Plaza Nueva, 02:55. Salida.
Mientras en nuestro grupo comentábamos, cual marujas, la mochila que llevaba este corredor o los bastones que llevaba ese, comenzó la actuación.
Estábamos bastante atrás, así que no pude disfrutarla en su plenitud, pero pude observar varios pasos y cuando la muchedumbre ocultaba a los actores trataba de imaginarlos mentalmente según como habían ensayado poco antes.
Una idea fenomenal la de unir deporte y cultura, aunque en ese momento estábamos tan concentrados que no pudimos aprovecharla del todo.
Mis compañeros y yo nos deseamos suerte, chocamos manos y nos dimos algún fugaz abrazo.
"¿Vienes con nosotros?" me preguntaron Raúl y Ramón.
Les dije que saldría tranquilo, que no tenía problema, pero que nos viésemos o no en la salida, seguramente coincidiríamos durante la carrera, que no se preocupasen.
Matt se acercó a saludar a un corredor que llevaba también huaraches, y me pareció ser Santi, el barefooter más famoso de España, pero como no lo sabía a ciencia cierta no me atreví a saludar en ese momento (nunca lo había visto en persona).
Cerré los ojos un instante y noté como la fatiga y el sueño, agazapados, se revolvían en mi interior, tratando de ganar terreno, pero abrí los ojos y sujeté con fuerza los bastones; hoy no tocaría dormir, y cuanto antes se concienciase mi cuerpo, mejor.
¡Comenzó la prueba!
No había demasiado público comparando con otras pruebas, quizá debido a la hora, un tanto intempestiva para aquellos que no tengan amigos o familiares como participantes, pero aun así la muchedumbre jaleaba de forma atronadora mientras dábamos los primeros pasos.
Hacía fresco, pero intuía que pronto debería remangarme, ya que en los primeros pasos noté como comenzaba a circular la sangre a raudales dentro de mí, avivada por la adrenalina y el ímpetu del momento.
Me giré un momento, ya que entre la marabunta de corredores no veía a Marco, Raúl ni Ramón, pero venían bastante cerca por detrás.
Sin embargo, al girarme hacia adelante, Matt y David me sacaban ya unos 10 metros de ventaja, así que decidí apretar el paso y acercarme a ellos; si el ritmo resultaba ser muy alto tan solo tenía que descolgarme, y si no, bueno, la carrera sería larga, seguro que nos veríamos más adelante.
Avanzábamos con el Darro a nuestra derecha, brillante al reflejar la luz de farolas y algún frontal, aunque la mayoría, el mío entre ellos, seguía apagado.
La carrera había comenzado a buen paso, pero el nuestro era algo más alto que el de nuestros compañeros más cercanos, así que nos fuimos abriendo paso en zigzag durante el primer tramo.
De repente, una voz me preguntó "¿El Corredor Errante?" Me giré y vi al hombre con el que Matt había estado hablando poco antes de la salida; no lo había visto nunca en persona, pero ahora no cabía duda; era Santi.
"Sí", le respondí, "¿Santi? ¿el que corre descalzo?"; Él me respondió "sí; te he reconocido por el buff".
Iba con la respiración entrecortada, así que la conversación no duró demasiado, nos presentamos, nos deseamos suerte y seguimos, cada uno a su paso; no sería la última vez que coincidiríamos durante las horas siguientes.
Como había imaginado, en cuanto pasamos el primer kilómetro y comenzó el desnivel, estaba ya empapado en sudor.
Por alguna extraña razón (quizás por haber pasado muchas horas leyendo en inglés ese mismo día, o por charlar con Camille o Matt en inglés), mi "diálogo interno" conmigo mismo, era en inglés, me di cuenta cuando pensé "only one kilometre and I'm soaking wet... that's gonna be tough at noon..." (sólo un kilómetro y ya estoy empapado, a mediodía esto va a ser duro...).
Sin darle más importancia de la que tenía (ninguno) decidí retrasarme un momento para remangarme las mangas del cortavientos (el mismo que usé en la Andorra Ultra Trail gracias a Trekking&Running Marbella, un Izas con capucha, aunque aquí ese detalle no era obligatorio); también me quité la braga del cuello y los guantes.
