me relajé tanto que me el sueño comenzó a cerrar mis párpados, pero por suerte Mayte me mantenía alerta hablándome, preguntándome cosas y echándome fotos.
No recordaba haber bebido tanto, pero de nuevo, los dos botellines estaban vacíos, y ya me había acabado la comida que tenía prevista, así que fui a por más chocolate y frutos secos mientras rellenaba los botellines, añadiendo Powerade en sales a uno de ellos, de nuevo.
Mayte me dijo que estaba ya llena, así que me acabé su plato de pasta, me bebí ambos botellines y, algo aliviado, sentí la necesidad de ir al baño, por partida doble además; la comida y la bebida estaba siendo aceptada por mi cuerpo.
Llevaba bebidos cerca de 3 litros en menos de media hora, y aun así el pis fue amarillo intenso... por suerte llegué a La Margineda justo a tiempo, no quería ni pensar que hubiese pasado de haber tardado una hora más en llegar.
Me encontré con Malio al salir del baño, que me saludó, eufórico, y me preguntó que como estaba.
Le dije que muchísimo mejor, y me dijo que iba a ducharse y a cambiarse antes de comer algo más, y me recomendó hacer lo mismo.
Ahí me arrepentí de no haber preparado toalla y mallas largas de recambio, pero bueno, al menos la parada me estaba dejando como nuevo.
No me apetecía comer más comida, pero sí picotear, y cogí frutos secos y chocolate, que bajé con una nueva botella de agua con Powerade, que los voluntarios me ofrecieron gustosos y sonrientes.
Decidí no beber más hasta salir del punto de avituallamiento, no fuese que ahora me pasase y bebiese en exceso, ya que el sudor había parado hacía rato.
No estaba cómodo quieto, llevaba solo un tercio de la carrera, los kilómetros me esperaban, así que le puse las baterías de repuesto al frontal, que me coloqué en la cabeza, me enfundé sobrepantalón y chaleco y me puse los Lurbel de repuesto antes de abrocharme de nuevo las zapatillas.
Me comí una barrita energética, cogí fruta del avituallamiento y volví al baño (ya comenzaba a circular el líquido).
Nuevamente me encontré con Malio sonriente, al que dije que esperaba que me alcanzase pronto, ya que me dijo que planeaba descansar un poco más aún.
El pis seguía amarillo, pero ya era bastante más claro, comenzaba a normalizarse el nivel de líquido de mi cuerpo.
Rellené la bolsa de hidratación y los botellines hasta los topes, uno con agua y sales, para ir bebiendo poco a poco cuando me diese sed y otro con Powerade en polvo, como de costumbre.
Me eché la mochila, nuevamente muy pesada, a la espalda, y le dije a Mayte que tenía que irme.
Fuimos juntos a la puerta, me deseó suerte antes de despedirnos con un rápido beso, y contemplé como ella se encaminaba hacia la derecha de la calle mientras yo cogía el camino de la izquierda, bajando por un caminito empedrado, emocionado; no sabía cuantas horas pasarían hasta que la volviese a ver.
Bajé por él escuchando el "clac clac" lejano de un bastón, pero no veía a ningún corredor, solo a una mujer mayor que me dio ánimos al verme pasar.
El puente me guió hasta la carretera por la que había subido en bus hasta Andorra la Vella desde Barcelona, no hacía aún ni 24 horas, pero me parecía que hacía ya días, el recuerdo era muy lejano en mi mente.
Quizás por la hora (algo menos de las 12 de la mañana) no había demasiada gente en la calle, pero aun así algunos curiosos aplaudían mi paso.
Desde la carretera pude ver, por el otro lado de la calle, al corredor cuyos bastones había oído hace unos instantes, avanzando a gran velocidad; Corrijo, era un héroe, portaba el dorsal de la Ronda Dels Cims.
Avancé a más velocidad para ponerme a su altura, pero cuando llegué al punto donde lo había visto anteriormente ya no estaba.
Quizás hubiese tenido que coger otra dirección (había carteles indicando dirección según prueba), o quizá simplemente había decidido apretar el paso también y había decidido dejarme atrás.
Me notaba bastante entero, el descanso me había sentado de lujo, aunque al volver a apretar me había comenzado a notar un poco lento, como pesado, quizás por la gran cantidad de líquido que había estado ingiriendo.
Creía estar dando un rodeo un poco tonto, pero la llegada al punto más bajo de la prueba, el puente románico de La Margineda, valió la pena.
El sol, implacable, se alzaba con poderío en el cielo, sin dejar apenas sombra para refugiarnos de su azote, lo que hizo que en la subida posterior al cruce del puente comenzase a sudar profusamente.
Pese a notarme lento y pesado, no me parecía estar avanzando despacio, pero vi a lo lejos a un padre paseando a su perro en compañía de su hijo y tardé cerca de un minuto en alcanzarlos.
De hecho, al dejarlos atrás, el perro se adelanto unos pocos de metros y el niño se puso a su altura en cuestión de segundos, adelantándome sin esfuerzo ninguno.
Como iban paseando acabé por dejarlos atrás, pero tardé cerca de un par de minutos.
Una vez más estaba solo, andando, ya que entre el machaque físico que llevaba y la cuesta que se alzaba ante mí, sudando profusamente y bastante fatigado.
Me giré y vi La Margineda pocos metros por debajo de mi, apenas 100, y el pico por el que había descendido hacia la ciudad hacía poco más de una hora... Era enorme, realmente imponente.
Acostumbrado a tener cerca la Sierra de Mijas, con cumbre a 1150 metros sobre el nivel del mar (Pico de Mijas) y la Sierra Blanca, con cumbre a 1275 metros sobre el nivel del mar (Pico del Lastonar), ver esos gigantes erguidos a mi alrededor me hizo sentir minúsculo, incluso intimidado por su imponente presencia.
Me volví, echando mano del preciado líquido recién cargado en mi camel, y tras un largo sorbo de agua fresquita, continué el ascenso.
Comenzaba a notarme somnoliento, como si de repente el peso de tantísimas horas de sueño acumulado comenzase a caer sobre mí como si de una losa se tratase, y cada pocos metros que avanzaba tenía que pararme para dar un trago de agua y recuperar el aliento, que cada vez perdía con mayor facilidad.
Para hacerme más llevadero el ascenso, me imaginé que estaba ascendiendo a la Sierra de Mijas, como aquella noche en la que, en compañía de Raúl y Ramón, emprendimos una aventura por la sierra en busca de la luna llena.
Me imaginaba que, como aquel día, Raúl, compañero del Club Atletismo Fuengirola, estaría en cabeza, y Ramón, ultra atleta experimentado, pisándome los talones, y con el recuerdo de esa sesión en mi mente traté de avanzar a un ritmo mayor.
No sé cuanto tiempo estuve ascendiendo hasta que realmente tuve compañía humana, ya que comenzaba a dolerme un poco la cabeza del sol (seguía sin haber apenas sombra, aunque el fresco viento que soplaba aleatoriamente me despejaba un poco), tenía mucho sueño y comenzaba a confundir realidad y fantasía.
Varias veces me pareció ver de refilón, pocos metros por delante de mí, un bastón moverse, o una mochila pasar, justo antes de perderse entre la vegetación, pero cuando apretaba el ritmo para acechar al corredor y no ascender en solitario, o no encontraba nada, o me daba cuenta de que lo que creía haber visto era en realidad una rama o un arbusto.
Paré a orinar y el color fue, por primera vez en muchos kilómetros, clarito; si en algún momento estuve en riesgo de sufrir una deshidratación seria, éste ya había pasado, y estaba bien aprovisionado.
Para intentar despejarme, ya que cada vez me notaba más pesado, aproveché la parada para comerme un par de los shots de Powerade, que contenían cafeína, y aunque en los minutos posteriores a ingerirlos si me noté más despierto y ligero (no sé si la eficacia es tan potente o fue el efecto placebo), a los 10 minutos volvía a ver corredores tras cada sombra, que nunca llegaban a existir.
Llegué a escuchar el "clac clac" de un bastón, y me paré en seco porque no sabía si estaba alucinando o era real, peor tras poco más de un minuto, vi a una corredora ascendiendo entre la vegetación, una decena de metros por detrás de mí.
"Vale, ella es real, voy a intentar usarla como referencia y mantener un ritmo uniforme..."
Sin embargo, tras unos 10 minutos en los que, irremediablemente, tenía que parar a recuperar el aliento conforme iba ascendiendo, acabó por ponerse a mi altura, y poco a poco me fue dejando atrás.
Volvía a estar solo, y las alucinaciones se acentuaron; me pareció ver a dos voluntarios sentados en una roca, y cuando me acerqué no era más que vegetación sobre la misma; se veía perfectamente, pero hasta que no estuve a un par de metros de distancia de la roca no llegué a distinguirlos.
Comencé a preocuparme, nunca me había pasado algo así, aunque tampoco había estado nunca tantas horas seguidas corriendo, salvo en los 101... Claro que ese día había dormido lo suficiente, y habíamos comenzado a correr al medio día, no durante la noche...
Repetía mentalmente el número de Mayte mientras avanzaba, a fin de mantenerme concentrado en algo que me diese la certeza de ser real, ya que hasta las sensaciones que me transmitía mi cuerpo parecían engañarme (un par de veces noté como un corte en las manos y al retirarlas del palo estaban perfectamente, aunque el dolor segundos atrás era totalmente real e intenso...).
Otra mujer, que pensaba que era imaginaria, ya que apenas hacía ruido con los bastones al avanzar, pero que resultó existir, comenzó a acercarse cuando, por la vista que tenía de la montaña, estábamos a menos de medio camino de alcanzar la cima.
Las vistas eran impresionantes, y de repente me dio la sensación de que todo era un sueño, de que no podía ser real que estuviese envuelto en una situación así, rodeado de montañas absurdamente grandes, avanzando por una pendiente infinita bajo un sol abrasador... Parecía no tener lógica, cómo si todo me estuviese pasando en tercera persona...
Llegó un momento en el que la corredora se puso a mi altura, y vi en el dorsal que era belga, aunque no recuerdo el nombre.
Le dije "goedemiddag, hoe gaat het?" (algo así como buenas tardes, ¿qué tal?), y me miró extrañada con una media sonrisa, no sé si porque no procedía de una zona de habla flamenca o porque sí y le extrañó, pero la cosa es que se limitó a sonreír, sin responder.
Me despedí con un "doei!" (¡adiós!) y volví a atacar la subida, que comenzaba a llegar a su fin (o eso pensaba, ya que tras cada cambio de rasante el camino se elevaba más y más).
Hacía calor y estaba empapado en sudor como no recordaba haberlo estado nunca, y me atrevería a aventurar que me bebí un tercio de mi recién recargada bolsa de hidratación en ese eterno tramo de subida...
De repente me topé con una visión surrealista, un corredor estaba en mitad del camino, tumbado sobre una estera, comiéndose un plátano con la camiseta con el dorsal sobre una roca, al lado suya, y hablando por teléfono en francés.
Tenía que ser real, pero ya ni me preocupaba en procesar lo que veía o sentía, sólo importaba seguir avanzando, buscar resguardo del implacable sol y, con suerte, un tramo con pendiente neutra o a favor.
Las vistas cuando me giraba eran cada vez más increíbles, pero por delante de mí cambiaba poco... tenía unas ganas de llegar al final...
Cuando pensaba que tras el próximo cambio de rasante llegaría otro tramo de subida, me sorprendió redondeándose y descendiendo suavemente, y aunque la pendiente no tardaba en elevarse de nuevo, ligeramente, fue alternando pequeñas subidas y bajadas hasta que finalmente los tramos de bajada fueron predominando.
La mujer belga me alcanzó en ese tramo, en una parada que hice para tomarme una barrita energética y otro shot de Powerade, aunque una vez retomamos la marcha volví a dejarla atrás.
A lo lejos se ve una casita con algunas personas alrededor, y rezo porque sea un avituallamiento. He estado horas ascendiendo, por lo menos, ¿qué menos?
Mientras me acerco, una de las personas comienza a echarme fotos, como sorprendida, y me anima.
Su compañero me toma nota del dorsal y al preguntar si el lugar es un punto de avituallamiento me dice que no, pero que hay una fuente con agua.
Meto las manos en el agua helada y me limpio el sudor de brazos y cara, lo que me espabila bastante, aprovecho para beber, acabarme la botella de Powerade y rellenarla de agua, y me despido de los voluntarios, cuando otros corredores que, o bien estaban esperando antes de mi llegada o bien acaban de llegar, emprenden la marcha.
Comenzamos ascendiendo una fuerte pendiente herbosa todos juntos, pero poco a poco nos fuimos desperdigando.
Tomó el liderato un corredor veterano, seguido de una pareja de corredores más jóvenes y de mí, mientras que una corredora y la muchacha belga se acercaban desde detrás.
A media cuesta adelanté a la pareja, y poco después, al corredor que lideraba el ascenso, pero cuando paré a recuperar el aliento me quedé a la cola del ascenso.
La pareja superó al corredor veterano, las dos corredoras hicieron piña y avanzaban a la par, pisándole los talones al corredor veterano, y yo llegaba desde atrás, aunque perdiendo terreno con respecto a ellos.
De repente, me adelantó un corredor desde atrás, diría que francés, por el acento, al que no había visto aproximarse cuando comenzamos el ascenso, y me dijo "avanzas demasiado recto, vas más lento si avanzas en zigzag, pero te cansas menos" y continuó a buen paso.
Me giré y vi que, en efecto, mientras que los corredores que estaban comenzando el ascenso avanzaban efectuando un marcado zigzag, yo había ido lo más recto posible, solo efectuando el zigzag en los tramos con pendiente demasiado fuerte o terreno poco seguro.
Al llegar a la cima del ascenso, el cambio de rasante nos reveló unas vistas preciosas sobre un valle surcado por un río, en el que, a lo lejos, se veía una casa mayor que la que habíamos dejado antes atrás.
Ante ella se aglomeraban numerosas vacas y varios caballos, cuyos cencerros resonaban por todo el valle al moverse.
Ataqué una marcada pendiente, perdiendo terreno con respecto a todos los corredores que me precedían, pero sin importarme demasiado, ya que estaba más preocupado por las sensaciones que percibía.
Lo veía todo como en un cuadro, sabía que la casa y los corredores estaban lejos, pero en mi mente estaban muy cerca, y sentía que me movía como en una serie de dibujos o algo así, y notaba como que perdía el control sobre mi cuerpo, que avanzaba por inercia, y aunque veía piedras y obstáculos en el camino y trataba de evitarlos, mis piernas no respondían y tropezaba con ellos, pero ni si quiera sentía dolor, tan solo me desequilibraba y continuaba avanzando.
Comencé a notar frío por primera vez en muchas horas, pese a que apenas soplaba viento y el sol sobre nosotros, así que, sin parar de avanzar (no recordaba como frenar las piernas), me puse bien las mangas de la malla y el cortavientos, que me abroché hasta el cuello, y me puse un buff en el cuello.
No sabría cuanto tiempo tardé, pero llegué a la casa, donde una vez más me pidieron que mostrase mi dorsal, y como en este caso el lugar si era un punto de avituallamiento, penetré en el interior.
Era cálido, pero no tanto como otros previos, y estaba sumido en un intimidante silencio.
Un voluntario me preguntó si quería café o sopa y, casi sin pensar, le dije que ambos.
Había varias personas sentadas tomando sopa calentita y una persona echada sobre una cama en la parte derecha de la habitación.
Vi en una hoja lo que llevábamos de carrera; 51 kilómetros y apenas la mitad del desnivel positivo acumulado total... No podía creérmelo...
