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III CxM Desafío FAS - Ascenso al Puig Mayor


Esta curiosa aventura comenzó a gestarse meses atrás, en mi anterior visita a Mallorca; estuve recorriendo la isla a pie y mi primo Dani me habló de una carrera que partía desde el Puerto de Sóller, coronaba el punto más alto de la isla y regresaba de nuevo a nivel del mar.

La idea me pareció muy interesante, tengo pendiente hacer desafíos similares por mi comarca, como el Mar-Maroma o el Motril-Mulhacén, pero esos los puedo hacer cualquier día y sin embargo, la zona del Puig Mayor únicamente se abre al público ese día.

Además, la organización de la prueba es militar, al estilo de pruebas como los míticos 101 kilómetros de Ronda  u otras que aun no he podido correr, como la Cuna de la Legión, La Africana o La Desértica; en cualquier caso, con el despliegue humano y material con que cuenta el ejército, nada podía fallar.

Tras cuadrar con mis compañeros los horarios de trabajo, salí de trabajar el viernes a las 4 de la tarde, aterricé a las 7 en Mallorca y sobre las 12 nos fuimos a dormir.

A las 4 y 20 de la mañana sonaba el despertador y mientras mi primo se preparaba (sería uno de los speakers), yo desayunaba y repasaba todo; no había mucho material obligatorio, así que motivo de más para no dejarme nada.

Minutos más tarde llegaba Lucía, compañera suya y segunda speaker de la prueba; nos fuimos juntos hacia la salida, donde desde la tarde anterior se encontraba casi la totalidad del RI 47, preparando el evento.

Ella había participado hacía 2 años y me estuvo dando directrices con el circuito que me vendrían muy bien a posteriori; hasta el kilómetro 18 no se coronaba el techo de la prueba y después, salvo algún repecho aislado, sería todo cuesta abajo.

Mención especial para las escaleras de bajada a Biniaraix, una calzada romana que nos llevaría barranco abajo en un frenético zigzag que parecía no acabar nunca, me advertía.

Una vez llegamos a la zona de salida y tras conocer a algunos de los compañeros de mi primo, ellos se quedaron esperando órdenes bajo el arco de meta y y tras dejar mi mochila en el guardarropa yo me dirigí al control de salida.

Aquí esperaríamos la salida casi 500 almas unos minutos después...
Pese a haber desayunado fuerte ya tenía hambre y no había nada abierto, así que aproveché para comer un poco de fruta y unos palitos de pan de la bolsa del corredor.

Superado el control de material me dirigí al baño y mientras llegaban más y más corredores y el sol comenzaba a despuntar nos indicaron que debíamos volver a salir para pasar el control de chip, tras lo cual nos colocamos en el cajón de salida de la prueba larga.

Desde la barandilla nos recibiría Juan Cifuentes, Comandante General de Baleares
Una vez estuvimos todos preparados y tras la arenga del general y los vivas reglamentarios nos preparamos para el cañonazo de salida... si si, cañonazo, ¡una salva disparada desde un cañón de época!

Me coloqué en tercera-cuarta línea de salida porque prácticamente no he pisado la montaña desde diciembre del año pasado y mis entrenos han sido principalmente en llano, pero con el cañonazo eché a correr como alma que lleva el diablo.

No era el único, ni mucho menos, ya que aunque antes de dejar atrás el paseo del puerto había adelantado a varios corredores, eran muchos más los que llegaban con energía desde detrás.

Pasamos la primera y la segunda rotonda de las afueras y tras poco más de 4 minutos y un kilómetro más cerca de la meta, comenzamos a pisar sendero.

Tras un par de kilómetros picando hacia arriba pero permitiendo el trote a buen ritmo, tuve que echar el pie a tierra al encontrarme con una cuesta de casi 150 metros de desnivel positivo en apenas un kilómetro.

Era una pasada ver a los equipos militares subiendo al mismo paso mientras compartían chascarrillos y se picaban entre ellos, en montaña la técnica se nota y mucho.

Algunos corredores con bastones me adelantaron también, aunque en cuanto el terreno volvió a ser corrible volví a recuperar posiciones.

Tuve un despiste en la bajada, ya que en un giro cerrado pensé que había que saltar por el terraplén cuando en realidad había que seguir por el sendero, así que perdí valiosos segundos en saltar y trepar y me vi atascado momentáneamente por lo técnico de la bajada.

Entramos y salimos de Fornalutx y nuevamente nos topamos con otro "muro", de mayor desnivel aun si cabe que el anterior.

