Séptimo avituallamiento, 21:24. km 95.
"¿Es este el último avituallamiento?" Pregunté con incredulidad mientras echaba un rápido vistazo al GPS.
"Sí" Me respondió uno de los muchachos; "ya lo que queda es una subidita de nada y caer hacia la meta".
"¿Estamos en el kilómetro 98 ya?" Insistí; "Bueno, más o menos el 95, según nos han dicho los que han llegado antes"
Eso ya cuadraba más... vi una silla vacía y solicité permiso para sentarme y descansar las piernas mientras avisaba a Mayte, mi prometida; esta fue la conversación...
La noticia de que Matt se había retirado me pilló de improvisto... ¡Me había sacado más de dos horas de ventaja la última vez que habíamos coincidido, en el II CxM Sierra Blanca!
Bueno, ya no quedaba "casi nada..."Guardé el móvil, apagué el frontal, tiré los desperdicios que llevaba encima y me dispuse a recuperar, sin prisa pero sin pausa.
Los voluntarios me preguntaban si necesitaba algo y si me encontraba bien para continuar, pero la misma frescura con la que les respondía disipaban las dudas de su tono, inicialmente inquisitivo.
Que grande la labor de los voluntarios, tras todo el día dándole al callo siguen preocupándose por uno cuando llega a su avituallamiento, realmente encomiable.
Por primera vez en todo el ultra me di cuenta de lo cerca que estaba de acabar la prueba, ya que estaba, si todo era correcto, a menos de 20 kilómetros de acabar la prueba... ¡menos de media maratón!
Normalmente recorrería esa distancia en menos de hora y media sin grandes dificultades, pero en estas circunstancias... le dije a Mayte 3 horas para que no se preocupase si tardaba mucho, aunque en el kilómetro 104 hablaríamos de nuevo y esperaba poder reajustar ese tiempo.
Los voluntarios me preguntaron si el próximo corredor venía cerca, a lo que respondí que pensaba que al menos a media hora, ya que hasta que no estaba llegando al cresteo no me pareció ver ningún frontal en mi persecución.
Se tomaron la noticia con buen humor; me sentía con renovados ánimos, impaciente por atacar el último tramo de la prueba, así que me despedí y puse rumbo a Tabernas.
Sin prisa pero sin pausa recorrí los casi dos kilómetros con pendiente descendente en poco más de un cuarto de hora, aunque una vez se igualó la pendiente, parecía que se me había olvidado correr, y hasta andar me costaba.
Eché un tramo al recién rellenado bidón con sales, respiré hondo y me preparé para un nuevo tramo trotando; ahora la estrategia mental pasaba por descontar los 500 metros hasta llegar a 98 andando, y posteriormente apretar en los kilómetros 100 y 101 para ver la evolución con respecto a los 101 kilómetros de Ronda del año pasado, aunque esta prueba es mucho más dura.
Fue una sensación rara la de esos 500 metros, fui andando a sabiendas de que podía correr si quería ("correr..."), pero recordaba mis sensaciones en los 101 a esas alturas de carrera (bueno, en general entre el 50 y el 80) y recuerdo que no era capaz de avanzar 100 metros sin descansar... como cambia el cuerpo en menos de un año...
Fui descontando mentalmente cada decena de kilómetros que recorría, y al llegar al kilómetro 98... ¡a correr!
Me había entrado frío, en parte por el viento que soplaba racheado justo en contra, pero ahora parecía que empezaba a correr de 0... obviamente tenía las piernas machacadas, pero la ilusión intacta, y las sensaciones parecían nuevas: el tacto del suelo, más blandito y sin piedras en esta zona, el aroma del campo, la brisa en la cara, la sensación de pequeñez al compararme con el estrellado cielo nocturno...
¡Kilómetro 100! en 14 horas 2 minutos, ¡nuevo récord! estaba pletórico, pero quería más, y pese a ir ya nuevamente agotado y sudando profusamente, no quería parar hasta llegar a los 101.
Los alcancé en 14 horas 11, ganando casi 3 horas a la marca obtenida en mi debut como cientounero ¡casi nada!
