La que estoy a punto de narrar ha sido mi mayor aventura de una tacada hasta la fecha... por lo que condensar todas las experiencias vividas en casi 30 horas de titánico esfuerzo será muy complicado...
Seguro que se me pasan momentos, nombres y anécdotas, pero trataré de revivir la experiencia lo más fielmente posible; todo comenzó sobre las 4 de la tarde del viernes pasado, cuando Pascal y yo, tras lo que pareció una eternidad, aparcamos en Prado del Rey.
Tras recoger dorsales y la bolsa del corredor y saludar a las decenas y decenas de amigos montañeros que se aglomeraban en las inmediaciones del arco de salida, volvimos al coche, nos "vestimos" para la ocasión y volvimos a la carpa para pasar el control de material.
Charlando con unos y otros el tiempo se pasó volando, hasta que Chito anunció la apertura del cajón de salida, hacia el que nos dirigimos.
Fuimos de los primeros en entrar, y para qué... como no teníamos otra cosa que hacer, dudábamos sin parar sobre cómo afrontar la salida, y cuando me quise dar cuenta, había abierto y cerrado la mochila media docena de veces, para poner guantes, ponerme los manguitos, ponerme el frontal, quitarme los guantes, ponerme el cortavientos, cambiarle las pilas al frontal, ponerme un buff al cuello, quitarme el frontal... hasta que decidí ponérmelo todo para dejar de cambiar de opinión.
Cuando el cajón empezó a llenarse avanzamos un poco, pero dejamos varias líneas con respecto al arco; si Víctor Pimentel, crack de los ultras donde los haya, estaba justo detrás de nosotros, demasiado adelante estábamos.
Tras finalizar el conato de reyerta bandolera, recitar el juramento bandolero y guardar un minuto de silencio por un corremontes recientemente fallecido, nos deseamos suerte y nos preparamos para el trabucazo.
Los primeros kilómetros fueron frenéticos, en un constante toma y daca de saludos con amigos y conocidos mientras la marea imponía su ritmo.
Yo me eché a un lado y traté de mantener un ritmo cómodo, pero aun así me encontré pasando por el kilómetro 5 en poco más de 20 minutos.
Pronto empezarían las subidas, así que, pese a ir cómodo y con las pulsaciones bajitas (alrededor de 145), eché el freno y reduje la velocidad.
Al cabo de unos minutos me alcanzó Pedro Domínguez, Forajido y miembro del Atletismo San Pedro, veterano de la prueba, al que decidí pegarme.
Pedro es natural de Ubrique, por lo que conoce la zona como la palma de su mano (ya me habló Pablo Gálvez de su "Pedrusco Trail" durante el Reto 360º Solidarios...), y siendo doble finisher, está claro que tenía muchísimo que aprender de su experiencia.
Hablando sobre la prueba, carreras y la vida en general llegamos a El Bosque, donde el 90% del público lo conocía.
En el avituallamiento cogí un puñado de gominolas (deliciosas) y un par de onzas de chocolate, que me eché a la boca del tirón, y seguí corriendo, aunque Pedro se entretuvo un poco; creo que fue Juan Imbernón el que me preguntó por los huaraches (corrí con Merrell, recuperándome, ya del todo, del ganglión), pero entre el trote y el chocolate en la boca creo que mi respuesta no fue del todo inteligible.
Al momento tenía a Pedro de nuevo a mi lado, y ascendimos al ritmo que marcaba la hilera de corremontes, por el cortafuegos.
Comenzaba a arrepentirme de haberme puesto todo encima, ya que estaba empapado en mi propio sudor y, aunque el viento era fresco, sentía que me sobraba hasta la piel; menos mal que no me desvestí del todo (me quité el buff del cuello y guantes y me remangué), ya que conforme íbamos ascendiendo la temperatura iba bajando, y ya me advertía Pedro de que habría nubes bajas más adelante.
No recuerdo el momento exacto, pero creo que en el primer descenso brusco hacia los Llanos del Campo, sucedió la tragedia... Pedro iba justo delante de mí, acompañado por varios conocidos, y de repente, una piedra se interpuso ante su pie y cayó de golpe contra el suelo, rebotando nuevamente y quedando tendido.
Se hizo un silencio absoluto mientras todos nos detuvimos y esperamos a que Pedro se incorporase, algunos segundos más tarde, y cuando vimos que estaba recuperándose, seguimos trotando con él.
Se había dado un golpe increíble aplastando su mano bajo el pecho, y menos mal que no se había dado en las costillas con un pedrusco que quedó a escasos milímetros de su pecho, ya que me veía llamando nuevamente a la ambulancia... (llegamos muy justos a Prado del Rey ya que presenciamos un accidente de camino a la salida, entre otros contratiempos).
Decidí poner el frontal a tope, para evitar en carne propia algún tropezón o caída, pero pese a ir alumbrando fuerte, nos despistamos en la bajada; prácticamente pasé de largo en los Llanos del Campo al llevar conmigo comida y bebida de sobra, me vi descolgado, por lo que decidí apretar el paso para ver si encontraba a algún conocido.
Pasé a Alfonso, "El Último Bandolero", en un tramo corrible (iba el tío en huaraches, con un par, y como me hubiese gustado de haber estado del todo recuperado), y tras quedarme parado tras un grupito, decidí mantenerme pegado a ellos.
Así llegamos al Puerto del Boyar, adelantándonos mutuamente los miembros del grupito y yo, y nuevamente pasé de largo tras rellenar uno de los bidones, ya que estaba lleno de gente y me pareció bastante agobiante.
Escuché voces conocidas que me saludaron y animaron, pero no pude reconocer los rostros entre la multitud de espectadores que había concentrados en ese punto.
Oteé el horizonte y vi que una imponente subida nos esperaba, así que me remangué de nuevo y eché mano a los bastones, que entre el tramo en escalera y la "gatera" habían estado olvidados, colgando de mi mano derecha.
Ahora si podría bastonear, y bien, mientras la prueba tomaba un carácter épico...
En nuestro ascenso bordeando el Simancon las nubes comenzaron a envolvernos, con una densa niebla acompañada por llovizna y todo un vendaval de viento en los tramos en los que estábamos más expuestos.
Tuve que coger el frontal con la mano en varios puntos, ya que no veía absolutamente nada, pero entre lo incómodo que era tirar de bastones así y que la mano del frontal se me estaba quedando helada, decidí sacrificar visión para ganar en comodidad; menos mal que alcancé a un grupito y pude "desentenderme" un poco de seguir el camino... ¡y quien me mandaba!
Llevábamos unos 100 metros siguiendo hitos pero sin ver balizas, comenzaba a llover y el viento nos estaba atravesando sin piedad, cuando una corredora que venía desde detrás nos dijo que según su track estábamos fuera de ruta... tardamos 3 angustiosos minutos en volver al camino, en un brutal descenso "roca a través", pero por fin encontramos el buen camino.
Seguimos ascendiendo, esta vez, frontal en mano, aunque la tuviese helada, y pude ver el motivo de tanto frío de repente (5 grados había bajado la temperatura desde el Puerto del Boyar, comentaba un corredor), al ver varios cúmulos de nieve.
No me importaban tanto el frío, el viento o la humedad como el barro, que pronto hizo acto de presencia, y en el que me hundí de golpe en uno de los tramos de descenso; y eso no fue lo peor, me resbalé y estuve a punto de caer, para lo que me agarré de la valla que cercaba el camino... quedándoseme el guante izquierdo enganchado y desgarrado al tirar de él para soltarlo (por suerte, no fue la mano).
Me adelantó Alfonso, ahora con unas Merrell, y puse un ritmo más trotón para evitar nuevos resbalones, y esquivando barro y tras subir un breve repecho acompañado por esa intensa niebla, comenzamos el descenso hacia Villaluenga del Rosario.
No sé si por lo tarde que era o por el cansancio de las primeras horas, pero a pesar de bajar bastante mal en comparación a subir (y a la media, desde luego), adelanté a varios grupitos, en los que se sucedían conversaciones que, en última instancia, eran bastante bizarras...
El primer grupo estaba hablando sobre Chito, el speaker de la prueba, genio de lo audiovisual al ser fotógrafo, speaker y periodista.
El segundo grupo comentaba la Alpargata Trail, que por lo visto, ascendía el tramo que estábamos descendiendo.
Y el tercer grupo... ¡hay el tercer grupo! que comentaba cómo funcionaba el mercado de la compra/venta de ropa interior femenina usada en Japón, con mucha guasa (en este tramo bajé el ritmo para pegar la oreja, lo admito).