Me senté, me quité la mochila, aunque no sentí alivio ninguno, y me quedé ensimismado... me sacó de mi ensimismamiento el voluntario colocándome la sopa caliente en un cuenco en las manos, no sabía cuanto tiempo habría pasado, si segundos o minutos, pero las personas que estaban antes sentadas a mi lado ya no estaban y ocupaba su lugar otro corredor, que al entrar yo a la casa no estaba.
Me asusté un poco, pero el café y la sopa me ayudaron a espabilarme.
Comí fruta, acabé los shots de Powerbar, me bebí un botellín de agua, que rellené de un bidón que allí había, disolví sales en él y comencé a beber poco a poco.
El segundo bidoncito lo rellené de Powerade en polvo.
Comprobé la bolsa de hidratación, a media carga aún, y decidí dejarla así, ya que en el último tramo había estado orinando mucho, clarito, y no sentía sed alguna.
Pedí un segundo café, en el que mojé galletas maría (al igual que el primero, era solo y con poca azúcar), picoteé frutos secos y chocolate, y pregunté si había baño antes de retomar el camino.
Me dijeron que no, pero que todo lo que viese fuera de la casa era baño, así que salí, esperé la llamada de la naturaleza y volví, notando como el sueño volvía a mí.
Mientras preparaba la mochila comencé a hablar con un corredor, que me dijo que había llegado allí a las 11 de la mañana, pero que no había echado vaselina y crema para las rozaduras, y me enseñó sendas marcas de sangre en sus mallas.
Me dijo que se había echado un buen rato, que había comido y estaba listo para seguir; le di ánimos y me decidí a salir tras él.
Justo antes de salir yo entró un corredor mayor, con gafas, que revolucionó el avituallamiento, charlando con todo el mundo, soltando comentarios ingeniosos y llenando de vida la antes sepulcral casa.
Sin embargo, estaba muy preocupado y sabía que si me quedaba no sería capaz de reemprender el camino después.
Sentía muchísimo frío, así que incluso me puse los guantes, y comencé a correr por supervivencia.
El terreno cedía en algunos puntos, y el agua del cercano río aparecía en las huellas que había por delante de mí, así que aprovechaba las zonas con rocas para saltar sobre ellas, evitando barro y agua.
Sin embargo, no sentía esa ilusión y energía que tuve al ascender al Comapedrosa, me notaba muy apagado...
Crucé el río en sí mientras dos corredores que conversaban en catalán me adelantaban, y aunque traté de mantenerles el ritmo, no me fue posible.
De repente, no sé que pasó, pero miré a mi alrededor y no sabía donde tenía que ir.
Con la mirada, buscaba las balizas, y de repente mi mirada se perdió en el paisaje.
Cuando miré hacia abajo estaba totalmente desorientado, no sabía donde estaba, y no se por qué, me abrí el cortavientos, me sentía agobiado por él pese a tener frío.
Me vi el dorsal y me dije a mí mismo "¿estoy corriendo?"
De repente, dos corredores que llegaban desde atrás atrajeron mi atención, y me devolvieron a la realidad.
No sabía si me había dormido de pie de repente, si me había imaginado lo que había pasado o qué me estaba sucediendo, solo sabía que estaba corriendo y, sin recordar haberme parado, estaba en mitad del camino, temblando de frío.
Eché mano, con dedos temblorosos, a mi cortavientos; tenía algo pensado para esta situación, un botecito pequeño de "5 hours energy", al que di un buche hasta la mitad.
Sabía a fanta concentrada muy fuerte, casi como si tuviese alcohol, y de inmediato entré en calor y noté como los párpados dejaban de pesarme.
Corrí tras la pareja de corredores que me acababa de pasar, y los dejé atrás, y vi como a lo lejos, otra pareja de corredores estaba comenzando a cruzar un riachuelo.
Cuando llegué a la altura donde habían comenzado a cruzar me quedé adormilado de nuevo, me quedé mirando el agua y me bloqueé, como si no supiese avanzar.
Al llegar la pareja que acababa de dejar atrás, y casi de manera mecánica, seguí sus pasos, y crucé el arroyuelo.
Decidí que no podía seguir así, estaba atravesando una ligera pendiente descendiente, pero, ¿y si me quedaba dormido en un descenso técnico?
Había un pequeño refugio ante mí, donde las dos parejas charlaban con dos voluntarias, y con determinación y ganas de llorar, paré el crono y comencé a andar hasta él, apoyándome en mis ramas.
No podía continuar, tenía que pedir que me evacuasen.
Una única salida
Refugio de Perafita, media tarde. km 52.
Conforme me acercaba al refugio, arrastrándome con ayuda de los palos y percibiendo la realidad casi como si de una película se tratase, más claro tenía lo que tenía que decir nada más llegar a él.
Sin embargo, nunca había pensado que sería tan difícil pronunciar esas palabras... no me habían hecho falta hasta ahora, nunca me había rendido, y físicamente podía continuar, pero no podía fiarme de mi mente, y sin eso, estaba acabado.
Aguantando las lágrimas lo dije, "me retiro", y una de las amables voluntarias llamó a alguien de la organización para darle la noticia mientras la otra me quitaba del dorsal el chip y la tira de "finisher".
Posiblemente si hubiese sido más consciente de todo lo que me rodeaba me hubiese envuelto en un mar de lágrimas, pero una vez avisé de que me retiraba todo parecía hasta más irreal que antes.
Cuando me comunicaron que estaba todo en orden, les pregunté si me podían evacuar, a lo que me dijeron que sí, que debía continuar por el camino de mi izquierda durante aproximadamente hora y media, allí encontraría un refugio y posiblemente allí se podría realizar la evacuación sin problema, me dijeron que si quería, iban avisando a sus compañeros.
El miedo me atenazó cada músculo y cada tendón de mi cuerpo; "¿tengo que ir solo hasta ese refugio? en mi estado hora y media pueden ser dos o tres, contando que llegue de una pieza..."
Me preguntaron que como estaba de cansado, y les dije que mucho, pero podía procesar el dolor perfectamente (llevaba horas con él, incluso parecía remitir un poco tras el paso por el refugio de Prat Primer), que me retiraba por mi situación mental de desorientación e incluso alucinaciones.
No pusieron buena cara, claramente preocupadas, y me preguntaron si no conocía la zona, que simplemente tenía que seguir por el GPR y buscar las marcas en el suelo.
Les dije que además de no conocer la zona me costaba encontrar las balizas de la carrera en sí, y me dijeron que en ese caso podía descansar en el refugio todo lo que quisiese, y esperar a la evacuación desde ahí una vez que acabase la carrera; no podían hacer otra cosa, estábamos en un punto muy elevado e inaccesible, por desgracia.
Entonces les planteé una tercera opción, para ver qué opinaban... "¿y si decido seguir hasta llegar a un lugar donde si pueda ser evacuado?"
Lo vieron una locura, me dijeron que si conseguía llegar al Refugio de Illa, que estaba prácticamente a la misma distancia que el que ellas me habían dicho (quizá hasta más), estaría en la misma situación pero a bastante más altura, por lo que no resolvería el problema.
Les dije que era consciente de que posiblemente no resolviese la situación en ese punto, pero que de mi cuerpo me fiaba incluso para acabar la carrera, con los ojos cerrados, pero no de mi mente, necesitaba alguien que fuese mis ojos cuando los míos fallasen, que pensasen cuando se me volviese a nublar la mente; y continuando en solitario, ello era imposible.
Llegaba de lejos una pareja, y traté de convencerlas de que me dejasen continuar hilando los pocos argumentos que mi torpe cerebro iba ideando.
Me dijeron que el único sitio "cercano" donde me podrían evacuar directamente sería en Bordes d'Envalira, a, al menos, 6 horas de donde nos encontrábamos, y eso llevando un buen paso.
La pareja ya había desaparecido tras una colina cuando logré convencerlas de que podía continuar, y les dije que simplemente me acercaría al primer corredor que viniese y le preguntaría si no le importaría que le acompañase en lo que quedaba de trayecto.
Cuando vieron la firmeza de mi resolución me devolvieron la tira de finisher y el chip, tras prometerles que me retiraría en Bordes d'Envalira e incluso antes, de verlo necesario, y llamaron para que desde control de carrera me introdujesen de nuevo en competición.
El primer corredor que hizo aparición fue, curiosamente, el que había revolucionado el refugio de Prat Primer conforme yo salía.
Las muchachas, algo nerviosas, le explicaron atropelladamente la situación, en catalán, y con un mirada curiosa pero divertida, el corredor decidió aceptarme, con la condición de que tuviese cuidado con las ramas que llevaba a modo de palo, que le infundían muy poca seguridad.
Mientras esperaba que llegase algún corredor me mentalizaba de las horas que tenía por delante, y ahora que podía continuar había olvidado hacer algo fundamental... Avisar a Mayte de que estaba bien y había decidido abandonar... dentro de unas 6 horas aproximadamente.
Le pedí al corredor un minuto para avisar a mi chica de que iba a continuar hasta Bordes d'Envalira, y aunque creo que se arrepintió por un momento de haberme adoptado, mantuvo su palabra y esperó impaciente los sesenta segundos que tardé en enviar el mensaje, tras lo cual, nos pusimos en marcha.
Los primeros metros una vez dejamos atrás el Refugio de Perafita transcurren en silencio, pero en cuanto lo dejamos atrás, el corredor se presenta y me pregunta mi nombre y procedencia y que le confirme la historia que le han contado las voluntarias.
Pongo a Ramón, mi "adoptador", al corriente de mi experiencia en la carrera, en carreras previas y en la montaña, y le comento que he decidido retirarme por la desorientación, pero omito lo de las alucinaciones (ya mira con mala cara los palos que llevo, si además le comento que he tenido alucinaciones recientemente no quiero saber qué pensaría de mí).
Aparento estar lo más sereno y despierto posible mientras avanzamos por una empinada pendiente, y nos alcanza desde detrás un corredor francés con el que Ramón comienza a charlar animadamente, en un perfecto francés.
Hace años que no empleo ese idioma, y nunca llegué a dominarlo lo suficientemente bien, lo que confirmo al entender tan solo unas 2 o 3 palabras de cada frase.
El corredor francés lleva una cicatriz bastante fea en la cara, y Ramón me explica que ese es uno de los peligros principales de los bastones, puedes sacarle un ojo a alguien, e incluso a ti mismo (lo dice mientras mira con desconfianza mis ramas).
Por lo visto, no llevaba los palos bien cogidos y al resbalar movió el brazo, rozándose con la roseta del bastón la mejilla e impactándole la punta cerca del párpado; por la pinta de la herida, es muy afortunado por conservar el ojo.
Entiendo que Ramón esté intranquilo viendo como avanzo con torpeza mientras uso las ramas como bastones, pero me siento aún lo suficientemente lúcido como para usarlos sin peligro, por lo que los conservo.
Mi "adoptador" conoce al francés, cuyo nombre no recuerdo, y le dice que me ha adoptado, y que si quiere, de momento, él me puede adoptar también (como héroe que participa en la Ronda Dels Cims, nuestros caminos se bifurcarán pronto).
Entre bromas, Ramón nos dice que nos giremos, para contemplar las vistas desde el punto donde estamos (espectaculares, aunque no las disfruto, ya que ahora mismo solo pienso en avanzar), costumbre que tiene ya que, nos cuenta, para él lo que más se debe disfrutar en la montaña y a veces se olvida, es del paisaje que nos rodea, motivo por el que se realizan carreras por montaña y en el que muchos corredores no reparan, con tal de recortar unos segundos a una marca que no dice nada.
Se ve que Ramón es un gran conocedor del terreno, ya que va indicándonos por donde tendremos que pasar a continuación y nos va nombrando cada lugar.
Llegamos a una zona boscosa, donde le pido a Ramón un momento para comprobar si Mayte me ha respondido al mensaje (lo que, en efecto sucede), e ir al baño un momento.
Como llevo un ritmo más bajo pero mantengo el nivel de hidratación alternando sorbos de agua normal, con Powerade y con sales, cada pocas decenas de minutos siento la llamada de la naturaleza.
Continúo comiendo también mientras avanzamos, cada 30 minutos aproximadamente, no porque sienta hambre (siento poco ya), sino porque descubro que el azúcar me activa un poco, aunque sea por un breve periodo de tiempo.
Poco antes de que el corredor francés tome su desvío, Ramón nos comenta que estamos llegando a la Collada de la Maiana, desde la que nos augura unas vistas increíbles en cuanto la coronemos.
De la nada, aparecen varios perros, que van lanzados hacia Ramón, que les habla en catalán y posteriormente a su dueño, que aparece en la distancia, sobre nosotros, a quien parece conocer.
Como ahora no me da conversación, noto que comienzo a divagar, y trato de centrarme repitiéndome a modo de mantra el número de teléfono de Mayte, una y otra vez.
Llegamos a la cima, contemplamos la maravilla natural que nos rodea 360 grados a nuestro alrededor, y comenzamos a descender sobre una zona herbosa bastante mullida, que parece amortiguar nuestras pisadas, mientras Ramón nos comenta que la próxima parada será el valle del Madriu, patrimonio de la humanidad por la UNESCO y todo un tesoro natural de los Pirineos.
Comenzamos a bajar y llegamos a una zona con una verja, que el corredor francés atraviesa primero; Ramón, sin volver la vista, me dice que "el último cierra", así que cierro la verja tras de mi y continuamos descendiendo, a muy buen paso.
Nos despedimos del corredor francés y Ramón me comenta que probablemente coincidiremos en el Refugio de l'Illa, donde bromea con dejarme "si no me porto bien", y cruzamos el río que da nombre al valle, el Madriu, sobre una pasarela de troncos.
Un grupo de personas, probablemente voluntarios, según mi "adoptador" están tratando de encender una fogata, y al ponernos a su altura Ramón comienza a hablar con ellos, desde lejos, nos paramos con ellos y nos preguntan como va la prueba.
Por un momento pienso que no tienen nada que ver con la carrera, que son curiosos que conocen, como no, a Ramón, pero cuando hago el ademán de avanzar unos metros (para orinar, de nuevo), nos piden el número de dorsal.
Ramón se sabe el suyo de memoria, y ni si quiera le piden que lo muestre, pero yo al pensar en números solo recuerdo el de teléfono de Mayte, así que, con temor a que me digan algo por no tener la banda de finisher, lo descubro desde debajo del cortavientos, aunque no me dicen nada.
Nos desean suerte y nos despedimos, y comenzamos a avanzar por un precioso bosque, del que Ramón parece conocer cada roca.
Llegamos a otra zona con verja, que vuelvo a cerrar tras de mí, y localizamos a lo lejos dos cabecitas, a las que, según Ramón, daremos alcance en breve.
El río discurre, poderoso, al margen del camino, y mi "adoptador" dice que si así lo deseo, puedo rellenar agua en él (se ha percatado de que bebo y orino bastante), que agua más pura y limpia que la del Madriu voy a encontrar pocas.
Declino la oferta, ya que tengo aun reservas de sobra y, aunque parece muy apetecible y siempre he querido beber de un río o manantial directamente, sé que los riesgos que puede entrañar no merece la pena el esfuerzo, aunque estos se minimicen en el corazón de los Pirineos, sigo sin fiarme demasiado.
Vamos comentando qué pensamos comer en el próximo avituallamiento (a los dos nos ha entrado hambre), y de lejos, vemos a tres chicas que ascienden, sin dorsal, bastones ni nada, hacia nosotros).
Por un momento pienso que Ramón las conoce, ya que desde lejos comienza a hablar y bromear con ellas, pero una vez se pierden por detrás de nosotros me comenta que hay gente muy inconsciente, y se preocupa por como las muchachas se internan en el valle sin ni tan si quiera agua.
Hace poco habíamos visto una tienda de campaña Quechua en mitad del bosque, y por un momento pienso que quizás sea de ellas, pero son tres y la tienda era muy pequeña, así que lo dudo y descarto el pensamiento.
