Tercer avituallamiento, 11:05. km 32.
No me cuadraban mucho las cuentas con respecto al km en el que nos encontrábamos y el avituallamiento, pero tampoco me preocupó demasiado; estaba más bien pensando en si parar o no, cuando me vi de pie frente a la mesa de avituallamiento.
El bidón de las sales estaba a 3/4 de su capacidad, y el de agua prácticamente igual... no, no repostaría aún.
No obstante, ya que había parado, aprovecharía, y me bebí un par de vasos de agua y uno de isotónica mientras miraba la mesa de reojo.
Mi primer impulso fue coger gominolas (¡calorías vacías que no aportan nada!), pero con las directrices de las clases de nutrición del máster grabadas en la mente me retuve (incrementan el nivel de glucosa en sangre, inhiben el funcionamiento de la vía oxidativa...); no obstante siguen estando presente en todos los avituallamientos de pruebas de montaña y la gente sigue comiéndolas.
No, mejor frutos secos (buen puñado), y entre trago y trago, un par de gajos de mandarina y un plátano.
Vi a Domi, el director de la prueba, a lo lejos, pero estaba girado hablando con el móvil y creo que no me vio... quería preguntarle si había pasado ya Santi, al que no había visto desde la salida, pero no tuve ocasión.
Mientras comía una mujer comentó a mis espaldas "mira, un minimalista", y aunque no me giré porque estaba con la boca llena y luchando por tragar lo antes posible y reanudar la marcha, me sorprendí bastante.
Las Merrell Trail Glove 3 a priori no difieren mucho de unas zapatillas convencionales, al menos en cuanto a estética; sin duda esa mujer tenia claro el concepto de minimalismo = poco o 0 drop y escaso grosor de suela, que muchas veces se confunde con calzar sandalias, fivefingers o "cosas extravagantes" únicamente.
Mientras algunos de los corredores del grupo que llegó antes que yo terminaban de avituallarse, yo reanudaba la marcha, a buen paso.
Sierra Alhamilla me esperaba, y con ella la que sabía que era la subida más dura de toda la prueba, de 1400 metros de desnivel positivo en menos de 20 kilómetros (y con algo de desnivel negativo también).
No se acumulaba de golpe todo el desnivel, pero casi.
Eché a correr, demasiado rápido al principio (esa manía que tenemos los corredores provenientes del asfalto de "recuperar" el ritmo "perdido" al parar a avituallarnos, cambiarnos el material o similar...), pero pronto me estabilicé.
Tardé un poco en llegar a la zona de subida, persiguiendo a un corredor con cortavientos azul, pero una vez comenzó tuve que cambiar rápidamente de carrera a trote y de trote a marcha, salvo en los breves tramos llanos o descendentes, donde podía "permitirme" aumentar el ritmo sin que se me disparasen las pulsaciones.
En cuestión de un par de kilómetros adelanté al corredor de azul, que avanzaba pesadamente con las manos en las rodillas, y al que animé al pasar a su lado.
"¿Trail?" - me dijo sin aliento; "¡No, la larga!"
"Pobrecito", me respondió, "no sabría como animarte..." me chocó la respuesta, yo me sentía bastante fresco (llevaba un parcial, parada incluida, de 35 kilómetros en menos de 3 horas y media, no es una locura pero para ser un ultra y bajo mi punto de vista, era demasiado fuerte) y estaba disfrutando muchísimo, y así se lo transmití, animándole una vez más al ver que de verdad le estaba costando la prueba.
En uno de los giros vi que se acercaban más corredores y rápidamente le alcanzaban y dejaban atrás, siendo uno de ellos el muchacho de las Luna Sandals de la foto del primer capítulo del ultra.
Como el terreno ascendía serpenteante, ahora lo veía y al momento lo perdía de vista, y aunque el paraje era espectacular, comencé a notar la fatiga, a la que la concentración del ascenso no ayudaba a despejar, por lo que decidí abrir el primer gel.
