Pla de l'Estany, 01:41. km 17.
Animado por los acordes de la gaita (me encanta la música celta desde que era pequeño) fui salvando la última zona de terreno encharcado hasta llegar, con los pies empapados, al primer avituallamiento.
El ambiente era genial en el mismo, la fogata calentaba nuestros cuerpos y los ánimos de los voluntarios y las viandas que nos ofrecían, nuestro espíritu.
El avituallamiento era completísimo, de lo mejor que he visto hasta la fecha, pudiendo reponer hasta la saciedad con chocolate nestlé negro y con leche, pasas, frutos secos, caldo de pollo, sopa de verduras, agua, refrescos, powerade (líquido y en polvo), galletas, queso...
Las conversaciones en el mismo eran muy animadas, así que me quedé más tiempo del que tenía pensado en el mismo.
Me reencontré con Jordi cuando llevaba pocos minutos en el avituallamiento, y me dijo que repusiese con calma, ya que la subida que nos esperaría a continuación no tenía nada que envidiar a la primera que habíamos realizado.
Abusé un poco del chocolate y de la bebida isotónica, por lo que cuando me despedí de Jordi para reemprender el camino me sentía un poco pesado.
El inicio del camino volvía a ser herboso, surcado por numerosos arroyuelos y corrientes de agua cada vez más potentes, rodeadas de hielo más y más frecuentemente conforme ascendíamos.
El terreno fue cambiando rápidamente, perdiendo la vegetación primero y cambiando después la tierra por rocas, con la omnipresente nieve cobrando protagonismo conforme ascendíamos.
La temperatura bajaba en picado, y el viento soplaba cada vez con más frecuencia, por lo que pese a volver a estar completamente aislado del exterior por varias capas y en movimiento, cada vez tenía más frío.
Llegamos a un tramo en el que prácticamente teníamos que ascender escalando, de roca a roca, rodeando un gran nevero, la experiencia era increíble.
Desde pequeño siempre me ha gustado escalar, tenía por costumbre cuando no levantaba más de medio metro del suelo irme en verano a un espigón cercano a mi casa y recorrerlo completamente sin tocar el agua de lado a lado, contando en voz alta para ir rebajando el tiempo más y más.
Con este recuerdo de los veranos de mi infancia centrado en mi mente combatía el frío y la fatiga, provocada sobre todo por la ausencia de oxígeno conforme ascendíamos, y mientras recordaba esos rodeos al espigón repetía el proceso por las heladas rocas que nos guiaban hacia el pico más alto del Principado de Andorra.
Era como un juego, siempre tenía varias piedras por delante de mí, tocaba varias por el borde y si aguantaba, saltaba de golpe en el centro de la misma, agarrándome con las manos a la siguiente para coger impulso y repetir el proceso.
Había un pequeño "camino" (piedras más planas, por donde la mayoría de los corredores avanzaban, zigzagueando), pero yo ideaba el mío propio sobre la marcha conforme llegaba a una baliza, levantaba la vista, localizaba la siguiente, y ascendía en línea recta, dejando atrás corredores sin cambiar el ritmo.
No le tengo miedo ninguno a los ascensos técnicos, de hecho, a veces, incluso les pierdo el respeto (supongo que por la costumbre a escalar desde pequeño), pero a las bajadas si les tengo muchísimo respeto, por lo que me desquité de las caídas previas a llegar al primer avituallamiento disfrutando muchísimo de la subida.
En un momento dado me alcanzó por detrás un corredor francés que comenzó a hablarme, pero como no lo entendía bien cambió al inglés.
Me alabó por mi audacia y me dijo que si no le importaba, me iría siguiendo, cosa que no me importó en absoluto, por lo que fuimos ascendiendo hablando cuando paraba para recuperar el aliento, lo que era más y más frecuente conforme nos acercábamos a la cima.
Me comentó que se llamaba Florent, y que suele realizar recorridos de gran distancia en autosuficiencia, aunque no suele competir a menudo.
No obstante, esta era su cuarta carrera, y las 3 previas las había completado con éxito (3 ediciones del Tor des Geants), lo que me hizo reconocerle como un ultra atleta muy experimentado.
Él lo negó de inmediato, modestamente, diciendo que de experto nada, que el ultra fondo es algo que le gusta y tiene bastante práctica, pero experiencia muy poco.
No sé si para quitarse mérito o porque realmente lo necesitaba, en una de las paradas para recuperar me dijo que continuase, que llevaba un ritmo demasiado alto y no podía mantenerme el paso.
Nada más despedirnos comenzó a sonar en mis auriculares "Alors on Dance", de Stromae, fue una curiosa casualidad que tras despedirme de este crack francés comenzase a escuchar una de mis canciones francesas favoritas, cuyos acordes me impulsaban hacia la cima.