Bastante más aliviado afronté la empinada y adoquinada pendiente con fuerza, hasta llegar a la altura de David, que le comentaba a Matt que no sabía cuantos años hacía desde que subió a la Alhambra por última vez; yo tampoco, la verdad sea dicha.
Tras un par de kilómetros alternando asfalto y adoquines, por fin la carrera se fue estirando... pero de repente el avance se frenó de golpe, y al levantar la vista vi que por fin llegábamos a nuestro terreno: tierra.
Avanzamos entre árboles, con subidas pronunciadas y bajadas menos marcadas, rompiendo la formación de a tres que llevábamos Matt, David y yo y pasando a avanzar con un "líder" seguido por una pareja.
Primer fue Matt, que llegó a distanciarse de nosotros varios metros, pese a que no parábamos de adelantar corredores, a un ritmo, quizá, demasiado alto.
Poco después yo mismo tomé el relevo, y en tercer lugar, David.
Debido a la muerte de mi Quechuaphone, corrí con un pequeño Samsung cortesía de mi pareja, Mayte, cuya batería había testado tan solo con el Strava activado y no llegaba a las 10 horas.
Por eso, pese a suponer un peso adicional, llevaba un segundo móvil, y usaría el Samsung solo para enviar whatsapp a primera hora a familiares y amigos y para llevar la cuenta de los kilómetros que llevábamos, hasta que aguantase.
Hasta el momento no lo había oído ni una sola vez, pero en una de las pendientes ascendentes escuché una "voz" familiar, y ahí estaba el bot del Strava: "distance... four kilometres... time... twenty six minutes... current split pace... six minutes, thirty seconds...".
Habíamos recorrido ya, si la señal no fallaba cuatro kilómetros a un ritmo clavado al que llevábamos actualmente, cuesta arriba, así que habría que bajar el pie del acelerador...
Sin embargo, se me iban a escapar Matt y David, ahora en cabeza, y necesitaba "vaciar el depósito" cuanto antes...
Aceleré para coger a David y le pedí que me sujetase los bastones un momento, sin esperarme, y aproveché el cobijo de un gran arbusto para responder a la llamada de la naturaleza.
Rápidamente volví al sendero, aunque me habían adelantado muchos corredores y no veía la camiseta fosforito de Matt en la distancia...
Decidí acelerar hasta que diese con ellos, y en poco más de un minuto los tenía a mi lado, aunque había llegado con el corazón desbocado.
Recuperé los bastones, le di las gracias a David, y ahora, con la mente centrada únicamente en la carrera, me dejé llevar por el implacable ritmo que llevaban mis compañeros (para ser un ultra).
En el siguiente tramo el GPS me chivateó un ritmo de 5:30, parada para ir al baño incluida, pero estaba disfrutando de lo lindo y ya había recuperado el aliento.
El camino no era especialmente ancho, pero era muy corrible, bastante limpio y compacto, de pronto ascendiendo suavemente, de pronto bajando vertiginosamente, con algunas bajadas en Z que permitían, tras pivotar adecuadamente, acelerar al máximo antes de pivotar de nuevo, derrapar y continuar por el camino.
Matt se quedó atrás en el segundo giro, no lo vi al dar la vuelta, aunque sentía su presencia cerca; poco después, un kilómetro o así más adelante, fui yo el que comenzó a quedarse atrás.
Algunos corredores seguían adelantándome a buen ritmo, pero, tal y como se comentó en el briefing de la prueba, ésta se estiraría rápidamente, y ya estábamos casi todos "en nuestra posición".
Recordaba que había que cruzar un río, en el que se nos advirtió no mojarnos los pies, ya que tendríamos aún toda la prueba por delante, y como experimenté en los Pirineos, era una experiencia harto desagradable con calzado convencional; sin embargo, al llegar a la corriente, de poco más de dos metros de ancho, acalorado y sudando como un pollo, pensé que Matt y Santi posiblemente disfrutarían del refrescón.
