La Margineda, 11:16. km 43.
Jamás pensé que la distancia de una maratón pudiese dar para tanto...
Tras abrazar a Mayte y decirle que me encontraba bien, ascendí los peldaños que guiaban al interior del recinto, en el que me chequearon el chip para dejar constancia de mi llegada antes de permitirme acceder al mismo.
Como llevaba horas soñando hacer, lo primero que hice fue rellenar un botellín de agua en el avituallamiento, que un amable voluntario vertió desde una garrafa, lo vacié de golpe, le pedí que me lo rellenase de nuevo, lo tapé y, dando un par de sorbitos mientras buscábamos un lugar donde ubicarnos, comenzaba a quitarme capas.
Nos sentamos en un banco plagado de platos ya usados, que amontonamos en el borde para hacer espacio.
Solté los palos, notando que al retirar la presión de ellos me dolían las manos (tenía marcas en ellas de apretar fuerte en las bajadas), me quité la mochila de la espalda, con una sensación casi orgásmica recorriendo mi cuerpo al sentir el alivio de la ausencia de su peso.
Me quité también el sobrepantalón y el cortavientos, el frontal, lo que alivió mi cuello, y me senté; jamás me había aliviado tanto sentarme...
Antes de queme diese cuenta, y llevaba segundos sentados, había vaciado el segundo botellín...
Mayte me preguntó que como estaba y me contó su odisea para llegar a tiempo a La Margineda para traerme las baterías de repuesto para el frontal... y de paso, para volver al hostal desde Ordino...
Me dejó a cuadros, tener una pareja ultra fondista es hasta más duro que ser ultrafondista, pasó frío, sueño, hambre... y aquí estaba, al pie del cañón, recibiéndome con una sonrisa y un abrazo; increíble, y yo quejándome de mis penurias...
Me comentó que tenía mucha hambre, ya que se había saltado el desayuno del hostal para llegar a tiempo, y me noté muy hambriento yo también.
Por primera vez en más de 12 horas mi cuerpo se había relajado, lo que hizo que me costara mucho ponerme en pie, y que comenzase a notar las magulladuras de los golpes y el intenso dolor producido por el esfuerzo en todos los puntos de mi cuerpo que seguían con sensibilidad.
No obstante, aun podía caminar en línea recta, y cogí chocolate, un plato con pasta, frutos secos, y rellené dos botellines con agua, y uno de ellos con Powerade en polvo.
Le dejé a ella el plato de pasta, del que comenzó a picar, mientras yo comenzaba a comer, aunque, sobre todo, beber.
En otras ocasiones, al beber tanto (aunque me fui dosificando todo lo que pude), en cuestión de minutos me encontraba tan lleno y pesado que tenía que parar... no fue el caso en esta ocasión, mi cuerpo absorbía el líquido tan pronto como le llegaba, y en ningún momento llegué a sentirme saciado realmente, paré para evitar que me sentase mal a posteriori, al volver a ponerme en marcha.
Decidí que no quería volver a experimentar el peso aplastante de mi mochila contra mi espalda, pero estaba totalmente decidido a llenar la bolsa de hidratación hasta los topes en esta ocasión...
Así que, decidí dejar todo lo no imprescindible fuera de la misma.
Las gafas de sol eran prescindibles, la cámara de fotos también (aunque sabía que ello repercutiría en la existencia de material gráfico para la posterior crónica, por lo que ahora me arrepiento), ¿ropa de recambio? el sudor se me había secado y había vuelto a impregnar mi ropa en decenas de ocasiones, y seguía a la perfección...
Dejé tan solo un paquete de cacahuetes, barritas energéticas, pastillas de Isostar y los shots de Powerade de la bolsa del corredor, así como las sales.
Me quité las Skechers y los Lurbel, pisé el frío suelo y el alivio general que reconfortaba mi cuerpo y espíritu se sumó a mis pies también, muy doloridos tanto por la fatiga como por el impacto con innumerables obstáculos en el largo camino seguido desde Ordino.
Me hacía falta descansar, me relajé tanto que me el sueño comenzó a cerrar mis párpados, pero por suerte Mayte me mantenía alerta hablándome, preguntándome cosas y echándome fotos.
No recordaba haber bebido tanto, pero de nuevo, los dos botellines estaban vacíos, y ya me había acabado la comida que tenía prevista, así que fui a por más chocolate y frutos secos mientras rellenaba los botellines, añadiendo Powerade en sales a uno de ellos, de nuevo.
Mayte me dijo que estaba ya llena, así que me acabé su plato de pasta, me bebí ambos botellines y, algo aliviado, sentí la necesidad de ir al baño, por partida doble además; la comida y la bebida estaba siendo aceptada por mi cuerpo.
Llevaba bebidos cerca de 3 litros en menos de media hora, y aun así el pis fue amarillo intenso... por suerte llegué a La Margineda justo a tiempo, no quería ni pensar que hubiese pasado de haber tardado una hora más en llegar.
Me encontré con Malio al salir del baño, que me saludó, eufórico, y me preguntó que como estaba.
Le dije que muchísimo mejor, y me dijo que iba a ducharse y a cambiarse antes de comer algo más, y me recomendó hacer lo mismo.
Ahí me arrepentí de no haber preparado toalla y mallas largas de recambio, pero bueno, al menos la parada me estaba dejando como nuevo.
No me apetecía comer más comida, pero sí picotear, y cogí frutos secos y chocolate, que bajé con una nueva botella de agua con Powerade, que los voluntarios me ofrecieron gustosos y sonrientes.
Decidí no beber más hasta salir del punto de avituallamiento, no fuese que ahora me pasase y bebiese en exceso, ya que el sudor había parado hacía rato.
No estaba cómodo quieto, llevaba solo un tercio de la carrera, los kilómetros me esperaban, así que le puse las baterías de repuesto al frontal, que me coloqué en la cabeza, me enfundé sobrepantalón y chaleco y me puse los Lurbel de repuesto antes de abrocharme de nuevo las zapatillas.
Me comí una barrita energética, cogí fruta del avituallamiento y volví al baño (ya comenzaba a circular el líquido).
