Cerro del Sol, 03:47. Km 9,8.
Tras pasar la Sport Ident Card por el detector y recibir el visto bueno en forma de pitido, saludé a Matt, que había estado subiendo a toda pastilla; vi también a Santi y a otro de los huaracheros, pero no había ni rastro de David o Rubén, a quién perdí en la misma salida.
Con el chip de los Pirineos (el Andorra Ultra Trail me dejó marcado) aún en mi subconsciente, tras llegar, saludar y localizar caras conocidas eché mano del teléfono móvil para avisar a mi pareja y amigos de mi localización, pero al ver que aún quedaban más de 10 minutos para las 4, lo dejé estar; podían ver mi localización en la app de Tempo Finito Live en caso de estar despiertos.
El último tramo hasta llegar al avituallamiento fue estrecho, algo resbaladizo, con fuertes pendientes a favor y en contra en las que me puse bastante al límite.
No obstante, me encanta correr de noche, me encantan las primera horas de los ultras, donde todo son risas y sonrisas y a cada paso conoces a otro atleta (poco a poco la fatiga va menguando esa energía positiva y ese ánimo, y merman las ganas de conversar si uno quiere mantener el ritmo), y me estaba encantando el recorrido del ultra, del que ya habíamos completado cerca de un octavo del mismo.
El camino previo al primer avituallamiento se me había pasado volando, me sentía muy fresco y quería seguir en marcha cuanto antes, así que me acerqué al puesto de avituallamiento, deseoso de continuar.
Había decidido que solo iba a comer de mis reservas una vez cada hora además de en casa avituallamiento (barritas cada hora y cada 2-3, según el apetito, una Powerbar), pero la hamburguesa de última hora y el helado, unido a que aún llevábamos poco tiempo en marcha, hizo que con un poco de sandía me bastase.
Tenía sed pese a haber bebido bastante, y cuando oriné el líquido fue de un amarillo bastante oscuro, así que no me privé de agua y del isotónico (que en el primer buche me supo fatal, aunque los que siguieron fueron menos "fuertes"), recargué los bidones y me puse en marcha.
Había tardado bastante poco, muchos más corredores habían llegado al avituallamiento, pero eran bastante menos los que lo habían dejado.
Dejé atrás la zona, comencé a bajar y poco después de dejar atrás el bullicio de la zona de avituallamiento, lejos de escuchar de nuevo el sosegador silencio nocturno escucho... "¿guitarras eléctricas?"
Era difícil adivinar, el sonido iba y venía, como un eco distante, pero parecía que algo nos aguardaba más adelante...
La pendiente descendente no duró demasiado, pronto volvió a ser positiva (ergo, ascendente), y tuve que echar mano de los bastones de nuevo; el derecho, suavemente (lo que evitó la caída) se metió hacia adentro, y tuve que parar un momento para ajustarlo y apretarlo de nuevo (probablemente al pivotar en los giros se desablojó el bloqueo).
Justamente en ese momento un grupito de corredores en manga corta comenzaron a ascender, así que me pegué a ellos y comenzamos a ascender a buen ritmo.
Iba tan pendiente al camino como a su conversación, muy distendida y soltando chascarrillos los unos con los otros, por lo que agradecí su compañía para ascender por la empinada cuesta del primer kilómetro (no sabía si Santi y Matt habían salido antes o detrás, así que, salvo por ellos y los corredores que nos seguían, estaba "solo").
Por delante se veían varios frontales, pero todos bastante lejos; ya tampoco pasaba ningún corredor a gran ritmo, aunque alguno pedía paso por detrás de tanto en cuando.
Varios kilómetros se sucedieron tras la enorme pendiente del primero una vez dejamos atrás el punto de avituallamiento, todos cuesta arriba, pero, por suerte, no de forma tan empinada, e incluso con algunos tramos lisos intercalados entre cuesta y cuesta.
La música se iba haciendo más audible, pero no conseguía discernir instrumentos, melodías ni letras... era como un apagado clamor que el viento llevaba consigo.
El terreno ahora era más pedregoso, y alguna vez resbalé al apoyar los bastones, debido a que el terreno bajo ellos se resquebrajaba.
La corriente en época de lluvias debía ser muy fuerte, ya que había estrechas marcas profundamente horadadas allí donde debían haber discurrido corrientes de agua meses atrás, con las que había que andarse con ojo, ya que uno podía caer fácilmente en ellas.
Según se dispusieran, incluso era mejor avanzar dentro de ellas, ya que se eliminaba el riesgo de caída, aunque era difícil apoyar los bastones de ese modo, al estar el terreno a mis flancos mucho más elevado que el de mis pies.