Bastante animados y mientras una ligera llovizna comenzaba a derramarse sobre nosotros llegamos a Villaluenga, donde me encontré a Marcos, del Media Trail Mijas, que estaba esperando a Ana.
Charlamos brevemente y aquí si paré un rato a recuperar.
Me encontré, una vez más, con Francisco Torres, del mismo club, que en vista de que ahora caía un diluvio sobre Villaluenga, esperaría un poco para salir.
No sería mi caso, ya que estaba impaciente por continuar y no temía a la lluvia, sino al barro... y cuanto más esperase, peor estaría la situación en los Llanos de Líbar, que ya de por si tienen a acumular agua.
Salí en pleno chaparrón, alcanzando a varios corredores en el descenso por las rampas de cemento hacia los Llanos del Republicano, y pegándome a un corredor que si mal no recuerdo se llamaba Míkel antes de comenzar el ascenso al Puerto del Correo, eterno bajo una cortina de aguacero, un viento gélido y unas rocas más y más resbaladizas por momentos.
El ascenso fue eterno, pero más eterno aun fue el tramo de llegada al avituallamiento, en el que del mismo frío que hacía, ya con todo el cuerpo calado hasta los huesos, me dolía la cabeza, me temblaban las manos y me entraba una especie de sueño que parecía absorberme la energía.
Entré en modo supervivencia, era trotar o morir, casi literalmente (al menos, a mi subconsciente se lo parecía) y ya ni me molestaba en evitar los charcos de barro; total, estaba empapado de arriba a abajo...
Un olor a chimenea distante despertó la esperanza (suena muy exagerado, pero prometo que no lo he pasado tan mal en años en ningún otro momento, corriendo o en la vida en general), y mientras tiritaba tan fuerte que tuve que colocar con fuerza la lengua hacia abajo para no mordérmela, llegué al refugio de los Llanos de Líbar, donde ardían con fuerza dos chimeneas.
Me encontré con Ma Bl Ro, del Primeguis, que me pidió los datos (envuelto en ropa mojada como estaba ni mi madre me hubiese reconocido), y mientras me desvestía y colocaba toda mi ropa frente y sobre la chimenea, me metí entre pecho y espalda 3 vasos de caldo de pollo que me devolvieron la fuerza y la vida.
Era hipnótico ver el vapor salir de mi cortavientos, guantes, mochila, buff y mi propio cuerpo mientras esperaba, pegado a la chimenea, que terminasen de secar, al menos, mis brazos y piernas.
Fui un momento al baño tal cual, en mallas cortas y camiseta de manga corta, y pese a estar bajo techo, se me abrieron las carnes... ¡qué frío!
No tenía ni idea de cómo iba a seguir corriendo, ya que mientras terminaba de obrar me temblaba hasta el alma, pero si decidía retirarme (y lo creáis o no, sin haber llegado aun a los 50 kilómetros, lo pensé) tampoco había ninguna posibilidad de salir de los llanos que no implicase irme por mi propio pie.
Fran, con más narices que yo, dejó el avituallamiento nada más llegar, rumbo a Montejaque, y, contagiado por su determinación y mientras mi compañero terminaba de recoger sus cosas, me enfundé en mis todavía húmedas (pero calentitas) pertenencias, y tras despedirme de los voluntarios, salí fuera.
Me parecía estar febril, con dolor de cabeza y garganta, la visión nublada (o eran la combinación de aguacero y niebla) y las fuerzas cada vez más efímeras, pero mientras avanzaba al trote superviviente, conseguí poco a poco ir entrando en calor.
No dispongo de los datos del GPS, ya que por algún motivo no se guardó el track, pero recuerdo subir alguna lomita corriendo por debajo de 4:30 el kilómetro... ritmo que me dio la vida al romper a sudar bajo la lluvia.
Lo bajé al alcanzar a otro corredor, y un cuarto se nos unió; nos presentamos, aunque solo recuerdo el nombre de Víctor, uno de los militares del grupito, del Tercio de Ronda, con el que ya había coincidido en el I Ultra Líbar Adventure.
Ahora básicamente estábamos recorriendo a la inversa los primeros kilómetros de dicho ultra, y mientras conversábamos sobre los ultras que habíamos recorrido o nuestras marcas en maratón, andando en las pendientes y adelantando a buen ritmo en las bajadas, llegamos a Montejaque.
Fran salía del avituallamiento nada más llegar yo, y tras reponerme rápidamente para aprovechar que la lluvia escampaba, salí a buen ritmo, tras despedirme de mi grupo.
Ascendí a buen ritmo la empedrada bajada en zetas que se desciende en los 101, y me dejé caer con ímpetu nada más llegar arriba, adelantando a varios corredores sueltos y alguna pareja por el camino.
Ahora estaba pletórico, rebosaba vitalidad, conocía el camino y me sentía más vivo que nunca.
No sé que ritmos llevaría en ese parcial, pero de no haber sido por un "pequeño" incidente, puede que hubiese sido mi tramo más rápido de todo Bandoleros.
Llevábamos un rato cruzándonos a la cabeza de carrera, y en una bifurcación a la que llegué solo (completamente, nadie por delante, y tras unos segundos esperando, nadie por detrás), decidí seguir una luz distante.
Fue un corredor que venía de vuelta, pero no me dijo nada, así que seguí ascendiendo por un pinar.
Llegué arriba del todo, al asfalto, donde vi una flecha que apuntaba en la dirección en la que avanzaba yo ("genial, pensé"), y justo mientras descendía, me encontré a una pareja de corredores que me comentó que iba en sentido contrario.
Volví sobre mis pasos, pero no sabían decirme cual era el camino correcto, así que, tras deshacer medio camino, volví a ascender... descender la cuesta de asfalto... y al cruzarme con otro corredor en sentido contrario, de nuevo lo mismo.
Me dijo que conocía el punto en el que me había despistado, que lo siguiese, y algo desesperado ya y bastante impotente, le seguí.
Mientras el camino ascendía dejando a la izquierda la basura, yo había tomado el desvío de la derecha... hasta el momento la señalización había sido "a prueba de tontos", pero no sé como acabé perdiéndome en ese tramo.
El tiempo perdido o los kilómetros de más no me importaban en absoluto, pero si el derroche de fuerzas y la fatiga mental que ello implicó.
Me vine abajo, pero tocaba ascender una cuesta de cuidado, y mientras pasaba a corredores que había dejado atrás en el primer descenso por carriles tras abandonar Montejaque, llegué hasta Ronda.
Allí estaban Joseph, que supongo que estaría al cargo del cronometraje, y Peri, árbitro de la federación, entre otros muchísimos corredores, voluntarios y curiosos.
Llegué, "fiché", rellené uno de los bidones y tras una visita al baño y ante la sorpresa de Peri por la fugacidad de mi parada, reemprendí la marcha.
Las calles me parecían enormes, brillantes al reflejar la luz de las farolas en los recientes charcos, y Ronda, sumida en el más profundo de los silencios, me pareció inquietante.
Recordé mi paso por sus calles en mis dos 101 y en el Hole hace un par de años, y más recientemente en el Reto, y pensé en beber del pilón de la fuente al llegar a la Cuesta del Cachondeo, pero no echaba agua.
Puse un ritmo trotón, con los cuádriceps ya cansados tras más de 70 kilómetros (por mi GPS le sacaba ya 4 de ventaja al marcaje de la organización, sin duda por la subida y bajada por donde no debía antes de llegar a Ronda, entre otros breves tramos de despiste), y al adelantarme un par de corredores me pegué a ellos.
En lugar de descender totalmente hacia el río cogimos un breve desvío, y aunque creo que no ascendimos el Puerto de las Muelas (durante un rato me despisté), finalmente cogimos el GR-249.
Iba charlando con mis nuevos compañeros de camino de todo un poco, cuando, de repente, nos dimos cuenta de que hacía un buen rato que no veíamos las balizas... y al girarnos vimos frontales por el otro lado de la vía del tren.
Juraría que nos pasó en el mismo punto donde el propio Chito nos entrevistó a Paco, Pablo, Bartolo y a mi en la etapa 8 del Reto 360º Solidarios, y seguimos el camino que tenía grabado a fuego en la mente desde esa noche.
Charlando sobre esto y lo otro mientras pasábamos corredores, nos presentamos, ¡y resulta que uno de los corredores y yo éramos "viejos conocidos"!
Uno de ellos era Jose, de Manuel en Sables, con quien coincidí el año pasado en las VI 24 Horas La Breña Xtreme, donde compartimos cajón en el podio absoluto, como segundo y tercero respectivamente.
Nuestro otro compañero era Aitor, natural de Prado del Rey, y los 3 éramos novatos en Bandoleros... pero a juzgar por el ritmo que llevábamos, no nos iba nada mal.
