Ultra Trail Tabernas Desert 2015, Sábado 21 de Marzo - De La Estación a la falda de Sierra Alhamilla
Hostal La Estación, 05:50. A 32 kilómetros de la salida.
Tras la clase práctica de Investigación Aplicada al Entrenamiento Deportivo en el Pabellón de Deportes de la Universidad de Málaga y tras recoger a Matt nos dirigimos a Almería, donde llegamos cerca de las 9 de la tarde.
Nos hospedamos en el Hostal La Estación, al que he visto conveniente hacer publicidad voluntariamente por la buena relación calidad precio de sus instalaciones y el buenísima trato recibido (cuando vayamos a Almería ya sabemos donde ir).
Cuando llegamos, para mi sorpresa, el encargado del hostal me comunicó que tanto él como su pareja participarían también en el ultra, en la modalidad BTT, y quedamos con ellos para acudir a Tabernas la mañana siguiente.
Además, nos dieron la posibilidad de desalojar la habitación el domingo más tarde de lo habitual en caso de llegar de madrugada, un detalle que en otros lugares no siempre se nos ha permitido y que el corredor siempre agradece.
Pregunté también donde podíamos cenar algo, indicándonos el hombre que justo al lado había un bar de raciones, donde invité a mis acompañantes a una rápida cena y nos acostamos, hasta la madrugada siguiente.
Tras un rápido desayuno, terminar de prepararlo todo y confirmar con la pareja que regentaba el hostal que nos guiarían hasta Tabernas salimos hacia el coche, y esperamos hasta el cambio de turno para salir hacia el municipio de salida del ultra.
¡Menos mal que nos guiaban! entre que era de noche, no conocíamos la zona y estaba al señalizado... Tuvimos la suerte también de que en varias rotondas nos esperaron, ya que en las primeras nos quedamos un poco atrás, pero una vez cogimos la nacional 340 nos unimos a una procesión de coches cargados con bicicletas que presagiaban que nos acercábamos a Tabernas.
Una vez allí nos costó orientarnos, ya que el pueblo era todo un hormiguero de ciclistas y atletas nerviosos que se movían de aquí para allá (y el GPS no daba con la localización del polideportivo, todo sea dicho), así que tras casi media hora de retraso (suerte que íbamos con tiempo) Mayte nos dejó a mi y a Matt en la zona de salida mientras aparcaban y nos dirigimos a recoger los dorsales.
El polideportivo estaba abarrotado, pero por suerte la cola avanzaba con presteza.
En cuestión de minutos había intercambiado mi manifiesto de responsabilidad y certificado médico por una bolsa del corredor, dorsal y ticket de comida y bebida, y como no tenía pensado dejar mochila en el guardarropa (cargaría con todo encima de inicio a fin), ya estaba preparado.
Coincidí con Santi Ruiz (creo que no necesita presentación) en la zona de recogida de dorsales, junto a su pareja de equipo, y con otro corredor minimalista nos echamos una foto de grupo.
Una vez fuera y mientras se preparaba la salida de ciclistas me encontré con varios amigos y conocidos (desvirtualicé a alguno durante la prueba), con los que, usando la lona de los sponsors a modo de Photocall, inmortalicé el momento con una instantánea.
Tras tomar la salida los compañeros de la modalidad BTT, Matt y yo nos dirigimos a la salida, donde Domi, director de la carrera, nos recordó las normas generales del evento, la ruta y las directrices de la prueba.
Pocos minutos después de la salida ciclista y tal y como estaba previsto, ¡comenzó la prueba!
La subida en pendiente ayudó a poner un ritmo asequible en la subida hacia el Castillo de Tabernas, pero aun así en cuanto llegamos al sendero que rodeaba la falda del mismo Matt y yo comenzamos a destacarnos y nos colocamos en el grupo de cabeza, en el que nos mantuvimos durante unos cuantos metros, hasta que comenzó la bajada.
No fue demasiado técnica pero si muy empinada, y la afronté inicialmente con reservas al no haber testado aun las Merrel Trail Glove 3 en ese tipo de pendientes, pero el resultado fue inmejorable, de las mejores sensaciones que he tenido en bajada, tanto que al llegar al pie del castillo me quedé con ganas de más.