Nuevamente me encontré con Malio sonriente, al que dije que esperaba que me alcanzase pronto, ya que me dijo que planeaba descansar un poco más aún.
El pis seguía amarillo, pero ya era bastante más claro, comenzaba a normalizarse el nivel de líquido de mi cuerpo.
Rellené la bolsa de hidratación y los botellines hasta los topes, uno con agua y sales, para ir bebiendo poco a poco cuando me diese sed y otro con Powerade en polvo, como de costumbre.
Me eché la mochila, nuevamente muy pesada, a la espalda, y le dije a Mayte que tenía que irme.
Fuimos juntos a la puerta, me deseó suerte antes de despedirnos con un rápido beso, y contemplé como ella se encaminaba hacia la derecha de la calle mientras yo cogía el camino de la izquierda, bajando por un caminito empedrado, emocionado; no sabía cuantas horas pasarían hasta que la volviese a ver.
Bajé por él escuchando el "clac clac" lejano de un bastón, pero no veía a ningún corredor, solo a una mujer mayor que me dio ánimos al verme pasar.
El puente me guió hasta la carretera por la que había subido en bus hasta Andorra la Vella desde Barcelona, no hacía aún ni 24 horas, pero me parecía que hacía ya días, el recuerdo era muy lejano en mi mente.
Quizás por la hora (algo menos de las 12 de la mañana) no había demasiada gente en la calle, pero aun así algunos curiosos aplaudían mi paso.
Desde la carretera pude ver, por el otro lado de la calle, al corredor cuyos bastones había oído hace unos instantes, avanzando a gran velocidad; Corrijo, era un héroe, portaba el dorsal de la Ronda Dels Cims.
Avancé a más velocidad para ponerme a su altura, pero cuando llegué al punto donde lo había visto anteriormente ya no estaba.
Quizás hubiese tenido que coger otra dirección (había carteles indicando dirección según prueba), o quizá simplemente había decidido apretar el paso también y había decidido dejarme atrás.
Me notaba bastante entero, el descanso me había sentado de lujo, aunque al volver a apretar me había comenzado a notar un poco lento, como pesado, quizás por la gran cantidad de líquido que había estado ingiriendo.
Creía estar dando un rodeo un poco tonto, pero la llegada al punto más bajo de la prueba, el puente románico de La Margineda, valió la pena.
El sol, implacable, se alzaba con poderío en el cielo, sin dejar apenas sombra para refugiarnos de su azote, lo que hizo que en la subida posterior al cruce del puente comenzase a sudar profusamente.
Pese a notarme lento y pesado, no me parecía estar avanzando despacio, pero vi a lo lejos a un padre paseando a su perro en compañía de su hijo y tardé cerca de un minuto en alcanzarlos.
De hecho, al dejarlos atrás, el perro se adelanto unos pocos de metros y el niño se puso a su altura en cuestión de segundos, adelantándome sin esfuerzo ninguno.
Como iban paseando acabé por dejarlos atrás, pero tardé cerca de un par de minutos.
Una vez más estaba solo, andando, ya que entre el machaque físico que llevaba y la cuesta que se alzaba ante mí, sudando profusamente y bastante fatigado.
Me giré y vi La Margineda pocos metros por debajo de mi, apenas 100, y el pico por el que había descendido hacia la ciudad hacía poco más de una hora... Era enorme, realmente imponente.
Acostumbrado a tener cerca la Sierra de Mijas, con cumbre a 1150 metros sobre el nivel del mar (Pico de Mijas) y la Sierra Blanca, con cumbre a 1275 metros sobre el nivel del mar (Pico del Lastonar), ver esos gigantes erguidos a mi alrededor me hizo sentir minúsculo, incluso intimidado por su imponente presencia.
Me volví, echando mano del preciado líquido recién cargado en mi camel, y tras un largo sorbo de agua fresquita, continué el ascenso.
Comenzaba a notarme somnoliento, como si de repente el peso de tantísimas horas de sueño acumulado comenzase a caer sobre mí como si de una losa se tratase, y cada pocos metros que avanzaba tenía que pararme para dar un trago de agua y recuperar el aliento, que cada vez perdía con mayor facilidad.
Para hacerme más llevadero el ascenso, me imaginé que estaba ascendiendo a la Sierra de Mijas, como aquella noche en la que, en compañía de Raúl y Ramón, emprendimos una aventura por la sierra en busca de la luna llena.
Me imaginaba que, como aquel día, Raúl, compañero del Club Atletismo Fuengirola, estaría en cabeza, y Ramón, ultra atleta experimentado, pisándome los talones, y con el recuerdo de esa sesión en mi mente traté de avanzar a un ritmo mayor.
No sé cuanto tiempo estuve ascendiendo hasta que realmente tuve compañía humana, ya que comenzaba a dolerme un poco la cabeza del sol (seguía sin haber apenas sombra, aunque el fresco viento que soplaba aleatoriamente me despejaba un poco), tenía mucho sueño y comenzaba a confundir realidad y fantasía.
Varias veces me pareció ver de refilón, pocos metros por delante de mí, un bastón moverse, o una mochila pasar, justo antes de perderse entre la vegetación, pero cuando apretaba el ritmo para acechar al corredor y no ascender en solitario, o no encontraba nada, o me daba cuenta de que lo que creía haber visto era en realidad una rama o un arbusto.
Paré a orinar y el color fue, por primera vez en muchos kilómetros, clarito; si en algún momento estuve en riesgo de sufrir una deshidratación seria, éste ya había pasado, y estaba bien aprovisionado.
Para intentar despejarme, ya que cada vez me notaba más pesado, aproveché la parada para comerme un par de los shots de Powerade, que contenían cafeína, y aunque en los minutos posteriores a ingerirlos si me noté más despierto y ligero (no sé si la eficacia es tan potente o fue el efecto placebo), a los 10 minutos volvía a ver corredores tras cada sombra, que nunca llegaban a existir.
Llegué a escuchar el "clac clac" de un bastón, y me paré en seco porque no sabía si estaba alucinando o era real, peor tras poco más de un minuto, vi a una corredora ascendiendo entre la vegetación, una decena de metros por detrás de mí.