Una niebla densa comenzó a caer sobre nosotros conforme íbamos ascendiendo, mojándolo todo a su paso y dificultándonos la visión, hasta el punto de que en un momento dado me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sin ver una baliza.
Me paré y miré hacia atrás; unos cuatro corredores ascendían siguiendo mi estela, pero otro grupo subía bastante a mi izquierda, y por encima, había un frontal solitario subiendo por la derecha y 3 por la derecha también, pero mucho más arriba, discutiendo acaloradamente en francés.
No había ni rastro de baliza por detrás ni por delante, pero sabía que el camino, irremediablemente, nos llevaría hacia la cima, así que simplemente continué ascendiendo, con más y más dificultad, por el camino que veía más seguro.
Llegué hasta el grupo de franceses, y de repente comenzamos a oír voces y un silbido, justo antes de ver el frontal de un corredor que descendía ante nosotros.
Los franceses me dijeron que era compañero suyo y les había dicho que ese no era el camino, así que descendimos unos metros (unas rocas bastante peligrosas nos impedían seguir avanzando) para retomar el ascenso por las rocas del extremo izquierdo, uniéndonos a los corredores que seguían mi estela en una gran roca.
Justo al reunirnos escuchamos una voz en inglés (con un acento que no identifiqué) que nos animaba a subir por donde estábamos, y aunque no identificamos de quién provenía, al ascender encontramos una banderita volcada; al menos habíamos retomado al fin el camino.
Me sentía muy pesado y me costaba respirar, pero el haber encontrado de nuevo el camino correcto me dio muchísimo ánimo.
Traté de alcanzar a nuestro "salvador", pero no hubo manera, aunque como comenzamos a ver nuevas señales luminosas, retomamos la marcha a buen paso.
Entre la oscuridad nocturna y la niebla no podía ver qué nos rodeaba, aunque el gélido viento que nos intentaba empujar de la ladera me hacía sospechar que, de estar la noche despejada, podría contemplar un inmenso nevero.
La nieve comenzó a estar más y más presente entre los intersticios de las rocas y el viento era cada vez más fuerte y más frío, lo que nos hacía prever que el ascenso a la cima estaba cada vez más y más cercano...
De repente, comencé a notar como se me helaba la parte de la cara expuesta por pequeños puntos de forma simultánea, me miré los brazos y vi pequeños puntitos blancos que se fundían al contacto con el cortavientos tras unos segundos... Comienza a nevar... The summit is coming...
Leer Encuentro con héroes
Animado por los acordes de la gaita (me encanta la música celta desde que era pequeño) fui salvando la última zona de terreno encharcado hasta llegar, con los pies empapados, al primer avituallamiento.
El ambiente era genial en el mismo, la fogata calentaba nuestros cuerpos y los ánimos de los voluntarios y las viandas que nos ofrecían, nuestro espíritu.
El avituallamiento era completísimo, de lo mejor que he visto hasta la fecha, pudiendo reponer hasta la saciedad con chocolate nestlé negro y con leche, pasas, frutos secos, caldo de pollo, sopa de verduras, agua, refrescos, powerade (líquido y en polvo), galletas, queso...
Las conversaciones en el mismo eran muy animadas, así que me quedé más tiempo del que tenía pensado en el mismo.
Me reencontré con Jordi cuando llevaba pocos minutos en el avituallamiento, y me dijo que repusiese con calma, ya que la subida que nos esperaría a continuación no tenía nada que envidiar a la primera que habíamos realizado.
Abusé un poco del chocolate y de la bebida isotónica, por lo que cuando me despedí de Jordi para reemprender el camino me sentía un poco pesado.
El inicio del camino volvía a ser herboso, surcado por numerosos arroyuelos y corrientes de agua cada vez más potentes, rodeadas de hielo más y más frecuentemente conforme ascendíamos.
El terreno fue cambiando rápidamente, perdiendo la vegetación primero y cambiando después la tierra por rocas, con la omnipresente nieve cobrando protagonismo conforme ascendíamos.
La temperatura bajaba en picado, y el viento soplaba cada vez con más frecuencia, por lo que pese a volver a estar completamente aislado del exterior por varias capas y en movimiento, cada vez tenía más frío.
Llegamos a un tramo en el que prácticamente teníamos que ascender escalando, de roca a roca, rodeando un gran nevero, la experiencia era increíble.
Desde pequeño siempre me ha gustado escalar, tenía por costumbre cuando no levantaba más de medio metro del suelo irme en verano a un espigón cercano a mi casa y recorrerlo completamente sin tocar el agua de lado a lado, contando en voz alta para ir rebajando el tiempo más y más.
Con este recuerdo de los veranos de mi infancia centrado en mi mente combatía el frío y la fatiga, provocada sobre todo por la ausencia de oxígeno conforme ascendíamos, y mientras recordaba esos rodeos al espigón repetía el proceso por las heladas rocas que nos guiaban hacia el pico más alto del Principado de Andorra.
