Tras realizar una única sesión tras mi debut en triatlón esta semana, de 5 horas y media que acabé con molestias en ambas rodillas (lo que achaqué al calzado) esta mañana a las 6:45 de la mañana despertaba en Almonte, Huelva, preparado para participar en la I edición del ultra trail Desafío del Tinto.
Físicamente no tenía ya molestia alguna, pero el fantasma de las molestias, que nunca había notado antes, seguía presente.
Desperté soñando que corría una prueba con mis compañeros del Club Atletismo Fuengirola en mi localidad, que íbamos ganando, así que me centré en esos pensamientos mientras desayunaba, e intentaba alejar los pensamientos negativos de mi mente.
Tras meterme en el cuerpo unos cereales y unas tortitas de arroz, Marina (mi hermana), Mayte (mi pareja) y yo dejamos el hostal en el que nos estábamos hospedando, llegando a las 8:15 a Palma del Condado, tiempo demasiado justo, pero la espesa niebla obligaba a circular con precaución.
A las 8:30 era la salida, y tras dar varias vueltas y pedir referencia localizamos la salida, en la Plaza de España; venía ya vestido de competición, así que sería llegar y estar preparado, pero necesitaba ir al baño y no encontrábamos aparcamiento por ningún sitio...
Finalmente, en un enorme llano, embarrado debido a las lluvias de las últimas horas, nos dispusimos a aparcar, quedando atrapados en medio del barrizal.
Un ciclista se ofreció a ayudarnos, pero pese a que nos ayudaba empujando no había manera de sacarlo... 8:22, 8 minutos para la salida si todo iba bien... ahí se tendría que quedar...
Llegamos a la Plaza de España dos minutos más tarde, pero aún tenía que ir al baño.
La cola en el bar situado justo enfrente de la salida no era pequeña, pero no me quedaba otra opción...
Salí a las 8:29, con el corazón en la boca, pero en la plaza no había tensión aún, una charanga tocaba música en la plaza y los ciclistas estaban preparándose para la tradicional prueba MTB, pero los corredores estaban aún dispersos por la zona.
Me reuní con Mayte y Marina y al momento se dio la salida de la carrera ciclista (mientras la charanga interpretaba "The Final Countdown") y se nos comenzó a llamar al cajón de salida a los corredores.
Pasamos el control de dorsal y fuimos entrando al mismo, yo, sin prisa, colocándome al final del cajón que compartíamos los aspirantes a finisher en la modalidad de 30 km y de 73 km.
Sabía que José Carlos del Toro, atleta del Grupo Alpino Benalmádena Irontriath que conocí en La Sportiva Running Day participaría, pero de momento no lo había visto.
Mientras pensaba en ello, dos corredores se me quedaron mirando, y uno de ellos me dijo "yo te conozco... tu eres el del blog, ¿no? ¿el caminante errante?"
"El Corredor Errante", le dije, y en un momento entablamos conversación.
Los corredores eran sevillanos, aficionados a las carreras de trail, y participarían en la prueba corta, que, nos comunicaban por megafonía (mientras la charanga interpretaba "Campanera"), comenzaría una vez que el cohete iniciase la cuenta atrás.
Pese a la previsión de lluvia hacía calor, pero decidí llevar mallas largas, camiseta de manga corta, cortavientos remangado y mi habitual Quechua Extend, bien aprovisionada de agua, isotónica, comida y papel de combate, además de mi perenne manta térmica (por suerte, aún por estrenar); ahora me arrepentía por momentos, quizá por el calor que desprendíamos los corredores apiñados en el cajón de salida.
El silbido del cohete dejó entrever que quedaban pocos segundos para el inicio de la prueba, así que preparé el reloj (el GPS lo preparé esperando en la cola del baño), y aguanté la respiración mientras cotaba los segundos que pasaban antes de que estallase; no llegaron a 4.
¡Comenzó la prueba!
Los corredores en cabeza iban a un ritmo frenético; mi estrategia era otra bien clara, aguantar hasta donde pudiese trotando, después, caminar, con pasar por meta antes de las 12 horas límite me daba por satisfecho.
Avancé con cautela sobre los adoquines del primer kilómetro, impertérrito al ritmo que la carrera iba imponiendo y dejando que me adelantasen los corredores más rápidos.
En la rotonda de la Avenida Sundheim dejamos atrás el primer kilómetro, mientras amanecía y se comenzaba a disipar la antes densa niebla que rodeaba la distante penumbra.
Pasé por ahí en 5:15, notando algo raro en la rodilla izquierda, pero sin dolor en ninguna.
