Refugi Comapedrosa, 04:52. km 23.
Mi paso por el primer avituallamiento en común entre los corredores de la Mític y de la Ronda Dels Cims fue breve pero intenso.
La conversación con dos de los héroes españoles que se enfrentaban a las 100 millas de la Ronda fue breve, aunque me animó mucho, y el interior del refugio emanaba un calor increíble, por lo que no quise apalancarme.
Por un lado, tenía miedo de que el cambio de temperatura tan grande entre el interior y el exterior me afectase negativamente, y por otro, me sentía muy agobiado en el interior de la cabaña, ya que estaba llena de gente y era difícil moverse y hacía mucha, mucha calor.
Tanta que en cuestión de un par de minutos había recuperado la sensibilidad de todo mi cuerpo, aún maltrecho debido a la caída en la nieve, e incluso había comenzado a sudar.
Tras registrar mi paso por el control y poner al tanto a Mayte de mi situación en carrera y mis situaciones con un sms, "ataqué" el chocolate, un poco de sopa, y mucha agua, mezclada con Powerade en polvo; también abusé de los frutos secos.
Notaba la espalda muy aliviada en la última bajada, así que decidí comprobar cómo iba la Camel, que descubrí casi vacía, así que decidí rellenarla.
Rellené y me bebí el botellín de las sales, para rellenarlo de nuevo solo con agua, e hice lo mismo con el del powerade, aprovechando para comerme una barrita, pero como tenía tanta prisa por volver a respirar aire fresco, olvidé aspirar el aire que "sobraba" en la camel (consejo que mi amigo Marcos, del Club Media Trail Mijas me reveló en los primeros kilómetros de la pasada edición del Homenaje a la Legión).
Salí de la caseta, aliviado al instante (y casi echando de menos el agobio de los segundos anteriores), me eché una nueva "selfie" y continué tras dos corredores extranjeros que avanzaban en silencio.
De repente el camino se bifurcó, pregunté a los corredores que iban delante de mí que cual era el camino correcto en español e inglés, pero no me entendieron, pero uno corredor que venía por detrás me dijo que le siguiera, y cogimos nuestro camino.
Nos separábamos de los héroes de la Ronda Dels Cims tras nuestro fugaz encuentro.
Aprovechando lo llano del camino y la ausencia de rocas o raíces, comencé a correr a buen paso, notando el agua en el interior de la mochila de hidratación saltando a cada zancada, y oyendo el molesto "chofchofchof" al correr.
A lo lejos vi como se elevaba la montaña, mucho, muchísimo, y vi, desesperanzado, como el camino tan llano y "corrible" que atravesaba llegaba hasta el inicio de la subida.
El desnivel era brutal, pero la estampa seguía siendo preciosa, y al menos en esta subida tan empinada no había ni muchas rocas sueltas ni nieve, aunque cada pocos metros tenía que parar a recuperar el aliento, ya que entre el peso de mis recién renovadas provisiones y el cansancio acumulado en esas primeras casi 7 horas de carrera no estaba para muchos trotes.
Sin embargo, comparada con las dos primeras subidas se me pasó en un santiamén, y justo al llegar a la cresta, un francés que iba por detrás de mí me dijo "¡Sanfons!".
No lo sabía aún, ya que no tenía mi chuleta de tiempos de paso y perfil y no me parecía haber ascendido durante muchos metros, pero acababa de coronar la tercera cumbre de la carrera, la Portella Sanfons.
El viento volvía a arreciar, y en la cresta la visión era espectacular, casi fantasmagórica, parecía que el día comenzaba a despuntar, pero ni había sol aún, ni mucho menos, y el cielo continuaba salpicado de nubes negras.
El camino, bastante practicable (tierra húmeda y hierba) invitaba a correr, especialmente en los tramos de bajada (se alternaban bajada asequible, fuerte pendiente y ligera subida), pero en las pendientes fuertes mi cuerpo se negaba a responder, por lo que tenía que bajar andando.
Decidí echar mano de otra dosis de sales, que mezclé con la recientemente repostada agua de mi botellín derecho, y fui bebiendo a sorbitos mientras un grupo bastante numeroso de corredores me pedía paso.