No obstante el pensamiento no permaneció durante mucho tiempo en mi mente, ya que quedé admirado de la belleza del paisaje ya en el primer tramo, un amplio y profundo cañón excavado sobre el terreno sedimentario con paredes casi verticales, que me trasladaron mentalmente al Gran Cañón del Colorado y sus leyendas de corredores tarahumara.
Correr con Matt al lado, calzando huaraches, ambientaba bastante, así que, mientras un grupo se distanciaba en cabeza y nosotros nos distanciábamos del resto de la prueba, a un ritmo muy cómodo, nos pusimos a charlar sobre el tema.
El sol aun no calentaba demasiado, pero comenzaba a entrar en calor, y me alegraba de haberme quitado los manguitos y haber decidido comenzar a correr en calzonas.
Los primeros kilómetros fueron una sucesión de pensamientos sobre el paisaje, breves conversaciones con Matt y el saludo ocasional a los corredores que alcanzábamos o nos dejaban atrás, hasta llegar a una zona con toboganes que me recordó a la típica postal de película del lejano oeste americano.
Fueron casi dos kilómetros de sube y baja constante en una línea recta que parecía trazada con tiralíneas, realmente divertida, donde me olvidé del GPS y mi ritmo objetivo durante unos minutos y cuando me quise dar cuenta ya había dejado atrás a Matt, que avanzaba a buen paso.
El terreno comenzaba a ser ligeramente descendente, así que aproveché el impulso que llevaba para marcar un ritmo rápido sin demasiado esfuerzo mientras durase el mismo y comencé a dar caza al grupo de cabeza.
Me encontré a unos ciclistas avituallándose que rápidamente me dejaron atrás, y al fijarme en que ambos llevaban puesto un chubasquero me di cuenta de que el cielo, soleado hasta hace unos minutos, estaba completamente gris, y gruesos goterones comenzaban a caer estrepitosamente a mi alrededor.
No obstante y por el momento parecía que las gotas caían muy dispersas, y aunque comenzaba a mojarme no me preocupaban; si apretaba llevaba sobrepantalón impermeable y cortavientos, un poco de lluvia no podría conmigo.
Su efecto sobre el terreno si me preocupaba más, pero aprovechando que los surcos realizados por los ciclistas ayudaban a drenar los pocos charcos que había ya formados y que las huellas de los compañeros atletas señalaban el camino con menos barro, lo tenía fácil para elegir camino.
Las anchas ramblas comenzaban a llenarse de pequeños arroyuelos mientras la lluvia apretaba sobre mi, solo en medio de la prueba llegando ya al décimo kilómetro.
No obstante, entre los voluntarios de algunos cruces, el público que se agolpaba en algunas zonas (indicando, sin duda, la cercanía a Fort Bravo) y la belleza del paisaje, tan diferente a lo que estoy acostumbrado, antes de darme cuenta estaba llegando al primer avituallamiento.
En la entrada a Fort Bravo los taquilleros bromearon pidiéndome la entrada, y una voluntaria me indicó que continuase hacia el fuerte, donde podría avituallarme si quería.
La lluvia arreciaba y la entrada al fuerte era un barrizal, por lo que, pese a la insistencia de los voluntarios en que recuperara (me dijeron que si quería me acercaban algo), decidí pasar de largo y salir, tras planear bien cada paso, por el barrizal de salida.
Llevaba casi 2 litros de agua encima, y bastante me pesaban como para pensar en esperar bajo la lluvia a que me acercasen el agua, aunque agradecí mucho el gesto.
Al salir me crucé con la cabeza de carrera que salía del poblado al que yo entraba, cruzando un pueblo fantasma en solitario con la sensación de estar continuamente observado, que de hecho, así era, ya que alguna voz me sorprendía aleatoriamente indicándome que rodease tal zona o siguiese bajo tal arco (los voluntarios, omnipresentes, impagable labor la suya).
No escuchaba pasos por detrás, y hasta al salir del poblado y cruzarme fugazmente con un fotógrafo no vi a otros corredores saliendo del fuerte, que, instintivamente, cruzaron para venirse conmigo, pero entre los gritos de uno de los voluntarios y mis indicaciones volvieron sobre el camino correcto.
Fui dejando atrás Fort Bravo sintiendo que había pasado una etapa de la prueba, me dio un poco de nostalgia incluso, pero la expectativa de lo que podía llegar eliminó rápidamente ese pequeño bajoncillo y sin darme cuenta estaba volviendo a marcar parciales más rápido de lo que debía, fruto de la expectación.