Quería sacar otro tema de conversación, me entretengo mucho charlando con Ramón y tenemos conversaciones muy interesantes, pero el ya ha sacado tema, y vamos charlando desde la naturaleza y las carreras por montaña a lo largo de los últimos años hasta el deporte de élite y el dopaje, pasando por temas personales de toda índole.
Estamos bajando por un terreno que me recuerda a la Sierra de Mijas, pedregoso, con raíces y proclive a provocar derrapes, y en uno de los giros tropiezo, apoyo todo mi peso sobre la rama derecha y "¡crack!" se parte en dos pedazos, provocando que caiga con todo mi peso sobre mis rodillas.
Por suerte las tengo como adormiladas, y aunque el impacto duele, casi no lo noto, por lo que al momento estoy alcanzando a Ramón, que se ha quedado parado esperando, preocupado.
Decido dejar de lado la rama que me quedaba, y le digo que estoy bien, que no se preocupe.
Continuamos descendiendo, ahora más en silencio, debido a la exigencia física de la bajada, y varias veces se vuelve sobresaltado (va abriendo el camino) al escuchar un derrape, pero tengo controlada la bajada.
Se sorprende de que pueda "deslizarme" tan bien, y me pregunta si quiero ponerme delante, ya que a él se le dan fatal las bajadas.
Le digo que no hay problema, que como el quiera, y como insiste, lidero la bajada en el pequeño trecho que teníamos por delante.
Mientras tanto, comienza a darme lecciones sobre bastones, uso, técnica, seguridad... Me parece muy interesante, ya que hasta hace pocas horas (que parecen toda una vida) nunca había usado ningún tipo de apoyo en carrera, aparte de mis piernas, y he comprendido en estas horas lo vital que pueden llegar a ser en montaña, especialmente al enfrentarnos a un desnivel acumulado tan despiadado como el de la prueba.
Llegamos al fondo del valle, mientras Ramón me comenta que, bien usados, los bastones retiran hasta un 33% de fatiga de las piernas (que no desaparece, se carga en brazos y hombros, pero es de vital ayuda en los tramos técnicos), al permitir apoyar el peso en 4 puntos nos ayudan a distribuir la carga que llevemos y proporcionan bastantes ventajas, pero siempre y cuando se sepan usar (es un firme defensor de que la técnica con bastones hay que entrenarla, no vale con cogerlos o apoyarlos de cualquier manera) y, sobre todo, tener muy presente que, mal empleados, pueden ser un arma contra otros corredores y contra nosotros mismos.
Damos alcance a un corredor que está tumbado en el suelo, con una ampolla en el pie que no tiene muy buena pinta, y tras parar un rato con él, preguntarle como está, ofrecerle ayuda y darle ánimos, Ramón me comenta que vamos a detenernos a descansar un momento en una piedra lejana, que parece estar situada en el centro del valle.
Nos encaminamos a ella sin prisa peso sin pausa, pasamos de la carrera ligera al trote y del trote a la marcha, así que aprovecho para mandarle otro mensaje a Mayte y echar una fotografía con el móvil (ya me arrepiento de haber dejado la cámara en La Margineda).
Nos sentamos en la piedra, que me sorprende por su comodidad pese a ser, obviamente, totalmente rígida, y saco mi última bolsa de cacahuetes fritos con miel de la mochila.
Inicialmente Ramón rehúsa mi ofrecimiento, pero acaba aceptándolo, así como un corredor que se para un momento con nosotros antes de continuar (pensaba que nos habíamos hecho daño o necesitábamos ayuda).
A mi "adoptador" le extraña que mande mensajes con el móvil y me dice "pero tu no eras de aquí, me habías dicho, ¿no?" a lo que respondo que no, ni tengo whatsapp, que solo le mando sms.
Me pregunta por mi chica, y luego me dice si puede comprarme las pilas del frontal, ya que las suyas, por lo visto, están casi agotadas, y no sabe si aguantarán la segunda noche.
Le explico que yo uso baterías, que si no le ofrecía encantado las pilas, ya que no esperaba tener que usarlas (por desgracia), pero le comento que, si quiere, si cae la noche antes de alcanzar Bordes d'Envalira, mi frontal es potente, y puedo alumbrar el camino de ambos hasta que éste se bifurque.
Disfrutamos de las vistas unos últimos instantes y decidimos reemprender el camino, por varias razones, nos estamos quedando fríos, yo vuelvo a estar somnoliento (y Ramón me confiesa que le ha empezado a entrar sueño) y unas amenazadores nubes se arremolinan en la distancia, y con el viento soplando hacia nosotros mejor poner distancia entre nosotros y ellas cuanto antes.
Dejamos atrás roca y descanso, mientras Ramón me señala el camino por el que debemos ascender a continuación.
Me lo resume en tramo con "¡sorpresa"! o "¡trampa mortal!" debido al barro que puede engullir nuestros pies como no nos demos cuenta, rodeado de piedras por las que es más seguro avanzar, ascendiendo en terrazas de una otra de forma que nos va a parecer infinita y contemplando unos lagos glaciares preciosos, por los que los franceses se pirran por bajar a pescar cuando tienen vacaciones, cosa que nos parece dudosamente legal.
Comienzo a tener alucinaciones de nuevo, aunque no le digo nada a Ramón (veo corredores donde solo hay sombras, y lo más peligroso de todo, me parece ver una baliza donde no la había, despistando, por un momento, a Ramón, al liderar yo la dura subida.
En efecto, la previsión de Ramón se cumple, y tras lo que parecen horas ascendiendo lo que parecen infinitas terrazas y tras infinitas paradas para orinar (comer y beber lo tengo tan interiorizado que lo hago en marcha y de forma automática), mi "adoptador" me comenta que ya quedan pocos minutos para llegar a l'estany de l'Illa, por lo que aconseja que paremos un momento para ir al baño; el refugio está cerca.
Termino antes, y al girarme veo como el sol comienza a ocultarse tras uno de los gigantes rocosos que custodia la maravilla que es el valle del Madriu.
Miro el reloj, no para ver cuanto tiempo llevo de carrera, pues paré el crono en el Refugio de Perafita, sino para ver la hora.
Faltan un par de minutos para las 9 de la noche, en breve comenzará a anochecer.
Esto va a ser mucho más duro de lo que esperaba, espero que la noche no alimente los fantasmas que me rondan...
Conforme me acercaba al refugio, arrastrándome con ayuda de los palos y percibiendo la realidad casi como si de una película se tratase, más claro tenía lo que tenía que decir nada más llegar a él.
Sin embargo, nunca había pensado que sería tan difícil pronunciar esas palabras... no me habían hecho falta hasta ahora, nunca me había rendido, y físicamente podía continuar, pero no podía fiarme de mi mente, y sin eso, estaba acabado.
Aguantando las lágrimas lo dije, "me retiro", y una de las amables voluntarias llamó a alguien de la organización para darle la noticia mientras la otra me quitaba del dorsal el chip y la tira de "finisher".
Posiblemente si hubiese sido más consciente de todo lo que me rodeaba me hubiese envuelto en un mar de lágrimas, pero una vez avisé de que me retiraba todo parecía hasta más irreal que antes.
Cuando me comunicaron que estaba todo en orden, les pregunté si me podían evacuar, a lo que me dijeron que sí, que debía continuar por el camino de mi izquierda durante aproximadamente hora y media, allí encontraría un refugio y posiblemente allí se podría realizar la evacuación sin problema, me dijeron que si quería, iban avisando a sus compañeros.
El miedo me atenazó cada músculo y cada tendón de mi cuerpo; "¿tengo que ir solo hasta ese refugio? en mi estado hora y media pueden ser dos o tres, contando que llegue de una pieza..."
Me preguntaron que como estaba de cansado, y les dije que mucho, pero podía procesar el dolor perfectamente (llevaba horas con él, incluso parecía remitir un poco tras el paso por el refugio de Prat Primer), que me retiraba por mi situación mental de desorientación e incluso alucinaciones.
No pusieron buena cara, claramente preocupadas, y me preguntaron si no conocía la zona, que simplemente tenía que seguir por el GPR y buscar las marcas en el suelo.
Les dije que además de no conocer la zona me costaba encontrar las balizas de la carrera en sí, y me dijeron que en ese caso podía descansar en el refugio todo lo que quisiese, y esperar a la evacuación desde ahí una vez que acabase la carrera; no podían hacer otra cosa, estábamos en un punto muy elevado e inaccesible, por desgracia.
Entonces les planteé una tercera opción, para ver qué opinaban... "¿y si decido seguir hasta llegar a un lugar donde si pueda ser evacuado?"
Lo vieron una locura, me dijeron que si conseguía llegar al Refugio de Illa, que estaba prácticamente a la misma distancia que el que ellas me habían dicho (quizá hasta más), estaría en la misma situación pero a bastante más altura, por lo que no resolvería el problema.
Les dije que era consciente de que posiblemente no resolviese la situación en ese punto, pero que de mi cuerpo me fiaba incluso para acabar la carrera, con los ojos cerrados, pero no de mi mente, necesitaba alguien que fuese mis ojos cuando los míos fallasen, que pensasen cuando se me volviese a nublar la mente; y continuando en solitario, ello era imposible.
Llegaba de lejos una pareja, y traté de convencerlas de que me dejasen continuar hilando los pocos argumentos que mi torpe cerebro iba ideando.
Me dijeron que el único sitio "cercano" donde me podrían evacuar directamente sería en Bordes d'Envalira, a, al menos, 6 horas de donde nos encontrábamos, y eso llevando un buen paso.
La pareja ya había desaparecido tras una colina cuando logré convencerlas de que podía continuar, y les dije que simplemente me acercaría al primer corredor que viniese y le preguntaría si no le importaría que le acompañase en lo que quedaba de trayecto.
Cuando vieron la firmeza de mi resolución me devolvieron la tira de finisher y el chip, tras prometerles que me retiraría en Bordes d'Envalira e incluso antes, de verlo necesario, y llamaron para que desde control de carrera me introdujesen de nuevo en competición.
El primer corredor que hizo aparición fue, curiosamente, el que había revolucionado el refugio de Prat Primer conforme yo salía.
Las muchachas, algo nerviosas, le explicaron atropelladamente la situación, en catalán, y con un mirada curiosa pero divertida, el corredor decidió aceptarme, con la condición de que tuviese cuidado con las ramas que llevaba a modo de palo, que le infundían muy poca seguridad.
Mientras esperaba que llegase algún corredor me mentalizaba de las horas que tenía por delante, y ahora que podía continuar había olvidado hacer algo fundamental... Avisar a Mayte de que estaba bien y había decidido abandonar... dentro de unas 6 horas aproximadamente.
Le pedí al corredor un minuto para avisar a mi chica de que iba a continuar hasta Bordes d'Envalira, y aunque creo que se arrepintió por un momento de haberme adoptado, mantuvo su palabra y esperó impaciente los sesenta segundos que tardé en enviar el mensaje, tras lo cual, nos pusimos en marcha.
Los primeros metros una vez dejamos atrás el Refugio de Perafita transcurren en silencio, pero en cuanto lo dejamos atrás, el corredor se presenta y me pregunta mi nombre y procedencia y que le confirme la historia que le han contado las voluntarias.
Pongo a Ramón, mi "adoptador", al corriente de mi experiencia en la carrera, en carreras previas y en la montaña, y le comento que he decidido retirarme por la desorientación, pero omito lo de las alucinaciones (ya mira con mala cara los palos que llevo, si además le comento que he tenido alucinaciones recientemente no quiero saber qué pensaría de mí).
Aparento estar lo más sereno y despierto posible mientras avanzamos por una empinada pendiente, y nos alcanza desde detrás un corredor francés con el que Ramón comienza a charlar animadamente, en un perfecto francés.
Hace años que no empleo ese idioma, y nunca llegué a dominarlo lo suficientemente bien, lo que confirmo al entender tan solo unas 2 o 3 palabras de cada frase.
El corredor francés lleva una cicatriz bastante fea en la cara, y Ramón me explica que ese es uno de los peligros principales de los bastones, puedes sacarle un ojo a alguien, e incluso a ti mismo (lo dice mientras mira con desconfianza mis ramas).
Por lo visto, no llevaba los palos bien cogidos y al resbalar movió el brazo, rozándose con la roseta del bastón la mejilla e impactándole la punta cerca del párpado; por la pinta de la herida, es muy afortunado por conservar el ojo.
Entiendo que Ramón esté intranquilo viendo como avanzo con torpeza mientras uso las ramas como bastones, pero me siento aún lo suficientemente lúcido como para usarlos sin peligro, por lo que los conservo.
Mi "adoptador" conoce al francés, cuyo nombre no recuerdo, y le dice que me ha adoptado, y que si quiere, de momento, él me puede adoptar también (como héroe que participa en la Ronda Dels Cims, nuestros caminos se bifurcarán pronto).
Entre bromas, Ramón nos dice que nos giremos, para contemplar las vistas desde el punto donde estamos (espectaculares, aunque no las disfruto, ya que ahora mismo solo pienso en avanzar), costumbre que tiene ya que, nos cuenta, para él lo que más se debe disfrutar en la montaña y a veces se olvida, es del paisaje que nos rodea, motivo por el que se realizan carreras por montaña y en el que muchos corredores no reparan, con tal de recortar unos segundos a una marca que no dice nada.
Se ve que Ramón es un gran conocedor del terreno, ya que va indicándonos por donde tendremos que pasar a continuación y nos va nombrando cada lugar.
Llegamos a una zona boscosa, donde le pido a Ramón un momento para comprobar si Mayte me ha respondido al mensaje (lo que, en efecto sucede), e ir al baño un momento.
Como llevo un ritmo más bajo pero mantengo el nivel de hidratación alternando sorbos de agua normal, con Powerade y con sales, cada pocas decenas de minutos siento la llamada de la naturaleza.
Continúo comiendo también mientras avanzamos, cada 30 minutos aproximadamente, no porque sienta hambre (siento poco ya), sino porque descubro que el azúcar me activa un poco, aunque sea por un breve periodo de tiempo.
Poco antes de que el corredor francés tome su desvío, Ramón nos comenta que estamos llegando a la Collada de la Maiana, desde la que nos augura unas vistas increíbles en cuanto la coronemos.
De la nada, aparecen varios perros, que van lanzados hacia Ramón, que les habla en catalán y posteriormente a su dueño, que aparece en la distancia, sobre nosotros, a quien parece conocer.
Como ahora no me da conversación, noto que comienzo a divagar, y trato de centrarme repitiéndome a modo de mantra el número de teléfono de Mayte, una y otra vez.
Llegamos a la cima, contemplamos la maravilla natural que nos rodea 360 grados a nuestro alrededor, y comenzamos a descender sobre una zona herbosa bastante mullida, que parece amortiguar nuestras pisadas, mientras Ramón nos comenta que la próxima parada será el valle del Madriu, patrimonio de la humanidad por la UNESCO y todo un tesoro natural de los Pirineos.
Comenzamos a bajar y llegamos a una zona con una verja, que el corredor francés atraviesa primero; Ramón, sin volver la vista, me dice que "el último cierra", así que cierro la verja tras de mi y continuamos descendiendo, a muy buen paso.
Nos despedimos del corredor francés y Ramón me comenta que probablemente coincidiremos en el Refugio de l'Illa, donde bromea con dejarme "si no me porto bien", y cruzamos el río que da nombre al valle, el Madriu, sobre una pasarela de troncos.
Un grupo de personas, probablemente voluntarios, según mi "adoptador" están tratando de encender una fogata, y al ponernos a su altura Ramón comienza a hablar con ellos, desde lejos, nos paramos con ellos y nos preguntan como va la prueba.
