Ordino, 22:00. Salida.
El eco del cohete que marcó la salida se desvanece, al igual que los restos que iluminaron el cajón de salida de la prueba y me uno a la marabunta que comienza a salir del pueblo, mientras nuevos zumbidos llenan el aire y comienza a caer confeti sobre nosotros.
Estoy muy emocionado, he pasado horas imaginando como podría ser la salida, pero no podría haber predicho ni como iba a ser ni cómo me iba a sentir.
Estoy pletórico, quiero acelerar pero una voz firme en mi mente me dice que me retenga, y el resto de corredores tampoco me da mucho juego, ya que la mayoría han comenzado o andando rápido o trotando.
Avanzo en zigzag, esquivando los bastones que cuelgan de la mayoría de las mochilas, sintiéndome cansado y pesado, tanto muscularmente como por la carga que llevo en la mochila (manta térmica, camiseta de manga corta, gafas con estuche, 300 gramos de cacahuetes, 2 litros de agua en la camel y 1 litro en 2 botellines de medio litro cada uno, sales, gominolas, isostar, los Powerade Shots, un juego de vendas, cámara de fotos, teléfono móvil, guantes y gorro).
Sin embargo, mi motivación es muy elevada y avanzo con paso firme, dejando atrás los vítores del público en cuestión de segundos, y sintiendo una punzada de nostalgia al saber que pasarán horas, quizá días, antes de que vuelva a oír la voz de cualquier persona conocida.
Sin embargo es la contraprestación a la paz, tanto interna como externa, que seguro que encontraré durante la carrera, ya que aunque ahora estoy acompañado por cerca de medio millar de corredores, sé que habrá tramos en los que tendré que avanzar en solitario.
El jaleo de Ordino pronto queda ahogado por el rumor de un río que fluye poderosamente a nuestra izquierda, mientras que por la derecha discurre una curiosa marea humana.
La mayoría de los corredores llevan ya encendido el frontal, y prácticamente todos sin excepción llevan ropa reflectante, por lo que con las extrañas mochilas que llevamos parecemos extraños seres sacados de alguna película de ciencia ficción.
La estampa me resulta muy curiosa, avanzamos muy pegados, por lo que decido apagar mi frontal (cuanto más ahorre, más me durarán las baterías), aprovechando los frontales de los corredores que me rodean para ver por donde piso.
Dejamos atrás el asfalto, tras pasar por un pequeño pueblo, Sornàs, y ascendemos por una pequeña pendiente, ligeramente encharcada.
Una sinfonía de GPS inunda el ambiente y doy por hecho que hemos superado el primer kilómetro de la prueba; bien, ya solo quedan 111 y parece que ni he comenzado a correr aún.
Ya me noto bien entrado en calor, casi demasiado, por lo que decido parar un momento, quitarme los guantes y uno de los buff, abrirme el impermeable, así como desabrocharle las cremalleras de las zonas de ventilación y colocarme el móvil en la muñeca, encendiendo el reproductor de música; va a ser una larga noche, a ver si puedo evitar que mi mente divague manteniéndola concentrada en la música de fondo.
Retomo el paso y comienzo a recuperar posiciones con facilidad, no parece que esto sea una carrera, el ambiente es de cooperación total y muy colaborativo (algunos corredores piden a otros que le saquen fotos juntos, otros dan a probar de su isotónica a otra, un corredor se ata los cordones sentado sobre una piedra mientras otro le alumbra con su frontal...).
De vez en cuando los golpea una ligera brisa, fría, que me sienta divinamente, el rumor del río, ya lejano, se mezcla con el chapoteo de nuestros pasos al caminar y conversaciones en catalán, francés, español e inglés, muy animadas; disfruto como un niño una vez más mientras busco con la mirada cual de las cimas que se extienden en la distancia será aquella a la que nos encaminamos.
Pasamos otro pequeño pueblo, donde los lugareños esperan nuestro paso y nos animan, en catalán y francés sobre todo, aunque alguno grita "¡vamos héroes!" y se me pone la piel de gallina.
La pendiente va haciéndose más pronunciada y el camino se va estrechando conforme avanzamos, y ya comienza a adelantarme algún corredor desde atrás; vamos cogiendo ritmo.
En una de las bajadas no veo una piedra, lo que me hace tropezar y casi caer al suelo, me equilibro a tiempo pero el movimiento brusco ha hecho que los cascos del móvil salgan volando.
Decido encender el frontal, encuentro los cascos en el margen del camino, sobre un charco, y aunque temo que se hayan estropeado no parece que hayan sufrido ningún daño.