Iba cauto, pero ese primer kilómetro sin dolor me hizo que probase a acelerar un poco más en el segundo, tras la parada en seco que realizamos en las vías del tren ante la llegada del mismo.
Por lo visto, según comentaban algunos corredores (los más cercanos a la valla de seguridad algo más molestos), el grupo de cabeza pudo pasar justo antes de que bajasen las vayas, por lo que ahora "íbamos en desventaja".
Personalmente no me importó en absoluto, no estuvimos más que un par de minutos parados, en una carrera de 30 kilómetros si es un tiempo que puede hacer la diferencia, pero en un ultra de 72, aunque sea tan corrible como el de hoy, dos minutos es el tiempo que tardas en atarte y desatarte los cordones para sacar las zapatillas, un efímero momento.
Tras el paso del tren de Renfe (que pitó al ver el panorama en el andén, de modo alegre), cruzamos al otro lado, haciendo paso para que pasase uno de los organizadores en moto, que nos dijo que "pararía" a la cabeza de carrera para que estuviésemos en igualdad de condiciones.
Que la parase lo veía harto improbable, pero bueno, yo a lo mío y cada uno a correr su prueba.
El segundo kilómetro y buena parte del tercero, en el que discurríamos en paralelo al arroyo de la Pescadería, avanzamos sobre barro, esquivándolo en los puntos donde era más profundo, y evitando charcos y cañas por igual sin perder fuelle.
Iba a un ritmo de aproximadamente 5:05, pero al llegar a la minicuesta del kilómetro 3,3, que no tendría ni un 2% de pendiente, la sensación rara en mi rodilla derecha se acentuó, y, precoupado, la subí andando, mientras me adelantaban corredores corriendo y trotando.
Al subirla, lo que me llevó pocos segundos, volví al trote, aunque mucho más suave, acabando el tercer kilómetro a 5:35.
Me puse a la par de una pareja que iba avanzando sin prisa pero sin pausa, como yo, que se enfrentarían también a los 72 kilómetros.
Al ver mis pintas y mi ritmo "reservón" dieron por hecho que era un atleta muy experimentado, aunque lo negué en rotundo, ya que aunque llevo varios ultras en pocos meses (5 desde mayo), aun no hace ni un año que me dedico a correr por montaña.
Fuera como fuese compartimos camino, consejos y charla hasta el kilómetro 4, ya que en la suavísima pendiente que bajamos noté como la molestia en ambas rodillas comenzaba a ser dolorosa, y al descender la pendiente andando acabaron por adelantarme.
Poco después me pasaron los corredores sevillanos y acabé siendo adelantado por más y más corredores, hasta que pensé que ya cerraba la cola de la prueba.
En las suaves pendientes hacia arriba andaba rápido, en los tramos llanos (los más comunes) trotaba y en las pendientes descendientes andaba muy muy despacio.
Iba a ser un día muy largo, tenía hecho un plan con el tiempo de paso kilómetro a kilómetro para entrar en las 12 horas, ya que inicialmente planeaba rondar 8, pero el miércoles decidí ser conservador al notar las molestias entrenando y mi idea dejó de ser ir a por tiempo para contentarme con finalizar.
Al llegar al primer avituallamiento, rondando el kilómetro 6 avanzaba ya a un ritmo de 6:30 minutos por kilómetro, realmente acojonado por mis rodillas y por el devenir de la prueba.
Un niño me sacó de mi ensimismamiento ofreciéndome una lata de isotónica fresquita y un plátano, a unos 400 metros del avituallamiento, mientras volvía corriendo y me coreaba todo lo que podía ofrecerme, aunque rehusé educadamente; con el plátano y la isotónica tenía de sobra.
Comí y bebí en el mismo puesto para no tirar nada en el camino, aunque un minuto después de parar vi que no todos los corredores se habían tomado esa molestia, o la de guardar al menos los envases de plástico, ya que había latas, botellines y envoltorios de barritas energéticas hasta casi 500 metros después de ese primer avituallamiento, donde los voluntarios se volcaron ofreciéndome de todo.
Volví a la marcha, centrándome en el precioso paisaje que me rodeaba, pero el dolor en las rodillas se acrecentaba por momentos al trotar, así que decidir comenzar a andar, muy apenado y dolido en mi orgullo; no me importaría participar alguna vez en una travesía, de hecho me encantaría hacer alguna con mi pareja y amigos, pero lo que me gusta de verdad es correr, y no había venido desde tan lejos hasta Huelva con la idea de hacer una travesía, sino correr...
Observaba las verdes colinas que, según uno corredor que había oído justo cuando me comenzaron a doler las rodillas, cambiarían completamente de aquí a 20 años, ya que, supuestamente, se enclavará ahí un eucaliptal con el objetivo de estimular la industria de la celulosa.