El siguiente tramo lo atravesé bastante en solitario, hasta llegar a un lugar con unas vistas que, no se por qué (sería el sueño) me recordaban a las ruinas Albhed del Final Fantasy X o bien algún escenario del Metal Gear Solid (videojuegos de mi infancia).
Como podéis ver, ya se "intuía" el amanecer, y pese a las nubes comenzaba a poder ver sin la ayuda del frontal, así que, pese a que estaba aguantando perfectamente la primera noche, no quería arriesgarme a no ver a Mayte y quedarme sin luz en la segunda noche.
Por ello, continué corriendo sin luz, aprovechando los frontales de dos corredores que me adelantaron en la bajada tras pasar el telesillas.
Precisamente en esa bajada comencé a oír un extraño ruido lejano, recordaba que en un lugar cercano al kilómetro 30 había un avituallamiento en una estación de esquí, pero no podíamos estar tan cerca... ¿o si?
No había forma de saberlo aún, pero el alba comenzaba a despuntar, y el ruido, como metálico, se acrecentaba por momentos, hasta que descubrí, en la distancia, su origen...
Si os fijáis, a lo lejos, veréis vacas, un montón de vacas que pastaban tranquilamente en una de las bajadas, como quien no quería la cosa, aunque en el momento de pasar junto a ellas dejaron de mover los cencerros y se centraron en mí, mirándome fijamente y acercándose las más grandes a un par de terneritos, como si se sintieran amenazadas.
Avancé a un ritmo mayor al sentirme yo también amenazado, y seguí descendiendo por el sinuoso camino, mientras que la luz del día robaba visibilidad a las marcas luminosas de las balizas que marcaban el sendero...
Si el ascenso al Comapedrosa y su posterior descenso fueron ya experiencias Míticas (quizás de ahí venga el nombre de la prueba), el sutil amanecer en la bajada posterior a Portella Sanfons y su posterior repecho, el Port Negre, fue increíble.
De repente, parecía estar en mitad de los Alpes Suizos, por donde tuve la suerte de correr el pasado invierno, concretamente, alrededor del Zugersee, que atraviesa varios cantones.
El paisaje que me encontré casi sin darme cuenta me dejó casi sin respiración, una vasta pradera se extendía allá hasta donde alcanzaba la vista, y un nuevo telesillas esperaba, inerte, en la distancia.
Cuando me quise dar cuenta, habían pasado un par de minutos, el grupo de corredores que llevaba en cabeza habían desaparecido sin dejar ni rastro y no veía a nadie por delante ni por detrás.
Bueno, había balizas, solo tenía que seguirlas... y en un momento me planté junto al segundo telesilla.
Continué avanzando en solitario, con la extraña sensación de tener las fuerzas más y más mermadas conforme amanecía...
Ya había bebido bastante, pero la mochila parecía pesar más y más por momentos, así como mis piernas, y me sentía algo somnoliento.
De repente, justo en ese momento en el que no se sabe muy bien si está amaneciendo o atardeciendo, llegué a lo que parecía una enorme antena parabólica abandonada, donde decidí echarme una "selfie" para inmortalizar el momento, y aprovechar para descansar un par de minutos.
No pude evitar acordarme ante tal imagen de ese clásico del cine español que da nombre a la entrada, "Amanece, que no es poco".
Y parecía que hacía cuestión de pocas horas que había comenzado la prueba en Ordino...
Ya más recuperado, continué bajando por el sendero, extrañado, ya que me parecía que hacía mucho que no veía banderitas, y llegué a una explanada donde había varios coches aparcados, sin conductor ni presencia humana en el interior del vehículo o en las inmediaciones, y el camino acababa ahí.
La única opción que tenía para continuar era una carretera, que conectaba con la explanada y por la que podía bajar o subir.
No tenía sentido subir por asfalto lo que acababa de bajar por montaña, aunque tampoco tenía mucho sentido bajar por asfalto, pero como en un ultra de tantísimos kilómetros es casi imposible no tener algún tramo pavimentado o asfaltado, aunque se desarrolle en una zona tan increíble como los Pirineos, tras un instante de duda, comencé a trotar cuesta abajo, mirando por encima del hombro cada pocas zancadas por si veía a algún corredor aproximarse...
