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Ultra Trail Tabernas Desert

Preámbulo


Varios cientos de kilómetros después de plantearme este nuevo reto personal y tras decenas de horas de entrenamiento llegaría mi primer ultra en medio año, con varias dudas debido al parón obligado por lesión cuando me encontrada en mejor forma.

No sabía a ciencia cierta como estaría físicamente en una prueba más larga, aunque cada vez me encuentro más fuerte, pero lo que estaba claro es que la experiencia que tengo este año me hace más capaz que el año pasado, cuando por estas fechas superé por primera vez la distancia de maratón en competición, en el HOLE.



Había preparado a conciencia la estrategia de carrera, la nutrición y todo el equipamiento, con varios simulacros previos a la carrera; todo estaba calculado.

Todo salvo una variable... en teoría el viernes descansaría absolutamente, pero en las clases prácticas del Máster en Investigación en Actividad Física y Deporte tuvimos clase práctica y me pasé (he de decir que lo disfruté) media hora "entrenando" juegos reducidos de fútbol a alta intensidad.

No obstante fue un periodo de tiempo breve, por lo que, así que llegaría algo cansado pero no sería nada reseñable.

Tras la clase recogimos a Matt, y junto a Marina y Mayte nos encaminamos hacia Almería, donde pasaríamos la noche previa y la post a a prueba (según la hora a la que acabásemos).

Los dueños del hostal, casualidades de la vida, participarían también en la prueba, en la modalidad de BTT, por lo que quedamos con ellos para acudir a Tabernas la madrugada siguiente, y tras una rápida cena en un bar cercano de tapas y platos combinados, nos acostamos, con la mente ya puesta en la prueba.

Ahora, casi 48 horas después, ya en casa y tras afrontar una prueba que entra sin duda en el top 3 de pruebas más duras que jamás he realizado, comienzo a darle vueltas a las experiencias vividas, con el fin de plasmarlas de la forma más fiel y veraz posible.

Tras tantos kilómetros y horas de prueba uno tiene a mezclar momentos y lugares, por lo que es mejor redactar en frío y tras organizar las ideas, motivo por el que presento esta entrada, para que no penséis que se me olvida; llegará en breve.

Siguiendo mi costumbre habitual en cuanto a retos personales, dividiré la crónica en fragmentos, no sé aun en cuantos, pero la primera idea que estoy barajando es hacerlo en 3-4 partes, según me explaye en cada segmento de la prueba.

Quiero felicitar a todos los participantes de la prueba, es un ultra realmente espectacular, de dureza imponente y más este año con los factores meteorológicos que nos acompañaron durante esos 113 kilómetros, por lo que llegar a la línea de salida con la actitud para completarlo es ya digno de admiración.

No quiero adelantar nada más por el momento, así que aquí concluye este preámbulo mañana, el primer fragmento.

¡Un abrazo!

De La Estación a la falda de Sierra Alhamilla



Hostal La Estación, 05:50. A 32 kilómetros de la salida.

Tras la clase práctica de Investigación Aplicada al Entrenamiento Deportivo en el Pabellón de Deportes de la Universidad de Málaga y tras recoger a Matt nos dirigimos a Almería, donde llegamos cerca de las 9 de la tarde.

Nos hospedamos en el Hostal La Estación, al que he visto conveniente hacer publicidad voluntariamente por la buena relación calidad precio de sus instalaciones y el buenísima trato recibido (cuando vayamos a Almería ya sabemos donde ir).

Cuando llegamos, para mi sorpresa, el encargado del hostal me comunicó que tanto él como su pareja participarían también en el ultra, en la modalidad BTT, y quedamos con ellos para acudir a Tabernas la mañana siguiente.

Además, nos dieron la posibilidad de desalojar la habitación el domingo más tarde de lo habitual en caso de llegar de madrugada, un detalle que en otros lugares no siempre se nos ha permitido y que el corredor siempre agradece.

Pregunté también donde podíamos cenar algo, indicándonos el hombre que justo al lado había un bar de raciones, donde invité a mis acompañantes a una rápida cena y nos acostamos, hasta la madrugada siguiente.

Tras un rápido desayuno, terminar de prepararlo todo y confirmar con la pareja que regentaba el hostal que nos guiarían hasta Tabernas salimos hacia el coche, y esperamos hasta el cambio de turno para salir hacia el municipio de salida del ultra.

¡Menos mal que nos guiaban! entre que era de noche, no conocíamos la zona y estaba al señalizado... Tuvimos la suerte también de que en varias rotondas nos esperaron, ya que en las primeras nos quedamos un poco atrás, pero una vez cogimos la nacional 340 nos unimos a una procesión de coches cargados con bicicletas que presagiaban que nos acercábamos a Tabernas.

Una vez allí nos costó orientarnos, ya que el pueblo era todo un hormiguero de ciclistas y atletas nerviosos que se movían de aquí para allá (y el GPS no daba con la localización del polideportivo, todo sea dicho), así que tras casi media hora de retraso (suerte que íbamos con tiempo) Mayte nos dejó a mi y a Matt en la zona de salida mientras aparcaban y nos dirigimos a recoger los dorsales.

El polideportivo estaba abarrotado, pero por suerte la cola avanzaba con presteza.



En cuestión de minutos había intercambiado mi manifiesto de responsabilidad y certificado médico por una bolsa del corredor, dorsal y ticket de comida y bebida, y como no tenía pensado dejar mochila en el guardarropa (cargaría con todo encima de inicio a fin), ya estaba preparado.

Coincidí con Santi Ruiz (creo que no necesita presentación) en la zona de recogida de dorsales, junto a su pareja de equipo, y con otro corredor minimalista nos echamos una foto de grupo.


Con Santi Ruiz y compañía
Una vez fuera y mientras se preparaba la salida de ciclistas me encontré con varios amigos y conocidos (desvirtualicé a alguno durante la prueba), con los que, usando la lona de los sponsors a modo de Photocall, inmortalicé el momento con una instantánea.


A la izquierda yo, a la derecha Matt

Con el encargado de La Estación y Jorge, de @ferrehogar

Félix, compañero del Club Atletismo Fuengirola, ultrero de 66 años
Tras tomar la salida los compañeros de la modalidad BTT, Matt y yo nos dirigimos a la salida, donde Domi, director de la carrera, nos recordó las normas generales del evento, la ruta y las directrices de la prueba.






Pocos minutos después de la salida ciclista y tal y como estaba previsto, ¡comenzó la prueba!








La subida en pendiente ayudó a poner un ritmo asequible en la subida hacia el Castillo de Tabernas, pero aun así en cuanto llegamos al sendero que rodeaba la falda del mismo Matt y yo comenzamos a destacarnos y nos colocamos en el grupo de cabeza, en el que nos mantuvimos durante unos cuantos metros, hasta que comenzó la bajada.



No fue demasiado técnica pero si muy empinada, y la afronté inicialmente con reservas al no haber testado aun las Merrel Trail Glove 3 en ese tipo de pendientes, pero el resultado fue inmejorable, de las mejores sensaciones que he tenido en bajada, tanto que al llegar al pie del castillo me quedé con ganas de más.

No obstante el pensamiento no permaneció durante mucho tiempo en mi mente, ya que quedé admirado de la belleza del paisaje ya en el primer tramo, un amplio y profundo cañón excavado sobre el terreno sedimentario con paredes casi verticales, que me trasladaron mentalmente al Gran Cañón del Colorado y sus leyendas de corredores tarahumara.

Correr con Matt al lado, calzando huaraches, ambientaba bastante, así que, mientras un grupo se distanciaba en cabeza y nosotros nos distanciábamos del resto de la prueba, a un ritmo muy cómodo, nos pusimos a charlar sobre el tema.

El sol aun no calentaba demasiado, pero comenzaba a entrar en calor, y me alegraba de haberme quitado los manguitos y haber decidido comenzar a correr en calzonas.

Los primeros kilómetros fueron una sucesión de pensamientos sobre el paisaje, breves conversaciones con Matt y el saludo ocasional a los corredores que alcanzábamos o nos dejaban atrás, hasta llegar a una zona con toboganes que me recordó a la típica postal de película del lejano oeste americano.



Fueron casi dos kilómetros de sube y baja constante en una línea recta que parecía trazada con tiralíneas, realmente divertida, donde me olvidé del GPS y mi ritmo objetivo durante unos minutos y cuando me quise dar cuenta ya había dejado atrás a Matt, que avanzaba a buen paso.

El terreno comenzaba a ser ligeramente descendente, así que aproveché el impulso que llevaba para marcar un ritmo rápido sin demasiado esfuerzo mientras durase el mismo y comencé a dar caza al grupo de cabeza.

Me encontré a unos ciclistas avituallándose que rápidamente me dejaron atrás, y al fijarme en que ambos llevaban puesto un chubasquero me di cuenta de que el cielo, soleado hasta hace unos minutos, estaba completamente gris, y gruesos goterones comenzaban a caer estrepitosamente a mi alrededor.

No obstante y por el momento parecía que las gotas caían muy dispersas, y aunque comenzaba a mojarme no me preocupaban; si apretaba llevaba sobrepantalón impermeable y cortavientos, un poco de lluvia no podría conmigo.

