Preámbulo
Tras un par de horas conduciendo hasta Jun, donde no viajaba desde la media maratón de Granada 2009, saludar a mis familiares y ordenar mis cosas, tocaba ordenar mis ideas.
Estaba sentado a la sombra en el balcón con vistas a la parra, la ciudad y, a lo lejos, la sierra, mientras Doby, el perro de mi prima Tere, me observaba con curiosidad.
Faltaban más de 24 horas para la salida, que tendría lugar a las 3 de la mañana del próximo sábado, pero sabía que esta iba a ser, casi con total seguridad, la última noche en la que tendría oportunidad de dormir, ya hasta el domingo.
Tras consultar una última vez mi pre-establecido planning y el perfil de la carrera, resolví que a las 4 de la tarde viajaría a Granada capital, donde retiraría el dorsal, si podía aparcar sin problema, a las 5 de la tarde.
Sabía que, hasta las 8 que sería el briefing, tendría mucho tiempo libre que se me haría eterno, al igual que del briefing a la salida, pero ya anhelaba estar sobre el terreno, vestido "de campo" y con el dorsal y el chip colocados.
Había entrenado duro y me sentía preparado, aunque el fantasma de la Andorra Ultra Trail Mític aún me rondaba, y quería echar a correr y dejarlo atrás cuanto antes...
Unos "dudosos" 83 kilómetros (la distancia rondaría entre 80 y 90, de eso estaba seguro, por mucho que los GPS pudiesen fallar, pero en la montaña es mucho más difícil de calcular que en asfalto) y un desnivel de más de 5000 metros positivos me aguardarían, pero como respondería el equipo (mi Quechuaphone murió tras la media de Cártama y los Arpenaz tenían poco uso) y mi cuerpo, estaba aún por determinar.
Escribí al grupo de whatsapp conformado con varios de mis amigos y compañeros que también (algunos, quizá, por influencia mía), la afrontarían, a fin de acotar un ahora a la que quedar en el polideportivo.
Tras merendar un racimo de uvas recién cortadas de la parra y varios higos recién cogidos del árbol (como envidio la gastronomía de los pueblos, y mira que en la costa se come bien), decidí que dejaría de preocuparme sobre la carrera, y me sumergí en el último volumen de la exitosa saga "Game of Thrones" (me gusta leer en versión original), del que no levanté los ojos hasta la cena.
Patatas caseras y huevos frescos de gallina campera conformaron la deliciosa cena, en la que, irremediablemente, la carrera volvió a mi mente, siendo el tema de conversación estrella de la noche.
No quería acostarme temprano, ya que eso supondría levantarme más temprano aún, y quería aprovechar la mañana todo lo posible para dormir.
Mi cabeza era un remolino de horarios, compañeros, material que no podía olvidar, dudas... todo un hervidero de actividad que costaba calmar, lo veía todo un poco difuso y tenía algunas lagunas (donde aparcar, donde cenar, qué hacer durante tantas horas...).
Aunque aún faltaban muchas horas para la salida, mañana sería el día de no retorno.
Consulté el móvil; todo el mundo me preocupaba si estaba nervioso, pero no era en absoluto mi estado de ánimo, estaba impaciente.
Quizás si me encontrase algo más nervioso al despertar, quizás no, pero al menos tendría cosas que hacer.
Charlé un poco con Mayte, mi pareja, respondí algunos tuits y mensajes privados y resumí la lectura por algunas decenas de minutos hasta que, finalmente, sucumbí al sueño.
Pasé la noche soñando con los Pirineos, con los vívidos recuerdos del ultra rondando mi mente, y ascendí al Comapedrosa una decena de veces antes de que llegase la mañana.
Mi cuerpo y mi mente me pedían correr; La suerte estaba echada.
Estaba sentado a la sombra en el balcón con vistas a la parra, la ciudad y, a lo lejos, la sierra, mientras Doby, el perro de mi prima Tere, me observaba con curiosidad.
Faltaban más de 24 horas para la salida, que tendría lugar a las 3 de la mañana del próximo sábado, pero sabía que esta iba a ser, casi con total seguridad, la última noche en la que tendría oportunidad de dormir, ya hasta el domingo.
Tras consultar una última vez mi pre-establecido planning y el perfil de la carrera, resolví que a las 4 de la tarde viajaría a Granada capital, donde retiraría el dorsal, si podía aparcar sin problema, a las 5 de la tarde.
Sabía que, hasta las 8 que sería el briefing, tendría mucho tiempo libre que se me haría eterno, al igual que del briefing a la salida, pero ya anhelaba estar sobre el terreno, vestido "de campo" y con el dorsal y el chip colocados.
Había entrenado duro y me sentía preparado, aunque el fantasma de la Andorra Ultra Trail Mític aún me rondaba, y quería echar a correr y dejarlo atrás cuanto antes...
Unos "dudosos" 83 kilómetros (la distancia rondaría entre 80 y 90, de eso estaba seguro, por mucho que los GPS pudiesen fallar, pero en la montaña es mucho más difícil de calcular que en asfalto) y un desnivel de más de 5000 metros positivos me aguardarían, pero como respondería el equipo (mi Quechuaphone murió tras la media de Cártama y los Arpenaz tenían poco uso) y mi cuerpo, estaba aún por determinar.
Escribí al grupo de whatsapp conformado con varios de mis amigos y compañeros que también (algunos, quizá, por influencia mía), la afrontarían, a fin de acotar un ahora a la que quedar en el polideportivo.
Tras merendar un racimo de uvas recién cortadas de la parra y varios higos recién cogidos del árbol (como envidio la gastronomía de los pueblos, y mira que en la costa se come bien), decidí que dejaría de preocuparme sobre la carrera, y me sumergí en el último volumen de la exitosa saga "Game of Thrones" (me gusta leer en versión original), del que no levanté los ojos hasta la cena.
Patatas caseras y huevos frescos de gallina campera conformaron la deliciosa cena, en la que, irremediablemente, la carrera volvió a mi mente, siendo el tema de conversación estrella de la noche.
No quería acostarme temprano, ya que eso supondría levantarme más temprano aún, y quería aprovechar la mañana todo lo posible para dormir.
Mi cabeza era un remolino de horarios, compañeros, material que no podía olvidar, dudas... todo un hervidero de actividad que costaba calmar, lo veía todo un poco difuso y tenía algunas lagunas (donde aparcar, donde cenar, qué hacer durante tantas horas...).
Aunque aún faltaban muchas horas para la salida, mañana sería el día de no retorno.
Consulté el móvil; todo el mundo me preocupaba si estaba nervioso, pero no era en absoluto mi estado de ánimo, estaba impaciente.
Quizás si me encontrase algo más nervioso al despertar, quizás no, pero al menos tendría cosas que hacer.
Charlé un poco con Mayte, mi pareja, respondí algunos tuits y mensajes privados y resumí la lectura por algunas decenas de minutos hasta que, finalmente, sucumbí al sueño.
Pasé la noche soñando con los Pirineos, con los vívidos recuerdos del ultra rondando mi mente, y ascendí al Comapedrosa una decena de veces antes de que llegase la mañana.
Mi cuerpo y mi mente me pedían correr; La suerte estaba echada.
Merodeando por Granada
Jun, 12:00. A 15 kilómetros de la salida.
Desperté; no recordaba cuanto tiempo llevaba durmiendo, pero sabía perfectamente donde estaba y qué tenía que hacer.
Sin moverme de la cama había recorrido decenas, centenas de kilómetros durante la noche, subiendo y bajando picos en sueños en los que siempre corría de noche... y solo.
Lo primero lo afrontaría en pocas horas, lo segundo... posiblemente en algunas más.
La mañana pasó volando, charlando sobre la prueba, revisando una y otra vez el material obligatorio, ojeando los mapas...
Tras aparcar, lo más cerca posible del Paseo del Salón, punto donde los autobuses de la organización nos devolverían más tarde, iría andando al Polideportivo Núñez Blanca, de ahí, al coche de nuevo hasta la hora del Briefing, de ahí al Polideportivo, después cenaría y después me cambiaría para ir a la salida.
Muchas idas y venidas, pero odio estar quieto sin hacer nada, especialmente cuando mi más ferviente deseo es que los minutos vuelen hasta las tres de la madrugada.
No tengo demasiada experiencia en ultra fondo, he afrontado hasta el momento 3 pruebas superiores a 50 kilómetros, 2 de ellas superiores a 100, aunque en una de ellas no logré alcanzar la meta, pero la hora de salida es la más extraña que encuentro hasta ahora.
Saliendo sobre las 10 de la noche, como en el Andorra Ultra Trail, uno afronta la salida "fresco" (a menos que haya pasado el día viajando), y saliendo por la mañana, como en los 101 kilómetros de Ronda, te aseguras tener que correr durante "tan solo" una noche.
Sin embargo, así no hay dudas sobre si se entra a meta a tiempo o no, ya que cerrará a las 24:00 del sábado para la modalidad ultra, y la salida nocturna siempre es más bonita.
Ya eran las 12 de la mañana, y no tenía pensado dormir nada hasta acabar la prueba, aunque de estar alojado en el centro, seguramente me hubiese permitido el lujo de dormirme una siesta tras la cena y antes de la salida.
Aproveché fuerte las dos comidas que me quedaban en casa, desayunando dos tazones de cereales con chocolate y almorzando rosada a la plancha y paella, y entre conversaciones sobre la carrera, Granada y su historia y los rincones de la sierra, llegó el momento de dejar Jun.
Jerónimo, mi tío, me guió hasta Granada en su coche, y ya una vez en el Paseo de los Basilios me deseó suerte y se despidió.
Estaba bastante bien ubicado, aun sin ver el mapa, pero quise dar una vuelta de reconocimiento antes de decidirme a aparcar.
Rodee el Paseo del Salón y volví al mismo punto, aliviado al ver que había algún que otro hueco, pero preocupado por ver que todos estaban en zona azul y que el tiempo máximo de estacionamiento era de 5 horas.
Decidí probar por calles secundarias, y en la calle del Parking de Los Escolapios entré a mano derecha, donde di con una plaza al momento.
Me dirigí al polideportivo, al que llegué poco después de lo que esperaba inicialmente pero sin mucha pérdida, recordando vagamente que conocía la zona... ¡y tanto! ¡el día previo a la media maratón y durante la media maratón en sí había pateado la zona hasta la saciedad! Hacía ya tantos años...
Entre en el complejo deportivo Núñez Blanca recordando esa gélida mañana que supuso mi tercer podio en media maratón en el primer año en el que di el "salto" a la distancia, pero rápidamente dejé de pensar en el pasado lejano y comencé a pensar en el futuro inmediato.
Eran poco más de las 5, pero ya estaban comenzando a montar las banderolas del Ultra Sierra Nevada y en el polideportivo la cola avanzaba con una veintena de personas en espera.
Saludé a un par de corredores a los que conocía de vista (a uno lo reconocí, otro a mi, pero como iban "de calle" no pude ubicarlos) y me puse a la cola de la fila.
Intenté contactar con mis compañeros por Tuiter y Whatsapp, pero me fue imposible, así que me puse a observar las camisetas de los corredores "que no iban de calle".
No había muchos atletas que llevasen camisetas de pruebas deportivas, pero había uno con una que decía "yo sobreviví al Yeti", una de Transgrancanaria 2014 y varias de diversas pruebas de fondo y ultra fondo andaluzas, en algunas de las cuales he participado, como en el VI CxM Calamorro o la Animal Trail.
Independientemente de sus posiciones obtenidas en esas pruebas o de si tratase de corredores populares, sabía que tendría como compañeros de carrera (nunca veo como rivales a otros corredores, y menos en montaña) a hombres y mujeres curtidos en montaña, iba a tener que esforzarme para mantener una buena posición.
Tras recoger la bolsa del corredor y el chip, la Sport Ident Card y la pulsera acreditativa de mi participación en la prueba (y preguntar como funcionaba y la hora a la que sería el Briefing, para confirmar), me dirigí de vuelta al coche, no sin antes ojear la bolsa del corredor.
Un buff naranja con la serigrafía "catch me if you can" (atrápame si puedes), unos calcetines salomón, un preparado de café con ginseng...
No es que fuese la más completa del mundo, pero por mi parte la vi más que bien, especialmente para ser primera edición, ya que los materiales del buff y de los calcetines se veían excelentes (no he podido probarlos aún).
Llegando al coche me escribieron David, Matt y Rubén, tres de los ultra cracks con los que tenía pensado compartir camino durante la prueba, pero resulta que tras recoger el dorsal dos de ellos tenían pensado probar suerte con una siesta.
Con Rubén si quedé, y a las 19:50 me encontró sentado en un banco en el interior del polideportivo (no lo vi en los aledaños del pabellón ni dentro, así que me senté a esperar).
Nos pusimos al día mientras esperábamos al briefing, que no tardó en llegar, de mano del director de carrera.
No conocía la zona con anterioridad (si el perfil, grabado en mi mente y enganchado a mi mochila por si me fallaba la memoria en algún tramo), pero las descripciones que dio sobre la inclinación, el tipo de firme y la zona me ayudaron muchísimo a ponerle "cara" al recorrido.
Recalcó las cosas más importantes, entre ellas que la verdadera carrera comenzaría en Güejar Sierra y que, si no veíamos cinta, volviésemos los pasos atrás, ya que con casi total seguridad nos habríamos despistado (se habían empleado más de 4000 metros de cinta para balizar el camino).
También se nos enseñaron las cintas y los banderines de señalización y el funcionamiento de la Sport Ident Card, que la mayoría de nosotros llevábamos ya colgada en la muñeca.
Durante el briefing vi a un compañero con la camiseta del Club Atletismo Fuengirola, pero al acabar el mismo no lo pude encontrar, así que Rubén y yo decidimos irnos a cenar a una pizzería de la zona, donde nos encontramos con varios amigos suyos que afrontarían la versión "mediana" de la prueba.
Tras la cena nos despedimos hasta las 12 de la noche, y entre medias, volví al coche, me aseguré de que lo llevaba todo una y mil veces, me cambié de ropa, cargué el móvil y me despedí de mi pareja, amigos y familiares que estaban al tanto de la prueba.
A las 12 nos encaminamos hacia la zona de salida, tras parar en el Burguer King para ir al baño y reponer hidratos (ya tenía hambre de nuevo, soy de comer mucho tirando a demasiado).
Cuando llegamos estábamos casi solos en la zona de salida, tan solo una mujer con la equipación del Bikila, Mari Trini, una chica canadiense, Camille y algunos organizadores estaban sobre el terreno.
Con ellos estuvimos charlando, bajo la atenta mirada de los transehúntes, que nos preguntaban si acabábamos de terminar alguna carrera o adonde nos dirigíamos con semejante indumentaria.
Fue curioso, mientras la gente iba y venía de fiesta, Rubén y yo cruzamos Granada con nuestro equipo de ultra trail, levantando expectación a nuestro paso, para bien o para mal.
Decidí que tenía que hacer algo para matar el tiempo, ya que apenas eran las 1 de la mañana y comenzaba a tener sueño, así que me dirigí a una fuente para limpiar los botes y llenarlos de agua y me compré un helado.
Al volver al banco donde estábamos sentados se unieron varios jóvenes a la charla, sorprendidos ante la perspectiva de vernos afrontar más de una doble maratón, en montaña y por voluntad propia.
Charlando el tiempo pasó volando, y al momento, Marco, compañero del club, y su novia, se nos habían unido.
La temperatura comenzó a caer en picado, así que nos refugiamos en una calle paralela a la placita, donde comenzaba a inflarse el arco de salida.
Los jóvenes resultaron ser actores, y Mari Trini nos prometió que veríamos lo nunca visto en la salida del ultra.
Con curiosidad los vimos ensayar mientras se sucedían los minutos.
Alguien nos comentó que debíamos pasar el control de salida, y nos dimos cuenta de que habían acotado la zona y estábamos en el interior de la misma, así que salimos fuera e hicimos cola para acceder de nuevo a la misma.
Nada más salir me encontré con David, que en breve accedería también al cajón de salida, con su chica, que había venido a apoyarle (la mía llegaría por la mañana, fiel como siempre, aunque tenga que recorrer decenas de kilómetros en autobús, o miles en avión), y poco a poco, nos fuimos reuniendo en el recinto de salida.
Poco a poco estábamos "todos", David, Matt, Rubén, Ramón, Raúl, Marco, Curro...
Viejos y nuevos amigos, compañeros de fatigas en entrenos, otras pruebas de ultra fondo o de trail, nuevas caras que me reconocieron por el blog o de oídas... y todos sonrientes, expectantes ante lo que teníamos por delante.
Parecía que habían pasado semanas desde que levantase esa mañana, y por megafonía nos avisaban de que en 5 minutos comenzaría la prueba.
El ambiente era inmejorable, la expectación, palpable... 4 minutos y medio por mi reloj para el comienzo de la prueba; activé el GPS.
La conquista del Generalife
Desperté; no recordaba cuanto tiempo llevaba durmiendo, pero sabía perfectamente donde estaba y qué tenía que hacer.
Sin moverme de la cama había recorrido decenas, centenas de kilómetros durante la noche, subiendo y bajando picos en sueños en los que siempre corría de noche... y solo.
Lo primero lo afrontaría en pocas horas, lo segundo... posiblemente en algunas más.
La mañana pasó volando, charlando sobre la prueba, revisando una y otra vez el material obligatorio, ojeando los mapas...
Tras aparcar, lo más cerca posible del Paseo del Salón, punto donde los autobuses de la organización nos devolverían más tarde, iría andando al Polideportivo Núñez Blanca, de ahí, al coche de nuevo hasta la hora del Briefing, de ahí al Polideportivo, después cenaría y después me cambiaría para ir a la salida.
Muchas idas y venidas, pero odio estar quieto sin hacer nada, especialmente cuando mi más ferviente deseo es que los minutos vuelen hasta las tres de la madrugada.
No tengo demasiada experiencia en ultra fondo, he afrontado hasta el momento 3 pruebas superiores a 50 kilómetros, 2 de ellas superiores a 100, aunque en una de ellas no logré alcanzar la meta, pero la hora de salida es la más extraña que encuentro hasta ahora.
Saliendo sobre las 10 de la noche, como en el Andorra Ultra Trail, uno afronta la salida "fresco" (a menos que haya pasado el día viajando), y saliendo por la mañana, como en los 101 kilómetros de Ronda, te aseguras tener que correr durante "tan solo" una noche.
Sin embargo, así no hay dudas sobre si se entra a meta a tiempo o no, ya que cerrará a las 24:00 del sábado para la modalidad ultra, y la salida nocturna siempre es más bonita.
Ya eran las 12 de la mañana, y no tenía pensado dormir nada hasta acabar la prueba, aunque de estar alojado en el centro, seguramente me hubiese permitido el lujo de dormirme una siesta tras la cena y antes de la salida.
Aproveché fuerte las dos comidas que me quedaban en casa, desayunando dos tazones de cereales con chocolate y almorzando rosada a la plancha y paella, y entre conversaciones sobre la carrera, Granada y su historia y los rincones de la sierra, llegó el momento de dejar Jun.
Jerónimo, mi tío, me guió hasta Granada en su coche, y ya una vez en el Paseo de los Basilios me deseó suerte y se despidió.
Estaba bastante bien ubicado, aun sin ver el mapa, pero quise dar una vuelta de reconocimiento antes de decidirme a aparcar.
Rodee el Paseo del Salón y volví al mismo punto, aliviado al ver que había algún que otro hueco, pero preocupado por ver que todos estaban en zona azul y que el tiempo máximo de estacionamiento era de 5 horas.
Decidí probar por calles secundarias, y en la calle del Parking de Los Escolapios entré a mano derecha, donde di con una plaza al momento.
Me dirigí al polideportivo, al que llegué poco después de lo que esperaba inicialmente pero sin mucha pérdida, recordando vagamente que conocía la zona... ¡y tanto! ¡el día previo a la media maratón y durante la media maratón en sí había pateado la zona hasta la saciedad! Hacía ya tantos años...
Entre en el complejo deportivo Núñez Blanca recordando esa gélida mañana que supuso mi tercer podio en media maratón en el primer año en el que di el "salto" a la distancia, pero rápidamente dejé de pensar en el pasado lejano y comencé a pensar en el futuro inmediato.
Eran poco más de las 5, pero ya estaban comenzando a montar las banderolas del Ultra Sierra Nevada y en el polideportivo la cola avanzaba con una veintena de personas en espera.
Saludé a un par de corredores a los que conocía de vista (a uno lo reconocí, otro a mi, pero como iban "de calle" no pude ubicarlos) y me puse a la cola de la fila.
Intenté contactar con mis compañeros por Tuiter y Whatsapp, pero me fue imposible, así que me puse a observar las camisetas de los corredores "que no iban de calle".
No había muchos atletas que llevasen camisetas de pruebas deportivas, pero había uno con una que decía "yo sobreviví al Yeti", una de Transgrancanaria 2014 y varias de diversas pruebas de fondo y ultra fondo andaluzas, en algunas de las cuales he participado, como en el VI CxM Calamorro o la Animal Trail.
Independientemente de sus posiciones obtenidas en esas pruebas o de si tratase de corredores populares, sabía que tendría como compañeros de carrera (nunca veo como rivales a otros corredores, y menos en montaña) a hombres y mujeres curtidos en montaña, iba a tener que esforzarme para mantener una buena posición.
Tras recoger la bolsa del corredor y el chip, la Sport Ident Card y la pulsera acreditativa de mi participación en la prueba (y preguntar como funcionaba y la hora a la que sería el Briefing, para confirmar), me dirigí de vuelta al coche, no sin antes ojear la bolsa del corredor.
Un buff naranja con la serigrafía "catch me if you can" (atrápame si puedes), unos calcetines salomón, un preparado de café con ginseng...
No es que fuese la más completa del mundo, pero por mi parte la vi más que bien, especialmente para ser primera edición, ya que los materiales del buff y de los calcetines se veían excelentes (no he podido probarlos aún).
Llegando al coche me escribieron David, Matt y Rubén, tres de los ultra cracks con los que tenía pensado compartir camino durante la prueba, pero resulta que tras recoger el dorsal dos de ellos tenían pensado probar suerte con una siesta.
Con Rubén si quedé, y a las 19:50 me encontró sentado en un banco en el interior del polideportivo (no lo vi en los aledaños del pabellón ni dentro, así que me senté a esperar).
Nos pusimos al día mientras esperábamos al briefing, que no tardó en llegar, de mano del director de carrera.
No conocía la zona con anterioridad (si el perfil, grabado en mi mente y enganchado a mi mochila por si me fallaba la memoria en algún tramo), pero las descripciones que dio sobre la inclinación, el tipo de firme y la zona me ayudaron muchísimo a ponerle "cara" al recorrido.
Recalcó las cosas más importantes, entre ellas que la verdadera carrera comenzaría en Güejar Sierra y que, si no veíamos cinta, volviésemos los pasos atrás, ya que con casi total seguridad nos habríamos despistado (se habían empleado más de 4000 metros de cinta para balizar el camino).
También se nos enseñaron las cintas y los banderines de señalización y el funcionamiento de la Sport Ident Card, que la mayoría de nosotros llevábamos ya colgada en la muñeca.
Durante el briefing vi a un compañero con la camiseta del Club Atletismo Fuengirola, pero al acabar el mismo no lo pude encontrar, así que Rubén y yo decidimos irnos a cenar a una pizzería de la zona, donde nos encontramos con varios amigos suyos que afrontarían la versión "mediana" de la prueba.
Tras la cena nos despedimos hasta las 12 de la noche, y entre medias, volví al coche, me aseguré de que lo llevaba todo una y mil veces, me cambié de ropa, cargué el móvil y me despedí de mi pareja, amigos y familiares que estaban al tanto de la prueba.
A las 12 nos encaminamos hacia la zona de salida, tras parar en el Burguer King para ir al baño y reponer hidratos (ya tenía hambre de nuevo, soy de comer mucho tirando a demasiado).
Cuando llegamos estábamos casi solos en la zona de salida, tan solo una mujer con la equipación del Bikila, Mari Trini, una chica canadiense, Camille y algunos organizadores estaban sobre el terreno.
Con ellos estuvimos charlando, bajo la atenta mirada de los transehúntes, que nos preguntaban si acabábamos de terminar alguna carrera o adonde nos dirigíamos con semejante indumentaria.
Fue curioso, mientras la gente iba y venía de fiesta, Rubén y yo cruzamos Granada con nuestro equipo de ultra trail, levantando expectación a nuestro paso, para bien o para mal.
Decidí que tenía que hacer algo para matar el tiempo, ya que apenas eran las 1 de la mañana y comenzaba a tener sueño, así que me dirigí a una fuente para limpiar los botes y llenarlos de agua y me compré un helado.
Al volver al banco donde estábamos sentados se unieron varios jóvenes a la charla, sorprendidos ante la perspectiva de vernos afrontar más de una doble maratón, en montaña y por voluntad propia.
Charlando el tiempo pasó volando, y al momento, Marco, compañero del club, y su novia, se nos habían unido.
La temperatura comenzó a caer en picado, así que nos refugiamos en una calle paralela a la placita, donde comenzaba a inflarse el arco de salida.
Los jóvenes resultaron ser actores, y Mari Trini nos prometió que veríamos lo nunca visto en la salida del ultra.
Con curiosidad los vimos ensayar mientras se sucedían los minutos.
Alguien nos comentó que debíamos pasar el control de salida, y nos dimos cuenta de que habían acotado la zona y estábamos en el interior de la misma, así que salimos fuera e hicimos cola para acceder de nuevo a la misma.
Nada más salir me encontré con David, que en breve accedería también al cajón de salida, con su chica, que había venido a apoyarle (la mía llegaría por la mañana, fiel como siempre, aunque tenga que recorrer decenas de kilómetros en autobús, o miles en avión), y poco a poco, nos fuimos reuniendo en el recinto de salida.
Poco a poco estábamos "todos", David, Matt, Rubén, Ramón, Raúl, Marco, Curro...
Viejos y nuevos amigos, compañeros de fatigas en entrenos, otras pruebas de ultra fondo o de trail, nuevas caras que me reconocieron por el blog o de oídas... y todos sonrientes, expectantes ante lo que teníamos por delante.
Parecía que habían pasado semanas desde que levantase esa mañana, y por megafonía nos avisaban de que en 5 minutos comenzaría la prueba.
El ambiente era inmejorable, la expectación, palpable... 4 minutos y medio por mi reloj para el comienzo de la prueba; activé el GPS.
La conquista del Generalife
Plaza Nueva, 02:55. Salida.
Mientras en nuestro grupo comentábamos, cual marujas, la mochila que llevaba este corredor o los bastones que llevaba ese, comenzó la actuación.
Estábamos bastante atrás, así que no pude disfrutarla en su plenitud, pero pude observar varios pasos y cuando la muchedumbre ocultaba a los actores trataba de imaginarlos mentalmente según como habían ensayado poco antes.
Una idea fenomenal la de unir deporte y cultura, aunque en ese momento estábamos tan concentrados que no pudimos aprovecharla del todo.
Mis compañeros y yo nos deseamos suerte, chocamos manos y nos dimos algún fugaz abrazo.