"Vale, ella es real, voy a intentar usarla como referencia y mantener un ritmo uniforme..."
Sin embargo, tras unos 10 minutos en los que, irremediablemente, tenía que parar a recuperar el aliento conforme iba ascendiendo, acabó por ponerse a mi altura, y poco a poco me fue dejando atrás.
Volvía a estar solo, y las alucinaciones se acentuaron; me pareció ver a dos voluntarios sentados en una roca, y cuando me acerqué no era más que vegetación sobre la misma; se veía perfectamente, pero hasta que no estuve a un par de metros de distancia de la roca no llegué a distinguirlos.
Comencé a preocuparme, nunca me había pasado algo así, aunque tampoco había estado nunca tantas horas seguidas corriendo, salvo en los 101... Claro que ese día había dormido lo suficiente, y habíamos comenzado a correr al medio día, no durante la noche...
Repetía mentalmente el número de Mayte mientras avanzaba, a fin de mantenerme concentrado en algo que me diese la certeza de ser real, ya que hasta las sensaciones que me transmitía mi cuerpo parecían engañarme (un par de veces noté como un corte en las manos y al retirarlas del palo estaban perfectamente, aunque el dolor segundos atrás era totalmente real e intenso...).
Otra mujer, que pensaba que era imaginaria, ya que apenas hacía ruido con los bastones al avanzar, pero que resultó existir, comenzó a acercarse cuando, por la vista que tenía de la montaña, estábamos a menos de medio camino de alcanzar la cima.
Las vistas eran impresionantes, y de repente me dio la sensación de que todo era un sueño, de que no podía ser real que estuviese envuelto en una situación así, rodeado de montañas absurdamente grandes, avanzando por una pendiente infinita bajo un sol abrasador... Parecía no tener lógica, cómo si todo me estuviese pasando en tercera persona...
Llegó un momento en el que la corredora se puso a mi altura, y vi en el dorsal que era belga, aunque no recuerdo el nombre.
Le dije "goedemiddag, hoe gaat het?" (algo así como buenas tardes, ¿qué tal?), y me miró extrañada con una media sonrisa, no sé si porque no procedía de una zona de habla flamenca o porque sí y le extrañó, pero la cosa es que se limitó a sonreír, sin responder.
Me despedí con un "doei!" (¡adiós!) y volví a atacar la subida, que comenzaba a llegar a su fin (o eso pensaba, ya que tras cada cambio de rasante el camino se elevaba más y más).
Hacía calor y estaba empapado en sudor como no recordaba haberlo estado nunca, y me atrevería a aventurar que me bebí un tercio de mi recién recargada bolsa de hidratación en ese eterno tramo de subida...
De repente me topé con una visión surrealista, un corredor estaba en mitad del camino, tumbado sobre una estera, comiéndose un plátano con la camiseta con el dorsal sobre una roca, al lado suya, y hablando por teléfono en francés.
Tenía que ser real, pero ya ni me preocupaba en procesar lo que veía o sentía, sólo importaba seguir avanzando, buscar resguardo del implacable sol y, con suerte, un tramo con pendiente neutra o a favor.
Las vistas cuando me giraba eran cada vez más increíbles, pero por delante de mí cambiaba poco... tenía unas ganas de llegar al final...
Cuando pensaba que tras el próximo cambio de rasante llegaría otro tramo de subida, me sorprendió redondeándose y descendiendo suavemente, y aunque la pendiente no tardaba en elevarse de nuevo, ligeramente, fue alternando pequeñas subidas y bajadas hasta que finalmente los tramos de bajada fueron predominando.
La mujer belga me alcanzó en ese tramo, en una parada que hice para tomarme una barrita energética y otro shot de Powerade, aunque una vez retomamos la marcha volví a dejarla atrás.
A lo lejos se ve una casita con algunas personas alrededor, y rezo porque sea un avituallamiento. He estado horas ascendiendo, por lo menos, ¿qué menos?
Mientras me acerco, una de las personas comienza a echarme fotos, como sorprendida, y me anima.
Su compañero me toma nota del dorsal y al preguntar si el lugar es un punto de avituallamiento me dice que no, pero que hay una fuente con agua.
Meto las manos en el agua helada y me limpio el sudor de brazos y cara, lo que me espabila bastante, aprovecho para beber, acabarme la botella de Powerade y rellenarla de agua, y me despido de los voluntarios, cuando otros corredores que, o bien estaban esperando antes de mi llegada o bien acaban de llegar, emprenden la marcha.
Comenzamos ascendiendo una fuerte pendiente herbosa todos juntos, pero poco a poco nos fuimos desperdigando.
Tomó el liderato un corredor veterano, seguido de una pareja de corredores más jóvenes y de mí, mientras que una corredora y la muchacha belga se acercaban desde detrás.
A media cuesta adelanté a la pareja, y poco después, al corredor que lideraba el ascenso, pero cuando paré a recuperar el aliento me quedé a la cola del ascenso.
La pareja superó al corredor veterano, las dos corredoras hicieron piña y avanzaban a la par, pisándole los talones al corredor veterano, y yo llegaba desde atrás, aunque perdiendo terreno con respecto a ellos.
De repente, me adelantó un corredor desde atrás, diría que francés, por el acento, al que no había visto aproximarse cuando comenzamos el ascenso, y me dijo "avanzas demasiado recto, vas más lento si avanzas en zigzag, pero te cansas menos" y continuó a buen paso.
Me giré y vi que, en efecto, mientras que los corredores que estaban comenzando el ascenso avanzaban efectuando un marcado zigzag, yo había ido lo más recto posible, solo efectuando el zigzag en los tramos con pendiente demasiado fuerte o terreno poco seguro.
Al llegar a la cima del ascenso, el cambio de rasante nos reveló unas vistas preciosas sobre un valle surcado por un río, en el que, a lo lejos, se veía una casa mayor que la que habíamos dejado antes atrás.
Ante ella se aglomeraban numerosas vacas y varios caballos, cuyos cencerros resonaban por todo el valle al moverse.