Su efecto sobre el terreno si me preocupaba más, pero aprovechando que los surcos realizados por los ciclistas ayudaban a drenar los pocos charcos que había ya formados y que las huellas de los compañeros atletas señalaban el camino con menos barro, lo tenía fácil para elegir camino.

Las anchas ramblas comenzaban a llenarse de pequeños arroyuelos mientras la lluvia apretaba sobre mi, solo en medio de la prueba llegando ya al décimo kilómetro.

No obstante, entre los voluntarios de algunos cruces, el público que se agolpaba en algunas zonas (indicando, sin duda, la cercanía a Fort Bravo) y la belleza del paisaje, tan diferente a lo que estoy acostumbrado, antes de darme cuenta estaba llegando al primer avituallamiento.

En la entrada a Fort Bravo los taquilleros bromearon pidiéndome la entrada, y una voluntaria me indicó que continuase hacia el fuerte, donde podría avituallarme si quería.

La lluvia arreciaba y la entrada al fuerte era un barrizal, por lo que, pese a la insistencia de los voluntarios en que recuperara (me dijeron que si quería me acercaban algo), decidí pasar de largo y salir, tras planear bien cada paso, por el barrizal de salida.

Llevaba casi 2 litros de agua encima, y bastante me pesaban como para pensar en esperar bajo la lluvia a que me acercasen el agua, aunque agradecí mucho el gesto.

Al salir me crucé con la cabeza de carrera que salía del poblado al que yo entraba, cruzando un pueblo fantasma en solitario con la sensación de estar continuamente observado, que de hecho, así era, ya que alguna voz me sorprendía aleatoriamente indicándome que rodease tal zona o siguiese bajo tal arco (los voluntarios, omnipresentes, impagable labor la suya).

No escuchaba pasos por detrás, y hasta al salir del poblado y cruzarme fugazmente con un fotógrafo no vi a otros corredores saliendo del fuerte, que, instintivamente, cruzaron para venirse conmigo, pero entre los gritos de uno de los voluntarios y mis indicaciones volvieron sobre el camino correcto.

Fui dejando atrás Fort Bravo sintiendo que había pasado una etapa de la prueba, me dio un poco de nostalgia incluso, pero la expectativa de lo que podía llegar eliminó rápidamente ese pequeño bajoncillo y sin darme cuenta estaba volviendo a marcar parciales más rápido de lo que debía, fruto de la expectación.

Bajaba rápidamente por unas ramblas cruzadas por uno, dos y hasta tres pequeñas corrientes de agua, que en ciertos tramos se unían formando una corriente bastante significativa, que para evitar (serpenteaba por el lecho de la rambla) tenía que ir saltando cada pocos metros.

Las marcas de las bicicletas eran cuanto menos curiosas, recorrí varios kilómetros fijándome en ellas e imaginándome la situación de los ciclistas autores de las mismas... había algunas muy finitas, poco marcadas y casi rectas, sin duda de algún ciclista delgado y experimentado, otras muy hundidas, otras muy gruesas, algunas casi en zig-zag... incluso algunos acusados derrapes en tramos totalmente rectos, que no llegaba a explicarme.

Me encantaría hacer la prueba en BTT algún año, pero claro, entonces no podría correrla... ¡no se puede tener todo en esta vida!

Entre ese imaginarme la actuación de los ciclistas que me precedían, los continuos saltos para evitar las corrientes de agua y los mecánicos movimientos para beber, alternando sales y agua cuando marcaba el GPS, no me había dado cuenta ni de que ya casi había cesado la lluvia ni de que estaba a punto de llegar al kilómetro 20.

El primer avituallamiento, en Fort Bravo, prácticamente lo clavé con mi Garmin, pero el segundo avituallamiento, bajo el puente de la A-92 me llegó un kilómetro y medio después de haberlo marcado.

Poco antes de llegar a él me había adelantado a buen ritmo otro corredor, que se entretuvo en el mismo, y como yo solamente cogí un trozo de naranja recuperé la posición rápidamente; me sentía fenomenal.

El tramo que afrontaba ahora era una subida constante, con la autovía a la derecha y a la izquierda un panorama que, para alguien poco acostumbrado a este tipo de paisajes, realmente quitaba el aliento.



Pese a que la subida no dejaba de picar no deceleré, y como no llegué a superar las pulsaciones "límite" (167) avancé a buen paso, siguiendo las indicaciones que me internaban en "Las Lomillas".

Fue un tramo de sube y baja constante, con el terreno bastante más asentado, en el que acometí con cabeza las cuestas más duras para evitar que se me disparasen las pulsaciones, aunque ello implicase que por primera vez desde el tramo de los toboganes perdiese alguna posición (3 en ese tramo y dos saliendo de él).

No obstante me movía a ritmos cercanos a 6 minutos el kilómetro, clavando las previsiones que me había planteado, lo que unido al "colchón" que había acumulado en los primeros kilómetros me auguraba un muy buen tiempo, de ser capaz de mantenerlo a lo largo de la prueba.

Llegando al km 28, de nuevo por ramblas surcadas por arroyos, me empapé lo que no está en los escritos, ya que por cuidado que tuviese y por largo que saltase, había zonas por las que era imposible correr, salvo que uno se metiese por medio del agua.

Eso mismo tuve que hacer, cansado de cambiar de ritmo y saltar, en ciertos tramos, total, ya me había mojado ambos calcetines una vez, dos no importaban demasiado...

Pese a la llovizna, que estaba en sus últimas, la temperatura era agradable, ayudaba a secar el sudor que se acumulaba en mi equipación, especialmente en la espalda, apretada contra mi abultada mochila; tengo que reducir volumen de carga y peso de cara a futuros ultras, está claro.

Mientras pensaba qué podía aligerar en próximas carreras, comencé a oír pasos por detrás, y un grupo de 3 corredores que avanzaba en fila india me dejó atrás.

Miré el crono; ni 3 horas de prueba y ya había dejado atrás casi 3 kilómetros... eso dejaba dos lecturas, la primera, positiva, que mi ritmo era bueno y no estaba acusando en absoluto el cansancio; la segunda, que todo el desnivel se iba a empezar a manifestar en breve, ya que había dos subidas principales en el recorrido y la primera, que duraría hasta el kilómetro 50, estaba a punto de comenzar.

Hice una breve parada para orinar y, apurado por el rugir de mi estómago (pese a haber desayunado en La Estación y re-desayunado en el polideportivo), eché mano de una barrita de almendras, pasas y fresas, que me fui comiendo en pequeños bocados.

Una mujer mayor me desvió hacia la izquierda y me indicó que el avituallamiento estaba próximo.

Subí por unas piedras entre saltos y crucé bajo un largo túnel que me llevó al tercer avituallamiento.

Entre aplausos alcancé al grupo de corredores que me había adelantado en el tramo cercano y me planteé reponer, ya que al mirar al frente contemplé la imponente subida que nos esperaba...

Ciclistas en la niebla



Tercer avituallamiento, 11:05. km 32.

No me cuadraban mucho las cuentas con respecto al km en el que nos encontrábamos y el avituallamiento, pero tampoco me preocupó demasiado; estaba más bien pensando en si parar o no, cuando me vi de pie frente a la mesa de avituallamiento.

El bidón de las sales estaba a 3/4 de su capacidad, y el de agua prácticamente igual... no, no repostaría aún.


No obstante, ya que había parado, aprovecharía, y me bebí un par de vasos de agua y uno de isotónica mientras miraba la mesa de reojo.

Mi primer impulso fue coger gominolas (¡calorías vacías que no aportan nada!), pero con las directrices de las clases de nutrición del máster grabadas en la mente me retuve (incrementan el nivel de glucosa en sangre, inhiben el funcionamiento de la vía oxidativa...); no obstante siguen estando presente en todos los avituallamientos de pruebas de montaña y la gente sigue comiéndolas.

No, mejor frutos secos (buen puñado), y entre trago y trago, un par de gajos de mandarina y un plátano.

Vi a Domi, el director de la prueba, a lo lejos, pero estaba girado hablando con el móvil y creo que no me vio... quería preguntarle si había pasado ya Santi, al que no había visto desde la salida, pero no tuve ocasión.

Mientras comía una mujer comentó a mis espaldas "mira, un minimalista", y aunque no me giré porque estaba con la boca llena y luchando por tragar lo antes posible y reanudar la marcha, me sorprendí bastante.

Las Merrell Trail Glove 3 a priori no difieren mucho de unas zapatillas convencionales, al menos en cuanto a estética; sin duda esa mujer tenia claro el concepto de minimalismo = poco o 0 drop y escaso grosor de suela, que muchas veces se confunde con calzar sandalias, fivefingers o "cosas extravagantes" únicamente.

Mientras algunos de los corredores del grupo que llegó antes que yo terminaban de avituallarse, yo reanudaba la marcha, a buen paso.

Sierra Alhamilla me esperaba, y con ella la que sabía que era la subida más dura de toda la prueba, de 1400 metros de desnivel positivo en menos de 20 kilómetros (y con algo de desnivel negativo también).

No se acumulaba de golpe todo el desnivel, pero casi.