Por un momento pienso que no tienen nada que ver con la carrera, que son curiosos que conocen, como no, a Ramón, pero cuando hago el ademán de avanzar unos metros (para orinar, de nuevo), nos piden el número de dorsal.
Ramón se sabe el suyo de memoria, y ni si quiera le piden que lo muestre, pero yo al pensar en números solo recuerdo el de teléfono de Mayte, así que, con temor a que me digan algo por no tener la banda de finisher, lo descubro desde debajo del cortavientos, aunque no me dicen nada.
Nos desean suerte y nos despedimos, y comenzamos a avanzar por un precioso bosque, del que Ramón parece conocer cada roca.
Llegamos a otra zona con verja, que vuelvo a cerrar tras de mí, y localizamos a lo lejos dos cabecitas, a las que, según Ramón, daremos alcance en breve.
El río discurre, poderoso, al margen del camino, y mi "adoptador" dice que si así lo deseo, puedo rellenar agua en él (se ha percatado de que bebo y orino bastante), que agua más pura y limpia que la del Madriu voy a encontrar pocas.
Declino la oferta, ya que tengo aun reservas de sobra y, aunque parece muy apetecible y siempre he querido beber de un río o manantial directamente, sé que los riesgos que puede entrañar no merece la pena el esfuerzo, aunque estos se minimicen en el corazón de los Pirineos, sigo sin fiarme demasiado.
Vamos comentando qué pensamos comer en el próximo avituallamiento (a los dos nos ha entrado hambre), y de lejos, vemos a tres chicas que ascienden, sin dorsal, bastones ni nada, hacia nosotros).
Por un momento pienso que Ramón las conoce, ya que desde lejos comienza a hablar y bromear con ellas, pero una vez se pierden por detrás de nosotros me comenta que hay gente muy inconsciente, y se preocupa por como las muchachas se internan en el valle sin ni tan si quiera agua.
Hace poco habíamos visto una tienda de campaña Quechua en mitad del bosque, y por un momento pienso que quizás sea de ellas, pero son tres y la tienda era muy pequeña, así que lo dudo y descarto el pensamiento.
Quería sacar otro tema de conversación, me entretengo mucho charlando con Ramón y tenemos conversaciones muy interesantes, pero el ya ha sacado tema, y vamos charlando desde la naturaleza y las carreras por montaña a lo largo de los últimos años hasta el deporte de élite y el dopaje, pasando por temas personales de toda índole.
Estamos bajando por un terreno que me recuerda a la Sierra de Mijas, pedregoso, con raíces y proclive a provocar derrapes, y en uno de los giros tropiezo, apoyo todo mi peso sobre la rama derecha y "¡crack!" se parte en dos pedazos, provocando que caiga con todo mi peso sobre mis rodillas.
Por suerte las tengo como adormiladas, y aunque el impacto duele, casi no lo noto, por lo que al momento estoy alcanzando a Ramón, que se ha quedado parado esperando, preocupado.
Decido dejar de lado la rama que me quedaba, y le digo que estoy bien, que no se preocupe.
Continuamos descendiendo, ahora más en silencio, debido a la exigencia física de la bajada, y varias veces se vuelve sobresaltado (va abriendo el camino) al escuchar un derrape, pero tengo controlada la bajada.
Se sorprende de que pueda "deslizarme" tan bien, y me pregunta si quiero ponerme delante, ya que a él se le dan fatal las bajadas.
Le digo que no hay problema, que como el quiera, y como insiste, lidero la bajada en el pequeño trecho que teníamos por delante.
Mientras tanto, comienza a darme lecciones sobre bastones, uso, técnica, seguridad... Me parece muy interesante, ya que hasta hace pocas horas (que parecen toda una vida) nunca había usado ningún tipo de apoyo en carrera, aparte de mis piernas, y he comprendido en estas horas lo vital que pueden llegar a ser en montaña, especialmente al enfrentarnos a un desnivel acumulado tan despiadado como el de la prueba.
Llegamos al fondo del valle, mientras Ramón me comenta que, bien usados, los bastones retiran hasta un 33% de fatiga de las piernas (que no desaparece, se carga en brazos y hombros, pero es de vital ayuda en los tramos técnicos), al permitir apoyar el peso en 4 puntos nos ayudan a distribuir la carga que llevemos y proporcionan bastantes ventajas, pero siempre y cuando se sepan usar (es un firme defensor de que la técnica con bastones hay que entrenarla, no vale con cogerlos o apoyarlos de cualquier manera) y, sobre todo, tener muy presente que, mal empleados, pueden ser un arma contra otros corredores y contra nosotros mismos.
Damos alcance a un corredor que está tumbado en el suelo, con una ampolla en el pie que no tiene muy buena pinta, y tras parar un rato con él, preguntarle como está, ofrecerle ayuda y darle ánimos, Ramón me comenta que vamos a detenernos a descansar un momento en una piedra lejana, que parece estar situada en el centro del valle.
Nos encaminamos a ella sin prisa peso sin pausa, pasamos de la carrera ligera al trote y del trote a la marcha, así que aprovecho para mandarle otro mensaje a Mayte y echar una fotografía con el móvil (ya me arrepiento de haber dejado la cámara en La Margineda).
Nos sentamos en la piedra, que me sorprende por su comodidad pese a ser, obviamente, totalmente rígida, y saco mi última bolsa de cacahuetes fritos con miel de la mochila.
Inicialmente Ramón rehúsa mi ofrecimiento, pero acaba aceptándolo, así como un corredor que se para un momento con nosotros antes de continuar (pensaba que nos habíamos hecho daño o necesitábamos ayuda).
A mi "adoptador" le extraña que mande mensajes con el móvil y me dice "pero tu no eras de aquí, me habías dicho, ¿no?" a lo que respondo que no, ni tengo whatsapp, que solo le mando sms.
Me pregunta por mi chica, y luego me dice si puede comprarme las pilas del frontal, ya que las suyas, por lo visto, están casi agotadas, y no sabe si aguantarán la segunda noche.
Le explico que yo uso baterías, que si no le ofrecía encantado las pilas, ya que no esperaba tener que usarlas (por desgracia), pero le comento que, si quiere, si cae la noche antes de alcanzar Bordes d'Envalira, mi frontal es potente, y puedo alumbrar el camino de ambos hasta que éste se bifurque.
Disfrutamos de las vistas unos últimos instantes y decidimos reemprender el camino, por varias razones, nos estamos quedando fríos, yo vuelvo a estar somnoliento (y Ramón me confiesa que le ha empezado a entrar sueño) y unas amenazadores nubes se arremolinan en la distancia, y con el viento soplando hacia nosotros mejor poner distancia entre nosotros y ellas cuanto antes.
Dejamos atrás roca y descanso, mientras Ramón me señala el camino por el que debemos ascender a continuación.
Me lo resume en tramo con "¡sorpresa"! o "¡trampa mortal!" debido al barro que puede engullir nuestros pies como no nos demos cuenta, rodeado de piedras por las que es más seguro avanzar, ascendiendo en terrazas de una otra de forma que nos va a parecer infinita y contemplando unos lagos glaciares preciosos, por los que los franceses se pirran por bajar a pescar cuando tienen vacaciones, cosa que nos parece dudosamente legal.
Comienzo a tener alucinaciones de nuevo, aunque no le digo nada a Ramón (veo corredores donde solo hay sombras, y lo más peligroso de todo, me parece ver una baliza donde no la había, despistando, por un momento, a Ramón, al liderar yo la dura subida.
En efecto, la previsión de Ramón se cumple, y tras lo que parecen horas ascendiendo lo que parecen infinitas terrazas y tras infinitas paradas para orinar (comer y beber lo tengo tan interiorizado que lo hago en marcha y de forma automática), mi "adoptador" me comenta que ya quedan pocos minutos para llegar a l'estany de l'Illa, por lo que aconseja que paremos un momento para ir al baño; el refugio está cerca.
Termino antes, y al girarme veo como el sol comienza a ocultarse tras uno de los gigantes rocosos que custodia la maravilla que es el valle del Madriu.
Miro el reloj, no para ver cuanto tiempo llevo de carrera, pues paré el crono en el Refugio de Perafita, sino para ver la hora.
Faltan un par de minutos para las 9 de la noche, en breve comenzará a anochecer.
Esto va a ser mucho más duro de lo que esperaba, espero que la noche no alimente los fantasmas que me rondan...
Descenso al infierno
Refugio de l'Illa, ocaso. km 64.
Llegamos al refugio con la última luz del día, mientras Ramón me comenta que, por desgracia, comienza a sentir molestias en uno de los dedos del pie, lo que, a tantos kilómetros de la meta, le escama.
Me adelanto un poco hacia el refugio, y los voluntarios nos dicen que tenemos que ascender por la zona de la izquierda, así que allá que nos dirigimos.
Ya desde lejos Ramón le pregunta en catalán al muchacho que nos ha dicho que entremos por la parte izquierda que como es que hoy no se sube al refugio por donde siempre, y tras romper el hielo con ese comentario, comienza a saludar y a charlar con todos, revolucionando el refugio.
Nos piden dorsal y chip para marcar nuestro paso, y les explicamos mi situación brevemente, a lo que no ponen pegas, tras lo cual nos invitan a acceder al interior del refugio.
Nada más entrar, otros voluntarios nos preguntan si queremos sopa o café, a lo que respondo que ambos.
Ramón pide sopa también, lo que está constituyendo la base de su dieta ultrera en la jornada, según me comenta mientras me felicita por llevar el estricto régimen de comida y bebida constante, que mantiene mis fuerzas en todo momento (o lo que quedan de ellas).
Como en todos los refugios, el calor es elevado en el interior, así que me desabrigo, me termino los botellines de agua con sales y de agua con Powerade, que repongo, así como el agua de la bolsa de hidratación, y comienzo a mojar galletas María en el recién servido café.
Nuevamente, aunque no sé por cuanto tiempo, el café comienza a espabilarme, así que pido un segundo vaso.
Ramón, medio en broma, pregunta "¿hay algún podólogo en la sala? a lo que un muchacho responde "sí, mira, ese de ahí, acaba de salir".
Tras certificar que, en efecto, se trataba de un podólogo, Ramón le pide que le mire la molestia que tiene en el pie, y como yo ya estoy listo, me vuelvo a abrigar y vamos a la habitación contigua del refugio, tras dejar mi "adoptador" sus palos apoyados en la puerta del refugio, con varios pares más.
El tramo que separa la habitación del punto de avituallamiento de la habitación del podólogo no tendrá más de 5 metros, pero en ese trayecto ya me quedo helado, aunque, por suerte, la habitación está calentita, por lo que una vez dentro me desabrigo de nuevo.
Mientras el podólogo le echa un ojo al pie de Ramón, le sostengo el café, y escucho con atención y preocupación (además de estar ayudándome muchísimo, tantas horas de travesía juntos va creando lazos), pero la molestia no es grave, y tras hacer un pequeño corte y cubrirlo, está como nuevo para continuar con la carrera.
Le devuelvo el café y me dirijo al exterior, ya que comienzo a sudar debido al calor de la habitación y no quiero que el frío me golpee de pleno al salir.
Tras un par de minutos en los que aprovecho para beber un poco más en el punto de avituallamiento y comer un poco de frutos secos, Ramón recoge sus palos y estamos listos para seguir.
Antes de dar el primer paso fuera del refugio, Ramón me advierte de la dureza del tramo que vamos a emprender, y me insiste en que si veo que no puedo, me quede aquí, ya que vamos a subir a una cresta enorme que me señala en la distancia la Collada dels Pesson, y lo "gracioso" no es eso, sino el posterior descenso, muy técnico y rompedor.
Le aseguré que podía con eso y más, y que no había llegado hasta este refugio para quedarme aquí, así que, ante mi insistencia, reemprendimos la marcha.
Encendí el frontal, pero me dijo Ramón que aún se veía bien, que aprovechase para más tarde, ya que lo íbamos a necesitar.
Vamos dejando atrás el refugio y comenzamos a bordear el lago que lo nombra, retomando yo, más despejado y alertar, la vanguardia (además de por el café, creo, quiero pensar, que la caída de la noche comienza a poner alerta mis sentidos).
Nos alcanza un grupito de héroes de la Ronda Dels Cims (compartíamos el refugio como avituallamiento, como en otras ocasiones), y como no, Ramón comienza a charlar con ellos (me considero muy social y extrovertido, pero comparado con él soy hasta tímido) y, casualidades de la vida, resulta que son de una zona de Valencia que mi "adoptador" conoce de toda la vida, y comienzan a ponerse al día.
El mundo es un pañuelo, desde luego, hay cosas que por más que se busquen no se encuentran y luego otras que ni se imaginan y suceden como ese fortuito encuentro.
Voy avanzando mientras Ramón se rezaga un poco y les cuenta como va la carrera, como se encontró conmigo (me dice que debo aprender catalán, que si no no me voy a enterar de mucho) y continúan charlando mientras vamos cogiendo ritmo, hasta que, en una bifurcación a la izquierda, nuestros caminos, una vez más, se separan.
Ramón me comenta que la subida que estamos emprendiendo la ha realizado varias veces, la última recientemente, pero que nunca la había realizado "bien", es decir, por donde nos marcaba el balizaje de la organización.
Dicho balizaje era, por momentos, más difícil de encontrar, y cuando Ramón verbalizó el temor que llevaba ya un buen rato rondando por mi mente, se me heló la sangre en las venas (casi literalmente, la temperatura estaba descendiendo en picado).
Por inercia, continuamos ascendiendo, y vimos la siguiente baliza algo por debajo nuestra, varios metros a la izquierda, pero otra más cercana sobre nosotros, que alcanzamos superando un empinadísimo tramo que no estaba ahí para ser ascendido.
Ramón me dijo que la lógica general para poner las balizas era usar el zigzag, de forma que se recorren más metros pero el cansancio es menor (lo que me había comentado un corredor francés horas atrás, antes incluso de decidir retirarme), y me comenta que ahora es vital seguir correctamente las indicaciones de la organización, ya que un paso en falso puede significar una seria caída o perdernos en la montaña.
El bajón que me dio el pensar que podíamos habernos perdido anula completamente el vigorizante efecto de los dos cafés solos, y le pido a Ramón que tome el relevo en la vanguardia, a lo que accede sin problema.
Nos paramos para descansar y vemos como no hay ninguna luz por delante, pero un par de frontales comienzan a ascender desde el refugio.
Ramón comenta que si no salen pronto del refugio los corredores (que no eran pocos) que reposaban en él, probablemente no acaben la carrera, si no por corte horario por la dificultad que entraña atravesar el difícil tramo que tenemos ante nosotros a oscuras, y con el efecto devastador de enfrentarnos a una segunda noche.
Cuando estamos llegando a la cima decido encender el frontal, ignorando el consejo de Ramón de aguantar hasta la bajada a fin de afrontar la noche con luz y más seguridad (llevo un par de tropiezos y considero ya necesario encenderlo).
Como de costumbre, ilumina una amplia zona con intensidad, pero veo con desmayo como titila de vez en cuando, bajando de golpe la cantidad de luz que emite... quizás no haya sido buena idea poner las baterías en el frontal desde La Margineda, igual debería haberlas echado en la mochila para ponerlas ahora... ¿y si se han descargado?
Ramón me dice que me vaya preparando, que el viento va a ser devastador en la cresta, y tras una breve parada en la que el se abrigo y yo orino, retomamos el ascenso, comprobando si alguno de los frontales se acerca antes de volver a encarar la montaña, pero continúan bastante lejos.
Noto que vamos alcanzando la cresta más que porque sope viento (ahora mismo reina la calma) porque comienzo a quedarme sin respiración.
Ramón decide encender también su frontal, muy potente también, y al girarnos brevemente para recuperar el aliento, podemos contemplar la que es otra de las imágenes que quedará grabada en mi memoria para siempre: el reflejo de la enorme luna llena en el lago que dejamos atrás cuando abandonamos el refugio.