Saqué uno al azar y salió un PowerGel con cafeína; abro la boquilla, cabeza del envoltorio al bolsillo de la SAD Extend de Quechua y doy el primer sorbo... "en 500 metros, el siguiente..."
-Inciso: Me pareció fatal la actitud de los deportistas en general en cuanto a cuestiones medioambientales durante la prueba, algún gel hasta ese momento había habido, pero en la subida prácticamente en cada giro había un envoltorio... entiendo que se pueda caer alguno (de hecho encontré un gel de 226ers entero en uno de los giros), pero la tónica general durante la prueba fue de al menos 3 envoltorios por kilómetro de media, y tampoco éramos tantos deportistas... pienso que de cara a futuras ediciones habría que reflexionar sobre esto, Chiprunning organiza la prueba y Medio Ambiente confía en que el terreno sobre el que tenemos el privilegio de correr quede como nuevo tras el evento, y vamos nosotros y dificultamos enormemente tanto las tareas de desbalizaje como la de limpieza de caminos... me parece fatal- fin del inciso.
Con esa simple estrategia de ir pendiente del GPS para dar un sorbo cada 500 metros (acompañado de un pequeño buche de agua para no deshidratarme a causa de la cafeína) la subida comenzó a hacerse súper amena; de hecho, en uno de los giros vi al corredor con las Luna acercarse y le animé a que aumentase un poco el ritmo y se pusiese a mi altura, pero acabé perdiéndolo de vista.
Mientras subía, el cielo se iluminó a lo lejos y oí un trueno; ya no llovía, pero la previsión no era del todo buena...
Tras varias decenas de minutos de subida, el terreno nos permitió un respiro, y fuimos rodeando la montaña, quedando cautivado por las vistas que nos regalaba el ascenso... Tabernas en primer plano, en segundo un mar de viveros, y al fondo, el mar... sencillamente precioso, es uno de esos momentos por los que sabes que el ascenso ha valido la pena con creces...
Vi a un ciclista a lo lejos, al que no tardé en alcanzar (iba bajado de la bicicleta y avanzaba a duras penas), y poco después adelanté a otra pareja de ciclistas.
Tras rodear la montaña volvíamos a ascender, vi a lo lejos a un corredor perderse tras un cambio de rasante, y a la izquierda vi a una pareja de corredores, uno de ellos con Luna Sandals, avanzando varios metros debajo mía; ¡Santi!
Ya no sabía si iría muy por delante o muy por detrás, yo sabía que iba en mi ritmo (bueno, quizás un poco rápido), pero tras la experiencia en el Ultra Sierra Nevada esperaba que nos cruzásemos varias veces durante la carrera...
Tampoco tenía noticias de Matt, pero como por el ritmo que llevaba el equipo de Santi pronto me alcanzaría, pensé en preguntarle a él si le había visto.
Bajé un poco el ritmo y fui adelantando ciclistas, hasta llegar a una zona mucho más llana donde un nutrido grupo se arremolinaba en torno a un ciclista al que ayudaban a estirar el gemelo.
El tramo previo había sido bastante técnico, ya me había costado a mi sudor y esfuerzo subirlo sin tirar de una bicicleta, por lo que no quería ni pensar lo que estaban pasando ahora los betetistas (con lo divertido que era el circuito en las ramblas cuesta abajo... está claro que les costó también lo suyo).
Uno de los ciclistas estaba llamando a la organización, mientras otros preparaban sales y réflex para ayudar a su compañero; actitud de 10, ¡eso es compañerismo!
Pasé junto a ellos dándoles ánimos, y traté de seguir trotando, pero tras tantos kilómetros ascendiendo a pasos largos y trote en los tramos que el terreno lo permitía, parecía que los músculos se me habían quedado entumecidos.
