Inmediaciones del Monasterio San Jerónimo, 14:42. Km 62.
"¡Kilómetro 62, y quedan 10!" vociferó animado uno de mis compañeros.
"¿62? no viene marcado exacto en el mapa, pero ya deberíamos de haber pasado el Monasterio", pensé
Habíamos dejado atrás las ruinas hacía más de un kilómetro, y me desconcertaban dos cosas, que ahora llevase el conteo de kilómetros restantes como mis compañeros del Rincón (animaba pensar que quedaban 10, pero a mi me quedaba aún más de media maratón...) y que no hubiese ni rastro del avituallamiento.
Sin embargo mis acompañantes no se extrañaron en absoluto, y cuando les pregunté que qué quedaba para el avituallamiento, se miraron extrañados y me dijeron que, a ese ritmo, poco menos de una hora.
"¡Una hora!", pensé... tenía un hambre atroz, y pese a que me gustaba mucho la compañía y conversación de ambos corredores, decidí que pararía para orinar (llevaba aguantando un rato para no perder el ritmo) y comer de nuevo.
El camino del ultrafondista es solitario, no me preocupaba acabar solo (parecía que fuésemos los últimos de la carrera, desde el avituallamiento del Dornajo no había llegado nadie desde atrás y no habíamos adelantado a nadie...), si fuese necesario, así que les deseé suerte y les dije que si nos veíamos ahora nos alcanzábamos, que si no, mucho ánimo y fuerza.
Me salí al margen del camino a orinar, aunque acabé sacando hasta el papel de combate, ya que el frugal almuerzo (o quizá el desayuno) quería abandonar mi organismo.
Me comí también una barrita de golosina, bebí en abundancia, pese a que la orina había sido muy muy clarita, y retomé el paso.
había escuchado pasos en dos ocasiones mientras maniobraba al lado del camino, primero de un corredor solitario y luego de un grupo de 3-4 corredores, así que me dispuse a alcanzarlos.
Otra pareja me estaba alcanzando al volver al camino, y creo que se alegraron de verme, ya que apretaron para cogerme, pero tras charlar durante poco más de un minuto acabé dejándolos atrás; mi camino estaba más adelante, con los muchachos del Rincón, si era capaz de pillarles...
La pendiente era mayor y mayor por momentos, y dejé de correr para trotar y finalmente, andar...
Desesperado y psicológicamente hundido, me dio por mirar a fondo la chuleta de la prueba... "¡¡no hay avituallamiento en el Monasterio de San Jerónimo!!"
Mira que había mirado el track a fondo, mira que lo consultaba en casi todas las cuestas arriba y en todos los puntos de avituallamiento... pues nada, no me había dado cuenta hasta ese mismo momento...
Claro, entonces el avituallamiento al que se referían los muchachos del Rincón era el del cruce con la A-395... por un lado, estaba más cerca de la meta de lo que pensaba, pero por otro, tenía un pajarón enorme encima por no haber comido fuerte antes, pensando que podría recuperar en un avituallamiento...
Mi ritmo cayó en picado, y me adelantó la pareja de corredores y alguno más en el tramo que me separaba del avituallamiento.
Avanzaba como un cadáver y lo sabía, aunque no tan mal como en los 101 Kilómetros de Ronda (aun así levantaba preocupación entre los corredores que me adelantaban), llevaba la mente en blanco...
No era nada ni nadie, tan solo algo que avanzaba, y solo importaba dar otro paso y acercarme más al avituallamiento...
Volvía a tener hambre, pero ya solo me quedaban 2 Powerbar y no sabía si me harían falta más adelante, pero como posiblemente sí, pensé en comerme una en el avituallamiento previo al Veleta y otra en el mismo Veleta, por lo que no podía acabar con ellas...
Eché un vistazo al bolsillo de las golosinas y descubrí, horrorizado, que tan solo me quedaban 6... me estaba tomando una media de una por hora, y seguramente tardaría más de 6 horas en completar la prueba, al menos, al ritmo al que iba en ese momento...
No sé como, ni cuanto tardé, pero llegué, reduciendo el tiempo de ventaja que le sacaba al cierre de paso a 3 horas 20 minutos escasos al llegar al cruce...
Por primera vez en toda la prueba (y mira que iba justito en la Fuente del Sol) no solo no rasqué tiempo de ventaja, sino que perdí varios minutos de mi valioso colchón...
Un par de muchachos del avituallamiento me reconocieron, y me saludaron como "Corredor Errante", en lugar de como Juan, lo que no deja de hacérseme raro.
Me preguntaron si iba bien, al verme un poco renqueante, y les dije que llevaba varios kilómetros arrastrando una pájara enorme.
Mientras comía charlé un poco con ellos, y me dijeron que se sorprendieron al no verme pasar y pensaron que igual había abandonado.