Me detuve casi en seco y rápidamente eché mano a mis botellines de agua y sales respectivamente, y abrí la última de las barritas de Powerbar que había traído conmigo, esta vez, sabor chocolate (mi menos favorito).
Hasta que me aguantase, cada 500 metros daría un mordisco, para hacerme más ameno el tramo final, especialmente ahora que estaba realmente exhausto, aunque mucho más cerca de mi objetivo.
Pasé al otro lado de la A-349, siguiendo el camino por instinto, estaba balizado pero las marcas del paso de las bicicletas lo hacían inconfundible.
Comenzó la última subida, que me tomé con mucha filosofía y subí andando sin preocupación ni prisa ninguna, recuperando la respiración, bajando las pulsaciones incluso de 100 y comiendo y bebiendo a gusto.
Estaba a solo un kilómetro del 104 y me apetecía muchísimo hablar con Mayte, así que guardé la Powerbar en el cortavientos, eché mano a las rodillas y me puse a marchar a ritmo de subida de ultra, sin prisa pero sin pausa; tardé algo menos de 10 minutos en recorrer ese último kilómetro que me separaba de esa conversación.
"¿Es este el último avituallamiento?" Pregunté con incredulidad mientras echaba un rápido vistazo al GPS.
"Sí" Me respondió uno de los muchachos; "ya lo que queda es una subidita de nada y caer hacia la meta".
"¿Estamos en el kilómetro 98 ya?" Insistí; "Bueno, más o menos el 95, según nos han dicho los que han llegado antes"
Eso ya cuadraba más... vi una silla vacía y solicité permiso para sentarme y descansar las piernas mientras avisaba a Mayte, mi prometida; esta fue la conversación...
La noticia de que Matt se había retirado me pilló de improvisto... ¡Me había sacado más de dos horas de ventaja la última vez que habíamos coincidido, en el II CxM Sierra Blanca!
Bueno, ya no quedaba "casi nada..."Guardé el móvil, apagué el frontal, tiré los desperdicios que llevaba encima y me dispuse a recuperar, sin prisa pero sin pausa.
Los voluntarios me preguntaban si necesitaba algo y si me encontraba bien para continuar, pero la misma frescura con la que les respondía disipaban las dudas de su tono, inicialmente inquisitivo.
Que grande la labor de los voluntarios, tras todo el día dándole al callo siguen preocupándose por uno cuando llega a su avituallamiento, realmente encomiable.
Por primera vez en todo el ultra me di cuenta de lo cerca que estaba de acabar la prueba, ya que estaba, si todo era correcto, a menos de 20 kilómetros de acabar la prueba... ¡menos de media maratón!
Normalmente recorrería esa distancia en menos de hora y media sin grandes dificultades, pero en estas circunstancias... le dije a Mayte 3 horas para que no se preocupase si tardaba mucho, aunque en el kilómetro 104 hablaríamos de nuevo y esperaba poder reajustar ese tiempo.
Los voluntarios me preguntaron si el próximo corredor venía cerca, a lo que respondí que pensaba que al menos a media hora, ya que hasta que no estaba llegando al cresteo no me pareció ver ningún frontal en mi persecución.
Se tomaron la noticia con buen humor; me sentía con renovados ánimos, impaciente por atacar el último tramo de la prueba, así que me despedí y puse rumbo a Tabernas.
Sin prisa pero sin pausa recorrí los casi dos kilómetros con pendiente descendente en poco más de un cuarto de hora, aunque una vez se igualó la pendiente, parecía que se me había olvidado correr, y hasta andar me costaba.
Eché un tramo al recién rellenado bidón con sales, respiré hondo y me preparé para un nuevo tramo trotando; ahora la estrategia mental pasaba por descontar los 500 metros hasta llegar a 98 andando, y posteriormente apretar en los kilómetros 100 y 101 para ver la evolución con respecto a los 101 kilómetros de Ronda del año pasado, aunque esta prueba es mucho más dura.
Fue una sensación rara la de esos 500 metros, fui andando a sabiendas de que podía correr si quería ("correr..."), pero recordaba mis sensaciones en los 101 a esas alturas de carrera (bueno, en general entre el 50 y el 80) y recuerdo que no era capaz de avanzar 100 metros sin descansar... como cambia el cuerpo en menos de un año...