Eché a correr, demasiado rápido al principio (esa manía que tenemos los corredores provenientes del asfalto de "recuperar" el ritmo "perdido" al parar a avituallarnos, cambiarnos el material o similar...), pero pronto me estabilicé.

Tardé un poco en llegar a la zona de subida, persiguiendo a un corredor con cortavientos azul, pero una vez comenzó tuve que cambiar rápidamente de carrera a trote y de trote a marcha, salvo en los breves tramos llanos o descendentes, donde podía "permitirme" aumentar el ritmo sin que se me disparasen las pulsaciones.

En cuestión de un par de kilómetros adelanté al corredor de azul, que avanzaba pesadamente con las manos en las rodillas, y al que animé al pasar a su lado.

"¿Trail?" - me dijo sin aliento; "¡No, la larga!"

"Pobrecito", me respondió, "no sabría como animarte..." me chocó la respuesta, yo me sentía bastante fresco (llevaba un parcial, parada incluida, de 35 kilómetros en menos de 3 horas y media, no es una locura pero para ser un ultra y bajo mi punto de vista, era demasiado fuerte) y estaba disfrutando muchísimo, y así se lo transmití, animándole una vez más al ver que de verdad le estaba costando la prueba.

En uno de los giros vi que se acercaban más corredores y rápidamente le alcanzaban y dejaban atrás, siendo uno de ellos el muchacho de las Luna Sandals de la foto del primer capítulo del ultra.

Como el terreno ascendía serpenteante, ahora lo veía y al momento lo perdía de vista, y aunque el paraje era espectacular, comencé a notar la fatiga, a la que la concentración del ascenso no ayudaba a despejar, por lo que decidí abrir el primer gel.

Saqué uno al azar y salió un PowerGel con cafeína; abro la boquilla, cabeza del envoltorio al bolsillo de la SAD Extend de Quechua y doy el primer sorbo... "en 500 metros, el siguiente..."

-Inciso: Me pareció fatal la actitud de los deportistas en general en cuanto a cuestiones medioambientales durante la prueba, algún gel hasta ese momento había habido, pero en la subida prácticamente en cada giro había un envoltorio... entiendo que se pueda caer alguno (de hecho encontré un gel de 226ers entero en uno de los giros), pero la tónica general durante la prueba fue de al menos 3 envoltorios por kilómetro de media, y tampoco éramos tantos deportistas... pienso que de cara a futuras ediciones habría que reflexionar sobre esto, Chiprunning organiza la prueba y Medio Ambiente confía en que el terreno sobre el que tenemos el privilegio de correr quede como nuevo tras el evento, y vamos nosotros y dificultamos enormemente tanto las tareas de desbalizaje como la de limpieza de caminos... me parece fatal- fin del inciso.

Con esa simple estrategia de ir pendiente del GPS para dar un sorbo cada 500 metros (acompañado de un pequeño buche de agua para no deshidratarme a causa de la cafeína) la subida comenzó a hacerse súper amena; de hecho, en uno de los giros vi al corredor con las Luna acercarse y le animé a que aumentase un poco el ritmo y se pusiese a mi altura, pero acabé perdiéndolo de vista.

Mientras subía, el cielo se iluminó a lo lejos y oí un trueno; ya no llovía, pero la previsión no era del todo buena...

Tras varias decenas de minutos de subida, el terreno nos permitió un respiro, y fuimos rodeando la montaña, quedando cautivado por las vistas que nos regalaba el ascenso... Tabernas en primer plano, en segundo un mar de viveros, y al fondo, el mar... sencillamente precioso, es uno de esos momentos por los que sabes que el ascenso ha valido la pena con creces...

Vi a un ciclista a lo lejos, al que no tardé en alcanzar (iba bajado de la bicicleta y avanzaba a duras penas), y poco después adelanté a otra pareja de ciclistas.

Tras rodear la montaña volvíamos a ascender, vi a lo lejos a un corredor perderse tras un cambio de rasante, y a la izquierda vi a una pareja de corredores, uno de ellos con Luna Sandals, avanzando varios metros debajo mía; ¡Santi!

Ya no sabía si iría muy por delante o muy por detrás, yo sabía que iba en mi ritmo (bueno, quizás un poco rápido), pero tras la experiencia en el Ultra Sierra Nevada esperaba que nos cruzásemos varias veces durante la carrera...

Tampoco tenía noticias de Matt, pero como por el ritmo que llevaba el equipo de Santi pronto me alcanzaría, pensé en preguntarle a él si le había visto.

Bajé un poco el ritmo y fui adelantando ciclistas, hasta llegar a una zona mucho más llana donde un nutrido grupo se arremolinaba en torno a un ciclista al que ayudaban a estirar el gemelo.

El tramo previo había sido bastante técnico, ya me había costado a mi sudor y esfuerzo subirlo sin tirar de una bicicleta, por lo que no quería ni pensar lo que estaban pasando ahora los betetistas (con lo divertido que era el circuito en las ramblas cuesta abajo... está claro que les costó también lo suyo).

Uno de los ciclistas estaba llamando a la organización, mientras otros preparaban sales y réflex para ayudar a su compañero; actitud de 10, ¡eso es compañerismo!

Pasé junto a ellos dándoles ánimos, y traté de seguir trotando, pero tras tantos kilómetros ascendiendo a pasos largos y trote en los tramos que el terreno lo permitía, parecía que los músculos se me habían quedado entumecidos.

Ahora a la izquierda se extendía un pinar, que en las alturas quedaba oculto por una densa niebla, y a la izquierda, un derraplén bajaba hasta el mismo desierto; no obstante ya no disfrutaba tanto con las vistas, me estaba quedando sin agua debido a los múltiples sorbos al gel (ya vacío y aguardando al avituallamiento en el bolsillo de mi mochila), el bidón de las sales tampoco estaba demasiado abundante y el cansancio comentaba a hacerse notar.

Miré el GPS; kilómetro 42, 4 horas y cuarto de recorrido... pese a haber ascendido un buen tramo iba en ritmos mucho más rápido de los previstos (y sin haberme pasado de pulsaciones), por lo que decidí tomarme la segunda mitad del ascenso con más calma, que importaba si no podía correr en este tramo con pendiente casi llana, ya tocaría correr en la posterior bajada.

En ese tramo de "relax" y justo cuando me había olvidado de ellos, el equipo de Santi me alcanzó, por lo que rápidamente recuperé el ritmo para ponerme a su par y preguntarles por Matt y la prueba.

A Matt se lo habían cruzado hacía ya un buen rato, pero iba bien (ya me quedé más tranquilo), y ellos iban a muy buen ritmo, charlando, y sin pretensiones de ritmos ni tiempos de paso; estaban disfrutando y se notaba, y físicamente se les veía muy cómodos.

Charlamos durante algo más de un kilómetro, pero acabé descolgándome porque veía que me volvía a pasar de la raya y sabía que no debía; me despedí de ellos, apuré mi último sorbo de líquido y cambié carrera por marcha rápida directamente.

Varios ciclistas me adelantaban nuevamente, alguno animándome y otro soltando comentarios poco sutiles como (a un compañero) "mira, ese va roto ya, espero que no sea de la ultra..." 

No obstante me lo tomaba con humor; si supiesen que iba con más de una hora de ventaja con respecto a mi previsión de tiempos de paso...

Comenzaban a pasar los minutos, y conforme ascendíamos descendía la temperatura, aumentaba el viento y las nubes se cruzaban en nuestro camino, en forma de densa niebla.

De tanto en cuando diversos todoterrenos bajaban y subían con atletas y/o ciclistas y bicicletas; la subida estaba haciendo estragos.

Sobresaliente en este aspecto la organización, rápidamente respondían a las peticiones de evacuación, en el tramo de subida vi subir y bajar media docena de veces a los coches de la misma.

Un corredor me adelantó desde detrás a buen ritmo, lo que para ser sinceros me desmotivó bastante (no había ni rastro del avituallamiento, no me quedaba líquido, estaba cada vez más cansado físico y mentalmente y ahora encima comenzaba a perder posiciones...).

Igual el corredor era de la trail en vez de la ultra, pero psicológicamente el ser adelantado tras haber realizado un primer cuarto de carrera tan bueno se me hizo duro.

Cada vez hacía más frío, se veía menos y soplaba más viento...

Avanzaba metro a metro, tratando de identificar entre la niebla si lo que tenía delante eran ciclistas montados en sus "burras", ciclistas a pie o corredores, aunque a algunos no llegaba a vislumbrarlos del todo y no llegaba a determinar de qué tipo de deportista se trataba.

Parecerá una tontería, pero con la mente ocupada en esos menesteres me planté en el kilómetro 46, desesperado ya por llegar al avituallamiento, tras más de media hora sin líquido alguno.

Mi conciencia no para de repetirme "deberías haber repostado líquido", pero indudablemente, ya no quedaba vuelta atrás.

Me movía en torno a 144 pulsaciones por minuto y bajando, lo que no ayudaba a mantener el calor corporal, así que aprovechando que había identificado la silueta de un corredor a lo lejos, me di un sprint para ponerme a su altura y pedirle que me sacase de la mochila los guantes y manguitos, estratégicamente colocados en la parte baja de la misma envueltos en una bolsa hermética, para evitar que se mojasen con la lluvia o el sudor.