Ataqué una marcada pendiente, perdiendo terreno con respecto a todos los corredores que me precedían, pero sin importarme demasiado, ya que estaba más preocupado por las sensaciones que percibía.
Lo veía todo como en un cuadro, sabía que la casa y los corredores estaban lejos, pero en mi mente estaban muy cerca, y sentía que me movía como en una serie de dibujos o algo así, y notaba como que perdía el control sobre mi cuerpo, que avanzaba por inercia, y aunque veía piedras y obstáculos en el camino y trataba de evitarlos, mis piernas no respondían y tropezaba con ellos, pero ni si quiera sentía dolor, tan solo me desequilibraba y continuaba avanzando.
Comencé a notar frío por primera vez en muchas horas, pese a que apenas soplaba viento y el sol sobre nosotros, así que, sin parar de avanzar (no recordaba como frenar las piernas), me puse bien las mangas de la malla y el cortavientos, que me abroché hasta el cuello, y me puse un buff en el cuello.
No sabría cuanto tiempo tardé, pero llegué a la casa, donde una vez más me pidieron que mostrase mi dorsal, y como en este caso el lugar si era un punto de avituallamiento, penetré en el interior.
Era cálido, pero no tanto como otros previos, y estaba sumido en un intimidante silencio.
Un voluntario me preguntó si quería café o sopa y, casi sin pensar, le dije que ambos.
Había varias personas sentadas tomando sopa calentita y una persona echada sobre una cama en la parte derecha de la habitación.
Vi en una hoja lo que llevábamos de carrera; 51 kilómetros y apenas la mitad del desnivel positivo acumulado total... No podía creérmelo...
Me senté, me quité la mochila, aunque no sentí alivio ninguno, y me quedé ensimismado... me sacó de mi ensimismamiento el voluntario colocándome la sopa caliente en un cuenco en las manos, no sabía cuanto tiempo habría pasado, si segundos o minutos, pero las personas que estaban antes sentadas a mi lado ya no estaban y ocupaba su lugar otro corredor, que al entrar yo a la casa no estaba.
Me asusté un poco, pero el café y la sopa me ayudaron a espabilarme.
Comí fruta, acabé los shots de Powerbar, me bebí un botellín de agua, que rellené de un bidón que allí había, disolví sales en él y comencé a beber poco a poco.
El segundo bidoncito lo rellené de Powerade en polvo.
Comprobé la bolsa de hidratación, a media carga aún, y decidí dejarla así, ya que en el último tramo había estado orinando mucho, clarito, y no sentía sed alguna.
Pedí un segundo café, en el que mojé galletas maría (al igual que el primero, era solo y con poca azúcar), picoteé frutos secos y chocolate, y pregunté si había baño antes de retomar el camino.
Me dijeron que no, pero que todo lo que viese fuera de la casa era baño, así que salí, esperé la llamada de la naturaleza y volví, notando como el sueño volvía a mí.
Mientras preparaba la mochila comencé a hablar con un corredor, que me dijo que había llegado allí a las 11 de la mañana, pero que no había echado vaselina y crema para las rozaduras, y me enseñó sendas marcas de sangre en sus mallas.
Me dijo que se había echado un buen rato, que había comido y estaba listo para seguir; le di ánimos y me decidí a salir tras él.
Justo antes de salir yo entró un corredor mayor, con gafas, que revolucionó el avituallamiento, charlando con todo el mundo, soltando comentarios ingeniosos y llenando de vida la antes sepulcral casa.
Sin embargo, estaba muy preocupado y sabía que si me quedaba no sería capaz de reemprender el camino después.
Sentía muchísimo frío, así que incluso me puse los guantes, y comencé a correr por supervivencia.
El terreno cedía en algunos puntos, y el agua del cercano río aparecía en las huellas que había por delante de mí, así que aprovechaba las zonas con rocas para saltar sobre ellas, evitando barro y agua.
Sin embargo, no sentía esa ilusión y energía que tuve al ascender al Comapedrosa, me notaba muy apagado...
Crucé el río en sí mientras dos corredores que conversaban en catalán me adelantaban, y aunque traté de mantenerles el ritmo, no me fue posible.
De repente, no sé que pasó, pero miré a mi alrededor y no sabía donde tenía que ir.
Con la mirada, buscaba las balizas, y de repente mi mirada se perdió en el paisaje.
Cuando miré hacia abajo estaba totalmente desorientado, no sabía donde estaba, y no se por qué, me abrí el cortavientos, me sentía agobiado por él pese a tener frío.
Me vi el dorsal y me dije a mí mismo "¿estoy corriendo?"
De repente, dos corredores que llegaban desde atrás atrajeron mi atención, y me devolvieron a la realidad.
No sabía si me había dormido de pie de repente, si me había imaginado lo que había pasado o qué me estaba sucediendo, solo sabía que estaba corriendo y, sin recordar haberme parado, estaba en mitad del camino, temblando de frío.
Eché mano, con dedos temblorosos, a mi cortavientos; tenía algo pensado para esta situación, un botecito pequeño de "5 hours energy", al que di un buche hasta la mitad.
Sabía a fanta concentrada muy fuerte, casi como si tuviese alcohol, y de inmediato entré en calor y noté como los párpados dejaban de pesarme.
Corrí tras la pareja de corredores que me acababa de pasar, y los dejé atrás, y vi como a lo lejos, otra pareja de corredores estaba comenzando a cruzar un riachuelo.
Cuando llegué a la altura donde habían comenzado a cruzar me quedé adormilado de nuevo, me quedé mirando el agua y me bloqueé, como si no supiese avanzar.
Al llegar la pareja que acababa de dejar atrás, y casi de manera mecánica, seguí sus pasos, y crucé el arroyuelo.
Decidí que no podía seguir así, estaba atravesando una ligera pendiente descendiente, pero, ¿y si me quedaba dormido en un descenso técnico?
Había un pequeño refugio ante mí, donde las dos parejas charlaban con dos voluntarias, y con determinación y ganas de llorar, paré el crono y comencé a andar hasta él, apoyándome en mis ramas.
No podía continuar, tenía que pedir que me evacuasen.