Fui descontando mentalmente cada decena de kilómetros que recorría, y al llegar al kilómetro 98... ¡a correr!
Me había entrado frío, en parte por el viento que soplaba racheado justo en contra, pero ahora parecía que empezaba a correr de 0... obviamente tenía las piernas machacadas, pero la ilusión intacta, y las sensaciones parecían nuevas: el tacto del suelo, más blandito y sin piedras en esta zona, el aroma del campo, la brisa en la cara, la sensación de pequeñez al compararme con el estrellado cielo nocturno...
¡Kilómetro 100! en 14 horas 2 minutos, ¡nuevo récord! estaba pletórico, pero quería más, y pese a ir ya nuevamente agotado y sudando profusamente, no quería parar hasta llegar a los 101.
Los alcancé en 14 horas 11, ganando casi 3 horas a la marca obtenida en mi debut como cientounero ¡casi nada!
Me detuve casi en seco y rápidamente eché mano a mis botellines de agua y sales respectivamente, y abrí la última de las barritas de Powerbar que había traído conmigo, esta vez, sabor chocolate (mi menos favorito).
Hasta que me aguantase, cada 500 metros daría un mordisco, para hacerme más ameno el tramo final, especialmente ahora que estaba realmente exhausto, aunque mucho más cerca de mi objetivo.
Pasé al otro lado de la A-349, siguiendo el camino por instinto, estaba balizado pero las marcas del paso de las bicicletas lo hacían inconfundible.
Comenzó la última subida, que me tomé con mucha filosofía y subí andando sin preocupación ni prisa ninguna, recuperando la respiración, bajando las pulsaciones incluso de 100 y comiendo y bebiendo a gusto.
Estaba a solo un kilómetro del 104 y me apetecía muchísimo hablar con Mayte, así que guardé la Powerbar en el cortavientos, eché mano a las rodillas y me puse a marchar a ritmo de subida de ultra, sin prisa pero sin pausa; tardé algo menos de 10 minutos en recorrer ese último kilómetro que me separaba de esa conversación.
No había respuesta y no podía quedarme esperando, la temperatura seguía bajando, la luz de mi frontal se comenzaba a agotar y el tiempo corría en mi contra; guardé el móvil y seguí avanzando.
Llegó un momento en el que perdí de vista las balizas, llegué a un cruce con 4 caminos, pero no sabía cual tenía que coger.
Miré al suelo; ¿y las marcas de las bicicletas? ni rastro...
Por instinto, cogí el camino de la derecha; derecha, derecha, derecha... 100 metros... "vale, sin en 100 metros más no veo ninguna baliza, me vuelvo..."
Como mi frontal cada vez alumbraba menos y podía ser que las balizas no me reflejasen la luz, recorrí cerca de 200 metros más, hasta que decidí que ese no era el camino.
Había dejado atrás otras intersecciones, pero la zona por la que iba ahora parecía campo, no se parecía al tramo que desembocó en el cruce, por lo que pude orientarme bien.
"De acuerdo, vine por la izquierda, hay dos opciones, derecha o abajo... bueno, cojamos la derecha de nuevo..."
Cogí la derecha (el camino de enfrente tomando como referencia la intersección inicial) y a lo lejos me pareció que algo me reflejaba la luz "¡Por fin!"
Eché a trotar, contento al poder quitarme de encima esa tensión de no saber si avanzaba hacia el lugar adecuado, pero para mi sorpresa... ¡se trataba de un palo de los que balizan GRs!
Bueno, dentro de lo malo, ya solo quedaba un camino...
Volví al cruce de caminos y cogí, por última vez, la derecha, aprovechando que descendía puse un buen trote, y respiré aliviado al comenzar a identificar nuevamente las marcas de la bicicleta, y a lo lejos, una nueva baliza... ¡Durante unos minutos me había sentido todo un hapache!
Cogí el móvil para avisar a Mayte de la incidencia y reajustar así el tiempo estimado de llegada, y vi que tenía un mensaje; respondí y retomé la marcha, intercalando trote y marcha para ir distribuyendo el esfuerzo, sin que pasase nada reseñable hasta el kilómetro 107.