"¿Vienes con nosotros?" me preguntaron Raúl y Ramón.
Les dije que saldría tranquilo, que no tenía problema, pero que nos viésemos o no en la salida, seguramente coincidiríamos durante la carrera, que no se preocupasen.
Matt se acercó a saludar a un corredor que llevaba también huaraches, y me pareció ser Santi, el barefooter más famoso de España, pero como no lo sabía a ciencia cierta no me atreví a saludar en ese momento (nunca lo había visto en persona).
Cerré los ojos un instante y noté como la fatiga y el sueño, agazapados, se revolvían en mi interior, tratando de ganar terreno, pero abrí los ojos y sujeté con fuerza los bastones; hoy no tocaría dormir, y cuanto antes se concienciase mi cuerpo, mejor.
¡Comenzó la prueba!
No había demasiado público comparando con otras pruebas, quizá debido a la hora, un tanto intempestiva para aquellos que no tengan amigos o familiares como participantes, pero aun así la muchedumbre jaleaba de forma atronadora mientras dábamos los primeros pasos.
Hacía fresco, pero intuía que pronto debería remangarme, ya que en los primeros pasos noté como comenzaba a circular la sangre a raudales dentro de mí, avivada por la adrenalina y el ímpetu del momento.
Me giré un momento, ya que entre la marabunta de corredores no veía a Marco, Raúl ni Ramón, pero venían bastante cerca por detrás.
Sin embargo, al girarme hacia adelante, Matt y David me sacaban ya unos 10 metros de ventaja, así que decidí apretar el paso y acercarme a ellos; si el ritmo resultaba ser muy alto tan solo tenía que descolgarme, y si no, bueno, la carrera sería larga, seguro que nos veríamos más adelante.
Avanzábamos con el Darro a nuestra derecha, brillante al reflejar la luz de farolas y algún frontal, aunque la mayoría, el mío entre ellos, seguía apagado.
La carrera había comenzado a buen paso, pero el nuestro era algo más alto que el de nuestros compañeros más cercanos, así que nos fuimos abriendo paso en zigzag durante el primer tramo.
De repente, una voz me preguntó "¿El Corredor Errante?" Me giré y vi al hombre con el que Matt había estado hablando poco antes de la salida; no lo había visto nunca en persona, pero ahora no cabía duda; era Santi.
"Sí", le respondí, "¿Santi? ¿el que corre descalzo?"; Él me respondió "sí; te he reconocido por el buff".
Iba con la respiración entrecortada, así que la conversación no duró demasiado, nos presentamos, nos deseamos suerte y seguimos, cada uno a su paso; no sería la última vez que coincidiríamos durante las horas siguientes.
Como había imaginado, en cuanto pasamos el primer kilómetro y comenzó el desnivel, estaba ya empapado en sudor.
Por alguna extraña razón (quizás por haber pasado muchas horas leyendo en inglés ese mismo día, o por charlar con Camille o Matt en inglés), mi "diálogo interno" conmigo mismo, era en inglés, me di cuenta cuando pensé "only one kilometre and I'm soaking wet... that's gonna be tough at noon..." (sólo un kilómetro y ya estoy empapado, a mediodía esto va a ser duro...).
Sin darle más importancia de la que tenía (ninguno) decidí retrasarme un momento para remangarme las mangas del cortavientos (el mismo que usé en la Andorra Ultra Trail gracias a Trekking&Running Marbella, un Izas con capucha, aunque aquí ese detalle no era obligatorio); también me quité la braga del cuello y los guantes.
Bastante más aliviado afronté la empinada y adoquinada pendiente con fuerza, hasta llegar a la altura de David, que le comentaba a Matt que no sabía cuantos años hacía desde que subió a la Alhambra por última vez; yo tampoco, la verdad sea dicha.
Tras un par de kilómetros alternando asfalto y adoquines, por fin la carrera se fue estirando... pero de repente el avance se frenó de golpe, y al levantar la vista vi que por fin llegábamos a nuestro terreno: tierra.
Avanzamos entre árboles, con subidas pronunciadas y bajadas menos marcadas, rompiendo la formación de a tres que llevábamos Matt, David y yo y pasando a avanzar con un "líder" seguido por una pareja.
Primer fue Matt, que llegó a distanciarse de nosotros varios metros, pese a que no parábamos de adelantar corredores, a un ritmo, quizá, demasiado alto.
Poco después yo mismo tomé el relevo, y en tercer lugar, David.
Debido a la muerte de mi Quechuaphone, corrí con un pequeño Samsung cortesía de mi pareja, Mayte, cuya batería había testado tan solo con el Strava activado y no llegaba a las 10 horas.
Por eso, pese a suponer un peso adicional, llevaba un segundo móvil, y usaría el Samsung solo para enviar whatsapp a primera hora a familiares y amigos y para llevar la cuenta de los kilómetros que llevábamos, hasta que aguantase.
Hasta el momento no lo había oído ni una sola vez, pero en una de las pendientes ascendentes escuché una "voz" familiar, y ahí estaba el bot del Strava: "distance... four kilometres... time... twenty six minutes... current split pace... six minutes, thirty seconds...".
Habíamos recorrido ya, si la señal no fallaba cuatro kilómetros a un ritmo clavado al que llevábamos actualmente, cuesta arriba, así que habría que bajar el pie del acelerador...
Sin embargo, se me iban a escapar Matt y David, ahora en cabeza, y necesitaba "vaciar el depósito" cuanto antes...
Aceleré para coger a David y le pedí que me sujetase los bastones un momento, sin esperarme, y aproveché el cobijo de un gran arbusto para responder a la llamada de la naturaleza.
Rápidamente volví al sendero, aunque me habían adelantado muchos corredores y no veía la camiseta fosforito de Matt en la distancia...
Decidí acelerar hasta que diese con ellos, y en poco más de un minuto los tenía a mi lado, aunque había llegado con el corazón desbocado.
Recuperé los bastones, le di las gracias a David, y ahora, con la mente centrada únicamente en la carrera, me dejé llevar por el implacable ritmo que llevaban mis compañeros (para ser un ultra).
En el siguiente tramo el GPS me chivateó un ritmo de 5:30, parada para ir al baño incluida, pero estaba disfrutando de lo lindo y ya había recuperado el aliento.
El camino no era especialmente ancho, pero era muy corrible, bastante limpio y compacto, de pronto ascendiendo suavemente, de pronto bajando vertiginosamente, con algunas bajadas en Z que permitían, tras pivotar adecuadamente, acelerar al máximo antes de pivotar de nuevo, derrapar y continuar por el camino.
Matt se quedó atrás en el segundo giro, no lo vi al dar la vuelta, aunque sentía su presencia cerca; poco después, un kilómetro o así más adelante, fui yo el que comenzó a quedarse atrás.
Algunos corredores seguían adelantándome a buen ritmo, pero, tal y como se comentó en el briefing de la prueba, ésta se estiraría rápidamente, y ya estábamos casi todos "en nuestra posición".
Recordaba que había que cruzar un río, en el que se nos advirtió no mojarnos los pies, ya que tendríamos aún toda la prueba por delante, y como experimenté en los Pirineos, era una experiencia harto desagradable con calzado convencional; sin embargo, al llegar a la corriente, de poco más de dos metros de ancho, acalorado y sudando como un pollo, pensé que Matt y Santi posiblemente disfrutarían del refrescón.
Y no perderían tanto tiempo, yo tuve que hacer malabares sobre el tronco de un árbol, donde alcancé a David, para avanzar.
La pendiente comenzó a ascender más y más, y por primera vez desde el inicio de la prueba, avanzamos en silencio, concentrados.
Hasta el momento, los Arpenaz se estaban comportando de lujo, pero al ojear mi chuleta con el perfil de la carrera vi que llegaba el primer tramo "duro" de la prueba (en las primeras horas de un ultra la dureza de todo es muy relativo), así que eché mano de ellos, cauto al principio.
David se me volvió a escapar rápidamente, y Matt me cazó poco después, así como Santi y otro muchacho que también calzaba huaraches.
Derrapé un par de veces y tuve que apoyar todo el peso en los bastones repentinamente, pero aguantaron sin ningún signo de debilidad y sin mostrar problema alguno.
Reanudé la marcha con entusiasmo, pero en una de las veces en las que levanté la cabeza para ver por donde iban los compañeros de delante, una zarza se enredó con mi frontal y lo lanzó al suelo.
El compañero que me seguía me lo alcanzó, y tras dejarle pasar a él y a una buena retahíla de corredores que le precedían, conseguí colocármelo de nuevo, maldiciendo a la zarza por el valioso tiempo que había perdido.
Quizás fuesen solo unos segundos, quizá un par de minutos, pero si no alcanzaba ahora a mis amigos y ellos (esperaba que no sucediese) no se venían abajo más adelante, no los volvería a ver hasta la meta.
Ataqué la bajada con velocidad, mis piernas frescas pese al duro ascenso realizado, pero agradecidas al cambiar de grupos musculares, y mientras nos acercábamos al final de la recién "conquistada" Dehesa del Generalife, vi la camiseta fosforito de Matt a lo lejos, llegando al primer avituallamiento.
El camino hasta el primer punto importante de la carrera se me había pasado en un suspiro, casi sin darme cuenta si quiera.
Probablemente el resto de la prueba no se me hiciese tan rápido, pero no importaba... ¡estaba disfrutando como un enano!
Verbena en la sierra
Mientras en nuestro grupo comentábamos, cual marujas, la mochila que llevaba este corredor o los bastones que llevaba ese, comenzó la actuación.
Estábamos bastante atrás, así que no pude disfrutarla en su plenitud, pero pude observar varios pasos y cuando la muchedumbre ocultaba a los actores trataba de imaginarlos mentalmente según como habían ensayado poco antes.
Una idea fenomenal la de unir deporte y cultura, aunque en ese momento estábamos tan concentrados que no pudimos aprovecharla del todo.
Mis compañeros y yo nos deseamos suerte, chocamos manos y nos dimos algún fugaz abrazo.
"¿Vienes con nosotros?" me preguntaron Raúl y Ramón.
Les dije que saldría tranquilo, que no tenía problema, pero que nos viésemos o no en la salida, seguramente coincidiríamos durante la carrera, que no se preocupasen.
Matt se acercó a saludar a un corredor que llevaba también huaraches, y me pareció ser Santi, el barefooter más famoso de España, pero como no lo sabía a ciencia cierta no me atreví a saludar en ese momento (nunca lo había visto en persona).
Cerré los ojos un instante y noté como la fatiga y el sueño, agazapados, se revolvían en mi interior, tratando de ganar terreno, pero abrí los ojos y sujeté con fuerza los bastones; hoy no tocaría dormir, y cuanto antes se concienciase mi cuerpo, mejor.
¡Comenzó la prueba!
No había demasiado público comparando con otras pruebas, quizá debido a la hora, un tanto intempestiva para aquellos que no tengan amigos o familiares como participantes, pero aun así la muchedumbre jaleaba de forma atronadora mientras dábamos los primeros pasos.
Hacía fresco, pero intuía que pronto debería remangarme, ya que en los primeros pasos noté como comenzaba a circular la sangre a raudales dentro de mí, avivada por la adrenalina y el ímpetu del momento.
Me giré un momento, ya que entre la marabunta de corredores no veía a Marco, Raúl ni Ramón, pero venían bastante cerca por detrás.
Sin embargo, al girarme hacia adelante, Matt y David me sacaban ya unos 10 metros de ventaja, así que decidí apretar el paso y acercarme a ellos; si el ritmo resultaba ser muy alto tan solo tenía que descolgarme, y si no, bueno, la carrera sería larga, seguro que nos veríamos más adelante.
Avanzábamos con el Darro a nuestra derecha, brillante al reflejar la luz de farolas y algún frontal, aunque la mayoría, el mío entre ellos, seguía apagado.
La carrera había comenzado a buen paso, pero el nuestro era algo más alto que el de nuestros compañeros más cercanos, así que nos fuimos abriendo paso en zigzag durante el primer tramo.
De repente, una voz me preguntó "¿El Corredor Errante?" Me giré y vi al hombre con el que Matt había estado hablando poco antes de la salida; no lo había visto nunca en persona, pero ahora no cabía duda; era Santi.
"Sí", le respondí, "¿Santi? ¿el que corre descalzo?"; Él me respondió "sí; te he reconocido por el buff".
Iba con la respiración entrecortada, así que la conversación no duró demasiado, nos presentamos, nos deseamos suerte y seguimos, cada uno a su paso; no sería la última vez que coincidiríamos durante las horas siguientes.
Como había imaginado, en cuanto pasamos el primer kilómetro y comenzó el desnivel, estaba ya empapado en sudor.
Por alguna extraña razón (quizás por haber pasado muchas horas leyendo en inglés ese mismo día, o por charlar con Camille o Matt en inglés), mi "diálogo interno" conmigo mismo, era en inglés, me di cuenta cuando pensé "only one kilometre and I'm soaking wet... that's gonna be tough at noon..." (sólo un kilómetro y ya estoy empapado, a mediodía esto va a ser duro...).
Sin darle más importancia de la que tenía (ninguno) decidí retrasarme un momento para remangarme las mangas del cortavientos (el mismo que usé en la Andorra Ultra Trail gracias a Trekking&Running Marbella, un Izas con capucha, aunque aquí ese detalle no era obligatorio); también me quité la braga del cuello y los guantes.
Bastante más aliviado afronté la empinada y adoquinada pendiente con fuerza, hasta llegar a la altura de David, que le comentaba a Matt que no sabía cuantos años hacía desde que subió a la Alhambra por última vez; yo tampoco, la verdad sea dicha.
Tras un par de kilómetros alternando asfalto y adoquines, por fin la carrera se fue estirando... pero de repente el avance se frenó de golpe, y al levantar la vista vi que por fin llegábamos a nuestro terreno: tierra.
Avanzamos entre árboles, con subidas pronunciadas y bajadas menos marcadas, rompiendo la formación de a tres que llevábamos Matt, David y yo y pasando a avanzar con un "líder" seguido por una pareja.
Primer fue Matt, que llegó a distanciarse de nosotros varios metros, pese a que no parábamos de adelantar corredores, a un ritmo, quizá, demasiado alto.
Poco después yo mismo tomé el relevo, y en tercer lugar, David.
Debido a la muerte de mi Quechuaphone, corrí con un pequeño Samsung cortesía de mi pareja, Mayte, cuya batería había testado tan solo con el Strava activado y no llegaba a las 10 horas.
Por eso, pese a suponer un peso adicional, llevaba un segundo móvil, y usaría el Samsung solo para enviar whatsapp a primera hora a familiares y amigos y para llevar la cuenta de los kilómetros que llevábamos, hasta que aguantase.
Hasta el momento no lo había oído ni una sola vez, pero en una de las pendientes ascendentes escuché una "voz" familiar, y ahí estaba el bot del Strava: "distance... four kilometres... time... twenty six minutes... current split pace... six minutes, thirty seconds...".
Habíamos recorrido ya, si la señal no fallaba cuatro kilómetros a un ritmo clavado al que llevábamos actualmente, cuesta arriba, así que habría que bajar el pie del acelerador...
Sin embargo, se me iban a escapar Matt y David, ahora en cabeza, y necesitaba "vaciar el depósito" cuanto antes...
Aceleré para coger a David y le pedí que me sujetase los bastones un momento, sin esperarme, y aproveché el cobijo de un gran arbusto para responder a la llamada de la naturaleza.
Rápidamente volví al sendero, aunque me habían adelantado muchos corredores y no veía la camiseta fosforito de Matt en la distancia...
Decidí acelerar hasta que diese con ellos, y en poco más de un minuto los tenía a mi lado, aunque había llegado con el corazón desbocado.
Recuperé los bastones, le di las gracias a David, y ahora, con la mente centrada únicamente en la carrera, me dejé llevar por el implacable ritmo que llevaban mis compañeros (para ser un ultra).
En el siguiente tramo el GPS me chivateó un ritmo de 5:30, parada para ir al baño incluida, pero estaba disfrutando de lo lindo y ya había recuperado el aliento.
El camino no era especialmente ancho, pero era muy corrible, bastante limpio y compacto, de pronto ascendiendo suavemente, de pronto bajando vertiginosamente, con algunas bajadas en Z que permitían, tras pivotar adecuadamente, acelerar al máximo antes de pivotar de nuevo, derrapar y continuar por el camino.
Matt se quedó atrás en el segundo giro, no lo vi al dar la vuelta, aunque sentía su presencia cerca; poco después, un kilómetro o así más adelante, fui yo el que comenzó a quedarse atrás.
Algunos corredores seguían adelantándome a buen ritmo, pero, tal y como se comentó en el briefing de la prueba, ésta se estiraría rápidamente, y ya estábamos casi todos "en nuestra posición".
Recordaba que había que cruzar un río, en el que se nos advirtió no mojarnos los pies, ya que tendríamos aún toda la prueba por delante, y como experimenté en los Pirineos, era una experiencia harto desagradable con calzado convencional; sin embargo, al llegar a la corriente, de poco más de dos metros de ancho, acalorado y sudando como un pollo, pensé que Matt y Santi posiblemente disfrutarían del refrescón.
Y no perderían tanto tiempo, yo tuve que hacer malabares sobre el tronco de un árbol, donde alcancé a David, para avanzar.
La pendiente comenzó a ascender más y más, y por primera vez desde el inicio de la prueba, avanzamos en silencio, concentrados.
Hasta el momento, los Arpenaz se estaban comportando de lujo, pero al ojear mi chuleta con el perfil de la carrera vi que llegaba el primer tramo "duro" de la prueba (en las primeras horas de un ultra la dureza de todo es muy relativo), así que eché mano de ellos, cauto al principio.
David se me volvió a escapar rápidamente, y Matt me cazó poco después, así como Santi y otro muchacho que también calzaba huaraches.
Derrapé un par de veces y tuve que apoyar todo el peso en los bastones repentinamente, pero aguantaron sin ningún signo de debilidad y sin mostrar problema alguno.
Reanudé la marcha con entusiasmo, pero en una de las veces en las que levanté la cabeza para ver por donde iban los compañeros de delante, una zarza se enredó con mi frontal y lo lanzó al suelo.
El compañero que me seguía me lo alcanzó, y tras dejarle pasar a él y a una buena retahíla de corredores que le precedían, conseguí colocármelo de nuevo, maldiciendo a la zarza por el valioso tiempo que había perdido.
Quizás fuesen solo unos segundos, quizá un par de minutos, pero si no alcanzaba ahora a mis amigos y ellos (esperaba que no sucediese) no se venían abajo más adelante, no los volvería a ver hasta la meta.
Ataqué la bajada con velocidad, mis piernas frescas pese al duro ascenso realizado, pero agradecidas al cambiar de grupos musculares, y mientras nos acercábamos al final de la recién "conquistada" Dehesa del Generalife, vi la camiseta fosforito de Matt a lo lejos, llegando al primer avituallamiento.
El camino hasta el primer punto importante de la carrera se me había pasado en un suspiro, casi sin darme cuenta si quiera.
Probablemente el resto de la prueba no se me hiciese tan rápido, pero no importaba... ¡estaba disfrutando como un enano!
Verbena en la sierra
Cerro del Sol, 03:47. Km 9,8.
Tras pasar la Sport Ident Card por el detector y recibir el visto bueno en forma de pitido, saludé a Matt, que había estado subiendo a toda pastilla; vi también a Santi y a otro de los huaracheros, pero no había ni rastro de David o Rubén, a quién perdí en la misma salida.
Con el chip de los Pirineos (el Andorra Ultra Trail me dejó marcado) aún en mi subconsciente, tras llegar, saludar y localizar caras conocidas eché mano del teléfono móvil para avisar a mi pareja y amigos de mi localización, pero al ver que aún quedaban más de 10 minutos para las 4, lo dejé estar; podían ver mi localización en la app de Tempo Finito Live en caso de estar despiertos.
El último tramo hasta llegar al avituallamiento fue estrecho, algo resbaladizo, con fuertes pendientes a favor y en contra en las que me puse bastante al límite.
No obstante, me encanta correr de noche, me encantan las primera horas de los ultras, donde todo son risas y sonrisas y a cada paso conoces a otro atleta (poco a poco la fatiga va menguando esa energía positiva y ese ánimo, y merman las ganas de conversar si uno quiere mantener el ritmo), y me estaba encantando el recorrido del ultra, del que ya habíamos completado cerca de un octavo del mismo.
El camino previo al primer avituallamiento se me había pasado volando, me sentía muy fresco y quería seguir en marcha cuanto antes, así que me acerqué al puesto de avituallamiento, deseoso de continuar.
Había decidido que solo iba a comer de mis reservas una vez cada hora además de en casa avituallamiento (barritas cada hora y cada 2-3, según el apetito, una Powerbar), pero la hamburguesa de última hora y el helado, unido a que aún llevábamos poco tiempo en marcha, hizo que con un poco de sandía me bastase.
Tenía sed pese a haber bebido bastante, y cuando oriné el líquido fue de un amarillo bastante oscuro, así que no me privé de agua y del isotónico (que en el primer buche me supo fatal, aunque los que siguieron fueron menos "fuertes"), recargué los bidones y me puse en marcha.
Había tardado bastante poco, muchos más corredores habían llegado al avituallamiento, pero eran bastante menos los que lo habían dejado.
Dejé atrás la zona, comencé a bajar y poco después de dejar atrás el bullicio de la zona de avituallamiento, lejos de escuchar de nuevo el sosegador silencio nocturno escucho... "¿guitarras eléctricas?"
Era difícil adivinar, el sonido iba y venía, como un eco distante, pero parecía que algo nos aguardaba más adelante...
La pendiente descendente no duró demasiado, pronto volvió a ser positiva (ergo, ascendente), y tuve que echar mano de los bastones de nuevo; el derecho, suavemente (lo que evitó la caída) se metió hacia adentro, y tuve que parar un momento para ajustarlo y apretarlo de nuevo (probablemente al pivotar en los giros se desablojó el bloqueo).
Justamente en ese momento un grupito de corredores en manga corta comenzaron a ascender, así que me pegué a ellos y comenzamos a ascender a buen ritmo.
Iba tan pendiente al camino como a su conversación, muy distendida y soltando chascarrillos los unos con los otros, por lo que agradecí su compañía para ascender por la empinada cuesta del primer kilómetro (no sabía si Santi y Matt habían salido antes o detrás, así que, salvo por ellos y los corredores que nos seguían, estaba "solo").
Por delante se veían varios frontales, pero todos bastante lejos; ya tampoco pasaba ningún corredor a gran ritmo, aunque alguno pedía paso por detrás de tanto en cuando.
Varios kilómetros se sucedieron tras la enorme pendiente del primero una vez dejamos atrás el punto de avituallamiento, todos cuesta arriba, pero, por suerte, no de forma tan empinada, e incluso con algunos tramos lisos intercalados entre cuesta y cuesta.
La música se iba haciendo más audible, pero no conseguía discernir instrumentos, melodías ni letras... era como un apagado clamor que el viento llevaba consigo.
El terreno ahora era más pedregoso, y alguna vez resbalé al apoyar los bastones, debido a que el terreno bajo ellos se resquebrajaba.
La corriente en época de lluvias debía ser muy fuerte, ya que había estrechas marcas profundamente horadadas allí donde debían haber discurrido corrientes de agua meses atrás, con las que había que andarse con ojo, ya que uno podía caer fácilmente en ellas.
Según se dispusieran, incluso era mejor avanzar dentro de ellas, ya que se eliminaba el riesgo de caída, aunque era difícil apoyar los bastones de ese modo, al estar el terreno a mis flancos mucho más elevado que el de mis pies.
Algunos corredores me adelantaron en la larga subida, entre ellos Santi y otro huarachero, pero yo iba a mi ritmo, esperando que pronto me adelantase Matt también.
Sin embargo, lo alcancé yo a él llegando a la cima del tramo, con un lejano pueblecito a la vista, del que parecía provenir la música, ahora más audible (sonaba "vivir vivir, de Marc Anthony", canción que oí en uno de los puestos de avituallamiento de la legión que tenía radio de los 101 kilómetros de Ronda, lo que me llenó de motivación).
Le pregunté que como iba, y me dijo que genial, aunque como llevaba un ritmo un poco superior al suyo en breve se me quedó atrás.
En la bajada, por vertiginosas rampas, me vine arriba, tarareando la canción en mi mente y fuera de ella, y bajando a gran velocidad... hasta que derrapé y me di de bruces contra el suelo...
Me dolió más en mi orgullo que en mi cuerpo, así que me puse rápidamente en pie y continué bajando, usando los palos como apoyo (los llevaba cogidos con la mano derecha, con la punta hacia delante, como Ramón me instruyó en los Pirineos y David me recordó en las primeras bajadas, hacía ya horas).
Segundos antes de la caída me veía hasta capaz de alcanzar de nuevo a David, ya que me acercaba cada vez más a los distantes huaracheros, pero mis Skechers, relativamente nuevas parecían tener más dificultad que sus Luna Sandals para ofrecerme tracción; tengo que probarlas en cuanto tenga ocasión.
Bajé bastante el ritmo, aunque me fui acercando poco a poco conforme llegamos al pueblecito.
En un arrebato de energía, espoleado por una nueva canción (Bailando, de Enrique Iglesias), probé a acelerar una vez más el paso, pero al derrapar y casi caer, multitud de pequeñas piedrecitas se me metieron por la parte trasera de la zapatilla; "nota mental: comprar polainas".
En la parte final del carril no noté tanta molestia, pero pronto llegó la carretera, y los pies me dolían muchísimo más que correr con minimalistas sobre rocas; infinitamente más.
"¿De qué sirve tanta protección una vez que las piedras no solo están bajo la suelo, sino entre ella y el pie?... con el poco hueco que tienen las "jodías" para entrar...
Ya en Dúdar decidí parar para quitarme las piedras de las zapatillas, ya que la combinación de asfalto y piedras estaba siendo letal para mis pies, completamente doloridos en cuestión de menos de un kilómetro.
Dejé los bastones apoyados en un poyete al lado de un pequeño puentecito y, con dificultad, me quité una de las zapatillas, y luego la otra; ya si comenzaba a notar algo de fatiga, y aún no había llegado a Quéntar, segundo punto de avituallamiento, iba a tener que tomarme las cosas con calma más adelante...
Mientras sacudía las zapatillas, levantando una nube de polvo y dejando caer decenas de pequeños guijarros (algunos no tan pequeños) escuché una voz que me llamaba "¿todo bien Andrés?"
Era Marco, del Club Atletismo Fuengirola; "sí, tan solo he parado para quitarme piedras de las zapatillas".
En mi mente anotaba otra razón para probar los huaraches, basta con sacudir los pies para liberarte de tan molesta carga durante una carrera.
Marco asintió tranquilo, esperando mientras acababa de calzarme y le preguntaba como iban Raúl y Ramón, nuestros otros dos compañeros de club en carrera.
Me dijo que se habían quedado bastante rezagados, así que él había decidido adelantarse un poco, justo cuando había dado conmigo.