No sé que impacto económico tendrá, pero espero que el medioambiental sea mínimo, la que la zona era preciosa, me recordaba totalmente a las verdes praderas de Gelderland, en Holanda, tanto por lo verde como por el escaso desnivel de la zona, por el momento...
A partir del kilómetro 4 habíamos estado, por lo general, ascendiendo, pero muy sutilmente, y casi lo prefería, ya que de acuerdo con mi GPS avanzaba más rápido en pendiente que en llano, quizá porque podía impulsarme más fácilmente con los Arpenaz.
En el repecho del kilómetro 8 avanzaba a un ritmo de cerca de 8:20 minutos por kilómetro, rápido para ir andando, pero muy lento si quería acabar antes del anochecer.
Pensaba que ya sería el último, pero me sorprendió un grupo de dos corredores mayorcetes, que avanzaban comentando que estaban apuntados a la prueba larga pero menos mal que esta mañana "se había pasado a la corta".
No sabía que esa opción estaba disponible, así que por un momento rondó mi idea acabar con 30 kilómetros, pero deseché la idea y traté de avanzar trotando para ponerme con ellos, ya que iba a ser muy duro recorrer tantos kilómetros en tantas horas yo solo.
Craso error, la pendiente descendiente me sentó como un tiro, y me quedé tocado aparte de físicamente, psicológicamente.
Nunca en mis 7 años como corredor me he lesionado ni he tenido ninguna molestia que 2-3 días a lo sumo de reposo no hayan reparado por completo, pero los dos días de descanso desde el entrenamiento del miércoles no habían hecho desaparecer esta nueva y extraña molestia en las rodillas...
No estaba cansado para nada, de hecho, había dejado de sudar desde antes del avituallamiento, pero no era capaz de flexionar y extender las rodillas de forma natural e indolora, especialmente la izquierda, por lo que, resignado, tuve que seguir caminando, intentando seguir con la vista a la pareja de corredores, cada vez más lejana... ¿Qué me pasaba?
Poco a poco me fueron adelantando más corredores, lo que pensaba que era cada vez más improbable, y en la bajada del kilómetro 10 me adelantó la última pareja, chico y chica, mientras el GPS me chivateaba el paso, a un ritmo medio en el último parcial de 8:15.
Para hacer en 12 horas la prueba tenía que pasar el décimo kilómetro en 1:28:20.
Había pasado en 1:09:03, con un margen amplio, pero teniendo en cuenta que había realizado los primeros kilómetros corriendo...
En la subida, que pensaba que sería más larga, renuncié, con mucho dolor (mental, el físico era aún incipiente para lo que vendría), al ultra trail, decidiendo que acabaría en el kilómetro 30, mientras arrastraba los pies por la pendiente.
El tramo de sube y baja posterior, además, me dejó tan tocado que ya solo con andar sentía dolor; como no podía extender bien la pierna derecha ni flexionar bien la izquierda, bajaba a pasos cortos, a trompicones, tropezando y acrecentando mi dolor articular.
Me puse a cerca de 9 minutos por kilómetro, y subiendo.
Alcancé en el kilómetro 12 a la pareja, ya que ella se había parado para quitarse piedrecitas de una de las zapatillas, pero tras unos 200 metros y un cambio de rasante volví a quedarme solo con mi soledad, solo interrumpida por algún ciclista que paseaba en dirección opuesta a la carrera, y me animaba o saludaba mientras devolvía el saludo, tratando de aparentar que no me dolía nada.
En la pequeña subida del kilómetro 13 vi una ambulancia, y pensé preguntar si me podían echar un ojo, pero no vi ningún enfermero o médico, tan solo miembros de Protección Civil, así que crucé la carretera, me coloqué en el lado derecho, y afronté la suave pendiente con decisión, camino del segundo avituallamiento.
Tras unos 200 metros vi a un corredor tirado en el suelo en una curva, tocándose una pierna; a los 225 metros vi que era una corredora.
A unos 10 metros de distancia le pregunté si estaba bien, pero se limitó a negar con la cabeza.
Me acerqué y me agaché para ver que le pasaba, y vi que la pobre estaba llorando, con un tobillo desnudo algo inflamado.
Le pregunté si había sido contusión o esguince, y me dijo que creía que esguince, ya que la caída había sido fea, tenía problemas para mover le tobillo y no era capaz de apoyarse sobre él.
Vi que estaba sola y le pregunté si había llamado a la ambulancia, y si quería que llamase yo.
Me dijo que debía estar en camino, pero acababa de verla hacía ni dos minutos y no había personal sanitario cerca... decidí llamar también.