Llegó un momento en el que perdí de vista las balizas, llegué a un cruce con 4 caminos, pero no sabía cual tenía que coger.
Miré al suelo; ¿y las marcas de las bicicletas? ni rastro...
Por instinto, cogí el camino de la derecha; derecha, derecha, derecha... 100 metros... "vale, sin en 100 metros más no veo ninguna baliza, me vuelvo..."
Como mi frontal cada vez alumbraba menos y podía ser que las balizas no me reflejasen la luz, recorrí cerca de 200 metros más, hasta que decidí que ese no era el camino.
Había dejado atrás otras intersecciones, pero la zona por la que iba ahora parecía campo, no se parecía al tramo que desembocó en el cruce, por lo que pude orientarme bien.
"De acuerdo, vine por la izquierda, hay dos opciones, derecha o abajo... bueno, cojamos la derecha de nuevo..."
Cogí la derecha (el camino de enfrente tomando como referencia la intersección inicial) y a lo lejos me pareció que algo me reflejaba la luz "¡Por fin!"
Eché a trotar, contento al poder quitarme de encima esa tensión de no saber si avanzaba hacia el lugar adecuado, pero para mi sorpresa... ¡se trataba de un palo de los que balizan GRs!
Bueno, dentro de lo malo, ya solo quedaba un camino...
Volví al cruce de caminos y cogí, por última vez, la derecha, aprovechando que descendía puse un buen trote, y respiré aliviado al comenzar a identificar nuevamente las marcas de la bicicleta, y a lo lejos, una nueva baliza... ¡Durante unos minutos me había sentido todo un hapache!
Cogí el móvil para avisar a Mayte de la incidencia y reajustar así el tiempo estimado de llegada, y vi que tenía un mensaje; respondí y retomé la marcha, intercalando trote y marcha para ir distribuyendo el esfuerzo, sin que pasase nada reseñable hasta el kilómetro 107.
Al mandarle la actualización de posición (me ayudaba mucho mentalmente convencerme de que en "x" kilómetros hablaría con Mayte) me di cuenta, al bloquear la pantalla del móvil, ya casi sin batería, que la potencia del frontal era minúscula, y tenía que ir pegado al margen del camino para poder ver las balizas.
Menos mal que el camino era una larga recta, que descendía de forma casi imperceptible, y no tenía intersecciones.
El espacio y el tiempo se habían distorsionado, ya veía a lo lejos Tabernas, pero no importaba que andase, marchase, trotase o corriese, el GPS marcaba el mismo ritmo y la ciudad, lejos de acercarse, parecía estar más distante cada vez...
Al llegar al kilómetro 109 crucé la ALP-405 y los voluntarios de protección civil me indicaron que faltaban, como mucho, 4 kilómetros para meta; hacía mucho frío, ya me costaba escribirle a Mayte... habría que apretar el paso, por supervivencia, más que nada...
A lo lejos vi unas luces, muy potentes para ser de un frontal o algo similar, y se encontraban justo delante mía... bueno, ya llegaría, no había prisa...Menos mal que el camino era una larga recta, que descendía de forma casi imperceptible, y no tenía intersecciones.
El espacio y el tiempo se habían distorsionado, ya veía a lo lejos Tabernas, pero no importaba que andase, marchase, trotase o corriese, el GPS marcaba el mismo ritmo y la ciudad, lejos de acercarse, parecía estar más distante cada vez...
Al llegar al kilómetro 109 crucé la ALP-405 y los voluntarios de protección civil me indicaron que faltaban, como mucho, 4 kilómetros para meta; hacía mucho frío, ya me costaba escribirle a Mayte... habría que apretar el paso, por supervivencia, más que nada...
Me había acabado la barrita de Powerbar hacía más de un cuarto de hora, y la barriga comenzaba a rugirme... ¡habría que probar la energyfig!
De aspecto no tenía demasiada buena pinta, parecía una especia de pan de higo, pero ¡que hambre tenía y que rica estaba!
