Por primera vez, una prueba del circuito de Diputación de Málaga se celebraba por la tarde y aunque sabía que José había recogido los dorsales, llegamos justitos.
Tras saludar al nutrido grupo de compañeros del Club Atletismo Fuengirola que acudían a la cita y recoger el dorsal vimos a Carmona, al que le cambié el trofeo de Cuevas de San Marcos por un ejemplar de 1000 km por el apego (si alguien no lo tiene y quiere uno que contacte conmigo).
Mientras me tomaba el pre entreno echamos a trotar para reconocer el circuito y me notaba algo pesado y con el pulso elevado, pero lo achacaba a la altura.
Vimos el comienzo y el final de la prueba y aunque él siguió calentando yo no tenía buenas sensaciones, así que me terminé de tomar el pre entreno poco a poco mientras los niños corrían.
Con una acidez incipiente nos colocamos bajo el arco de salida y nos preparamos para el pistoletazo.
Salimos a gran velocidad, con Carmona abriendo camino y yo esforzándome para no perder su estela.
Al comienzo de la subida, ya con la musculatura más caliente, fui acercándome poco a poco a Carmona y ascendimos juntos, siguiendo al coche de la organización y acompañados por un ciclista que se esforzaba por mantenerse a rueda.
Las sensaciones parecía que mejoraban un poco y de hecho cuando llegamos al carril donde nos esperaba el primer avituallamiento alargué un poco la zancada y me coloqué momentáneamente en cabeza.
Animé a Carmona para que no se descolgase pero por momentos escuchaba desvanecerse sus pasos, pero fue llegar la bajada y notar como subía todo el refujo ardiente por la garganta, mezclando el salado del filete del almuerzo con el dulce de la avena de la merienda.
Conseguí retenerlo mientras la garganta me escocía una barbaridad y las piernas se me quedaban lacias a mitad de bajada y por el sonido de las pisadas que llegaban con potencia desde atrás, sabía que Rafa Roa estaba a punto de darme caza.
Así lo hizo y mientras escupía la bilis que me inundaba la boca, con regular resultado, ya que tenía los labios secos, me esforzaba por seguirlo.
Parecía que la situación mejoraba en la subida fuerte del kilómetro ocho y llegué a colocarme a su par, pero en cuanto la pendiente volvió a ponerse favorable Rafa se me empezó a escapar.
Apenas quedaban tres kilómetros para llegar a meta, pero hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan mal, por un lado quería vomitar para vaciarme y sentirme ligero pero por otro lado, como es algo que me asquea tanto, me ponía malo de pensarlo.
El ritmo no era malo teniendo en cuenta el fuerte viento que soplaba en contra, pero me encontraba fatal y no veía la hora de llegar a meta.
Por momentos esperaba incluso que me adelantase Carmona o algún corredor que llegase desde detrás, ya que veía como Rafa se deslizaba por la pendiente casi sin esfuerzo y yo estaba ya agotado y pidiendo la hora.
Me sorprendió que el ciclista me pasase por la izquierda, con tan mala fortuna que le pegó una rama en el brazo, que pude esquivar y me animó a su paso mientras se lanzaba hacia Rafa.
Intenté apretar el paso en un esfuerzo inútil por recortarle distancia y el undécimo kilómetro lo recorrí en 3:31, pero por más que apretaba, Rafa estaba cada vez más lejos.
Al tener el pueblo ya delante Rafa desapareció de la vista y al reconocer el tramo de asfalto nuevo apreté los dientes y me dejé lo poco que llegaba en el tanque en la bajada final.
Víctor me recibió en la entrada al pueblo y me preguntó cómo iba, a lo que respondí que muerto mientras metía la última marcha, camino de meta.
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