Mientras buscaba en internet el número de la organización (el del dorsal era de gesconchip, pensaba ya llamar al 112 directamente) un ciclista se aproximó.
Se ofreció a avisar en un momento a la ambulancia, y esperé a su regreso acompañando a la chica, a la que ofrecí un gel de masaje que me habían dado en la salida.
Ella ya había usado uno, pero seguro que le haría más falta que a mi.
La corredora me dijo que estaría bien e insistió en que continuase, pero me negué en rotundo hasta que volvió el ciclista, la ayuda estaba en camino y el ciclista me prometió que se quedaría con ella hasta que la evacuasen.
Avisé a Mayte de mi situación y le mandé algunas fotos del precioso paisaje, para que no se preocupase.
Nos encontramos de nuevo en el segundo avituallamiento, de una escuela de ciclismo si mal no recuerdo, donde varios niños me ofrecieron desde agua hasta bocadillos, así como los encargados del avituallamiento.
Qué cercanos y que ganas de ayudar, y qué bien montados, me dio muchísima alegría, y repuse fuerzas físicas y anímicas, pero el dolor persistía...
Justo dejando el avituallamiento nos cruzamos el ciclista y yo, y me comentó que la chica ya había sido evacuada.
Además, antes de continuar, me comentó que era podólogo, y que estaría haciendo barridos por la zona, que si necesitaba lo que sea, que le avisase (supongo que lo comentó, aparte de para ayudar en general, porque mi cojera era ya difícilmente disimulable...).
Llegamos al tinto, que contemplaba por primera vez en mi vida, y me pareció precioso... difícil de describir, pero por suerte, tengo una foto:
Avanzaba ya a trompicones, usando los Arpenaz como bastones... llegó un momento en el que tuve que parar y todo, ya que no paraba de tropezar, no es que el tramo fuese difícil, es que parecía que se me había olvidado como caminar, y cuanto más experimentaba formas de apoyo indoloras, más me acababan molestando las rodillas...
Comenzó a chispear.
Fueron solo cuatro gotas, pero parecía que el cielo lloraba por mí, que seguía, empecinado, avanzando, ahora arrastrando la pierna derecha, que llevaba bloqueada literalmente.
Un ciclista me adelantó y me preguntó como iba, y al explicarle la situación me convenció para entrar en razón; el coche escoba estaba unos 500 metros, no podía seguir así.
Le agradecí la ayuda y el consejo y lo esperé.
El dispositivo de evacuación fue casi inmediato, me subieron al coche escoba, me pidieron número de dorsal y me fueron preguntando de dónde era, como había ido la carrera, qué me había pasado y demás, mientras avanzábamos por la antigua vía férrea que transportaba el mineral desde las minas hasta el puerto de Huelva, futura Vía Verde.
Fueron super amables, en el coche se ofrecieron incluso a parar al ver que echaba una foto, y en un momento estaba en el siguiente avituallamiento.
He corrido pruebas duras, con desniveles estratosféricos, otras con mala organización, otras con pocos avituallamientos o mal preparados, con voluntarios poco motivados, en recorridos algo monótonos...
Esta prueba tenía un desnivel muy bajito, era "corrible" casi al 100%, el paisaje, precioso, la organizadión, de 12, los voluntarios encantadores, los avituallamientos, de lo mejor... y no era capaz de acabarla...
La prueba acabó para mí en el kilómetro 16,8, tras 2:06:18; en la zona del Puente de Gadea me trasladaron a un coche de Protección Civil y en cosa de 15 minutos estaba en la Plaza de España, con Mayte y Marina, sonrientes, preocupadas, lejos de estar decepcionadas por venir desde tan lejos para esto.
Una voluntaria me dio una medalla de finisher al volver al coche; intenté no aceptarla, pero se me atragantaron las palabras y la puso en mis manos.
Se la entregué a Mayte, sé que no tiene mucho valor, pero esa medalla no me la había ganado, y ella, con creces, ha hecho mérito no para una medalla, sino para una caja entera.
Desde aquí le agradezco su apoyo y dedicación, eterna, así como a Marina, mi hermana, a Gonzalo, que hace mucho que no quedamos pero sigue siendo un apoyo muy importante para mí, así como mis familiares, amigos y vosotros, que siempre tenéis palabras de ánimo y elogio.
Muchas gracias a todos, espero poder escribir en pocos días diciendo que estoy fenomenal y me voy a comer los kilómetros en el Ultra del Genal, pero de momento con ser capaz de andar sin dolor, me conformo.