En condiciones normales podría haberlo hecho sin dificultad alguna, pero había perdido la sensibilidad de las manos y dedos con el frío, y me costaba hasta repasar los datos de lo que llevaba de prueba en el GPS.

El corredor me echó una mano, y entre el cambio de ritmo para alcanzarlo y luego mantenerme a su lado para conversar con él y que ahora llevaba los manguitos y guantes puestos, comencé a animarme muchísimo; el frío ya era secundario, y al ponerme en marcha el cuerpo me pedía más.

Rodeamos un repetidor, del que solo se veía la base entre la niebla, y escuchamos un estruendoso motor; era un hombre que llevaba a un niño en moto, que nos animaban e indicaban que el avituallamiento estaba ya al lado "¡por fin!"

No obstante, dos kilómetros después nos los encontramos a la derecha de la carretera, con cara de haberse despistado un poco el hombre y un poco serio el niño, y del avituallamiento, ni rastro.

Revisé la chuleta; a unas malas en un par de kilómetros deberíamos llegar...

El viento era cada vez más fuerte y nos echaba toda la humedad directamente a la cara, por lo que a pesar de los guantes ya notaba el frío, que se propagaba hacia mis manos ayudado de las puntas, húmedas y heladas; haciendo uso de toda la templanza de la que pude, reprimí el impulso de sprintar hasta que me topase con el avituallamiento, y simplemente aumenté el ritmo.

Con un movimiento rítmico, un trote constante y un ritmo 2 minutos por kilómetro más rápido que antes (de 10:30 a 8:30) comencé a dejar atrás a mi momentáneo acompañante.

Por suerte, no mucho más lejos, comencé a identificar voces, y al acercarme (con la niebla casi no se veía, cuando me di cuenta estaba casi encima de las mesas) pude comprobar, con alivio, que había llegado al avituallamiento.

"¡Vamos vamos, kilómetro 50, al rico caldito y a recuperar un poquito!"

Descenso al yermo



Cuarto avituallamiento, 13:24. km 49.

¡Por fin, agua! lo primero que hice nada más llegar al avituallamiento fue rellenar los dos bidones de 800 ml (uno de ellos con las pastillas de electrolitos aguardando en el fondo), de los que fui bebiendo a pequeños sorbos mientras contemplaba mi alrededor.


Parecían los restos de un campo de batalla: corredores estirando, bicicletas descansando en el suelo mientras sus jinetes suspiraban sentados sobre una pila de rocas, voluntarios refugiados del vendaval bajo capaas y capas de ropa, solo con las caras al aire...

Intenté no quedarme quieto, ya que empezaba a enfriarme y la niebla volvía a calarme en el cuerpo; me propuse enmendar el error del anterior avituallamiento y comer más en este (frutos secos y fruta), tomar un par de sorbos de caldo natural Aneto (¿que haríamos los corremontes sin él?).

Parecía que no era el único, la subida había causado estragos en el físico y el ánimo de los atletas que allí nos encontrábamos, aunque yo tenía decidido cuando volver al camino.

Había parado a orinar poco antes de emprender la carrera final hacia la cima, siendo el resultado un líquido amarillo intenso y brillante, indicando que comenzaba a deshidratarme, por lo que hasta que no acabase un cuarto de bidón de agua con sales y otro tanto de el de agua, no volvería a reponer y retomar la marcha.

Alterné bocados de fruta y frutos secos, di pequeños paseos por la zona de avituallamiento y deposité en la papelera los restos del gel que había abierto al salir del anterior avituallamiento; en cosa de unos minutos estuve preparado, con renovados ánimos, y emprendí el descenso.

Me fue sencillo, pese al cansancio acumulado durante los primeros casi 50 kilómetros y especialmente en los últimos kilómetros de subida, poner un ritmo cercano a 6 minutos por kilómetro, no obstante, las pulsaciones eran bajas; demasiado bajas.

El GPS me avisaba cada vez que excedía 167 pulsaciones o bajaba de 142, para ayudarme a mantener un ritmo óptimo constante, y mientras que hasta el momento había sido muy sencillo mantenerme en esa franja (tan solo tenía que bajar un poco el ritmo, o cambiar carrera por trote en según que tramo), ahora ni acelerando conseguía evitar que me bajasen las pulsaciones.

Parece ser que mi salida de la zona de avituallamiento animó a algunos ciclistas, que cada pocos minutos bajaban zumbando, algunos avisado con una voz o derrapando un poco para hacerse notar, pero otros bajaban silenciosos como ninjas, y hasta que no los tenía encima no me daba cuenta.

Por culpa del pulsómetro (realmente la culpa fue mía, por ir tan pendiente a él), casi choco contra un ciclista, que ni se inmutó y siguió sin variar la trayectoria ni un ápice.

Me comenzaba a notar acalambrado por apretar el ritmo en la bajada y me agobiaba el GPS, así que lo bajé a 130 pulsaciones, y tras otros dos kilómetros, definitivamente, decidí eliminar la barrera inferior de pulsaciones.

Quizá por el efecto psicológico negativo del pulsómetro en los primeros kilómetros de bajada, por haber apretado en los primeros kilómetros o simplemente porque ya "tocaba", comencé a sentirme exhausto, vacío, y toda suerte de pensamientos negativos comenzaban a inundar mi mente.

Pese a tener la pendiente a favor no conseguía mantener el ritmo, e incluso comencé a andar.

Mi primer pensamiento tras recorrer los primeros 400 metros consecutivos andando en toda la carrera fue "a este paso (10 min/km) tardaría más de 10 horas en acabar la carrera... llevo casi 6 horas y ahora estamos en bajada, en cuanto llegue la subida..."

El mero hecho de pasar la segunda mitad de la carrera caminando, cuando llevaba una hora y cuarto de margen con respecto a mi tiempo de referencia en el kilómetro 50 me horrorizaba, e impulsado entre mi lucha interna contra ese sentimiento y la externa contra el frío, retomé la marcha.

Era un trote lento, "cochinero", pero al menos el ritmo bajó a 8 minutos el siguiente kilómetro, a 7 el siguiente...y una vez bajó de 7 volví a recuperar buenas sensaciones y dejé de mirar el GPS.

Fui recuperando el ánimo y el ritmo, aunque psicológicamente se hacía duro que no parasen de adelantarme ciclistas, a unas velocidades endiabladas.

Aun así no había ningún corredor a la vista, ni por delante ni por detrás...

En el kilómetro 60 comencé a escuchar pasos, y mi motivación se desvaneció; un corredor de mediana edad bajaba a grandes zancadas por el serpenteante descenso, justo cuando aprovechaba un breve repecho para beber y tomar sales caminando, y antes de superar el mismo, lo tenía a mi lado.

Sabía que no podría con su ritmo, así que tras saludarlo y seguirle durante unos 200 metros le deseé suerte y aproveché que había puesto un buen ritmo para continuar el descenso.

Estaba a punto de alcanzar el ecuador de la carrera, y al ritmo que llevaba llegaría al próximo punto de avituallamiento con 15 minutos de margen sobre mi tiempo de paso estimado, para mi sorpresa.

El rápido vistazo a la chuleta me sirvió de revulsivo contra los malos augurios, aumenté el ritmo y por primera vez en varios kilómetros, rompí a sudar.

Me tuve hasta que quitar los guantes, no me había dado cuenta, pero un poderoso sol se elevaba sobre nosotros, asolando el recientemente regado suelo, del que ya no quedaban prácticamente charcos.

Terminamos de descender al yermo y me encontré de frente con un vehículo de protección civil, desde el que me preguntaron si iba bien o necesitaba algo.

Les dije que fenomenal, y antes de darme tiempo a extenderme más me respondieron "de acuerdo, coge la rambla a la derecha y tras un poco de sube y baja llegarás al siguiente avituallamiento, suerte"

Agradecí las indicaciones y me adentré en la rambla, agradeciendo el cambio de tacto del terreno, del duro y compacto suelo de la pista al blandito lecho; ¡que gozada!

Volvía a estar muy animado, pero me notaba falto de fuelle, y no era por la acción de calambres, así que con cautela, decidí echar mano de mi segundo gel; cierre a la mochila, pequeño sorbo y pequeño sorbo de agua.

"Activé" nuevamente mi juego mental: cada 500 metros daría un sorbito pequeño al gel (esta vez de frutas del bosque, mi favorito), y si era capaz de bajar el ritmo medio de un kilómetro al siguiente, un sorbo largo.

Con esa motivación, la energía que poco a poco me fue aportando el gel y la distracción mental, pese a afrontar ahora tramos con pendiente en contra en lugar de a favor, me estaba moviendo más rápido que en los últimos tramos de bajada.

"¡Ahora sí!", pensé, y cuando me quise dar cuenta había llegado a una bifurcación de caminos donde me desviaron a la derecha; "izquierda corta derecha larga, avituallamiento a 500 metros".

¿Ya? ¡había ido tan concentrado con el juego del gel que ni si quiera me había dado cuenta de cuantos kilómetros llevaba!

Para mi sorpresa me encontré con el equipo de Santi, que justo dejaba el avituallamiento al llegar yo, y el corredor que me acababa de adelantar hacía menos de 30 minutos.