Reanudando la marcha le comenté que creía que Matt me acababa de adelantar, aunque me extrañaba que no se hubiese parado a decirme algo (quizás, de haberme adelantado, no hubiese reparado en mi, agachado a la izquierda del camino).
Fuimos avanzando a la derecha del Río de Aguas Blancas, oscurecidas por la penumbra, mientras volvíamos a pisar sobre tierra y avanzábamos con cuidado de no engancharnos con las zarzas que crecían paralelas al río.
No sé si fue la breve parada, la caída pocos kilómetros atrás o el efecto de las piedras en las plantas de mis pies, pero noté como mi motivación caía en picado, me sentía más y más cansado, tenía hambre y me dolía un poco el estómago.
Sabía que el avituallamiento estaba cerca, pero al ver que retomábamos pendientes ascendentes sin tener el pueblo a vista todavía, decidí sacar una barrita de Powerbar al azar, dejándo que Marco pusiese un poco de tierra de por medio mientras me comía una de arándanos y dejaba las botellas de agua e isotónico casi vacías; en Quéntar llenaría una de sales, seguro que eso ayudaba.
Acabé de comer, guardé el envoltorio en el cortavientos (hasta el momento no había visto ningún envoltorio de gel o barrita en el suelo, y desde luego no pensaba ser yo el que dejase rastro alguno de mi paso en el ultra), y aceleré el paso para alcanzar a Marcos, que había bajado un poco el ritmo al ver que tardaba un poco.
Ya íbamos llegando a Quéntar, y recordé que en el briefing se nos había comentado que uno de los pueblos de paso estaba de verbena... ¡eso explicaba la música!
Al no saber de donde venía el misterio me azuzaba para llegar a donde quiera que estuviese su origen, pero ahora que ya lo sabía había perdido algo de su atractivo...
Volviendo al asfalto de nuevo comencé a encontrarme con más fuerzas, quizá por la energía de la barrita, por saber que estaba llegando al segundo avituallamiento o por la compañía de Marco, con quien iba charlando sobre la carrera pero aunque mis dolores musculares parecían mitigarse, el dolor de estómago se iba acrecentando...
De repente me di cuenta, de sopetón... "¿ya hemos pasado la primera media maratón?" mi ritmo no era en absoluto alto, iba con la marcha larga y las revoluciones bajas, conservador, ya que sabía que la verdadera carrera comenzaría en Güejar Sierra, pero este primer cuarto de la prueba se me había pasado en un suspiro...
Pasamos la Sport Ident Card por los detectores y eché un ojo a mi chuleta con el perfil de la prueba; en efecto, un cuarto de la prueba superado, con algo más de dos horas de margen con respecto al horario de cierre; un comienzo más que prometedor, aunque de Rubén, David, Santi, y Matt no había ni rastro aún.
Contento y de nuevo motivado, fui en busca de fruta y líquido con el que reponer energías y continuar la marcha.
El cortafuegos del amanecer
Tras pasar la Sport Ident Card por el detector y recibir el visto bueno en forma de pitido, saludé a Matt, que había estado subiendo a toda pastilla; vi también a Santi y a otro de los huaracheros, pero no había ni rastro de David o Rubén, a quién perdí en la misma salida.
Con el chip de los Pirineos (el Andorra Ultra Trail me dejó marcado) aún en mi subconsciente, tras llegar, saludar y localizar caras conocidas eché mano del teléfono móvil para avisar a mi pareja y amigos de mi localización, pero al ver que aún quedaban más de 10 minutos para las 4, lo dejé estar; podían ver mi localización en la app de Tempo Finito Live en caso de estar despiertos.
El último tramo hasta llegar al avituallamiento fue estrecho, algo resbaladizo, con fuertes pendientes a favor y en contra en las que me puse bastante al límite.
No obstante, me encanta correr de noche, me encantan las primera horas de los ultras, donde todo son risas y sonrisas y a cada paso conoces a otro atleta (poco a poco la fatiga va menguando esa energía positiva y ese ánimo, y merman las ganas de conversar si uno quiere mantener el ritmo), y me estaba encantando el recorrido del ultra, del que ya habíamos completado cerca de un octavo del mismo.
El camino previo al primer avituallamiento se me había pasado volando, me sentía muy fresco y quería seguir en marcha cuanto antes, así que me acerqué al puesto de avituallamiento, deseoso de continuar.
Había decidido que solo iba a comer de mis reservas una vez cada hora además de en casa avituallamiento (barritas cada hora y cada 2-3, según el apetito, una Powerbar), pero la hamburguesa de última hora y el helado, unido a que aún llevábamos poco tiempo en marcha, hizo que con un poco de sandía me bastase.
Tenía sed pese a haber bebido bastante, y cuando oriné el líquido fue de un amarillo bastante oscuro, así que no me privé de agua y del isotónico (que en el primer buche me supo fatal, aunque los que siguieron fueron menos "fuertes"), recargué los bidones y me puse en marcha.
Había tardado bastante poco, muchos más corredores habían llegado al avituallamiento, pero eran bastante menos los que lo habían dejado.
Dejé atrás la zona, comencé a bajar y poco después de dejar atrás el bullicio de la zona de avituallamiento, lejos de escuchar de nuevo el sosegador silencio nocturno escucho... "¿guitarras eléctricas?"
Era difícil adivinar, el sonido iba y venía, como un eco distante, pero parecía que algo nos aguardaba más adelante...
La pendiente descendente no duró demasiado, pronto volvió a ser positiva (ergo, ascendente), y tuve que echar mano de los bastones de nuevo; el derecho, suavemente (lo que evitó la caída) se metió hacia adentro, y tuve que parar un momento para ajustarlo y apretarlo de nuevo (probablemente al pivotar en los giros se desablojó el bloqueo).
Justamente en ese momento un grupito de corredores en manga corta comenzaron a ascender, así que me pegué a ellos y comenzamos a ascender a buen ritmo.
Iba tan pendiente al camino como a su conversación, muy distendida y soltando chascarrillos los unos con los otros, por lo que agradecí su compañía para ascender por la empinada cuesta del primer kilómetro (no sabía si Santi y Matt habían salido antes o detrás, así que, salvo por ellos y los corredores que nos seguían, estaba "solo").
Por delante se veían varios frontales, pero todos bastante lejos; ya tampoco pasaba ningún corredor a gran ritmo, aunque alguno pedía paso por detrás de tanto en cuando.
Varios kilómetros se sucedieron tras la enorme pendiente del primero una vez dejamos atrás el punto de avituallamiento, todos cuesta arriba, pero, por suerte, no de forma tan empinada, e incluso con algunos tramos lisos intercalados entre cuesta y cuesta.
La música se iba haciendo más audible, pero no conseguía discernir instrumentos, melodías ni letras... era como un apagado clamor que el viento llevaba consigo.
El terreno ahora era más pedregoso, y alguna vez resbalé al apoyar los bastones, debido a que el terreno bajo ellos se resquebrajaba.
La corriente en época de lluvias debía ser muy fuerte, ya que había estrechas marcas profundamente horadadas allí donde debían haber discurrido corrientes de agua meses atrás, con las que había que andarse con ojo, ya que uno podía caer fácilmente en ellas.
Según se dispusieran, incluso era mejor avanzar dentro de ellas, ya que se eliminaba el riesgo de caída, aunque era difícil apoyar los bastones de ese modo, al estar el terreno a mis flancos mucho más elevado que el de mis pies.
Algunos corredores me adelantaron en la larga subida, entre ellos Santi y otro huarachero, pero yo iba a mi ritmo, esperando que pronto me adelantase Matt también.
Sin embargo, lo alcancé yo a él llegando a la cima del tramo, con un lejano pueblecito a la vista, del que parecía provenir la música, ahora más audible (sonaba "vivir vivir, de Marc Anthony", canción que oí en uno de los puestos de avituallamiento de la legión que tenía radio de los 101 kilómetros de Ronda, lo que me llenó de motivación).
Le pregunté que como iba, y me dijo que genial, aunque como llevaba un ritmo un poco superior al suyo en breve se me quedó atrás.
En la bajada, por vertiginosas rampas, me vine arriba, tarareando la canción en mi mente y fuera de ella, y bajando a gran velocidad... hasta que derrapé y me di de bruces contra el suelo...
Me dolió más en mi orgullo que en mi cuerpo, así que me puse rápidamente en pie y continué bajando, usando los palos como apoyo (los llevaba cogidos con la mano derecha, con la punta hacia delante, como Ramón me instruyó en los Pirineos y David me recordó en las primeras bajadas, hacía ya horas).
Segundos antes de la caída me veía hasta capaz de alcanzar de nuevo a David, ya que me acercaba cada vez más a los distantes huaracheros, pero mis Skechers, relativamente nuevas parecían tener más dificultad que sus Luna Sandals para ofrecerme tracción; tengo que probarlas en cuanto tenga ocasión.
Bajé bastante el ritmo, aunque me fui acercando poco a poco conforme llegamos al pueblecito.
En un arrebato de energía, espoleado por una nueva canción (Bailando, de Enrique Iglesias), probé a acelerar una vez más el paso, pero al derrapar y casi caer, multitud de pequeñas piedrecitas se me metieron por la parte trasera de la zapatilla; "nota mental: comprar polainas".
En la parte final del carril no noté tanta molestia, pero pronto llegó la carretera, y los pies me dolían muchísimo más que correr con minimalistas sobre rocas; infinitamente más.
"¿De qué sirve tanta protección una vez que las piedras no solo están bajo la suelo, sino entre ella y el pie?... con el poco hueco que tienen las "jodías" para entrar...
Ya en Dúdar decidí parar para quitarme las piedras de las zapatillas, ya que la combinación de asfalto y piedras estaba siendo letal para mis pies, completamente doloridos en cuestión de menos de un kilómetro.
Dejé los bastones apoyados en un poyete al lado de un pequeño puentecito y, con dificultad, me quité una de las zapatillas, y luego la otra; ya si comenzaba a notar algo de fatiga, y aún no había llegado a Quéntar, segundo punto de avituallamiento, iba a tener que tomarme las cosas con calma más adelante...
Mientras sacudía las zapatillas, levantando una nube de polvo y dejando caer decenas de pequeños guijarros (algunos no tan pequeños) escuché una voz que me llamaba "¿todo bien Andrés?"
Era Marco, del Club Atletismo Fuengirola; "sí, tan solo he parado para quitarme piedras de las zapatillas".
En mi mente anotaba otra razón para probar los huaraches, basta con sacudir los pies para liberarte de tan molesta carga durante una carrera.
Marco asintió tranquilo, esperando mientras acababa de calzarme y le preguntaba como iban Raúl y Ramón, nuestros otros dos compañeros de club en carrera.
Me dijo que se habían quedado bastante rezagados, así que él había decidido adelantarse un poco, justo cuando había dado conmigo.
Reanudando la marcha le comenté que creía que Matt me acababa de adelantar, aunque me extrañaba que no se hubiese parado a decirme algo (quizás, de haberme adelantado, no hubiese reparado en mi, agachado a la izquierda del camino).
Fuimos avanzando a la derecha del Río de Aguas Blancas, oscurecidas por la penumbra, mientras volvíamos a pisar sobre tierra y avanzábamos con cuidado de no engancharnos con las zarzas que crecían paralelas al río.
No sé si fue la breve parada, la caída pocos kilómetros atrás o el efecto de las piedras en las plantas de mis pies, pero noté como mi motivación caía en picado, me sentía más y más cansado, tenía hambre y me dolía un poco el estómago.
Sabía que el avituallamiento estaba cerca, pero al ver que retomábamos pendientes ascendentes sin tener el pueblo a vista todavía, decidí sacar una barrita de Powerbar al azar, dejándo que Marco pusiese un poco de tierra de por medio mientras me comía una de arándanos y dejaba las botellas de agua e isotónico casi vacías; en Quéntar llenaría una de sales, seguro que eso ayudaba.
Acabé de comer, guardé el envoltorio en el cortavientos (hasta el momento no había visto ningún envoltorio de gel o barrita en el suelo, y desde luego no pensaba ser yo el que dejase rastro alguno de mi paso en el ultra), y aceleré el paso para alcanzar a Marcos, que había bajado un poco el ritmo al ver que tardaba un poco.
Ya íbamos llegando a Quéntar, y recordé que en el briefing se nos había comentado que uno de los pueblos de paso estaba de verbena... ¡eso explicaba la música!
Al no saber de donde venía el misterio me azuzaba para llegar a donde quiera que estuviese su origen, pero ahora que ya lo sabía había perdido algo de su atractivo...
Volviendo al asfalto de nuevo comencé a encontrarme con más fuerzas, quizá por la energía de la barrita, por saber que estaba llegando al segundo avituallamiento o por la compañía de Marco, con quien iba charlando sobre la carrera pero aunque mis dolores musculares parecían mitigarse, el dolor de estómago se iba acrecentando...
De repente me di cuenta, de sopetón... "¿ya hemos pasado la primera media maratón?" mi ritmo no era en absoluto alto, iba con la marcha larga y las revoluciones bajas, conservador, ya que sabía que la verdadera carrera comenzaría en Güejar Sierra, pero este primer cuarto de la prueba se me había pasado en un suspiro...
Pasamos la Sport Ident Card por los detectores y eché un ojo a mi chuleta con el perfil de la prueba; en efecto, un cuarto de la prueba superado, con algo más de dos horas de margen con respecto al horario de cierre; un comienzo más que prometedor, aunque de Rubén, David, Santi, y Matt no había ni rastro aún.
Contento y de nuevo motivado, fui en busca de fruta y líquido con el que reponer energías y continuar la marcha.
El cortafuegos del amanecer
Quéntar, 06:06. Km 22,4.
Tras reponer en el avituallamiento, especialmente líquido, ya que había comido hacía poco, salí con Marco del mismo, pero rápidamente le dije que en breve le alcanzaría, ya que tenía que parar un momento.
El dolor de barriga era ya insoportable, y sabía a qué se debía, así que desenfundé el papel de combate, busqué un lugar algo apartado entre unos setos al margen del camino y me puse a maniobrar.
Las maniobras tardaron más de lo previsto (tardé poco más de un cuarto de hora en completar ese kilómetro), pero al volver del camino era otro.
Me encontraba genial, algo dolorido en las pantorrillas por la posición mantenida, pero fresco física y mentalmente.
Había perdido varias posiciones, pero eso me ayudó al recuperar al ritmo, ya que los corredores que ahora avanzaban por mi zona iban a un ritmo sensiblemente superior al que yo llevaba, por lo que iba adelantando puestos sin un especial esfuerzo... hasta que me topé con una pendiente del 30%...
Eché mano a los bastones para afrontar el primer tramo de subida, del que no se veía el final, justo cuando un GPS marcó una vuelta, estimando que a ese ritmo, tardaríamos 9 horas y media en acabar la prueba.
Pese a mi forzada parada iba a la par que ese corredor, así que me vine arriba... Eché un ojo al reloj y vi que llevábamos cerca de 3 horas y media... ¡hacer 13 horas sería un tiempazo!
Acometí la subida muy motivado inicialmente, pero el paso de los metros y algún resbalón me hicieron plantearme el ascenso más tranquilo; luego, a medio cortafuegos, incluso algunos corredores me pasaban.
Una pareja que me adelantó, muy poco a poco, señaló que ya estaba a punto de amanecer, y apagó sus frontales; miré al cielo sin pararme y vi que era cierto, el cielo, algo nuboso, presentaba un crisol de colores y comenzaba a intuirse el albor en la lejanía.
Sin embargo, dejé mi frontal encendido para ver bien donde pisaba, ya que, en el marcado como kilómetro 25 según mi GPS, hubo un fugaz tramo de frenética bajada, antes de retomar de nuevo el cortafuegos.
Otro grupito de atletas se me acercaba por detrás, me sonaba la voz, pero no sabía de qué... y a los pocos metros, al marcar su GPS otra vuelta, caí en la cuenta de que era el mismo que había a mi par en el inicio de la subida, solo que esta vez, en lugar de motivarme, el GPS me hundió... "...ritmo estimado para completar la prueba... 19 horas, 15 minutos...".
Menos mal que estábamos en subida, y habíamos completado ya la más brusca si el perfil de la prueba no mentía.
Aun así me encontraba lento, a este paso vería sin dificultad ninguna antes de coronar el Alto de los Jarales...
Finalmente no fue así, aunque al llegar a la cumbre quedaba ya poquito y decidí apagar el frontal.
Las vistas eran increíbles, si hubiese tenido aliento, me habría quedado sin el al contemplarlas... un amanecer precioso, rodeado de montañas en 360º y yo, no en el punto más elevado, pero si en uno lo suficientemente elevado para permitirme apreciar las distantes cumbres... fue un momento mágico.
Prácticamente una hora eché en el cortafuegos, avanzando paso a paso, vigilando cada apoyo, controlando la respiración, bebiendo a pequeños buches cuando se me secaba la garganta del esfuerzo... pero había valido la pena.
No obstante, estaba bastante machacado, y mis piernas no reaccionaban al llegar a la cima, así que, pese a tener el desnivel a favor, recorrí más de una centena de metros andando antes de echar a trotar.
En ese espacio de tiempo aproveché para estabilizar mi pulso y respiración, escribir a Mayte, mi pareja, y mi madre, diciéndoles que estaba bien y contactaría con ellas en los próximos avituallamientos, y tratar de tomar una fotografía, pero mi cámara se negaba a reaccionar.
Las pantallas de mis dos móviles, además, estaban ralladas, posiblemente se darían algún golpe entre sí o con algo en algún momento; me sentí impotente por no poder inmortalizar el momento, pero el smartphone se me había quedado bloqueado (y tenía poca batería ya) y la cámara daba error de objetivo (a día de hoy no he podido arreglarla todavía).
Intenté grabar en mi retina cada kilómetro de la imagen que tenía ante mi y comencé a trotar, suave, mientras una pareja que avanzaba discutiendo en portugués me adelantaba.
Intenté ponerme a su ritmo, sin éxito, pero al menos el intento me sirvió para terminar de arrancar y comenzar a trotar colina abajo.
De repente, noté un toquecito en el hombro; "¡Matt!" Ahí estaba, sonriente, preguntándome que qué tal todo.
Pese a llevar un monólogo interior conmigo mismo sin saber muy bien por qué, se me trabó un poco la lengua al responderle, debido a la sorpresa y el cansancio posiblemente, pero al final nos entendimos.
Le pregunté que donde había estado, ya que pensaba que se encontraría muy por delante de mí, pero me dijo que no, que fui yo el que le adelantó.
Me dijo que el amanecer estaba transmitiéndole energía positiva, y que estaba cargando las pilas; me alegré mucho, ya que se le notaba solo con verlo, pero yo por mi parte me notaba más flojo que durante la noche, al igual que me pasó en el Andorra Ultra Trail Vallnord Mític, ya que en mi caso, al correr de noche, agudizo los sentidos y voy más concentrado.
Apreté el paso para no obstaculizarle, pero me dijo que iba bien detrás de mi, que no le molestaba.
Pegué un par de resbalones e incluso me caí de lado en una de las bajadas, por un mal apoyo simultáneo del antepié y el bastón izquierdo, pero me recuperé rápidamente y seguí bajando, ignorando a los compañeros que seguían a Matt y me decían que parase un segundo por si me había hecho daño.
Obviamente si, pero nada que no pudiese soportar; sin embargo, poco más adelante si que caí bien, al engancharme con unas zarzas y caer de culo sobre un par de ellas.
La malla se dañó un poco, pero las púas no llegaron a atravesarla, aunque en este caso, si que tuve que parar, además de necesitar la ayuda de Matt para levantarme.
Se ve que o al caer o al incorporarme me pinché también en uno de los pies (la fina membrana de las Skechers Go Bionic Trail no me protegieron en esta ocasión), y, notando una fuerte punzada en el pulgar derecho, tuve que parar un momento para ver qué me provocaba el dolor.
La respuesta, una gran púa que había atravesado calzado, calcetín y piel, dejando un pequeño cerco de sangre en el calcetín y una sensación de escozor bastante puñetera en mi dedo.
Aproveché para sacar tierra y piedrecitas de la zapatilla, e hice lo mismo con la izquierda; ya que tenía que parar, mejor aprovechar la parada.
Para cuando retomé la marcha no veía a Matt por ningún lado (le insistí en que no me esperase), pero, en vista de que ahora el terreno era más llano y nada técnico, apreté el paso y pronto lo tuve a la vista.
Dejando atrás el camino llegamos a una carretera, por la que avanzaban andando varios atletas que iban por delante de mí.
Pensé que era una tontería, ya que la pendiente no era muy elevada, pero el falso llano me doblegó finalmente a mi también y tuve que echar a andar, comenzando a notar pesadez muscular.
Resolví que tomaría un segundo sobrecito con sales en el próximo avituallamiento, cerca ya, según mi chuleta, ya que llevaba casi 5 horas de carrera y creía que me vendría bien.
A lo lejos comencé a ver el avituallamiento, así que eché a trotar, despacito, hasta que llegué a la entrada del mismo.
Pasé la Sport Ident Card y decidí ajustarme el cortavientos para que me cubriese ambas manos, ponerme una braga y cerrarme el cortavientos.
Las caídas me habían dejado un poco tocado y la parada y el tramo andando me habían enfriado bastante, necesitaba entrar en calor; por suerte, el astro rey no tardaría en hacer su aparición estelar.
Un "pique" astronómico
Tras reponer en el avituallamiento, especialmente líquido, ya que había comido hacía poco, salí con Marco del mismo, pero rápidamente le dije que en breve le alcanzaría, ya que tenía que parar un momento.
El dolor de barriga era ya insoportable, y sabía a qué se debía, así que desenfundé el papel de combate, busqué un lugar algo apartado entre unos setos al margen del camino y me puse a maniobrar.
Las maniobras tardaron más de lo previsto (tardé poco más de un cuarto de hora en completar ese kilómetro), pero al volver del camino era otro.
Me encontraba genial, algo dolorido en las pantorrillas por la posición mantenida, pero fresco física y mentalmente.
Había perdido varias posiciones, pero eso me ayudó al recuperar al ritmo, ya que los corredores que ahora avanzaban por mi zona iban a un ritmo sensiblemente superior al que yo llevaba, por lo que iba adelantando puestos sin un especial esfuerzo... hasta que me topé con una pendiente del 30%...
Eché mano a los bastones para afrontar el primer tramo de subida, del que no se veía el final, justo cuando un GPS marcó una vuelta, estimando que a ese ritmo, tardaríamos 9 horas y media en acabar la prueba.
Pese a mi forzada parada iba a la par que ese corredor, así que me vine arriba... Eché un ojo al reloj y vi que llevábamos cerca de 3 horas y media... ¡hacer 13 horas sería un tiempazo!
Acometí la subida muy motivado inicialmente, pero el paso de los metros y algún resbalón me hicieron plantearme el ascenso más tranquilo; luego, a medio cortafuegos, incluso algunos corredores me pasaban.
Una pareja que me adelantó, muy poco a poco, señaló que ya estaba a punto de amanecer, y apagó sus frontales; miré al cielo sin pararme y vi que era cierto, el cielo, algo nuboso, presentaba un crisol de colores y comenzaba a intuirse el albor en la lejanía.
Sin embargo, dejé mi frontal encendido para ver bien donde pisaba, ya que, en el marcado como kilómetro 25 según mi GPS, hubo un fugaz tramo de frenética bajada, antes de retomar de nuevo el cortafuegos.
Otro grupito de atletas se me acercaba por detrás, me sonaba la voz, pero no sabía de qué... y a los pocos metros, al marcar su GPS otra vuelta, caí en la cuenta de que era el mismo que había a mi par en el inicio de la subida, solo que esta vez, en lugar de motivarme, el GPS me hundió... "...ritmo estimado para completar la prueba... 19 horas, 15 minutos...".
Menos mal que estábamos en subida, y habíamos completado ya la más brusca si el perfil de la prueba no mentía.
Aun así me encontraba lento, a este paso vería sin dificultad ninguna antes de coronar el Alto de los Jarales...
Finalmente no fue así, aunque al llegar a la cumbre quedaba ya poquito y decidí apagar el frontal.
Las vistas eran increíbles, si hubiese tenido aliento, me habría quedado sin el al contemplarlas... un amanecer precioso, rodeado de montañas en 360º y yo, no en el punto más elevado, pero si en uno lo suficientemente elevado para permitirme apreciar las distantes cumbres... fue un momento mágico.
Prácticamente una hora eché en el cortafuegos, avanzando paso a paso, vigilando cada apoyo, controlando la respiración, bebiendo a pequeños buches cuando se me secaba la garganta del esfuerzo... pero había valido la pena.
No obstante, estaba bastante machacado, y mis piernas no reaccionaban al llegar a la cima, así que, pese a tener el desnivel a favor, recorrí más de una centena de metros andando antes de echar a trotar.
En ese espacio de tiempo aproveché para estabilizar mi pulso y respiración, escribir a Mayte, mi pareja, y mi madre, diciéndoles que estaba bien y contactaría con ellas en los próximos avituallamientos, y tratar de tomar una fotografía, pero mi cámara se negaba a reaccionar.
Las pantallas de mis dos móviles, además, estaban ralladas, posiblemente se darían algún golpe entre sí o con algo en algún momento; me sentí impotente por no poder inmortalizar el momento, pero el smartphone se me había quedado bloqueado (y tenía poca batería ya) y la cámara daba error de objetivo (a día de hoy no he podido arreglarla todavía).
Intenté grabar en mi retina cada kilómetro de la imagen que tenía ante mi y comencé a trotar, suave, mientras una pareja que avanzaba discutiendo en portugués me adelantaba.
Intenté ponerme a su ritmo, sin éxito, pero al menos el intento me sirvió para terminar de arrancar y comenzar a trotar colina abajo.
De repente, noté un toquecito en el hombro; "¡Matt!" Ahí estaba, sonriente, preguntándome que qué tal todo.
Pese a llevar un monólogo interior conmigo mismo sin saber muy bien por qué, se me trabó un poco la lengua al responderle, debido a la sorpresa y el cansancio posiblemente, pero al final nos entendimos.
Le pregunté que donde había estado, ya que pensaba que se encontraría muy por delante de mí, pero me dijo que no, que fui yo el que le adelantó.
Me dijo que el amanecer estaba transmitiéndole energía positiva, y que estaba cargando las pilas; me alegré mucho, ya que se le notaba solo con verlo, pero yo por mi parte me notaba más flojo que durante la noche, al igual que me pasó en el Andorra Ultra Trail Vallnord Mític, ya que en mi caso, al correr de noche, agudizo los sentidos y voy más concentrado.
Apreté el paso para no obstaculizarle, pero me dijo que iba bien detrás de mi, que no le molestaba.
Pegué un par de resbalones e incluso me caí de lado en una de las bajadas, por un mal apoyo simultáneo del antepié y el bastón izquierdo, pero me recuperé rápidamente y seguí bajando, ignorando a los compañeros que seguían a Matt y me decían que parase un segundo por si me había hecho daño.
Obviamente si, pero nada que no pudiese soportar; sin embargo, poco más adelante si que caí bien, al engancharme con unas zarzas y caer de culo sobre un par de ellas.