Soy el detrás, me está costando encontrar fotos de la prueba...
Estoy acostumbrado a correr durante horas a ritmos constantes con facilidad, pero acusaba mucho la falta de entrenamiento en montaña, los cambios de ritmo y sobre todo el desnivel, ya que la ventaja cosechada en los tramos corribles se desvanecía en cada cuesta.

Al menos, de tanto adelantar y ser adelantado por los mismos corredores ya estaba prácticamente ubicado en la carrera, lo que no me explicaba era como íbamos a subir al Puigmayor, o por donde mejor dicho, ya que llevábamos 10 kilómetros de recorrido y parecía inalcanzable en la distancia.

Intentaba no pensar en ello y me distraía con las conversaciones de dos militares que compartían experiencias en pruebas anteriores, siendo uno de ellos, por lo visto, campeón de los 101 hace unos años.

Nos fuimos internando por un bosque, sin dejar de ascender y ascender y salimos del mismo llegando a una zona de caliza pelada que ya dejaba entrever que el destino estaba cerca; las vistas desde ahí eran impresionantes...

Me coloqué tras un corredor con bastones que me cedía el paso, pero preferí quedarme tras él y recuperar en el último tramo de subida, ya que aun nos quedaban casi 400 metros por ascender y apenas 3 kilómetros.

Fue una subida realmente dura, especialmente cuando a medio camino decidí adelantar a ese corredor al haberse formado un tapón detrás nuestra; es una de las cosas que me estresa en montaña, sentir que estorbo en las subidas o bajadas y especialmente en un terreno tan técnico.

Apoyándome en unos pesados sacos de tierra y ayudado por un militar, pasé bajo la alambrada y pude contemplar con asombro como una carretera de asfalto sería la encargada de llevarnos a los pies del radar.

Para mi alivio, la bajada sería por la misma carretera, por donde bajaban a un ritmo endiablado varios corredores.

Le pregunté a uno de los militares si esa era la cabeza de la prueba pero para mi sorpresa me dijeron que la cabeza había pasado hacía más de media hora; increíble.

Tenía las piernas tan cargadas que me era imposible trotar, así que me puse a caminar a ritmo constante hacia el radar, mientras me tomaba una barrita y me rehidrataba.

Aproveché para grabar las vistas a mi alrededor mientras me mentalizaba en correr a buen ritmo la bajada; al menos, no sería por el mismo recorrido que habríamos ascendido, ya que la bajada a Villaluenga del Ultra Trail Sierras del Bandolero no tendría nada que envidiarle a semejante descenso.

Durante la subida habíamos ido a resguardo del sol gran parte del recorrido y aun así hacía bastante calor, pero ahora que caía a plomo sobre nosotros era una pasada.

Por suerte estoy acostumbrado al calor y la humedad, así que tras una rápida parada en el avituallamiento de la cima di la vuelta por la alfombra de cronometraje y me lancé carretera abajo.

En los 6 kilómetros de vertiginoso asfalto que nos llevaron hasta la base militar pude remontar una docena de posiciones, bajando a ritmos de entre 4 y 4:15 minutos por kilómetro sin mucha dificultad, aunque cuando llegué de nuevo al sendero, parecía que me había quedado clavado.

Apenas había desnivel, pero tras fustigar la musculatura de las piernas en la subida, la bajada las había dejado fulminadas, así que decidí bajar el ritmo a un suave trote mientras me acercaba a una pareja que comentaba la prueba.

El año pasado ya la habían corrido y comentaban que el punto por donde pasábamos ahora quedaba dos palmos por debajo, siendo el sendero un auténtico arroyo.

Por lo visto la tromba de agua que cayó fue monumental, no podía imaginarme el ascenso en semejantes condiciones y si ambos habían acabado así, eran buena referencia.

Compartimos camino unos kilómetros, pero comencé a encontrarme mejor y aumenté el ritmo, dejándolos poco a poco atrás.

Ya apenas había grupos a la vista, aunque si una larga hilera de corredores que avanzaban a ritmos muy desiguales, alguno aun corriendo y otros caminando pesadamente.

Yo ya había tenido mi momento de bajón, así que les dedicaba una palabra de ánimo al rebasarlos, camino de la siguiente subida.

Dejamos a mano izquierda el Puig de l'Ofre tras atravesar un tramo bastante técnico por lo pedregoso y estrecho del sendero y aproveché el avituallamiento para tomarme un par de cápsulas de sales y mucha agua.

Había rellenado y vaciado ya en 3 ocasiones mis botellines, de 33 cl cada uno, en lo que iba de carrera y siempre que llegaba a un avituallamiento llevaba de nuevo la cantidad justa de líquido, había que reponer sales.