Llevaba los bidones casi a tope, pero aun así di un buen sorbo a ambos, eché una nueva pastilla de sales al derecho y, con la ayuda de la voluntaria, a la que el viento estaba desmontando el chiringuito, reposté.

Me comí varios pedazos de fruta, y mientras el otro corredor seguía repostando, yo avisé a Mayte de mi posición, tiempo y sensaciones y recuperé la marcha.

Un kilómetro después me alcanzó, y recorrimos juntos un par de kilómetros intercambiando sensaciones sobre la prueba.

Me di cuenta de que el agua rebotaba de un lado a otro de su camelbak, y comencé a contarle el "truco" que justo hacía un año Marcos, del Club Media Trail Mijas me contó en el HOLE, ponerla del revés nada más llenarla y succionar el aire sobrante.

Ya lo conocía, pero el pobre estaba tan exhausto que no tenía ánimo de perder tiempo en eso, así que ni se había molestado.

Tocaba emprender una leve subida, aunque no se veía todavía y el terreno jugaba a nuestro favor, pero como estaba viendo que nuevamente bajábamos el ritmo más de la cuenta (aunque las pulsaciones se mantenían bajas) le comenté a mi acompañante que si me encontraba con fuerzas mas adelante le vería, y que si no, tuviese mucha suerte.

Poco a poco nos fuimos distanciando, y cuando llegamos a la subida él ya se había perdido en la distancia.

El sol apretaba con fuerza, no había sombra alguna donde refugiarse y el terreno serpenteaba de un lado para el otro, trazando amplias curvas que en una carrera de asfalto hubiesen hecho las delicias de cualquier recortador; pero en un ultra no, y menos a esa altura, uno sencillamente seguía el centro del carril mientras avanzaba hacia el horizonte.

Las marcas de bicicleta en lo que horas antes habían sido charcos eran ahora surcos resecos... ¿cómo puede ser que hace unas horas lloviese e incluso hiciese frío con doble capa y ahora estuviese sudando más que cuando me movía un tercio más rápido?

Psicológicamente comencé a notar un nuevo bajón, pero dado a que me había ido tan bien la estrategia de los geles y a que en esta hora tocaba sólido (iba alternando), abrí una barrita de PowerBar (Banana Punch, de los sabores de esa marca mi favorito), y repetí el juego.

La aparición de un todoterreno del que se bajó un fotógrafo termino de animarme (postureo puro), e irrumpí de nuevo en una elegante marcha con amplias zancadas.


Instantánea de Sergio Lucas, llegando al km 76
Hasta después de dejarle atrás seguía escuchando el disparador, y llegó un momento en el que por distancia era imposible que siguiesen echándome fotos, pero no me quise girar para mantener el buen ritmo que me había autoimpuesto.

Vi a lo lejos un ambulancia desde la que vislumbraba a algunos corredores sentados en su interior, y unos voluntarios de Protección Civil resguardados del solano.

Me preguntaron si necesitaba agua, réflex o algo, pero negué con la mano (estaban muy lejos y tenía la garganta seca del cambio de ritmo) y me interné en el lecho de un arroyo seco con bastante vegetación.

Fue un tramo muy divertido, con saltos entre ramas, esquivando rocas y observando las múltiples posibilidades de avance que ofrecía el mismo, infestado de marcas de bicicleta ya secas que indicaban que horas atrás, el terreno estaba mucho más blandito.

Desde atrás comencé a escuchar pasos, y sin girarme, incluso encontré las fuerzas necesarias para apretar ligeramente el ritmo.

Se extendía campo a nuestra derecha e izquierda, ya fuera del arroyo, y el corredor, un hombre mayor (bastante, pero llevaba un ritmo buenísimo) se puso a mi lado.

Como había acelerado de más ahora tocaba parar un poco, beber, caminar y recuperar el ritmo, así que le dije que estaba bien y dejé que se escapase poco a poco.

No llegué a perderlo de vista, y me propuse volver a alcanzarlo antes de llegar al avituallamiento.

Cuando estaba a punto de darme por vencido, él también se paró, a beber, y me puse a su altura en un rápido cambio de ritmo; "ahora o nunca...".

Comenzamos a charlar sobre esa parte del circuito y la prueba en general, coincidiendo ambos en que menos mal que no habíamos llegado de noche a ese tramo, ya que era bastante accidentado y sin visibilidad cruzarlo no hubiese sido tan divertido...

Pasamos, yo doblado sobre mí mismo, bajo un túnel muy bajo, sobre el que discurría la nacional 340 y al salir nos mujeres nos animaron indicándonos que ya estábamos casi en el avituallamiento.

Kilómetro 80, ¡fenomenal! ya iba quedando menos...

Me relajé y cambié el trote por marcha, dejando que mi compañero se fuese adelantando; cuando llegué estaba sentado en una silla y se preparaba un bocadillo.

Para mi sorpresa (tenía grabado a fuego que la prueba era de 109 kilómetros) vi en un cartel que tenía 112, y uno de los voluntarios me comunicó que a algunos les había salido alrededor de 113.

Fue un poco difícil de sopesar a priori, pero decidí ampliar en 2 horas mi tiempo previsto de llegada a meta; llegaría bien entrada la noche y no quería que Mayte ni Marina estuviesen esperando porque si en Tabernas.

Les mandé un whatsapp indicándoles mi posición y ánimo ("apretando los dientes") y me dispuse a repostar.

La última tachuela


Sexto avituallamiento, 18:33. km 80.

Mientras Ramón, que así se llamaba el corredor con el que había estado compartiendo camino, atacaba su bocadillo, yo me dispuse a rellenar ambos bidones, vertiendo una pastilla de sales sobre uno de ellos, ya casi agotado.


Para mi sorpresa, en este avituallamiento, que a priori solo contendría agua, encontramos fruta, frutos secos, y hasta barritas de Energyfig, que durante la entrega de dorsales estaban promocionando.


No pensaba detenerme tanto, pero ya que contaba con un inesperado punto de avituallamiento integral, aproveché para recuperar mientras Ramón comía.

Acabé antes que él, así que me despedí de él y de los voluntarios y retomé la marcha; el sol comenzaba su inexorable deceso y no quedaban muchas horas de luz...

Con paso lento pero firme, me fui adentrando en una nueva zona de la prueba, donde vastas extensiones de cultivo, olivo sobre todo, se extendían a nuestra izquierda, estando el campo a nuestra derecha sin cultivar o en barbecho.

Iba concentrado en mantener una velocidad constante, sin prisa pero sin pausa, calculando mentalmente cuanto podía tardar en recorrer los kilómetros que me quedaban por delante; qué rápido me arrepentí de haber dejado tan pronto el punto de avituallamiento...

Pasaba al lado de un cortijo, tranquilo pese a los gritos de los perros que se encontraban al otro lado de la valla, y que meses atrás hubiesen hecho que acelerase el ritmo en ese tramo con el corazón encogido; de pequeño sufrí el ataque de un perro y hasta hace poco tiempo, aunque tenía la fobia superada, me sentía inquieto con ellos... 

No obstante, gracias al Cholo y al Gordo, los perros de mi novia, me he habituado mucho a los canes, y me encanta jugar, pasear y correr con ellos, incluso acercándome a los que encuentro entrenando, que antes pensaba que tenían fijación por "atacarme".

De repente, uno de los perros, que pensaba que estaba al otro lado de la verja, inmóvil, echó a correr hacia mi, sin ladrar; "mal asunto, pensé", pero simplemente reduje la velocidad hasta el paso y me quedé inmóvil mientras se acercaba.

Extendí las manos hacia él para dejar que me oliese, pero al llegar a la distancia a la que los perros suelen detenerse y olisquearme, siguió de largo, y me enganchó en el gemelo derecho, no sé si con los dientes o una uña.

Reaccioné de inmediato, sorprendido, gritándole y esprintando hacia la parte izquierda del camino, aprovechando el desnivel con la zona de los olivos para poner tierra de por medio, literalmente.

El perro también reaccionó, asustado con mi reacción, y retrocedió momentáneamente.

Vi que tenía una carrera en la media de comprensión, pero no había llegado a rasgarse y al tocarme no noté sangre, solo tenía un pequeño arañazo; retomé el esprint.

No obstante, el perro, sin detenerse, aprovechó la distancia para cargar de nuevo, lo que me obligó a enfrentarme a él.

No quería hacerle daño, pero por supuesto, no iba a dejar que él me lo hiciese a mi; la primera vez me había pillado por sorpresa...

Me puse a gritarle, estático, moviendo los brazos y tratando de parecer seguro, mientras afloraban mis traumas infantiles.

Nada me apetecía más que salir corriendo, pero si le daba la espalda me engancharía de nuevo, y no estaba en condiciones de disputarle un esprint tras tantas horas de carrera.

De repente, interrumpió su carrera y se quedó firme a un par de metros de mi, enseñándome los dientes y gruñendo, pero sin ladrar.

Pasamos unos segundos mirándonos fijamente, notando intensamente mis latidos en el pecho, acercándose a 160 pese a estar parado, y tratando de anticipar lo que pasaría ahora.

