Penúltima carrera de la temporada, muy diferente a la vivida la semana pasada en la Animal Trail, pero, de media, de dureza nada envidiable a ésta.
Inicialmente iba a llevar todo un equipo a la carrera, pero por diversas circunstancias, acabamos yendo Mayte y yo en solitario.
Salimos a las 10:00 de Mijas, con tiempo sobrado para llegar a la salida (los seniors salíamos las 12:00), pero no esperábamos encontrarnos con el GOTRI en Marbella.
La subida se nos hizo bastante larga, especialmente a mi, que subía con la tensión de tener que aparcar, recoger el dorsal y correr en menos de una hora.
Nos encontramos con numerosos ciclistas, tanto ascendiendo como descendiendo, lo que, unido al desnivel y a las curvas, hizo que llegase a Istán con los dedos acalambrados.
Sí, al igual que en la Carrera Urbana del Arroyo de la Miel, correría con mis Fivefingers, como suele ser habitual cuando corro sobre asfalto.
Una vez en el pueblo, los voluntarios nos guiaron amablemente hasta los aparcamientos, en el interior del campo de fútbol del municipio, donde estacionamos.
Fuimos bajando hacia la salida sin prisa, disfrutando de las vistas de la sierra que nos brindaba ese punto y comentando el itinerario de la prueba.
El ambiente era ya fenomenal, estando a punto de comenzar la prueba de 500 metros de las categorías más jóvenes cuando estábamos llegando.
Recogí el dorsal y me acerqué para ver la salida de los atletas más jóvenes.
Cuando los primeros corredores estaban llegando a meta Mayte me echó una foto, a pie de meta.
Justo en ese momento se me acercó una mujer, que le pidió a Mayte que le echara una foto con El Corredor Errante y, casualidades de la vida, me comentó que era familia de Juan José Viegas, al que conocí en la Subida a Nagüeles.
Estaba con ella Juane Viegas, subcampeón cadete de la prueba corta Trail Sierra Blanca y voluntario de la misma, a quien he visto en otras carreras con su padre, Francisco Viegas.
Lo que es más casual aún (ahora derivaré un poco en temas personales más que deportivos, pero es de película) es que, en el último día de mi estancia Erasmus en los Países Bajos, decidiese regresar desde Alemania, al ser más barato, y en el autobús a Düsseldorf conocí a una muchacha, española, andaluza, malagueña para más inri, a quien no había visto nunca en 6 meses pese a vivir en la misma ciudad.
Pues bien, esta muchacha, Sonia Roncero, con la que compartí el trayecto de vuelta a España, era familia (creo que sobrina) de la mujer con la que me eché la foto; ¡el mundo es un pañuelo!
Me encontré con otros conocidos de la Subida a Nagüeles y del Trail de Sierra Blanca, y con José Manuel, compañero del Club Atletismo Fuengirola con el que no coincidía desde, precisamente, el trail de Sierra Blanca (para el que conseguí plaza in extremis, dicho sea de paso).
Me comentó que la salida sería desde el mirador, así que nos encaminamos hacia allá, poniéndonos al día desde esa mañana en la que atravesamos la sierra marbellí.
Llegando al exterior del pueblo un organizador nos dijo que apretásemos el paso no llegaríamos a la salida, así que le dejé las cosas a Mayte y eché a trotar con José Manuel.
Nos encontramos con varios corredores del Primeguis, alguno reincidente tras participar ayer en la carrera de montaña de Alpandeire, como la madre de Carla, alumna que tuve en el Colegio Acapulco, que hoy venía a acompañar y echar fotos.
Conforme nos acercábamos al mirador más se oscurecía el cielo, que comenzó a ser surcado por relámpagos, cuyos truenos rebotaban por toda la sierra de forma intimidante.
El ambiente en el mirador, pese a ello, era fenomenal, y las vistas, geniales, la sierra, verde como el Río Verde que la riega, exuberante.