Espero que esta no sea mi primera lesión, sino una sobrecarga... debía haber hecho más por cumplir el milagro de la salida, pero ahora por querer acelerar las cosas me veo así... Espero recuperarme pronto...
Un saludo a todos.
Físicamente no tenía ya molestia alguna, pero el fantasma de las molestias, que nunca había notado antes, seguía presente.
Desperté soñando que corría una prueba con mis compañeros del Club Atletismo Fuengirola en mi localidad, que íbamos ganando, así que me centré en esos pensamientos mientras desayunaba, e intentaba alejar los pensamientos negativos de mi mente.
Tras meterme en el cuerpo unos cereales y unas tortitas de arroz, Marina (mi hermana), Mayte (mi pareja) y yo dejamos el hostal en el que nos estábamos hospedando, llegando a las 8:15 a Palma del Condado, tiempo demasiado justo, pero la espesa niebla obligaba a circular con precaución.
A las 8:30 era la salida, y tras dar varias vueltas y pedir referencia localizamos la salida, en la Plaza de España; venía ya vestido de competición, así que sería llegar y estar preparado, pero necesitaba ir al baño y no encontrábamos aparcamiento por ningún sitio...
Finalmente, en un enorme llano, embarrado debido a las lluvias de las últimas horas, nos dispusimos a aparcar, quedando atrapados en medio del barrizal.
Un ciclista se ofreció a ayudarnos, pero pese a que nos ayudaba empujando no había manera de sacarlo... 8:22, 8 minutos para la salida si todo iba bien... ahí se tendría que quedar...
Llegamos a la Plaza de España dos minutos más tarde, pero aún tenía que ir al baño.
La cola en el bar situado justo enfrente de la salida no era pequeña, pero no me quedaba otra opción...
Salí a las 8:29, con el corazón en la boca, pero en la plaza no había tensión aún, una charanga tocaba música en la plaza y los ciclistas estaban preparándose para la tradicional prueba MTB, pero los corredores estaban aún dispersos por la zona.
Me reuní con Mayte y Marina y al momento se dio la salida de la carrera ciclista (mientras la charanga interpretaba "The Final Countdown") y se nos comenzó a llamar al cajón de salida a los corredores.
Pasamos el control de dorsal y fuimos entrando al mismo, yo, sin prisa, colocándome al final del cajón que compartíamos los aspirantes a finisher en la modalidad de 30 km y de 73 km.
Sabía que José Carlos del Toro, atleta del Grupo Alpino Benalmádena Irontriath que conocí en La Sportiva Running Day participaría, pero de momento no lo había visto.
Mientras pensaba en ello, dos corredores se me quedaron mirando, y uno de ellos me dijo "yo te conozco... tu eres el del blog, ¿no? ¿el caminante errante?"
"El Corredor Errante", le dije, y en un momento entablamos conversación.
Los corredores eran sevillanos, aficionados a las carreras de trail, y participarían en la prueba corta, que, nos comunicaban por megafonía (mientras la charanga interpretaba "Campanera"), comenzaría una vez que el cohete iniciase la cuenta atrás.
Pese a la previsión de lluvia hacía calor, pero decidí llevar mallas largas, camiseta de manga corta, cortavientos remangado y mi habitual Quechua Extend, bien aprovisionada de agua, isotónica, comida y papel de combate, además de mi perenne manta térmica (por suerte, aún por estrenar); ahora me arrepentía por momentos, quizá por el calor que desprendíamos los corredores apiñados en el cajón de salida.
El silbido del cohete dejó entrever que quedaban pocos segundos para el inicio de la prueba, así que preparé el reloj (el GPS lo preparé esperando en la cola del baño), y aguanté la respiración mientras cotaba los segundos que pasaban antes de que estallase; no llegaron a 4.
¡Comenzó la prueba!
Los corredores en cabeza iban a un ritmo frenético; mi estrategia era otra bien clara, aguantar hasta donde pudiese trotando, después, caminar, con pasar por meta antes de las 12 horas límite me daba por satisfecho.
Avancé con cautela sobre los adoquines del primer kilómetro, impertérrito al ritmo que la carrera iba imponiendo y dejando que me adelantasen los corredores más rápidos.
En la rotonda de la Avenida Sundheim dejamos atrás el primer kilómetro, mientras amanecía y se comenzaba a disipar la antes densa niebla que rodeaba la distante penumbra.
Pasé por ahí en 5:15, notando algo raro en la rodilla izquierda, pero sin dolor en ninguna.
Iba cauto, pero ese primer kilómetro sin dolor me hizo que probase a acelerar un poco más en el segundo, tras la parada en seco que realizamos en las vías del tren ante la llegada del mismo.