Ascendimos a buen paso por la empinada pendiente, en la que José primero y Aitor después cogieron ventaja, pero en las zetas de cemento previas a Benaoján (últimos kilómetros de la Marcha de la Cueva del Gato) alcancé a ambos, y llegamos juntos a Benaoján.
Pensaba llegar allí entre las 10 y las 12 de la mañana, como le había comentado a Bartolo, concejal de deportes local y corredor de ultras, pero aun no daban ni las 7 de la mañana y no eran horas para avisar...
El avituallamiento nos esperaba en la Estación de Benaoján, y tras bebernos un par de vasos de caldo, y sin sentarnos si quiera, retomamos la marcha.
No nos adelantaba nadie desde hacía ya varias horas (en mi caso, desde dejar las chimeneas del avituallamiento del Refugio, en Líbar), y con las primeras luces del alba, apagamos los frontales, cruzamos la vía del tren, y seguimos la orilla izquierda del Guadiaro, recorriendo en sentido inverso el trazado de la Cueva del Gato, y siguiendo los pasos de la novena etapa del Reto 360º Solidarios.
Ahí adelantamos a Pepe, un corredor al que Aitor ayudó con su cortavientos mientras nosotros aun esperábamos a que el sol nos calentase, pero como predije, hasta dejar Jimera no sucedió.
Pero antes atravesamos un tramo que se me hizo mucho más largo de lo que recordaba, con sus toboganes, varias pendientes y algunos descensos que ya picaban en las piernas.
Ascendimos a Jimera por la derecha, evitando la rampa de cemento por la que subimos en el Reto, y nos sentamos a desayunar en la plaza mientras los voluntarios ponían música, servían bizcocho y nos rellenaban los bidones; ¡así daba gusto!
No nos importó perder un buen rato y varias posiciones, porque salimos con las pilas bien recargadas, preparados para afrontar una "etapa de mente", como la describía el cartel del GR-249, aunque nos desviamos de él en varias ocasiones (y casi mejor, ya que evitamos bastante barro y el vadeo de algunos arroyos).
Iba describiendo a mis compañeros el camino con bastante precisión, tanto que quien me escuchase pensaría que era un experto en la prueba, pero ya quedaba poco, ya que al llegar al tramo paralelo a la vía del tren dirección Cortes de la Frontera, compartido, una vez más, con la Cueva del Gato, perdí las referencias, y tras afrontar el durísimo ascenso hacia Cortes, me adentré en territorio desconocido.
Fran nos adelantó a los 3 antes de comenzar el ascenso (según parece lo adelanté en Ronda, donde él se cambió de ropa), así como Pepe y algunos otros corremontes, a los que fuimos adelantando y ellos a nosotros durante el ascenso.
Omito bastante los detalles desde Ronda ya que tengo bastante reciente la descripción de esos tramos durante las crónicas del Reto 360º Solidarios, y lo más relevante fueron las conversaciones (vimos a Jose demasiado callado y decidimos sacarle las palabras como fuesen), sobre la iniciativa de Manuel en Sables, el Humaniza Team y el reto de Los Palacios-Zahara de los Atunes, entre otras cosas.
Desde Montejaque Hasta Cortes de la Frontera había sido una carrera totalmente diferente para mí, disfrutando muchísimo más que en los primeros 55 kilómetros, dosificando a la perfección, sin perderme, sin caídas, sin lluvia, con poco barro... pero ya el susto que tuvimos en el avituallamiento auguraba que se aproximaban tiempos difíciles.
Nuestro compañero Aitor tuvo un desvanecimiento, del que no me di ni cuenta ya que creo que me pilló en el baño, así que retrasamos un poco la salida hasta que estuvo en condiciones (no me arrepiento en absoluto, al contrario, pienso que nos vino genial descansar), y salimos buscando gresca.
El ascenso, nuevamente, fue de órdago, y aunque el sol nos pilló justo encima, el gélido viento hizo que acabáramos poniéndonos todos los cortavientos.
Habíamos bajado mucho el ritmo, lo notábamos, y sobre todo, lo certificamos al ser adelantados por primera vez en horas.
No tiene importancia, y menos en un ultra de tantísimos kilómetros y horas, pero psicológicamente fue un golpe un tanto duro...
Aun así no íbamos tan mal, ya que en la bajada alcanzamos a varios grupitos.
Aitor nos pidió que no le esperásemos, que siguiésemos a nuestro ritmo, así que tras ver que se acercaba a una pareja que acabábamos de adelantar, pusimos una marcha más y aumentamos el ritmo.
En el descenso hacia Villaluenga pensaba que Jose, hábil en el descenso, se descolgaba del todo, pero o me esperó en la bajada, o puse un ritmo bueno en los llanos, o ambas cosas.
Llegué abajo con unas ganas tremendas de correr, y volviendo sobre las huellas que habíamos dejado en el barro horas atrás, cogimos la rampa de cemento y fuimos ascendiendo hacia Villaluenga.
Charlando con Jose sobre nuestro primer paso por Villaluenga llegamos de vuelta a la ciudad, intentando no perder más tiempo del estrictamente necesario para llegar a Grazalema de día, ya que aunque teníamos muchas horas por delante, el tramo se veía duro.
Aitor nos alcanzó justo al salir del avituallamiento (me dio mucha alegría verle tan animado), y gente a la que no conocía (o no era ya capaz de reconocer) me preguntaba como me iba o me pedían una foto rápida, en la que con gusto posaba.
Reemprendimos el camino ascendiendo por la rampa de salida del pueblo, mientras una inoportuna nube nos dejaba sin sol y los primeros clasificados de la Bandolerita (con Imbernón en segunda posición, si mal no recuerdo), nos pasaban como centellas.
Internándonos hacia Grazalema nos pasó también Rubillo, de La Senda, más adelante Jesús Casillas, e incontables corredores que nos encontrábamos por el camino, bien de cara, bien adelantándonos.
Este fue sin duda el tramo más duro de todo el ultra desde mi punto de vista, en el que me coloqué entre José, con más energía, y la tercera clasificada femenina, donde apenas pude trotar un par de kilómetros en casi 13 (con un máximo 100 metros consecutivos) y tuve mi primera alucinación, un pilón de agua con un enano de escayola, donde solo habían una piedra grande y otra más pequeña.
Y eso es todo lo que recuerdo, piedra, piedra, piedra y más piedra, subidas, bajadas, subidas y sobre todo bajadas; con rocas, piedras, pedruscos, guijarros, piedrecitas... de todos los tamaños y formas, para aburrir y perfectas para tropezar, como hice en medio centenar de ocasiones (en una de ellas pensé que me había roto la uña del pulgar derecho...).
Conforme bajábamos había tramos que permitían trotar algo, pero las piedras no desaparecían... José hacía rato ya que se había escapado de mi campo de visión, y la chica francesa me pisaba los talones mientras caminábamos en silencio, silencio solo roto por los pasos a toda mecha de los aspirantes a "Bandoleritos" (qué merito tiene que tener también esta prueba...) y sus gritos pidiendo paso y anunciando su llegada.
Cuando escuché rebuznar a un burro ya me imaginaba "en tierra", pero aun quedarían unos cuantos metros... verticales.
No me lo pude creer cuando por fin pisé el asfalto, y a toda mecha descendí hacia Grazalema, alcanzando a José por el camino.
Llegamos juntos al avituallamiento, donde le esperaban algunos familiares, y repusimos con calma.
Las chicas del avituallamiento rompieron en vítores cuando la chica francesa entró en la sala, y le confirmaron que, en efecto, iba en tercera posición.
Nos entretuvimos algo más de la cuenta, y al salir, pese a ser de día todavía, estábamos congelados de frío.
El ascenso al Puerto del Boyar fue más breve de lo que esperaba, y me permitió entrar en calor; además, los corredores de la Bandolerita nos daban ánimos a su paso, sobre todo un compañero de Jose con el que nos encontramos, y la verdad es que llegué arriba muy bien de fuerzas.
El descenso a Benamahoma se me hizo más largo, ya que pese a discurrir por carriles en gran medida y poder, por fin, correr un poco, había mucho barro, y me metí hasta los tobillos en él en un par de ocasiones...
A mediación de bajada decidí colocarme el frontal, ya que aunque se veía bien, las nubes hacían de las suyas y parecía mucho más tarde de lo que era en realidad.
Bajábamos a media ladera, resguardados del viento, que en las zonas más expuestas nos atravesaba de lado a lado y en aquellas más guarecidas aullaba alertándonos de su presencia; pronto apareció la luna, ínfima y afilada, como en el logo de Dreamworks, pero del otro lado.