Ahora a la izquierda se extendía un pinar, que en las alturas quedaba oculto por una densa niebla, y a la izquierda, un derraplén bajaba hasta el mismo desierto; no obstante ya no disfrutaba tanto con las vistas, me estaba quedando sin agua debido a los múltiples sorbos al gel (ya vacío y aguardando al avituallamiento en el bolsillo de mi mochila), el bidón de las sales tampoco estaba demasiado abundante y el cansancio comentaba a hacerse notar.
Miré el GPS; kilómetro 42, 4 horas y cuarto de recorrido... pese a haber ascendido un buen tramo iba en ritmos mucho más rápido de los previstos (y sin haberme pasado de pulsaciones), por lo que decidí tomarme la segunda mitad del ascenso con más calma, que importaba si no podía correr en este tramo con pendiente casi llana, ya tocaría correr en la posterior bajada.
En ese tramo de "relax" y justo cuando me había olvidado de ellos, el equipo de Santi me alcanzó, por lo que rápidamente recuperé el ritmo para ponerme a su par y preguntarles por Matt y la prueba.
A Matt se lo habían cruzado hacía ya un buen rato, pero iba bien (ya me quedé más tranquilo), y ellos iban a muy buen ritmo, charlando, y sin pretensiones de ritmos ni tiempos de paso; estaban disfrutando y se notaba, y físicamente se les veía muy cómodos.
Charlamos durante algo más de un kilómetro, pero acabé descolgándome porque veía que me volvía a pasar de la raya y sabía que no debía; me despedí de ellos, apuré mi último sorbo de líquido y cambié carrera por marcha rápida directamente.
Varios ciclistas me adelantaban nuevamente, alguno animándome y otro soltando comentarios poco sutiles como (a un compañero) "mira, ese va roto ya, espero que no sea de la ultra..."
No obstante me lo tomaba con humor; si supiesen que iba con más de una hora de ventaja con respecto a mi previsión de tiempos de paso...
Comenzaban a pasar los minutos, y conforme ascendíamos descendía la temperatura, aumentaba el viento y las nubes se cruzaban en nuestro camino, en forma de densa niebla.
De tanto en cuando diversos todoterrenos bajaban y subían con atletas y/o ciclistas y bicicletas; la subida estaba haciendo estragos.
Sobresaliente en este aspecto la organización, rápidamente respondían a las peticiones de evacuación, en el tramo de subida vi subir y bajar media docena de veces a los coches de la misma.
Un corredor me adelantó desde detrás a buen ritmo, lo que para ser sinceros me desmotivó bastante (no había ni rastro del avituallamiento, no me quedaba líquido, estaba cada vez más cansado físico y mentalmente y ahora encima comenzaba a perder posiciones...).
Igual el corredor era de la trail en vez de la ultra, pero psicológicamente el ser adelantado tras haber realizado un primer cuarto de carrera tan bueno se me hizo duro.
Cada vez hacía más frío, se veía menos y soplaba más viento...
Avanzaba metro a metro, tratando de identificar entre la niebla si lo que tenía delante eran ciclistas montados en sus "burras", ciclistas a pie o corredores, aunque a algunos no llegaba a vislumbrarlos del todo y no llegaba a determinar de qué tipo de deportista se trataba.
Parecerá una tontería, pero con la mente ocupada en esos menesteres me planté en el kilómetro 46, desesperado ya por llegar al avituallamiento, tras más de media hora sin líquido alguno.
Mi conciencia no para de repetirme "deberías haber repostado líquido", pero indudablemente, ya no quedaba vuelta atrás.
Me movía en torno a 144 pulsaciones por minuto y bajando, lo que no ayudaba a mantener el calor corporal, así que aprovechando que había identificado la silueta de un corredor a lo lejos, me di un sprint para ponerme a su altura y pedirle que me sacase de la mochila los guantes y manguitos, estratégicamente colocados en la parte baja de la misma envueltos en una bolsa hermética, para evitar que se mojasen con la lluvia o el sudor.