Bajaba rápidamente por unas ramblas cruzadas por uno, dos y hasta tres pequeñas corrientes de agua, que en ciertos tramos se unían formando una corriente bastante significativa, que para evitar (serpenteaba por el lecho de la rambla) tenía que ir saltando cada pocos metros.
Las marcas de las bicicletas eran cuanto menos curiosas, recorrí varios kilómetros fijándome en ellas e imaginándome la situación de los ciclistas autores de las mismas... había algunas muy finitas, poco marcadas y casi rectas, sin duda de algún ciclista delgado y experimentado, otras muy hundidas, otras muy gruesas, algunas casi en zig-zag... incluso algunos acusados derrapes en tramos totalmente rectos, que no llegaba a explicarme.
Me encantaría hacer la prueba en BTT algún año, pero claro, entonces no podría correrla... ¡no se puede tener todo en esta vida!
Entre ese imaginarme la actuación de los ciclistas que me precedían, los continuos saltos para evitar las corrientes de agua y los mecánicos movimientos para beber, alternando sales y agua cuando marcaba el GPS, no me había dado cuenta ni de que ya casi había cesado la lluvia ni de que estaba a punto de llegar al kilómetro 20.
El primer avituallamiento, en Fort Bravo, prácticamente lo clavé con mi Garmin, pero el segundo avituallamiento, bajo el puente de la A-92 me llegó un kilómetro y medio después de haberlo marcado.
Poco antes de llegar a él me había adelantado a buen ritmo otro corredor, que se entretuvo en el mismo, y como yo solamente cogí un trozo de naranja recuperé la posición rápidamente; me sentía fenomenal.
El tramo que afrontaba ahora era una subida constante, con la autovía a la derecha y a la izquierda un panorama que, para alguien poco acostumbrado a este tipo de paisajes, realmente quitaba el aliento.
Pese a que la subida no dejaba de picar no deceleré, y como no llegué a superar las pulsaciones "límite" (167) avancé a buen paso, siguiendo las indicaciones que me internaban en "Las Lomillas".
Fue un tramo de sube y baja constante, con el terreno bastante más asentado, en el que acometí con cabeza las cuestas más duras para evitar que se me disparasen las pulsaciones, aunque ello implicase que por primera vez desde el tramo de los toboganes perdiese alguna posición (3 en ese tramo y dos saliendo de él).
No obstante me movía a ritmos cercanos a 6 minutos el kilómetro, clavando las previsiones que me había planteado, lo que unido al "colchón" que había acumulado en los primeros kilómetros me auguraba un muy buen tiempo, de ser capaz de mantenerlo a lo largo de la prueba.
Llegando al km 28, de nuevo por ramblas surcadas por arroyos, me empapé lo que no está en los escritos, ya que por cuidado que tuviese y por largo que saltase, había zonas por las que era imposible correr, salvo que uno se metiese por medio del agua.
Eso mismo tuve que hacer, cansado de cambiar de ritmo y saltar, en ciertos tramos, total, ya me había mojado ambos calcetines una vez, dos no importaban demasiado...
Pese a la llovizna, que estaba en sus últimas, la temperatura era agradable, ayudaba a secar el sudor que se acumulaba en mi equipación, especialmente en la espalda, apretada contra mi abultada mochila; tengo que reducir volumen de carga y peso de cara a futuros ultras, está claro.
Mientras pensaba qué podía aligerar en próximas carreras, comencé a oír pasos por detrás, y un grupo de 3 corredores que avanzaba en fila india me dejó atrás.
Miré el crono; ni 3 horas de prueba y ya había dejado atrás casi 3 kilómetros... eso dejaba dos lecturas, la primera, positiva, que mi ritmo era bueno y no estaba acusando en absoluto el cansancio; la segunda, que todo el desnivel se iba a empezar a manifestar en breve, ya que había dos subidas principales en el recorrido y la primera, que duraría hasta el kilómetro 50, estaba a punto de comenzar.
Hice una breve parada para orinar y, apurado por el rugir de mi estómago (pese a haber desayunado en La Estación y re-desayunado en el polideportivo), eché mano de una barrita de almendras, pasas y fresas, que me fui comiendo en pequeños bocados.
Una mujer mayor me desvió hacia la izquierda y me indicó que el avituallamiento estaba próximo.