Por lo visto, según comentaban algunos corredores (los más cercanos a la valla de seguridad algo más molestos), el grupo de cabeza pudo pasar justo antes de que bajasen las vayas, por lo que ahora "íbamos en desventaja".
Personalmente no me importó en absoluto, no estuvimos más que un par de minutos parados, en una carrera de 30 kilómetros si es un tiempo que puede hacer la diferencia, pero en un ultra de 72, aunque sea tan corrible como el de hoy, dos minutos es el tiempo que tardas en atarte y desatarte los cordones para sacar las zapatillas, un efímero momento.
Tras el paso del tren de Renfe (que pitó al ver el panorama en el andén, de modo alegre), cruzamos al otro lado, haciendo paso para que pasase uno de los organizadores en moto, que nos dijo que "pararía" a la cabeza de carrera para que estuviésemos en igualdad de condiciones.
Que la parase lo veía harto improbable, pero bueno, yo a lo mío y cada uno a correr su prueba.
El segundo kilómetro y buena parte del tercero, en el que discurríamos en paralelo al arroyo de la Pescadería, avanzamos sobre barro, esquivándolo en los puntos donde era más profundo, y evitando charcos y cañas por igual sin perder fuelle.
Iba a un ritmo de aproximadamente 5:05, pero al llegar a la minicuesta del kilómetro 3,3, que no tendría ni un 2% de pendiente, la sensación rara en mi rodilla derecha se acentuó, y, precoupado, la subí andando, mientras me adelantaban corredores corriendo y trotando.
Al subirla, lo que me llevó pocos segundos, volví al trote, aunque mucho más suave, acabando el tercer kilómetro a 5:35.
Me puse a la par de una pareja que iba avanzando sin prisa pero sin pausa, como yo, que se enfrentarían también a los 72 kilómetros.
Al ver mis pintas y mi ritmo "reservón" dieron por hecho que era un atleta muy experimentado, aunque lo negué en rotundo, ya que aunque llevo varios ultras en pocos meses (5 desde mayo), aun no hace ni un año que me dedico a correr por montaña.
Fuera como fuese compartimos camino, consejos y charla hasta el kilómetro 4, ya que en la suavísima pendiente que bajamos noté como la molestia en ambas rodillas comenzaba a ser dolorosa, y al descender la pendiente andando acabaron por adelantarme.
Poco después me pasaron los corredores sevillanos y acabé siendo adelantado por más y más corredores, hasta que pensé que ya cerraba la cola de la prueba.
En las suaves pendientes hacia arriba andaba rápido, en los tramos llanos (los más comunes) trotaba y en las pendientes descendientes andaba muy muy despacio.
Iba a ser un día muy largo, tenía hecho un plan con el tiempo de paso kilómetro a kilómetro para entrar en las 12 horas, ya que inicialmente planeaba rondar 8, pero el miércoles decidí ser conservador al notar las molestias entrenando y mi idea dejó de ser ir a por tiempo para contentarme con finalizar.
Al llegar al primer avituallamiento, rondando el kilómetro 6 avanzaba ya a un ritmo de 6:30 minutos por kilómetro, realmente acojonado por mis rodillas y por el devenir de la prueba.
Un niño me sacó de mi ensimismamiento ofreciéndome una lata de isotónica fresquita y un plátano, a unos 400 metros del avituallamiento, mientras volvía corriendo y me coreaba todo lo que podía ofrecerme, aunque rehusé educadamente; con el plátano y la isotónica tenía de sobra.
Comí y bebí en el mismo puesto para no tirar nada en el camino, aunque un minuto después de parar vi que no todos los corredores se habían tomado esa molestia, o la de guardar al menos los envases de plástico, ya que había latas, botellines y envoltorios de barritas energéticas hasta casi 500 metros después de ese primer avituallamiento, donde los voluntarios se volcaron ofreciéndome de todo.
Volví a la marcha, centrándome en el precioso paisaje que me rodeaba, pero el dolor en las rodillas se acrecentaba por momentos al trotar, así que decidir comenzar a andar, muy apenado y dolido en mi orgullo; no me importaría participar alguna vez en una travesía, de hecho me encantaría hacer alguna con mi pareja y amigos, pero lo que me gusta de verdad es correr, y no había venido desde tan lejos hasta Huelva con la idea de hacer una travesía, sino correr...
Observaba las verdes colinas que, según uno corredor que había oído justo cuando me comenzaron a doler las rodillas, cambiarían completamente de aquí a 20 años, ya que, supuestamente, se enclavará ahí un eucaliptal con el objetivo de estimular la industria de la celulosa.