La malla se dañó un poco, pero las púas no llegaron a atravesarla, aunque en este caso, si que tuve que parar, además de necesitar la ayuda de Matt para levantarme.
Se ve que o al caer o al incorporarme me pinché también en uno de los pies (la fina membrana de las Skechers Go Bionic Trail no me protegieron en esta ocasión), y, notando una fuerte punzada en el pulgar derecho, tuve que parar un momento para ver qué me provocaba el dolor.
La respuesta, una gran púa que había atravesado calzado, calcetín y piel, dejando un pequeño cerco de sangre en el calcetín y una sensación de escozor bastante puñetera en mi dedo.
Aproveché para sacar tierra y piedrecitas de la zapatilla, e hice lo mismo con la izquierda; ya que tenía que parar, mejor aprovechar la parada.
Para cuando retomé la marcha no veía a Matt por ningún lado (le insistí en que no me esperase), pero, en vista de que ahora el terreno era más llano y nada técnico, apreté el paso y pronto lo tuve a la vista.
Dejando atrás el camino llegamos a una carretera, por la que avanzaban andando varios atletas que iban por delante de mí.
Pensé que era una tontería, ya que la pendiente no era muy elevada, pero el falso llano me doblegó finalmente a mi también y tuve que echar a andar, comenzando a notar pesadez muscular.
Resolví que tomaría un segundo sobrecito con sales en el próximo avituallamiento, cerca ya, según mi chuleta, ya que llevaba casi 5 horas de carrera y creía que me vendría bien.
A lo lejos comencé a ver el avituallamiento, así que eché a trotar, despacito, hasta que llegué a la entrada del mismo.
Pasé la Sport Ident Card y decidí ajustarme el cortavientos para que me cubriese ambas manos, ponerme una braga y cerrarme el cortavientos.
Las caídas me habían dejado un poco tocado y la parada y el tramo andando me habían enfriado bastante, necesitaba entrar en calor; por suerte, el astro rey no tardaría en hacer su aparición estelar.
Un "pique" astronómico
Fuente de la Teja, 08:08. Km 31,7.
Había decidido que lo primero sería recuperar sales, así que, tras saludar a Matt, que tras una fugaz parada volvía a la marcha, llené uno de los botellines, disolví en él las sales y fui bebiendo poco a poco.
Notaba los músculos comenzando a montarse en mis piernas, así que me tomé con calma la parada, tomando bastante fruta, agua e isotónico, y reponiendo a tope las reservas antes de dejar el avituallamiento, ya que con la salida del sol necesitaría un aporte extra de líquidos.
Dejé el avituallamiento helado, y como animado con la perspectiva de la subida que mi chuleta del perfil mostraba a continuación, pero al menos me consolaba pensando que no podía ser peor que la subida que me había llevado hasta allí.
La llegada del día me estaba dejando flojito de fuerzas, pero decidí que una vez que coronase el Alto del Calar volvería a trotar primero y luego a correr; Tras cerca de 8 horas y cuarto de carrera, eso de pensar en trotar (de correr ni digamos) cuesta arriba no era factible, al menos, para mí.
Salí andando del punto de avituallamiento y andando llegué de nuevo a la zona de tierra donde comenzaba la subida, kilómetro 32, habiendo tardado, según el GPS, algo más de 20 minutos en recorrer el último tramo de 500 metros (parada incluida, eso sí).
Comienzo a caminar a pasos largos, apoyándome en los bastones con fuerza, pero me veo obligado inicialmente a recortar la zancada ya que me duele aún el pinchazo de la púa en el pie y comienza a cogérseme el gemelo izquierdo al cambiar la forma de apoyar para evitar el dolor al pisar.
Doy pasos más cortitos, comienzan a pasarme corredores, pero voy entrando en calor.
Kilómetro 33; he tardado 13:37 en recorrer el primer tramo de subida, con 134 metros de ascenso según el Strava.
Me voy animando, al ir tranquilo y a mi ritmo puedo ir ojeando el móvil kilómetro a kilómetro, aprovechando para tomar unos segundos de descanso (la batería comienza a agonizar, así que al menos espero motivarme restando kilómetros mientras pueda contabilizarlos).
El camino serpentea, ascendemos en zigzag, y comienzo a entrar en calor (ya no tengo frío), pero sigo sin poder ampliar la zancada, lo que me frustra, ya que veo que pierdo ritmo en una zona en la que podría ir más rápido.
He bebido y comido bastante (en un ultra "demasiado" es un nivel raramente alcanzable), así que tengo que parar para orinar, y decido afrontar con fuerza el siguiente tramo, intentando adelantar a un corredor con una camiseta de una prueba de fondo del circuito de Granada que llevo cerca.
Kilómetro 34; 16:39 en 175 metros de ascenso en este kilómetro.
Ya me he abierto de nuevo el cortavientos, aunque me lo dejo remangado (todavía no he vuelto a sudar), noto que la molestia en el gemelo va remitiendo y alcanzo y dejo atrás al corredor que me había fijado como objetivo.
No sé cuanto quedará de ascenso, pero no soy capaz de discernir dónde acaba la subida, ya que mire a donde mire me parece ver corredores ascendiendo en hilera.
De hecho, parece que tras la montaña hay más luz... veremos quien gana en el ascenso, el sol... o yo...
Kilómetro 35; 17:03 en 123 metros de ascenso, algo más técnico y con un par de tropiezos con los bastones, que tengo que ajustar para continuar con seguridad.
Ya estoy remangado también, sudando profusamente, y con el botellín de agua a media capacidad y el de isotónico con un triste cuarto únicamente.
También noto un poco de hambre, mi reloj biológico me reclama desayunar, así que me tomo una golosina con maltodextrina antes de lo previsto, en espera de aguantar hasta Güejar Sierra para desayunar.
Ya no me pasan corredores, aunque los que me anteceden van cada vez más lejos... me encuentro en un punto de inflexión dentro del pelotón, y parece que voy a acabar aislado...
Kilómetro 36; 12:16, he tardado más de una hora, pero por fin corono el Alto del Calar, y con bastante ventaja ante el astro rey, que ya ilumina toda la falda de la montaña hasta donde la vista alcanza y continúa elevándose en el cielo, que por fin comienza a ser azul (durante el amanecer lucía un baile de tonos claros y oscuros, con puntos anaranjados, otros azules claros, otros oscuros...).
Aprovecho en la cima para comunicar a Mayte y mis familiares como voy, y decido aprovechar la parada y el 23% de batería para echar una foto con el móvil, ya que la cámara continúa en rigor mortis y el objetivo no reacciona.
Llegué en muchísimo mejor humor y ánimo al Alto del Calar que a la subida previa al mismo, y comencé a bajar trotando con cuidado de no tropezarme, ya que tenía las piernas muy pesadas y me costaba levantar los pies del suelo, impactando con pequeñas piedras cada dos por tres.
Los bastones me ayudaron más de lo que pensaba en la bajada, ya que podía alternar un apoyo extra cada 3-4 zancadas, dándome seguridad.
Mientras bajaba, con la vista fija en el suelo y totalmente concentrado (ya lo de mirar el móvil y descansar cada vez que recorriese un kilómetro quedaba totalmente descartado), comencé a escuchar un ruido lejano, agudo, que no conseguía identificar.
Avanzaba mirando el terreno a una decena de metros por delante mía y bajo mis pies, pero sin levantar la vista del sendero, hasta que, cuando la pendiente se equilibraba brevemente en un giro a la derecha, me topé de golpe con una muchacha y dos niñas.
Ellas eran las "culpables" del ruido, animando a todos los corredores que bajaban, probablemente proferían mensajes de ánimo de los que si quiera me percaté mientras bajaba, pero ahora, mientras pasaba la Sport Ident Card continuaban animándome, así como a una pareja de corredores que bajaba a buen ritmo.
Me puse de objetivo no ser adelantado hasta llegar a Güejar Sierra, bebí agua y me puse en marcha de nuevo.
La pendiente era implacable, descendiente, pero bastante dura, y mis pesadas piernas me provocaban resbalar cada pocas decenas de metros.
Comenzaba a oír pisadas cercanas, así que apreté un poco el paso y me giré fugazmente para ver si era la pareja de corredores.
Al girarme, antes de nada, vi una amplia zona de monte reducida a cenizas, donde un triste tronco alzaba sus chamuscadas ramas al cielo, como pidiendo clemencia; es una pena que ni una zona tan protegida y valiosa como Sierra Nevada se libre de los incendios...
El protagonista de los pasos no era la pareja, sino un corredor con camiseta roja de manga corta que bajaba como una exhalación, por lo que me aparté del camino para dejarle paso, lo que me agradeció con una inclinación de cabeza al ponerse a mi altura (bajaba asfixiado).
Me puse tras él, bajando mientras lo observaba perderse en la distancia.
Según mi GPS rondaba un ritmo de entre 7:00 y 8:00 minutos por kilómetro (3:30-4:00 en cada tramo de 500 metros), lento, y más para ser bajada, pero iba reteniéndome para no tropezar.
Llegué a una zona embarrada, y calculé cuidadosamente mi próximo paso, tanteando con los bastones la profundidad y compacidad del terreno, pero aun así se me hundió el pie derecho más de lo esperado, resbalé y salieron volando bastones y frontal.
Me quedé un poco aturdido, no sabía como había caído, pero tenía barro en el buff que me cubría la cabeza y los codos, aunque no me había hecho daño, ya que el barro había amortiguado el golpe.
Uno de los bastones se quedó a punto de caer colina abajo, pero aguantó milagrosamente, el otro estaba a mi derecha, y el frontal a mis pies, lleno de barro.
Paré para limpiarlo, así como las empuñaduras de los bastones, le quité las pilas al frontal y, más ligero, me lo coloqué en la cabeza.
Justo en ese momento escuché una voz que me preguntaba que si estaba bien, y le dije que sí, pero que había dado de cabeza contra el suelo, que tuviese cuidado con el barro.
Las primeras zancadas tras la caída fueron un poco inestable, me notaba un poco mareado, quizás por levantarme de golpe, y el corredor rápidamente se puso a mi lado.
Tras insistir en si me encontraba bien un par de veces, le dejé paso y siguió hacia adelante, aunque tras unos 500-600 metros le volví a dar alcance.
Llegando a Güejar Sierra le deje atrás, lo que me dio ánimos para acelerar el paso (ya me iba encontrando mejor), y al ver a un fotógrafo apostado en el margen derecho del camino, ya bastante más llano y casi sin obstáculos, me vino arriba.
Pasé corriendo, ya con los bastones en mano, y saludándolo con un efusivo "¡¡Buenos días!!" al pasar a su lado.
A lo lejos comencé a divisar un corredor al que no me sonaba que me hubiese adelantado, y apreté el paso "a ver si lo pillo antes de llegar al avituallamiento..."
Llegamos de nuevo a terreno asfaltado, marcando la entrada a Güejar Sierra, pero como no sabía cuando callejearíamos hasta llegar al polideportivo no quise confiarme, aunque dejé atrás a ese corredor y a otro de los que me había adelantado en la bajada tras el Alto del Calar.
Escuchaba pasos cercanos, posiblemente de alguno de los corredores a los que acababa de alcanzar, pero no quería que me recuperasen la posición, así que seguí a paso firme, rondando 5 minutos por kilómetro por primera vez desde que dejé atrás Quéntar y la primera media maratón.
Había poco público, pero animaba con ganas, y al pasar por una zona con varias cafeterías me llevé aplausos de los lugareños que se encontraban desayunando en ese momento.
De repente toda la pesadez en mis piernas desapareció, me sentía fuerte, rápido, lleno de motivación.
Divisé a lo lejos a un montón de corredores con dorsal paseando, y a lo lejos, el Polideportivo.
Se me hizo raro que hubiese tantos corredores "parados", pero no le di más importancia, y tras preguntar por donde se entraba al polideportivo, accedí a él, a sprint; Acababa de completar la primera mitad de la prueba, ¡A desayunarse la segunda!
El ferrocarril de la Sierra
Había decidido que lo primero sería recuperar sales, así que, tras saludar a Matt, que tras una fugaz parada volvía a la marcha, llené uno de los botellines, disolví en él las sales y fui bebiendo poco a poco.
Notaba los músculos comenzando a montarse en mis piernas, así que me tomé con calma la parada, tomando bastante fruta, agua e isotónico, y reponiendo a tope las reservas antes de dejar el avituallamiento, ya que con la salida del sol necesitaría un aporte extra de líquidos.
Dejé el avituallamiento helado, y como animado con la perspectiva de la subida que mi chuleta del perfil mostraba a continuación, pero al menos me consolaba pensando que no podía ser peor que la subida que me había llevado hasta allí.
La llegada del día me estaba dejando flojito de fuerzas, pero decidí que una vez que coronase el Alto del Calar volvería a trotar primero y luego a correr; Tras cerca de 8 horas y cuarto de carrera, eso de pensar en trotar (de correr ni digamos) cuesta arriba no era factible, al menos, para mí.
Salí andando del punto de avituallamiento y andando llegué de nuevo a la zona de tierra donde comenzaba la subida, kilómetro 32, habiendo tardado, según el GPS, algo más de 20 minutos en recorrer el último tramo de 500 metros (parada incluida, eso sí).
Comienzo a caminar a pasos largos, apoyándome en los bastones con fuerza, pero me veo obligado inicialmente a recortar la zancada ya que me duele aún el pinchazo de la púa en el pie y comienza a cogérseme el gemelo izquierdo al cambiar la forma de apoyar para evitar el dolor al pisar.
Doy pasos más cortitos, comienzan a pasarme corredores, pero voy entrando en calor.
Kilómetro 33; he tardado 13:37 en recorrer el primer tramo de subida, con 134 metros de ascenso según el Strava.
Me voy animando, al ir tranquilo y a mi ritmo puedo ir ojeando el móvil kilómetro a kilómetro, aprovechando para tomar unos segundos de descanso (la batería comienza a agonizar, así que al menos espero motivarme restando kilómetros mientras pueda contabilizarlos).
El camino serpentea, ascendemos en zigzag, y comienzo a entrar en calor (ya no tengo frío), pero sigo sin poder ampliar la zancada, lo que me frustra, ya que veo que pierdo ritmo en una zona en la que podría ir más rápido.
He bebido y comido bastante (en un ultra "demasiado" es un nivel raramente alcanzable), así que tengo que parar para orinar, y decido afrontar con fuerza el siguiente tramo, intentando adelantar a un corredor con una camiseta de una prueba de fondo del circuito de Granada que llevo cerca.
Kilómetro 34; 16:39 en 175 metros de ascenso en este kilómetro.
Ya me he abierto de nuevo el cortavientos, aunque me lo dejo remangado (todavía no he vuelto a sudar), noto que la molestia en el gemelo va remitiendo y alcanzo y dejo atrás al corredor que me había fijado como objetivo.
No sé cuanto quedará de ascenso, pero no soy capaz de discernir dónde acaba la subida, ya que mire a donde mire me parece ver corredores ascendiendo en hilera.
De hecho, parece que tras la montaña hay más luz... veremos quien gana en el ascenso, el sol... o yo...
Kilómetro 35; 17:03 en 123 metros de ascenso, algo más técnico y con un par de tropiezos con los bastones, que tengo que ajustar para continuar con seguridad.
Ya estoy remangado también, sudando profusamente, y con el botellín de agua a media capacidad y el de isotónico con un triste cuarto únicamente.
También noto un poco de hambre, mi reloj biológico me reclama desayunar, así que me tomo una golosina con maltodextrina antes de lo previsto, en espera de aguantar hasta Güejar Sierra para desayunar.
Ya no me pasan corredores, aunque los que me anteceden van cada vez más lejos... me encuentro en un punto de inflexión dentro del pelotón, y parece que voy a acabar aislado...
Kilómetro 36; 12:16, he tardado más de una hora, pero por fin corono el Alto del Calar, y con bastante ventaja ante el astro rey, que ya ilumina toda la falda de la montaña hasta donde la vista alcanza y continúa elevándose en el cielo, que por fin comienza a ser azul (durante el amanecer lucía un baile de tonos claros y oscuros, con puntos anaranjados, otros azules claros, otros oscuros...).
Aprovecho en la cima para comunicar a Mayte y mis familiares como voy, y decido aprovechar la parada y el 23% de batería para echar una foto con el móvil, ya que la cámara continúa en rigor mortis y el objetivo no reacciona.
Llegué en muchísimo mejor humor y ánimo al Alto del Calar que a la subida previa al mismo, y comencé a bajar trotando con cuidado de no tropezarme, ya que tenía las piernas muy pesadas y me costaba levantar los pies del suelo, impactando con pequeñas piedras cada dos por tres.
Los bastones me ayudaron más de lo que pensaba en la bajada, ya que podía alternar un apoyo extra cada 3-4 zancadas, dándome seguridad.
Mientras bajaba, con la vista fija en el suelo y totalmente concentrado (ya lo de mirar el móvil y descansar cada vez que recorriese un kilómetro quedaba totalmente descartado), comencé a escuchar un ruido lejano, agudo, que no conseguía identificar.
Avanzaba mirando el terreno a una decena de metros por delante mía y bajo mis pies, pero sin levantar la vista del sendero, hasta que, cuando la pendiente se equilibraba brevemente en un giro a la derecha, me topé de golpe con una muchacha y dos niñas.
Ellas eran las "culpables" del ruido, animando a todos los corredores que bajaban, probablemente proferían mensajes de ánimo de los que si quiera me percaté mientras bajaba, pero ahora, mientras pasaba la Sport Ident Card continuaban animándome, así como a una pareja de corredores que bajaba a buen ritmo.
Me puse de objetivo no ser adelantado hasta llegar a Güejar Sierra, bebí agua y me puse en marcha de nuevo.
La pendiente era implacable, descendiente, pero bastante dura, y mis pesadas piernas me provocaban resbalar cada pocas decenas de metros.
Comenzaba a oír pisadas cercanas, así que apreté un poco el paso y me giré fugazmente para ver si era la pareja de corredores.
Al girarme, antes de nada, vi una amplia zona de monte reducida a cenizas, donde un triste tronco alzaba sus chamuscadas ramas al cielo, como pidiendo clemencia; es una pena que ni una zona tan protegida y valiosa como Sierra Nevada se libre de los incendios...
El protagonista de los pasos no era la pareja, sino un corredor con camiseta roja de manga corta que bajaba como una exhalación, por lo que me aparté del camino para dejarle paso, lo que me agradeció con una inclinación de cabeza al ponerse a mi altura (bajaba asfixiado).
Me puse tras él, bajando mientras lo observaba perderse en la distancia.
Según mi GPS rondaba un ritmo de entre 7:00 y 8:00 minutos por kilómetro (3:30-4:00 en cada tramo de 500 metros), lento, y más para ser bajada, pero iba reteniéndome para no tropezar.
Llegué a una zona embarrada, y calculé cuidadosamente mi próximo paso, tanteando con los bastones la profundidad y compacidad del terreno, pero aun así se me hundió el pie derecho más de lo esperado, resbalé y salieron volando bastones y frontal.
Me quedé un poco aturdido, no sabía como había caído, pero tenía barro en el buff que me cubría la cabeza y los codos, aunque no me había hecho daño, ya que el barro había amortiguado el golpe.
Uno de los bastones se quedó a punto de caer colina abajo, pero aguantó milagrosamente, el otro estaba a mi derecha, y el frontal a mis pies, lleno de barro.
Paré para limpiarlo, así como las empuñaduras de los bastones, le quité las pilas al frontal y, más ligero, me lo coloqué en la cabeza.
Justo en ese momento escuché una voz que me preguntaba que si estaba bien, y le dije que sí, pero que había dado de cabeza contra el suelo, que tuviese cuidado con el barro.
Las primeras zancadas tras la caída fueron un poco inestable, me notaba un poco mareado, quizás por levantarme de golpe, y el corredor rápidamente se puso a mi lado.
Tras insistir en si me encontraba bien un par de veces, le dejé paso y siguió hacia adelante, aunque tras unos 500-600 metros le volví a dar alcance.
Llegando a Güejar Sierra le deje atrás, lo que me dio ánimos para acelerar el paso (ya me iba encontrando mejor), y al ver a un fotógrafo apostado en el margen derecho del camino, ya bastante más llano y casi sin obstáculos, me vino arriba.
Pasé corriendo, ya con los bastones en mano, y saludándolo con un efusivo "¡¡Buenos días!!" al pasar a su lado.
A lo lejos comencé a divisar un corredor al que no me sonaba que me hubiese adelantado, y apreté el paso "a ver si lo pillo antes de llegar al avituallamiento..."
Llegamos de nuevo a terreno asfaltado, marcando la entrada a Güejar Sierra, pero como no sabía cuando callejearíamos hasta llegar al polideportivo no quise confiarme, aunque dejé atrás a ese corredor y a otro de los que me había adelantado en la bajada tras el Alto del Calar.
Escuchaba pasos cercanos, posiblemente de alguno de los corredores a los que acababa de alcanzar, pero no quería que me recuperasen la posición, así que seguí a paso firme, rondando 5 minutos por kilómetro por primera vez desde que dejé atrás Quéntar y la primera media maratón.
Había poco público, pero animaba con ganas, y al pasar por una zona con varias cafeterías me llevé aplausos de los lugareños que se encontraban desayunando en ese momento.
De repente toda la pesadez en mis piernas desapareció, me sentía fuerte, rápido, lleno de motivación.
Divisé a lo lejos a un montón de corredores con dorsal paseando, y a lo lejos, el Polideportivo.
Se me hizo raro que hubiese tantos corredores "parados", pero no le di más importancia, y tras preguntar por donde se entraba al polideportivo, accedí a él, a sprint; Acababa de completar la primera mitad de la prueba, ¡A desayunarse la segunda!
El ferrocarril de la Sierra
Güejar Sierra, 10:34. Km 43,2.
Tras "picar" la Sport Ident Card, llegar al avituallamiento y devolverle el saludo a un par de voluntarios me sorprendí de la cantidad de corredores que había dentro del polideportivo, ¡casi más que fuera!
Observé que una voluntaria animaba a todo aquel que pasaba con energía tras una de las mesas, y reconocí a Mari Trini, así que me acerqué a saludar.
En el momento no me reconoció del todo, pero tras decirle que fui el primer corredor en llegar a la zona de salida junto con Rubén, y para más seña, el que estuvo hablando con Camille, me reconoció.
Me preguntó como iba y me transmitió mucha energía, no la quise entretener porque llegaban más corredores, pero me alegró verla.
Pedí un café con ginseng (buenísimo), cogí mucha fruta, algunas rodajas de tomate e incluso probé las galletas, pero me costaba procesar la comida y se me formó una masa pastosa en la boca, así que volví a la fruta.
Me comí también una Powerbar de chocolate, bebí hasta la saciedad y un poco más (la última vez que paré a orinar el pis fue algo amarillento tras una noche orinando clarito), recargué los botellines de agua e isotónica y recuperé la marcha, tras avisar de mi paso por el ecuador de la prueba a Mayte y mi familia.
En la salida del polideportivo vi que faltaban tres minutos para las 11 de la mañana... consulté la chuleta; 2 horas y 20 minutos de ventaja con respecto al cierre de la prueba.
¡Me vine arriba! en el primer avituallamiento, Cerro del Sol, saqué una hora de ventaja al tiempo límite de paso, en Quéntar otra hora, y en la Fuente del Sol la ventaja se redujo a 15 minutos en ese tramo (2:15 minutos de ventaja con respecto al cierre del paso en 32 kilómetros).
Había salido de la Fuente del Sol machacado, pero el corredor que llegó a la cima no tenía nada que ver con el corredor que inició ese ascenso, salvo la ropa...
Aun así, fui con precaución en la bajada, especialmente en el tramo siguiente a la caída en la zona embarrada, por lo que pensaba que, por primera vez en un tramo, no solo no sacaría ventaja al tiempo de paso, sino que la perdería.
Sin embargo, pese a los percances y la parada en el polideportivo, salía con una ventaja de 5 minutos con respecto al cierre de los tiempos de paso de la prueba.
En la salida del pueblo, con la pendiente a favor, volví a rodar rápido, pero cuando la pendiente comenzó a picar para arriba no tuve más remedio que echar a andar tras un buen tramo trotando.
La zona era preciosa, pasé un túnel, había un tramo con vías férreas acotadas, el rumor del río resonaba en la montaña, oculto por la vegetación...
Con el astro rey observándome desde las alturas, decidí caminar por los tramos situados a la sombra, y mientras trataba de decidir si la corriente del río seguía el mismo curso que el camino que yo seguía o no, vi un cartel enorme que hablaba sobre el tranvía de la Sierra.
Acto seguido comencé a oír pasos frenéticos, desembocados, y al girarme, ¡vi a un corredor que por poco no me arranca el dorsal del pecho con la ráfaga de aire que levantó!
"Ese si que ha recuperado bien en Güejar", pensé, y al momento escuché de nuevo un montón de pasos apresurados, momento en el que fui pasado por un grupo de unos 4 corredores, que pasaron como alma que lleva el diablo.
"Sí que debo ir atrás, o mal, si me pasan así..."
Vi a lo lejos a un corredor que avanzaba andando y acababa de colgar su teléfono móvil, así que eché a trotar para ponerme a su lado.
-Yo: "Sí que van fuerte éstos, ¿eh? esto es un ferrocarril, y no el tranvía de la Sierra..."
-Corredor del móvil: "Ya te digo, ¡que ritmazo!"
-Yo: "¿Tú también haces la larga?"
-Corredor del móvil: "no, no, dios me libre, la media ¿tu sí?"
-Yo: "sí, ahí vamos, poquito a poco, paso a paso"
-Corredor del móvil: "¡pues mucho ánimo!"
Me dio por pensar que quizá esos corredores habían parado más tiempo en Güejar al tener "sólo" 30 kilómetros más por delante, pero mientras divagaba sobre la idea comenzaron a adelantarme un montón de corredores, casi en manada.
Identifiqué el inconfundible pelo rosa de Silvia Hidalgo, la que fue profesora mía en la diplomatura de Educación Física en la UMA, a la que animé y me respondió "¡no te pierdes una!" antes de continuar a un ritmazo impensable para mi en esos momentos.
Me sorprendió no haberla visto antes, pero entonces, todas las piezas cuadraron: Los corredores en el exterior del polideportivo, este inaudito ritmo, corredores a los que no había visto nunca... ¡eran corredores del USN 30!
Ya decía yo... Aliviado, dejé el trote y continué cuesta arriba andando, hasta que comenzaron a saludarme corredores que me conocían, por el blog u otras pruebas y arranqué a correr para mantenerme un rato charlando con ellos.
Cruzamos sobre el río, y me encontré con un vertiginoso puente colgante.
Me paré en seco para cruzarlo, pero al pisar el propio impulso del rebote me echó hacia adelante y tuve que acabarlo corriendo.
No suelo tener mucho vértigo, pero en ese momento la altura me impactó.
Dejé atrás el grupito con el que iba y poco después me pegué a Husky, corredor el Primeguis con el que había coincidido la semana anterior en la media maratón de Cártama, con el que estuve un par de centenas de metros, hasta que decidí bajar un poco el ritmo.