Con el frío atravesándonos los huesos de nuevo y dejando que fuese Jose quien guiase nuestros pasos llegamos a Benamahoma, donde Jordi, de La Senda, nos alcanzó, y con el que estuvimos charlando brevemente mientras recuperábamos.
Arrancar costó más de lo debido, y José y yo decidimos parar lo justo y necesario en el próximo avituallamiento.
José conocía la zona, así que mi mente desconectó totalmente, confiando ciegamente en él, y me limité a seguir sus pasos casi entrando ya en modo supervivencia, con la mente desconectada y el cuerpo funcionando lo justo.
Aun así trotábamos todo lo trotable para entrar en calor, pero ni con esas se activaba el cuerpo, y las alucionaciones, por primera vez en mi vida, fueron auditivas además de visuales; fijaros en si tenía ganas de llegar a El Bosque que me parecía escuchar música en el tramo paralelo al río, cuando mi sentido común (y el silencio de José cuando le preguntaba) indicaban que era solo el tramo del río.
Me encanta el agua, y ver el mar o un río cuando corro me transmite mucha tranquilidad, por lo que pese a ser un tramo duro por sus escalones (cada uno se me clavaba como una espina en las piernas) y la humedad, casi puedo decir que en comparación con el tramo de Grazalema, lo disfruté.
No sé cuantas horas echamos para cubrir los 5 kilómetros hasta El Bosque (yo ya con un desfase de casi 6 km con respecto al marcaje de la organización, mea culpa, desde luego), y una vez llegamos fue repostar, echarnos una foto rápida con las voluntarias y continuar... ¡y como lo agradeció el cuerpo!
El caldito me calentó por dentro, y la escasez de la parada hizo lo propio por fuera al volver a trotar; según las voluntarias solo quedaban 10 kilómetros llanos, pero como bromeaba con José al salir del avituallamiento, "me fío yo de esos 10 kilómetros llanos como del "último kilómetro" de cualquier ultra..."
Y comenzaron con una rampa brutal, empedrada y abierta al tráfico, en la que yo, ya desorientado del todo, me esforzaba por seguir la estela de Jose.
Me quedé con la copla de los kilómetros que, según mi GPS, faltaban para llegar a meta, e iba descontando mentalmente por centenas de metros los kilómetros que faltaban para llegar a meta... ¡y madre mía que cuenta más larga!
Hubo casi 4 kilómetros de pista ascendente, cuya elevación bajamos casi del tirón en el siguiente kilómetro, luego ascendimos de nuevo, como girando sobre nuestros pasos en un carril paralelo al anterior, atravesamos una segunda verja que advertía del ganado suelto...
Y seguimos, y seguimos y seguimos, llegamos por debajo a la autovía, bajamos, subimos, giramos, bajamos de nuevo... ¡y por fin vimos Prado del Rey a lo lejos! Demasiado lejos...
4 kilómetros según mi GPS, que se me hicieron más largos que cualquier media maratón de asfalto a 170 ppm; las alucinaciones llegaron a tal punto que parecía que las hojas que cubrían el camino eran bichos, que al pisar salían corriendo en todas direcciones, y me daba la impresión de que por más que avanzábamos, cada vez nos alejábamos más de Prado del Rey.
Mentalmente estaba KO, pero físicamente aun quedaba energía en ese modo de "piloto automático" para seguir los pasos de Jose, sin cuya compañía probablemente habría tardado varias horas más en cubrir la distancia que juntos, aunque pareciese eterna, se hizo muchísimo más llevadera.
Llevábamos juntos desde Ronda... daba susto pensarlo, y al recordar el momento en el que coincidimos y otros del ultra, como el brutal frío en los Llanos de Líbar, parecía que habían acontecido en otra vida... de hecho, se me mezclaban cronológicamente, y había momentos en los que parecía revivirlos con los ojos abiertos, mientras continuaba caminando... así me gané más de un tropezón.
No me lo podía creer cuando por fin enfilamos el ascenso hacia Prado del Rey, y tras un buen rato con los bastones en la espalda, tirando de riñones y empujando hasta con el alma, estuve por darme por vencido, sentarme y esperar a que la divina prominencia me instase a continuar.
Me quedé de pie, inmóvil, y alcé la cabeza al cielo para quitarme el frontal, ya que con todos los frontales a mi alrededor, de "Bandoleros" y "Bandoleritos" por igual, era casi innecesario y tenía una rozadura ya en la frente... pero al alzar la vista me quedé inmóvil.
El cielo estaba precioso, lleno de estrellas fulgurantes; era la visión de cielo nocturno más bonita que veían mis ojos desde hace dos veranos, cuando participé en el Andorra Ultra Trail Mític y pillé un claro entre las nubes nocturnas...
Recuperé la conciencia, e hice un rápido chequeo de mi maltrecho cuerpo; tenía mucho frío, hambre y sed, así que eché mano a una de las barritas de 226ers de las que me había abastecido previamente, cogí un bidón con sales con la otra, y fui avanzando a buen paso mientras comía y bebía (olvidándome incluso de quitarme el frontal).
Tardé pocos minutos, a un kilómetro según el GPS de meta, y una vez estuve listo, centré toda la energía de mi cuerpo en mover las piernas.
Poco a poco reconocía las calles y las aceras, y cuando me supe en la perpendicular a la entrada a meta, esperé a Jose un instante, para que cruzase la calle, y entramos juntos hacia meta.
Nos adelantaban otros corredores, no sé si de la modalidad larga o corta, pero me daba igual, íbamos a conseguirlo... y así fue.
Fue cruzar el arco de meta y mi consciencia se apagó de golpe; recuerdo que Chito me hablaba, pero no sé ni qué respondí, me giré y vi a Jose con la medalla Finisher y un cortavientos, y escuchaba a alguien que me preguntaba por mi dorsal.
Tardé casi un minuto en bajarme la cremallera del cortavientos, helándome de frío, y tras echarme una foto con Jose (o fue al revés, esos momentos aun se me mezclan), le enseñé a la chica el dorsal y le pedí a uno de los voluntarios mi medalla y cortavientos (más que nada el cortavientos, por supervivencia).
Jose me dijo algo pero no fui capaz de procesarlo, al igual que cuando el voluntario me colgó la medalla y me dio el cortavientos, mencionando algo de un diploma (sea lo que sea, me lo dejé allí, contactaré con la organización por lo me lo pueden mandar, me cueste lo que me cueste).
Mis últimos recuerdos fueron subir la cuesta hacia mi coche helado de frío, mientras Chito entrevistaba a la chica francesa, que acababa de llegar a meta, contactar con los míos por el móvil y darle un par de bocados a un bocata que me esperaba en la mochila, antes de caer KO.
Desperté 2 horas después, de repente, templando de frío y con un dolor increíble por todos lados; necesitaba una ducha y una cama caliente, pero no era capaz de salir del coche (me costó varios minutos incorporarme y comprobar que podía mover manos y pies), y tras mucho dudarlo, decidí encender el motor, poner la calefacción a tope y volver a Fuengirola.
Me paró la Guardia Civil por no llevar luces (¡sorpresa! se habían fundido...), pero me dejaron continuar con las anti niebla y las luces de cruce; no sería la última vez que me parase esa madrugada, y con la calefacción en frío (para desempañar y no quedarme dormido) y un esfuerzo titánico, a las 6 de la mañana llegué a la puerta de casa, empleando 15 minutos en recorrer los 200 metros que separaban el lugar donde había aparcado el coche del portal.
Acabé en 29:41:25 (tenía pensado entre 30-33 horas, así que fenomenal), y la posición no tiene importancia, pero fui el 27 de mi categoría (de 18 a 39 años si no me equivoco), y el 65 absoluto.
Nunca había pasado tanto tiempo seguido en carrera, por lo que superé, por una hora, mi aventura en los Pirineos, y por varios kilómetros (mi GPS marcaba 164 en meta), la mayor distancia que había recorrido de una tacada, 153 el pasado septiembre, en La Breña.
Así finaliza un gran capítulo de mi experiencia como ultrero, con sus momentos de subidón y bajón extremo, sus luces y sus sombras, pero como siempre, una lección vital de esfuerzo, humildad y constancia; del primero al último, Bandoleros no regala nada, y cada paso es una batalla.
Seguro que se me pasan momentos, nombres y anécdotas, pero trataré de revivir la experiencia lo más fielmente posible; todo comenzó sobre las 4 de la tarde del viernes pasado, cuando Pascal y yo, tras lo que pareció una eternidad, aparcamos en Prado del Rey.
Tras recoger dorsales y la bolsa del corredor y saludar a las decenas y decenas de amigos montañeros que se aglomeraban en las inmediaciones del arco de salida, volvimos al coche, nos "vestimos" para la ocasión y volvimos a la carpa para pasar el control de material.