"Eso ya pasó una vez... y no más", les dije, aunque estaba casi al límite de mis fuerzas al llegar al avituallamiento.
No me importaba que la gente llegase y tras una breve parada se fuese, empleé cerca de una decena de minutos en comer, tranquilo, beber a buches pequeños, seguir comiendo y rellenar mis botellitas.
Hasta que no me hube cerciorado de que estaba saciado e hidratado, no retomé la marcha, no sin antes despedirme de los voluntarios que tan amablemente me atendieron.
Bajé por la carretera, trotando, ojo avizor al tráfico, me crucé a la derecha, y en el punto indicado me introduje de nuevo en el monte, en un tramo inicial con un desnivel enorme y casi campo a través, en el que avanzaba sin prisa pero sin pausa.
Se notaban los minutos de descanso que me había tomado, iba mucho mejor ahora, aunque con algo de frío debido a la parada, y comencé rápidamente a adelantar corredores.
Había intentado llamar a Mayte en el avituallamiento, pero no tenía cobertura, sin embargo, vi a lo lejos a una corredora que parecía estar hablando con el móvil (tenía la mano derecha apoyada en la cabeza y con la izquierda llevaba los palos, avanzaba andando, sin prisa).
Estaba al final de un largo tramo de carril, por el que se perdió girando a la izquierda, pero al llegar yo a ese punto vi que ascendía a mi izquierda, elevándose sobre el carril.
Dejé de trotar para andar, ya que no quería repetir el error que cometí en el Dornajo dejándome llevar por las emociones en lugar de por la cabeza, pero me aseguré de dar zancadas largas para ir recortándole poco a poco la distancia.
Cuando llegué a su lado acababa de comenzar a trotar, pero se paró al preguntarle si acababa de llamar por teléfono.
Sorprendida, me dijo que sí, aunque un poco a la defensiva, pero antes de que me tomase por un metomentodo le dije que es que yo no había podido llamar en el avituallamiento.
Puso cara de comprensión y me dijo, más relajada, que ella no había tenido problema, y se despidió volviendo al trote mientras yo tecleaba una vez más el número de Mayte.
Lo cogió al segundo tono, para mi sorpresa, y le expliqué la situación.
Intenté omitir lo mal que había ido antes de llegar al avituallamiento y hacer hincapié en que ya me quedaban menos de 20 kilómetros por delante.
Se extrañó de que hubiese tardado bastante más en contactar en este tramo en proporción con los demás, pero sabía que ahora afrontaría la mayor parte del desnivel de la prueba, así que tampoco se preocupó.
Al colgar, sorprendido de que no llegase nadie desde detrás, apreté el paso para coger a la corredora que me antecedía.
Tardé bastante en volverla a ver, ya que el camino serpenteaba bastante y tenía cambios de rasante, pero una vez llegamos a la zona de bajada, tras cruzar una verja, la dejé atrás (ella había dejado de trotar ya y yo acababa de meter una marcha más).
Iba muy bien, y comencé a pasar a varios corredores, pero cuando llegaban las subidas rápidamente volvía a trotar y me obligaba a beber un poco y darle un bocado a una barrita de golosina; estaba saciado, pero el flujo de energía durante un ultra ha de ser constante, si no dejamos el depósito vacío cada pocas horas.
A lo lejos se veía Pradollano, desde hacía tiempo, pero me resistía a creer que fuésemos a llegar ahí... La carretera estaba por debajo nuestra, varios metros a nuestra derecha, y por delante un bosque de árboles se extendía hasta donde alcanzaba la vista, Pradollano perdida entre las copas de los árboles cada vez que la pista serpenteaba.
Cada vez que retomaba el contacto visual con la ciudad quería creer que estaba más cerca, pero costaba discernir la distancia, y psicológicamente parecía que estaba siempre en el mismo punto.
De hecho, hubo un momento en el que parecía que hasta me alejaba, debido a una inmensa Z en falso llano que recorrimos entre los árboles, poco antes de dejar atrás la arboleda.
Tras lo que me pareció una eternidad, por fin llegué al asfalto, pero era hasta peor que el bosque sin fin, ya que la pendiente era implacable, y a pesar de los ánimos de familiares y curiosos que se encontraban en la zona o subían en coche, no era capaz de levantar las rodillas para echar a trotar.
Me estaban adelantando multitud de corredores desde detrás, por la cara de felicidad al llegar a la zona y por el ritmo que llevaban, posiblemente de la USN 30 o de la de media distancia.
Sin embargo, me estaba acercando a una pareja de corredores, que avanzaba pesadamente... ¡los muchachos del Rincón!
Se ve que no fui el único que lo pasé mal en la llegada a Pradollano... comencé a charlar con ellos, que iban extenuados, casi al límite, y avanzamos juntos mientras buscaba con la mirada el Veleta en la distancia.