Algunos corredores me adelantaron en la larga subida, entre ellos Santi y otro huarachero, pero yo iba a mi ritmo, esperando que pronto me adelantase Matt también.
Sin embargo, lo alcancé yo a él llegando a la cima del tramo, con un lejano pueblecito a la vista, del que parecía provenir la música, ahora más audible (sonaba "vivir vivir, de Marc Anthony", canción que oí en uno de los puestos de avituallamiento de la legión que tenía radio de los 101 kilómetros de Ronda, lo que me llenó de motivación).
Le pregunté que como iba, y me dijo que genial, aunque como llevaba un ritmo un poco superior al suyo en breve se me quedó atrás.
En la bajada, por vertiginosas rampas, me vine arriba, tarareando la canción en mi mente y fuera de ella, y bajando a gran velocidad... hasta que derrapé y me di de bruces contra el suelo...
Me dolió más en mi orgullo que en mi cuerpo, así que me puse rápidamente en pie y continué bajando, usando los palos como apoyo (los llevaba cogidos con la mano derecha, con la punta hacia delante, como Ramón me instruyó en los Pirineos y David me recordó en las primeras bajadas, hacía ya horas).
Segundos antes de la caída me veía hasta capaz de alcanzar de nuevo a David, ya que me acercaba cada vez más a los distantes huaracheros, pero mis Skechers, relativamente nuevas parecían tener más dificultad que sus Luna Sandals para ofrecerme tracción; tengo que probarlas en cuanto tenga ocasión.
Bajé bastante el ritmo, aunque me fui acercando poco a poco conforme llegamos al pueblecito.
En un arrebato de energía, espoleado por una nueva canción (Bailando, de Enrique Iglesias), probé a acelerar una vez más el paso, pero al derrapar y casi caer, multitud de pequeñas piedrecitas se me metieron por la parte trasera de la zapatilla; "nota mental: comprar polainas".
En la parte final del carril no noté tanta molestia, pero pronto llegó la carretera, y los pies me dolían muchísimo más que correr con minimalistas sobre rocas; infinitamente más.
"¿De qué sirve tanta protección una vez que las piedras no solo están bajo la suelo, sino entre ella y el pie?... con el poco hueco que tienen las "jodías" para entrar...
Ya en Dúdar decidí parar para quitarme las piedras de las zapatillas, ya que la combinación de asfalto y piedras estaba siendo letal para mis pies, completamente doloridos en cuestión de menos de un kilómetro.
Dejé los bastones apoyados en un poyete al lado de un pequeño puentecito y, con dificultad, me quité una de las zapatillas, y luego la otra; ya si comenzaba a notar algo de fatiga, y aún no había llegado a Quéntar, segundo punto de avituallamiento, iba a tener que tomarme las cosas con calma más adelante...
Mientras sacudía las zapatillas, levantando una nube de polvo y dejando caer decenas de pequeños guijarros (algunos no tan pequeños) escuché una voz que me llamaba "¿todo bien Andrés?"
Era Marco, del Club Atletismo Fuengirola; "sí, tan solo he parado para quitarme piedras de las zapatillas".
En mi mente anotaba otra razón para probar los huaraches, basta con sacudir los pies para liberarte de tan molesta carga durante una carrera.
Marco asintió tranquilo, esperando mientras acababa de calzarme y le preguntaba como iban Raúl y Ramón, nuestros otros dos compañeros de club en carrera.
Me dijo que se habían quedado bastante rezagados, así que él había decidido adelantarse un poco, justo cuando había dado conmigo.
Reanudando la marcha le comenté que creía que Matt me acababa de adelantar, aunque me extrañaba que no se hubiese parado a decirme algo (quizás, de haberme adelantado, no hubiese reparado en mi, agachado a la izquierda del camino).
Fuimos avanzando a la derecha del Río de Aguas Blancas, oscurecidas por la penumbra, mientras volvíamos a pisar sobre tierra y avanzábamos con cuidado de no engancharnos con las zarzas que crecían paralelas al río.
No sé si fue la breve parada, la caída pocos kilómetros atrás o el efecto de las piedras en las plantas de mis pies, pero noté como mi motivación caía en picado, me sentía más y más cansado, tenía hambre y me dolía un poco el estómago.
Sabía que el avituallamiento estaba cerca, pero al ver que retomábamos pendientes ascendentes sin tener el pueblo a vista todavía, decidí sacar una barrita de Powerbar al azar, dejándo que Marco pusiese un poco de tierra de por medio mientras me comía una de arándanos y dejaba las botellas de agua e isotónico casi vacías; en Quéntar llenaría una de sales, seguro que eso ayudaba.