Charlando con unos y otros el tiempo se pasó volando, hasta que Chito anunció la apertura del cajón de salida, hacia el que nos dirigimos.
Fuimos de los primeros en entrar, y para qué... como no teníamos otra cosa que hacer, dudábamos sin parar sobre cómo afrontar la salida, y cuando me quise dar cuenta, había abierto y cerrado la mochila media docena de veces, para poner guantes, ponerme los manguitos, ponerme el frontal, quitarme los guantes, ponerme el cortavientos, cambiarle las pilas al frontal, ponerme un buff al cuello, quitarme el frontal... hasta que decidí ponérmelo todo para dejar de cambiar de opinión.
Cuando el cajón empezó a llenarse avanzamos un poco, pero dejamos varias líneas con respecto al arco; si Víctor Pimentel, crack de los ultras donde los haya, estaba justo detrás de nosotros, demasiado adelante estábamos.
Tras finalizar el conato de reyerta bandolera, recitar el juramento bandolero y guardar un minuto de silencio por un corremontes recientemente fallecido, nos deseamos suerte y nos preparamos para el trabucazo.
Instantánea de José Moreno |
Yo me eché a un lado y traté de mantener un ritmo cómodo, pero aun así me encontré pasando por el kilómetro 5 en poco más de 20 minutos.
Al paso por las Salinas Romanas de Iptuci, a buen ritmo |
Al cabo de unos minutos me alcanzó Pedro Domínguez, Forajido y miembro del Atletismo San Pedro, veterano de la prueba, al que decidí pegarme.
Llegando a El Bosque con Pedro; foto de Roberto García |
Hablando sobre la prueba, carreras y la vida en general llegamos a El Bosque, donde el 90% del público lo conocía.
En el avituallamiento cogí un puñado de gominolas (deliciosas) y un par de onzas de chocolate, que me eché a la boca del tirón, y seguí corriendo, aunque Pedro se entretuvo un poco; creo que fue Juan Imbernón el que me preguntó por los huaraches (corrí con Merrell, recuperándome, ya del todo, del ganglión), pero entre el trote y el chocolate en la boca creo que mi respuesta no fue del todo inteligible.
Al momento tenía a Pedro de nuevo a mi lado, y ascendimos al ritmo que marcaba la hilera de corremontes, por el cortafuegos.
Pedro, intratable |
Siguiendo la estela de Pedro |
No recuerdo el momento exacto, pero creo que en el primer descenso brusco hacia los Llanos del Campo, sucedió la tragedia... Pedro iba justo delante de mí, acompañado por varios conocidos, y de repente, una piedra se interpuso ante su pie y cayó de golpe contra el suelo, rebotando nuevamente y quedando tendido.
Se hizo un silencio absoluto mientras todos nos detuvimos y esperamos a que Pedro se incorporase, algunos segundos más tarde, y cuando vimos que estaba recuperándose, seguimos trotando con él.
Se había dado un golpe increíble aplastando su mano bajo el pecho, y menos mal que no se había dado en las costillas con un pedrusco que quedó a escasos milímetros de su pecho, ya que me veía llamando nuevamente a la ambulancia... (llegamos muy justos a Prado del Rey ya que presenciamos un accidente de camino a la salida, entre otros contratiempos).
Decidí poner el frontal a tope, para evitar en carne propia algún tropezón o caída, pero pese a ir alumbrando fuerte, nos despistamos en la bajada; prácticamente pasé de largo en los Llanos del Campo al llevar conmigo comida y bebida de sobra, me vi descolgado, por lo que decidí apretar el paso para ver si encontraba a algún conocido.
Pasé a Alfonso, "El Último Bandolero", en un tramo corrible (iba el tío en huaraches, con un par, y como me hubiese gustado de haber estado del todo recuperado), y tras quedarme parado tras un grupito, decidí mantenerme pegado a ellos.
Así llegamos al Puerto del Boyar, adelantándonos mutuamente los miembros del grupito y yo, y nuevamente pasé de largo tras rellenar uno de los bidones, ya que estaba lleno de gente y me pareció bastante agobiante.
Escuché voces conocidas que me saludaron y animaron, pero no pude reconocer los rostros entre la multitud de espectadores que había concentrados en ese punto.
Oteé el horizonte y vi que una imponente subida nos esperaba, así que me remangué de nuevo y eché mano a los bastones, que entre el tramo en escalera y la "gatera" habían estado olvidados, colgando de mi mano derecha.
Ahora si podría bastonear, y bien, mientras la prueba tomaba un carácter épico...
En nuestro ascenso bordeando el Simancon las nubes comenzaron a envolvernos, con una densa niebla acompañada por llovizna y todo un vendaval de viento en los tramos en los que estábamos más expuestos.
Tuve que coger el frontal con la mano en varios puntos, ya que no veía absolutamente nada, pero entre lo incómodo que era tirar de bastones así y que la mano del frontal se me estaba quedando helada, decidí sacrificar visión para ganar en comodidad; menos mal que alcancé a un grupito y pude "desentenderme" un poco de seguir el camino... ¡y quien me mandaba!
Llevábamos unos 100 metros siguiendo hitos pero sin ver balizas, comenzaba a llover y el viento nos estaba atravesando sin piedad, cuando una corredora que venía desde detrás nos dijo que según su track estábamos fuera de ruta... tardamos 3 angustiosos minutos en volver al camino, en un brutal descenso "roca a través", pero por fin encontramos el buen camino.
Seguimos ascendiendo, esta vez, frontal en mano, aunque la tuviese helada, y pude ver el motivo de tanto frío de repente (5 grados había bajado la temperatura desde el Puerto del Boyar, comentaba un corredor), al ver varios cúmulos de nieve.
No me importaban tanto el frío, el viento o la humedad como el barro, que pronto hizo acto de presencia, y en el que me hundí de golpe en uno de los tramos de descenso; y eso no fue lo peor, me resbalé y estuve a punto de caer, para lo que me agarré de la valla que cercaba el camino... quedándoseme el guante izquierdo enganchado y desgarrado al tirar de él para soltarlo (por suerte, no fue la mano).
Me adelantó Alfonso, ahora con unas Merrell, y puse un ritmo más trotón para evitar nuevos resbalones, y esquivando barro y tras subir un breve repecho acompañado por esa intensa niebla, comenzamos el descenso hacia Villaluenga del Rosario.
No sé si por lo tarde que era o por el cansancio de las primeras horas, pero a pesar de bajar bastante mal en comparación a subir (y a la media, desde luego), adelanté a varios grupitos, en los que se sucedían conversaciones que, en última instancia, eran bastante bizarras...
El primer grupo estaba hablando sobre Chito, el speaker de la prueba, genio de lo audiovisual al ser fotógrafo, speaker y periodista.
El segundo grupo comentaba la Alpargata Trail, que por lo visto, ascendía el tramo que estábamos descendiendo.
Y el tercer grupo... ¡hay el tercer grupo! que comentaba cómo funcionaba el mercado de la compra/venta de ropa interior femenina usada en Japón, con mucha guasa (en este tramo bajé el ritmo para pegar la oreja, lo admito).
Bastante animados y mientras una ligera llovizna comenzaba a derramarse sobre nosotros llegamos a Villaluenga, donde me encontré a Marcos, del Media Trail Mijas, que estaba esperando a Ana.
Charlamos brevemente y aquí si paré un rato a recuperar.
Me encontré, una vez más, con Francisco Torres, del mismo club, que en vista de que ahora caía un diluvio sobre Villaluenga, esperaría un poco para salir.
No sería mi caso, ya que estaba impaciente por continuar y no temía a la lluvia, sino al barro... y cuanto más esperase, peor estaría la situación en los Llanos de Líbar, que ya de por si tienen a acumular agua.
Salí en pleno chaparrón, alcanzando a varios corredores en el descenso por las rampas de cemento hacia los Llanos del Republicano, y pegándome a un corredor que si mal no recuerdo se llamaba Míkel antes de comenzar el ascenso al Puerto del Correo, eterno bajo una cortina de aguacero, un viento gélido y unas rocas más y más resbaladizas por momentos.
El ascenso fue eterno, pero más eterno aun fue el tramo de llegada al avituallamiento, en el que del mismo frío que hacía, ya con todo el cuerpo calado hasta los huesos, me dolía la cabeza, me temblaban las manos y me entraba una especie de sueño que parecía absorberme la energía.
Entré en modo supervivencia, era trotar o morir, casi literalmente (al menos, a mi subconsciente se lo parecía) y ya ni me molestaba en evitar los charcos de barro; total, estaba empapado de arriba a abajo...