Un corredor, al verme con el frontal me dijo "¡¡¡tú eres de la larga!!! ¡¡Qué huevos!! ¡Que sepas que te voy a esperar en Pradollano y voy a subir contigo al Veleta, porque eres un crack!
Me dejó sin palabras, solo pude darle las gracias mientras se perdía a lo lejos.
El falso llano comenzó a subir y bajar, y, espoleado por la corriente humana que me animaba verbalmente y ya con su mera presencia, comencé a correr, de nuevo clavando ritmos cercanos a 5 minutos por kilómetro, y adelantando a corredores de las pruebas largas/medias y hasta alguno de la corta.
Sin embargo, llegando al kilómetro 50 la pendiente comenzó a picar más, y caí hasta 8 minutos por kilómetro en la subida por senda del kilómetro 51, y a 11 minutos por kilómetro en el kilómetro 52, ya en asfalto pero con una pendiente significativa.
Iba muy motivado, acompañado por un corredor con la música a todo volumen de la prueba corta y otro que intuía que era de la media o larga (porque llevaba una luz roja de posición encendida en la mochila), cada uno a un lado, y, sin darme cuenta, estaba ya casi en el siguiente punto de control.
Me di cuenta cuando una mujer dijo desde atrás "¡vamos chicas, que ya estamos aquí, venga, un esfuerzo más y ahora recuperamos el aliento!", justo antes de adelantarme sin esfuerzo ninguno.
De acuerdo con mi moribundo GPS, estaba ya al lado del avituallamiento... ¡y ya se veía!
Tras "picar" la Sport Ident Card, llegar al avituallamiento y devolverle el saludo a un par de voluntarios me sorprendí de la cantidad de corredores que había dentro del polideportivo, ¡casi más que fuera!
Observé que una voluntaria animaba a todo aquel que pasaba con energía tras una de las mesas, y reconocí a Mari Trini, así que me acerqué a saludar.
En el momento no me reconoció del todo, pero tras decirle que fui el primer corredor en llegar a la zona de salida junto con Rubén, y para más seña, el que estuvo hablando con Camille, me reconoció.
Me preguntó como iba y me transmitió mucha energía, no la quise entretener porque llegaban más corredores, pero me alegró verla.
Pedí un café con ginseng (buenísimo), cogí mucha fruta, algunas rodajas de tomate e incluso probé las galletas, pero me costaba procesar la comida y se me formó una masa pastosa en la boca, así que volví a la fruta.
Me comí también una Powerbar de chocolate, bebí hasta la saciedad y un poco más (la última vez que paré a orinar el pis fue algo amarillento tras una noche orinando clarito), recargué los botellines de agua e isotónica y recuperé la marcha, tras avisar de mi paso por el ecuador de la prueba a Mayte y mi familia.
En la salida del polideportivo vi que faltaban tres minutos para las 11 de la mañana... consulté la chuleta; 2 horas y 20 minutos de ventaja con respecto al cierre de la prueba.
¡Me vine arriba! en el primer avituallamiento, Cerro del Sol, saqué una hora de ventaja al tiempo límite de paso, en Quéntar otra hora, y en la Fuente del Sol la ventaja se redujo a 15 minutos en ese tramo (2:15 minutos de ventaja con respecto al cierre del paso en 32 kilómetros).
Había salido de la Fuente del Sol machacado, pero el corredor que llegó a la cima no tenía nada que ver con el corredor que inició ese ascenso, salvo la ropa...
Aun así, fui con precaución en la bajada, especialmente en el tramo siguiente a la caída en la zona embarrada, por lo que pensaba que, por primera vez en un tramo, no solo no sacaría ventaja al tiempo de paso, sino que la perdería.
Sin embargo, pese a los percances y la parada en el polideportivo, salía con una ventaja de 5 minutos con respecto al cierre de los tiempos de paso de la prueba.
En la salida del pueblo, con la pendiente a favor, volví a rodar rápido, pero cuando la pendiente comenzó a picar para arriba no tuve más remedio que echar a andar tras un buen tramo trotando.
La zona era preciosa, pasé un túnel, había un tramo con vías férreas acotadas, el rumor del río resonaba en la montaña, oculto por la vegetación...
Con el astro rey observándome desde las alturas, decidí caminar por los tramos situados a la sombra, y mientras trataba de decidir si la corriente del río seguía el mismo curso que el camino que yo seguía o no, vi un cartel enorme que hablaba sobre el tranvía de la Sierra.
Acto seguido comencé a oír pasos frenéticos, desembocados, y al girarme, ¡vi a un corredor que por poco no me arranca el dorsal del pecho con la ráfaga de aire que levantó!
"Ese si que ha recuperado bien en Güejar", pensé, y al momento escuché de nuevo un montón de pasos apresurados, momento en el que fui pasado por un grupo de unos 4 corredores, que pasaron como alma que lleva el diablo.
"Sí que debo ir atrás, o mal, si me pasan así..."
Vi a lo lejos a un corredor que avanzaba andando y acababa de colgar su teléfono móvil, así que eché a trotar para ponerme a su lado.
-Yo: "Sí que van fuerte éstos, ¿eh? esto es un ferrocarril, y no el tranvía de la Sierra..."
-Corredor del móvil: "Ya te digo, ¡que ritmazo!"
-Yo: "¿Tú también haces la larga?"
-Corredor del móvil: "no, no, dios me libre, la media ¿tu sí?"
-Yo: "sí, ahí vamos, poquito a poco, paso a paso"
-Corredor del móvil: "¡pues mucho ánimo!"
Me dio por pensar que quizá esos corredores habían parado más tiempo en Güejar al tener "sólo" 30 kilómetros más por delante, pero mientras divagaba sobre la idea comenzaron a adelantarme un montón de corredores, casi en manada.
Identifiqué el inconfundible pelo rosa de Silvia Hidalgo, la que fue profesora mía en la diplomatura de Educación Física en la UMA, a la que animé y me respondió "¡no te pierdes una!" antes de continuar a un ritmazo impensable para mi en esos momentos.
Me sorprendió no haberla visto antes, pero entonces, todas las piezas cuadraron: Los corredores en el exterior del polideportivo, este inaudito ritmo, corredores a los que no había visto nunca... ¡eran corredores del USN 30!
Ya decía yo... Aliviado, dejé el trote y continué cuesta arriba andando, hasta que comenzaron a saludarme corredores que me conocían, por el blog u otras pruebas y arranqué a correr para mantenerme un rato charlando con ellos.
Cruzamos sobre el río, y me encontré con un vertiginoso puente colgante.
Me paré en seco para cruzarlo, pero al pisar el propio impulso del rebote me echó hacia adelante y tuve que acabarlo corriendo.
No suelo tener mucho vértigo, pero en ese momento la altura me impactó.
Dejé atrás el grupito con el que iba y poco después me pegué a Husky, corredor el Primeguis con el que había coincidido la semana anterior en la media maratón de Cártama, con el que estuve un par de centenas de metros, hasta que decidí bajar un poco el ritmo.
Un corredor, al verme con el frontal me dijo "¡¡¡tú eres de la larga!!! ¡¡Qué huevos!! ¡Que sepas que te voy a esperar en Pradollano y voy a subir contigo al Veleta, porque eres un crack!
Me dejó sin palabras, solo pude darle las gracias mientras se perdía a lo lejos.
El falso llano comenzó a subir y bajar, y, espoleado por la corriente humana que me animaba verbalmente y ya con su mera presencia, comencé a correr, de nuevo clavando ritmos cercanos a 5 minutos por kilómetro, y adelantando a corredores de las pruebas largas/medias y hasta alguno de la corta.
Sin embargo, llegando al kilómetro 50 la pendiente comenzó a picar más, y caí hasta 8 minutos por kilómetro en la subida por senda del kilómetro 51, y a 11 minutos por kilómetro en el kilómetro 52, ya en asfalto pero con una pendiente significativa.
Iba muy motivado, acompañado por un corredor con la música a todo volumen de la prueba corta y otro que intuía que era de la media o larga (porque llevaba una luz roja de posición encendida en la mochila), cada uno a un lado, y, sin darme cuenta, estaba ya casi en el siguiente punto de control.
Me di cuenta cuando una mujer dijo desde atrás "¡vamos chicas, que ya estamos aquí, venga, un esfuerzo más y ahora recuperamos el aliento!", justo antes de adelantarme sin esfuerzo ninguno.
De acuerdo con mi moribundo GPS, estaba ya al lado del avituallamiento... ¡y ya se veía!
El retorno del Comapedrosa
Hotel del Duque, 12:12. Km 52,6.
"¡Pero que buena está... qué fresquita!"; había casi más corredores congregados en torno a la fuente que en torno al avituallamiento, donde la mujer que había ido arengando a sus compañeras (pese a tener al menos un par de décadas más de edad que éstas) ya había recuperado y urgía a sus amigas retomar la marcha.
Yo ignoré la fuente, con un claro overbooking, y eché mano al crono y a la chuleta con el perfil de la prueba y los tiempos de paso...
¡¡No podía ser!! Había vuelto a sacar ventaja en este tramo... ¡más de una hora!
La mayor ventaja hasta el momento, tras haber pasado el ecuador de la prueba.
Estaba eufórico, así que saqué el móvil para llamar a Mayte, aunque solo pude ver un 9:12 en el cronómetro del Strava justo antes de que el teléfono se bloquease y apagase.
Bueno, para eso llevaba mi ladrillo de móvil bic... no tenía guardado el número de Mayte en él, pero me lo repetí a modo de mantra en los Pirineos para asegurarme de que, al menos mentalmente, iba bien (en caso de emergencia iba a necesitarlo), así que lo tengo grabado a fuego en mi mente desde entonces.
Hablé tan fresco y animado que Mayte en principio llegó a dudar que la carrera hubiese comenzado ya, y menos aún que llevase más de 50 kilómetros en las piernas... me dijo "¿nene, seguro que no estás aún en casa de tus tíos?" medio en serio medio en broma.
Tras asegurarle que no era así, casi riendo, le dije que le avisaría en breve, que estaba eufórico pero no me iba a dejar llevar por la euforia, que iba a tomarme con calma la segunda mitad ya que lo más duro empezaba ahora, y tras colgar eché de nuevo un ojo al reloj...
3 horas y media aun de ventaja, ¡y quedaban tan "solo" 36 kilómetros... "eso me lo hago yo en 2 horas y media entrenando a ritmo tranquilo", pensé, pero claro, ni estaba entrenando, ni corría sobre asfalto en liso, así que dejé de lado las fantasías y me puse a recuperar en el avituallamiento.
Casi no me había dado tiempo a beber en el tramo desde Güejar, se me había pasado realmente rápido, pero rellené los casi llenos botellines y me obligué a comer un poco y frenar mi ritmo interno; ¡deseaba volver al camino en cuanto antes!
Antes de lo que me gustaría admitir, pese a intentar descansar, decidí ponerme en marcha, "picando" en el último momento en el control de la Sport Ident Card y porque me lo dijo un voluntario, ya que ni si quiera había reparado en él.
Eché a correr, y vi que a lo lejos subía el corredor de los cascos, al que alcancé en breve.
Me puse a su nivel, pero a lo lejos vi a las corredoras que habían dejado el avituallamiento poco antes que yo, y me dispuse a alcanzarlas.
De correr pasé a trotar en cuanto estuve a su altura, ya que la pendiente me devolvió a la superficie, e incluso tuve que ayudarme de nuevo con los bastones para ascender la pendiente que teníamos ante nosotros, cuando llevaba desde la bajada del Alto del Calar sin usarlos para apoyarme.
Una de las muchachas me advirtió de que esta, junto con la subida al Veleta era la más dura de la prueba ("¿y la del cortafuegos?", pensé), así que decidí hacerles caso y reducir el ritmo a pasos.
Pese a ello no tardé en dejarlas atrás, al subir diestramente con mis bastones, y adelanté a otro corredor, creo que de la prueba corta, ya que no me sonaba su atuendo, al llegar al lado de una cisterna de agua.
Iba ascendiendo con el sol calentándome en la espalda sin piedad, por lo que agradecía los tramos con algo de sombrita y vegetación, pero iban desapareciendo conforme ascendíamos... no así las zarzas...
"¡Puñeteras zarzas!" cada pocos metros de ascenso me liaba con una y me arañaba brazos o piernas, enganchándome la malla cuando intentaba tirar para liberarme de ellas.
Cada vez costaba más avanzar, pero me recordaba mentalmente que había ascendido hasta los 3000 metros en Andorra, así que este Dornajo no era nada comparado con la pared que escalamos (sí, sí, escalado) en los Pirineros, y mentalmente, en inglés (no sé por qué, pero hablaba en inglés conmigo mismo sobre la carrera continuamente, en un extraño monólogo interior), me retaba a subir más y más rápido, hasta trotando en algunos tramos.
Cuando la pared comenzó a hacerse menos practicable y las banderitas comenzaron a sustituir a la balización con cinta, mantuve la vista fija en el suelo, paso a paso, buscando el mejor punto para apoyar los Arpenaz y los pies, y, sin darme cuenta, localicé unos pies a lo lejos que no tenían pérdida ninguna... ¡Matt!
No lo veía desde el avituallamiento de la Fuente de la Teja, ¡hacía casi 35 kilómetros ya!
Le saludé desde lejos mientras apretaba el paso para ponerme a su altura, y comenzamos a charlar.
No sabía por qué, ya que físicamente se encontraba genial, no conseguía encontrar una motivación para seguir adelante... decía que en cada kilómetro le parecía menos "lógico" seguir adelante, que no estaba disfrutando pese a encontrarse bien...
Decía que había bebido y comido y el paisaje le encantaba, pero que era un problema suyo, su motivación simplemente se había disuelto, y había decidido abandonar en el próximo punto de avituallamiento.
Le animé diciéndole que casi habíamos coronado el Dornajo, que quedaba menos de la mitad de la prueba y llevábamos cerca de 4 horas de margen con respecto al tiempo cierre de la carrera, pero no conseguí convencerle...
Lo dejé atrás, entristecido (en la Animal me ayudó muchísimo su compañía en los últimos kilómetros, cuando pensaba que estaba incluso fuera del corte de tiempo), y ver caer al que fuese un pilar anímico en esa prueba y un buen amigo, pese a conocernos poco, fue duro.
Mi ánimo cayó un poco también, además de la inminente retirada de Matt, acostumbrado a ir oyendo mi ritmo cada 500 metros ahora el no saber a qué velocidad me movía se me hacía raro, y pese a que iba al límite, sentía, intuía, que iba muy lento.
Llevaba las piernas pesadas, tenía sed pese a beber cada pocos metros, y comencé a notar calambras en piernas, espalda y brazos, así como las manos muy doloridas, aunque sin llegar a estar en carne viva...
La euforia que me invadió en el Hotel del Duque me había abandonado y me había dejado a solas con la realidad: aunque me encontrase tan bien había sido imprudente echar a correr y trotar cuesta arriba con media carrera aún por delante, y ahora lo estaba pagando.
"¡Venga, que acabamos de dejar atrás el 56, ahora es cuesta abajo!" me animó una de las corredoras a las que había dejado atrás al inicio de la subida.
Una segunda me preguntó si era de la prueba larga, y al decirle que sí, me dijo que si quería me podía guardar el frontal y dejármelo luego en meta en Pradollano.
No sabía si lo iba a necesitar o no en el futuro, pero por precaución, decidí rechazar la oferta, ya que nunca se sabe cuando puede ser de utilidad y además era material obligatorio.
Dejamos atrás el Dornajo y, tras una dura bajada en la que tenía que retenerme, con un inmenso dolor de rodillas y cuádriceps, para no tropezar, volvimos al asfalto.
Ya ni me molestaba por intentar arrancar a trotar, las corredoras habían desaparecido en la distancia y me acercaba al avituallamiento, apretar ahora un poco o no (aunque ni tan si quiera podía de haber querido) ya no importaba.
Tenía mucha hambre y estaba físicamente machacado, pero bueno, tan "solo" quedaban ya 30 kilómetros, la distancia que mis compañeros del USN 30 realizarían.
Pasé la Sport Ident Card y llegué al avituallamiento, donde solo había agua, tal y como se explicó en el briefing y se detallaba en el perfil de la prueba.
Aun así algunos corredores que llegaron detrás de mí se quejaron de ello, pero al ser una prueba en semi autosuficiencia y estar avisado sobradamente, no entendí las críticas.
No quise sentarme porque si no sabía que iba a ser muy difícil levantarse, pero si que me quedé un buen rato de pie, me comí un par de golosinas con maltodextrina y otra barrita de Powerbar y me bebí un botellín entero con sales disueltas, el de isotónica, que no lo había tocado desde el Hotel del Duque, y otro solo con agua.
Rellené ambos botellines y pensé en rellenar la camelbak, pero llevaba desde Güejar sin beber de ella, y pese a que notaba relativamente poco peso, se notaba que había, por lo menos, un litro de agua, así que decidí no comprobarlo.
Vacié los bolsillos (llevaba varios envoltorios de barritas Powerbar y de golosinas) y los dejé en la papelera (había visto pocos desechos por el camino, pero aun así había visto cerca de una decena de envoltorios de geles y barritas desde la salida, pocos, pero una vergüenza aun así) antes de hacer la llamada correspondiente.
Miré el reloj... las 13:36, ¡con razón tenía tanta hambre! menos mal que la barrita me había saciado, de momento, y tenía varias más de reserva...
Llamé a Mayte y le comenté que me quedaban "solo" 30 kilómetros, y, según sus cálculos, sorprendida, me dijo que podía llegar sobre las 8 de la tarde.
Yo también había estimado eso, pero no quería vivir de la ilusión, no sea que me diese un mazazo luego, y además, no tenía tiempo de paso en este punto para comparar si había ido mejor o peor en el tramo del Dornajo...
Me preguntó si había comido, y le dije que este era el único avituallamiento con solo agua, pero que me había comido una Powerbar y golosinas y que en el Monasterio de San Jerónimo repondría fuerzas.
Retomé el camino trotando despacio, pero dos corredores, uno de ellos con un polo de la federación de montañismo, me adelantaron andando rápido, así que decidí andar también.
Inicialmente anduve rápido, pero me dolían las piernas enormemente, así que acorté la zancada, perdiendo metros de ventaja con respecto a la pareja que pensaba seguir, si mi cuerpo me lo permitía, pero manteniéndola en mi campo visual.
Tras llegar a una intersección cogimos el camino de la izquierda y volvimos a la montaña, donde varias vacas nos esperaban, pastando tranquilamente.
Decidí parar a orinar, ya que estaba inflado de tanto líquido, y tras comprobar que el color de la orina era clarito y aliviar mi vejiga, saqué fuerzas de donde no tenía, espoleado más por la adrenalina del miedo que por afán de superación, y troté todo lo rápido que pude hasta ponerme a la par de la pareja de corredores, quedándome yo a la izquierda y dejándolos a ellos a la derecha del ganado que nos observaba, curioso.
Entre las vacas incluso avistamos algún toro, apretando el paso los 3 de forma instintiva.
Comenzamos a hablar sobre la prueba, los animales y de todo un poco, y me contaron que ellos estaban corriendo la prueba de media distancia, que llevaban poco más de un año corriendo y era el primer ultra serio en el que participaban, aunque contaban con pruebas en su currículo como el VI CxM Calamorro o el ya citado Animal Trail, donde, según me contaron, entramos muy cerca el uno de los otros aunque no sabíamos quien había llegado antes.
Eran del Rincón de la Victoria, así que, por supuesto, conocían y habían participado en el Desafío de La Capitana, y contándonos nuestras batallitas avanzamos por el ancho carril, una pista que cuando ascendía caminamos y cuando descendía trotamos, haciéndome este tramo muy ameno y, fuese por las sales o por la compañía, comencé a encontrarme mucho mejor, aunque rápidamente me empezó a rugir el estómago.
Llegamos a una zona que parecía la entrada a un monasterio antiguo, medio en ruinas, y supuse que el punto de avituallamiento estaba cerca, pero me inquietaba tanto silencio y el hecho de que mis nuevos amigos no parasen de beber agua cada pocas decenas de metros...
Hotel del Duque, 12:12. Km 52,6.
"¡Pero que buena está... qué fresquita!"; había casi más corredores congregados en torno a la fuente que en torno al avituallamiento, donde la mujer que había ido arengando a sus compañeras (pese a tener al menos un par de décadas más de edad que éstas) ya había recuperado y urgía a sus amigas retomar la marcha.
Yo ignoré la fuente, con un claro overbooking, y eché mano al crono y a la chuleta con el perfil de la prueba y los tiempos de paso...
¡¡No podía ser!! Había vuelto a sacar ventaja en este tramo... ¡más de una hora!
La mayor ventaja hasta el momento, tras haber pasado el ecuador de la prueba.
Estaba eufórico, así que saqué el móvil para llamar a Mayte, aunque solo pude ver un 9:12 en el cronómetro del Strava justo antes de que el teléfono se bloquease y apagase.
Bueno, para eso llevaba mi ladrillo de móvil bic... no tenía guardado el número de Mayte en él, pero me lo repetí a modo de mantra en los Pirineos para asegurarme de que, al menos mentalmente, iba bien (en caso de emergencia iba a necesitarlo), así que lo tengo grabado a fuego en mi mente desde entonces.
Hablé tan fresco y animado que Mayte en principio llegó a dudar que la carrera hubiese comenzado ya, y menos aún que llevase más de 50 kilómetros en las piernas... me dijo "¿nene, seguro que no estás aún en casa de tus tíos?" medio en serio medio en broma.
Tras asegurarle que no era así, casi riendo, le dije que le avisaría en breve, que estaba eufórico pero no me iba a dejar llevar por la euforia, que iba a tomarme con calma la segunda mitad ya que lo más duro empezaba ahora, y tras colgar eché de nuevo un ojo al reloj...
3 horas y media aun de ventaja, ¡y quedaban tan "solo" 36 kilómetros... "eso me lo hago yo en 2 horas y media entrenando a ritmo tranquilo", pensé, pero claro, ni estaba entrenando, ni corría sobre asfalto en liso, así que dejé de lado las fantasías y me puse a recuperar en el avituallamiento.
Casi no me había dado tiempo a beber en el tramo desde Güejar, se me había pasado realmente rápido, pero rellené los casi llenos botellines y me obligué a comer un poco y frenar mi ritmo interno; ¡deseaba volver al camino en cuanto antes!
Antes de lo que me gustaría admitir, pese a intentar descansar, decidí ponerme en marcha, "picando" en el último momento en el control de la Sport Ident Card y porque me lo dijo un voluntario, ya que ni si quiera había reparado en él.
Eché a correr, y vi que a lo lejos subía el corredor de los cascos, al que alcancé en breve.
Me puse a su nivel, pero a lo lejos vi a las corredoras que habían dejado el avituallamiento poco antes que yo, y me dispuse a alcanzarlas.
De correr pasé a trotar en cuanto estuve a su altura, ya que la pendiente me devolvió a la superficie, e incluso tuve que ayudarme de nuevo con los bastones para ascender la pendiente que teníamos ante nosotros, cuando llevaba desde la bajada del Alto del Calar sin usarlos para apoyarme.
Una de las muchachas me advirtió de que esta, junto con la subida al Veleta era la más dura de la prueba ("¿y la del cortafuegos?", pensé), así que decidí hacerles caso y reducir el ritmo a pasos.
Pese a ello no tardé en dejarlas atrás, al subir diestramente con mis bastones, y adelanté a otro corredor, creo que de la prueba corta, ya que no me sonaba su atuendo, al llegar al lado de una cisterna de agua.
Iba ascendiendo con el sol calentándome en la espalda sin piedad, por lo que agradecía los tramos con algo de sombrita y vegetación, pero iban desapareciendo conforme ascendíamos... no así las zarzas...
"¡Puñeteras zarzas!" cada pocos metros de ascenso me liaba con una y me arañaba brazos o piernas, enganchándome la malla cuando intentaba tirar para liberarme de ellas.
Cada vez costaba más avanzar, pero me recordaba mentalmente que había ascendido hasta los 3000 metros en Andorra, así que este Dornajo no era nada comparado con la pared que escalamos (sí, sí, escalado) en los Pirineros, y mentalmente, en inglés (no sé por qué, pero hablaba en inglés conmigo mismo sobre la carrera continuamente, en un extraño monólogo interior), me retaba a subir más y más rápido, hasta trotando en algunos tramos.
Cuando la pared comenzó a hacerse menos practicable y las banderitas comenzaron a sustituir a la balización con cinta, mantuve la vista fija en el suelo, paso a paso, buscando el mejor punto para apoyar los Arpenaz y los pies, y, sin darme cuenta, localicé unos pies a lo lejos que no tenían pérdida ninguna... ¡Matt!
No lo veía desde el avituallamiento de la Fuente de la Teja, ¡hacía casi 35 kilómetros ya!
Le saludé desde lejos mientras apretaba el paso para ponerme a su altura, y comenzamos a charlar.
No sabía por qué, ya que físicamente se encontraba genial, no conseguía encontrar una motivación para seguir adelante... decía que en cada kilómetro le parecía menos "lógico" seguir adelante, que no estaba disfrutando pese a encontrarse bien...
Decía que había bebido y comido y el paisaje le encantaba, pero que era un problema suyo, su motivación simplemente se había disuelto, y había decidido abandonar en el próximo punto de avituallamiento.
Le animé diciéndole que casi habíamos coronado el Dornajo, que quedaba menos de la mitad de la prueba y llevábamos cerca de 4 horas de margen con respecto al tiempo cierre de la carrera, pero no conseguí convencerle...
Lo dejé atrás, entristecido (en la Animal me ayudó muchísimo su compañía en los últimos kilómetros, cuando pensaba que estaba incluso fuera del corte de tiempo), y ver caer al que fuese un pilar anímico en esa prueba y un buen amigo, pese a conocernos poco, fue duro.
Mi ánimo cayó un poco también, además de la inminente retirada de Matt, acostumbrado a ir oyendo mi ritmo cada 500 metros ahora el no saber a qué velocidad me movía se me hacía raro, y pese a que iba al límite, sentía, intuía, que iba muy lento.
Llevaba las piernas pesadas, tenía sed pese a beber cada pocos metros, y comencé a notar calambras en piernas, espalda y brazos, así como las manos muy doloridas, aunque sin llegar a estar en carne viva...
La euforia que me invadió en el Hotel del Duque me había abandonado y me había dejado a solas con la realidad: aunque me encontrase tan bien había sido imprudente echar a correr y trotar cuesta arriba con media carrera aún por delante, y ahora lo estaba pagando.
"¡Venga, que acabamos de dejar atrás el 56, ahora es cuesta abajo!" me animó una de las corredoras a las que había dejado atrás al inicio de la subida.
Una segunda me preguntó si era de la prueba larga, y al decirle que sí, me dijo que si quería me podía guardar el frontal y dejármelo luego en meta en Pradollano.
No sabía si lo iba a necesitar o no en el futuro, pero por precaución, decidí rechazar la oferta, ya que nunca se sabe cuando puede ser de utilidad y además era material obligatorio.
Dejamos atrás el Dornajo y, tras una dura bajada en la que tenía que retenerme, con un inmenso dolor de rodillas y cuádriceps, para no tropezar, volvimos al asfalto.