Un corredor veterano nos alcanzó y nos dijo "vamos muchachos, esa juventud, que tenga que venir un abuelete desde Alicante para ver esto..." y nos hizo, medio a rabiar medio riendo, echar a trotar.
Al llegar a la entrada a Pradollano los corredores del Rincón se despidieron de mí, deseándome la mejor de las suertes, mientras el corredor de Alicante preguntaba vociferando al viento que cual era el camino que debíamos seguir nosotros.
Nos dijeron que de momento, a la izquierda y recto, y avanzamos hasta ver la zona de meta de la USN 30 y la carrera de media distancia, cuando un hombre de unos cuarenta años casi nos come cuando le dijimos que éramos del ultra.
"¡¿Pero qué hacéis aquí?! vosotros para atrás y a la izquierda, por las escaleras, ¿¿no veis que esto es meta ya??"
Tanto el corredor veterano como yo nos quedamos cortados, ni que quisiésemos, tras llevar casi 72 kilómetros, recortar unos metros en la ciudad o algo así...
Retrocedimos hasta la escalera, donde la novia de Marco, compañero del Club Atletismo Fuengirola al que no veía desde Dúdar me animó a seguir, y al subir las escaleras y continuar recto (no vimos a nadie a quien preguntar), comenzamos a preguntarnos si ese era el camino o no, ya que a la derecha, por debajo nuestra, pasaban corredores que no se encaminaban hacia la meta, sin que nadie les cortase el paso.
Encontramos una rampita y con corredor que ya había acabado la prueba (no sé en qué distancia) nos dijo que nos habíamos equivocado, que teníamos que seguir recto y coger la pista de esquí.
El veterano alicantino se puso a maldecir al hombre que, quiero creer que confundido, nos desvió del camino correcto, pero yo preferí guardar energías para el increíble ascenso que se erigía ante nosotros...
Estaba tan concentrado en el inminente ascenso que me tropecé en la rampa de madera de uno de los escalones y casi beso el suelo, pero me estabilicé a tiempo; eso era bueno, aun estaba "despierto".
Ascendimos por unas escaleras de hierro con agujeros en los que se me quedó clavado en el primer apoyo el bastón derecho, por lo que decidí subir andando, sin ellos, mientras el corredor alicantino, pese a ser veterano, subía al trote y se perdía al final de la escalera.
Llegué al inicio de la pista y, con paciencia y la ayuda de los bastones, puse rumbo ascendente.
La pista ascendía, serpenteaba, ascendía, serpenteaba... y allá donde miraba continuaba, con pequeñas cabecitas avanzando lentamente en la distancia.
Una enorme estructura de madera servía de "quitamiedos", ocultando a los corredores al girar, primero a izquierda y luego a derecha, pero cuando llegaba a cada giro los volvía a ver en la distancia, más y más lejos.
El dolor que experimenté en el gemelo subiendo al Alto del Calar retornó, así como dolor de cuello y en la parte baja de la espalda, aunque era peor la fatiga mental de no saber donde acababa la subida.
En el briefing nos comentaron que no se podría coronar el Veleta, pero que llegaríamos lo más alto que nos permitieron desde la dirección de medio ambiente; al oírlo me dio pena, pero ahora casi era un alivio, aunque no sabía hasta donde habría que ascender.
Un corredor mayor me pasó en el ascenso hacia el Veleta (como tiran los veteranos), pero al llegar un breve tramo de carretera comencé a visualizar a lo lejos un grupito de 3 corredores, a los que parecía estar dando alcance.
Las vistas eran extrañas, solo había estado una vez en Sierra Nevada, hacía al menos 15 años, y nunca había subido al Veleta, así que me extrañaron mucho las vistas de un arco de piedra que atravesamos, el observatorio astronómico, las desiertas pistas...
Cada vez que parecía que iba a dar alcance al grupito tenía que parar por algo: para recuperar el aliento, beber, orinar, comer...
Otro veterano que sumar a la lista que de corredores que me habían adelantado desde Pradollano hizo aparición, un hombre catalán al que le faltaba una mano.
Pese a que el sol nos daba de pleno, el viento rugía cada vez con más fuerza, por lo que, por primera vez desde el amanecer, me abroché el cortavientos, me ajusté las mangas a las muñecas, me puse el buff y me coloqué los guantes.
Estaba helado, ni me había dado cuenta, pero había comenzado a perder la sensibilidad de labios, que se comenzaban a cuartear por el viento, y dedos.
Por supervivencia, aceleré el ritmo, recuperando la posición con el corredor catalán, y acercándome al grupo de delante.
Llegamos a la carretera nuevamente, y unos voluntarios (o curiosos) nos comunicaron que ya estábamos a punto de llegar al avituallamiento, que siguiésemos rectos y lo veríamos de frente en la curva a la derecha.
No tenía sed ni hambre, tan solo cansancio y frío, pero a ver que se podría hacer en el avituallamiento...
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