Subí por unas piedras entre saltos y crucé bajo un largo túnel que me llevó al tercer avituallamiento.
Entre aplausos alcancé al grupo de corredores que me había adelantado en el tramo cercano y me planteé reponer, ya que al mirar al frente contemplé la imponente subida que nos esperaba...
Leer Ciclistas en la niebla
Tras la clase práctica de Investigación Aplicada al Entrenamiento Deportivo en el Pabellón de Deportes de la Universidad de Málaga y tras recoger a Matt nos dirigimos a Almería, donde llegamos cerca de las 9 de la tarde.
Nos hospedamos en el Hostal La Estación, al que he visto conveniente hacer publicidad voluntariamente por la buena relación calidad precio de sus instalaciones y el buenísima trato recibido (cuando vayamos a Almería ya sabemos donde ir).
Cuando llegamos, para mi sorpresa, el encargado del hostal me comunicó que tanto él como su pareja participarían también en el ultra, en la modalidad BTT, y quedamos con ellos para acudir a Tabernas la mañana siguiente.
Además, nos dieron la posibilidad de desalojar la habitación el domingo más tarde de lo habitual en caso de llegar de madrugada, un detalle que en otros lugares no siempre se nos ha permitido y que el corredor siempre agradece.
Pregunté también donde podíamos cenar algo, indicándonos el hombre que justo al lado había un bar de raciones, donde invité a mis acompañantes a una rápida cena y nos acostamos, hasta la madrugada siguiente.
Tras un rápido desayuno, terminar de prepararlo todo y confirmar con la pareja que regentaba el hostal que nos guiarían hasta Tabernas salimos hacia el coche, y esperamos hasta el cambio de turno para salir hacia el municipio de salida del ultra.
¡Menos mal que nos guiaban! entre que era de noche, no conocíamos la zona y estaba al señalizado... Tuvimos la suerte también de que en varias rotondas nos esperaron, ya que en las primeras nos quedamos un poco atrás, pero una vez cogimos la nacional 340 nos unimos a una procesión de coches cargados con bicicletas que presagiaban que nos acercábamos a Tabernas.
Una vez allí nos costó orientarnos, ya que el pueblo era todo un hormiguero de ciclistas y atletas nerviosos que se movían de aquí para allá (y el GPS no daba con la localización del polideportivo, todo sea dicho), así que tras casi media hora de retraso (suerte que íbamos con tiempo) Mayte nos dejó a mi y a Matt en la zona de salida mientras aparcaban y nos dirigimos a recoger los dorsales.
El polideportivo estaba abarrotado, pero por suerte la cola avanzaba con presteza.
En cuestión de minutos había intercambiado mi manifiesto de responsabilidad y certificado médico por una bolsa del corredor, dorsal y ticket de comida y bebida, y como no tenía pensado dejar mochila en el guardarropa (cargaría con todo encima de inicio a fin), ya estaba preparado.
Coincidí con Santi Ruiz (creo que no necesita presentación) en la zona de recogida de dorsales, junto a su pareja de equipo, y con otro corredor minimalista nos echamos una foto de grupo.
Con Santi Ruiz y compañía |
A la izquierda yo, a la derecha Matt |
Con el encargado de La Estación y Jorge, de @ferrehogar |
Félix, compañero del Club Atletismo Fuengirola, ultrero de 66 años |
La subida en pendiente ayudó a poner un ritmo asequible en la subida hacia el Castillo de Tabernas, pero aun así en cuanto llegamos al sendero que rodeaba la falda del mismo Matt y yo comenzamos a destacarnos y nos colocamos en el grupo de cabeza, en el que nos mantuvimos durante unos cuantos metros, hasta que comenzó la bajada.
No fue demasiado técnica pero si muy empinada, y la afronté inicialmente con reservas al no haber testado aun las Merrel Trail Glove 3 en ese tipo de pendientes, pero el resultado fue inmejorable, de las mejores sensaciones que he tenido en bajada, tanto que al llegar al pie del castillo me quedé con ganas de más.
No obstante el pensamiento no permaneció durante mucho tiempo en mi mente, ya que quedé admirado de la belleza del paisaje ya en el primer tramo, un amplio y profundo cañón excavado sobre el terreno sedimentario con paredes casi verticales, que me trasladaron mentalmente al Gran Cañón del Colorado y sus leyendas de corredores tarahumara.