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Jamás pensé que la distancia de una maratón pudiese dar para tanto...
Tras abrazar a Mayte y decirle que me encontraba bien, ascendí los peldaños que guiaban al interior del recinto, en el que me chequearon el chip para dejar constancia de mi llegada antes de permitirme acceder al mismo.
Como llevaba horas soñando hacer, lo primero que hice fue rellenar un botellín de agua en el avituallamiento, que un amable voluntario vertió desde una garrafa, lo vacié de golpe, le pedí que me lo rellenase de nuevo, lo tapé y, dando un par de sorbitos mientras buscábamos un lugar donde ubicarnos, comenzaba a quitarme capas.
Nos sentamos en un banco plagado de platos ya usados, que amontonamos en el borde para hacer espacio.
Solté los palos, notando que al retirar la presión de ellos me dolían las manos (tenía marcas en ellas de apretar fuerte en las bajadas), me quité la mochila de la espalda, con una sensación casi orgásmica recorriendo mi cuerpo al sentir el alivio de la ausencia de su peso.
Me quité también el sobrepantalón y el cortavientos, el frontal, lo que alivió mi cuello, y me senté; jamás me había aliviado tanto sentarme...
Antes de queme diese cuenta, y llevaba segundos sentados, había vaciado el segundo botellín...
Mayte me preguntó que como estaba y me contó su odisea para llegar a tiempo a La Margineda para traerme las baterías de repuesto para el frontal... y de paso, para volver al hostal desde Ordino...
Me dejó a cuadros, tener una pareja ultra fondista es hasta más duro que ser ultrafondista, pasó frío, sueño, hambre... y aquí estaba, al pie del cañón, recibiéndome con una sonrisa y un abrazo; increíble, y yo quejándome de mis penurias...
Me comentó que tenía mucha hambre, ya que se había saltado el desayuno del hostal para llegar a tiempo, y me noté muy hambriento yo también.
Por primera vez en más de 12 horas mi cuerpo se había relajado, lo que hizo que me costara mucho ponerme en pie, y que comenzase a notar las magulladuras de los golpes y el intenso dolor producido por el esfuerzo en todos los puntos de mi cuerpo que seguían con sensibilidad.
No obstante, aun podía caminar en línea recta, y cogí chocolate, un plato con pasta, frutos secos, y rellené dos botellines con agua, y uno de ellos con Powerade en polvo.
Le dejé a ella el plato de pasta, del que comenzó a picar, mientras yo comenzaba a comer, aunque, sobre todo, beber.
En otras ocasiones, al beber tanto (aunque me fui dosificando todo lo que pude), en cuestión de minutos me encontraba tan lleno y pesado que tenía que parar... no fue el caso en esta ocasión, mi cuerpo absorbía el líquido tan pronto como le llegaba, y en ningún momento llegué a sentirme saciado realmente, paré para evitar que me sentase mal a posteriori, al volver a ponerme en marcha.
Decidí que no quería volver a experimentar el peso aplastante de mi mochila contra mi espalda, pero estaba totalmente decidido a llenar la bolsa de hidratación hasta los topes en esta ocasión...
Así que, decidí dejar todo lo no imprescindible fuera de la misma.
Las gafas de sol eran prescindibles, la cámara de fotos también (aunque sabía que ello repercutiría en la existencia de material gráfico para la posterior crónica, por lo que ahora me arrepiento), ¿ropa de recambio? el sudor se me había secado y había vuelto a impregnar mi ropa en decenas de ocasiones, y seguía a la perfección...
Dejé tan solo un paquete de cacahuetes, barritas energéticas, pastillas de Isostar y los shots de Powerade de la bolsa del corredor, así como las sales.
Me quité las Skechers y los Lurbel, pisé el frío suelo y el alivio general que reconfortaba mi cuerpo y espíritu se sumó a mis pies también, muy doloridos tanto por la fatiga como por el impacto con innumerables obstáculos en el largo camino seguido desde Ordino.
Me hacía falta descansar, me relajé tanto que me el sueño comenzó a cerrar mis párpados, pero por suerte Mayte me mantenía alerta hablándome, preguntándome cosas y echándome fotos.
No recordaba haber bebido tanto, pero de nuevo, los dos botellines estaban vacíos, y ya me había acabado la comida que tenía prevista, así que fui a por más chocolate y frutos secos mientras rellenaba los botellines, añadiendo Powerade en sales a uno de ellos, de nuevo.
Mayte me dijo que estaba ya llena, así que me acabé su plato de pasta, me bebí ambos botellines y, algo aliviado, sentí la necesidad de ir al baño, por partida doble además; la comida y la bebida estaba siendo aceptada por mi cuerpo.
Llevaba bebidos cerca de 3 litros en menos de media hora, y aun así el pis fue amarillo intenso... por suerte llegué a La Margineda justo a tiempo, no quería ni pensar que hubiese pasado de haber tardado una hora más en llegar.
Me encontré con Malio al salir del baño, que me saludó, eufórico, y me preguntó que como estaba.
Le dije que muchísimo mejor, y me dijo que iba a ducharse y a cambiarse antes de comer algo más, y me recomendó hacer lo mismo.
Ahí me arrepentí de no haber preparado toalla y mallas largas de recambio, pero bueno, al menos la parada me estaba dejando como nuevo.
No me apetecía comer más comida, pero sí picotear, y cogí frutos secos y chocolate, que bajé con una nueva botella de agua con Powerade, que los voluntarios me ofrecieron gustosos y sonrientes.
Decidí no beber más hasta salir del punto de avituallamiento, no fuese que ahora me pasase y bebiese en exceso, ya que el sudor había parado hacía rato.
No estaba cómodo quieto, llevaba solo un tercio de la carrera, los kilómetros me esperaban, así que le puse las baterías de repuesto al frontal, que me coloqué en la cabeza, me enfundé sobrepantalón y chaleco y me puse los Lurbel de repuesto antes de abrocharme de nuevo las zapatillas.
Me comí una barrita energética, cogí fruta del avituallamiento y volví al baño (ya comenzaba a circular el líquido).