Pese a que el cielo está despejado frente a nosotros, está muy cubierto encima nuestra, donde se apiñan las nubes que vimos venir desde lejos cuando estábamos en el valle del Madriu; mal asunto.
Con un esfuerzo que pareció eterno coronamos la cresta, donde extremamos la precaución, ya que la caída puede ser mortal (no sé si Ramón exagera o es cierto, pero me fío de él, prefiero hacerle caso y llegar de una pieza a Bordes).
Vemos a lo lejos, siguiendo la línea que marca la cresta, una luz, y a varias personas, y emprendemos el camino sin hacer demasiado caso a las balizas, pero teniendo en cuenta seriamente donde apoyamos los pies a cada paso (alguna de las balizas está tumbada o parece que se ha caído por el viento, que ya si comienza a hacer acto de presencia, por lo que seguimos la ruta que, por lógica, es más segura).
Al llegar encontramos varios voluntarios, que nos saludan, y les pregunto, ingenuo, por donde sigue el camino.
Me dicen que no tiene pérdida, que es por la bajada que tengo justo a mi derecha (un empinadísimo sendero por el que dos personas codo con codo no caben sin caer al vacío, que asoma cual balcón a la mas profunda nada).
"Sí, esta es la bajada divertida", dice Ramón.
Comenzamos a descender mientras notamos como el viento comienza a arrastrar algo que nos golpea la cara, además de zarandearnos por sí mismo; un cristalito en mis gafas revela la naturaleza de ese elemento: Nieve.
Por segunda vez desde que emprendimos la salida desde Ordino, nieva, una especie de tenue aguanieve, pero ya es más que todo lo que he visto desde que abandonase Suiza el invierno pasado (recomiendo leer a quien no la haya visto mi circundación al Zugersee).
Llevo las piernas machacadas, así que decido dar un largo trago a mi botellín con sales disueltas, y, con Ramón aún liderando nuestro grupo de dos, comenzamos a bajar.
El tramo es de los más técnicos, si no el que más, que he afrontado nunca, con el aliciente de la noche, el potente viento y el aguanieve que se va intensificando conforme pasan los minutos.
Noto una vibración en el brazo y le pido a Ramón un momento; Mayte, preocupada por la hora y no tener noticias mías me pregunta como va todo, a lo que respondo escuetamente que estoy llegando.
Hasta ese momento había ido repitiendo cada acción que realizaba mi "adoptador", pero se ve que obvié alguna de sus acciones porque, nada más dar un paso, apoyo la mano derecha en la pared rocosa que vamos descendiendo y una enorme roca se desprende, aplastándome el tobillo derecho primero el izquierdo al rebotar, y cayendo por la pendiente de forma estruendosa hasta perderse el amplificado ruido en el vacío.
Por un momento no reacciona mi tobillo derecho, me agacho dolorido para ver cómo está y veo que el pantalón está roto y tengo una pequeña herida en la zona, pero quitando la instantánea hinchazón, está bien, aparentemente.
Ramón se preocupa, pero insisto para seguir avanzando, y allá que vamos, sumergiéndonos en la oscuridad.
El teléfono vuelve a vibrar, y le pido a Ramón un momento para responder, ya que no quiero preocupar a Mayte; le digo que voy camino del kilómetro 76, que en el avituallamiento anterior tampoco podía ser evacuado directamente. Le aviso también de que comienza a nevar y el camino es peligroso, para que no se preocupe si tardo en responder, y le digo que nada más llegar al punto de avituallamiento de Bordes d'Envalira le avisaré.
El mensaje ha sido más largo y Ramón ha aprovechado para descender un poco, pocos metros, y cuando aparezco tras el giro del camino me señala dos lucecitas minúsculas a lo lejos.
"Ese es el camino que tenemos que seguir; ah, y, ¿ves las luces a lo lejos? por ese restaurante tenemos que pasar" dice señalando unas lejanísimas luces al fondo del valle que tenemos varios cientos de metros por debajo nuestra.
Justo mientras lo contemplamos, se apagan las luces, a lo que Ramón me pregunta, extrañado, que qué hora es; echo mano de mi clásico casio, remangándome cortavientos y malla térmica y retirándome mi guante.
-"Las 12 y 4 minutos"
-"Pues si que han cerrado pronto... ¡sigamos!"
El tramo que encontramos a continuación es tan inclinado y estrecho que decidimos pasarlo sentados, aferrándose Ramón con firmeza a sus bastones (me ofrece uno ante la dificultad de la bajada) y yo, que rehúso la ayuda, aunque la agradezco, a la roca, con ambas manos, tras asegurarme de que no va a aplastar ningún miembro de mi cuerpo.
Por suerte, rápidamente volvemos a la bipedestación, aunque a un ritmo realmente lento, y nos da por comentar como hay fueras de serie, véase Killian Jornet que no solo bajan tramos similares corriendo, sino esprintando, y estamos de acuerdo en que la línea que separa al intrépido del insensato es a veces muy fina.
Nosotros no tenemos ese problema, tenemos totalmente claro que queremos llegar de una pieza, y además, hay algunas balizas que no están claras del todo, así que vamos atentos.
Nos comentaron en el refugio que estaban rebalizando por segunda vez, la organización es de 10 en todos los aspectos, trato al corredor, seguridad, entusiasmo, calidad y cantidad en los avituallamientos... sencillamente sin palabras, pese a la dificultad del terreno y de portear víveres y mover personas, ha estado todo calculado al detalle desde el minuto uno.
De repente, vemos un frontal que viene hacia nosotros, y Ramón, extrañado, me pregunta si se ha girado alguno de los dos corredores que estaban ante nosotros hace un buen rato.
Le respondo que no tengo ni idea, pero que en breve lo descubriremos, ya que avanzaba hacia nosotros bastante más rápido de lo que avanzábamos nosotros hacia él, a pesar de tener la pendiente a favor.
Nos callamos un momento y el silencio es sobrecogedor... la noche ha despertado y agudizado mis sentidos, pero el sueño se hace fuerte y hace que me cueste incluso levantar los párpados... voy mirando únicamente las zapatillas (bambas, como se dice en la zona) de Ramón, y copiando exactamente sus movimientos, aunque derrapo un poco, quizás por no llevar bastones) y por momentos se me nublan los ojos; incluso me parece que veo menos, pero es el frontal, que va perdiendo energía de forma dramática.
De repente, nos cruzamos con el corredor que venía en dirección contraria, del que yo ya me había olvidado, ¡y resulta que Ramón lo conoce!
Charlan brevemente en catalán y nuestros caminos se separan.
Ramón me comenta que es un crack de las carreras de montaña, que hizo el primer día de la Ronda Dels Cims por libre, para ver a unos amigos, y que tras entrenar y trabajar, ahora se iba a meter unos cuantos kilómetros para poder ver de nuevo a sus amigos antes de acostarse.
Sencillamente me deja sin palabras una hazaña como esa, y luego otros me halagan a mi cuando les cuento que he llegado a recorrer 160 kilómetros en una semana, o que mi mejor marca personal en 50 kilómetros es escasamente superior a las 5 horas, en montaña (con un desnivel que nada tiene que ver con el de la prueba en la que me encuentro, por supuesto).
Mi "adoptador" me comenta que, por lo que su amigo ha oído, están habiendo muchos abandonos, y que posiblemente, de los corredores que dejamos atrás en l'Illa, solamente los dos que vimos al subir a la Collada dels Pesson sigan en carrera, por lo que prácticamente cerramos la Mític.
Noto como me voy durmiendo mientras avanzo, y Ramón me comenta, tras un par de derrapes, que mucho minimalismo, pero sus zapatillas tienen más grip.
Aprovecho para contarle más sobre mi blog, del que le adelanto que será protagonista en la última parte de la crónica, y le hablo de como he conseguido mi primera ayuda en forma de material gracias a Trekking & Running Marbella y Todosdescalzos.com.
Él me comenta que una amiga suya ha llegado a un nivel tal de patrocinio que le pagan dorsal, viaje y estancia en las carreras más famosas del mundo (Maratón Des Sables, Maratón del Círculo Polar, Ultra Trail Aneto Posets...).
No recuerdo su nombre ni se a qué se dedicará, pero desde luego esa muchacha me había "robado" el sueño (el onírico, no el fisiológico, aunque tras los tropezones y la vuelta a la conversación volvía a estar más despierto).
Pasamos a charlar sobre el turismo deportivo y la conversión del deporte, el atletismo y las carreras por montaña a fenómeno de masas, con la correspondiente "privatización" de carreras (pruebas de 5 kilómetros a 20 euros, medias maratones a cerca de 40 y maratones rondando la centena de euros me parecen precios abusivos y prohibitivos, parece que las empresas -sí, muchas empresas viven por y para sacar dinero organizando carreras, atrás quedan las pruebas organizadas por ayuntamientos y clubes, por desgracia- ya han perdido de vista los beneficios saludables del deporte y buscan tan solo los económicos...) y el descenso se nos va haciendo más ameno.
Llegamos a los pies del lago que parecía que había contemplado asomado a la cresta de la Collada des Pessons, una vida atrás, y comenzaron de nuevo los tramos de "trampa mortal".
Mi frontal ya tan solo iluminaba de forma ínfima, así que avanzaba lo más pegado posible a Ramón.
Estaba tan cansado que por primera vez en toda la carrera dejé de comer y beber sistemáticamente, y lo hacía solo cuando me acordaba (no tenía fuerzas ni la claridad mental para recordar cada cuantos minutos debía comer y beber, o cuando fue la última vez que lo había hecho).
Dejó de nevar y la temperatura comenzaba a ascender, aunque el lago emanaba fresquito que el viento transportaba a lo largo del valle.
Nos giramos para contemplar el vertiginoso descenso que habíamos dejado atrás, y vimos dos frontales descendiendo... Posiblemente los dos que habían salido de l'Illa poco después de que llegásemos a la cresta que le precedía.
Bajaban a buen paso, seguramente nos los encontraríamos pronto... "¡Chaf!" agua hasta los tobillos en el pie derecho y sensación de dolor profundo debido a la temperatura de la misma...
Ramón se gira al instante para comprobar como estoy, pero le digo que no se preocupe y continuamos avanzando.
Me siento como un fantasma, dejo de ser consciente de las sensaciones de mi cuerpo, avanzo mecánicamente, siguiendo a Ramón, no sé durante cuantas horas, ahora en silencio, pisando por donde el pisa y escalando y descendiendo por tramos rocosos para evitar las corrientes de agua y el barro.
Creo tener un microsueño, porque al hablarme Ramón me sobresalto y le tengo que decir que me repita qué ha dicho, ya que no lo he entendido, y me doy cuenta de que mi frontal prácticamente no alumbra.
Me dice "menos mal que me ibas a iluminar tú, ¿eh? anda, acércate más, que no es posible que veas nada..."
Escuchamos pasos y nos giramos, y vemos a los dos corredores que nos seguían, desde la distancia hace poco; ¿cómo narices han llegado tan rápido?
Les saludo en inglés e intercambiamos un par de mensajes, pero ni sé qué me dicen ni recuerdo qué les digo.
Tomo consciencia de que llevamos un buen rato en movimiento, incluso hemos dejado el lago atrás, y le pregunto a Ramón si estamos a nivel del suelo, y cuanto tiempo llevamos de carrera.
Me dice que nos quedan centenas de metros para acabar el descenso, y que no usa cronómetro, que lleva el reloj GPS solamente para orientarse y ver el altímetro, que él no gana nada corriendo más rápido o despacio o recordando la ruta, que para eso tiene los recuerdos; sabia filosofía de vida, está en peligro de extinción este tipo de ancestral runner despreocupado del reloj y de los tiempos.
Sé que ahora Ramón me va dando conversación, pero no recuerdo ni de qué hablamos ni qué le digo, solo recuerdo sus pies y las luces de las balizas a lo lejos, y el gélido dolor en mis pies cada vez que pisaba agua.
En una parada para orinar decidí coger el móvil y usar su linterna para iluminar mis pasos; no sé de donde salió ese momento de lucidez, pero fue la mejor idea en kilómetros, quizá la mejor desde que decidiese coger las ramas en la bajada a La Margineda.
Tras lo que parecen horas, encontramos, por fin, senda recta, y comenzamos a coger ritmo, mientras Ramón me comenta que debemos estar ya llegando al restaurante que cerró pasadas las 12 de la noche, del ya día anterior.
Sin embargo, las balizas nos guían dando un rodeo, y tras varios descensos más y cruzar lagos y ríos, finalmente llegamos a la orilla, donde unos amables voluntarios nos piden el número de dorsal y nos invitan a calentarnos en torno a una hoguera.
No tengo nada de sed, pero sé que llevo mucho tiempo sin comer ni beber,así que aprovecho la parada (Ramón habla mientras tanto con los voluntarios, y repone también) para recuperar, beber y acudir al baño.
Nos comunican que estamos a nada de Bordes, cuestión un último arreón antes del avituallamiento, solo debemos continuar, seguir el camino, girar a la derecha y seguir la pista de esquí.
El alivio que experimento al correr por terreno casi llano es inmenso, hasta me activa un poco.
Llegamos al desvío, inicialmente pensando que nos habíamos perdido, pero las balizas disipan nuestro temor.
Desde atrás se acercan un par de frontales, que no hemos visto ni por delante ni por detrás, y le comento a Ramón que o se han despistado, o han cortado camino.
Se ponen a nuestra altura y comienzan a hablar con Ramón en francés, y el me traduce de rato a rato.
Resulta que son los "ingleses" que nos cruzamos en el lago, que, según dicen, se despistaron y siguieron recto en el mismo, por lo que no han pasado el control de la orilla del lago, o eso pensamos.
Fuera como fuese, avanzan con nosotros, inicialmente sumando luz a nuestros frontal y móvil, aunque los apagan cuando ven que con nuestra luz ven bien, lo que, al no preguntar, me parece un poco grosero (la luz de noche es un bien escaso).
No sé el motivo, pero de repente siento un frío descomunal, y Ramón me comenta que él también; comienza a soplar viento, y llegamos a la pista de esquí, llena de hierba alta y rocas.
Vamos siguiendo las balizas por el ondulado terreno ("otra vez descenso no, por favor") pero perdemos el rastro de las mismas y Ramón decide cruzar al otro lado de la verja, que nos dice que vigilemos, ya que está electrificada para evitar que las vacas y otros animales la crucen.
Con su bastón abre hueco y pasamos, sosteniéndola uno de los franceses tras pasar para permitir que él pase.
Tras un par de minutos decidimos volver a pasar la valla, que esta vez le suelta una descarga a Ramón, por lo que pasamos con mucho más cuidado, y tras desandar un poco lo andado y separarnos de la valla, volvemos a encontrar balizas.
Tropiezo varias veces, e incluso llego a caer, aunque no siento dolor, y Ramón le dice a los franceses que enciendan sus frontales, ya que me cuesta ver y el móvil tampoco alumbra mucho.
Lo enciende uno de ellos, y a los pocos metros lo apaga de nuevo; parecerá a propósito, pero no, tropiezo de nuevo.
Ramón se para y se gira, y les pide que enciendan la luz, por favor, se gira y seguimos descendiendo, pero hacen caso omiso.
Tras lo que me pareció al menos una decena de kilómetros, aunque sería tan solo una o pocas centenas de metros, Ramón se para y le dice a los franceses que sigan ellos, encienden ambos sus frontales, casi indignados, y comienzan a correr a gran velocidad, perdiéndose en cuestión de segundos; comprueba que estoy bien y seguimos bajando.
Vemos a lo lejos el avituallamiento, pero parece imposible calcular la distancia a la que está... Ramón me dice que queda la bajada, que se hará eterna, cruzar el río y ascender por asfalto, "sólo" eso.