Y no perderían tanto tiempo, yo tuve que hacer malabares sobre el tronco de un árbol, donde alcancé a David, para avanzar.
La pendiente comenzó a ascender más y más, y por primera vez desde el inicio de la prueba, avanzamos en silencio, concentrados.
Hasta el momento, los Arpenaz se estaban comportando de lujo, pero al ojear mi chuleta con el perfil de la carrera vi que llegaba el primer tramo "duro" de la prueba (en las primeras horas de un ultra la dureza de todo es muy relativo), así que eché mano de ellos, cauto al principio.
David se me volvió a escapar rápidamente, y Matt me cazó poco después, así como Santi y otro muchacho que también calzaba huaraches.
Derrapé un par de veces y tuve que apoyar todo el peso en los bastones repentinamente, pero aguantaron sin ningún signo de debilidad y sin mostrar problema alguno.
Reanudé la marcha con entusiasmo, pero en una de las veces en las que levanté la cabeza para ver por donde iban los compañeros de delante, una zarza se enredó con mi frontal y lo lanzó al suelo.
El compañero que me seguía me lo alcanzó, y tras dejarle pasar a él y a una buena retahíla de corredores que le precedían, conseguí colocármelo de nuevo, maldiciendo a la zarza por el valioso tiempo que había perdido.
Quizás fuesen solo unos segundos, quizá un par de minutos, pero si no alcanzaba ahora a mis amigos y ellos (esperaba que no sucediese) no se venían abajo más adelante, no los volvería a ver hasta la meta.
Ataqué la bajada con velocidad, mis piernas frescas pese al duro ascenso realizado, pero agradecidas al cambiar de grupos musculares, y mientras nos acercábamos al final de la recién "conquistada" Dehesa del Generalife, vi la camiseta fosforito de Matt a lo lejos, llegando al primer avituallamiento.
El camino hasta el primer punto importante de la carrera se me había pasado en un suspiro, casi sin darme cuenta si quiera.
Probablemente el resto de la prueba no se me hiciese tan rápido, pero no importaba... ¡estaba disfrutando como un enano!
Leer Verbena en la sierra
Mientras en nuestro grupo comentábamos, cual marujas, la mochila que llevaba este corredor o los bastones que llevaba ese, comenzó la actuación.
Estábamos bastante atrás, así que no pude disfrutarla en su plenitud, pero pude observar varios pasos y cuando la muchedumbre ocultaba a los actores trataba de imaginarlos mentalmente según como habían ensayado poco antes.
Una idea fenomenal la de unir deporte y cultura, aunque en ese momento estábamos tan concentrados que no pudimos aprovecharla del todo.
Mis compañeros y yo nos deseamos suerte, chocamos manos y nos dimos algún fugaz abrazo.
"¿Vienes con nosotros?" me preguntaron Raúl y Ramón.
Les dije que saldría tranquilo, que no tenía problema, pero que nos viésemos o no en la salida, seguramente coincidiríamos durante la carrera, que no se preocupasen.
Matt se acercó a saludar a un corredor que llevaba también huaraches, y me pareció ser Santi, el barefooter más famoso de España, pero como no lo sabía a ciencia cierta no me atreví a saludar en ese momento (nunca lo había visto en persona).
Cerré los ojos un instante y noté como la fatiga y el sueño, agazapados, se revolvían en mi interior, tratando de ganar terreno, pero abrí los ojos y sujeté con fuerza los bastones; hoy no tocaría dormir, y cuanto antes se concienciase mi cuerpo, mejor.
¡Comenzó la prueba!
No había demasiado público comparando con otras pruebas, quizá debido a la hora, un tanto intempestiva para aquellos que no tengan amigos o familiares como participantes, pero aun así la muchedumbre jaleaba de forma atronadora mientras dábamos los primeros pasos.
Hacía fresco, pero intuía que pronto debería remangarme, ya que en los primeros pasos noté como comenzaba a circular la sangre a raudales dentro de mí, avivada por la adrenalina y el ímpetu del momento.
Me giré un momento, ya que entre la marabunta de corredores no veía a Marco, Raúl ni Ramón, pero venían bastante cerca por detrás.