Sin embargo, tanta verdura estaba salpicada por unas amenazadores nubes negras que comenzaban a cubrirla, avanzando hacia nosotros a medida que los truenos eran más y más frecuentes y la temperatura descendía en picado.
Casualidades de la vida de nuevo, me encontré con una pareja de corredores, ella sueca y él americano, que se sorprendieron al verme llevar fivefingers, y les expliqué lo típico, mi proceso de adaptación al minimalismo, mis experiencias en asfalto y en montaña...
Cuando miré al suelo me fijé en que ambos llevaban Fivefingers, de hecho, no corren si no es con ellas, y, de nuevo casualidad, las compraron en la tienda de mi amigo Raúl, Trekking&Running, en Marbella, donde recogí mi premio del citado Trail de Sierra Blanca.
Estuvimos comentando que en el extranjero el minimalismo tiene un auge mucho mayor, existiendo eventos sólo para minimalistas y estando el minimalismo integrado como categoría en la mayoría de las pruebas, y nos echamos una foto juntos para inmortalizar la prueba en la que más corredores con Fivefingers veía juntos (conmigo, 3).
Como se puede apreciar en la imagen, la tormenta era inminente, y comenzaba a arreciar sobre nosotros.
Saludé a Bodo, decano de la prueba y usual campeón, así como a otros corredores que me conocían de vista de otras pruebas, y comenzamos a agruparnos sin que nadie nos dijese nada, deseosos de salir cuanto antes.
Me había transportado a la mañana de la Meia Maratona de castro Marim, en la que diluvió sobre el Algarve; por desgracia ya estaba acostumbrado a este tipo de diluvios, por lo que no me importó demasiado.
Si sobreviví al Calamorro en similares condiciones, no podía pasarme nada hoy... o sí, ya que no había competido nunca con Fivefingers en esas condiciones.
Antes de que se diese la salida ya estaban caladas completamente, aunque no tenía frío, el trote para llegar al mirador me había hecho entrar en calor y aún lo mantenía.
Finalmente se dio la salida, en la que salí realmente rápido, más de lo que mi cuerpo podía permitirme mantener a muy corto plazo, pero estaba deseando desentumecer las piernas y entrar en las tortuosas calles de Istán, donde esperaba encontrar refugio de la lluvia.
En la bajada sentí que uno de mis pasos se deslizó un poco al apoyar, lo que dio bastante respeto, por lo que tomé la primera bajada de forma más conservadora y volví a acelerar en la posterior subida.
Llegué al parque infantil techado en quinta posición, perdiendo poco a poco metros de ventaja con respecto a la cabeza de carrera.
Me adelantaron un par de corredores antes de entrar en Istán, y otro cuando comenzaba a cruzarme con los corredores que venían desde atrás (realizamos un bucle en el primer tramo dentro del pueblo, separado por conos del resto de la carrera).
Corrí por sensaciones, como en el Arroyo de la Miel, aunque ahora, analizando el track del GPS, veo que pasé el primer kilómetro en 4:05, un ritmo endiabladamente alto.
Los escalones que nos encontramos a continuación ayudaron a frenarlo, así como un amago de entrar en un callejón sin salida (los corredores que iban delante hicieron el amago también y los seguimos).
Las calles ascendían y descendían vertiginosamente mientras la lluvia caía sobre nosotros como un jarro de agua fría y bañaba nuestros pies, con improvisados torrentes que circulaban por el interior del pueblo.
Esto me hizo ser mucho más conservador aún con el ritmo, acelerando únicamente en las subidas y tomándome las bajadas con relativa calma, lo que me hizo perder algunas posiciones.
Pese a las inclemencias del tiempo (ya sabemos todos por qué se llama la carrera "Las Aguas de Istán", aunque en las otras 3 ocasiones en las que participé en la misma, el día fue radiante), el público animaba enaltecido, desde puertas y balcones.