Tan solo estaba a un par de kilómetros del avituallamiento, ¿nadie me había escuchado? ¿donde narices estaba el dueño del perro?

Comencé a relajarme, pero justo cuando comencé a girarme para continuar mi camino, el perro aprovechó el instante para abalanzarse sobre mí, golpeándole como por acto reflejo en la parte baja del hocico con mi pierna derecha cuando se lanzaba a por mi pierna izquierda.

No le aticé fuerte porque no quería hacerle daño, pero bastó, le pilló por sorpresa y retrocedió un instante, en el que aproveché para esprintar y correr, sin mirar atrás, mientras escuchaba sus pasos detrás de mi.

Llevaba casi 200 metros a máxima intensidad, pero ya no podía mantener el ritmo, me giré y vi que, cauto, seguía acercándose a mi.

Cogí varias piedras del suelo, y mientras le gritaba que se fuese las fui arrojando entre él y yo, lo más cerca suya posible como para que se asustase pero sin riesgo de darle.

No retrocedió, pero gané unos segundos para recuperar el aliento y volver a correr.

En un primer momento comenzó a correr también, y por un momento pensé que me alcanzaba, ya que lo oía más cerca, pero de repente y sin previo aviso, giró y se volvió hacia el cortijo, ya casi un kilómetro de distancia.

No le di tiempo a pensárselo dos veces y, sin esprintar pero a buen ritmo, cubrí un kilómetro, por debajo de 8 minutos el kilómetro pese a la "batalla".

Ahora corría rodeado de olivos a derecha e izquierda, más relajado pero aun con miedo en el cuerpo, y las piernas temblando tras el bajón de adrenalina y por el intenso esfuerzo realizado.

Me puse a andar mientras bebía agua con sales y me palpaba el gemelo donde me había arañado el perro, por suerte, intacto.

Tras un kilómetro en solitario comencé a escuchar pasos, y en pocos segundos tenía a Ramón a mi lado.

No me había parado a pensar podía no ser el primero que hubiese vivido esa situación, ni el último, pero él llegaba tranquilo y relajado (no lo conozco, pero tiene pinta de ser de ese carácter), bromeando sobre que tras el bocata si que era persona.

Me preguntó como íbamos y sacando la chuleta le respondí, muy relajado ahora que iba con alguien, que quedaba la subida a la última tachuela y luego ya tan solo dejarse caer.

Al llegar a mi altura se había puesto a andar, pero ahora echó a trotar; le mantuve el ritmo unos 200 metros, después, me acabó dejando atrás, y seguí caminando.

Me notaba el cuerpo cortado, así que echando un vistazo rápido al GPS, decidí que en cuanto llegase al kilómetro 86 (quedaban unos 300 metros), cambiaría mi atuendo por el "nocturno".

A escasos 50 metros de alcanzar el kilómetro 86, no obstante, vi una piedra que tenía la forma perfecta para sentarse en ella, un poco más adelante, por lo que decidí sentarme en ella y de paso descansar mis maltrechas piernas.

Sin prisa pero sin pausa, me quité la mochila, saqué el cortavientos, el frontal, las baterías y la cinta adhesiva (me cargué el frontal en el Ultra Sierra Nevada, en una caída en un tramo con barro) y fui preparando el frontal para que las baterías no se cayesen, asegurándolo con la cinta, y posteriormente fui colocándome el cortavientos y, nuevamente, la mochila.

No había empleado más de 5 minutos en la parada y la luz era ya significativamente menor, pero aun no la óptima para encender el frontal, así que retomé la marcha en la penumbra, comprobando antes si alguien me seguía.

Nadie a la vista, lástima, tras la experiencia con el perro no me apetecía mucho atacar la última subida en solitario, pero era el único camino hacia la meta.

No tardé mucho en internarme en el monte, por el Barranco del Peral, aprovechando el desnivel en contra para despreocuparme del ritmo y andar sin reparos.

Sin reparos y posteriormente con gran esfuerzo, pasando las 140 pulsaciones por minuto y sin despegar las palmas de las manos de mis rodillas; por primera vez en todo el ultra me acordé de mis Arpenaz, pero sabía que era un lastre que si en 88 kilómetros no había necesitado, no eran tan importantes en esta prueba, como preví.

Más de 15 minutos tardé en completar el kilómetro 88, exhausto, y al parar un instante para beber y retomar el aire, me di cuenta de que era totalmente de noche; de hecho, durante un segundo me entró la incertidumbre... ¿sería reflectantes las balizas? ¿cuando vi la última?

Encendí el frontal, reduciendo mi mundo a los dos metros de diámetro iluminados por mi dorsal.

Miré hacia atrás y ni rastro de las balizas; ¿cuánto tiempo llevaba subiendo?

No obstante, solo había dos opciones, y retroceder no entraba en mis planes (salvo que tras subir 500 metros más no encontrase ninguna baliza), así que continué el ascenso.

Vi un envoltorio de gel, que me pseudoconfirmaba que estaba en el camino correcto (hasta que no viese la baliza no lo daría por hecho), y por primera vez en mi vida, sentí un atisbo de alegría por ver un trozo de plástico contaminando un entorno natural.

Se me pasó tras 5 zancadas, cuando una baliza semioculta entre las ramas secas de un arbusto me devolvió la luz del frontal; ¡fenomenal!

Con renovada motivación continué ascendiendo, preguntándome por donde saldría, ya que no podía distinguir con claridad el cielo de las montañas y la sensación era de estar rodeado por una inmensa muralla.

13 minutos después (lo que tardé en subir el siguiente kilómetro), comencé a notarme falto de fuerzas, así que eché mano de mi último gel, el 226ers que había encontrado subiendo a Sierra Alhamilla; lo abrí, eché la boquilla en el bolsillo izquierdo de la mochila, junto con el envoltorio del anterior gel, que había olvidado depositar en el anterior avituallamiento, y le di un sorbito... ¡manzana!

Bueno, o sucedáneo de manzana, era mejor no pensar que llevaba...

Entre el efecto (¿quizás placebo?) del gel y que comenzaba a bajar volvía a recuperar el "ritmillo" (cercano a 8 minutos el kilómetro, ascendiendo en cuanto se estabilizaba o subía la pendiente), y con él, las buenas sensaciones.

Había tramos con balizas más juntas y otros con balizas más separadas, pero la sensación que tenía era de estar dando vueltas en círculos... ¡menos mal que solo había un camino posible!

Cuando pensaba que ya sería todo cuesta abajo, tocó volver a ascender; menos mal que llevaba el gel conmigo, y el "juego" de sorber y beber agua cada "x" metros me hizo más liviano el ascenso, psicológicamente fue un tramo muy duro para mi.

Llegué a una cresta donde instintivamente, movido por la pendiente a favor y por el frío viento, que me estaba dejando helado, comencé a trotar.

Había superado ya el kilómetro 92 y sabía que el próximo avituallamiento estaba cerca, lo que me daba seguridad (por primera vez en toda la prueba el bidón de agua con sales estaba casi vacío antes que el de únicamente agua), pero no conseguía ver ninguna luz por ningún lado.

Ni por delante ni por detrás... "bueno, a seguir, hacia delante es la única opción..."

La bajada no era nada técnica, pero si muy pedregrosa, y con tantos kilómetros en las piernas me costaba no tropezarme, así que decidí bajar andando.

Tardé casi media hora en descender dos kilómetros, para que os hagáis una idea; casi me emociono al llegar nuevamente a terreno "firme", algo más blandito en esta zona del recorrido.

Puse un ritmo cómodo, por fin, y vi unas luces a lo lejos, a las que me encaminé.

Comencé a oír multitud de ladridos, no identificaba de donde, pero la seguridad que me había entrado al ver las luces a lo lejos se desvaneció de golpe, e incluso reduje el ritmo, reservando energías para un posible esprint...

Una casona se elevaba a mi izquierda, y los ladridos provenían del interior; deseé con todas mis fuerzas que no hubiese huecos en el muro ni en la verja, y de repente, me encontré de frente con dos muchachos y una mesa.

¿Había llegado ya al avituallamiento?

Siguiendo el rastro


Séptimo avituallamiento, 21:24. km 95.

"¿Es este el último avituallamiento?" Pregunté con incredulidad mientras echaba un rápido vistazo al GPS.


"Sí" Me respondió uno de los muchachos; "ya lo que queda es una subidita de nada y caer hacia la meta".


"¿Estamos en el kilómetro 98 ya?" Insistí; "Bueno, más o menos el 95, según nos han dicho los que han llegado antes"

Eso ya cuadraba más... vi una silla vacía y solicité permiso para sentarme y descansar las piernas mientras avisaba a Mayte, mi prometida; esta fue la conversación...



La noticia de que Matt se había retirado me pilló de improvisto... ¡Me había sacado más de dos horas de ventaja la última vez que habíamos coincidido, en el II CxM Sierra Blanca!


Bueno, ya no quedaba "casi nada..."Guardé el móvil, apagué el frontal, tiré los desperdicios que llevaba encima y me dispuse a recuperar, sin prisa pero sin pausa.


Los voluntarios me preguntaban si necesitaba algo y si me encontraba bien para continuar, pero la misma frescura con la que les respondía disipaban las dudas de su tono, inicialmente inquisitivo.