Acabé de comer, guardé el envoltorio en el cortavientos (hasta el momento no había visto ningún envoltorio de gel o barrita en el suelo, y desde luego no pensaba ser yo el que dejase rastro alguno de mi paso en el ultra), y aceleré el paso para alcanzar a Marcos, que había bajado un poco el ritmo al ver que tardaba un poco.
Ya íbamos llegando a Quéntar, y recordé que en el briefing se nos había comentado que uno de los pueblos de paso estaba de verbena... ¡eso explicaba la música!
Al no saber de donde venía el misterio me azuzaba para llegar a donde quiera que estuviese su origen, pero ahora que ya lo sabía había perdido algo de su atractivo...
Volviendo al asfalto de nuevo comencé a encontrarme con más fuerzas, quizá por la energía de la barrita, por saber que estaba llegando al segundo avituallamiento o por la compañía de Marco, con quien iba charlando sobre la carrera pero aunque mis dolores musculares parecían mitigarse, el dolor de estómago se iba acrecentando...
De repente me di cuenta, de sopetón... "¿ya hemos pasado la primera media maratón?" mi ritmo no era en absoluto alto, iba con la marcha larga y las revoluciones bajas, conservador, ya que sabía que la verdadera carrera comenzaría en Güejar Sierra, pero este primer cuarto de la prueba se me había pasado en un suspiro...
Pasamos la Sport Ident Card por los detectores y eché un ojo a mi chuleta con el perfil de la prueba; en efecto, un cuarto de la prueba superado, con algo más de dos horas de margen con respecto al horario de cierre; un comienzo más que prometedor, aunque de Rubén, David, Santi, y Matt no había ni rastro aún.
Contento y de nuevo motivado, fui en busca de fruta y líquido con el que reponer energías y continuar la marcha.
Leer El cortafuegos del amanecer
Tras pasar la Sport Ident Card por el detector y recibir el visto bueno en forma de pitido, saludé a Matt, que había estado subiendo a toda pastilla; vi también a Santi y a otro de los huaracheros, pero no había ni rastro de David o Rubén, a quién perdí en la misma salida.
Con el chip de los Pirineos (el Andorra Ultra Trail me dejó marcado) aún en mi subconsciente, tras llegar, saludar y localizar caras conocidas eché mano del teléfono móvil para avisar a mi pareja y amigos de mi localización, pero al ver que aún quedaban más de 10 minutos para las 4, lo dejé estar; podían ver mi localización en la app de Tempo Finito Live en caso de estar despiertos.
El último tramo hasta llegar al avituallamiento fue estrecho, algo resbaladizo, con fuertes pendientes a favor y en contra en las que me puse bastante al límite.
No obstante, me encanta correr de noche, me encantan las primera horas de los ultras, donde todo son risas y sonrisas y a cada paso conoces a otro atleta (poco a poco la fatiga va menguando esa energía positiva y ese ánimo, y merman las ganas de conversar si uno quiere mantener el ritmo), y me estaba encantando el recorrido del ultra, del que ya habíamos completado cerca de un octavo del mismo.
El camino previo al primer avituallamiento se me había pasado volando, me sentía muy fresco y quería seguir en marcha cuanto antes, así que me acerqué al puesto de avituallamiento, deseoso de continuar.
Había decidido que solo iba a comer de mis reservas una vez cada hora además de en casa avituallamiento (barritas cada hora y cada 2-3, según el apetito, una Powerbar), pero la hamburguesa de última hora y el helado, unido a que aún llevábamos poco tiempo en marcha, hizo que con un poco de sandía me bastase.
Tenía sed pese a haber bebido bastante, y cuando oriné el líquido fue de un amarillo bastante oscuro, así que no me privé de agua y del isotónico (que en el primer buche me supo fatal, aunque los que siguieron fueron menos "fuertes"), recargué los bidones y me puse en marcha.
Había tardado bastante poco, muchos más corredores habían llegado al avituallamiento, pero eran bastante menos los que lo habían dejado.
Dejé atrás la zona, comencé a bajar y poco después de dejar atrás el bullicio de la zona de avituallamiento, lejos de escuchar de nuevo el sosegador silencio nocturno escucho... "¿guitarras eléctricas?"
Era difícil adivinar, el sonido iba y venía, como un eco distante, pero parecía que algo nos aguardaba más adelante...
La pendiente descendente no duró demasiado, pronto volvió a ser positiva (ergo, ascendente), y tuve que echar mano de los bastones de nuevo; el derecho, suavemente (lo que evitó la caída) se metió hacia adentro, y tuve que parar un momento para ajustarlo y apretarlo de nuevo (probablemente al pivotar en los giros se desablojó el bloqueo).