Mientras animaban a un corredor llamado Pedro, vi como otro resbalaba al pisar sobre una arqueta, previamente al ascenso de las escaleras, por lo que reduje un poco el ritmo con un doble objetivo: Evitar resbalones y coger fuerzas para el conocido ascenso que venía a continuación, que en la primera edición tuve que acabar andando.
En esta ocasión subí a buen ritmo, animado por el público de forma general y por personas que me conocían en particular, tomé la curva del final de la escalinata con precaución y traté de acelerar en la pendiente que afrontábamos.
Desde la derecha escuché "¡Ánimo Errante!" y me vine arriba, no acelerando, pero manteniendo el ritmo pese a la dura subida.
Pasé el segundo kilómetro a un ritmo medio de 5:40 minutos por kilómetro, lo que da una idea de la dureza del trazado (subiré el track al final de la crónica).
Seguimos ascendiendo, animándome otra persona al reconocerme desde el bajo de un garaje, lo que me hizo llegar al ascenso del campo de fútbol con una gran motivación, mientras una corriente que bajaba de lado a lado de la calzada y me mojaba por la altura de los tobillos intentaba arrastrarme en dirección opuesta.
Llegamos al inicio del carril y comencé a arrepentirme de haberme traído las Fivefingers, ya que recordaba que pasaríamos una zona de tierra que estaría embarrada, encharcada y ocultando letales piedras.
En la llegada al carril decidí quitarme las gafas, empapadas de gotitas y del vaho de mi respiración, ya que no veía donde pisaba, aunque ni aún así conseguía ver qué había debajo, debido al torrente que arrastraba el suelo que pisábamos.
Como no sabía si encontraría mullida tierra o puntiagudas piedras a mi paso, daba zancadas cortas y poco seguras, lo que hizo que multitud de atletas (al menos 5) me sobrepasasen en este tramo.
Llegados al asfalto, justo cuando nos cruzábamos con la cabeza de carrera, apreté el ritmo, dimos la vuelta en el giro previo a llegar al Arroyo del Río Molinos y emprendimos el ascenso a la subida del campo de fútbol, en la que recuperé varias posiciones.
Llegando a la entrada del campo de fútbol marcó mi GPS el tercer kilómetro, que realicé a un ritmo de 5:01 minutos por kilómetro.
Llegamos a otra cuesta de tierra, que descendía hacia la entrada de Istán, que era, literalmente, un río, llegándome el agua hasta prácticamente la rodilla en ese tramo, recordándome a las imágenes del Cross de Mijas, meses atrás.
En una de las veces que la corriente llegaba a cubrirme el tatuaje de la pierna izquierda, se me metieron varias piedrecitas en las Fivefingers, cuya presencia notaba cada vez que apoyaba, por lo que bajé con mucha cautela, de nuevo, perdiendo posiciones.
Al llegar al asfalto de nuevo intenté acelerar, primero con cautela, ya que notaba las piedras, y tras ver que al acelerar no dolía demasiado (prácticamente igual que al ir a un ritmo "más lento), decidí incrementar el ritmo.
Ello me provocaría varias ampollitas por el roce con las piedras, pero en ese momento no me importaba, estaba a punto de cruzar la meta por primera vez, quedaba menos de media carrera para acabar.
El speaker nos animó a nuestro paso, así como a la multitud que, pese al diluvio, nos esperaba, y les recomendaron al joven atleta del Marbella que guardase fuerzas para la vuelta que quedaba.
Yo comenzaba a acelerar de nuevo, mucho más seguro sobre asfalto, y pasando el tercer kilómetro a un ritmo medio de 4:10 minutos por kilómetro.
Desde mi paso por meta tan solo me adelantaron un par de corredores, mientras que recuperé al menos media decena de posiciones.
Ya sabía cómo sería el trazado que nos esperaba, así que reservé en los descensos, apreté en los ascensos y tuve cuidado en las zonas de curvas y escalones, pasando a una velocidad mayor que en la primera vuelta por ese mismo tramo (5:20 minutos por kilómetro), por lo que llegué a la subida de la escalera casi sin aliento.