Ya ni me molestaba por intentar arrancar a trotar, las corredoras habían desaparecido en la distancia y me acercaba al avituallamiento, apretar ahora un poco o no (aunque ni tan si quiera podía de haber querido) ya no importaba.
Tenía mucha hambre y estaba físicamente machacado, pero bueno, tan "solo" quedaban ya 30 kilómetros, la distancia que mis compañeros del USN 30 realizarían.
Pasé la Sport Ident Card y llegué al avituallamiento, donde solo había agua, tal y como se explicó en el briefing y se detallaba en el perfil de la prueba.
Aun así algunos corredores que llegaron detrás de mí se quejaron de ello, pero al ser una prueba en semi autosuficiencia y estar avisado sobradamente, no entendí las críticas.
No quise sentarme porque si no sabía que iba a ser muy difícil levantarse, pero si que me quedé un buen rato de pie, me comí un par de golosinas con maltodextrina y otra barrita de Powerbar y me bebí un botellín entero con sales disueltas, el de isotónica, que no lo había tocado desde el Hotel del Duque, y otro solo con agua.
Rellené ambos botellines y pensé en rellenar la camelbak, pero llevaba desde Güejar sin beber de ella, y pese a que notaba relativamente poco peso, se notaba que había, por lo menos, un litro de agua, así que decidí no comprobarlo.
Vacié los bolsillos (llevaba varios envoltorios de barritas Powerbar y de golosinas) y los dejé en la papelera (había visto pocos desechos por el camino, pero aun así había visto cerca de una decena de envoltorios de geles y barritas desde la salida, pocos, pero una vergüenza aun así) antes de hacer la llamada correspondiente.
Miré el reloj... las 13:36, ¡con razón tenía tanta hambre! menos mal que la barrita me había saciado, de momento, y tenía varias más de reserva...
Llamé a Mayte y le comenté que me quedaban "solo" 30 kilómetros, y, según sus cálculos, sorprendida, me dijo que podía llegar sobre las 8 de la tarde.
Yo también había estimado eso, pero no quería vivir de la ilusión, no sea que me diese un mazazo luego, y además, no tenía tiempo de paso en este punto para comparar si había ido mejor o peor en el tramo del Dornajo...
Me preguntó si había comido, y le dije que este era el único avituallamiento con solo agua, pero que me había comido una Powerbar y golosinas y que en el Monasterio de San Jerónimo repondría fuerzas.
Retomé el camino trotando despacio, pero dos corredores, uno de ellos con un polo de la federación de montañismo, me adelantaron andando rápido, así que decidí andar también.
Inicialmente anduve rápido, pero me dolían las piernas enormemente, así que acorté la zancada, perdiendo metros de ventaja con respecto a la pareja que pensaba seguir, si mi cuerpo me lo permitía, pero manteniéndola en mi campo visual.
Tras llegar a una intersección cogimos el camino de la izquierda y volvimos a la montaña, donde varias vacas nos esperaban, pastando tranquilamente.
Decidí parar a orinar, ya que estaba inflado de tanto líquido, y tras comprobar que el color de la orina era clarito y aliviar mi vejiga, saqué fuerzas de donde no tenía, espoleado más por la adrenalina del miedo que por afán de superación, y troté todo lo rápido que pude hasta ponerme a la par de la pareja de corredores, quedándome yo a la izquierda y dejándolos a ellos a la derecha del ganado que nos observaba, curioso.
Entre las vacas incluso avistamos algún toro, apretando el paso los 3 de forma instintiva.
Comenzamos a hablar sobre la prueba, los animales y de todo un poco, y me contaron que ellos estaban corriendo la prueba de media distancia, que llevaban poco más de un año corriendo y era el primer ultra serio en el que participaban, aunque contaban con pruebas en su currículo como el VI CxM Calamorro o el ya citado Animal Trail, donde, según me contaron, entramos muy cerca el uno de los otros aunque no sabíamos quien había llegado antes.
Eran del Rincón de la Victoria, así que, por supuesto, conocían y habían participado en el Desafío de La Capitana, y contándonos nuestras batallitas avanzamos por el ancho carril, una pista que cuando ascendía caminamos y cuando descendía trotamos, haciéndome este tramo muy ameno y, fuese por las sales o por la compañía, comencé a encontrarme mucho mejor, aunque rápidamente me empezó a rugir el estómago.
Llegamos a una zona que parecía la entrada a un monasterio antiguo, medio en ruinas, y supuse que el punto de avituallamiento estaba cerca, pero me inquietaba tanto silencio y el hecho de que mis nuevos amigos no parasen de beber agua cada pocas decenas de metros...
El monasterio fantasma
Inmediaciones del Monasterio San Jerónimo, 14:42. Km 62.
"¡Kilómetro 62, y quedan 10!" vociferó animado uno de mis compañeros.
"¿62? no viene marcado exacto en el mapa, pero ya deberíamos de haber pasado el Monasterio", pensé
Habíamos dejado atrás las ruinas hacía más de un kilómetro, y me desconcertaban dos cosas, que ahora llevase el conteo de kilómetros restantes como mis compañeros del Rincón (animaba pensar que quedaban 10, pero a mi me quedaba aún más de media maratón...) y que no hubiese ni rastro del avituallamiento.
Sin embargo mis acompañantes no se extrañaron en absoluto, y cuando les pregunté que qué quedaba para el avituallamiento, se miraron extrañados y me dijeron que, a ese ritmo, poco menos de una hora.
"¡Una hora!", pensé... tenía un hambre atroz, y pese a que me gustaba mucho la compañía y conversación de ambos corredores, decidí que pararía para orinar (llevaba aguantando un rato para no perder el ritmo) y comer de nuevo.
El camino del ultrafondista es solitario, no me preocupaba acabar solo (parecía que fuésemos los últimos de la carrera, desde el avituallamiento del Dornajo no había llegado nadie desde atrás y no habíamos adelantado a nadie...), si fuese necesario, así que les deseé suerte y les dije que si nos veíamos ahora nos alcanzábamos, que si no, mucho ánimo y fuerza.
Me salí al margen del camino a orinar, aunque acabé sacando hasta el papel de combate, ya que el frugal almuerzo (o quizá el desayuno) quería abandonar mi organismo.
Me comí también una barrita de golosina, bebí en abundancia, pese a que la orina había sido muy muy clarita, y retomé el paso.
había escuchado pasos en dos ocasiones mientras maniobraba al lado del camino, primero de un corredor solitario y luego de un grupo de 3-4 corredores, así que me dispuse a alcanzarlos.
Otra pareja me estaba alcanzando al volver al camino, y creo que se alegraron de verme, ya que apretaron para cogerme, pero tras charlar durante poco más de un minuto acabé dejándolos atrás; mi camino estaba más adelante, con los muchachos del Rincón, si era capaz de pillarles...
La pendiente era mayor y mayor por momentos, y dejé de correr para trotar y finalmente, andar...
Desesperado y psicológicamente hundido, me dio por mirar a fondo la chuleta de la prueba... "¡¡no hay avituallamiento en el Monasterio de San Jerónimo!!"
Mira que había mirado el track a fondo, mira que lo consultaba en casi todas las cuestas arriba y en todos los puntos de avituallamiento... pues nada, no me había dado cuenta hasta ese mismo momento...
Claro, entonces el avituallamiento al que se referían los muchachos del Rincón era el del cruce con la A-395... por un lado, estaba más cerca de la meta de lo que pensaba, pero por otro, tenía un pajarón enorme encima por no haber comido fuerte antes, pensando que podría recuperar en un avituallamiento...
Mi ritmo cayó en picado, y me adelantó la pareja de corredores y alguno más en el tramo que me separaba del avituallamiento.
Avanzaba como un cadáver y lo sabía, aunque no tan mal como en los 101 Kilómetros de Ronda (aun así levantaba preocupación entre los corredores que me adelantaban), llevaba la mente en blanco...
No era nada ni nadie, tan solo algo que avanzaba, y solo importaba dar otro paso y acercarme más al avituallamiento...
Volvía a tener hambre, pero ya solo me quedaban 2 Powerbar y no sabía si me harían falta más adelante, pero como posiblemente sí, pensé en comerme una en el avituallamiento previo al Veleta y otra en el mismo Veleta, por lo que no podía acabar con ellas...
Eché un vistazo al bolsillo de las golosinas y descubrí, horrorizado, que tan solo me quedaban 6... me estaba tomando una media de una por hora, y seguramente tardaría más de 6 horas en completar la prueba, al menos, al ritmo al que iba en ese momento...
No sé como, ni cuanto tardé, pero llegué, reduciendo el tiempo de ventaja que le sacaba al cierre de paso a 3 horas 20 minutos escasos al llegar al cruce...
Por primera vez en toda la prueba (y mira que iba justito en la Fuente del Sol) no solo no rasqué tiempo de ventaja, sino que perdí varios minutos de mi valioso colchón...
Un par de muchachos del avituallamiento me reconocieron, y me saludaron como "Corredor Errante", en lugar de como Juan, lo que no deja de hacérseme raro.
Me preguntaron si iba bien, al verme un poco renqueante, y les dije que llevaba varios kilómetros arrastrando una pájara enorme.
Mientras comía charlé un poco con ellos, y me dijeron que se sorprendieron al no verme pasar y pensaron que igual había abandonado.
"Eso ya pasó una vez... y no más", les dije, aunque estaba casi al límite de mis fuerzas al llegar al avituallamiento.
No me importaba que la gente llegase y tras una breve parada se fuese, empleé cerca de una decena de minutos en comer, tranquilo, beber a buches pequeños, seguir comiendo y rellenar mis botellitas.
Hasta que no me hube cerciorado de que estaba saciado e hidratado, no retomé la marcha, no sin antes despedirme de los voluntarios que tan amablemente me atendieron.
Bajé por la carretera, trotando, ojo avizor al tráfico, me crucé a la derecha, y en el punto indicado me introduje de nuevo en el monte, en un tramo inicial con un desnivel enorme y casi campo a través, en el que avanzaba sin prisa pero sin pausa.
Se notaban los minutos de descanso que me había tomado, iba mucho mejor ahora, aunque con algo de frío debido a la parada, y comencé rápidamente a adelantar corredores.
Había intentado llamar a Mayte en el avituallamiento, pero no tenía cobertura, sin embargo, vi a lo lejos a una corredora que parecía estar hablando con el móvil (tenía la mano derecha apoyada en la cabeza y con la izquierda llevaba los palos, avanzaba andando, sin prisa).
Estaba al final de un largo tramo de carril, por el que se perdió girando a la izquierda, pero al llegar yo a ese punto vi que ascendía a mi izquierda, elevándose sobre el carril.
Dejé de trotar para andar, ya que no quería repetir el error que cometí en el Dornajo dejándome llevar por las emociones en lugar de por la cabeza, pero me aseguré de dar zancadas largas para ir recortándole poco a poco la distancia.
Cuando llegué a su lado acababa de comenzar a trotar, pero se paró al preguntarle si acababa de llamar por teléfono.
Sorprendida, me dijo que sí, aunque un poco a la defensiva, pero antes de que me tomase por un metomentodo le dije que es que yo no había podido llamar en el avituallamiento.
Puso cara de comprensión y me dijo, más relajada, que ella no había tenido problema, y se despidió volviendo al trote mientras yo tecleaba una vez más el número de Mayte.
Lo cogió al segundo tono, para mi sorpresa, y le expliqué la situación.
Intenté omitir lo mal que había ido antes de llegar al avituallamiento y hacer hincapié en que ya me quedaban menos de 20 kilómetros por delante.
Se extrañó de que hubiese tardado bastante más en contactar en este tramo en proporción con los demás, pero sabía que ahora afrontaría la mayor parte del desnivel de la prueba, así que tampoco se preocupó.
Al colgar, sorprendido de que no llegase nadie desde detrás, apreté el paso para coger a la corredora que me antecedía.
Tardé bastante en volverla a ver, ya que el camino serpenteaba bastante y tenía cambios de rasante, pero una vez llegamos a la zona de bajada, tras cruzar una verja, la dejé atrás (ella había dejado de trotar ya y yo acababa de meter una marcha más).
Iba muy bien, y comencé a pasar a varios corredores, pero cuando llegaban las subidas rápidamente volvía a trotar y me obligaba a beber un poco y darle un bocado a una barrita de golosina; estaba saciado, pero el flujo de energía durante un ultra ha de ser constante, si no dejamos el depósito vacío cada pocas horas.
A lo lejos se veía Pradollano, desde hacía tiempo, pero me resistía a creer que fuésemos a llegar ahí... La carretera estaba por debajo nuestra, varios metros a nuestra derecha, y por delante un bosque de árboles se extendía hasta donde alcanzaba la vista, Pradollano perdida entre las copas de los árboles cada vez que la pista serpenteaba.
Cada vez que retomaba el contacto visual con la ciudad quería creer que estaba más cerca, pero costaba discernir la distancia, y psicológicamente parecía que estaba siempre en el mismo punto.
De hecho, hubo un momento en el que parecía que hasta me alejaba, debido a una inmensa Z en falso llano que recorrimos entre los árboles, poco antes de dejar atrás la arboleda.
Tras lo que me pareció una eternidad, por fin llegué al asfalto, pero era hasta peor que el bosque sin fin, ya que la pendiente era implacable, y a pesar de los ánimos de familiares y curiosos que se encontraban en la zona o subían en coche, no era capaz de levantar las rodillas para echar a trotar.
Me estaban adelantando multitud de corredores desde detrás, por la cara de felicidad al llegar a la zona y por el ritmo que llevaban, posiblemente de la USN 30 o de la de media distancia.
Sin embargo, me estaba acercando a una pareja de corredores, que avanzaba pesadamente... ¡los muchachos del Rincón!
Se ve que no fui el único que lo pasé mal en la llegada a Pradollano... comencé a charlar con ellos, que iban extenuados, casi al límite, y avanzamos juntos mientras buscaba con la mirada el Veleta en la distancia.
Un corredor veterano nos alcanzó y nos dijo "vamos muchachos, esa juventud, que tenga que venir un abuelete desde Alicante para ver esto..." y nos hizo, medio a rabiar medio riendo, echar a trotar.
Al llegar a la entrada a Pradollano los corredores del Rincón se despidieron de mí, deseándome la mejor de las suertes, mientras el corredor de Alicante preguntaba vociferando al viento que cual era el camino que debíamos seguir nosotros.
Nos dijeron que de momento, a la izquierda y recto, y avanzamos hasta ver la zona de meta de la USN 30 y la carrera de media distancia, cuando un hombre de unos cuarenta años casi nos come cuando le dijimos que éramos del ultra.
"¡¿Pero qué hacéis aquí?! vosotros para atrás y a la izquierda, por las escaleras, ¿¿no veis que esto es meta ya??"
Tanto el corredor veterano como yo nos quedamos cortados, ni que quisiésemos, tras llevar casi 72 kilómetros, recortar unos metros en la ciudad o algo así...
Retrocedimos hasta la escalera, donde la novia de Marco, compañero del Club Atletismo Fuengirola al que no veía desde Dúdar me animó a seguir, y al subir las escaleras y continuar recto (no vimos a nadie a quien preguntar), comenzamos a preguntarnos si ese era el camino o no, ya que a la derecha, por debajo nuestra, pasaban corredores que no se encaminaban hacia la meta, sin que nadie les cortase el paso.
Encontramos una rampita y con corredor que ya había acabado la prueba (no sé en qué distancia) nos dijo que nos habíamos equivocado, que teníamos que seguir recto y coger la pista de esquí.
El veterano alicantino se puso a maldecir al hombre que, quiero creer que confundido, nos desvió del camino correcto, pero yo preferí guardar energías para el increíble ascenso que se erigía ante nosotros...
Estaba tan concentrado en el inminente ascenso que me tropecé en la rampa de madera de uno de los escalones y casi beso el suelo, pero me estabilicé a tiempo; eso era bueno, aun estaba "despierto".
Ascendimos por unas escaleras de hierro con agujeros en los que se me quedó clavado en el primer apoyo el bastón derecho, por lo que decidí subir andando, sin ellos, mientras el corredor alicantino, pese a ser veterano, subía al trote y se perdía al final de la escalera.
Llegué al inicio de la pista y, con paciencia y la ayuda de los bastones, puse rumbo ascendente.
La pista ascendía, serpenteaba, ascendía, serpenteaba... y allá donde miraba continuaba, con pequeñas cabecitas avanzando lentamente en la distancia.
Una enorme estructura de madera servía de "quitamiedos", ocultando a los corredores al girar, primero a izquierda y luego a derecha, pero cuando llegaba a cada giro los volvía a ver en la distancia, más y más lejos.
El dolor que experimenté en el gemelo subiendo al Alto del Calar retornó, así como dolor de cuello y en la parte baja de la espalda, aunque era peor la fatiga mental de no saber donde acababa la subida.
En el briefing nos comentaron que no se podría coronar el Veleta, pero que llegaríamos lo más alto que nos permitieron desde la dirección de medio ambiente; al oírlo me dio pena, pero ahora casi era un alivio, aunque no sabía hasta donde habría que ascender.
Un corredor mayor me pasó en el ascenso hacia el Veleta (como tiran los veteranos), pero al llegar un breve tramo de carretera comencé a visualizar a lo lejos un grupito de 3 corredores, a los que parecía estar dando alcance.
Las vistas eran extrañas, solo había estado una vez en Sierra Nevada, hacía al menos 15 años, y nunca había subido al Veleta, así que me extrañaron mucho las vistas de un arco de piedra que atravesamos, el observatorio astronómico, las desiertas pistas...
Cada vez que parecía que iba a dar alcance al grupito tenía que parar por algo: para recuperar el aliento, beber, orinar, comer...
Otro veterano que sumar a la lista que de corredores que me habían adelantado desde Pradollano hizo aparición, un hombre catalán al que le faltaba una mano.
Pese a que el sol nos daba de pleno, el viento rugía cada vez con más fuerza, por lo que, por primera vez desde el amanecer, me abroché el cortavientos, me ajusté las mangas a las muñecas, me puse el buff y me coloqué los guantes.
Estaba helado, ni me había dado cuenta, pero había comenzado a perder la sensibilidad de labios, que se comenzaban a cuartear por el viento, y dedos.
Por supervivencia, aceleré el ritmo, recuperando la posición con el corredor catalán, y acercándome al grupo de delante.
Llegamos a la carretera nuevamente, y unos voluntarios (o curiosos) nos comunicaron que ya estábamos a punto de llegar al avituallamiento, que siguiésemos rectos y lo veríamos de frente en la curva a la derecha.
No tenía sed ni hambre, tan solo cansancio y frío, pero a ver que se podría hacer en el avituallamiento...
Inmediaciones del Monasterio San Jerónimo, 14:42. Km 62.
"¡Kilómetro 62, y quedan 10!" vociferó animado uno de mis compañeros.
"¿62? no viene marcado exacto en el mapa, pero ya deberíamos de haber pasado el Monasterio", pensé
Habíamos dejado atrás las ruinas hacía más de un kilómetro, y me desconcertaban dos cosas, que ahora llevase el conteo de kilómetros restantes como mis compañeros del Rincón (animaba pensar que quedaban 10, pero a mi me quedaba aún más de media maratón...) y que no hubiese ni rastro del avituallamiento.
Sin embargo mis acompañantes no se extrañaron en absoluto, y cuando les pregunté que qué quedaba para el avituallamiento, se miraron extrañados y me dijeron que, a ese ritmo, poco menos de una hora.
"¡Una hora!", pensé... tenía un hambre atroz, y pese a que me gustaba mucho la compañía y conversación de ambos corredores, decidí que pararía para orinar (llevaba aguantando un rato para no perder el ritmo) y comer de nuevo.
El camino del ultrafondista es solitario, no me preocupaba acabar solo (parecía que fuésemos los últimos de la carrera, desde el avituallamiento del Dornajo no había llegado nadie desde atrás y no habíamos adelantado a nadie...), si fuese necesario, así que les deseé suerte y les dije que si nos veíamos ahora nos alcanzábamos, que si no, mucho ánimo y fuerza.
Me salí al margen del camino a orinar, aunque acabé sacando hasta el papel de combate, ya que el frugal almuerzo (o quizá el desayuno) quería abandonar mi organismo.
Me comí también una barrita de golosina, bebí en abundancia, pese a que la orina había sido muy muy clarita, y retomé el paso.
había escuchado pasos en dos ocasiones mientras maniobraba al lado del camino, primero de un corredor solitario y luego de un grupo de 3-4 corredores, así que me dispuse a alcanzarlos.
Otra pareja me estaba alcanzando al volver al camino, y creo que se alegraron de verme, ya que apretaron para cogerme, pero tras charlar durante poco más de un minuto acabé dejándolos atrás; mi camino estaba más adelante, con los muchachos del Rincón, si era capaz de pillarles...
La pendiente era mayor y mayor por momentos, y dejé de correr para trotar y finalmente, andar...
Desesperado y psicológicamente hundido, me dio por mirar a fondo la chuleta de la prueba... "¡¡no hay avituallamiento en el Monasterio de San Jerónimo!!"
Mira que había mirado el track a fondo, mira que lo consultaba en casi todas las cuestas arriba y en todos los puntos de avituallamiento... pues nada, no me había dado cuenta hasta ese mismo momento...
Claro, entonces el avituallamiento al que se referían los muchachos del Rincón era el del cruce con la A-395... por un lado, estaba más cerca de la meta de lo que pensaba, pero por otro, tenía un pajarón enorme encima por no haber comido fuerte antes, pensando que podría recuperar en un avituallamiento...
Mi ritmo cayó en picado, y me adelantó la pareja de corredores y alguno más en el tramo que me separaba del avituallamiento.
Avanzaba como un cadáver y lo sabía, aunque no tan mal como en los 101 Kilómetros de Ronda (aun así levantaba preocupación entre los corredores que me adelantaban), llevaba la mente en blanco...
No era nada ni nadie, tan solo algo que avanzaba, y solo importaba dar otro paso y acercarme más al avituallamiento...
Volvía a tener hambre, pero ya solo me quedaban 2 Powerbar y no sabía si me harían falta más adelante, pero como posiblemente sí, pensé en comerme una en el avituallamiento previo al Veleta y otra en el mismo Veleta, por lo que no podía acabar con ellas...
Eché un vistazo al bolsillo de las golosinas y descubrí, horrorizado, que tan solo me quedaban 6... me estaba tomando una media de una por hora, y seguramente tardaría más de 6 horas en completar la prueba, al menos, al ritmo al que iba en ese momento...
No sé como, ni cuanto tardé, pero llegué, reduciendo el tiempo de ventaja que le sacaba al cierre de paso a 3 horas 20 minutos escasos al llegar al cruce...
Por primera vez en toda la prueba (y mira que iba justito en la Fuente del Sol) no solo no rasqué tiempo de ventaja, sino que perdí varios minutos de mi valioso colchón...
Un par de muchachos del avituallamiento me reconocieron, y me saludaron como "Corredor Errante", en lugar de como Juan, lo que no deja de hacérseme raro.
Me preguntaron si iba bien, al verme un poco renqueante, y les dije que llevaba varios kilómetros arrastrando una pájara enorme.
Mientras comía charlé un poco con ellos, y me dijeron que se sorprendieron al no verme pasar y pensaron que igual había abandonado.
"Eso ya pasó una vez... y no más", les dije, aunque estaba casi al límite de mis fuerzas al llegar al avituallamiento.
No me importaba que la gente llegase y tras una breve parada se fuese, empleé cerca de una decena de minutos en comer, tranquilo, beber a buches pequeños, seguir comiendo y rellenar mis botellitas.
Hasta que no me hube cerciorado de que estaba saciado e hidratado, no retomé la marcha, no sin antes despedirme de los voluntarios que tan amablemente me atendieron.
Bajé por la carretera, trotando, ojo avizor al tráfico, me crucé a la derecha, y en el punto indicado me introduje de nuevo en el monte, en un tramo inicial con un desnivel enorme y casi campo a través, en el que avanzaba sin prisa pero sin pausa.
Se notaban los minutos de descanso que me había tomado, iba mucho mejor ahora, aunque con algo de frío debido a la parada, y comencé rápidamente a adelantar corredores.
Había intentado llamar a Mayte en el avituallamiento, pero no tenía cobertura, sin embargo, vi a lo lejos a una corredora que parecía estar hablando con el móvil (tenía la mano derecha apoyada en la cabeza y con la izquierda llevaba los palos, avanzaba andando, sin prisa).
Estaba al final de un largo tramo de carril, por el que se perdió girando a la izquierda, pero al llegar yo a ese punto vi que ascendía a mi izquierda, elevándose sobre el carril.
Dejé de trotar para andar, ya que no quería repetir el error que cometí en el Dornajo dejándome llevar por las emociones en lugar de por la cabeza, pero me aseguré de dar zancadas largas para ir recortándole poco a poco la distancia.
Cuando llegué a su lado acababa de comenzar a trotar, pero se paró al preguntarle si acababa de llamar por teléfono.
Sorprendida, me dijo que sí, aunque un poco a la defensiva, pero antes de que me tomase por un metomentodo le dije que es que yo no había podido llamar en el avituallamiento.
Puso cara de comprensión y me dijo, más relajada, que ella no había tenido problema, y se despidió volviendo al trote mientras yo tecleaba una vez más el número de Mayte.
Lo cogió al segundo tono, para mi sorpresa, y le expliqué la situación.
Intenté omitir lo mal que había ido antes de llegar al avituallamiento y hacer hincapié en que ya me quedaban menos de 20 kilómetros por delante.
Se extrañó de que hubiese tardado bastante más en contactar en este tramo en proporción con los demás, pero sabía que ahora afrontaría la mayor parte del desnivel de la prueba, así que tampoco se preocupó.
Al colgar, sorprendido de que no llegase nadie desde detrás, apreté el paso para coger a la corredora que me antecedía.
Tardé bastante en volverla a ver, ya que el camino serpenteaba bastante y tenía cambios de rasante, pero una vez llegamos a la zona de bajada, tras cruzar una verja, la dejé atrás (ella había dejado de trotar ya y yo acababa de meter una marcha más).
Iba muy bien, y comencé a pasar a varios corredores, pero cuando llegaban las subidas rápidamente volvía a trotar y me obligaba a beber un poco y darle un bocado a una barrita de golosina; estaba saciado, pero el flujo de energía durante un ultra ha de ser constante, si no dejamos el depósito vacío cada pocas horas.
A lo lejos se veía Pradollano, desde hacía tiempo, pero me resistía a creer que fuésemos a llegar ahí... La carretera estaba por debajo nuestra, varios metros a nuestra derecha, y por delante un bosque de árboles se extendía hasta donde alcanzaba la vista, Pradollano perdida entre las copas de los árboles cada vez que la pista serpenteaba.
Cada vez que retomaba el contacto visual con la ciudad quería creer que estaba más cerca, pero costaba discernir la distancia, y psicológicamente parecía que estaba siempre en el mismo punto.
De hecho, hubo un momento en el que parecía que hasta me alejaba, debido a una inmensa Z en falso llano que recorrimos entre los árboles, poco antes de dejar atrás la arboleda.