Nuevamente me encontré con Malio sonriente, al que dije que esperaba que me alcanzase pronto, ya que me dijo que planeaba descansar un poco más aún.
El pis seguía amarillo, pero ya era bastante más claro, comenzaba a normalizarse el nivel de líquido de mi cuerpo.
Rellené la bolsa de hidratación y los botellines hasta los topes, uno con agua y sales, para ir bebiendo poco a poco cuando me diese sed y otro con Powerade en polvo, como de costumbre.
Me eché la mochila, nuevamente muy pesada, a la espalda, y le dije a Mayte que tenía que irme.
Fuimos juntos a la puerta, me deseó suerte antes de despedirnos con un rápido beso, y contemplé como ella se encaminaba hacia la derecha de la calle mientras yo cogía el camino de la izquierda, bajando por un caminito empedrado, emocionado; no sabía cuantas horas pasarían hasta que la volviese a ver.
Bajé por él escuchando el "clac clac" lejano de un bastón, pero no veía a ningún corredor, solo a una mujer mayor que me dio ánimos al verme pasar.
El puente me guió hasta la carretera por la que había subido en bus hasta Andorra la Vella desde Barcelona, no hacía aún ni 24 horas, pero me parecía que hacía ya días, el recuerdo era muy lejano en mi mente.
Quizás por la hora (algo menos de las 12 de la mañana) no había demasiada gente en la calle, pero aun así algunos curiosos aplaudían mi paso.
Desde la carretera pude ver, por el otro lado de la calle, al corredor cuyos bastones había oído hace unos instantes, avanzando a gran velocidad; Corrijo, era un héroe, portaba el dorsal de la Ronda Dels Cims.
Avancé a más velocidad para ponerme a su altura, pero cuando llegué al punto donde lo había visto anteriormente ya no estaba.
Quizás hubiese tenido que coger otra dirección (había carteles indicando dirección según prueba), o quizá simplemente había decidido apretar el paso también y había decidido dejarme atrás.
Me notaba bastante entero, el descanso me había sentado de lujo, aunque al volver a apretar me había comenzado a notar un poco lento, como pesado, quizás por la gran cantidad de líquido que había estado ingiriendo.
Creía estar dando un rodeo un poco tonto, pero la llegada al punto más bajo de la prueba, el puente románico de La Margineda, valió la pena.
El sol, implacable, se alzaba con poderío en el cielo, sin dejar apenas sombra para refugiarnos de su azote, lo que hizo que en la subida posterior al cruce del puente comenzase a sudar profusamente.
Pese a notarme lento y pesado, no me parecía estar avanzando despacio, pero vi a lo lejos a un padre paseando a su perro en compañía de su hijo y tardé cerca de un minuto en alcanzarlos.
De hecho, al dejarlos atrás, el perro se adelanto unos pocos de metros y el niño se puso a su altura en cuestión de segundos, adelantándome sin esfuerzo ninguno.
Como iban paseando acabé por dejarlos atrás, pero tardé cerca de un par de minutos.
Una vez más estaba solo, andando, ya que entre el machaque físico que llevaba y la cuesta que se alzaba ante mí, sudando profusamente y bastante fatigado.
Me giré y vi La Margineda pocos metros por debajo de mi, apenas 100, y el pico por el que había descendido hacia la ciudad hacía poco más de una hora... Era enorme, realmente imponente.
Acostumbrado a tener cerca la Sierra de Mijas, con cumbre a 1150 metros sobre el nivel del mar (Pico de Mijas) y la Sierra Blanca, con cumbre a 1275 metros sobre el nivel del mar (Pico del Lastonar), ver esos gigantes erguidos a mi alrededor me hizo sentir minúsculo, incluso intimidado por su imponente presencia.
Me volví, echando mano del preciado líquido recién cargado en mi camel, y tras un largo sorbo de agua fresquita, continué el ascenso.
Comenzaba a notarme somnoliento, como si de repente el peso de tantísimas horas de sueño acumulado comenzase a caer sobre mí como si de una losa se tratase, y cada pocos metros que avanzaba tenía que pararme para dar un trago de agua y recuperar el aliento, que cada vez perdía con mayor facilidad.
Para hacerme más llevadero el ascenso, me imaginé que estaba ascendiendo a la Sierra de Mijas, como aquella noche en la que, en compañía de Raúl y Ramón, emprendimos una aventura por la sierra en busca de la luna llena.
Me imaginaba que, como aquel día, Raúl, compañero del Club Atletismo Fuengirola, estaría en cabeza, y Ramón, ultra atleta experimentado, pisándome los talones, y con el recuerdo de esa sesión en mi mente traté de avanzar a un ritmo mayor.
No sé cuanto tiempo estuve ascendiendo hasta que realmente tuve compañía humana, ya que comenzaba a dolerme un poco la cabeza del sol (seguía sin haber apenas sombra, aunque el fresco viento que soplaba aleatoriamente me despejaba un poco), tenía mucho sueño y comenzaba a confundir realidad y fantasía.
Varias veces me pareció ver de refilón, pocos metros por delante de mí, un bastón moverse, o una mochila pasar, justo antes de perderse entre la vegetación, pero cuando apretaba el ritmo para acechar al corredor y no ascender en solitario, o no encontraba nada, o me daba cuenta de que lo que creía haber visto era en realidad una rama o un arbusto.
Paré a orinar y el color fue, por primera vez en muchos kilómetros, clarito; si en algún momento estuve en riesgo de sufrir una deshidratación seria, éste ya había pasado, y estaba bien aprovisionado.
Para intentar despejarme, ya que cada vez me notaba más pesado, aproveché la parada para comerme un par de los shots de Powerade, que contenían cafeína, y aunque en los minutos posteriores a ingerirlos si me noté más despierto y ligero (no sé si la eficacia es tan potente o fue el efecto placebo), a los 10 minutos volvía a ver corredores tras cada sombra, que nunca llegaban a existir.
Llegué a escuchar el "clac clac" de un bastón, y me paré en seco porque no sabía si estaba alucinando o era real, peor tras poco más de un minuto, vi a una corredora ascendiendo entre la vegetación, una decena de metros por detrás de mí.