Tras retomar la marcha e internarnos por el GR 221, o Ruta de Piedra en Seco, superamos la marca de los 30 kilómetros; quedaban algo menos de 14 para la meta, pero la temida bajada a Biniaraix aun no había comenzado si quiera.

En un vertiginoso descenso me torcí dos veces el tobillo izquierdo, la segunda vez haciéndome bastante daño, por lo que dejé escapar a mis perseguidos y me concentré en bajar intentando no apoyar tanto ese pie.

Por suerte, al ir en caliente, el dolor no tardó mucho en ser soportable, justo a tiempo para enfrentarme a los pulidos adoquines de la calzada romana, por donde tanto yo como los demás corredores avanzábamos entre resbalones y tropezones.

Os podéis hacer una idea del descenso... aquí, tramo casi llano.
Aun así conseguía remontar posiciones, sin duda por haber guardado fuerzas en la primera mitad de la prueba, ya que mi técnica parecía más propia de un pato que de un corremontes.

Lucía no exageraba cuando me comentaba que el descenso parecía no tener fin, dando paso los pinos del comienzo del barranco a los olivos, situados en las terrazas que iban abriéndose a uno y otro lado del camino conforme descendíamos.

Por momentos llegaba un breve tramo de tierra y parecía que la bajada había finalizado, pero nuevamente volvían los adoquines bajo nuestros pies, solo interrumpidos por algunas de las rampas de madera que se alzaban sobre las ramblas, hoy secas.

Llevaba los pies machacados, ambos tobillos destrozados tras varios resbalones y torceduras leves y la espalda dolorida por la tensión, pero por fin, llegamos a a Biniaraix.

Pensaba que al llegar de nuevo a tramos corribles, sobre todo en asfalto, podría volver a poner un ritmo de crucero sobre 5 kilómetros la hora, pero a poco que notaba el desnivel en contra tenía que pasar a un trote muy ligero o marcha.

Tenía las piernas como bloques de hormigón pese al efecto de las pastillas de sales, que me habían sentado muy bien, pero no paraba de sudar y sudar y con tanta reposición de líquidos debía tener los niveles de electrolitos por los suelos.

Aun así, estando ya a menos de 5 kilómetros de la meta, tenía que continuar trotando todo lo posible.

Desde que me torciese el tobillo antes de la bajada por la escalera romana no me había adelantado nadie y llevaba varias posiciones recuperadas en los últimos kilómetros, así que no podía perder esa ventaja en lo poco que quedaba.

Mantuve un ritmo de supervivencia hasta que comencé a reconocer el terreno y cuando me supe en el Puerto de Sóller apreté el ritmo hasta bajar de 5 el kilómetro, al ver por fin el ansiado arco de meta.

¡Al fin!
Entré al sprint por esa eterna recta donde me esperaban Lucía, mi primo y diversos mandos militares que me dieron la enhorabuena y me condecoraron con la medalla finisher.

Una vez en meta y atendido por los numerosos militares que había en la zona, como en cada avituallamiento y en diversos puntos del recorrido, recogí mi mochila, me refresqué con un manguerazo de agua helada y me cambié de ropa.

Para mi sorpresa me reconoció un muchacho que aunque vive en Mallorca es de Mijas, con el que quedé en que me escribiese por Facebook si para futuras visitas a la isla se anima a participar en futuras aventuras; estáis todos invitados.

La comida del avituallamiento de meta constaba de sandía, ensalada de pasta, palitos de pan, naranjas... todo muy bueno y sabroso.

Para beber teníamos agua y cocacola cero, pudiendo repetir de lo que quisiéramos las veces que quisiésemos.

Disfruté mucho del ambiente de unión, tanto con otros corredores como con los militares y me encantaría repetir en el futuro la prueba, aunque eso sí, preparándola como se merece.


¡Finisher!
Mi tiempo final fue de 5:24:12, posición 77 absoluta y 35 sub30, pero creo que con entrenamiento adecuado, no es descabellado pensar en bajar el tiempo hasta las 5 horas.

La experiencia ha sido fenomenal y me ha devuelto el gusanillo por las aventuras de montaña, así que solo me queda agradecer a la organización su labor, a los militares su dedicación y a Dani el permitirme ser partícipe de esta aventura.

Algunos números de la prueba...

Ahora toca recuperar bien y seguir entrenando, ya que comienza el verano y viene cargado de retos, aunque por ahora, esto ha sido todo.

¡Un abrazo y gracias por leerme!

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