Tras lo que me pareció una eternidad, por fin llegué al asfalto, pero era hasta peor que el bosque sin fin, ya que la pendiente era implacable, y a pesar de los ánimos de familiares y curiosos que se encontraban en la zona o subían en coche, no era capaz de levantar las rodillas para echar a trotar.
Me estaban adelantando multitud de corredores desde detrás, por la cara de felicidad al llegar a la zona y por el ritmo que llevaban, posiblemente de la USN 30 o de la de media distancia.
Sin embargo, me estaba acercando a una pareja de corredores, que avanzaba pesadamente... ¡los muchachos del Rincón!
Se ve que no fui el único que lo pasé mal en la llegada a Pradollano... comencé a charlar con ellos, que iban extenuados, casi al límite, y avanzamos juntos mientras buscaba con la mirada el Veleta en la distancia.
Un corredor veterano nos alcanzó y nos dijo "vamos muchachos, esa juventud, que tenga que venir un abuelete desde Alicante para ver esto..." y nos hizo, medio a rabiar medio riendo, echar a trotar.
Al llegar a la entrada a Pradollano los corredores del Rincón se despidieron de mí, deseándome la mejor de las suertes, mientras el corredor de Alicante preguntaba vociferando al viento que cual era el camino que debíamos seguir nosotros.
Nos dijeron que de momento, a la izquierda y recto, y avanzamos hasta ver la zona de meta de la USN 30 y la carrera de media distancia, cuando un hombre de unos cuarenta años casi nos come cuando le dijimos que éramos del ultra.
"¡¿Pero qué hacéis aquí?! vosotros para atrás y a la izquierda, por las escaleras, ¿¿no veis que esto es meta ya??"
Tanto el corredor veterano como yo nos quedamos cortados, ni que quisiésemos, tras llevar casi 72 kilómetros, recortar unos metros en la ciudad o algo así...
Retrocedimos hasta la escalera, donde la novia de Marco, compañero del Club Atletismo Fuengirola al que no veía desde Dúdar me animó a seguir, y al subir las escaleras y continuar recto (no vimos a nadie a quien preguntar), comenzamos a preguntarnos si ese era el camino o no, ya que a la derecha, por debajo nuestra, pasaban corredores que no se encaminaban hacia la meta, sin que nadie les cortase el paso.
Encontramos una rampita y con corredor que ya había acabado la prueba (no sé en qué distancia) nos dijo que nos habíamos equivocado, que teníamos que seguir recto y coger la pista de esquí.
El veterano alicantino se puso a maldecir al hombre que, quiero creer que confundido, nos desvió del camino correcto, pero yo preferí guardar energías para el increíble ascenso que se erigía ante nosotros...
Estaba tan concentrado en el inminente ascenso que me tropecé en la rampa de madera de uno de los escalones y casi beso el suelo, pero me estabilicé a tiempo; eso era bueno, aun estaba "despierto".
Ascendimos por unas escaleras de hierro con agujeros en los que se me quedó clavado en el primer apoyo el bastón derecho, por lo que decidí subir andando, sin ellos, mientras el corredor alicantino, pese a ser veterano, subía al trote y se perdía al final de la escalera.
Llegué al inicio de la pista y, con paciencia y la ayuda de los bastones, puse rumbo ascendente.
La pista ascendía, serpenteaba, ascendía, serpenteaba... y allá donde miraba continuaba, con pequeñas cabecitas avanzando lentamente en la distancia.
Una enorme estructura de madera servía de "quitamiedos", ocultando a los corredores al girar, primero a izquierda y luego a derecha, pero cuando llegaba a cada giro los volvía a ver en la distancia, más y más lejos.
El dolor que experimenté en el gemelo subiendo al Alto del Calar retornó, así como dolor de cuello y en la parte baja de la espalda, aunque era peor la fatiga mental de no saber donde acababa la subida.
En el briefing nos comentaron que no se podría coronar el Veleta, pero que llegaríamos lo más alto que nos permitieron desde la dirección de medio ambiente; al oírlo me dio pena, pero ahora casi era un alivio, aunque no sabía hasta donde habría que ascender.
Un corredor mayor me pasó en el ascenso hacia el Veleta (como tiran los veteranos), pero al llegar un breve tramo de carretera comencé a visualizar a lo lejos un grupito de 3 corredores, a los que parecía estar dando alcance.
Las vistas eran extrañas, solo había estado una vez en Sierra Nevada, hacía al menos 15 años, y nunca había subido al Veleta, así que me extrañaron mucho las vistas de un arco de piedra que atravesamos, el observatorio astronómico, las desiertas pistas...
Cada vez que parecía que iba a dar alcance al grupito tenía que parar por algo: para recuperar el aliento, beber, orinar, comer...
Otro veterano que sumar a la lista que de corredores que me habían adelantado desde Pradollano hizo aparición, un hombre catalán al que le faltaba una mano.
Pese a que el sol nos daba de pleno, el viento rugía cada vez con más fuerza, por lo que, por primera vez desde el amanecer, me abroché el cortavientos, me ajusté las mangas a las muñecas, me puse el buff y me coloqué los guantes.
Estaba helado, ni me había dado cuenta, pero había comenzado a perder la sensibilidad de labios, que se comenzaban a cuartear por el viento, y dedos.
Por supervivencia, aceleré el ritmo, recuperando la posición con el corredor catalán, y acercándome al grupo de delante.
Llegamos a la carretera nuevamente, y unos voluntarios (o curiosos) nos comunicaron que ya estábamos a punto de llegar al avituallamiento, que siguiésemos rectos y lo veríamos de frente en la curva a la derecha.
No tenía sed ni hambre, tan solo cansancio y frío, pero a ver que se podría hacer en el avituallamiento...
La furia de Eolo
Hoya de la Mora, 17:55. Km 74,7.
De mi paso por la Hoya de la Mora solo recuerdo llamar a Mayte, comerme a duras penas un par de rodajas de tomate y trozos de sandía y melón y apresurarme tras el grupito de tres corredores al que casi alcanzo llegando al avituallamiento.
Tenía frío, estaba agotado y cada paso me costaba más esfuerzo que el anterior, y temía que la noche me pudiese pillar de vuelta a Pradollano, así que, aunque faltarían aun unas dos horas y media para ello, prefería ir acompañado.
Comprobé además, que pese a llevar más de dos horas de ventaja con respecto al tiempo de corte de la prueba, cada vez perdía más y más minutos, y no estaba ya como para pensar si quiera en correr, ya trotar era suficiente locura.
Tardé varios minutos en llegar al trío al que llevaba persiguiendo desde el ascenso por las pistas, y cuando llegué a su altura caí en la cuenta de que tenía hambre (comí poco en el avituallamiento, y sin ganas) y ganas de ir al baño.
Paré y me comí la penúltima Powerbar (envoltorio, como siempre, al bolsillo, que se me había olvidado vaciar en la Hoya de la Mora y estaba pegajoso), oriné, muy clarito, y puse de nuevo primera para ascender la cuesta.
El viento rugía con fuerza, me desviaba incluso, pero parecía que a lo lejos se oía música... me extrañaba haber recorrido ya suficiente distancia como para estar cerca el próximo avituallamiento, pero se veía una especie de edificio de madera en la lejanía que bien podía ser el punto de control del Veleta.
Tan atronador era el envite del aire que cuando escuché "¿perdona, me das paso?" no pude evitar dar un brinco.
Tenía un corredor ancho tras de mí, preguntándome si podía pasar.
Entre lo seca que tenía la garganta y la fatiga, murmuré un casi inaudible "...claro...", y el corredor se paró en seco y me ofreció ayuda antes de seguir.
Me preguntó si tenía sales o comida, y le dije que una barrita Powerbar, algunas de golosina y un sobrecito con sales que me tomaría en el Veleta.
Me ofreció comida, geles o sales, aunque tan solo acepté la última opción y tras su insistencia.
Era una capsula de 226ers, que me dijo que tan solo tenía que tragar.
Le di las gracias y, mientras avanzaba con energía, me quité la braga y con manos temblorosas cogí el botellín con agua.
Lo vacié entero y no fui capaz de tragarme la capsula (no estoy acostumbrado a tragar, me da mucha fatiga, siempre que puedo pido medicina efervescente o líquida, aunque sepa a rayos).
Decidí tratar de masticar la capsula, pero al primer bocado se abrió y un intenso y áspero sabor, muy fuerte, me inundó la boca, provocando que todo el agua que acababa de enviar a mi estómago se revolviese.
Tuve que inclinarme sobre mi mismo para no vomitar, pero finalmente conseguí, ayudado de isotónica y agua de la camelbak, tragarme el polvo del interior de la cápsula y media cápsula; la otra mitad la tuve que escupir.
Casi de inmediato, quizás por el efecto placebo, me sentí mejor, aunque avanzaba renqueante y provoqué que otro corredor que me adelantaba se parase para ofrecerme ayuda, así como otro que le seguía de cerca.
La rehusé educadamente, esto ya era entre el Veleta y yo, nadie podía ayudarme salvo yo mismo, y puse rumbo hacia lo desconocido.
La "música" que me había ayudado a avanzar psicológicamente durante varias decenas de minutos resultó, al ir pegado al "quitamiedos" derecho, ruido provocado por el viento al colarse por entre las rendijas de algo que colgaba desde los postes de madera... Me vine abajo, lo que tenía ante mi era algo tal que así, con tres corredores encaramándose al final:
Luego, al final, una imagen similar se repetía, y luego otra, y otra... en una sucesión interminable de repechos con cambios de rasante en los que el viento nos doblegaba y nos zarandeaba a placer.
Llegamos hasta la caseta de madera enorme, y atravesamos los "quitamiedos" para seguir avanzando, zona en la que, sin esperármelo, alcancé al trío, parado totalmente.
Eran una muchacha y dos muchachos, portugueses, y uno de los chicos, súper alto (había hablado de él con David y Rubén en la salida), estaba sentado en el suelo mientras el otro caballero estiraba.
La muchacha me preguntó algo, pero no entendí nada, le pregunté si hablaba español, inglés o francés, pero sin éxito.
Esperé unos segundos por si querían continuar conmigo, pero como vi que no reaccionaban, seguí por mi cuenta.
Pocos metros después, con otra gran caseta a la vista ya en la distancia, empezaron a encaramarse tras mis pasos, y ascendimos juntos.
Del siguiente cambio de rasante aparecía, como flotando, lo que parecía una cabeza humana y medio torso, envuelto en un cortavientos enorme; pensaba que era una alucinación, pero los portugueses la vieron también y comenzaron a señalarla y a hablar entre ellos.
Conforme nos acercábamos, comenzamos a oír los gritos de ánimo de la persona, mientras su cuerpo comenzaba a intuirse al ir revelándose poco a poco.
A una decena de metros, por la voz, me di cuenta de que era una mujer, que nos animaba para subir "el último repecho" de la prueba, cosa que quería creer pero me negaba a aceptar aún...
Dejé que el trío portugués me adelantase y seguí su estela hasta el interior del puesto de avituallamiento, donde me senté en una de las camillas que estaba puesta en la entrada, ligeramente inclinada hacia abajo.
Me quemaban los gemelos del esfuerzo, pero en la camilla contigua uno de los portugueses estaba tumbado llorando, abrazado a la corredora portuguesa.
Las muchachas del avituallamiento, al ver que no se entendían, me preguntaron si les conocía.
Les dije que no, pero el muchacho alto ya empezaba a chapurrear español, pidiendo coca cola o té/café para su amigo.
No tenían, pero le ofrecieron un Redbull que tenían ellas, aunque el muchacho rehusó.
Luego, por cortesía, supongo, me lo ofrecieron a mí, pero rehusé también.
Tardé en hacer nada, me había quedado obnubilado ahí sentado en la camilla, había soltado los bastones y me costaba hasta pensar.
Me acordé del avituallamiento de Claror en el Andorra Ultra Trail y sentí que el pánico me atenazaba; no podía "bloquearme" ni dormirme ahora, estaba tan cerca... Sin embargo, solo salir y quedar de nuevo a merced del viento y sus frías garras me causaba pavor...
Me obligué a comer, cacahuetes sobre todo, pregunté por sales, aunque no tenían, por lo que ingerí mi último sobrecito, y me comí la última barrita de Powerbar...
Vacié los bolsillos... 3 barritas de golosina, y había tardado 1 hora 25 minutos es recorrer los apenas 4 kilómetros que separaban la Hoya de la Mora del Veleta... ahora tenía 7,2 ante mí, esperando afuera, bien podía tardar 3 horas en cubrir esa distancia... aunque esperaba que, al ser cuesta abajo, me costase menos esfuerzo.
El portugués de la camilla ya se había calmado, y tras un abrazo grupal que me emocionó hasta el punto de que se me escapó una lágrima, decidieron esperarme a mi también para continuar.
Con un nudo en la garganta que disimulé lo mejor posible llamé a Mayte, comunicándole que creía que con el ritmo que llevaba cogería el autobús de las 9 en Pradollano.
Me deseo mucha suerte y nos despedimos; la próxima vez que hablásemos, con suerte, sería en persona.
Los muchachos portugueses y el gélido viento aguardaban en la entrada del punto de avituallamiento; cogí los bastones, me puse la braga y me encaminé, con paso seguro, hacia el exterior.
Próxima parada, Pradollano.
La ciudad perdida
Veleta, 19:25. Km 78,8.
El gélido viento fue lo primero que noté al salir del puesto de avituallamiento, enfriando mi ánimo y los gritos de apoyo de las voluntarias que nos habían atendido.
Una de ellas, envuelta en varias capas, había salido a ver si llegaban más corredores, ya que en todo el rato que nos estuvieron atendiendo no llegó ningún otro corredor.
Los portugueses estaban ahora más animados, y me pidieron echarse una fotografía conmigo, mientras intentaba contactar con mi madre por el móvil, sin éxito.
Había bebido bastante en el avituallamiento y necesitaba una breve parada para aliviar la vejiga, pero no supe como preguntarles si me podían esperar un momento, y cuando reaparecí en el sendero ya me sacaban unos 200 metros de ventaja.
Intenté alcanzarles, pero cuando llevaba cerca de un kilómetro de descenso por el agreste camino descendente me di por vencido, y, con las piernas machacadas, decidí cambiar el trote por pasos largos y pequeños saltitos, apoyado en los bastones, a fin de ganar algo más de velocidad.
Miré la chuleta del avituallamiento, y después, las vistas... Pradollano estaba enfrente nuestra, a lo que parecía decenas de kilómetros, pero el sendero giraba hacia la izquierda...
Recordaba del briefing que el director de carrera dijo que una vez se llegase al Veleta la bajada sería por el camino que usan los rider de BDM para descender, así que me esperaba un sendero más o menos llano, con poco obstáculo, y en línea recta hasta Pradollano.
Lo que se extendía ante mí era un inmenso camino serpenteante, plagado de rocas y con un desnivel considerable, lo suficientemente fuerte como para no descender por ahí en bicicleta, pero claro, para el que se dedique a hacer descenso el circuito será casi el paraíso...
Para mí, ultra runner con 80 kilómetros ya en el cuerpo, la bajada era una tortura física, aunque tengo que admitir que un deleite para los sentidos... una especia de catarsis...
En un momento dado el camino se bifurcaba, y cogí, siguinedo la señalización, el Sulayr, el "sendero del Sol" que tantos ultra fondistas y montañistas han intentado acabar de una sola vez, recorriendo íntegros sus 300 kilómetros en una única gran etapa, hasta el momento, según me he informado, sin éxito.
Y no dudo el por qué, si tras "solo" 80 kilómetros estaba tan cansado, en caso de tener por delante aún 220... no, mejor no pensarlo.
Pensaba en todo y en nada, admirando la majestuosidad de las montañas que me rodeaban, mirando hacia adelante y viéndome solo (los portugueses habían desaparecido), mirando detrás y viéndome solo (nadie me seguía hasta donde alcanzaba mi visión), envuelto en un profundo silencio tan solo perturbado por mis pasos.
El sol era testigo de mi paso, descendiendo lentamente en el horizonte.
No esperaba atravesar al final una segunda noche, afortunadamente, pero ya no podía ver Pradollano, oculto tras la montaña, así que me iba a tocar darme prisa, pese a que aún parecían quedar horas para la puesta de sol.
Mentalmente para mí era todo bajada, pero me "mosqueaba" ver que el camino parecía ascender pasado un teleférico... Aunque desde mi elevada posición no se apreciaba si sería o no el sendero a seguir.
Sin embargo, tras un doloroso descenso y ya a los pies del teleférico, resultó ser, en efecto, el camino, y me dispuse a ascenderlo con energía y rabia, deseoso de llegar ya a la meta... "a este paso no llego para el autobús de las 9, ¡vamos, vamos!".
No sé cuanto tiempo me llevó, pero al llegar a la cima del camino volví la vista atrás, sorprendido de las fuerzas que aún me quedaban (y de que nadie me siguiese aún), pero más aún cuando al volver a girarme para ver a qué me enfrentaba ahora, vi un segundo ascenso.
"animado" por las vacas, y algún toro, que pastaban, ajenos al mundo, meneando sus cencerros, continué ascendiendo, ahora pesadamente, casi sin evitar poder arrastrar los pies.
Agoté uno de los botellines para el momento en el que coroné el segundo ascenso tras el teleférico.
Ya volvía a ver a lo lejos Pradollano, en semipenumbra, al comenzar a ponerse el sol en la lejanía, entre nubes anaranjadas y un par de picos, pero aún tenía luz de sobra para ver sin problema, pese a llevar puestas las gafas de sol.
Hasta ese punto todo el camino estaba magistralmente balizado, "de sobra", como nos anticipó en el Núñez Blanca el director de carrera, pero en esa zona las balizas eran más intermitentes, y en algún punto tuve que volver al camino, despistado, al recorrer varios metros sin tener una referencia.
Algunas veces resultó que sí, era el camino correcto, pero en un par de giros mientras bajaba en Z seguí recto cuando había que continuar por el sendero.
Ya me costaba ver, así que decidí parar para ponerme las gafas de vista, pero en ese momento oí pasos y pensé que lo mejor sería esperar para ver si me podía pegar al corredor.
Lo esperé y bajé con él, otro corredor portugués, pero a los pocos metros me dejó atrás, una vez el firme se volvió algo más técnico, y volví a quedarme solo.
Ahí si, me puse las gafas de vista, así como el frontal, aunque aun sin encender, y seguí bajando.
Pese a llevar los bastones, en una zona de bajada en roca, de apenas 6 metros, tropecé, golpeé uno de los bastones y di una voltereta sobre la roca, quedándome sentado y algo aturdido.
Me había golpeado una rodilla y el codo, pero no me dolía excesivamente.
El frontal yacía en el suelo, al lado de las gafas, y las pilas estaban desparramadas.
Las gafas, por suerte, estaban intactas, pero la parte trasera del frontal se había roto, dejando salir las pilas.
Me invadió el pánico, ya casi no veía y posiblemente me acababa de cargar el frontal...
Traté de ajustarlo, sin éxito, aunque aparentemente el compartimento de las pilas cerrase, cada pocos metros se abría de nuevo.
Decidí llevarlo en la mano, y encenderlo cuando realmente lo necesitase, no fuese que las pilas estuviesen también dañadas y no me diesen hasta la meta.
Bajaba y bajaba y de repente volví a oír pasos; "¿de donde sale este tío?"
Un corredor bajaba "escopetado", saltando entre las rocas y dando enormes zancadas, de forma que me dejó atrás en un momento.
Llevaba una luz roja de posición trasera, por lo que me vino muy bien para seguir por el camino correcto persiguiendo su estela.
En un cambio de rasante desapareció, y al llegar a ese punto, me encontré ante una enorme pista que bajaba, y bajaba, y bajaba... y cuyo final no se veía, aunque posiblemente, debido a que ya era de noche y las primeras estrellas comenzaban a asomarse en el firmamento...
Busqué con la mirada las banderitas, pero no vi ni una, un trozo de cuerda señalaba, extendido en el suelo, que ese no era el camino, y seguí por la ancha pista.
De repente, a lo lejos, vi una sombra muy extraña, por lo que dejé de trotar y me acerqué andando, encendiendo el frontal a unos 2-3 metros. ¡Se me heló la sangre en las venas!
Acababa de deslumbrar a un toro, que pegó un respingo (como yo había hecho al descubrirlo), y comenzaba a golpear el suelo con las pezuñas.
Temiendo una embestida me adelanté, echando a correr hacia la "pared" con que limitaba la pista a la derecha, y escalándola a duras penas como podía.
Apagué el frontal, esperé unos segundos y lo encendí de nuevo.
El toro se había movido muy poco, pero ahora tenía la mirada fija en mí y no se movía.
A través de la "pared" recorrí unos 200 metros, en total oscuridad, y con el corazón saliéndoseme de la boca, al bajar de nuevo a la pista, eché a correr como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás.
No tenía ni idea de si me había metido en el camino equivocado ahora o no o donde estaba Pradollano, pero tenía muy claro que tenía que poner la mayor tierra de por medio entre ese toro y yo.
No sé cuantos metros recorrí, pero cuando me sentí a salvo, encendí el frontal con una mano (con la otra sujetaba los dos palos), y alumbré hacia atrás.
El toro no me había seguido, aunque intuí la silueta de otros toros y vacas en la distancia.
Al alumbrar hacia adelante la tira fosforescente de una de las banderitas me devolvió la luz del frontal; al menos estaba en el camino correcto, después de todo...
Sin embargo, por más que escudriñaba la oscuridad, no veía Pradollano por ningún lado...
Me olvidé de trotar, bajé andando, guardando energía por si otro encuentro con un cuadrúpedo requería que volviese a esprintar, aunque cuando llegué a una zona en la que a la izquierda tenía una gran empalizada de madera estilo "quitamiedos" de pista de esquí, volví al trote.
Pronto comencé a pisar cemento, y posteriormente, tras una empinada cuesta de unos 80 metros, tierra nuevamente.
No había habido ningún desvío, pero llevaba varios metros sin ver ninguna baliza, por lo que seguí, algo inquieto, aunque al final de una elevada pendiente me pareció ver linternas o frontales y avancé con más decisión.
En efecto, una banderita caída me indicaba que ese era el camino correcto... ¿pero cuántos kilómetros me quedaban aún por recorrer? era noche cerrada y ni rastro de Pradollano...
Las luces resultaron ser hombres paseando, a los que pregunté "¿por donde el ultra?" y me indicaron a mi derecha.
Llegué a la civilización, pero parecía encontrarme en un ciudad perdida... no había ni un alma en las calles y solo mi frontal emitía luz, todo estaba envuelto en el manto de la noche... una visión hermosa a la par que inquietante.
La voz de un hombre mayor me devolvió a la realidad, "¡vamos vamos campeón, al final de la calle tienes la meta!"
¿Cómo?¿estaba ya en Pradollano? Me costaba creérmelo, pero conforme avanzaba por la calle comencé a ver más personas y algún corredor, y comencé a alargar la zancada.
Alguna vivienda emitía luz y un par de bajos estaban iluminados; a lo lejos, se erigía la meta.
Apagué el frontal y aceleré el paso.
Ya casi estaba; quedaban metros para cerrar un nuevo capítulo en mi vida deportiva y una carrera de dureza y belleza increíbles, quedaban apenas 100 metros para convertirme en finisher de la I edición del Ultra Sierra Nevada...
Pradollano (meta), 21:28. Km 86.
Muy cansado y algo confundido, crucé bajo el arco de meta; vi el tiempo pero en ese momento ni podía procesar los números ni me importaba demasiado, ¡lo había logrado!
Había llegado casi al límite, pero no tan exhausto como en otros ultras y con unas sensaciones estupendas pese a la paliza de tantísimos kilómetros en tantas horas.
Los voluntarios que se encontraban en meta me reconocieron, y se interesaron por la experiencia que acababa de llegar a su fin.
No quise entretenerme demasiado, pero me pareció descortés no contarles al menos brevemente mis impresiones sobre el duro pero precioso descenso desde el Veleta, que tan largo se me hizo.
Me hicieron entrega de una "copia" de mi dorsal en tela (detalle muy bueno, la primera vez que lo veía) y la camiseta de finisher, así como de la medalla tallada con láser que ya tenía fichada por las redes sociales desde antes de comenzar la carrera y "acreditaba mi condición de finisher".
Me comencé a enfriar y sabía que Mayte y su hermana pequeña me estaban esperando para volver a Jun, así que, tras pedir indicaciones, me dirigí a la entrada a Pradollano, donde nos recogería el autobús.
Fui a oscuras, ya que Pradollano entero aguardaba a oscuras la llegada de los corredores, para hacer más "épica" la experiencia, pero no tuve problema en orientarme, pese a la fatiga; además, las piernas me respondían bien y no tuve ni que parar a descansar
Allí me encontré con dos corredores ceutíes, maestros ambos, que también habían participado en la prueba, y estuvimos comentando diversos aspectos de la misma.
Ellos corrieron en la modalidad intermedia, tenían experiencia corriendo ultras (habían participado, entre otras pruebas, en varias ediciones del Ultra Trail Sierra de Bandoleros o los 101 kilómetros de Ronda), y estaban de acuerdo en que la prueba, ya en su modalidad media, era de las más duras (en proporción) de las que habían participado.
El autobús se retrasaba, comenzaba a hacer más frío, así que me puse la camiseta finisher, me abroché el cortavientos y me apoyé a esperar en un macetero, con la mochila sobre las piernas.
Avise a Mayte del retraso mientras se nos unían dos corredores más, de los que me pasaron llegando al Veleta (uno de ellos el que me ofreció la pastilla con sales, que me ofreció otra para los calambres), y fuimos conversando sobre nuestros tramos preferidos de la prueba.
A las 10 y 20 ya había dos nutridos grupos, el nuestro, en el que ya éramos varios españoles, y un segundo grupo, más numeroso, de portugueses, pero al final acabó llegando el autobús.
De los aspectos que estuvimos comentando de la prueba (algunos desilusionaron un poco a algunos compañeros, por lo que me estuvieron contando), estoy de acuerdo en que el problema de la gestión de medallas podría haberse contemplado (a algunos finisher de la prueba intermedia, según oí, le dieron medalla de la ultra al agotarse las existencias), pero en cuanto al tema de avituallamientos o el del balizaje no coincido.
En cuando al avituallamiento, el carácter era de semi autosuficiencia, por lo que es normal que hubiese pocos avituallamientos, y, de hecho, personalmente cargué con una reserva alimenticia sobrada para acabar la prueba en condiciones, pienso que si un corredor sabe esto de antemano y tiene en el perfil de la prueba el contenido de cada avituallamiento, que en el avituallamiento de Dornajo hubiese solo agua no es motivo de queja; quizás podrían haber estado más completos los avituallamientos con algo más de alimentos con carbohidratos en lugar de tantos ricos en azúcares (naturales o artificiales) pero eso ya es cuestión de gustos.
En cuanto al balizaje de la prueba, creo que fue excelente, tan solo el tramo del Veleta a meta tuvo menos balizas y me hizo dudar en algún momento, entre fatiga, noche y falta de alguna baliza, pero que de 86 km 4 tuviesen un balizaje más reducido no lo veo tampoco criticable.