Se me han acabado los dos botellines y aunque me queda agua en la camel, no quiero pararme a rellenar uno de los botellines para disolver sales en él porque si paro no sé si podré continuar, pero voy tan acalambrado que el dolor se suma al sueño en mi tarea de nublarme la mente.
Pese a ser un descenso nada técnico, consiste en bajar una eterna pendiente herbácea con algunas rocas sueltas en ella, sufro lo que no está en los escritos.
La acabamos y llaneamos un poco hacia la derecha, antes de recuperarla de nuevo y descender, esta vez hacia la izquierda.
El río se oye a lo lejos, rompiendo el silencio total que nos envuelve (bajamos callados, concentrados, y la hierba alta amortigua nuestras pisadas); es el sonido más dulce que he oído en muchísimo tiempo.
Le pregunto a Ramón si va bien de tiempo, y me responde que sí, que muy bien, que ahora descansará bastante en Bordes y atacará lo último, que ya está todo hecho, quedan unos 30 kilómetros, un par de repechos, uno de ellos algo duro, y la bajada y el llaneo final.
Según me cuenta lo peor ha pasado y queda solo un paseo, aunque estoy tan destrozado que aunque la idea de continuar me comienza a seducir, mi conciencia rápidamente la acalla.
Cruzamos el río y llegamos a la subida... subo corriendo como hacía horas que no corría, liberando de repente una energía que no sabía que tenía aún en mí... estaba a tan solo 100 metros de Bordes d'Envalira, simplemente no podía creerlo...
Epílogo
Llegamos al refugio con la última luz del día, mientras Ramón me comenta que, por desgracia, comienza a sentir molestias en uno de los dedos del pie, lo que, a tantos kilómetros de la meta, le escama.
Me adelanto un poco hacia el refugio, y los voluntarios nos dicen que tenemos que ascender por la zona de la izquierda, así que allá que nos dirigimos.
Ya desde lejos Ramón le pregunta en catalán al muchacho que nos ha dicho que entremos por la parte izquierda que como es que hoy no se sube al refugio por donde siempre, y tras romper el hielo con ese comentario, comienza a saludar y a charlar con todos, revolucionando el refugio.
Nos piden dorsal y chip para marcar nuestro paso, y les explicamos mi situación brevemente, a lo que no ponen pegas, tras lo cual nos invitan a acceder al interior del refugio.
Nada más entrar, otros voluntarios nos preguntan si queremos sopa o café, a lo que respondo que ambos.
Ramón pide sopa también, lo que está constituyendo la base de su dieta ultrera en la jornada, según me comenta mientras me felicita por llevar el estricto régimen de comida y bebida constante, que mantiene mis fuerzas en todo momento (o lo que quedan de ellas).
Como en todos los refugios, el calor es elevado en el interior, así que me desabrigo, me termino los botellines de agua con sales y de agua con Powerade, que repongo, así como el agua de la bolsa de hidratación, y comienzo a mojar galletas María en el recién servido café.
Nuevamente, aunque no sé por cuanto tiempo, el café comienza a espabilarme, así que pido un segundo vaso.
Ramón, medio en broma, pregunta "¿hay algún podólogo en la sala? a lo que un muchacho responde "sí, mira, ese de ahí, acaba de salir".
Tras certificar que, en efecto, se trataba de un podólogo, Ramón le pide que le mire la molestia que tiene en el pie, y como yo ya estoy listo, me vuelvo a abrigar y vamos a la habitación contigua del refugio, tras dejar mi "adoptador" sus palos apoyados en la puerta del refugio, con varios pares más.
El tramo que separa la habitación del punto de avituallamiento de la habitación del podólogo no tendrá más de 5 metros, pero en ese trayecto ya me quedo helado, aunque, por suerte, la habitación está calentita, por lo que una vez dentro me desabrigo de nuevo.
Mientras el podólogo le echa un ojo al pie de Ramón, le sostengo el café, y escucho con atención y preocupación (además de estar ayudándome muchísimo, tantas horas de travesía juntos va creando lazos), pero la molestia no es grave, y tras hacer un pequeño corte y cubrirlo, está como nuevo para continuar con la carrera.
Le devuelvo el café y me dirijo al exterior, ya que comienzo a sudar debido al calor de la habitación y no quiero que el frío me golpee de pleno al salir.
Tras un par de minutos en los que aprovecho para beber un poco más en el punto de avituallamiento y comer un poco de frutos secos, Ramón recoge sus palos y estamos listos para seguir.
Antes de dar el primer paso fuera del refugio, Ramón me advierte de la dureza del tramo que vamos a emprender, y me insiste en que si veo que no puedo, me quede aquí, ya que vamos a subir a una cresta enorme que me señala en la distancia la Collada dels Pesson, y lo "gracioso" no es eso, sino el posterior descenso, muy técnico y rompedor.
Le aseguré que podía con eso y más, y que no había llegado hasta este refugio para quedarme aquí, así que, ante mi insistencia, reemprendimos la marcha.
Encendí el frontal, pero me dijo Ramón que aún se veía bien, que aprovechase para más tarde, ya que lo íbamos a necesitar.
Vamos dejando atrás el refugio y comenzamos a bordear el lago que lo nombra, retomando yo, más despejado y alertar, la vanguardia (además de por el café, creo, quiero pensar, que la caída de la noche comienza a poner alerta mis sentidos).
Nos alcanza un grupito de héroes de la Ronda Dels Cims (compartíamos el refugio como avituallamiento, como en otras ocasiones), y como no, Ramón comienza a charlar con ellos (me considero muy social y extrovertido, pero comparado con él soy hasta tímido) y, casualidades de la vida, resulta que son de una zona de Valencia que mi "adoptador" conoce de toda la vida, y comienzan a ponerse al día.
El mundo es un pañuelo, desde luego, hay cosas que por más que se busquen no se encuentran y luego otras que ni se imaginan y suceden como ese fortuito encuentro.
Voy avanzando mientras Ramón se rezaga un poco y les cuenta como va la carrera, como se encontró conmigo (me dice que debo aprender catalán, que si no no me voy a enterar de mucho) y continúan charlando mientras vamos cogiendo ritmo, hasta que, en una bifurcación a la izquierda, nuestros caminos, una vez más, se separan.
Ramón me comenta que la subida que estamos emprendiendo la ha realizado varias veces, la última recientemente, pero que nunca la había realizado "bien", es decir, por donde nos marcaba el balizaje de la organización.
Dicho balizaje era, por momentos, más difícil de encontrar, y cuando Ramón verbalizó el temor que llevaba ya un buen rato rondando por mi mente, se me heló la sangre en las venas (casi literalmente, la temperatura estaba descendiendo en picado).
Por inercia, continuamos ascendiendo, y vimos la siguiente baliza algo por debajo nuestra, varios metros a la izquierda, pero otra más cercana sobre nosotros, que alcanzamos superando un empinadísimo tramo que no estaba ahí para ser ascendido.
Ramón me dijo que la lógica general para poner las balizas era usar el zigzag, de forma que se recorren más metros pero el cansancio es menor (lo que me había comentado un corredor francés horas atrás, antes incluso de decidir retirarme), y me comenta que ahora es vital seguir correctamente las indicaciones de la organización, ya que un paso en falso puede significar una seria caída o perdernos en la montaña.
El bajón que me dio el pensar que podíamos habernos perdido anula completamente el vigorizante efecto de los dos cafés solos, y le pido a Ramón que tome el relevo en la vanguardia, a lo que accede sin problema.
Nos paramos para descansar y vemos como no hay ninguna luz por delante, pero un par de frontales comienzan a ascender desde el refugio.
Ramón comenta que si no salen pronto del refugio los corredores (que no eran pocos) que reposaban en él, probablemente no acaben la carrera, si no por corte horario por la dificultad que entraña atravesar el difícil tramo que tenemos ante nosotros a oscuras, y con el efecto devastador de enfrentarnos a una segunda noche.
Cuando estamos llegando a la cima decido encender el frontal, ignorando el consejo de Ramón de aguantar hasta la bajada a fin de afrontar la noche con luz y más seguridad (llevo un par de tropiezos y considero ya necesario encenderlo).
Como de costumbre, ilumina una amplia zona con intensidad, pero veo con desmayo como titila de vez en cuando, bajando de golpe la cantidad de luz que emite... quizás no haya sido buena idea poner las baterías en el frontal desde La Margineda, igual debería haberlas echado en la mochila para ponerlas ahora... ¿y si se han descargado?
Ramón me dice que me vaya preparando, que el viento va a ser devastador en la cresta, y tras una breve parada en la que el se abrigo y yo orino, retomamos el ascenso, comprobando si alguno de los frontales se acerca antes de volver a encarar la montaña, pero continúan bastante lejos.
Noto que vamos alcanzando la cresta más que porque sope viento (ahora mismo reina la calma) porque comienzo a quedarme sin respiración.
Ramón decide encender también su frontal, muy potente también, y al girarnos brevemente para recuperar el aliento, podemos contemplar la que es otra de las imágenes que quedará grabada en mi memoria para siempre: el reflejo de la enorme luna llena en el lago que dejamos atrás cuando abandonamos el refugio.
Pese a que el cielo está despejado frente a nosotros, está muy cubierto encima nuestra, donde se apiñan las nubes que vimos venir desde lejos cuando estábamos en el valle del Madriu; mal asunto.
Con un esfuerzo que pareció eterno coronamos la cresta, donde extremamos la precaución, ya que la caída puede ser mortal (no sé si Ramón exagera o es cierto, pero me fío de él, prefiero hacerle caso y llegar de una pieza a Bordes).
Vemos a lo lejos, siguiendo la línea que marca la cresta, una luz, y a varias personas, y emprendemos el camino sin hacer demasiado caso a las balizas, pero teniendo en cuenta seriamente donde apoyamos los pies a cada paso (alguna de las balizas está tumbada o parece que se ha caído por el viento, que ya si comienza a hacer acto de presencia, por lo que seguimos la ruta que, por lógica, es más segura).
Al llegar encontramos varios voluntarios, que nos saludan, y les pregunto, ingenuo, por donde sigue el camino.
Me dicen que no tiene pérdida, que es por la bajada que tengo justo a mi derecha (un empinadísimo sendero por el que dos personas codo con codo no caben sin caer al vacío, que asoma cual balcón a la mas profunda nada).
"Sí, esta es la bajada divertida", dice Ramón.
Comenzamos a descender mientras notamos como el viento comienza a arrastrar algo que nos golpea la cara, además de zarandearnos por sí mismo; un cristalito en mis gafas revela la naturaleza de ese elemento: Nieve.
Por segunda vez desde que emprendimos la salida desde Ordino, nieva, una especie de tenue aguanieve, pero ya es más que todo lo que he visto desde que abandonase Suiza el invierno pasado (recomiendo leer a quien no la haya visto mi circundación al Zugersee).
Llevo las piernas machacadas, así que decido dar un largo trago a mi botellín con sales disueltas, y, con Ramón aún liderando nuestro grupo de dos, comenzamos a bajar.
El tramo es de los más técnicos, si no el que más, que he afrontado nunca, con el aliciente de la noche, el potente viento y el aguanieve que se va intensificando conforme pasan los minutos.
Noto una vibración en el brazo y le pido a Ramón un momento; Mayte, preocupada por la hora y no tener noticias mías me pregunta como va todo, a lo que respondo escuetamente que estoy llegando.
Hasta ese momento había ido repitiendo cada acción que realizaba mi "adoptador", pero se ve que obvié alguna de sus acciones porque, nada más dar un paso, apoyo la mano derecha en la pared rocosa que vamos descendiendo y una enorme roca se desprende, aplastándome el tobillo derecho primero el izquierdo al rebotar, y cayendo por la pendiente de forma estruendosa hasta perderse el amplificado ruido en el vacío.
Por un momento no reacciona mi tobillo derecho, me agacho dolorido para ver cómo está y veo que el pantalón está roto y tengo una pequeña herida en la zona, pero quitando la instantánea hinchazón, está bien, aparentemente.
Ramón se preocupa, pero insisto para seguir avanzando, y allá que vamos, sumergiéndonos en la oscuridad.
El teléfono vuelve a vibrar, y le pido a Ramón un momento para responder, ya que no quiero preocupar a Mayte; le digo que voy camino del kilómetro 76, que en el avituallamiento anterior tampoco podía ser evacuado directamente. Le aviso también de que comienza a nevar y el camino es peligroso, para que no se preocupe si tardo en responder, y le digo que nada más llegar al punto de avituallamiento de Bordes d'Envalira le avisaré.
El mensaje ha sido más largo y Ramón ha aprovechado para descender un poco, pocos metros, y cuando aparezco tras el giro del camino me señala dos lucecitas minúsculas a lo lejos.
"Ese es el camino que tenemos que seguir; ah, y, ¿ves las luces a lo lejos? por ese restaurante tenemos que pasar" dice señalando unas lejanísimas luces al fondo del valle que tenemos varios cientos de metros por debajo nuestra.
Justo mientras lo contemplamos, se apagan las luces, a lo que Ramón me pregunta, extrañado, que qué hora es; echo mano de mi clásico casio, remangándome cortavientos y malla térmica y retirándome mi guante.
-"Las 12 y 4 minutos"
-"Pues si que han cerrado pronto... ¡sigamos!"
El tramo que encontramos a continuación es tan inclinado y estrecho que decidimos pasarlo sentados, aferrándose Ramón con firmeza a sus bastones (me ofrece uno ante la dificultad de la bajada) y yo, que rehúso la ayuda, aunque la agradezco, a la roca, con ambas manos, tras asegurarme de que no va a aplastar ningún miembro de mi cuerpo.
Por suerte, rápidamente volvemos a la bipedestación, aunque a un ritmo realmente lento, y nos da por comentar como hay fueras de serie, véase Killian Jornet que no solo bajan tramos similares corriendo, sino esprintando, y estamos de acuerdo en que la línea que separa al intrépido del insensato es a veces muy fina.
Nosotros no tenemos ese problema, tenemos totalmente claro que queremos llegar de una pieza, y además, hay algunas balizas que no están claras del todo, así que vamos atentos.
Nos comentaron en el refugio que estaban rebalizando por segunda vez, la organización es de 10 en todos los aspectos, trato al corredor, seguridad, entusiasmo, calidad y cantidad en los avituallamientos... sencillamente sin palabras, pese a la dificultad del terreno y de portear víveres y mover personas, ha estado todo calculado al detalle desde el minuto uno.
De repente, vemos un frontal que viene hacia nosotros, y Ramón, extrañado, me pregunta si se ha girado alguno de los dos corredores que estaban ante nosotros hace un buen rato.
Le respondo que no tengo ni idea, pero que en breve lo descubriremos, ya que avanzaba hacia nosotros bastante más rápido de lo que avanzábamos nosotros hacia él, a pesar de tener la pendiente a favor.
Nos callamos un momento y el silencio es sobrecogedor... la noche ha despertado y agudizado mis sentidos, pero el sueño se hace fuerte y hace que me cueste incluso levantar los párpados... voy mirando únicamente las zapatillas (bambas, como se dice en la zona) de Ramón, y copiando exactamente sus movimientos, aunque derrapo un poco, quizás por no llevar bastones) y por momentos se me nublan los ojos; incluso me parece que veo menos, pero es el frontal, que va perdiendo energía de forma dramática.
De repente, nos cruzamos con el corredor que venía en dirección contraria, del que yo ya me había olvidado, ¡y resulta que Ramón lo conoce!
Charlan brevemente en catalán y nuestros caminos se separan.
Ramón me comenta que es un crack de las carreras de montaña, que hizo el primer día de la Ronda Dels Cims por libre, para ver a unos amigos, y que tras entrenar y trabajar, ahora se iba a meter unos cuantos kilómetros para poder ver de nuevo a sus amigos antes de acostarse.