Leer Amistades en alta montaña
Mi paso por el primer avituallamiento en común entre los corredores de la Mític y de la Ronda Dels Cims fue breve pero intenso.
La conversación con dos de los héroes españoles que se enfrentaban a las 100 millas de la Ronda fue breve, aunque me animó mucho, y el interior del refugio emanaba un calor increíble, por lo que no quise apalancarme.
Por un lado, tenía miedo de que el cambio de temperatura tan grande entre el interior y el exterior me afectase negativamente, y por otro, me sentía muy agobiado en el interior de la cabaña, ya que estaba llena de gente y era difícil moverse y hacía mucha, mucha calor.
Tanta que en cuestión de un par de minutos había recuperado la sensibilidad de todo mi cuerpo, aún maltrecho debido a la caída en la nieve, e incluso había comenzado a sudar.
Tras registrar mi paso por el control y poner al tanto a Mayte de mi situación en carrera y mis situaciones con un sms, "ataqué" el chocolate, un poco de sopa, y mucha agua, mezclada con Powerade en polvo; también abusé de los frutos secos.
Notaba la espalda muy aliviada en la última bajada, así que decidí comprobar cómo iba la Camel, que descubrí casi vacía, así que decidí rellenarla.
Rellené y me bebí el botellín de las sales, para rellenarlo de nuevo solo con agua, e hice lo mismo con el del powerade, aprovechando para comerme una barrita, pero como tenía tanta prisa por volver a respirar aire fresco, olvidé aspirar el aire que "sobraba" en la camel (consejo que mi amigo Marcos, del Club Media Trail Mijas me reveló en los primeros kilómetros de la pasada edición del Homenaje a la Legión).
Salí de la caseta, aliviado al instante (y casi echando de menos el agobio de los segundos anteriores), me eché una nueva "selfie" y continué tras dos corredores extranjeros que avanzaban en silencio.
De repente el camino se bifurcó, pregunté a los corredores que iban delante de mí que cual era el camino correcto en español e inglés, pero no me entendieron, pero uno corredor que venía por detrás me dijo que le siguiera, y cogimos nuestro camino.
Nos separábamos de los héroes de la Ronda Dels Cims tras nuestro fugaz encuentro.
Aprovechando lo llano del camino y la ausencia de rocas o raíces, comencé a correr a buen paso, notando el agua en el interior de la mochila de hidratación saltando a cada zancada, y oyendo el molesto "chofchofchof" al correr.
A lo lejos vi como se elevaba la montaña, mucho, muchísimo, y vi, desesperanzado, como el camino tan llano y "corrible" que atravesaba llegaba hasta el inicio de la subida.
El desnivel era brutal, pero la estampa seguía siendo preciosa, y al menos en esta subida tan empinada no había ni muchas rocas sueltas ni nieve, aunque cada pocos metros tenía que parar a recuperar el aliento, ya que entre el peso de mis recién renovadas provisiones y el cansancio acumulado en esas primeras casi 7 horas de carrera no estaba para muchos trotes.
Sin embargo, comparada con las dos primeras subidas se me pasó en un santiamén, y justo al llegar a la cresta, un francés que iba por detrás de mí me dijo "¡Sanfons!".
No lo sabía aún, ya que no tenía mi chuleta de tiempos de paso y perfil y no me parecía haber ascendido durante muchos metros, pero acababa de coronar la tercera cumbre de la carrera, la Portella Sanfons.
El viento volvía a arreciar, y en la cresta la visión era espectacular, casi fantasmagórica, parecía que el día comenzaba a despuntar, pero ni había sol aún, ni mucho menos, y el cielo continuaba salpicado de nubes negras.
El camino, bastante practicable (tierra húmeda y hierba) invitaba a correr, especialmente en los tramos de bajada (se alternaban bajada asequible, fuerte pendiente y ligera subida), pero en las pendientes fuertes mi cuerpo se negaba a responder, por lo que tenía que bajar andando.
Decidí echar mano de otra dosis de sales, que mezclé con la recientemente repostada agua de mi botellín derecho, y fui bebiendo a sorbitos mientras un grupo bastante numeroso de corredores me pedía paso.