"Vale, ella es real, voy a intentar usarla como referencia y mantener un ritmo uniforme..."
Sin embargo, tras unos 10 minutos en los que, irremediablemente, tenía que parar a recuperar el aliento conforme iba ascendiendo, acabó por ponerse a mi altura, y poco a poco me fue dejando atrás.
Volvía a estar solo, y las alucinaciones se acentuaron; me pareció ver a dos voluntarios sentados en una roca, y cuando me acerqué no era más que vegetación sobre la misma; se veía perfectamente, pero hasta que no estuve a un par de metros de distancia de la roca no llegué a distinguirlos.
Comencé a preocuparme, nunca me había pasado algo así, aunque tampoco había estado nunca tantas horas seguidas corriendo, salvo en los 101... Claro que ese día había dormido lo suficiente, y habíamos comenzado a correr al medio día, no durante la noche...
Repetía mentalmente el número de Mayte mientras avanzaba, a fin de mantenerme concentrado en algo que me diese la certeza de ser real, ya que hasta las sensaciones que me transmitía mi cuerpo parecían engañarme (un par de veces noté como un corte en las manos y al retirarlas del palo estaban perfectamente, aunque el dolor segundos atrás era totalmente real e intenso...).
Otra mujer, que pensaba que era imaginaria, ya que apenas hacía ruido con los bastones al avanzar, pero que resultó existir, comenzó a acercarse cuando, por la vista que tenía de la montaña, estábamos a menos de medio camino de alcanzar la cima.
Las vistas eran impresionantes, y de repente me dio la sensación de que todo era un sueño, de que no podía ser real que estuviese envuelto en una situación así, rodeado de montañas absurdamente grandes, avanzando por una pendiente infinita bajo un sol abrasador... Parecía no tener lógica, cómo si todo me estuviese pasando en tercera persona...
Llegó un momento en el que la corredora se puso a mi altura, y vi en el dorsal que era belga, aunque no recuerdo el nombre.
Le dije "goedemiddag, hoe gaat het?" (algo así como buenas tardes, ¿qué tal?), y me miró extrañada con una media sonrisa, no sé si porque no procedía de una zona de habla flamenca o porque sí y le extrañó, pero la cosa es que se limitó a sonreír, sin responder.
Me despedí con un "doei!" (¡adiós!) y volví a atacar la subida, que comenzaba a llegar a su fin (o eso pensaba, ya que tras cada cambio de rasante el camino se elevaba más y más).
Hacía calor y estaba empapado en sudor como no recordaba haberlo estado nunca, y me atrevería a aventurar que me bebí un tercio de mi recién recargada bolsa de hidratación en ese eterno tramo de subida...
De repente me topé con una visión surrealista, un corredor estaba en mitad del camino, tumbado sobre una estera, comiéndose un plátano con la camiseta con el dorsal sobre una roca, al lado suya, y hablando por teléfono en francés.
Tenía que ser real, pero ya ni me preocupaba en procesar lo que veía o sentía, sólo importaba seguir avanzando, buscar resguardo del implacable sol y, con suerte, un tramo con pendiente neutra o a favor.
Las vistas cuando me giraba eran cada vez más increíbles, pero por delante de mí cambiaba poco... tenía unas ganas de llegar al final...
Cuando pensaba que tras el próximo cambio de rasante llegaría otro tramo de subida, me sorprendió redondeándose y descendiendo suavemente, y aunque la pendiente no tardaba en elevarse de nuevo, ligeramente, fue alternando pequeñas subidas y bajadas hasta que finalmente los tramos de bajada fueron predominando.
La mujer belga me alcanzó en ese tramo, en una parada que hice para tomarme una barrita energética y otro shot de Powerade, aunque una vez retomamos la marcha volví a dejarla atrás.
A lo lejos se ve una casita con algunas personas alrededor, y rezo porque sea un avituallamiento. He estado horas ascendiendo, por lo menos, ¿qué menos?
Mientras me acerco, una de las personas comienza a echarme fotos, como sorprendida, y me anima.
Su compañero me toma nota del dorsal y al preguntar si el lugar es un punto de avituallamiento me dice que no, pero que hay una fuente con agua.
Meto las manos en el agua helada y me limpio el sudor de brazos y cara, lo que me espabila bastante, aprovecho para beber, acabarme la botella de Powerade y rellenarla de agua, y me despido de los voluntarios, cuando otros corredores que, o bien estaban esperando antes de mi llegada o bien acaban de llegar, emprenden la marcha.
Comenzamos ascendiendo una fuerte pendiente herbosa todos juntos, pero poco a poco nos fuimos desperdigando.
Tomó el liderato un corredor veterano, seguido de una pareja de corredores más jóvenes y de mí, mientras que una corredora y la muchacha belga se acercaban desde detrás.
A media cuesta adelanté a la pareja, y poco después, al corredor que lideraba el ascenso, pero cuando paré a recuperar el aliento me quedé a la cola del ascenso.
La pareja superó al corredor veterano, las dos corredoras hicieron piña y avanzaban a la par, pisándole los talones al corredor veterano, y yo llegaba desde atrás, aunque perdiendo terreno con respecto a ellos.
De repente, me adelantó un corredor desde atrás, diría que francés, por el acento, al que no había visto aproximarse cuando comenzamos el ascenso, y me dijo "avanzas demasiado recto, vas más lento si avanzas en zigzag, pero te cansas menos" y continuó a buen paso.
Me giré y vi que, en efecto, mientras que los corredores que estaban comenzando el ascenso avanzaban efectuando un marcado zigzag, yo había ido lo más recto posible, solo efectuando el zigzag en los tramos con pendiente demasiado fuerte o terreno poco seguro.
Al llegar a la cima del ascenso, el cambio de rasante nos reveló unas vistas preciosas sobre un valle surcado por un río, en el que, a lo lejos, se veía una casa mayor que la que habíamos dejado antes atrás.
Ante ella se aglomeraban numerosas vacas y varios caballos, cuyos cencerros resonaban por todo el valle al moverse.