Sencillamente me deja sin palabras una hazaña como esa, y luego otros me halagan a mi cuando les cuento que he llegado a recorrer 160 kilómetros en una semana, o que mi mejor marca personal en 50 kilómetros es escasamente superior a las 5 horas, en montaña (con un desnivel que nada tiene que ver con el de la prueba en la que me encuentro, por supuesto).
Mi "adoptador" me comenta que, por lo que su amigo ha oído, están habiendo muchos abandonos, y que posiblemente, de los corredores que dejamos atrás en l'Illa, solamente los dos que vimos al subir a la Collada dels Pesson sigan en carrera, por lo que prácticamente cerramos la Mític.
Noto como me voy durmiendo mientras avanzo, y Ramón me comenta, tras un par de derrapes, que mucho minimalismo, pero sus zapatillas tienen más grip.
Aprovecho para contarle más sobre mi blog, del que le adelanto que será protagonista en la última parte de la crónica, y le hablo de como he conseguido mi primera ayuda en forma de material gracias a Trekking & Running Marbella y Todosdescalzos.com.
Él me comenta que una amiga suya ha llegado a un nivel tal de patrocinio que le pagan dorsal, viaje y estancia en las carreras más famosas del mundo (Maratón Des Sables, Maratón del Círculo Polar, Ultra Trail Aneto Posets...).
No recuerdo su nombre ni se a qué se dedicará, pero desde luego esa muchacha me había "robado" el sueño (el onírico, no el fisiológico, aunque tras los tropezones y la vuelta a la conversación volvía a estar más despierto).
Pasamos a charlar sobre el turismo deportivo y la conversión del deporte, el atletismo y las carreras por montaña a fenómeno de masas, con la correspondiente "privatización" de carreras (pruebas de 5 kilómetros a 20 euros, medias maratones a cerca de 40 y maratones rondando la centena de euros me parecen precios abusivos y prohibitivos, parece que las empresas -sí, muchas empresas viven por y para sacar dinero organizando carreras, atrás quedan las pruebas organizadas por ayuntamientos y clubes, por desgracia- ya han perdido de vista los beneficios saludables del deporte y buscan tan solo los económicos...) y el descenso se nos va haciendo más ameno.
Llegamos a los pies del lago que parecía que había contemplado asomado a la cresta de la Collada des Pessons, una vida atrás, y comenzaron de nuevo los tramos de "trampa mortal".
Mi frontal ya tan solo iluminaba de forma ínfima, así que avanzaba lo más pegado posible a Ramón.
Estaba tan cansado que por primera vez en toda la carrera dejé de comer y beber sistemáticamente, y lo hacía solo cuando me acordaba (no tenía fuerzas ni la claridad mental para recordar cada cuantos minutos debía comer y beber, o cuando fue la última vez que lo había hecho).
Dejó de nevar y la temperatura comenzaba a ascender, aunque el lago emanaba fresquito que el viento transportaba a lo largo del valle.
Nos giramos para contemplar el vertiginoso descenso que habíamos dejado atrás, y vimos dos frontales descendiendo... Posiblemente los dos que habían salido de l'Illa poco después de que llegásemos a la cresta que le precedía.
Bajaban a buen paso, seguramente nos los encontraríamos pronto... "¡Chaf!" agua hasta los tobillos en el pie derecho y sensación de dolor profundo debido a la temperatura de la misma...
Ramón se gira al instante para comprobar como estoy, pero le digo que no se preocupe y continuamos avanzando.
Me siento como un fantasma, dejo de ser consciente de las sensaciones de mi cuerpo, avanzo mecánicamente, siguiendo a Ramón, no sé durante cuantas horas, ahora en silencio, pisando por donde el pisa y escalando y descendiendo por tramos rocosos para evitar las corrientes de agua y el barro.
Creo tener un microsueño, porque al hablarme Ramón me sobresalto y le tengo que decir que me repita qué ha dicho, ya que no lo he entendido, y me doy cuenta de que mi frontal prácticamente no alumbra.
Me dice "menos mal que me ibas a iluminar tú, ¿eh? anda, acércate más, que no es posible que veas nada..."
Escuchamos pasos y nos giramos, y vemos a los dos corredores que nos seguían, desde la distancia hace poco; ¿cómo narices han llegado tan rápido?
Les saludo en inglés e intercambiamos un par de mensajes, pero ni sé qué me dicen ni recuerdo qué les digo.
Tomo consciencia de que llevamos un buen rato en movimiento, incluso hemos dejado el lago atrás, y le pregunto a Ramón si estamos a nivel del suelo, y cuanto tiempo llevamos de carrera.
Me dice que nos quedan centenas de metros para acabar el descenso, y que no usa cronómetro, que lleva el reloj GPS solamente para orientarse y ver el altímetro, que él no gana nada corriendo más rápido o despacio o recordando la ruta, que para eso tiene los recuerdos; sabia filosofía de vida, está en peligro de extinción este tipo de ancestral runner despreocupado del reloj y de los tiempos.
Sé que ahora Ramón me va dando conversación, pero no recuerdo ni de qué hablamos ni qué le digo, solo recuerdo sus pies y las luces de las balizas a lo lejos, y el gélido dolor en mis pies cada vez que pisaba agua.
En una parada para orinar decidí coger el móvil y usar su linterna para iluminar mis pasos; no sé de donde salió ese momento de lucidez, pero fue la mejor idea en kilómetros, quizá la mejor desde que decidiese coger las ramas en la bajada a La Margineda.
Tras lo que parecen horas, encontramos, por fin, senda recta, y comenzamos a coger ritmo, mientras Ramón me comenta que debemos estar ya llegando al restaurante que cerró pasadas las 12 de la noche, del ya día anterior.
Sin embargo, las balizas nos guían dando un rodeo, y tras varios descensos más y cruzar lagos y ríos, finalmente llegamos a la orilla, donde unos amables voluntarios nos piden el número de dorsal y nos invitan a calentarnos en torno a una hoguera.
No tengo nada de sed, pero sé que llevo mucho tiempo sin comer ni beber,así que aprovecho la parada (Ramón habla mientras tanto con los voluntarios, y repone también) para recuperar, beber y acudir al baño.
Nos comunican que estamos a nada de Bordes, cuestión un último arreón antes del avituallamiento, solo debemos continuar, seguir el camino, girar a la derecha y seguir la pista de esquí.
El alivio que experimento al correr por terreno casi llano es inmenso, hasta me activa un poco.
Llegamos al desvío, inicialmente pensando que nos habíamos perdido, pero las balizas disipan nuestro temor.
Desde atrás se acercan un par de frontales, que no hemos visto ni por delante ni por detrás, y le comento a Ramón que o se han despistado, o han cortado camino.
Se ponen a nuestra altura y comienzan a hablar con Ramón en francés, y el me traduce de rato a rato.
Resulta que son los "ingleses" que nos cruzamos en el lago, que, según dicen, se despistaron y siguieron recto en el mismo, por lo que no han pasado el control de la orilla del lago, o eso pensamos.
Fuera como fuese, avanzan con nosotros, inicialmente sumando luz a nuestros frontal y móvil, aunque los apagan cuando ven que con nuestra luz ven bien, lo que, al no preguntar, me parece un poco grosero (la luz de noche es un bien escaso).
No sé el motivo, pero de repente siento un frío descomunal, y Ramón me comenta que él también; comienza a soplar viento, y llegamos a la pista de esquí, llena de hierba alta y rocas.
Vamos siguiendo las balizas por el ondulado terreno ("otra vez descenso no, por favor") pero perdemos el rastro de las mismas y Ramón decide cruzar al otro lado de la verja, que nos dice que vigilemos, ya que está electrificada para evitar que las vacas y otros animales la crucen.
Con su bastón abre hueco y pasamos, sosteniéndola uno de los franceses tras pasar para permitir que él pase.
Tras un par de minutos decidimos volver a pasar la valla, que esta vez le suelta una descarga a Ramón, por lo que pasamos con mucho más cuidado, y tras desandar un poco lo andado y separarnos de la valla, volvemos a encontrar balizas.
Tropiezo varias veces, e incluso llego a caer, aunque no siento dolor, y Ramón le dice a los franceses que enciendan sus frontales, ya que me cuesta ver y el móvil tampoco alumbra mucho.
Lo enciende uno de ellos, y a los pocos metros lo apaga de nuevo; parecerá a propósito, pero no, tropiezo de nuevo.
Ramón se para y se gira, y les pide que enciendan la luz, por favor, se gira y seguimos descendiendo, pero hacen caso omiso.
Tras lo que me pareció al menos una decena de kilómetros, aunque sería tan solo una o pocas centenas de metros, Ramón se para y le dice a los franceses que sigan ellos, encienden ambos sus frontales, casi indignados, y comienzan a correr a gran velocidad, perdiéndose en cuestión de segundos; comprueba que estoy bien y seguimos bajando.
Vemos a lo lejos el avituallamiento, pero parece imposible calcular la distancia a la que está... Ramón me dice que queda la bajada, que se hará eterna, cruzar el río y ascender por asfalto, "sólo" eso.
Se me han acabado los dos botellines y aunque me queda agua en la camel, no quiero pararme a rellenar uno de los botellines para disolver sales en él porque si paro no sé si podré continuar, pero voy tan acalambrado que el dolor se suma al sueño en mi tarea de nublarme la mente.
Pese a ser un descenso nada técnico, consiste en bajar una eterna pendiente herbácea con algunas rocas sueltas en ella, sufro lo que no está en los escritos.
La acabamos y llaneamos un poco hacia la derecha, antes de recuperarla de nuevo y descender, esta vez hacia la izquierda.
El río se oye a lo lejos, rompiendo el silencio total que nos envuelve (bajamos callados, concentrados, y la hierba alta amortigua nuestras pisadas); es el sonido más dulce que he oído en muchísimo tiempo.
Le pregunto a Ramón si va bien de tiempo, y me responde que sí, que muy bien, que ahora descansará bastante en Bordes y atacará lo último, que ya está todo hecho, quedan unos 30 kilómetros, un par de repechos, uno de ellos algo duro, y la bajada y el llaneo final.
Según me cuenta lo peor ha pasado y queda solo un paseo, aunque estoy tan destrozado que aunque la idea de continuar me comienza a seducir, mi conciencia rápidamente la acalla.
Cruzamos el río y llegamos a la subida... subo corriendo como hacía horas que no corría, liberando de repente una energía que no sabía que tenía aún en mí... estaba a tan solo 100 metros de Bordes d'Envalira, simplemente no podía creerlo...
Epílogo
Bordes d'Envalira, 02:05. km 76.
Llegué pletórico a Bordes, por un fugaz momento, incluso planteándome continuar la prueba, pero echando cuentas rápidas y teniendo en cuenta el ritmo que llevaba, me quedarían como mínimo 15 horas de carrera... justito para superar el último corte...
Ramón me ayudó a disipar la duda diciéndome que en otras carreras ha ido mucho peor que yo y no ha dudado en retirarse, que la primera vez es la más difícil, pero llega un punto en el que es necesario...
Creo que para asegurarse de que no me lo pensaba, le comentó mi situación a una de las organizadoras que aplaudió nuestra llegada junto a otros voluntarios y corredores, a la que hice entrega del chip y de la banda de finisher del dorsal.
Me dijo que llegar hasta allí ya es una gesta que pocos corredores han realizado, y se me entregaría un diploma de ultra fondo por ello, pero que de momento aprovechase para comer algo, ya que en breve saldría un coche para dejar a los corredores que decidiesen quedarse en el lugar.
Varios voluntarios, al enterarse de que me retiraba, se interesaron por mi estado de salud, me animaron y me preguntaron que de dónde venía y cómo había ido la experiencia, y tras contarles brevemente, me dirigí a la zona de avituallamiento, en busca y captura de caldo de pollo, Aneto, como no podía ser de otra forma.
También cogí un poco de picoteo, repetí con otra taza de caldo, mientras le agradecía a Ramón su compañía y ayuda durante tantísimas horas, y le pedía sus datos de contacto para pasarle la crónica una vez la completase y tenerlo "a mano" por si coincidíamos de nuevo (con lo caprichosa que es la vida, nunca se sabe).
Me despedí de Ramón, de los voluntarios de la zona de avituallamiento y de los corredores que allí se encontraban descansando, y salí al exterior, en busca del coche.
El conductor me preguntó si me dejaba en Ordino, y le dije que venía de Andorra la Vella, que si no le importaba dejarme allí, y me dijo que en cuanto llegase un corredor más el coche estaría completo y estaríamos listos para salir.
Volví al avituallamiento a por algo para beber, y al salir no lo veía por ningún sitio.
Pregunté por él y me dijeron otros voluntarios que estaba esperando a un corredor y saldrían ya; les di las gracias y me dirigí al coche, que identifiqué a lo lejos.
Resulta que me estaban esperando, así que, con gran dificultad, entré a la parte trasera (el coche era de 3 puertas) y fui saludando a los corredores que se montaron en el coche.
El conductor, cuyo nombre no recuerdo, nos preguntó de nuevo por nuestros destinos, arrancó el motor y nos pusimos en marcha; avisé a Mayte de que estaba en camino.
Con el traqueteo del motor comencé a quedarme dormido, y creo que, de hecho, lo hice, ya que volví a la realidad sobresaltado cuando los demás corredores me preguntaron por mi experiencia en la carrera y por qué me había retirado.
Les fui contando, y no recuerdo como surgió el tema, pero resultó que varios de ellos eran de Cartagena, Murcia, y me hablaron muy bien tanto de la Ruta de las Fortalezas, que quise correr este año pero no tuve oportunidad, y la Maratón de Murcia, que quiero correr este año y, casualmente, organizan los amigos de uno de lo corredores.
Sin darme cuenta estábamos en Andorra la Vella ya, pero no lograba reconocer absolutamente nada.
No sabía si el sueño me había dejado tocado o si, al ser de noche, me costaba mas orientarme.
De cualquier modo, bastante había hecho el conductor en traerme, así que en la segunda vuelta le dije que me bajaba, que no se preocupase, ya que podía encontrar el sitio solo.
Así, con un supremo esfuerzo, me puse en pie, tambaleándome al principio, al olvidarse mis agarrotadas piernas de como andar (lo que preocupó al conductor y mis acompañantes), pero tras tranquilizarles y decirles que llamaría en caso de no encontrar el hostal, se pusieron en marcha.
Tras 10 minutos merodeando por la Avenida Meritxell, al final conseguí encontrar el hostal.
Recuerdo que subí por las escaleras por temor a quedarme dormido en el ascensor, de pie, llamé a la habitación y le pedí a Mayte un cepillo de dientes, ya que la boca me sabía a rayos (desde el Jueves por la noche no me lavaba los dientes).
Fui al baño, me fui quitando pesadamente la ropa y todo lo que llevaba encima y, tal cual, me tumbé en la cama.
A los dos minutos tuve que levantarme y prepararme una botella de agua con sales, ya que todo mi cuerpo, al relajarse, parecía estar acumulando ácido láctico, y notaba mis pulsaciones en cada músculo de mi cuerpo, con gran dolor.
Al tumbarme de nuevo caí rendido.
Me desperté sobresaltado la mañana siguiente, con el cuerpo dormido inicialmente.
La sensación no era nueva para mí, ya la había experimentado la mañana posterior a la Maratón de Málaga y a los 101 Km en 24 Hora de Ronda, es como si de repente tomases consciencia de todo, pero no sintieses nada; de repente, reúnes la fuerza suficiente para abrir los ojos, pero el resto de tu cuerpo sigue aletargado.