En condiciones normales podría haberlo hecho sin dificultad alguna, pero había perdido la sensibilidad de las manos y dedos con el frío, y me costaba hasta repasar los datos de lo que llevaba de prueba en el GPS.
El corredor me echó una mano, y entre el cambio de ritmo para alcanzarlo y luego mantenerme a su lado para conversar con él y que ahora llevaba los manguitos y guantes puestos, comencé a animarme muchísimo; el frío ya era secundario, y al ponerme en marcha el cuerpo me pedía más.
Rodeamos un repetidor, del que solo se veía la base entre la niebla, y escuchamos un estruendoso motor; era un hombre que llevaba a un niño en moto, que nos animaban e indicaban que el avituallamiento estaba ya al lado "¡por fin!"
No obstante, dos kilómetros después nos los encontramos a la derecha de la carretera, con cara de haberse despistado un poco el hombre y un poco serio el niño, y del avituallamiento, ni rastro.
Revisé la chuleta; a unas malas en un par de kilómetros deberíamos llegar...
El viento era cada vez más fuerte y nos echaba toda la humedad directamente a la cara, por lo que a pesar de los guantes ya notaba el frío, que se propagaba hacia mis manos ayudado de las puntas, húmedas y heladas; haciendo uso de toda la templanza de la que pude, reprimí el impulso de sprintar hasta que me topase con el avituallamiento, y simplemente aumenté el ritmo.
Con un movimiento rítmico, un trote constante y un ritmo 2 minutos por kilómetro más rápido que antes (de 10:30 a 8:30) comencé a dejar atrás a mi momentáneo acompañante.
Por suerte, no mucho más lejos, comencé a identificar voces, y al acercarme (con la niebla casi no se veía, cuando me di cuenta estaba casi encima de las mesas) pude comprobar, con alivio, que había llegado al avituallamiento.
"¡Vamos vamos, kilómetro 50, al rico caldito y a recuperar un poquito!"
Leer Descenso al yermo
No me cuadraban mucho las cuentas con respecto al km en el que nos encontrábamos y el avituallamiento, pero tampoco me preocupó demasiado; estaba más bien pensando en si parar o no, cuando me vi de pie frente a la mesa de avituallamiento.
El bidón de las sales estaba a 3/4 de su capacidad, y el de agua prácticamente igual... no, no repostaría aún.
No obstante, ya que había parado, aprovecharía, y me bebí un par de vasos de agua y uno de isotónica mientras miraba la mesa de reojo.
Mi primer impulso fue coger gominolas (¡calorías vacías que no aportan nada!), pero con las directrices de las clases de nutrición del máster grabadas en la mente me retuve (incrementan el nivel de glucosa en sangre, inhiben el funcionamiento de la vía oxidativa...); no obstante siguen estando presente en todos los avituallamientos de pruebas de montaña y la gente sigue comiéndolas.
No, mejor frutos secos (buen puñado), y entre trago y trago, un par de gajos de mandarina y un plátano.
Vi a Domi, el director de la prueba, a lo lejos, pero estaba girado hablando con el móvil y creo que no me vio... quería preguntarle si había pasado ya Santi, al que no había visto desde la salida, pero no tuve ocasión.
Mientras comía una mujer comentó a mis espaldas "mira, un minimalista", y aunque no me giré porque estaba con la boca llena y luchando por tragar lo antes posible y reanudar la marcha, me sorprendí bastante.
Las Merrell Trail Glove 3 a priori no difieren mucho de unas zapatillas convencionales, al menos en cuanto a estética; sin duda esa mujer tenia claro el concepto de minimalismo = poco o 0 drop y escaso grosor de suela, que muchas veces se confunde con calzar sandalias, fivefingers o "cosas extravagantes" únicamente.
Mientras algunos de los corredores del grupo que llegó antes que yo terminaban de avituallarse, yo reanudaba la marcha, a buen paso.