Correr con Matt al lado, calzando huaraches, ambientaba bastante, así que, mientras un grupo se distanciaba en cabeza y nosotros nos distanciábamos del resto de la prueba, a un ritmo muy cómodo, nos pusimos a charlar sobre el tema.
El sol aun no calentaba demasiado, pero comenzaba a entrar en calor, y me alegraba de haberme quitado los manguitos y haber decidido comenzar a correr en calzonas.
Los primeros kilómetros fueron una sucesión de pensamientos sobre el paisaje, breves conversaciones con Matt y el saludo ocasional a los corredores que alcanzábamos o nos dejaban atrás, hasta llegar a una zona con toboganes que me recordó a la típica postal de película del lejano oeste americano.
Fueron casi dos kilómetros de sube y baja constante en una línea recta que parecía trazada con tiralíneas, realmente divertida, donde me olvidé del GPS y mi ritmo objetivo durante unos minutos y cuando me quise dar cuenta ya había dejado atrás a Matt, que avanzaba a buen paso.
El terreno comenzaba a ser ligeramente descendente, así que aproveché el impulso que llevaba para marcar un ritmo rápido sin demasiado esfuerzo mientras durase el mismo y comencé a dar caza al grupo de cabeza.
Me encontré a unos ciclistas avituallándose que rápidamente me dejaron atrás, y al fijarme en que ambos llevaban puesto un chubasquero me di cuenta de que el cielo, soleado hasta hace unos minutos, estaba completamente gris, y gruesos goterones comenzaban a caer estrepitosamente a mi alrededor.
No obstante y por el momento parecía que las gotas caían muy dispersas, y aunque comenzaba a mojarme no me preocupaban; si apretaba llevaba sobrepantalón impermeable y cortavientos, un poco de lluvia no podría conmigo.
Su efecto sobre el terreno si me preocupaba más, pero aprovechando que los surcos realizados por los ciclistas ayudaban a drenar los pocos charcos que había ya formados y que las huellas de los compañeros atletas señalaban el camino con menos barro, lo tenía fácil para elegir camino.
Las anchas ramblas comenzaban a llenarse de pequeños arroyuelos mientras la lluvia apretaba sobre mi, solo en medio de la prueba llegando ya al décimo kilómetro.
No obstante, entre los voluntarios de algunos cruces, el público que se agolpaba en algunas zonas (indicando, sin duda, la cercanía a Fort Bravo) y la belleza del paisaje, tan diferente a lo que estoy acostumbrado, antes de darme cuenta estaba llegando al primer avituallamiento.
En la entrada a Fort Bravo los taquilleros bromearon pidiéndome la entrada, y una voluntaria me indicó que continuase hacia el fuerte, donde podría avituallarme si quería.
La lluvia arreciaba y la entrada al fuerte era un barrizal, por lo que, pese a la insistencia de los voluntarios en que recuperara (me dijeron que si quería me acercaban algo), decidí pasar de largo y salir, tras planear bien cada paso, por el barrizal de salida.
Llevaba casi 2 litros de agua encima, y bastante me pesaban como para pensar en esperar bajo la lluvia a que me acercasen el agua, aunque agradecí mucho el gesto.
Al salir me crucé con la cabeza de carrera que salía del poblado al que yo entraba, cruzando un pueblo fantasma en solitario con la sensación de estar continuamente observado, que de hecho, así era, ya que alguna voz me sorprendía aleatoriamente indicándome que rodease tal zona o siguiese bajo tal arco (los voluntarios, omnipresentes, impagable labor la suya).
No escuchaba pasos por detrás, y hasta al salir del poblado y cruzarme fugazmente con un fotógrafo no vi a otros corredores saliendo del fuerte, que, instintivamente, cruzaron para venirse conmigo, pero entre los gritos de uno de los voluntarios y mis indicaciones volvieron sobre el camino correcto.
Fui dejando atrás Fort Bravo sintiendo que había pasado una etapa de la prueba, me dio un poco de nostalgia incluso, pero la expectativa de lo que podía llegar eliminó rápidamente ese pequeño bajoncillo y sin darme cuenta estaba volviendo a marcar parciales más rápido de lo que debía, fruto de la expectación.
Bajaba rápidamente por unas ramblas cruzadas por uno, dos y hasta tres pequeñas corrientes de agua, que en ciertos tramos se unían formando una corriente bastante significativa, que para evitar (serpenteaba por el lecho de la rambla) tenía que ir saltando cada pocos metros.