El siguiente tramo lo atravesé bastante en solitario, hasta llegar a un lugar con unas vistas que, no se por qué (sería el sueño) me recordaban a las ruinas Albhed del Final Fantasy X o bien algún escenario del Metal Gear Solid (videojuegos de mi infancia).
Como podéis ver, ya se "intuía" el amanecer, y pese a las nubes comenzaba a poder ver sin la ayuda del frontal, así que, pese a que estaba aguantando perfectamente la primera noche, no quería arriesgarme a no ver a Mayte y quedarme sin luz en la segunda noche.
Por ello, continué corriendo sin luz, aprovechando los frontales de dos corredores que me adelantaron en la bajada tras pasar el telesillas.
Precisamente en esa bajada comencé a oír un extraño ruido lejano, recordaba que en un lugar cercano al kilómetro 30 había un avituallamiento en una estación de esquí, pero no podíamos estar tan cerca... ¿o si?
No había forma de saberlo aún, pero el alba comenzaba a despuntar, y el ruido, como metálico, se acrecentaba por momentos, hasta que descubrí, en la distancia, su origen...
Si os fijáis, a lo lejos, veréis vacas, un montón de vacas que pastaban tranquilamente en una de las bajadas, como quien no quería la cosa, aunque en el momento de pasar junto a ellas dejaron de mover los cencerros y se centraron en mí, mirándome fijamente y acercándose las más grandes a un par de terneritos, como si se sintieran amenazadas.
Avancé a un ritmo mayor al sentirme yo también amenazado, y seguí descendiendo por el sinuoso camino, mientras que la luz del día robaba visibilidad a las marcas luminosas de las balizas que marcaban el sendero...
Si el ascenso al Comapedrosa y su posterior descenso fueron ya experiencias Míticas (quizás de ahí venga el nombre de la prueba), el sutil amanecer en la bajada posterior a Portella Sanfons y su posterior repecho, el Port Negre, fue increíble.
De repente, parecía estar en mitad de los Alpes Suizos, por donde tuve la suerte de correr el pasado invierno, concretamente, alrededor del Zugersee, que atraviesa varios cantones.
El paisaje que me encontré casi sin darme cuenta me dejó casi sin respiración, una vasta pradera se extendía allá hasta donde alcanzaba la vista, y un nuevo telesillas esperaba, inerte, en la distancia.
Cuando me quise dar cuenta, habían pasado un par de minutos, el grupo de corredores que llevaba en cabeza habían desaparecido sin dejar ni rastro y no veía a nadie por delante ni por detrás.
Bueno, había balizas, solo tenía que seguirlas... y en un momento me planté junto al segundo telesilla.
Continué avanzando en solitario, con la extraña sensación de tener las fuerzas más y más mermadas conforme amanecía...
Ya había bebido bastante, pero la mochila parecía pesar más y más por momentos, así como mis piernas, y me sentía algo somnoliento.
De repente, justo en ese momento en el que no se sabe muy bien si está amaneciendo o atardeciendo, llegué a lo que parecía una enorme antena parabólica abandonada, donde decidí echarme una "selfie" para inmortalizar el momento, y aprovechar para descansar un par de minutos.
No pude evitar acordarme ante tal imagen de ese clásico del cine español que da nombre a la entrada, "Amanece, que no es poco".
Y parecía que hacía cuestión de pocas horas que había comenzado la prueba en Ordino...
Ya más recuperado, continué bajando por el sendero, extrañado, ya que me parecía que hacía mucho que no veía banderitas, y llegué a una explanada donde había varios coches aparcados, sin conductor ni presencia humana en el interior del vehículo o en las inmediaciones, y el camino acababa ahí.
La única opción que tenía para continuar era una carretera, que conectaba con la explanada y por la que podía bajar o subir.
No tenía sentido subir por asfalto lo que acababa de bajar por montaña, aunque tampoco tenía mucho sentido bajar por asfalto, pero como en un ultra de tantísimos kilómetros es casi imposible no tener algún tramo pavimentado o asfaltado, aunque se desarrolle en una zona tan increíble como los Pirineos, tras un instante de duda, comencé a trotar cuesta abajo, mirando por encima del hombro cada pocas zancadas por si veía a algún corredor aproximarse...
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