Sin embargo, al girarme hacia adelante, Matt y David me sacaban ya unos 10 metros de ventaja, así que decidí apretar el paso y acercarme a ellos; si el ritmo resultaba ser muy alto tan solo tenía que descolgarme, y si no, bueno, la carrera sería larga, seguro que nos veríamos más adelante.
Avanzábamos con el Darro a nuestra derecha, brillante al reflejar la luz de farolas y algún frontal, aunque la mayoría, el mío entre ellos, seguía apagado.
La carrera había comenzado a buen paso, pero el nuestro era algo más alto que el de nuestros compañeros más cercanos, así que nos fuimos abriendo paso en zigzag durante el primer tramo.
De repente, una voz me preguntó "¿El Corredor Errante?" Me giré y vi al hombre con el que Matt había estado hablando poco antes de la salida; no lo había visto nunca en persona, pero ahora no cabía duda; era Santi.
"Sí", le respondí, "¿Santi? ¿el que corre descalzo?"; Él me respondió "sí; te he reconocido por el buff".
Iba con la respiración entrecortada, así que la conversación no duró demasiado, nos presentamos, nos deseamos suerte y seguimos, cada uno a su paso; no sería la última vez que coincidiríamos durante las horas siguientes.
Como había imaginado, en cuanto pasamos el primer kilómetro y comenzó el desnivel, estaba ya empapado en sudor.
Por alguna extraña razón (quizás por haber pasado muchas horas leyendo en inglés ese mismo día, o por charlar con Camille o Matt en inglés), mi "diálogo interno" conmigo mismo, era en inglés, me di cuenta cuando pensé "only one kilometre and I'm soaking wet... that's gonna be tough at noon..." (sólo un kilómetro y ya estoy empapado, a mediodía esto va a ser duro...).
Sin darle más importancia de la que tenía (ninguno) decidí retrasarme un momento para remangarme las mangas del cortavientos (el mismo que usé en la Andorra Ultra Trail gracias a Trekking&Running Marbella, un Izas con capucha, aunque aquí ese detalle no era obligatorio); también me quité la braga del cuello y los guantes.
Bastante más aliviado afronté la empinada y adoquinada pendiente con fuerza, hasta llegar a la altura de David, que le comentaba a Matt que no sabía cuantos años hacía desde que subió a la Alhambra por última vez; yo tampoco, la verdad sea dicha.
Tras un par de kilómetros alternando asfalto y adoquines, por fin la carrera se fue estirando... pero de repente el avance se frenó de golpe, y al levantar la vista vi que por fin llegábamos a nuestro terreno: tierra.
Avanzamos entre árboles, con subidas pronunciadas y bajadas menos marcadas, rompiendo la formación de a tres que llevábamos Matt, David y yo y pasando a avanzar con un "líder" seguido por una pareja.
Primer fue Matt, que llegó a distanciarse de nosotros varios metros, pese a que no parábamos de adelantar corredores, a un ritmo, quizá, demasiado alto.
Poco después yo mismo tomé el relevo, y en tercer lugar, David.
Debido a la muerte de mi Quechuaphone, corrí con un pequeño Samsung cortesía de mi pareja, Mayte, cuya batería había testado tan solo con el Strava activado y no llegaba a las 10 horas.
Por eso, pese a suponer un peso adicional, llevaba un segundo móvil, y usaría el Samsung solo para enviar whatsapp a primera hora a familiares y amigos y para llevar la cuenta de los kilómetros que llevábamos, hasta que aguantase.
Hasta el momento no lo había oído ni una sola vez, pero en una de las pendientes ascendentes escuché una "voz" familiar, y ahí estaba el bot del Strava: "distance... four kilometres... time... twenty six minutes... current split pace... six minutes, thirty seconds...".
Habíamos recorrido ya, si la señal no fallaba cuatro kilómetros a un ritmo clavado al que llevábamos actualmente, cuesta arriba, así que habría que bajar el pie del acelerador...
Sin embargo, se me iban a escapar Matt y David, ahora en cabeza, y necesitaba "vaciar el depósito" cuanto antes...