Sin remilgos los restriego contra la malla para quitarles el barro, los conecto y pruebo y, aliviado, compruebo que funcionan a la perfección.
Alzo la vista y veo un puentecito a unos 100 metros, que nos lleva a un pueblo bastante más grande que los que hemos atravesado previamente.
Consulto mi lista con los tiempos de paso: llevamos 13 minutos de carrera, por lo que el lugar seguramente sea La Cortinada, adonde pensaba llegar en 18 minutos aproximadamente.
Pese a parar para refrescarme y al percance con la piedra voy con un margen más que sobrado y no me siento para nada forzado, al revés, avanzo muy tranquilamente.
Quizás pueda tardar menos de 36 horas en completar la prueba al final, aunque no quiero confiarme, ya que se que cuando se alcen las colinas sobre nosotros probablemente supere con creces los tiempos estimados de paso que me he ido marcando.
Los lugareños en La Cortinada nos animan, nos echan fotos y gritan de alegría cuando ven caras conocidas entre los corredores (alguno se lanza a abrazar a algún corredor), aunque, como hemos hecho primero con Ordino y luego con los pequeños pueblecitos, en un momento hemos dejado atrás La Cortinada y sus empedradas calles.
Pasamos un nuevo puentecito y volvemos al sendero, donde comienza a sentirse que la situación es ya más seria, ya que aunque aún se escucha alguna conversación, la mayoría de los corredores avanzamos concentrados, y los únicos sonidos que se oyen son nuestra respiración y el sonido amortiguado de nuestras pisadas sobre la tierra, acompañado del repiqueteo de varios bastones al encontrar una piedra bajo la tierra.
La noche es un manto impenetrable, salvo por algunas estrellas brillantes que salpican el cielo y nuestros frontales, y conforme avanzamos el silencio se va haciendo más y más presente, tan solo perturbado por nuestras pisadas y el "clac clac" de algún bastón.
A las 22:36, 4 minutos antes de lo previsto pese a ir con una calma que casi roza la parsimonia, llego a Llorts, donde apago momentáneamente el frontal y contemplo el pequeño pueblo que atravesamos, aplaudidos por los habitantes del mismo.
Hasta ahora este tramo de 6 kilómetros me ha recordado en cierto modo al paso por Montejaque o Benaoján en los 101 kilómetros de Ronda, pero sé que la situación está a punto de cambiar, ya que una vez dejemos atrás el pueblo, posiblemente no volvamos a ver ningún vestigio de civilización hasta llegar a Coll Botella, dentro de muchas horas.
En efecto, el paisaje cambia al dejar atrás Llorts, y en unos metros nos encontramos con una enorme cola que avanza lentamente por una empinada cuesta, que nos guía hacia el corazón del bosque.
La obligatoria bajada de ritmo se nota, ya que vuelven las conversaciones e incluso alguna carcajada.
Escucho como un corredor veterano bastante serio le comenta a otro, en español, que el año pasado este tramo fue igual, pero una vez se corone el Clot del Cavall no habrá aglomeraciones en las subidas.
Hecho un ojo a mi chuleta con los tiempos estimados de paso, pero no aparece, aunque si lo tengo en mi chuleta de desnivel, será el primer pico que coronemos, a unos 6 kilómetros de distancia aproximadamente.
Todo el mundo sube apoyado con sus palos, yo, tirando de técnica y llevándome las manos a los muslos y a la cintura en los tramos más complicados.
No aprendo del tropezón anterior, y al ir "arropado" por otros corredores, apago el frontal, que había encendido de nuevo hacía segundos.
La superficie por la que ascendemos es bastante firme, algún tramo de tierra se desprende al pisar de forma descuidada, pero no tiene nada que ver con los ascensos por la Sierra de Mijas, ni por el desnivel (aquí mucho más duro) ni por los obstáculos que encontramos (aquí, primordialmente, raíces, en Mijas, fragmentos de rocas sueltas).
Voy justo detrás de un grupo de tres italianos que hablan poco y suben a buen ritmo, y sin prisa pero sin pausa, vamos ascendiendo por la ladera.
Resulta imposible correr, incluso dar zancadas largas para mí, que tengo solo 2 apoyos, así que pese a mi insistencia, acabo cediendo terreno y los italianos se pierden en las sombras que aguardan delante de mí.
Escucho en catalán que alguien dice que esta subida es de las más duras de la prueba, y me lo quiero creer, ya que estoy sin aliento y los cuádriceps empiezan a cargárseme más y más.