Ataqué una marcada pendiente, perdiendo terreno con respecto a todos los corredores que me precedían, pero sin importarme demasiado, ya que estaba más preocupado por las sensaciones que percibía.
Lo veía todo como en un cuadro, sabía que la casa y los corredores estaban lejos, pero en mi mente estaban muy cerca, y sentía que me movía como en una serie de dibujos o algo así, y notaba como que perdía el control sobre mi cuerpo, que avanzaba por inercia, y aunque veía piedras y obstáculos en el camino y trataba de evitarlos, mis piernas no respondían y tropezaba con ellos, pero ni si quiera sentía dolor, tan solo me desequilibraba y continuaba avanzando.
Comencé a notar frío por primera vez en muchas horas, pese a que apenas soplaba viento y el sol sobre nosotros, así que, sin parar de avanzar (no recordaba como frenar las piernas), me puse bien las mangas de la malla y el cortavientos, que me abroché hasta el cuello, y me puse un buff en el cuello.
No sabría cuanto tiempo tardé, pero llegué a la casa, donde una vez más me pidieron que mostrase mi dorsal, y como en este caso el lugar si era un punto de avituallamiento, penetré en el interior.
Era cálido, pero no tanto como otros previos, y estaba sumido en un intimidante silencio.
Un voluntario me preguntó si quería café o sopa y, casi sin pensar, le dije que ambos.
Había varias personas sentadas tomando sopa calentita y una persona echada sobre una cama en la parte derecha de la habitación.
Vi en una hoja lo que llevábamos de carrera; 51 kilómetros y apenas la mitad del desnivel positivo acumulado total... No podía creérmelo...
Me senté, me quité la mochila, aunque no sentí alivio ninguno, y me quedé ensimismado... me sacó de mi ensimismamiento el voluntario colocándome la sopa caliente en un cuenco en las manos, no sabía cuanto tiempo habría pasado, si segundos o minutos, pero las personas que estaban antes sentadas a mi lado ya no estaban y ocupaba su lugar otro corredor, que al entrar yo a la casa no estaba.
Me asusté un poco, pero el café y la sopa me ayudaron a espabilarme.
Comí fruta, acabé los shots de Powerbar, me bebí un botellín de agua, que rellené de un bidón que allí había, disolví sales en él y comencé a beber poco a poco.
El segundo bidoncito lo rellené de Powerade en polvo.
Comprobé la bolsa de hidratación, a media carga aún, y decidí dejarla así, ya que en el último tramo había estado orinando mucho, clarito, y no sentía sed alguna.
Pedí un segundo café, en el que mojé galletas maría (al igual que el primero, era solo y con poca azúcar), picoteé frutos secos y chocolate, y pregunté si había baño antes de retomar el camino.
Me dijeron que no, pero que todo lo que viese fuera de la casa era baño, así que salí, esperé la llamada de la naturaleza y volví, notando como el sueño volvía a mí.
Mientras preparaba la mochila comencé a hablar con un corredor, que me dijo que había llegado allí a las 11 de la mañana, pero que no había echado vaselina y crema para las rozaduras, y me enseñó sendas marcas de sangre en sus mallas.
Me dijo que se había echado un buen rato, que había comido y estaba listo para seguir; le di ánimos y me decidí a salir tras él.
Justo antes de salir yo entró un corredor mayor, con gafas, que revolucionó el avituallamiento, charlando con todo el mundo, soltando comentarios ingeniosos y llenando de vida la antes sepulcral casa.
Sin embargo, estaba muy preocupado y sabía que si me quedaba no sería capaz de reemprender el camino después.
Sentía muchísimo frío, así que incluso me puse los guantes, y comencé a correr por supervivencia.
El terreno cedía en algunos puntos, y el agua del cercano río aparecía en las huellas que había por delante de mí, así que aprovechaba las zonas con rocas para saltar sobre ellas, evitando barro y agua.
Sin embargo, no sentía esa ilusión y energía que tuve al ascender al Comapedrosa, me notaba muy apagado...
Crucé el río en sí mientras dos corredores que conversaban en catalán me adelantaban, y aunque traté de mantenerles el ritmo, no me fue posible.
De repente, no sé que pasó, pero miré a mi alrededor y no sabía donde tenía que ir.
Con la mirada, buscaba las balizas, y de repente mi mirada se perdió en el paisaje.
Cuando miré hacia abajo estaba totalmente desorientado, no sabía donde estaba, y no se por qué, me abrí el cortavientos, me sentía agobiado por él pese a tener frío.
Me vi el dorsal y me dije a mí mismo "¿estoy corriendo?"
De repente, dos corredores que llegaban desde atrás atrajeron mi atención, y me devolvieron a la realidad.
No sabía si me había dormido de pie de repente, si me había imaginado lo que había pasado o qué me estaba sucediendo, solo sabía que estaba corriendo y, sin recordar haberme parado, estaba en mitad del camino, temblando de frío.
Eché mano, con dedos temblorosos, a mi cortavientos; tenía algo pensado para esta situación, un botecito pequeño de "5 hours energy", al que di un buche hasta la mitad.
Sabía a fanta concentrada muy fuerte, casi como si tuviese alcohol, y de inmediato entré en calor y noté como los párpados dejaban de pesarme.
Corrí tras la pareja de corredores que me acababa de pasar, y los dejé atrás, y vi como a lo lejos, otra pareja de corredores estaba comenzando a cruzar un riachuelo.
Cuando llegué a la altura donde habían comenzado a cruzar me quedé adormilado de nuevo, me quedé mirando el agua y me bloqueé, como si no supiese avanzar.
Al llegar la pareja que acababa de dejar atrás, y casi de manera mecánica, seguí sus pasos, y crucé el arroyuelo.
Decidí que no podía seguir así, estaba atravesando una ligera pendiente descendiente, pero, ¿y si me quedaba dormido en un descenso técnico?
Había un pequeño refugio ante mí, donde las dos parejas charlaban con dos voluntarias, y con determinación y ganas de llorar, paré el crono y comencé a andar hasta él, apoyándome en mis ramas.
No podía continuar, tenía que pedir que me evacuasen.
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