Que grande la labor de los voluntarios, tras todo el día dándole al callo siguen preocupándose por uno cuando llega a su avituallamiento, realmente encomiable.


Por primera vez en todo el ultra me di cuenta de lo cerca que estaba de acabar la prueba, ya que estaba, si todo era correcto, a menos de 20 kilómetros de acabar la prueba... ¡menos de media maratón!


Normalmente recorrería esa distancia en menos de hora y media sin grandes dificultades, pero en estas circunstancias... le dije a Mayte 3 horas para que no se preocupase si tardaba mucho, aunque en el kilómetro 104 hablaríamos de nuevo y esperaba poder reajustar ese tiempo.

Los voluntarios me preguntaron si el próximo corredor venía cerca, a lo que respondí que pensaba que al menos a media hora, ya que hasta que no estaba llegando al cresteo no me pareció ver ningún frontal en mi persecución.

Se tomaron la noticia con buen humor; me sentía con renovados ánimos, impaciente por atacar el último tramo de la prueba, así que me despedí y puse rumbo a Tabernas.

Sin prisa pero sin pausa recorrí los casi dos kilómetros con pendiente descendente en poco más de un cuarto de hora, aunque una vez se igualó la pendiente, parecía que se me había olvidado correr, y hasta andar me costaba.

Eché un tramo al recién rellenado bidón con sales, respiré hondo y me preparé para un nuevo tramo trotando; ahora la estrategia mental pasaba por descontar los 500 metros hasta llegar a 98 andando, y posteriormente apretar en los kilómetros 100 y 101 para ver la evolución con respecto a los 101 kilómetros de Ronda del año pasado, aunque esta prueba es mucho más dura.

Fue una sensación rara la de esos 500 metros, fui andando a sabiendas de que podía correr si quería ("correr..."), pero recordaba mis sensaciones en los 101 a esas alturas de carrera (bueno, en general entre el 50 y el 80) y recuerdo que no era capaz de avanzar 100 metros sin descansar... como cambia el cuerpo en menos de un año...

Fui descontando mentalmente cada decena de kilómetros que recorría, y al llegar al kilómetro 98... ¡a correr!

Me había entrado frío, en parte por el viento que soplaba racheado justo en contra, pero ahora parecía que empezaba a correr de 0... obviamente tenía las piernas machacadas, pero la ilusión intacta, y las sensaciones parecían nuevas: el tacto del suelo, más blandito y sin piedras en esta zona, el aroma del campo, la brisa en la cara, la sensación de pequeñez al compararme con el estrellado cielo nocturno...

¡Kilómetro 100! en 14 horas 2 minutos, ¡nuevo récord! estaba pletórico, pero quería más, y pese a ir ya nuevamente agotado y sudando profusamente, no quería parar hasta llegar a los 101.

Los alcancé en 14 horas 11, ganando casi 3 horas a la marca obtenida en mi debut como cientounero ¡casi nada!

Me detuve casi en seco y rápidamente eché mano a mis botellines de agua y sales respectivamente, y abrí la última de las barritas de Powerbar que había traído conmigo, esta vez, sabor chocolate (mi menos favorito).

Hasta que me aguantase, cada 500 metros daría un mordisco, para hacerme más ameno el tramo final, especialmente ahora que estaba realmente exhausto, aunque mucho más cerca de mi objetivo.

Pasé al otro lado de la A-349, siguiendo el camino por instinto, estaba balizado pero las marcas del paso de las bicicletas lo hacían inconfundible.

Comenzó la última subida, que me tomé con mucha filosofía y subí andando sin preocupación ni prisa ninguna, recuperando la respiración, bajando las pulsaciones incluso de 100 y comiendo y bebiendo a gusto.

Estaba a solo un kilómetro del 104 y me apetecía muchísimo hablar con Mayte, así que guardé la Powerbar en el cortavientos, eché mano a las rodillas y me puse a marchar a ritmo de subida de ultra, sin prisa pero sin pausa; tardé algo menos de 10 minutos en recorrer ese último kilómetro que me separaba de esa conversación.



No había respuesta y no podía quedarme esperando, la temperatura seguía bajando, la luz de mi frontal se comenzaba a agotar y el tiempo corría en mi contra; guardé el móvil y seguí avanzando.

Llegó un momento en el que perdí de vista las balizas, llegué a un cruce con 4 caminos, pero no sabía cual tenía que coger.

Miré al suelo; ¿y las marcas de las bicicletas? ni rastro...

Por instinto, cogí el camino de la derecha; derecha, derecha, derecha... 100 metros... "vale, sin en 100 metros más no veo ninguna baliza, me vuelvo..."

Como mi frontal cada vez alumbraba menos y podía ser que las balizas no me reflejasen la luz, recorrí cerca de 200 metros más, hasta que decidí que ese no era el camino.

Había dejado atrás otras intersecciones, pero la zona por la que iba ahora parecía campo, no se parecía al tramo que desembocó en el cruce, por lo que pude orientarme bien.

"De acuerdo, vine por la izquierda, hay dos opciones, derecha o abajo... bueno, cojamos la derecha de nuevo..."

Cogí la derecha (el camino de enfrente tomando como referencia la intersección inicial) y a lo lejos me pareció que algo me reflejaba la luz "¡Por fin!"

Eché a trotar, contento al poder quitarme de encima esa tensión de no saber si avanzaba hacia el lugar adecuado, pero para mi sorpresa... ¡se trataba de un palo de los que balizan GRs!

Bueno, dentro de lo malo, ya solo quedaba un camino...

Volví al cruce de caminos y cogí, por última vez, la derecha, aprovechando que descendía puse un buen trote, y respiré aliviado al comenzar a identificar nuevamente las marcas de la bicicleta, y a lo lejos, una nueva baliza... ¡Durante unos minutos me había sentido todo un hapache!



Cogí el móvil para avisar a Mayte de la incidencia y reajustar así el tiempo estimado de llegada, y vi que tenía un mensaje; respondí y retomé la marcha, intercalando trote y marcha para ir distribuyendo el esfuerzo, sin que pasase nada reseñable hasta el kilómetro 107.



Al mandarle la actualización de posición (me ayudaba mucho mentalmente convencerme de que en "x" kilómetros hablaría con Mayte) me di cuenta, al bloquear la pantalla del móvil, ya casi sin batería, que la potencia del frontal era minúscula, y tenía que ir pegado al margen del camino para poder ver las balizas.

Menos mal que el camino era una larga recta, que descendía de forma casi imperceptible, y no tenía intersecciones.

El espacio y el tiempo se habían distorsionado, ya veía a lo lejos Tabernas, pero no importaba que andase, marchase, trotase o corriese, el GPS marcaba el mismo ritmo y la ciudad, lejos de acercarse, parecía estar más distante cada vez...

Al llegar al kilómetro 109 crucé la ALP-405 y los voluntarios de protección civil me indicaron que faltaban, como mucho, 4 kilómetros para meta; hacía mucho frío, ya me costaba escribirle a Mayte... habría que apretar el paso, por supervivencia, más que nada...



A lo lejos vi unas luces, muy potentes para ser de un frontal o algo similar, y se encontraban justo delante mía... bueno, ya llegaría, no había prisa...

Me había acabado la barrita de Powerbar hacía más de un cuarto de hora, y la barriga comenzaba a rugirme... ¡habría que probar la energyfig!

De aspecto no tenía demasiada buena pinta, parecía una especia de pan de higo, pero ¡que hambre tenía y que rica estaba!

Siguiendo la costumbre, me impuse no comérmela de golpe, sino dosificarmela, como premio por avanzar trotando, al menos, 200 metros seguidos.

Era extraño, por más que avanzase, no acababa de alcanzar, ni Tabernas, ni las luces... "¡un momento, se mueven!"

Escuché risas y unas voces, un frenazo y las luces desaparecieron... ¿qué hacía aquí un coche...?

Bueno, tampoco me afectaba, así que continué, identificando entre las ruedas de la bici el punto donde había estado un rato parado el coche, hundiéndose parcialmente en una zona anteriormente encharcada.

Conocía ya el paisaje... ¡Por aquí había corrido hace... 16 horas! Según mi GPS había pasado ya el kilómetro 110, dejando a la derecha el camino de los toboganes tan divertido que hacía una eternidad había recorrido... ¡ya casi estaba!


Dejé atrás el cañón, y comencé a oír música cercana, aunque las luces de Tabernas habían desaparecido...

Kilómetro 112... ¿por donde subimos? Me doy cuenta de que llevo casi 50 metros sin ver una baliza... me giro; ahí está la última... ¿y ahora?

Como casi no veo ya, me paro, me siento en el suelo, me quito la mochila y los guantes, y con los dedos casi sin sensibilidad realizo el equivalente a una operación a corazón abierto (en cuanto a dificultad), sacar las baterías sin que se me caigan, cortando la cinta adhesiva con los dientes, reemplazarlas por las cargadas, cortar cinta adhesiva, asegurarla y volver a vestirme.

Empleo al menos 3 minutos en el proceso, y con una potencia que daba gusto, vislumbro todo el ancho del camino, casi cegándome al principio.

Me giro y veo la última baliza; delante, identifico una de las rampas por las que habíamos bajado del castillo esa misma mañana... "bueno, será por aquí..."