En cualquier caso, todos coincidimos en que el recorrido fue excelente, la experiencia muy buena y tenemos ganas de ver como evoluciona la prueba en su segunda edición.
Tras una larga espera en el autobús pusimos rumbo a Granada, y tras pedir a mis compañeros del asiento de detrás que me avisasen si llegábamos y estaba dormido y avisar a Mayte, cerré los ojos, en principio, momentáneamente.
Cuando los abrí de nuevo, sin embargo, había pasado cerca de medi ahora, notaba el cuerpo muy pesado y estábamos llegando al Zaidín, así que decidí no cerrar de nuevo los ojos, ya que si no caería rendido de nuevo.
Al apearnos en el Paseo de Los Basilios casi no me podía mantener en pie (ya se notaban los calambres post-carrera), pero con ayuda de los bastones inicialmente conseguí "recordar" como se andaba y pude llegar al coche caminando erguido y sin apoyo.
Allí me esperaban Mayte y su hermana pequeña, Ángela, con mi cena post-carrera, un doble menú del Burguer King (a reponer grasas y carbohidratos, no con la opción menos saludable, pero algo es algo).
Sin embargo, pasarían cerca de dos horas para poder degustarlo, ya frío, de camino a Jun, ahora más activo pero muy fatigado, me perdí en dos ocasiones, primero en la circunvalación (le di una vuelta completa) y luego en una salida que me llevó en dirección opuesta cerca de 30 kilómetros, hasta que caí en la cuenta.
Sobre las 2 de la mañana pude, tras más de 36 horas, volver a dormir en una cama, quedando sumido al instante en un letargo sin sueño de 10 horas.
Estuve muchas semanas pensando en la prueba, preparándola, entrenando, decidiendo que material emplear... y la experiencia no me decepcionó en ningún sentido, pese a la expectación.
Fue genial poder compartir camino con tantos amigos, así como con los nuevos que he realizado en la prueba, recorrer nuevas ciudades, nuevos caminos, disfrutar de los tramos nocturnos, del amanecer, de la amabilidad de la gente...
Ha sido el ultra en el que más he disfrutado y en el que mejor me he encontrado en cuanto a sensaciones hasta el momento, acabo sintiéndome fuerte y empiezo la temporada de montaña con la motivación muy elevada, ¡hay que mantenerla así!
Gracias a todos por acompañarme de nuevo por el recorrido del ultra en esta larga crónica, sé que he tardado demasiado en acabar de redactarla, pero espero que comprendáis que tanto correr como escribir es un hobbie para mi, y aunque me gustaría tener más tiempo para dedicarle, no siempre es posible.
¡un saludo fuerte fuerte a todos!
Hoya de la Mora, 17:55. Km 74,7.
De mi paso por la Hoya de la Mora solo recuerdo llamar a Mayte, comerme a duras penas un par de rodajas de tomate y trozos de sandía y melón y apresurarme tras el grupito de tres corredores al que casi alcanzo llegando al avituallamiento.
Tenía frío, estaba agotado y cada paso me costaba más esfuerzo que el anterior, y temía que la noche me pudiese pillar de vuelta a Pradollano, así que, aunque faltarían aun unas dos horas y media para ello, prefería ir acompañado.
Comprobé además, que pese a llevar más de dos horas de ventaja con respecto al tiempo de corte de la prueba, cada vez perdía más y más minutos, y no estaba ya como para pensar si quiera en correr, ya trotar era suficiente locura.
Tardé varios minutos en llegar al trío al que llevaba persiguiendo desde el ascenso por las pistas, y cuando llegué a su altura caí en la cuenta de que tenía hambre (comí poco en el avituallamiento, y sin ganas) y ganas de ir al baño.
Paré y me comí la penúltima Powerbar (envoltorio, como siempre, al bolsillo, que se me había olvidado vaciar en la Hoya de la Mora y estaba pegajoso), oriné, muy clarito, y puse de nuevo primera para ascender la cuesta.
El viento rugía con fuerza, me desviaba incluso, pero parecía que a lo lejos se oía música... me extrañaba haber recorrido ya suficiente distancia como para estar cerca el próximo avituallamiento, pero se veía una especie de edificio de madera en la lejanía que bien podía ser el punto de control del Veleta.
Tan atronador era el envite del aire que cuando escuché "¿perdona, me das paso?" no pude evitar dar un brinco.
Tenía un corredor ancho tras de mí, preguntándome si podía pasar.
Entre lo seca que tenía la garganta y la fatiga, murmuré un casi inaudible "...claro...", y el corredor se paró en seco y me ofreció ayuda antes de seguir.
Me preguntó si tenía sales o comida, y le dije que una barrita Powerbar, algunas de golosina y un sobrecito con sales que me tomaría en el Veleta.
Me ofreció comida, geles o sales, aunque tan solo acepté la última opción y tras su insistencia.
Era una capsula de 226ers, que me dijo que tan solo tenía que tragar.
Le di las gracias y, mientras avanzaba con energía, me quité la braga y con manos temblorosas cogí el botellín con agua.
Lo vacié entero y no fui capaz de tragarme la capsula (no estoy acostumbrado a tragar, me da mucha fatiga, siempre que puedo pido medicina efervescente o líquida, aunque sepa a rayos).
Decidí tratar de masticar la capsula, pero al primer bocado se abrió y un intenso y áspero sabor, muy fuerte, me inundó la boca, provocando que todo el agua que acababa de enviar a mi estómago se revolviese.
Tuve que inclinarme sobre mi mismo para no vomitar, pero finalmente conseguí, ayudado de isotónica y agua de la camelbak, tragarme el polvo del interior de la cápsula y media cápsula; la otra mitad la tuve que escupir.
Casi de inmediato, quizás por el efecto placebo, me sentí mejor, aunque avanzaba renqueante y provoqué que otro corredor que me adelantaba se parase para ofrecerme ayuda, así como otro que le seguía de cerca.
La rehusé educadamente, esto ya era entre el Veleta y yo, nadie podía ayudarme salvo yo mismo, y puse rumbo hacia lo desconocido.
La "música" que me había ayudado a avanzar psicológicamente durante varias decenas de minutos resultó, al ir pegado al "quitamiedos" derecho, ruido provocado por el viento al colarse por entre las rendijas de algo que colgaba desde los postes de madera... Me vine abajo, lo que tenía ante mi era algo tal que así, con tres corredores encaramándose al final:
Luego, al final, una imagen similar se repetía, y luego otra, y otra... en una sucesión interminable de repechos con cambios de rasante en los que el viento nos doblegaba y nos zarandeaba a placer.
Llegamos hasta la caseta de madera enorme, y atravesamos los "quitamiedos" para seguir avanzando, zona en la que, sin esperármelo, alcancé al trío, parado totalmente.
Eran una muchacha y dos muchachos, portugueses, y uno de los chicos, súper alto (había hablado de él con David y Rubén en la salida), estaba sentado en el suelo mientras el otro caballero estiraba.
La muchacha me preguntó algo, pero no entendí nada, le pregunté si hablaba español, inglés o francés, pero sin éxito.
Esperé unos segundos por si querían continuar conmigo, pero como vi que no reaccionaban, seguí por mi cuenta.
Pocos metros después, con otra gran caseta a la vista ya en la distancia, empezaron a encaramarse tras mis pasos, y ascendimos juntos.
Del siguiente cambio de rasante aparecía, como flotando, lo que parecía una cabeza humana y medio torso, envuelto en un cortavientos enorme; pensaba que era una alucinación, pero los portugueses la vieron también y comenzaron a señalarla y a hablar entre ellos.
Conforme nos acercábamos, comenzamos a oír los gritos de ánimo de la persona, mientras su cuerpo comenzaba a intuirse al ir revelándose poco a poco.
A una decena de metros, por la voz, me di cuenta de que era una mujer, que nos animaba para subir "el último repecho" de la prueba, cosa que quería creer pero me negaba a aceptar aún...
Dejé que el trío portugués me adelantase y seguí su estela hasta el interior del puesto de avituallamiento, donde me senté en una de las camillas que estaba puesta en la entrada, ligeramente inclinada hacia abajo.
Me quemaban los gemelos del esfuerzo, pero en la camilla contigua uno de los portugueses estaba tumbado llorando, abrazado a la corredora portuguesa.
Las muchachas del avituallamiento, al ver que no se entendían, me preguntaron si les conocía.
Les dije que no, pero el muchacho alto ya empezaba a chapurrear español, pidiendo coca cola o té/café para su amigo.
No tenían, pero le ofrecieron un Redbull que tenían ellas, aunque el muchacho rehusó.
Luego, por cortesía, supongo, me lo ofrecieron a mí, pero rehusé también.
Tardé en hacer nada, me había quedado obnubilado ahí sentado en la camilla, había soltado los bastones y me costaba hasta pensar.
Me acordé del avituallamiento de Claror en el Andorra Ultra Trail y sentí que el pánico me atenazaba; no podía "bloquearme" ni dormirme ahora, estaba tan cerca... Sin embargo, solo salir y quedar de nuevo a merced del viento y sus frías garras me causaba pavor...
Me obligué a comer, cacahuetes sobre todo, pregunté por sales, aunque no tenían, por lo que ingerí mi último sobrecito, y me comí la última barrita de Powerbar...
Vacié los bolsillos... 3 barritas de golosina, y había tardado 1 hora 25 minutos es recorrer los apenas 4 kilómetros que separaban la Hoya de la Mora del Veleta... ahora tenía 7,2 ante mí, esperando afuera, bien podía tardar 3 horas en cubrir esa distancia... aunque esperaba que, al ser cuesta abajo, me costase menos esfuerzo.
El portugués de la camilla ya se había calmado, y tras un abrazo grupal que me emocionó hasta el punto de que se me escapó una lágrima, decidieron esperarme a mi también para continuar.
Con un nudo en la garganta que disimulé lo mejor posible llamé a Mayte, comunicándole que creía que con el ritmo que llevaba cogería el autobús de las 9 en Pradollano.
Me deseo mucha suerte y nos despedimos; la próxima vez que hablásemos, con suerte, sería en persona.
Los muchachos portugueses y el gélido viento aguardaban en la entrada del punto de avituallamiento; cogí los bastones, me puse la braga y me encaminé, con paso seguro, hacia el exterior.
Próxima parada, Pradollano.
La ciudad perdida
Veleta, 19:25. Km 78,8.
El gélido viento fue lo primero que noté al salir del puesto de avituallamiento, enfriando mi ánimo y los gritos de apoyo de las voluntarias que nos habían atendido.
Una de ellas, envuelta en varias capas, había salido a ver si llegaban más corredores, ya que en todo el rato que nos estuvieron atendiendo no llegó ningún otro corredor.
Los portugueses estaban ahora más animados, y me pidieron echarse una fotografía conmigo, mientras intentaba contactar con mi madre por el móvil, sin éxito.
Había bebido bastante en el avituallamiento y necesitaba una breve parada para aliviar la vejiga, pero no supe como preguntarles si me podían esperar un momento, y cuando reaparecí en el sendero ya me sacaban unos 200 metros de ventaja.
Intenté alcanzarles, pero cuando llevaba cerca de un kilómetro de descenso por el agreste camino descendente me di por vencido, y, con las piernas machacadas, decidí cambiar el trote por pasos largos y pequeños saltitos, apoyado en los bastones, a fin de ganar algo más de velocidad.
Miré la chuleta del avituallamiento, y después, las vistas... Pradollano estaba enfrente nuestra, a lo que parecía decenas de kilómetros, pero el sendero giraba hacia la izquierda...
Recordaba del briefing que el director de carrera dijo que una vez se llegase al Veleta la bajada sería por el camino que usan los rider de BDM para descender, así que me esperaba un sendero más o menos llano, con poco obstáculo, y en línea recta hasta Pradollano.
Lo que se extendía ante mí era un inmenso camino serpenteante, plagado de rocas y con un desnivel considerable, lo suficientemente fuerte como para no descender por ahí en bicicleta, pero claro, para el que se dedique a hacer descenso el circuito será casi el paraíso...
Para mí, ultra runner con 80 kilómetros ya en el cuerpo, la bajada era una tortura física, aunque tengo que admitir que un deleite para los sentidos... una especia de catarsis...
En un momento dado el camino se bifurcaba, y cogí, siguinedo la señalización, el Sulayr, el "sendero del Sol" que tantos ultra fondistas y montañistas han intentado acabar de una sola vez, recorriendo íntegros sus 300 kilómetros en una única gran etapa, hasta el momento, según me he informado, sin éxito.
Y no dudo el por qué, si tras "solo" 80 kilómetros estaba tan cansado, en caso de tener por delante aún 220... no, mejor no pensarlo.
Pensaba en todo y en nada, admirando la majestuosidad de las montañas que me rodeaban, mirando hacia adelante y viéndome solo (los portugueses habían desaparecido), mirando detrás y viéndome solo (nadie me seguía hasta donde alcanzaba mi visión), envuelto en un profundo silencio tan solo perturbado por mis pasos.
El sol era testigo de mi paso, descendiendo lentamente en el horizonte.
No esperaba atravesar al final una segunda noche, afortunadamente, pero ya no podía ver Pradollano, oculto tras la montaña, así que me iba a tocar darme prisa, pese a que aún parecían quedar horas para la puesta de sol.
Mentalmente para mí era todo bajada, pero me "mosqueaba" ver que el camino parecía ascender pasado un teleférico... Aunque desde mi elevada posición no se apreciaba si sería o no el sendero a seguir.
Sin embargo, tras un doloroso descenso y ya a los pies del teleférico, resultó ser, en efecto, el camino, y me dispuse a ascenderlo con energía y rabia, deseoso de llegar ya a la meta... "a este paso no llego para el autobús de las 9, ¡vamos, vamos!".
No sé cuanto tiempo me llevó, pero al llegar a la cima del camino volví la vista atrás, sorprendido de las fuerzas que aún me quedaban (y de que nadie me siguiese aún), pero más aún cuando al volver a girarme para ver a qué me enfrentaba ahora, vi un segundo ascenso.
"animado" por las vacas, y algún toro, que pastaban, ajenos al mundo, meneando sus cencerros, continué ascendiendo, ahora pesadamente, casi sin evitar poder arrastrar los pies.
Agoté uno de los botellines para el momento en el que coroné el segundo ascenso tras el teleférico.
Ya volvía a ver a lo lejos Pradollano, en semipenumbra, al comenzar a ponerse el sol en la lejanía, entre nubes anaranjadas y un par de picos, pero aún tenía luz de sobra para ver sin problema, pese a llevar puestas las gafas de sol.
Hasta ese punto todo el camino estaba magistralmente balizado, "de sobra", como nos anticipó en el Núñez Blanca el director de carrera, pero en esa zona las balizas eran más intermitentes, y en algún punto tuve que volver al camino, despistado, al recorrer varios metros sin tener una referencia.
Algunas veces resultó que sí, era el camino correcto, pero en un par de giros mientras bajaba en Z seguí recto cuando había que continuar por el sendero.
Ya me costaba ver, así que decidí parar para ponerme las gafas de vista, pero en ese momento oí pasos y pensé que lo mejor sería esperar para ver si me podía pegar al corredor.
Lo esperé y bajé con él, otro corredor portugués, pero a los pocos metros me dejó atrás, una vez el firme se volvió algo más técnico, y volví a quedarme solo.
Ahí si, me puse las gafas de vista, así como el frontal, aunque aun sin encender, y seguí bajando.
Pese a llevar los bastones, en una zona de bajada en roca, de apenas 6 metros, tropecé, golpeé uno de los bastones y di una voltereta sobre la roca, quedándome sentado y algo aturdido.
Me había golpeado una rodilla y el codo, pero no me dolía excesivamente.
El frontal yacía en el suelo, al lado de las gafas, y las pilas estaban desparramadas.
Las gafas, por suerte, estaban intactas, pero la parte trasera del frontal se había roto, dejando salir las pilas.
Me invadió el pánico, ya casi no veía y posiblemente me acababa de cargar el frontal...
Traté de ajustarlo, sin éxito, aunque aparentemente el compartimento de las pilas cerrase, cada pocos metros se abría de nuevo.
Decidí llevarlo en la mano, y encenderlo cuando realmente lo necesitase, no fuese que las pilas estuviesen también dañadas y no me diesen hasta la meta.
Bajaba y bajaba y de repente volví a oír pasos; "¿de donde sale este tío?"
Un corredor bajaba "escopetado", saltando entre las rocas y dando enormes zancadas, de forma que me dejó atrás en un momento.
Llevaba una luz roja de posición trasera, por lo que me vino muy bien para seguir por el camino correcto persiguiendo su estela.
En un cambio de rasante desapareció, y al llegar a ese punto, me encontré ante una enorme pista que bajaba, y bajaba, y bajaba... y cuyo final no se veía, aunque posiblemente, debido a que ya era de noche y las primeras estrellas comenzaban a asomarse en el firmamento...
Busqué con la mirada las banderitas, pero no vi ni una, un trozo de cuerda señalaba, extendido en el suelo, que ese no era el camino, y seguí por la ancha pista.
De repente, a lo lejos, vi una sombra muy extraña, por lo que dejé de trotar y me acerqué andando, encendiendo el frontal a unos 2-3 metros. ¡Se me heló la sangre en las venas!
Acababa de deslumbrar a un toro, que pegó un respingo (como yo había hecho al descubrirlo), y comenzaba a golpear el suelo con las pezuñas.
Temiendo una embestida me adelanté, echando a correr hacia la "pared" con que limitaba la pista a la derecha, y escalándola a duras penas como podía.
Apagué el frontal, esperé unos segundos y lo encendí de nuevo.
El toro se había movido muy poco, pero ahora tenía la mirada fija en mí y no se movía.
A través de la "pared" recorrí unos 200 metros, en total oscuridad, y con el corazón saliéndoseme de la boca, al bajar de nuevo a la pista, eché a correr como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás.
No tenía ni idea de si me había metido en el camino equivocado ahora o no o donde estaba Pradollano, pero tenía muy claro que tenía que poner la mayor tierra de por medio entre ese toro y yo.
No sé cuantos metros recorrí, pero cuando me sentí a salvo, encendí el frontal con una mano (con la otra sujetaba los dos palos), y alumbré hacia atrás.
El toro no me había seguido, aunque intuí la silueta de otros toros y vacas en la distancia.
Al alumbrar hacia adelante la tira fosforescente de una de las banderitas me devolvió la luz del frontal; al menos estaba en el camino correcto, después de todo...
Sin embargo, por más que escudriñaba la oscuridad, no veía Pradollano por ningún lado...
Me olvidé de trotar, bajé andando, guardando energía por si otro encuentro con un cuadrúpedo requería que volviese a esprintar, aunque cuando llegué a una zona en la que a la izquierda tenía una gran empalizada de madera estilo "quitamiedos" de pista de esquí, volví al trote.
Pronto comencé a pisar cemento, y posteriormente, tras una empinada cuesta de unos 80 metros, tierra nuevamente.
No había habido ningún desvío, pero llevaba varios metros sin ver ninguna baliza, por lo que seguí, algo inquieto, aunque al final de una elevada pendiente me pareció ver linternas o frontales y avancé con más decisión.
En efecto, una banderita caída me indicaba que ese era el camino correcto... ¿pero cuántos kilómetros me quedaban aún por recorrer? era noche cerrada y ni rastro de Pradollano...
Las luces resultaron ser hombres paseando, a los que pregunté "¿por donde el ultra?" y me indicaron a mi derecha.
Llegué a la civilización, pero parecía encontrarme en un ciudad perdida... no había ni un alma en las calles y solo mi frontal emitía luz, todo estaba envuelto en el manto de la noche... una visión hermosa a la par que inquietante.
La voz de un hombre mayor me devolvió a la realidad, "¡vamos vamos campeón, al final de la calle tienes la meta!"
¿Cómo?¿estaba ya en Pradollano? Me costaba creérmelo, pero conforme avanzaba por la calle comencé a ver más personas y algún corredor, y comencé a alargar la zancada.
Alguna vivienda emitía luz y un par de bajos estaban iluminados; a lo lejos, se erigía la meta.
Apagué el frontal y aceleré el paso.
Ya casi estaba; quedaban metros para cerrar un nuevo capítulo en mi vida deportiva y una carrera de dureza y belleza increíbles, quedaban apenas 100 metros para convertirme en finisher de la I edición del Ultra Sierra Nevada...
Epílogo
Pradollano (meta), 21:28. Km 86.
Muy cansado y algo confundido, crucé bajo el arco de meta; vi el tiempo pero en ese momento ni podía procesar los números ni me importaba demasiado, ¡lo había logrado!
Había llegado casi al límite, pero no tan exhausto como en otros ultras y con unas sensaciones estupendas pese a la paliza de tantísimos kilómetros en tantas horas.
Los voluntarios que se encontraban en meta me reconocieron, y se interesaron por la experiencia que acababa de llegar a su fin.
No quise entretenerme demasiado, pero me pareció descortés no contarles al menos brevemente mis impresiones sobre el duro pero precioso descenso desde el Veleta, que tan largo se me hizo.
Me hicieron entrega de una "copia" de mi dorsal en tela (detalle muy bueno, la primera vez que lo veía) y la camiseta de finisher, así como de la medalla tallada con láser que ya tenía fichada por las redes sociales desde antes de comenzar la carrera y "acreditaba mi condición de finisher".
Me comencé a enfriar y sabía que Mayte y su hermana pequeña me estaban esperando para volver a Jun, así que, tras pedir indicaciones, me dirigí a la entrada a Pradollano, donde nos recogería el autobús.
Fui a oscuras, ya que Pradollano entero aguardaba a oscuras la llegada de los corredores, para hacer más "épica" la experiencia, pero no tuve problema en orientarme, pese a la fatiga; además, las piernas me respondían bien y no tuve ni que parar a descansar
Allí me encontré con dos corredores ceutíes, maestros ambos, que también habían participado en la prueba, y estuvimos comentando diversos aspectos de la misma.
Ellos corrieron en la modalidad intermedia, tenían experiencia corriendo ultras (habían participado, entre otras pruebas, en varias ediciones del Ultra Trail Sierra de Bandoleros o los 101 kilómetros de Ronda), y estaban de acuerdo en que la prueba, ya en su modalidad media, era de las más duras (en proporción) de las que habían participado.
El autobús se retrasaba, comenzaba a hacer más frío, así que me puse la camiseta finisher, me abroché el cortavientos y me apoyé a esperar en un macetero, con la mochila sobre las piernas.
Avise a Mayte del retraso mientras se nos unían dos corredores más, de los que me pasaron llegando al Veleta (uno de ellos el que me ofreció la pastilla con sales, que me ofreció otra para los calambres), y fuimos conversando sobre nuestros tramos preferidos de la prueba.
A las 10 y 20 ya había dos nutridos grupos, el nuestro, en el que ya éramos varios españoles, y un segundo grupo, más numeroso, de portugueses, pero al final acabó llegando el autobús.
De los aspectos que estuvimos comentando de la prueba (algunos desilusionaron un poco a algunos compañeros, por lo que me estuvieron contando), estoy de acuerdo en que el problema de la gestión de medallas podría haberse contemplado (a algunos finisher de la prueba intermedia, según oí, le dieron medalla de la ultra al agotarse las existencias), pero en cuanto al tema de avituallamientos o el del balizaje no coincido.
En cuando al avituallamiento, el carácter era de semi autosuficiencia, por lo que es normal que hubiese pocos avituallamientos, y, de hecho, personalmente cargué con una reserva alimenticia sobrada para acabar la prueba en condiciones, pienso que si un corredor sabe esto de antemano y tiene en el perfil de la prueba el contenido de cada avituallamiento, que en el avituallamiento de Dornajo hubiese solo agua no es motivo de queja; quizás podrían haber estado más completos los avituallamientos con algo más de alimentos con carbohidratos en lugar de tantos ricos en azúcares (naturales o artificiales) pero eso ya es cuestión de gustos.
En cuanto al balizaje de la prueba, creo que fue excelente, tan solo el tramo del Veleta a meta tuvo menos balizas y me hizo dudar en algún momento, entre fatiga, noche y falta de alguna baliza, pero que de 86 km 4 tuviesen un balizaje más reducido no lo veo tampoco criticable.
En cualquier caso, todos coincidimos en que el recorrido fue excelente, la experiencia muy buena y tenemos ganas de ver como evoluciona la prueba en su segunda edición.
Tras una larga espera en el autobús pusimos rumbo a Granada, y tras pedir a mis compañeros del asiento de detrás que me avisasen si llegábamos y estaba dormido y avisar a Mayte, cerré los ojos, en principio, momentáneamente.
Cuando los abrí de nuevo, sin embargo, había pasado cerca de medi ahora, notaba el cuerpo muy pesado y estábamos llegando al Zaidín, así que decidí no cerrar de nuevo los ojos, ya que si no caería rendido de nuevo.
Al apearnos en el Paseo de Los Basilios casi no me podía mantener en pie (ya se notaban los calambres post-carrera), pero con ayuda de los bastones inicialmente conseguí "recordar" como se andaba y pude llegar al coche caminando erguido y sin apoyo.
Allí me esperaban Mayte y su hermana pequeña, Ángela, con mi cena post-carrera, un doble menú del Burguer King (a reponer grasas y carbohidratos, no con la opción menos saludable, pero algo es algo).
Sin embargo, pasarían cerca de dos horas para poder degustarlo, ya frío, de camino a Jun, ahora más activo pero muy fatigado, me perdí en dos ocasiones, primero en la circunvalación (le di una vuelta completa) y luego en una salida que me llevó en dirección opuesta cerca de 30 kilómetros, hasta que caí en la cuenta.
Sobre las 2 de la mañana pude, tras más de 36 horas, volver a dormir en una cama, quedando sumido al instante en un letargo sin sueño de 10 horas.
Estuve muchas semanas pensando en la prueba, preparándola, entrenando, decidiendo que material emplear... y la experiencia no me decepcionó en ningún sentido, pese a la expectación.
Fue genial poder compartir camino con tantos amigos, así como con los nuevos que he realizado en la prueba, recorrer nuevas ciudades, nuevos caminos, disfrutar de los tramos nocturnos, del amanecer, de la amabilidad de la gente...
Ha sido el ultra en el que más he disfrutado y en el que mejor me he encontrado en cuanto a sensaciones hasta el momento, acabo sintiéndome fuerte y empiezo la temporada de montaña con la motivación muy elevada, ¡hay que mantenerla así!
Gracias a todos por acompañarme de nuevo por el recorrido del ultra en esta larga crónica, sé que he tardado demasiado en acabar de redactarla, pero espero que comprendáis que tanto correr como escribir es un hobbie para mi, y aunque me gustaría tener más tiempo para dedicarle, no siempre es posible.
¡un saludo fuerte fuerte a todos!
Me pusiste la piel de gallina !!!
ResponderEliminar¡Me alegro de que te gustase Tina!
ResponderEliminarLimpiar los caminos es restaurar su esencia natural. Cada recogida de basura no solo despeja el sendero, también preserva la belleza del entorno y protege el hábitat de la vida silvestre.
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