Justamente en ese momento un grupito de corredores en manga corta comenzaron a ascender, así que me pegué a ellos y comenzamos a ascender a buen ritmo.
Iba tan pendiente al camino como a su conversación, muy distendida y soltando chascarrillos los unos con los otros, por lo que agradecí su compañía para ascender por la empinada cuesta del primer kilómetro (no sabía si Santi y Matt habían salido antes o detrás, así que, salvo por ellos y los corredores que nos seguían, estaba "solo").
Por delante se veían varios frontales, pero todos bastante lejos; ya tampoco pasaba ningún corredor a gran ritmo, aunque alguno pedía paso por detrás de tanto en cuando.
Varios kilómetros se sucedieron tras la enorme pendiente del primero una vez dejamos atrás el punto de avituallamiento, todos cuesta arriba, pero, por suerte, no de forma tan empinada, e incluso con algunos tramos lisos intercalados entre cuesta y cuesta.
La música se iba haciendo más audible, pero no conseguía discernir instrumentos, melodías ni letras... era como un apagado clamor que el viento llevaba consigo.
El terreno ahora era más pedregoso, y alguna vez resbalé al apoyar los bastones, debido a que el terreno bajo ellos se resquebrajaba.
La corriente en época de lluvias debía ser muy fuerte, ya que había estrechas marcas profundamente horadadas allí donde debían haber discurrido corrientes de agua meses atrás, con las que había que andarse con ojo, ya que uno podía caer fácilmente en ellas.
Según se dispusieran, incluso era mejor avanzar dentro de ellas, ya que se eliminaba el riesgo de caída, aunque era difícil apoyar los bastones de ese modo, al estar el terreno a mis flancos mucho más elevado que el de mis pies.
Algunos corredores me adelantaron en la larga subida, entre ellos Santi y otro huarachero, pero yo iba a mi ritmo, esperando que pronto me adelantase Matt también.
Sin embargo, lo alcancé yo a él llegando a la cima del tramo, con un lejano pueblecito a la vista, del que parecía provenir la música, ahora más audible (sonaba "vivir vivir, de Marc Anthony", canción que oí en uno de los puestos de avituallamiento de la legión que tenía radio de los 101 kilómetros de Ronda, lo que me llenó de motivación).
Le pregunté que como iba, y me dijo que genial, aunque como llevaba un ritmo un poco superior al suyo en breve se me quedó atrás.
En la bajada, por vertiginosas rampas, me vine arriba, tarareando la canción en mi mente y fuera de ella, y bajando a gran velocidad... hasta que derrapé y me di de bruces contra el suelo...
Me dolió más en mi orgullo que en mi cuerpo, así que me puse rápidamente en pie y continué bajando, usando los palos como apoyo (los llevaba cogidos con la mano derecha, con la punta hacia delante, como Ramón me instruyó en los Pirineos y David me recordó en las primeras bajadas, hacía ya horas).
Segundos antes de la caída me veía hasta capaz de alcanzar de nuevo a David, ya que me acercaba cada vez más a los distantes huaracheros, pero mis Skechers, relativamente nuevas parecían tener más dificultad que sus Luna Sandals para ofrecerme tracción; tengo que probarlas en cuanto tenga ocasión.
Bajé bastante el ritmo, aunque me fui acercando poco a poco conforme llegamos al pueblecito.
En un arrebato de energía, espoleado por una nueva canción (Bailando, de Enrique Iglesias), probé a acelerar una vez más el paso, pero al derrapar y casi caer, multitud de pequeñas piedrecitas se me metieron por la parte trasera de la zapatilla; "nota mental: comprar polainas".
En la parte final del carril no noté tanta molestia, pero pronto llegó la carretera, y los pies me dolían muchísimo más que correr con minimalistas sobre rocas; infinitamente más.
"¿De qué sirve tanta protección una vez que las piedras no solo están bajo la suelo, sino entre ella y el pie?... con el poco hueco que tienen las "jodías" para entrar...
Ya en Dúdar decidí parar para quitarme las piedras de las zapatillas, ya que la combinación de asfalto y piedras estaba siendo letal para mis pies, completamente doloridos en cuestión de menos de un kilómetro.
Dejé los bastones apoyados en un poyete al lado de un pequeño puentecito y, con dificultad, me quité una de las zapatillas, y luego la otra; ya si comenzaba a notar algo de fatiga, y aún no había llegado a Quéntar, segundo punto de avituallamiento, iba a tener que tomarme las cosas con calma más adelante...