Dejo atrás la N-340 y comienzo el ascenso campo a través hacia el castillo; me da por mirar el GPS; ¿kilómetro 113,3? vale, al menos 500 metros de más habría realizado al perderme, pero... ¡no hay ni rastro de la meta!


Me despido con ese último mensaje, y cuando estoy apunto de llegar al castillo... ¡comienzo a escuchar música! "sube la adrenalina... sube la adrenalina..."

Tabernas está casi completamente a oscuras, pero identifico el empedrado de la primera subida de la mañana, rodeo la cadena (ni pensar en saltarla a esas alturas), y de repente, ¡estoy frente al polideportivo!

Un grupo que se encontraba cerca de la barra comienza a aplaudirme y me vitorea, y el muchacho de la barra me dice que continúe 100 metros.

Veo el arco, corro hacia él, dejo atrás esas largas horas de carrera en el desierto, las flaquezas, las incertidumbres, los miedos, y cruzo el arco con una explosión de sentimientos; alegría, nostalgia, rabia, emoción, armonía...

Dos corredores que estaban junto al arco me dicen que lo he atravesado al revés, y sin poder evitar la risa (buena anécdota para contar, desde luego), lo cruzo de nuevo, a la inversa.

Uno de los corredores se enfada bastante por haberse perdido en el tramo final y encontrarse la ciudad a oscuras, pero cuando Alberto, el encargado del cronometraje, se disculpa y le muestra las clasificaciones, y con ellas su podio, estalla en júbilo y se relaja el ambiente, algo tenso hasta el momento.

Mi hermana me llama y la veo a ella y a Mayte, a quien abrazo; fue el mejor momento en muchas horas.

El segundo mejor, cuando, tras entregarme la camiseta finisher, Alberto me comunica que soy el segundo corredor de mi categoría, décimo absoluto, y segundo minimalista.

Al no ser acumulables las categorías, tengo podio; acabo de finalizar la mejor actuación en un ultra de mi vida.

¿Y sabéis qué se siente? ¡Unas ganas enormes de ducharte, comer algo y acostarte, como siempre!

Epílogo




Meta, 9:45. Domingo D.T. (después de Tabernas)

Había llegado pletórico a meta, con muchísimo ánimo, y más todavía después de reencontrarme con mi prometida y mi hermana y comprobar que Matt estaba entero, se había retirado por molestias en un pie que no quería que fuesen a más.


No hubo manera de callarme en todo el recorrido de vuelta al Hostal La Estación, y no dormí nada en toda la noche, fruto del agotamiento total y la mezcla de sentimientos acumulados.

Tras cuatro horas en la cama, tumbado, dando miles y miles de vueltas, a las 7 de la mañana estaba en pie, desayunando y ayudando a levantar a mis compañeros en esta aventura.

Teníamos "permiso" para quedarnos en el hostal hasta pasado el medio día, pero la entrega de premios era a las 11 y no quería perderme detalle; además, no conocíamos el camino, ahora iríamos sin guía, y Mayte y Marina ya se habían despistado llegando a Tabernas ayer tarde, era mejor salir con tiempo.

Me enfundé la camiseta finisher, orgulloso, aún sorprendido del pasón que le había dado a mi marca en 100 k (ahora fijada en 14:02, casi 3 horas menos y con más desnivel que cuando la fijé), y buscaba conexiones en los momentos que había vivido... ¡se me mezclaban todos!

Una semana he tardado en redactar la crónica, pero entre lo que he tardado en separar cada momento, recordar detalladamente cada tramo y el tiempo que tengo que destinar a otras prioridades, no he podido hacerlo antes.

En poco más de una hora desde que salimos, estábamos en Tabernas, Matt y yo a paso "apingüinado", y nos encontramos a Alberto y a Domi, encargados del cronometraje y de la organización de la prueba, que había empalmado prueba.

He leído muchas críticas estos días sobre la organización, y es verdad que hay cosas a mejorar y trabajar de cara a otros años, por supuesto, pero lo que desde luego no se puede recriminar es que no estuviesen al pie del cañón.

Me dieron la enhorabuena por la prueba y estuvimos charlando sobre la misma mientras se acercaba la entrega de premios, momento en el que empezaron a trabajar en tareas logísticas mientras yo me entretuve en inmortalizar el momento con fotografías (cortesía de Mayte).


"probando" el cajón

Los trofeos de la prueba

Tomando el sol con Matt y nuestras Luna Sandals
Poco a poco la plaza se fue llegando de corredores y familiares/amigos/curiosos (era fácil distinguirlos, solo había que ver a que velocidad caminaban), y la hora de comienzo de la entrega de premios se fue acercando.

Santi fue campeón por equipos y campeón minimalista, premio que recogí yo al no ser acumulables los premios (fenomenal las sensaciones con las Merrel Trail Glove 3, llevaba las Luna Sandals en la mochila pero en ningún momento pensé en cambiarme), subí yo a recogerlo.


Santiago Ruiz, campeón por equipos y minimalista





De izquierda a derecha, servidor, Santi y Matt
Parecía un spot de Luna Sandals; de izquierda a derecha, las oso, mono y venado
Tras concluir la entrega de premios nos despedimos y pusimos rumbo a casa, dejando atrás una experiencia inolvidable en un entorno árido y duro, pero con una enorme belleza.

Muchas gracias a todos por acompañarme en esta crónica, por vuestros ánimos antes, durante y tras la carrera y por todo vuestro apoyo, ¡GRACIAS!

PD: como viene siendo habitual, comentaré de forma personal y totalmente subjetiva, qué me ha parecido mejor en esta prueba y qué creo que se puede mejorar en futuras ediciones; reitero, de forma personal, quizá para mi lo mejor es para otra persona un defecto, mi idea es enfocar mi experiencia constructivamente.


Lo mejor

-La bolsa del corredor, con camiseta "starter" y posteriormente "finisher", tickets de comida y bebida, caldo Aneto, muestra de gel de masaje... muy completa, y la calidad y diseño de las camisetas extraordinaria, como suele ser habitual en Tuga.

-El recorrido, muy variado, de una belleza excepcional y con vistas espectaculares, fue una pena que no se viese nada desde la cima del km 50.

-Los avituallamientos; en contra de lo que muchos han comentado (la prueba era en semi-autosuficiencia), desde mi punto de vista han estado fenomenal, cierto es que no me ha faltado agua (ni de nada) en ningún avituallamiento, y al que no haya encontrado algo tan básico desde luego el avituallamiento le habrá parecido muy mejorable, pero personalmente he encontrado de todo en todos, incluso sólidos en el km 80, cuando se supone que únicamente habría líquidos.

A mejorar

-La señalización en Tabernas para encontrar la salida, un par de flechas hubiesen sido de gran ayuda para encontrar el polideportivo, ya que Google Maps nos enviaba al centro del pueblo.

-El balizaje, que personalmente pienso que falló en los últimos kilómetros; por lo que comenté con otros atletas, fui el primero en entrar "al revés" a meta, pero no el último.

-La información a familiares y acompañantes, por lo que me comentaron había dudas en quien estaba en qué posición estimada, es obvio que es muy difícil de controlar, pero hay sistemas de posicionado GPS que permiten hacer seguimiento de los corredores en tiempo real, lo que en caso de emergencia puede ser de gran ayuda.

Y como bonus y por ser quisquilloso, la fecha, coincidió con el Homenaje a la Legión, prueba de trail, ultrafondo y BTT en la que me hubiese gustado repetir, pero claro, la larga distancia me llama más... no obstante si el año que viene se pone la fecha una semana antes o después pienso que puede atraer más participantes.

Por cierto, ¡las Merrel Trail Glove 3 aguantaron fenomenal!


Kilómetro 0

Tras 138 kilómetros, tan solo sucias
Esto es todo por el momento, ¡hasta la próxima!



Comentarios

  1. Enhorabuena por ese pedazo de carrera. Juan, tengo una duda con el tema sales,estoy preparando los 101,¿ Podrías decirme cuáles usaste en esta carrera?
    Gracias y un saludo

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    1. ¡Por supuesto!

      Antes de comenzar la carrera llevaba uno de los bidones con dos tabletas y media de Isostar Fast Hydration Powertabs (sabor limón, para gustos, colores), y ya en carrera usé las de PowerBar de Mango sin hidratos de carbono.

      A nivel de minerales las de Isostar son más completas, pero quería probar que tal me iba eliminando esos azúcares (ya aportaba demasiados con los geles y no quería provocar muchos picos de glucosa), y la verdad es que e fue bastante bien.

      ¡Espero haberte ayudado!

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  2. Gracias Juan, sí me has ayudado. Mi "problema" con las sales precisamente es que no las encuentro sin hidratos de carbono. Quiero tener un bidón de aporte de sales sin hidratos ya que me gusta tener controlado la ingesta de hidratos. Pero en el Decathlon, que es donde voy a buscar, no las veo. Buscaré las PowerBar.

    Gracias

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    1. Yo también las compro en Decathlon, si no las tienen puedes pedirlas ;)

      Son estas: http://www.decathlon.es/powerbar-5-electrolitos-mango-id_8336660.html

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