Subí, con menos ímpetu, los escalones, y en la posterior subida me propuse como meta no bajar demasiado el ritmo, tarea a la que me ayudaron los gritos de ánimo que, como en la primera vuelta, me revitalizaron.
No cogí agua de ningún avituallamiento, o pasaba por ellos muy rápido o muy fatigado, así que tras subir la última pendiente, a la derecha del avituallamiento (en la primera vuelta ascendíamos por la izquierda), comenzamos a descender.
Sabiéndome ya en meta aceleré todo lo que podía, me agarré en el giro a la pared, con cuidado de no aplastar las gafas, que llevaba en la mano derecha, y lo di todo en el sprint final.
No pude coger al atleta que llevaba delante, pero el atleta que llevaba detrás tampoco me pudo coger a mi, fue un buen final.
Felicité al corredor que entró en meta antes que yo y al que lo hizo justo después y busqué refugio debajo de un balcón, en la boca de entrada de un garaje, donde me encontré con Mayte.
Me echó una foto para que mis familiares y amigos supiesen que había llegado bien, y nos dirigimos al ayuntamiento para recoger la camiseta de la prueba, así como una lata de isotónica que me supo a gloria.
Pero antes de llegar al avituallamiento nos encontramos con José Manuel, que había cuajado una buena carrera a dos semanas de la Copa de España de Regatas, es un atleta de lo más polivalente.
Hicimos cola para entrar al ayuntamiento juntos, comentando la prueba y las sensaciones.
Tuve que entregar el dorsal, lo que no me hizo especial ilusión, ya que colecciono los de las pruebas en las que participo, y me faltan muy muy pocos (el del HOLE, que decidió correr por libre, los de la Carrera del Pavo de Benalmádena, ya que se dan en los sorteos, y pocos más), pero estando tan empapado como estaba, no tenía más remedio, si quería una camiseta seca.
Ya con ella salí al exterior, donde, por fortuna, había dejado de diluviar.
Me crucé con mis amigos minimalistas y les comenté que la semana que viene tendría lugar la II Carrera Solidaria de Fuengirola, a la que me dijeron que intentarían asistir.
Tras charlar brevemente sobre la carrera me dirigí hacia la zona de organización, donde comenté con Toni, del Atletismo San Pedro cómo le había ido la prueba (fue uno de los culpables del amago de la primera vuelta) y tras ello me hizo entrega del Buff de Noene que gané en un sorteo de su página web hace algún tiempo.
Después volvimos a la plaza del ayuntamiento, donde saludamos a amigos y conocidos, disfrutando del ambiente festivo que reinaba en la misma.
Como estaba empapado de cintura para abajo, entré al ayuntamiento a cambiarme, donde me encontré con más conocidos.
Poco después, ya seco, comenzaron a colgarse las clasificaciones, y, tras certificar que no había conseguido podio, decidimos volver a casa (teníamos dos tickets de paella, ya que José Manuel volvió a casa tras la prueba, pero como mi hermana y abuela están enfermas decidimos no recrearnos demasiado).
Fui 6º senior y 26º de la general, un resultado bastante bueno, aunque acabé con la sensación de poder haberlo hecho bastante mejor, especialmente, en la primera vuelta.
Aún así el ritmo no fue desdeñable, 4:25 minutos por kilómetro de media pese a la dureza de la prueba.
Ya volviendo al coche, comenzamos a ascender hacia el campo de fútbol, comentando la prueba y las experiencias, especialmente, el chaparrón, que hizo que entrásemos patinando al encharcado campo de fútbol.
El final a una estupenda mañana de atletismo fue tan sorprendente como las casualidades que acontecieron esta mañana: ¡La tormenta en Istán fue granizada en la sierra!
Si la universidad me lo permite, nos veremos el domingo que viene en la II Carrera Solidaria de Fuengirola, broche final de la temporada, ¡Espero veros allí!
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