Siguiendo la costumbre, me impuse no comérmela de golpe, sino dosificarmela, como premio por avanzar trotando, al menos, 200 metros seguidos.
Era extraño, por más que avanzase, no acababa de alcanzar, ni Tabernas, ni las luces... "¡un momento, se mueven!"
Escuché risas y unas voces, un frenazo y las luces desaparecieron... ¿qué hacía aquí un coche...?
Bueno, tampoco me afectaba, así que continué, identificando entre las ruedas de la bici el punto donde había estado un rato parado el coche, hundiéndose parcialmente en una zona anteriormente encharcada.
Conocía ya el paisaje... ¡Por aquí había corrido hace... 16 horas! Según mi GPS había pasado ya el kilómetro 110, dejando a la derecha el camino de los toboganes tan divertido que hacía una eternidad había recorrido... ¡ya casi estaba!
Dejé atrás el cañón, y comencé a oír música cercana, aunque las luces de Tabernas habían desaparecido...
Kilómetro 112... ¿por donde subimos? Me doy cuenta de que llevo casi 50 metros sin ver una baliza... me giro; ahí está la última... ¿y ahora?
Como casi no veo ya, me paro, me siento en el suelo, me quito la mochila y los guantes, y con los dedos casi sin sensibilidad realizo el equivalente a una operación a corazón abierto (en cuanto a dificultad), sacar las baterías sin que se me caigan, cortando la cinta adhesiva con los dientes, reemplazarlas por las cargadas, cortar cinta adhesiva, asegurarla y volver a vestirme.
Empleo al menos 3 minutos en el proceso, y con una potencia que daba gusto, vislumbro todo el ancho del camino, casi cegándome al principio.
Me giro y veo la última baliza; delante, identifico una de las rampas por las que habíamos bajado del castillo esa misma mañana... "bueno, será por aquí..."
Dejo atrás la N-340 y comienzo el ascenso campo a través hacia el castillo; me da por mirar el GPS; ¿kilómetro 113,3? vale, al menos 500 metros de más habría realizado al perderme, pero... ¡no hay ni rastro de la meta!
Me despido con ese último mensaje, y cuando estoy apunto de llegar al castillo... ¡comienzo a escuchar música! "sube la adrenalina... sube la adrenalina..."
Tabernas está casi completamente a oscuras, pero identifico el empedrado de la primera subida de la mañana, rodeo la cadena (ni pensar en saltarla a esas alturas), y de repente, ¡estoy frente al polideportivo!
Un grupo que se encontraba cerca de la barra comienza a aplaudirme y me vitorea, y el muchacho de la barra me dice que continúe 100 metros.
Veo el arco, corro hacia él, dejo atrás esas largas horas de carrera en el desierto, las flaquezas, las incertidumbres, los miedos, y cruzo el arco con una explosión de sentimientos; alegría, nostalgia, rabia, emoción, armonía...
Dos corredores que estaban junto al arco me dicen que lo he atravesado al revés, y sin poder evitar la risa (buena anécdota para contar, desde luego), lo cruzo de nuevo, a la inversa.
Uno de los corredores se enfada bastante por haberse perdido en el tramo final y encontrarse la ciudad a oscuras, pero cuando Alberto, el encargado del cronometraje, se disculpa y le muestra las clasificaciones, y con ellas su podio, estalla en júbilo y se relaja el ambiente, algo tenso hasta el momento.
Mi hermana me llama y la veo a ella y a Mayte, a quien abrazo; fue el mejor momento en muchas horas.
El segundo mejor, cuando, tras entregarme la camiseta finisher, Alberto me comunica que soy el segundo corredor de mi categoría, décimo absoluto, y segundo minimalista.
Al no ser acumulables las categorías, tengo podio; acabo de finalizar la mejor actuación en un ultra de mi vida.
¿Y sabéis qué se siente? ¡Unas ganas enormes de ducharte, comer algo y acostarte, como siempre!
Leer epílogo
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Eres un crack. Me ha gustado el relato. Sigue así. Enhorabuena
ResponderEliminar¡Muchas gracias Antonio, no me esperaba tu visita! Me alegro de que te haya gustado, es un placer compartir mis experiencias.
Eliminar¡Un saludo!