Un olor a chimenea distante despertó la esperanza (suena muy exagerado, pero prometo que no lo he pasado tan mal en años en ningún otro momento, corriendo o en la vida en general), y mientras tiritaba tan fuerte que tuve que colocar con fuerza la lengua hacia abajo para no mordérmela, llegué al refugio de los Llanos de Líbar, donde ardían con fuerza dos chimeneas.
Me encontré con Ma Bl Ro, del Primeguis, que me pidió los datos (envuelto en ropa mojada como estaba ni mi madre me hubiese reconocido), y mientras me desvestía y colocaba toda mi ropa frente y sobre la chimenea, me metí entre pecho y espalda 3 vasos de caldo de pollo que me devolvieron la fuerza y la vida.
Era hipnótico ver el vapor salir de mi cortavientos, guantes, mochila, buff y mi propio cuerpo mientras esperaba, pegado a la chimenea, que terminasen de secar, al menos, mis brazos y piernas.
Fui un momento al baño tal cual, en mallas cortas y camiseta de manga corta, y pese a estar bajo techo, se me abrieron las carnes... ¡qué frío!
No tenía ni idea de cómo iba a seguir corriendo, ya que mientras terminaba de obrar me temblaba hasta el alma, pero si decidía retirarme (y lo creáis o no, sin haber llegado aun a los 50 kilómetros, lo pensé) tampoco había ninguna posibilidad de salir de los llanos que no implicase irme por mi propio pie.
Fran, con más narices que yo, dejó el avituallamiento nada más llegar, rumbo a Montejaque, y, contagiado por su determinación y mientras mi compañero terminaba de recoger sus cosas, me enfundé en mis todavía húmedas (pero calentitas) pertenencias, y tras despedirme de los voluntarios, salí fuera.
Me parecía estar febril, con dolor de cabeza y garganta, la visión nublada (o eran la combinación de aguacero y niebla) y las fuerzas cada vez más efímeras, pero mientras avanzaba al trote superviviente, conseguí poco a poco ir entrando en calor.
No dispongo de los datos del GPS, ya que por algún motivo no se guardó el track, pero recuerdo subir alguna lomita corriendo por debajo de 4:30 el kilómetro... ritmo que me dio la vida al romper a sudar bajo la lluvia.
Lo bajé al alcanzar a otro corredor, y un cuarto se nos unió; nos presentamos, aunque solo recuerdo el nombre de Víctor, uno de los militares del grupito, del Tercio de Ronda, con el que ya había coincidido en el I Ultra Líbar Adventure.
Ahora básicamente estábamos recorriendo a la inversa los primeros kilómetros de dicho ultra, y mientras conversábamos sobre los ultras que habíamos recorrido o nuestras marcas en maratón, andando en las pendientes y adelantando a buen ritmo en las bajadas, llegamos a Montejaque.
Fran salía del avituallamiento nada más llegar yo, y tras reponerme rápidamente para aprovechar que la lluvia escampaba, salí a buen ritmo, tras despedirme de mi grupo.
Ascendí a buen ritmo la empedrada bajada en zetas que se desciende en los 101, y me dejé caer con ímpetu nada más llegar arriba, adelantando a varios corredores sueltos y alguna pareja por el camino.
Ahora estaba pletórico, rebosaba vitalidad, conocía el camino y me sentía más vivo que nunca.
No sé que ritmos llevaría en ese parcial, pero de no haber sido por un "pequeño" incidente, puede que hubiese sido mi tramo más rápido de todo Bandoleros.
Llevábamos un rato cruzándonos a la cabeza de carrera, y en una bifurcación a la que llegué solo (completamente, nadie por delante, y tras unos segundos esperando, nadie por detrás), decidí seguir una luz distante.
Fue un corredor que venía de vuelta, pero no me dijo nada, así que seguí ascendiendo por un pinar.
Llegué arriba del todo, al asfalto, donde vi una flecha que apuntaba en la dirección en la que avanzaba yo ("genial, pensé"), y justo mientras descendía, me encontré a una pareja de corredores que me comentó que iba en sentido contrario.
Volví sobre mis pasos, pero no sabían decirme cual era el camino correcto, así que, tras deshacer medio camino, volví a ascender... descender la cuesta de asfalto... y al cruzarme con otro corredor en sentido contrario, de nuevo lo mismo.
Me dijo que conocía el punto en el que me había despistado, que lo siguiese, y algo desesperado ya y bastante impotente, le seguí.
Mientras el camino ascendía dejando a la izquierda la basura, yo había tomado el desvío de la derecha... hasta el momento la señalización había sido "a prueba de tontos", pero no sé como acabé perdiéndome en ese tramo.
El tiempo perdido o los kilómetros de más no me importaban en absoluto, pero si el derroche de fuerzas y la fatiga mental que ello implicó.
Me vine abajo, pero tocaba ascender una cuesta de cuidado, y mientras pasaba a corredores que había dejado atrás en el primer descenso por carriles tras abandonar Montejaque, llegué hasta Ronda.
Allí estaban Joseph, que supongo que estaría al cargo del cronometraje, y Peri, árbitro de la federación, entre otros muchísimos corredores, voluntarios y curiosos.
Llegué, "fiché", rellené uno de los bidones y tras una visita al baño y ante la sorpresa de Peri por la fugacidad de mi parada, reemprendí la marcha.
Las calles me parecían enormes, brillantes al reflejar la luz de las farolas en los recientes charcos, y Ronda, sumida en el más profundo de los silencios, me pareció inquietante.
Recordé mi paso por sus calles en mis dos 101 y en el Hole hace un par de años, y más recientemente en el Reto, y pensé en beber del pilón de la fuente al llegar a la Cuesta del Cachondeo, pero no echaba agua.
Puse un ritmo trotón, con los cuádriceps ya cansados tras más de 70 kilómetros (por mi GPS le sacaba ya 4 de ventaja al marcaje de la organización, sin duda por la subida y bajada por donde no debía antes de llegar a Ronda, entre otros breves tramos de despiste), y al adelantarme un par de corredores me pegué a ellos.
En lugar de descender totalmente hacia el río cogimos un breve desvío, y aunque creo que no ascendimos el Puerto de las Muelas (durante un rato me despisté), finalmente cogimos el GR-249.
Iba charlando con mis nuevos compañeros de camino de todo un poco, cuando, de repente, nos dimos cuenta de que hacía un buen rato que no veíamos las balizas... y al girarnos vimos frontales por el otro lado de la vía del tren.
Juraría que nos pasó en el mismo punto donde el propio Chito nos entrevistó a Paco, Pablo, Bartolo y a mi en la etapa 8 del Reto 360º Solidarios, y seguimos el camino que tenía grabado a fuego en la mente desde esa noche.
Charlando sobre esto y lo otro mientras pasábamos corredores, nos presentamos, ¡y resulta que uno de los corredores y yo éramos "viejos conocidos"!
Uno de ellos era Jose, de Manuel en Sables, con quien coincidí el año pasado en las VI 24 Horas La Breña Xtreme, donde compartimos cajón en el podio absoluto, como segundo y tercero respectivamente.
Nuestro otro compañero era Aitor, natural de Prado del Rey, y los 3 éramos novatos en Bandoleros... pero a juzgar por el ritmo que llevábamos, no nos iba nada mal.
Ascendimos a buen paso por la empinada pendiente, en la que José primero y Aitor después cogieron ventaja, pero en las zetas de cemento previas a Benaoján (últimos kilómetros de la Marcha de la Cueva del Gato) alcancé a ambos, y llegamos juntos a Benaoján.
Pensaba llegar allí entre las 10 y las 12 de la mañana, como le había comentado a Bartolo, concejal de deportes local y corredor de ultras, pero aun no daban ni las 7 de la mañana y no eran horas para avisar...
El avituallamiento nos esperaba en la Estación de Benaoján, y tras bebernos un par de vasos de caldo, y sin sentarnos si quiera, retomamos la marcha.
No nos adelantaba nadie desde hacía ya varias horas (en mi caso, desde dejar las chimeneas del avituallamiento del Refugio, en Líbar), y con las primeras luces del alba, apagamos los frontales, cruzamos la vía del tren, y seguimos la orilla izquierda del Guadiaro, recorriendo en sentido inverso el trazado de la Cueva del Gato, y siguiendo los pasos de la novena etapa del Reto 360º Solidarios.
Ahí adelantamos a Pepe, un corredor al que Aitor ayudó con su cortavientos mientras nosotros aun esperábamos a que el sol nos calentase, pero como predije, hasta dejar Jimera no sucedió.