Sierra Alhamilla me esperaba, y con ella la que sabía que era la subida más dura de toda la prueba, de 1400 metros de desnivel positivo en menos de 20 kilómetros (y con algo de desnivel negativo también).
No se acumulaba de golpe todo el desnivel, pero casi.
Eché a correr, demasiado rápido al principio (esa manía que tenemos los corredores provenientes del asfalto de "recuperar" el ritmo "perdido" al parar a avituallarnos, cambiarnos el material o similar...), pero pronto me estabilicé.
Tardé un poco en llegar a la zona de subida, persiguiendo a un corredor con cortavientos azul, pero una vez comenzó tuve que cambiar rápidamente de carrera a trote y de trote a marcha, salvo en los breves tramos llanos o descendentes, donde podía "permitirme" aumentar el ritmo sin que se me disparasen las pulsaciones.
En cuestión de un par de kilómetros adelanté al corredor de azul, que avanzaba pesadamente con las manos en las rodillas, y al que animé al pasar a su lado.
"¿Trail?" - me dijo sin aliento; "¡No, la larga!"
"Pobrecito", me respondió, "no sabría como animarte..." me chocó la respuesta, yo me sentía bastante fresco (llevaba un parcial, parada incluida, de 35 kilómetros en menos de 3 horas y media, no es una locura pero para ser un ultra y bajo mi punto de vista, era demasiado fuerte) y estaba disfrutando muchísimo, y así se lo transmití, animándole una vez más al ver que de verdad le estaba costando la prueba.
En uno de los giros vi que se acercaban más corredores y rápidamente le alcanzaban y dejaban atrás, siendo uno de ellos el muchacho de las Luna Sandals de la foto del primer capítulo del ultra.
Como el terreno ascendía serpenteante, ahora lo veía y al momento lo perdía de vista, y aunque el paraje era espectacular, comencé a notar la fatiga, a la que la concentración del ascenso no ayudaba a despejar, por lo que decidí abrir el primer gel.
Saqué uno al azar y salió un PowerGel con cafeína; abro la boquilla, cabeza del envoltorio al bolsillo de la SAD Extend de Quechua y doy el primer sorbo... "en 500 metros, el siguiente..."
-Inciso: Me pareció fatal la actitud de los deportistas en general en cuanto a cuestiones medioambientales durante la prueba, algún gel hasta ese momento había habido, pero en la subida prácticamente en cada giro había un envoltorio... entiendo que se pueda caer alguno (de hecho encontré un gel de 226ers entero en uno de los giros), pero la tónica general durante la prueba fue de al menos 3 envoltorios por kilómetro de media, y tampoco éramos tantos deportistas... pienso que de cara a futuras ediciones habría que reflexionar sobre esto, Chiprunning organiza la prueba y Medio Ambiente confía en que el terreno sobre el que tenemos el privilegio de correr quede como nuevo tras el evento, y vamos nosotros y dificultamos enormemente tanto las tareas de desbalizaje como la de limpieza de caminos... me parece fatal- fin del inciso.
Con esa simple estrategia de ir pendiente del GPS para dar un sorbo cada 500 metros (acompañado de un pequeño buche de agua para no deshidratarme a causa de la cafeína) la subida comenzó a hacerse súper amena; de hecho, en uno de los giros vi al corredor con las Luna acercarse y le animé a que aumentase un poco el ritmo y se pusiese a mi altura, pero acabé perdiéndolo de vista.
Mientras subía, el cielo se iluminó a lo lejos y oí un trueno; ya no llovía, pero la previsión no era del todo buena...
Tras varias decenas de minutos de subida, el terreno nos permitió un respiro, y fuimos rodeando la montaña, quedando cautivado por las vistas que nos regalaba el ascenso... Tabernas en primer plano, en segundo un mar de viveros, y al fondo, el mar... sencillamente precioso, es uno de esos momentos por los que sabes que el ascenso ha valido la pena con creces...