No sé que impacto económico tendrá, pero espero que el medioambiental sea mínimo, la que la zona era preciosa, me recordaba totalmente a las verdes praderas de Gelderland, en Holanda, tanto por lo verde como por el escaso desnivel de la zona, por el momento...
A partir del kilómetro 4 habíamos estado, por lo general, ascendiendo, pero muy sutilmente, y casi lo prefería, ya que de acuerdo con mi GPS avanzaba más rápido en pendiente que en llano, quizá porque podía impulsarme más fácilmente con los Arpenaz.
En el repecho del kilómetro 8 avanzaba a un ritmo de cerca de 8:20 minutos por kilómetro, rápido para ir andando, pero muy lento si quería acabar antes del anochecer.
Pensaba que ya sería el último, pero me sorprendió un grupo de dos corredores mayorcetes, que avanzaban comentando que estaban apuntados a la prueba larga pero menos mal que esta mañana "se había pasado a la corta".
No sabía que esa opción estaba disponible, así que por un momento rondó mi idea acabar con 30 kilómetros, pero deseché la idea y traté de avanzar trotando para ponerme con ellos, ya que iba a ser muy duro recorrer tantos kilómetros en tantas horas yo solo.
Craso error, la pendiente descendiente me sentó como un tiro, y me quedé tocado aparte de físicamente, psicológicamente.
Nunca en mis 7 años como corredor me he lesionado ni he tenido ninguna molestia que 2-3 días a lo sumo de reposo no hayan reparado por completo, pero los dos días de descanso desde el entrenamiento del miércoles no habían hecho desaparecer esta nueva y extraña molestia en las rodillas...
No estaba cansado para nada, de hecho, había dejado de sudar desde antes del avituallamiento, pero no era capaz de flexionar y extender las rodillas de forma natural e indolora, especialmente la izquierda, por lo que, resignado, tuve que seguir caminando, intentando seguir con la vista a la pareja de corredores, cada vez más lejana... ¿Qué me pasaba?
Poco a poco me fueron adelantando más corredores, lo que pensaba que era cada vez más improbable, y en la bajada del kilómetro 10 me adelantó la última pareja, chico y chica, mientras el GPS me chivateaba el paso, a un ritmo medio en el último parcial de 8:15.
Para hacer en 12 horas la prueba tenía que pasar el décimo kilómetro en 1:28:20.
Había pasado en 1:09:03, con un margen amplio, pero teniendo en cuenta que había realizado los primeros kilómetros corriendo...
En la subida, que pensaba que sería más larga, renuncié, con mucho dolor (mental, el físico era aún incipiente para lo que vendría), al ultra trail, decidiendo que acabaría en el kilómetro 30, mientras arrastraba los pies por la pendiente.
El tramo de sube y baja posterior, además, me dejó tan tocado que ya solo con andar sentía dolor; como no podía extender bien la pierna derecha ni flexionar bien la izquierda, bajaba a pasos cortos, a trompicones, tropezando y acrecentando mi dolor articular.
Me puse a cerca de 9 minutos por kilómetro, y subiendo.
Alcancé en el kilómetro 12 a la pareja, ya que ella se había parado para quitarse piedrecitas de una de las zapatillas, pero tras unos 200 metros y un cambio de rasante volví a quedarme solo con mi soledad, solo interrumpida por algún ciclista que paseaba en dirección opuesta a la carrera, y me animaba o saludaba mientras devolvía el saludo, tratando de aparentar que no me dolía nada.
En la pequeña subida del kilómetro 13 vi una ambulancia, y pensé preguntar si me podían echar un ojo, pero no vi ningún enfermero o médico, tan solo miembros de Protección Civil, así que crucé la carretera, me coloqué en el lado derecho, y afronté la suave pendiente con decisión, camino del segundo avituallamiento.
Tras unos 200 metros vi a un corredor tirado en el suelo en una curva, tocándose una pierna; a los 225 metros vi que era una corredora.
A unos 10 metros de distancia le pregunté si estaba bien, pero se limitó a negar con la cabeza.
Me acerqué y me agaché para ver que le pasaba, y vi que la pobre estaba llorando, con un tobillo desnudo algo inflamado.
Le pregunté si había sido contusión o esguince, y me dijo que creía que esguince, ya que la caída había sido fea, tenía problemas para mover le tobillo y no era capaz de apoyarse sobre él.
Vi que estaba sola y le pregunté si había llamado a la ambulancia, y si quería que llamase yo.
Me dijo que debía estar en camino, pero acababa de verla hacía ni dos minutos y no había personal sanitario cerca... decidí llamar también.
Mientras buscaba en internet el número de la organización (el del dorsal era de gesconchip, pensaba ya llamar al 112 directamente) un ciclista se aproximó.