Pero antes atravesamos un tramo que se me hizo mucho más largo de lo que recordaba, con sus toboganes, varias pendientes y algunos descensos que ya picaban en las piernas.
Ascendimos a Jimera por la derecha, evitando la rampa de cemento por la que subimos en el Reto, y nos sentamos a desayunar en la plaza mientras los voluntarios ponían música, servían bizcocho y nos rellenaban los bidones; ¡así daba gusto!
No nos importó perder un buen rato y varias posiciones, porque salimos con las pilas bien recargadas, preparados para afrontar una "etapa de mente", como la describía el cartel del GR-249, aunque nos desviamos de él en varias ocasiones (y casi mejor, ya que evitamos bastante barro y el vadeo de algunos arroyos).
Iba describiendo a mis compañeros el camino con bastante precisión, tanto que quien me escuchase pensaría que era un experto en la prueba, pero ya quedaba poco, ya que al llegar al tramo paralelo a la vía del tren dirección Cortes de la Frontera, compartido, una vez más, con la Cueva del Gato, perdí las referencias, y tras afrontar el durísimo ascenso hacia Cortes, me adentré en territorio desconocido.
Fran nos adelantó a los 3 antes de comenzar el ascenso (según parece lo adelanté en Ronda, donde él se cambió de ropa), así como Pepe y algunos otros corremontes, a los que fuimos adelantando y ellos a nosotros durante el ascenso.
Omito bastante los detalles desde Ronda ya que tengo bastante reciente la descripción de esos tramos durante las crónicas del Reto 360º Solidarios, y lo más relevante fueron las conversaciones (vimos a Jose demasiado callado y decidimos sacarle las palabras como fuesen), sobre la iniciativa de Manuel en Sables, el Humaniza Team y el reto de Los Palacios-Zahara de los Atunes, entre otras cosas.
Fotón llegando a Cortes, de mi tocayo del Sierra Bermeja ;) |
Nuestro compañero Aitor tuvo un desvanecimiento, del que no me di ni cuenta ya que creo que me pilló en el baño, así que retrasamos un poco la salida hasta que estuvo en condiciones (no me arrepiento en absoluto, al contrario, pienso que nos vino genial descansar), y salimos buscando gresca.
El ascenso, nuevamente, fue de órdago, y aunque el sol nos pilló justo encima, el gélido viento hizo que acabáramos poniéndonos todos los cortavientos.
Habíamos bajado mucho el ritmo, lo notábamos, y sobre todo, lo certificamos al ser adelantados por primera vez en horas.
No tiene importancia, y menos en un ultra de tantísimos kilómetros y horas, pero psicológicamente fue un golpe un tanto duro...
Aun así no íbamos tan mal, ya que en la bajada alcanzamos a varios grupitos.
Aitor nos pidió que no le esperásemos, que siguiésemos a nuestro ritmo, así que tras ver que se acercaba a una pareja que acabábamos de adelantar, pusimos una marcha más y aumentamos el ritmo.
En el descenso hacia Villaluenga pensaba que Jose, hábil en el descenso, se descolgaba del todo, pero o me esperó en la bajada, o puse un ritmo bueno en los llanos, o ambas cosas.
Llegué abajo con unas ganas tremendas de correr, y volviendo sobre las huellas que habíamos dejado en el barro horas atrás, cogimos la rampa de cemento y fuimos ascendiendo hacia Villaluenga.
En uno de los tramos de pendiente a favor camino de Villaluenga. |
Aitor nos alcanzó justo al salir del avituallamiento (me dio mucha alegría verle tan animado), y gente a la que no conocía (o no era ya capaz de reconocer) me preguntaba como me iba o me pedían una foto rápida, en la que con gusto posaba.
Reemprendimos el camino ascendiendo por la rampa de salida del pueblo, mientras una inoportuna nube nos dejaba sin sol y los primeros clasificados de la Bandolerita (con Imbernón en segunda posición, si mal no recuerdo), nos pasaban como centellas.
Internándonos hacia Grazalema nos pasó también Rubillo, de La Senda, más adelante Jesús Casillas, e incontables corredores que nos encontrábamos por el camino, bien de cara, bien adelantándonos.
Este fue sin duda el tramo más duro de todo el ultra desde mi punto de vista, en el que me coloqué entre José, con más energía, y la tercera clasificada femenina, donde apenas pude trotar un par de kilómetros en casi 13 (con un máximo 100 metros consecutivos) y tuve mi primera alucinación, un pilón de agua con un enano de escayola, donde solo habían una piedra grande y otra más pequeña.
Y eso es todo lo que recuerdo, piedra, piedra, piedra y más piedra, subidas, bajadas, subidas y sobre todo bajadas; con rocas, piedras, pedruscos, guijarros, piedrecitas... de todos los tamaños y formas, para aburrir y perfectas para tropezar, como hice en medio centenar de ocasiones (en una de ellas pensé que me había roto la uña del pulgar derecho...).
Conforme bajábamos había tramos que permitían trotar algo, pero las piedras no desaparecían... José hacía rato ya que se había escapado de mi campo de visión, y la chica francesa me pisaba los talones mientras caminábamos en silencio, silencio solo roto por los pasos a toda mecha de los aspirantes a "Bandoleritos" (qué merito tiene que tener también esta prueba...) y sus gritos pidiendo paso y anunciando su llegada.
Cuando escuché rebuznar a un burro ya me imaginaba "en tierra", pero aun quedarían unos cuantos metros... verticales.
No me lo pude creer cuando por fin pisé el asfalto, y a toda mecha descendí hacia Grazalema, alcanzando a José por el camino.
Llegamos juntos al avituallamiento, donde le esperaban algunos familiares, y repusimos con calma.
Foto en el avituallamiento, algo movida, pero nada en comparación a si la hubiese echado un servidor |
Nos entretuvimos algo más de la cuenta, y al salir, pese a ser de día todavía, estábamos congelados de frío.
¡Vuelta al camino! |
El ascenso al Puerto del Boyar fue más breve de lo que esperaba, y me permitió entrar en calor; además, los corredores de la Bandolerita nos daban ánimos a su paso, sobre todo un compañero de Jose con el que nos encontramos, y la verdad es que llegué arriba muy bien de fuerzas.
El descenso a Benamahoma se me hizo más largo, ya que pese a discurrir por carriles en gran medida y poder, por fin, correr un poco, había mucho barro, y me metí hasta los tobillos en él en un par de ocasiones...
A mediación de bajada decidí colocarme el frontal, ya que aunque se veía bien, las nubes hacían de las suyas y parecía mucho más tarde de lo que era en realidad.
Bajábamos a media ladera, resguardados del viento, que en las zonas más expuestas nos atravesaba de lado a lado y en aquellas más guarecidas aullaba alertándonos de su presencia; pronto apareció la luna, ínfima y afilada, como en el logo de Dreamworks, pero del otro lado.
Con el frío atravesándonos los huesos de nuevo y dejando que fuese Jose quien guiase nuestros pasos llegamos a Benamahoma, donde Jordi, de La Senda, nos alcanzó, y con el que estuvimos charlando brevemente mientras recuperábamos.
Arrancar costó más de lo debido, y José y yo decidimos parar lo justo y necesario en el próximo avituallamiento.
José conocía la zona, así que mi mente desconectó totalmente, confiando ciegamente en él, y me limité a seguir sus pasos casi entrando ya en modo supervivencia, con la mente desconectada y el cuerpo funcionando lo justo.
Aun así trotábamos todo lo trotable para entrar en calor, pero ni con esas se activaba el cuerpo, y las alucionaciones, por primera vez en mi vida, fueron auditivas además de visuales; fijaros en si tenía ganas de llegar a El Bosque que me parecía escuchar música en el tramo paralelo al río, cuando mi sentido común (y el silencio de José cuando le preguntaba) indicaban que era solo el tramo del río.
Me encanta el agua, y ver el mar o un río cuando corro me transmite mucha tranquilidad, por lo que pese a ser un tramo duro por sus escalones (cada uno se me clavaba como una espina en las piernas) y la humedad, casi puedo decir que en comparación con el tramo de Grazalema, lo disfruté.
No sé cuantas horas echamos para cubrir los 5 kilómetros hasta El Bosque (yo ya con un desfase de casi 6 km con respecto al marcaje de la organización, mea culpa, desde luego), y una vez llegamos fue repostar, echarnos una foto rápida con las voluntarias y continuar... ¡y como lo agradeció el cuerpo!
Las voluntarias, ¡alma de la prueba sin duda alguna! |
Y comenzaron con una rampa brutal, empedrada y abierta al tráfico, en la que yo, ya desorientado del todo, me esforzaba por seguir la estela de Jose.