Vi a un ciclista a lo lejos, al que no tardé en alcanzar (iba bajado de la bicicleta y avanzaba a duras penas), y poco después adelanté a otra pareja de ciclistas.
Tras rodear la montaña volvíamos a ascender, vi a lo lejos a un corredor perderse tras un cambio de rasante, y a la izquierda vi a una pareja de corredores, uno de ellos con Luna Sandals, avanzando varios metros debajo mía; ¡Santi!
Ya no sabía si iría muy por delante o muy por detrás, yo sabía que iba en mi ritmo (bueno, quizás un poco rápido), pero tras la experiencia en el Ultra Sierra Nevada esperaba que nos cruzásemos varias veces durante la carrera...
Tampoco tenía noticias de Matt, pero como por el ritmo que llevaba el equipo de Santi pronto me alcanzaría, pensé en preguntarle a él si le había visto.
Bajé un poco el ritmo y fui adelantando ciclistas, hasta llegar a una zona mucho más llana donde un nutrido grupo se arremolinaba en torno a un ciclista al que ayudaban a estirar el gemelo.
El tramo previo había sido bastante técnico, ya me había costado a mi sudor y esfuerzo subirlo sin tirar de una bicicleta, por lo que no quería ni pensar lo que estaban pasando ahora los betetistas (con lo divertido que era el circuito en las ramblas cuesta abajo... está claro que les costó también lo suyo).
Uno de los ciclistas estaba llamando a la organización, mientras otros preparaban sales y réflex para ayudar a su compañero; actitud de 10, ¡eso es compañerismo!
Pasé junto a ellos dándoles ánimos, y traté de seguir trotando, pero tras tantos kilómetros ascendiendo a pasos largos y trote en los tramos que el terreno lo permitía, parecía que los músculos se me habían quedado entumecidos.
Ahora a la izquierda se extendía un pinar, que en las alturas quedaba oculto por una densa niebla, y a la izquierda, un derraplén bajaba hasta el mismo desierto; no obstante ya no disfrutaba tanto con las vistas, me estaba quedando sin agua debido a los múltiples sorbos al gel (ya vacío y aguardando al avituallamiento en el bolsillo de mi mochila), el bidón de las sales tampoco estaba demasiado abundante y el cansancio comentaba a hacerse notar.
Miré el GPS; kilómetro 42, 4 horas y cuarto de recorrido... pese a haber ascendido un buen tramo iba en ritmos mucho más rápido de los previstos (y sin haberme pasado de pulsaciones), por lo que decidí tomarme la segunda mitad del ascenso con más calma, que importaba si no podía correr en este tramo con pendiente casi llana, ya tocaría correr en la posterior bajada.
En ese tramo de "relax" y justo cuando me había olvidado de ellos, el equipo de Santi me alcanzó, por lo que rápidamente recuperé el ritmo para ponerme a su par y preguntarles por Matt y la prueba.
A Matt se lo habían cruzado hacía ya un buen rato, pero iba bien (ya me quedé más tranquilo), y ellos iban a muy buen ritmo, charlando, y sin pretensiones de ritmos ni tiempos de paso; estaban disfrutando y se notaba, y físicamente se les veía muy cómodos.
Charlamos durante algo más de un kilómetro, pero acabé descolgándome porque veía que me volvía a pasar de la raya y sabía que no debía; me despedí de ellos, apuré mi último sorbo de líquido y cambié carrera por marcha rápida directamente.
Varios ciclistas me adelantaban nuevamente, alguno animándome y otro soltando comentarios poco sutiles como (a un compañero) "mira, ese va roto ya, espero que no sea de la ultra..."
No obstante me lo tomaba con humor; si supiesen que iba con más de una hora de ventaja con respecto a mi previsión de tiempos de paso...