La pendiente parece eterna, y la noche me impide disfrutar de las vistas, pero sé que estamos altos, muy altos, ya que pese al esfuerzo comienzo a tener frío, por lo que me cierro el cortavientos, y al girarme veo una interminable columna de lucecitas ascendiendo desde las luces de Llorts, como una filita de hormigas.
Eso me da mucho ánimo, en poco más de hora y media desde el inicio de la prueba estamos a una altitud enorme, aunque al girarme y ver delante de mí puntitos brillantes a una altura de vértigo me desmoralizo un poco; quedará aún más de media subida.
Busco la luna, que se veía llena en Ordino, pero permanece oculta entre las nubes que se arremolinan sobre nosotros, amenazantes.
Avanzo hasta encontrar un grupo de atletas que creo que van a mi ritmo y me pego detrás de ellos, saludo y guardo silencio, mientras presto atención.
Me quito los cascos un momento y escucho; salvo nuestras respiraciones, nada, un silencio mortal.
Me impone mucho respeto, y me sosiega a la vez; no recordaba experimentar un silencio tan profundo desde hacía muchísimo tiempo, cuando recorría en solitario la Sierra de las Nieves en la Animal Trail durante la segunda parte del recorrido.
Ascendemos caminando, y el sonido de nuestros pies rozando la tierra es casi imperceptible, nadie habla, y lo único que perturba el silencio es el leve zumbido que emanan mis cascos.
Disfruto durante varios minutos de la sensación, incluso bajando el ritmo ligeramente, hasta que decido volver a ponerme los cascos (suena una versión instrumental de una canción rockera, interpretada por Vitamin String Quartet, relajante pero cañera) y recupero el ritmo.
Percibo que estamos cerca de la cima mucho antes de verla, ya que el ambiente está cada vez más frío y noto que me cuesta respirar al avanzar, lo que me hace acortar el paso, y de repente, por encima del sonido de mis cascos, escucho un crujido, antes de notarlo yo mismo bajo mis pies.
Bajo la mirada y me encuentro... ¡Nieve! miro el reloj, ¡2 horas 22 minutos! ¡hace nada estábamos en Ordino!
Me encanta la nieve, pude disfrutar de ella en diversos lugares de Europa el año pasado gracias a mi experiencia Erasmus, pero pese a estar semanas sin ver ni un resquicio de luz solar, no me cansé de ella.
Me embriaga la emoción, estamos casi en la primera de las 11 cumbres que ascenderemos durante el fin de semana.
Noto el penetrante frío de la nieve atravesando las Skechers, cortesía de Todosdescalzos.com y el también penetrante frío del viento atravesando mi cortavientos (cortesía de Trekking&Running Marbella) y mi segunda capa, pero esto, lejos de frenarme, me da una motivación increíble para continuar con el ascenso, en el que la superficie es cada vez más y más rocosa, y los neveros más frecuentes, algunos atravesados por pequeños arroyos salvajes que hace que cada paso deba ser calculado con cuidado.
Algunos corredores se paran para ponerse manguitos o medias de comprensión, otros, una capa entera, pero yo he sido previsor y simplemente tengo que cerrar las costuras de mi ropa para aislarme del exterior y ponerme los guantes y un segundo buff a modo de máscara, mientras mantengo el ritmo.
Los corredores comenzamos a estar más distanciados, así que enciendo mi frontal, y sigo la estela de los corredores que van por delante de mi.
Voy bebiendo con mucha regularidad, midiendo la cantidad de cada sorbo según la temperatura (al estar cierta cantidad en el tubo de plástico que sale de la camel y la temperatura exterior tan baja, se nota el cambio del agua de dicho tuvo y de la del interior de la camel, dando por terminado el buche cuando la noto).
Así mismo, cada hora tengo planeado ingerir una tableta de isostar limón, para mantener el nivel de azúcar (son fáciles de transportar y no están malas) y cada dos horas, una golosina, con el mismo propósito.
Al llegar a la cima me encuentro unos voluntarios embutidos bajo varias capas de ropa (me parece increíble que aun así estuviesen en la misma cima del Clot del Cavall), que me dicen algo en un idioma que no comprendo, pero entiendo que debo mostrarles el dorsal.
Con algo de dificultad me desabrocho el cortavientos, ceñido al máximo, toman nota de mi paso y me lo abrocho lo más rápido posible.
Estamos rodeados de nubes muy bajas, se nota humedad y el frío comienza a atravesarme los guantes, dejándome los dedos torpes e insensibles, por lo que tardo unos segundos en reanudar la marcha.