Me quedé con la copla de los kilómetros que, según mi GPS, faltaban para llegar a meta, e iba descontando mentalmente por centenas de metros los kilómetros que faltaban para llegar a meta... ¡y madre mía que cuenta más larga!
Hubo casi 4 kilómetros de pista ascendente, cuya elevación bajamos casi del tirón en el siguiente kilómetro, luego ascendimos de nuevo, como girando sobre nuestros pasos en un carril paralelo al anterior, atravesamos una segunda verja que advertía del ganado suelto...
Y seguimos, y seguimos y seguimos, llegamos por debajo a la autovía, bajamos, subimos, giramos, bajamos de nuevo... ¡y por fin vimos Prado del Rey a lo lejos! Demasiado lejos...
4 kilómetros según mi GPS, que se me hicieron más largos que cualquier media maratón de asfalto a 170 ppm; las alucinaciones llegaron a tal punto que parecía que las hojas que cubrían el camino eran bichos, que al pisar salían corriendo en todas direcciones, y me daba la impresión de que por más que avanzábamos, cada vez nos alejábamos más de Prado del Rey.
Mentalmente estaba KO, pero físicamente aun quedaba energía en ese modo de "piloto automático" para seguir los pasos de Jose, sin cuya compañía probablemente habría tardado varias horas más en cubrir la distancia que juntos, aunque pareciese eterna, se hizo muchísimo más llevadera.
Llevábamos juntos desde Ronda... daba susto pensarlo, y al recordar el momento en el que coincidimos y otros del ultra, como el brutal frío en los Llanos de Líbar, parecía que habían acontecido en otra vida... de hecho, se me mezclaban cronológicamente, y había momentos en los que parecía revivirlos con los ojos abiertos, mientras continuaba caminando... así me gané más de un tropezón.
No me lo podía creer cuando por fin enfilamos el ascenso hacia Prado del Rey, y tras un buen rato con los bastones en la espalda, tirando de riñones y empujando hasta con el alma, estuve por darme por vencido, sentarme y esperar a que la divina prominencia me instase a continuar.
Me quedé de pie, inmóvil, y alcé la cabeza al cielo para quitarme el frontal, ya que con todos los frontales a mi alrededor, de "Bandoleros" y "Bandoleritos" por igual, era casi innecesario y tenía una rozadura ya en la frente... pero al alzar la vista me quedé inmóvil.
El cielo estaba precioso, lleno de estrellas fulgurantes; era la visión de cielo nocturno más bonita que veían mis ojos desde hace dos veranos, cuando participé en el Andorra Ultra Trail Mític y pillé un claro entre las nubes nocturnas...
Recuperé la conciencia, e hice un rápido chequeo de mi maltrecho cuerpo; tenía mucho frío, hambre y sed, así que eché mano a una de las barritas de 226ers de las que me había abastecido previamente, cogí un bidón con sales con la otra, y fui avanzando a buen paso mientras comía y bebía (olvidándome incluso de quitarme el frontal).
Tardé pocos minutos, a un kilómetro según el GPS de meta, y una vez estuve listo, centré toda la energía de mi cuerpo en mover las piernas.
Poco a poco reconocía las calles y las aceras, y cuando me supe en la perpendicular a la entrada a meta, esperé a Jose un instante, para que cruzase la calle, y entramos juntos hacia meta.
Nos adelantaban otros corredores, no sé si de la modalidad larga o corta, pero me daba igual, íbamos a conseguirlo... y así fue.
¡Bandoleros! |
Tardé casi un minuto en bajarme la cremallera del cortavientos, helándome de frío, y tras echarme una foto con Jose (o fue al revés, esos momentos aun se me mezclan), le enseñé a la chica el dorsal y le pedí a uno de los voluntarios mi medalla y cortavientos (más que nada el cortavientos, por supervivencia).
Jose me dijo algo pero no fui capaz de procesarlo, al igual que cuando el voluntario me colgó la medalla y me dio el cortavientos, mencionando algo de un diploma (sea lo que sea, me lo dejé allí, contactaré con la organización por lo me lo pueden mandar, me cueste lo que me cueste).
Mis últimos recuerdos fueron subir la cuesta hacia mi coche helado de frío, mientras Chito entrevistaba a la chica francesa, que acababa de llegar a meta, contactar con los míos por el móvil y darle un par de bocados a un bocata que me esperaba en la mochila, antes de caer KO.
Desperté 2 horas después, de repente, templando de frío y con un dolor increíble por todos lados; necesitaba una ducha y una cama caliente, pero no era capaz de salir del coche (me costó varios minutos incorporarme y comprobar que podía mover manos y pies), y tras mucho dudarlo, decidí encender el motor, poner la calefacción a tope y volver a Fuengirola.
Me paró la Guardia Civil por no llevar luces (¡sorpresa! se habían fundido...), pero me dejaron continuar con las anti niebla y las luces de cruce; no sería la última vez que me parase esa madrugada, y con la calefacción en frío (para desempañar y no quedarme dormido) y un esfuerzo titánico, a las 6 de la mañana llegué a la puerta de casa, empleando 15 minutos en recorrer los 200 metros que separaban el lugar donde había aparcado el coche del portal.
Acabé en 29:41:25 (tenía pensado entre 30-33 horas, así que fenomenal), y la posición no tiene importancia, pero fui el 27 de mi categoría (de 18 a 39 años si no me equivoco), y el 65 absoluto.
Certificado de finisher que me mandaron por correo a posteriori |
Así finaliza un gran capítulo de mi experiencia como ultrero, con sus momentos de subidón y bajón extremo, sus luces y sus sombras, pero como siempre, una lección vital de esfuerzo, humildad y constancia; del primero al último, Bandoleros no regala nada, y cada paso es una batalla.
Lo mejor
-Es increíble el despliegue de esta prueba, no tiene nada que envidiar a ningún ultra en el que haya participado con anterioridad, ni si quiera a los 101, y eso que lo organiza la legión... no falta de nada en los avituallamientos, el balizamiento es sobresaliente salvo en un par de puntos tontos (o el tonto era el que se despistó, como yo), y los voluntarios son de lujo; por no mencionar la bolsa del corredor: camiseta, medias y manguitos de compresión, calcetines, cortavientos, parche, medalla, diploma (¡ay mi diploma...!).
-Salimos con puntualidad, algo muy criticado en pasadas ediciones según lo que fui escuchando en carrera, y es verdad que media hora más de sol en el primer día se agradece.
-Todo funcionó como un reloj bien engrasado, el marcaje de los kilómetros (en compañeros que no se perdieron y llevaban el track en grabación por segundo distaba apenas un kilómetro en los primeros 100), el seguimiento online fue estupendo... el corredor solo tenía que preocuparse de correr, todo lo demás lo hacía la organización.
-El balizaje era de 10, pero aun así si fui capaz de despistarme puede ser más "a prueba de tontos"; es difícil, de verdad, tras tantos kilómetros de carrera uno no procesa bien, y puede tener la baliza delante y pisarla antes que verla.
-Para sibaritas de la ultradistancia, si se metiesen 5 kilómetros más, más de uno la haría con tal de completar una 100 millas... o sumar otra muesca en su recuento particular.
-En algunos avituallamientos echamos en falta sillas, es un detalle tonto, pero a partir de los 80 kilómetros, aunque sea un par de minutos, apetece sentarse, y si las sillas no están a la vista o no hay suficientes uno casi prefiere continuar a reponer de pie; por lo demás, de lujo la organización, como he comentado, las posibles mejoras son detalles tontos y sin demasiada importancia, el despliegue de medios y personas fue impresionante.
PD: mi más sincera enhorabuena a todos los finishers y gracias a todos por el cariño, apoyo y ánimos recibidos antes, durante y después de la prueba, gestos así son la salsa que aderezan el plato fuerte que supone un ultra de estas características ;)
-Para sibaritas de la ultradistancia, si se metiesen 5 kilómetros más, más de uno la haría con tal de completar una 100 millas... o sumar otra muesca en su recuento particular.
-En algunos avituallamientos echamos en falta sillas, es un detalle tonto, pero a partir de los 80 kilómetros, aunque sea un par de minutos, apetece sentarse, y si las sillas no están a la vista o no hay suficientes uno casi prefiere continuar a reponer de pie; por lo demás, de lujo la organización, como he comentado, las posibles mejoras son detalles tontos y sin demasiada importancia, el despliegue de medios y personas fue impresionante.
PD: mi más sincera enhorabuena a todos los finishers y gracias a todos por el cariño, apoyo y ánimos recibidos antes, durante y después de la prueba, gestos así son la salsa que aderezan el plato fuerte que supone un ultra de estas características ;)
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