Las marcas de las bicicletas eran cuanto menos curiosas, recorrí varios kilómetros fijándome en ellas e imaginándome la situación de los ciclistas autores de las mismas... había algunas muy finitas, poco marcadas y casi rectas, sin duda de algún ciclista delgado y experimentado, otras muy hundidas, otras muy gruesas, algunas casi en zig-zag... incluso algunos acusados derrapes en tramos totalmente rectos, que no llegaba a explicarme.
Me encantaría hacer la prueba en BTT algún año, pero claro, entonces no podría correrla... ¡no se puede tener todo en esta vida!
Entre ese imaginarme la actuación de los ciclistas que me precedían, los continuos saltos para evitar las corrientes de agua y los mecánicos movimientos para beber, alternando sales y agua cuando marcaba el GPS, no me había dado cuenta ni de que ya casi había cesado la lluvia ni de que estaba a punto de llegar al kilómetro 20.
El primer avituallamiento, en Fort Bravo, prácticamente lo clavé con mi Garmin, pero el segundo avituallamiento, bajo el puente de la A-92 me llegó un kilómetro y medio después de haberlo marcado.
Poco antes de llegar a él me había adelantado a buen ritmo otro corredor, que se entretuvo en el mismo, y como yo solamente cogí un trozo de naranja recuperé la posición rápidamente; me sentía fenomenal.
El tramo que afrontaba ahora era una subida constante, con la autovía a la derecha y a la izquierda un panorama que, para alguien poco acostumbrado a este tipo de paisajes, realmente quitaba el aliento.
Pese a que la subida no dejaba de picar no deceleré, y como no llegué a superar las pulsaciones "límite" (167) avancé a buen paso, siguiendo las indicaciones que me internaban en "Las Lomillas".
Fue un tramo de sube y baja constante, con el terreno bastante más asentado, en el que acometí con cabeza las cuestas más duras para evitar que se me disparasen las pulsaciones, aunque ello implicase que por primera vez desde el tramo de los toboganes perdiese alguna posición (3 en ese tramo y dos saliendo de él).
No obstante me movía a ritmos cercanos a 6 minutos el kilómetro, clavando las previsiones que me había planteado, lo que unido al "colchón" que había acumulado en los primeros kilómetros me auguraba un muy buen tiempo, de ser capaz de mantenerlo a lo largo de la prueba.
Llegando al km 28, de nuevo por ramblas surcadas por arroyos, me empapé lo que no está en los escritos, ya que por cuidado que tuviese y por largo que saltase, había zonas por las que era imposible correr, salvo que uno se metiese por medio del agua.
Eso mismo tuve que hacer, cansado de cambiar de ritmo y saltar, en ciertos tramos, total, ya me había mojado ambos calcetines una vez, dos no importaban demasiado...
Pese a la llovizna, que estaba en sus últimas, la temperatura era agradable, ayudaba a secar el sudor que se acumulaba en mi equipación, especialmente en la espalda, apretada contra mi abultada mochila; tengo que reducir volumen de carga y peso de cara a futuros ultras, está claro.
Mientras pensaba qué podía aligerar en próximas carreras, comencé a oír pasos por detrás, y un grupo de 3 corredores que avanzaba en fila india me dejó atrás.
Miré el crono; ni 3 horas de prueba y ya había dejado atrás casi 3 kilómetros... eso dejaba dos lecturas, la primera, positiva, que mi ritmo era bueno y no estaba acusando en absoluto el cansancio; la segunda, que todo el desnivel se iba a empezar a manifestar en breve, ya que había dos subidas principales en el recorrido y la primera, que duraría hasta el kilómetro 50, estaba a punto de comenzar.
Hice una breve parada para orinar y, apurado por el rugir de mi estómago (pese a haber desayunado en La Estación y re-desayunado en el polideportivo), eché mano de una barrita de almendras, pasas y fresas, que me fui comiendo en pequeños bocados.
Una mujer mayor me desvió hacia la izquierda y me indicó que el avituallamiento estaba próximo.
Subí por unas piedras entre saltos y crucé bajo un largo túnel que me llevó al tercer avituallamiento.
Entre aplausos alcancé al grupo de corredores que me había adelantado en el tramo cercano y me planteé reponer, ya que al mirar al frente contemplé la imponente subida que nos esperaba...
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