Poco a poco, consigues ir despertándolo, notando un intenso hormigueo acompañado de un dolor profundo, que se va aliviando conforme comienzas a mover los diferentes miembros; después, te incorporas, y aunque sigues dolorido, controlas tu cuerpo a la perfección, extrañado de que hace un momento te costase tanto; solo lo he vivido tres veces, cada vez con una intensidad menor, pero no deja de ser una sensación extraña despertar así.
Esta vez, por vez primera, una parte de mi cuerpo siguió dormida tras despertar yo, mi pie izquierdo, que no sentía desde el tobillo, pero conforme avanzaba el día fui recuperando la sensibilidad y al cabo de los días estuvo como nuevo.
Desperté hambriento como si no hubiese comido en días, por suerte, Mayte había pensado en ello, y devoré una caja de Kinder Delice casi por completo, así como cacahuetes y un brick de zumo.
Al dejar la habitación, el recepcionista, muy amable él, me preguntó por la experiencia, y le dije que inolvidable, pero dejaba algo empezado sin acabar, por lo que volvería, a lo que me dijo que estaría encantado de que volviésemos.
Dimos un paso por Andorra la Vella mientras esperábamos al bus, y cuando por fin llegó, pensé que podría seguir durmiendo, pero no sé por qué no conseguía encontrar la postura, así que aproveché para informar a amigos y familiares que seguía con vida.
El día prosiguió visitando Barcelona y yendo a dormir temprano, ya que la mañana siguiente, tras hora y media de viaje en avión y media en tren, entré a trabajar directamente, sin pasar por casa.
Desde el jueves 9 de julio a las 9:00 am hasta el lunes 14 de julio a las 21:30 pm no pasé por casa; eso es un ultra, y lo demás, son tonterías.
Muchas gracias a todos por seguirme en esta nueva aventura, que tardé más de 28 horas en recorrer y una quincena en redactar, he tratado de hacerlo lo más fielmente posible y sin saltarme ningún detalle, espero que os haya gustado y os haya sabido transmitir la increíble experiencia que he tenido la suerte de vivir.
Por supuesto, gracias a todos por vuestros ánimos y apoyo, amigos, familiares, compañeros... En especial a:
Mis padres y familiares (mi padre fue ingresado el mismo fin de semana que competía en Andorra en el hospital con inflamación cerebral, ha estado una semana desconectado de la realidad pero por fin vuelve a estar, poco a poco, entre nosotros; mi madre no me quiso contar nada para no preocuparme), ya que su apoyo, para todo, me resulta vital.
Mayte: Mi pareja, a la que le debo muchísimo aunque se lo tome con modestia y humildad; me apoya siempre, está a mi lado independientemente de las circunstancias y no duda un segundo en embarcarse conmigo en aventuras como esta, trabajando para ello lo indecible a fin de conseguir permiso para el fin de semana; La amo con locura, es lo mejor que me ha pasado en años.
Amigos y Compañeros del club de atletismo Fuengirola: Siempre están ahí, si no es uno, es otro o son todos; por whatsapp, llamadas, Tuiter, Facebook... siempre dándome fuerzas y aliento desde el otro lado de la carrera, atentos a los avances y preocupados cuando no hay noticias (quizás por retirarme y volver a la carrera, dejó de actualizarse mi paso por los puntos de control).
Trekking & Running Marbella, Todosdescalzos.com y Raúl Barriocanal Mancera: Mis primeros patrocinadores, que me han provisto con material de muy alta calidad para que pudiese afrontar la prueba bien equipado sin dejarme el otro riñón (el primero de lo dejé en el viaje ida y vuelta desde Málaga); Espero poder seros de tanta ayuda como lo habéis sido para mí en este primer reto en el que, aunque haya sido yo el que haya puesto las piernas, nos hemos embarcado juntos.
Si buscáis material o calzado de calidad, tan solo tenéis que clicar en los enlaces, atención personalizada, con experiencia y precio competitivo, no lo digo solo porque me hayan ayudado, echadle un vistazo y veréis a lo que me refiero.
Powerbar y #YoYMiRetto: Increíble labor la de la conocidísima marca de alimencación deportiva y la iniciativa de la tienda especializada en ciclismo, acercar sueños imposibles a personas que se dejan la piel por ellos es una labor preciosa, jamás hubiese si quiera pensado en participar en la prueba si no llega a ser por su concurso, y el hecho de ser uno de los afortunados con un dorsal me ha brindado una oportunidad única, ¡muchas gracias!
Voluntarios, organizadores y corredores: De 10 todo, pese a la dificultad del trazado, todo bajo control en todo momento, con muchísimos voluntarios, todos los puestos de avituallamiento genialmente abastecidos y un ambiente de cordialidad y cooperación entre corredores envidiable (mención especial a Ramón Manzanares, y enhorabuena por ese finisher con 43:57:57); de las mejores carreras en la que he participado nunca.
Lectores & seguidores: Que alguien a quien no conoces de nada te deje una mención, un mensaje privado o un comentario animándote o dándote la enhorabuena antes de tomar la salida es una sensación increíble, es algo que me llena muchísimo y os debo a vosotros, que sois los que llenáis de vida el blog con vuestras visitas.
Aunque ponga mi nombre, que sepáis que el mérito de este diploma es de todos y cada uno de vosotros, ¡sois los culpables de que me pegue estas palizas, que lo sepáis ;)!
PD: actualmente estoy completamente recuperado, el martes 15 de julio ya efectué tres salidas breves trotando (ida y vuelta al trabajo e ida a recoger a Mayte del suyo), las primeras superando el ritmo de 5 minutos por km y la última algo por debajo, siendo las 3 tiradas de unos 4 kilómetros. Próximo reto, ¡Ultra Sierra Nevada, el sábado 13 de septiembre!
¡Muchas gracias a todos!
Llegué pletórico a Bordes, por un fugaz momento, incluso planteándome continuar la prueba, pero echando cuentas rápidas y teniendo en cuenta el ritmo que llevaba, me quedarían como mínimo 15 horas de carrera... justito para superar el último corte...
Ramón me ayudó a disipar la duda diciéndome que en otras carreras ha ido mucho peor que yo y no ha dudado en retirarse, que la primera vez es la más difícil, pero llega un punto en el que es necesario...
Creo que para asegurarse de que no me lo pensaba, le comentó mi situación a una de las organizadoras que aplaudió nuestra llegada junto a otros voluntarios y corredores, a la que hice entrega del chip y de la banda de finisher del dorsal.
Me dijo que llegar hasta allí ya es una gesta que pocos corredores han realizado, y se me entregaría un diploma de ultra fondo por ello, pero que de momento aprovechase para comer algo, ya que en breve saldría un coche para dejar a los corredores que decidiesen quedarse en el lugar.
Varios voluntarios, al enterarse de que me retiraba, se interesaron por mi estado de salud, me animaron y me preguntaron que de dónde venía y cómo había ido la experiencia, y tras contarles brevemente, me dirigí a la zona de avituallamiento, en busca y captura de caldo de pollo, Aneto, como no podía ser de otra forma.
También cogí un poco de picoteo, repetí con otra taza de caldo, mientras le agradecía a Ramón su compañía y ayuda durante tantísimas horas, y le pedía sus datos de contacto para pasarle la crónica una vez la completase y tenerlo "a mano" por si coincidíamos de nuevo (con lo caprichosa que es la vida, nunca se sabe).
Me despedí de Ramón, de los voluntarios de la zona de avituallamiento y de los corredores que allí se encontraban descansando, y salí al exterior, en busca del coche.
El conductor me preguntó si me dejaba en Ordino, y le dije que venía de Andorra la Vella, que si no le importaba dejarme allí, y me dijo que en cuanto llegase un corredor más el coche estaría completo y estaríamos listos para salir.
Volví al avituallamiento a por algo para beber, y al salir no lo veía por ningún sitio.
Pregunté por él y me dijeron otros voluntarios que estaba esperando a un corredor y saldrían ya; les di las gracias y me dirigí al coche, que identifiqué a lo lejos.
Resulta que me estaban esperando, así que, con gran dificultad, entré a la parte trasera (el coche era de 3 puertas) y fui saludando a los corredores que se montaron en el coche.
El conductor, cuyo nombre no recuerdo, nos preguntó de nuevo por nuestros destinos, arrancó el motor y nos pusimos en marcha; avisé a Mayte de que estaba en camino.
Con el traqueteo del motor comencé a quedarme dormido, y creo que, de hecho, lo hice, ya que volví a la realidad sobresaltado cuando los demás corredores me preguntaron por mi experiencia en la carrera y por qué me había retirado.
Les fui contando, y no recuerdo como surgió el tema, pero resultó que varios de ellos eran de Cartagena, Murcia, y me hablaron muy bien tanto de la Ruta de las Fortalezas, que quise correr este año pero no tuve oportunidad, y la Maratón de Murcia, que quiero correr este año y, casualmente, organizan los amigos de uno de lo corredores.
Sin darme cuenta estábamos en Andorra la Vella ya, pero no lograba reconocer absolutamente nada.
No sabía si el sueño me había dejado tocado o si, al ser de noche, me costaba mas orientarme.
De cualquier modo, bastante había hecho el conductor en traerme, así que en la segunda vuelta le dije que me bajaba, que no se preocupase, ya que podía encontrar el sitio solo.
Así, con un supremo esfuerzo, me puse en pie, tambaleándome al principio, al olvidarse mis agarrotadas piernas de como andar (lo que preocupó al conductor y mis acompañantes), pero tras tranquilizarles y decirles que llamaría en caso de no encontrar el hostal, se pusieron en marcha.
Tras 10 minutos merodeando por la Avenida Meritxell, al final conseguí encontrar el hostal.
Recuerdo que subí por las escaleras por temor a quedarme dormido en el ascensor, de pie, llamé a la habitación y le pedí a Mayte un cepillo de dientes, ya que la boca me sabía a rayos (desde el Jueves por la noche no me lavaba los dientes).
Fui al baño, me fui quitando pesadamente la ropa y todo lo que llevaba encima y, tal cual, me tumbé en la cama.
A los dos minutos tuve que levantarme y prepararme una botella de agua con sales, ya que todo mi cuerpo, al relajarse, parecía estar acumulando ácido láctico, y notaba mis pulsaciones en cada músculo de mi cuerpo, con gran dolor.
Al tumbarme de nuevo caí rendido.
Me desperté sobresaltado la mañana siguiente, con el cuerpo dormido inicialmente.
La sensación no era nueva para mí, ya la había experimentado la mañana posterior a la Maratón de Málaga y a los 101 Km en 24 Hora de Ronda, es como si de repente tomases consciencia de todo, pero no sintieses nada; de repente, reúnes la fuerza suficiente para abrir los ojos, pero el resto de tu cuerpo sigue aletargado.
Poco a poco, consigues ir despertándolo, notando un intenso hormigueo acompañado de un dolor profundo, que se va aliviando conforme comienzas a mover los diferentes miembros; después, te incorporas, y aunque sigues dolorido, controlas tu cuerpo a la perfección, extrañado de que hace un momento te costase tanto; solo lo he vivido tres veces, cada vez con una intensidad menor, pero no deja de ser una sensación extraña despertar así.
Esta vez, por vez primera, una parte de mi cuerpo siguió dormida tras despertar yo, mi pie izquierdo, que no sentía desde el tobillo, pero conforme avanzaba el día fui recuperando la sensibilidad y al cabo de los días estuvo como nuevo.
Desperté hambriento como si no hubiese comido en días, por suerte, Mayte había pensado en ello, y devoré una caja de Kinder Delice casi por completo, así como cacahuetes y un brick de zumo.
Al dejar la habitación, el recepcionista, muy amable él, me preguntó por la experiencia, y le dije que inolvidable, pero dejaba algo empezado sin acabar, por lo que volvería, a lo que me dijo que estaría encantado de que volviésemos.
Dimos un paso por Andorra la Vella mientras esperábamos al bus, y cuando por fin llegó, pensé que podría seguir durmiendo, pero no sé por qué no conseguía encontrar la postura, así que aproveché para informar a amigos y familiares que seguía con vida.
El día prosiguió visitando Barcelona y yendo a dormir temprano, ya que la mañana siguiente, tras hora y media de viaje en avión y media en tren, entré a trabajar directamente, sin pasar por casa.
Desde el jueves 9 de julio a las 9:00 am hasta el lunes 14 de julio a las 21:30 pm no pasé por casa; eso es un ultra, y lo demás, son tonterías.
Muchas gracias a todos por seguirme en esta nueva aventura, que tardé más de 28 horas en recorrer y una quincena en redactar, he tratado de hacerlo lo más fielmente posible y sin saltarme ningún detalle, espero que os haya gustado y os haya sabido transmitir la increíble experiencia que he tenido la suerte de vivir.
Por supuesto, gracias a todos por vuestros ánimos y apoyo, amigos, familiares, compañeros... En especial a:
Mis padres y familiares (mi padre fue ingresado el mismo fin de semana que competía en Andorra en el hospital con inflamación cerebral, ha estado una semana desconectado de la realidad pero por fin vuelve a estar, poco a poco, entre nosotros; mi madre no me quiso contar nada para no preocuparme), ya que su apoyo, para todo, me resulta vital.
Mayte: Mi pareja, a la que le debo muchísimo aunque se lo tome con modestia y humildad; me apoya siempre, está a mi lado independientemente de las circunstancias y no duda un segundo en embarcarse conmigo en aventuras como esta, trabajando para ello lo indecible a fin de conseguir permiso para el fin de semana; La amo con locura, es lo mejor que me ha pasado en años.
Amigos y Compañeros del club de atletismo Fuengirola: Siempre están ahí, si no es uno, es otro o son todos; por whatsapp, llamadas, Tuiter, Facebook... siempre dándome fuerzas y aliento desde el otro lado de la carrera, atentos a los avances y preocupados cuando no hay noticias (quizás por retirarme y volver a la carrera, dejó de actualizarse mi paso por los puntos de control).
Si buscáis material o calzado de calidad, tan solo tenéis que clicar en los enlaces, atención personalizada, con experiencia y precio competitivo, no lo digo solo porque me hayan ayudado, echadle un vistazo y veréis a lo que me refiero.
Powerbar y #YoYMiRetto: Increíble labor la de la conocidísima marca de alimencación deportiva y la iniciativa de la tienda especializada en ciclismo, acercar sueños imposibles a personas que se dejan la piel por ellos es una labor preciosa, jamás hubiese si quiera pensado en participar en la prueba si no llega a ser por su concurso, y el hecho de ser uno de los afortunados con un dorsal me ha brindado una oportunidad única, ¡muchas gracias!
Voluntarios, organizadores y corredores: De 10 todo, pese a la dificultad del trazado, todo bajo control en todo momento, con muchísimos voluntarios, todos los puestos de avituallamiento genialmente abastecidos y un ambiente de cordialidad y cooperación entre corredores envidiable (mención especial a Ramón Manzanares, y enhorabuena por ese finisher con 43:57:57); de las mejores carreras en la que he participado nunca.
Lectores & seguidores: Que alguien a quien no conoces de nada te deje una mención, un mensaje privado o un comentario animándote o dándote la enhorabuena antes de tomar la salida es una sensación increíble, es algo que me llena muchísimo y os debo a vosotros, que sois los que llenáis de vida el blog con vuestras visitas.
Aunque ponga mi nombre, que sepáis que el mérito de este diploma es de todos y cada uno de vosotros, ¡sois los culpables de que me pegue estas palizas, que lo sepáis ;)!
PD: actualmente estoy completamente recuperado, el martes 15 de julio ya efectué tres salidas breves trotando (ida y vuelta al trabajo e ida a recoger a Mayte del suyo), las primeras superando el ritmo de 5 minutos por km y la última algo por debajo, siendo las 3 tiradas de unos 4 kilómetros. Próximo reto, ¡Ultra Sierra Nevada, el sábado 13 de septiembre!
¡Muchas gracias a todos!
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