Era como un juego, siempre tenía varias piedras por delante de mí, tocaba varias por el borde y si aguantaba, saltaba de golpe en el centro de la misma, agarrándome con las manos a la siguiente para coger impulso y repetir el proceso.
Había un pequeño "camino" (piedras más planas, por donde la mayoría de los corredores avanzaban, zigzagueando), pero yo ideaba el mío propio sobre la marcha conforme llegaba a una baliza, levantaba la vista, localizaba la siguiente, y ascendía en línea recta, dejando atrás corredores sin cambiar el ritmo.
No le tengo miedo ninguno a los ascensos técnicos, de hecho, a veces, incluso les pierdo el respeto (supongo que por la costumbre a escalar desde pequeño), pero a las bajadas si les tengo muchísimo respeto, por lo que me desquité de las caídas previas a llegar al primer avituallamiento disfrutando muchísimo de la subida.
En un momento dado me alcanzó por detrás un corredor francés que comenzó a hablarme, pero como no lo entendía bien cambió al inglés.
Me alabó por mi audacia y me dijo que si no le importaba, me iría siguiendo, cosa que no me importó en absoluto, por lo que fuimos ascendiendo hablando cuando paraba para recuperar el aliento, lo que era más y más frecuente conforme nos acercábamos a la cima.
Me comentó que se llamaba Florent, y que suele realizar recorridos de gran distancia en autosuficiencia, aunque no suele competir a menudo.
No obstante, esta era su cuarta carrera, y las 3 previas las había completado con éxito (3 ediciones del Tor des Geants), lo que me hizo reconocerle como un ultra atleta muy experimentado.
Él lo negó de inmediato, modestamente, diciendo que de experto nada, que el ultra fondo es algo que le gusta y tiene bastante práctica, pero experiencia muy poco.
No sé si para quitarse mérito o porque realmente lo necesitaba, en una de las paradas para recuperar me dijo que continuase, que llevaba un ritmo demasiado alto y no podía mantenerme el paso.
Nada más despedirnos comenzó a sonar en mis auriculares "Alors on Dance", de Stromae, fue una curiosa casualidad que tras despedirme de este crack francés comenzase a escuchar una de mis canciones francesas favoritas, cuyos acordes me impulsaban hacia la cima.
Una niebla densa comenzó a caer sobre nosotros conforme íbamos ascendiendo, mojándolo todo a su paso y dificultándonos la visión, hasta el punto de que en un momento dado me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sin ver una baliza.
Me paré y miré hacia atrás; unos cuatro corredores ascendían siguiendo mi estela, pero otro grupo subía bastante a mi izquierda, y por encima, había un frontal solitario subiendo por la derecha y 3 por la derecha también, pero mucho más arriba, discutiendo acaloradamente en francés.
No había ni rastro de baliza por detrás ni por delante, pero sabía que el camino, irremediablemente, nos llevaría hacia la cima, así que simplemente continué ascendiendo, con más y más dificultad, por el camino que veía más seguro.
Llegué hasta el grupo de franceses, y de repente comenzamos a oír voces y un silbido, justo antes de ver el frontal de un corredor que descendía ante nosotros.
Los franceses me dijeron que era compañero suyo y les había dicho que ese no era el camino, así que descendimos unos metros (unas rocas bastante peligrosas nos impedían seguir avanzando) para retomar el ascenso por las rocas del extremo izquierdo, uniéndonos a los corredores que seguían mi estela en una gran roca.
Justo al reunirnos escuchamos una voz en inglés (con un acento que no identifiqué) que nos animaba a subir por donde estábamos, y aunque no identificamos de quién provenía, al ascender encontramos una banderita volcada; al menos habíamos retomado al fin el camino.
Me sentía muy pesado y me costaba respirar, pero el haber encontrado de nuevo el camino correcto me dio muchísimo ánimo.
Traté de alcanzar a nuestro "salvador", pero no hubo manera, aunque como comenzamos a ver nuevas señales luminosas, retomamos la marcha a buen paso.
Entre la oscuridad nocturna y la niebla no podía ver qué nos rodeaba, aunque el gélido viento que nos intentaba empujar de la ladera me hacía sospechar que, de estar la noche despejada, podría contemplar un inmenso nevero.
La nieve comenzó a estar más y más presente entre los intersticios de las rocas y el viento era cada vez más fuerte y más frío, lo que nos hacía prever que el ascenso a la cima estaba cada vez más y más cercano...
De repente, comencé a notar como se me helaba la parte de la cara expuesta por pequeños puntos de forma simultánea, me miré los brazos y vi pequeños puntitos blancos que se fundían al contacto con el cortavientos tras unos segundos... Comienza a nevar... The summit is coming...
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