Mientras sacudía las zapatillas, levantando una nube de polvo y dejando caer decenas de pequeños guijarros (algunos no tan pequeños) escuché una voz que me llamaba "¿todo bien Andrés?"
Era Marco, del Club Atletismo Fuengirola; "sí, tan solo he parado para quitarme piedras de las zapatillas".
En mi mente anotaba otra razón para probar los huaraches, basta con sacudir los pies para liberarte de tan molesta carga durante una carrera.
Marco asintió tranquilo, esperando mientras acababa de calzarme y le preguntaba como iban Raúl y Ramón, nuestros otros dos compañeros de club en carrera.
Me dijo que se habían quedado bastante rezagados, así que él había decidido adelantarse un poco, justo cuando había dado conmigo.
Reanudando la marcha le comenté que creía que Matt me acababa de adelantar, aunque me extrañaba que no se hubiese parado a decirme algo (quizás, de haberme adelantado, no hubiese reparado en mi, agachado a la izquierda del camino).
Fuimos avanzando a la derecha del Río de Aguas Blancas, oscurecidas por la penumbra, mientras volvíamos a pisar sobre tierra y avanzábamos con cuidado de no engancharnos con las zarzas que crecían paralelas al río.
No sé si fue la breve parada, la caída pocos kilómetros atrás o el efecto de las piedras en las plantas de mis pies, pero noté como mi motivación caía en picado, me sentía más y más cansado, tenía hambre y me dolía un poco el estómago.
Sabía que el avituallamiento estaba cerca, pero al ver que retomábamos pendientes ascendentes sin tener el pueblo a vista todavía, decidí sacar una barrita de Powerbar al azar, dejándo que Marco pusiese un poco de tierra de por medio mientras me comía una de arándanos y dejaba las botellas de agua e isotónico casi vacías; en Quéntar llenaría una de sales, seguro que eso ayudaba.
Acabé de comer, guardé el envoltorio en el cortavientos (hasta el momento no había visto ningún envoltorio de gel o barrita en el suelo, y desde luego no pensaba ser yo el que dejase rastro alguno de mi paso en el ultra), y aceleré el paso para alcanzar a Marcos, que había bajado un poco el ritmo al ver que tardaba un poco.
Ya íbamos llegando a Quéntar, y recordé que en el briefing se nos había comentado que uno de los pueblos de paso estaba de verbena... ¡eso explicaba la música!
Al no saber de donde venía el misterio me azuzaba para llegar a donde quiera que estuviese su origen, pero ahora que ya lo sabía había perdido algo de su atractivo...
Volviendo al asfalto de nuevo comencé a encontrarme con más fuerzas, quizá por la energía de la barrita, por saber que estaba llegando al segundo avituallamiento o por la compañía de Marco, con quien iba charlando sobre la carrera pero aunque mis dolores musculares parecían mitigarse, el dolor de estómago se iba acrecentando...
De repente me di cuenta, de sopetón... "¿ya hemos pasado la primera media maratón?" mi ritmo no era en absoluto alto, iba con la marcha larga y las revoluciones bajas, conservador, ya que sabía que la verdadera carrera comenzaría en Güejar Sierra, pero este primer cuarto de la prueba se me había pasado en un suspiro...
Pasamos la Sport Ident Card por los detectores y eché un ojo a mi chuleta con el perfil de la prueba; en efecto, un cuarto de la prueba superado, con algo más de dos horas de margen con respecto al horario de cierre; un comienzo más que prometedor, aunque de Rubén, David, Santi, y Matt no había ni rastro aún.
Contento y de nuevo motivado, fui en busca de fruta y líquido con el que reponer energías y continuar la marcha.
Leer El cortafuegos del amanecer
Animo, sigue escribiendo las etapas, me entretienen un montón y dan ganas de apuntarse. Creo
ResponderEliminarque en esta carrera, como en la de Andorra, sales ya cansado. Demasiadas horas sin dormir y de vueltas y vueltas antes de la salida. Supongo que las situaciones te fuerzan a ello
. En las siguientes narraciones veré si lo pasaste mal o fatal... Jaja, espero disfrutaras. En la próxima carrera en que coincidamos haré por saludarte y conocerte. Eres un crack!!!
¡Muchas gracias! Intentaré continuar hoy, pero a unas malas seguiré mañana, ha sido un fin de semana intenso y tengo mucho que contar...
ResponderEliminarTienes toda la razón, al final siempre acabo llegando a meta molido, en los 101 fue madrugón, en Andorra falta de sueño y muchas horas viajando y aquí más de lo mismo... tengo que planear mejor la pre-carrera.
Ya iré contando, pronto, espero, muchas gracias por tu mensaje ;)