Comenzaban a pasar los minutos, y conforme ascendíamos descendía la temperatura, aumentaba el viento y las nubes se cruzaban en nuestro camino, en forma de densa niebla.
De tanto en cuando diversos todoterrenos bajaban y subían con atletas y/o ciclistas y bicicletas; la subida estaba haciendo estragos.
Sobresaliente en este aspecto la organización, rápidamente respondían a las peticiones de evacuación, en el tramo de subida vi subir y bajar media docena de veces a los coches de la misma.
Un corredor me adelantó desde detrás a buen ritmo, lo que para ser sinceros me desmotivó bastante (no había ni rastro del avituallamiento, no me quedaba líquido, estaba cada vez más cansado físico y mentalmente y ahora encima comenzaba a perder posiciones...).
Igual el corredor era de la trail en vez de la ultra, pero psicológicamente el ser adelantado tras haber realizado un primer cuarto de carrera tan bueno se me hizo duro.
Cada vez hacía más frío, se veía menos y soplaba más viento...
Avanzaba metro a metro, tratando de identificar entre la niebla si lo que tenía delante eran ciclistas montados en sus "burras", ciclistas a pie o corredores, aunque a algunos no llegaba a vislumbrarlos del todo y no llegaba a determinar de qué tipo de deportista se trataba.
Parecerá una tontería, pero con la mente ocupada en esos menesteres me planté en el kilómetro 46, desesperado ya por llegar al avituallamiento, tras más de media hora sin líquido alguno.
Mi conciencia no para de repetirme "deberías haber repostado líquido", pero indudablemente, ya no quedaba vuelta atrás.
Me movía en torno a 144 pulsaciones por minuto y bajando, lo que no ayudaba a mantener el calor corporal, así que aprovechando que había identificado la silueta de un corredor a lo lejos, me di un sprint para ponerme a su altura y pedirle que me sacase de la mochila los guantes y manguitos, estratégicamente colocados en la parte baja de la misma envueltos en una bolsa hermética, para evitar que se mojasen con la lluvia o el sudor.
En condiciones normales podría haberlo hecho sin dificultad alguna, pero había perdido la sensibilidad de las manos y dedos con el frío, y me costaba hasta repasar los datos de lo que llevaba de prueba en el GPS.
El corredor me echó una mano, y entre el cambio de ritmo para alcanzarlo y luego mantenerme a su lado para conversar con él y que ahora llevaba los manguitos y guantes puestos, comencé a animarme muchísimo; el frío ya era secundario, y al ponerme en marcha el cuerpo me pedía más.
Rodeamos un repetidor, del que solo se veía la base entre la niebla, y escuchamos un estruendoso motor; era un hombre que llevaba a un niño en moto, que nos animaban e indicaban que el avituallamiento estaba ya al lado "¡por fin!"
No obstante, dos kilómetros después nos los encontramos a la derecha de la carretera, con cara de haberse despistado un poco el hombre y un poco serio el niño, y del avituallamiento, ni rastro.
Revisé la chuleta; a unas malas en un par de kilómetros deberíamos llegar...
El viento era cada vez más fuerte y nos echaba toda la humedad directamente a la cara, por lo que a pesar de los guantes ya notaba el frío, que se propagaba hacia mis manos ayudado de las puntas, húmedas y heladas; haciendo uso de toda la templanza de la que pude, reprimí el impulso de sprintar hasta que me topase con el avituallamiento, y simplemente aumenté el ritmo.
Con un movimiento rítmico, un trote constante y un ritmo 2 minutos por kilómetro más rápido que antes (de 10:30 a 8:30) comencé a dejar atrás a mi momentáneo acompañante.
Por suerte, no mucho más lejos, comencé a identificar voces, y al acercarme (con la niebla casi no se veía, cuando me di cuenta estaba casi encima de las mesas) pude comprobar, con alivio, que había llegado al avituallamiento.
"¡Vamos vamos, kilómetro 50, al rico caldito y a recuperar un poquito!"
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