Aceleré para coger a David y le pedí que me sujetase los bastones un momento, sin esperarme, y aproveché el cobijo de un gran arbusto para responder a la llamada de la naturaleza.
Rápidamente volví al sendero, aunque me habían adelantado muchos corredores y no veía la camiseta fosforito de Matt en la distancia...
Decidí acelerar hasta que diese con ellos, y en poco más de un minuto los tenía a mi lado, aunque había llegado con el corazón desbocado.
Recuperé los bastones, le di las gracias a David, y ahora, con la mente centrada únicamente en la carrera, me dejé llevar por el implacable ritmo que llevaban mis compañeros (para ser un ultra).
En el siguiente tramo el GPS me chivateó un ritmo de 5:30, parada para ir al baño incluida, pero estaba disfrutando de lo lindo y ya había recuperado el aliento.
El camino no era especialmente ancho, pero era muy corrible, bastante limpio y compacto, de pronto ascendiendo suavemente, de pronto bajando vertiginosamente, con algunas bajadas en Z que permitían, tras pivotar adecuadamente, acelerar al máximo antes de pivotar de nuevo, derrapar y continuar por el camino.
Matt se quedó atrás en el segundo giro, no lo vi al dar la vuelta, aunque sentía su presencia cerca; poco después, un kilómetro o así más adelante, fui yo el que comenzó a quedarse atrás.
Algunos corredores seguían adelantándome a buen ritmo, pero, tal y como se comentó en el briefing de la prueba, ésta se estiraría rápidamente, y ya estábamos casi todos "en nuestra posición".
Recordaba que había que cruzar un río, en el que se nos advirtió no mojarnos los pies, ya que tendríamos aún toda la prueba por delante, y como experimenté en los Pirineos, era una experiencia harto desagradable con calzado convencional; sin embargo, al llegar a la corriente, de poco más de dos metros de ancho, acalorado y sudando como un pollo, pensé que Matt y Santi posiblemente disfrutarían del refrescón.
Y no perderían tanto tiempo, yo tuve que hacer malabares sobre el tronco de un árbol, donde alcancé a David, para avanzar.
La pendiente comenzó a ascender más y más, y por primera vez desde el inicio de la prueba, avanzamos en silencio, concentrados.
Hasta el momento, los Arpenaz se estaban comportando de lujo, pero al ojear mi chuleta con el perfil de la carrera vi que llegaba el primer tramo "duro" de la prueba (en las primeras horas de un ultra la dureza de todo es muy relativo), así que eché mano de ellos, cauto al principio.
David se me volvió a escapar rápidamente, y Matt me cazó poco después, así como Santi y otro muchacho que también calzaba huaraches.
Derrapé un par de veces y tuve que apoyar todo el peso en los bastones repentinamente, pero aguantaron sin ningún signo de debilidad y sin mostrar problema alguno.
Reanudé la marcha con entusiasmo, pero en una de las veces en las que levanté la cabeza para ver por donde iban los compañeros de delante, una zarza se enredó con mi frontal y lo lanzó al suelo.
El compañero que me seguía me lo alcanzó, y tras dejarle pasar a él y a una buena retahíla de corredores que le precedían, conseguí colocármelo de nuevo, maldiciendo a la zarza por el valioso tiempo que había perdido.
Quizás fuesen solo unos segundos, quizá un par de minutos, pero si no alcanzaba ahora a mis amigos y ellos (esperaba que no sucediese) no se venían abajo más adelante, no los volvería a ver hasta la meta.
Ataqué la bajada con velocidad, mis piernas frescas pese al duro ascenso realizado, pero agradecidas al cambiar de grupos musculares, y mientras nos acercábamos al final de la recién "conquistada" Dehesa del Generalife, vi la camiseta fosforito de Matt a lo lejos, llegando al primer avituallamiento.
El camino hasta el primer punto importante de la carrera se me había pasado en un suspiro, casi sin darme cuenta si quiera.
Probablemente el resto de la prueba no se me hiciese tan rápido, pero no importaba... ¡estaba disfrutando como un enano!
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