Comenzamos a crestear, primero pisando sobre rocas grandes, y luego sobre rocas más pequeñas, estilo Sierra de Mijas, lo que me hace ir con cuidado (aunque no evita que al pisar una de las rocas sueltas resbale y caiga con todo mi peso sobre mi mano izquierda, que comienza a sangrar levemente y queda bastante magullada).
Me levanto de golpe mientras un francés me pregunta si me encuentro bien, y al decirle que si, mantiene el paso.
Me sacudo el polvo y con cuidado continuo el descenso.
Se me acerca desde atrás un hombre, diría por la voz que veterano, que comienza a hablarme en catalán; le entiendo, así que no me importa, yo le respondo en español y el en catalán, aunque finalmente acaba cambiando también al español, sin decirle yo nada.
Lo primero que comentamos es la presencia de las amenazadoras nubes sobre nosotros, así como la noche tan buena que se está quedando para correr conforme aumenta la temperatura al ir descendiendo por la ladera de la montaña.
Después nos presentamos y contamos un poco nuestra historia; Él es Jordi, un ultraatleta que participa por cuarta vez en el Andorra Ultra Trail, pero que hasta ahora no ha tenido suerte con las barreras horarias y no ha podido pasar nunca de los Bordes d'Envalira.
Sin embargo este año se muestra optimista, las condiciones meteorológicas son las mejores que recuerda en todas las ediciones en las que ha participado y está muy bien de forma.
Le comento que en la primera cuesta ya me quedé sin aliento, pese a empezar poco a poco, y me dice que podría ser por la altitud, pero que en cualquier caso, no subestime a la montaña y me lo tome con calma, ya que quedan 10 cumbres aún por coronar.
Conforme vamos descendiendo y la temperatura aumenta, el paisaje va cambiando, pasa de ladera a bosque y de ahí a colina, surcada por decenas de pequeños arroyos y alguna corriente de agua con más fuerza.
El rumor del agua interrumpe el sepulcral silencio que nos envolvía desde la bajada de Clot de Cavall (exceptuando la conversación con Jordi), y se va haciendo más y más fuerte conforme su presencia va aumentando.
Pisamos sobre hierba húmeda, correr es una delicia; El viento ha dejado de soplar, la temperatura ha aumentado pero la presencia del agua es refrescante, así que me quito los guantes, fríos y húmedos, pero mantengo el resto de las capas.
Estoy tan concentrado en el paisaje que no me doy cuenta de que hace bastante que no escucho a Jordi, y como la hierba amortigua nuestros pasos no sé si está o no cerca.
Retiro la vista un segundo, solo un segundo del suelo, para comprobar si Jordi está cerca, y me hundo hasta el tobillo en el agua helada.
No podía ni imaginar la temperatura a la que se encontraba el agua, mi pie derecho ha dejado de existir de golpe, quedándose dormido casi al instante, aunque como sigo corriendo voy recuperando poco a poco la movilidad.
El calcetín está mojado, así como la zapatilla, y el dolor es increíble, parece que algo me esté atravesando el pie.
Veo a un nutrido grupo de corredores agolpados en el margen de un río, y compruebo con desmayo como no hay forma posible de vadearlo, se debe cruzar saltando de roca en roca.
Uno de los corredores resbala y cae al agua, que llega a la altura de las rodillas, y mientras espero mi turno para cruzar muevo incesante mi pie, con la esperanza de que no se me vuelva a dormir de nuevo por el frío.
Observo al resto de corredores y me fijo en las piedras que causan más problemas, por el musgo o por la inestabilidad, así que cuando llega mi turno para cruzar voy con seguridad y consigo cruzarlo sin problemas.
Nos esperan varios cruces más en el próximo tramo, surcado por decenas de venas acuosas, y me doy cuenta de que comienzo a oír voces animadas.
Levanto la vista y veo una fogata a lo lejos, bastante luz y varios corredores, a poca distancia.
Este nuevo despiste hace que vuelva a pisar sobre mojado, aunque en menor medida que en la primera ocasión, aunque una nueva oleada de agua helada penetra en mi zapatilla derecha; Bueno, parece que al menos podré calentarme pronto.
Vuelvo a concentrarme en el suelo y voy prestando atención a los pasos de los corredores que me preceden, las balizas y el brillo del agua.
De repente, dejamos atrás el silencio y nos aproximamos al bullicio; en ese momento, una gaita inunda el aire con su melodía.
Miro el reloj; son las una y media de la mañana, ¿qué narices hace un gaitero a 2000 metros de altura?
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