Se ofreció a avisar en un momento a la ambulancia, y esperé a su regreso acompañando a la chica, a la que ofrecí un gel de masaje que me habían dado en la salida.
Ella ya había usado uno, pero seguro que le haría más falta que a mi.
La corredora me dijo que estaría bien e insistió en que continuase, pero me negué en rotundo hasta que volvió el ciclista, la ayuda estaba en camino y el ciclista me prometió que se quedaría con ella hasta que la evacuasen.
Avisé a Mayte de mi situación y le mandé algunas fotos del precioso paisaje, para que no se preocupase.
Nos encontramos de nuevo en el segundo avituallamiento, de una escuela de ciclismo si mal no recuerdo, donde varios niños me ofrecieron desde agua hasta bocadillos, así como los encargados del avituallamiento.
Qué cercanos y que ganas de ayudar, y qué bien montados, me dio muchísima alegría, y repuse fuerzas físicas y anímicas, pero el dolor persistía...
Justo dejando el avituallamiento nos cruzamos el ciclista y yo, y me comentó que la chica ya había sido evacuada.
Además, antes de continuar, me comentó que era podólogo, y que estaría haciendo barridos por la zona, que si necesitaba lo que sea, que le avisase (supongo que lo comentó, aparte de para ayudar en general, porque mi cojera era ya difícilmente disimulable...).
Llegamos al tinto, que contemplaba por primera vez en mi vida, y me pareció precioso... difícil de describir, pero por suerte, tengo una foto:
Avanzaba ya a trompicones, usando los Arpenaz como bastones... llegó un momento en el que tuve que parar y todo, ya que no paraba de tropezar, no es que el tramo fuese difícil, es que parecía que se me había olvidado como caminar, y cuanto más experimentaba formas de apoyo indoloras, más me acababan molestando las rodillas...
Comenzó a chispear.
Fueron solo cuatro gotas, pero parecía que el cielo lloraba por mí, que seguía, empecinado, avanzando, ahora arrastrando la pierna derecha, que llevaba bloqueada literalmente.
Un ciclista me adelantó y me preguntó como iba, y al explicarle la situación me convenció para entrar en razón; el coche escoba estaba unos 500 metros, no podía seguir así.
Le agradecí la ayuda y el consejo y lo esperé.
El dispositivo de evacuación fue casi inmediato, me subieron al coche escoba, me pidieron número de dorsal y me fueron preguntando de dónde era, como había ido la carrera, qué me había pasado y demás, mientras avanzábamos por la antigua vía férrea que transportaba el mineral desde las minas hasta el puerto de Huelva, futura Vía Verde.
Fueron super amables, en el coche se ofrecieron incluso a parar al ver que echaba una foto, y en un momento estaba en el siguiente avituallamiento.
He corrido pruebas duras, con desniveles estratosféricos, otras con mala organización, otras con pocos avituallamientos o mal preparados, con voluntarios poco motivados, en recorridos algo monótonos...
Esta prueba tenía un desnivel muy bajito, era "corrible" casi al 100%, el paisaje, precioso, la organizadión, de 12, los voluntarios encantadores, los avituallamientos, de lo mejor... y no era capaz de acabarla...
La prueba acabó para mí en el kilómetro 16,8, tras 2:06:18; en la zona del Puente de Gadea me trasladaron a un coche de Protección Civil y en cosa de 15 minutos estaba en la Plaza de España, con Mayte y Marina, sonrientes, preocupadas, lejos de estar decepcionadas por venir desde tan lejos para esto.
Una voluntaria me dio una medalla de finisher al volver al coche; intenté no aceptarla, pero se me atragantaron las palabras y la puso en mis manos.
Se la entregué a Mayte, sé que no tiene mucho valor, pero esa medalla no me la había ganado, y ella, con creces, ha hecho mérito no para una medalla, sino para una caja entera.
Desde aquí le agradezco su apoyo y dedicación, eterna, así como a Marina, mi hermana, a Gonzalo, que hace mucho que no quedamos pero sigue siendo un apoyo muy importante para mí, así como mis familiares, amigos y vosotros, que siempre tenéis palabras de ánimo y elogio.
Muchas gracias a todos, espero poder escribir en pocos días diciendo que estoy fenomenal y me voy a comer los kilómetros en el Ultra del Genal, pero de momento con ser capaz de andar sin dolor, me conformo.
Espero que esta no sea mi primera lesión, sino una sobrecarga... debía haber hecho más por cumplir el milagro de la salida, pero ahora por querer acelerar las cosas me veo así... Espero recuperarme pronto...
Un saludo a todos.
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