Desde el 17 de diciembre del año pasado no me sentaba a escribir una crónica, pero creo que la ocasión lo merece y ya iba siendo hora.
Motivos hay muchos, el principal, falta de tiempo con los estudios, el trabajo, la paternidad y los entrenamientos, pero mentiría si os dijese que mi excusa no ha sido otra que los meses de lesión que he arrastrado.
Participé y organicé junto a Bassit una doble maratón en enero, cuya crónica no he ni planteado aún y competí por equipos en Gaucín en la Backyard Ultra junto a Carmona, Ana Cristina y Cristian Vacarcel, quedando en séptima posición individual y sacando cerca de 30 vueltas de ventaja al segundo equipo.
Fue en el doble maratón donde empecé con molestias en la rodilla izquierda, al acabar al sprint los últimos dos kilómetros del segundo maratón por el río (probablemente pisaría mal y en caliente no noté nada).
Llegué a la Backyard de Gaucín casi sin entreno y me terminé de lesionar y tras múltiples visitas al fisio, descargas, EPIs y demás tratamientos lo único que me hizo recuperar fueron más de dos semanas sin entrenar, muchos paseos con los perros y las sesiones de fuerza en el gimnasio, que incorporé por primera vez a mis entrenamientos.
Por querer forzar pasé de tener molestias en la rodilla izquierda a la derecha, a punto estuve de no participar en los 101 en más de una ocasión pero mi equipo me hizo mantener la ilusión y una tirada de casi 50 km por los Montes de Málaga a cerca de un mes de la prueba, que acabé sin dolor, me hizo creer que podía cumplir en los 101.
Llegué a la línea de salida del campo de fútbol con solo 800 kilómetros en las piernas desde enero, cifra que normalmente ya alcanzo en febrero, pero desbordando ilusión y ganas.
Nos pegamos todo lo posible a la línea de salida, aunque varias docenas de corredores estaban por delante y mientras disfrutábamos de los cantos legionarios, Sergy, Antonio, Carmona, Adri y yo ultimábamos los detalles de la estrategia.
El récord por equipos de la última edición era 12 horas y sabíamos que podíamos bajarlo, pero la clave estaría en regular bien el esfuerzo y aguantar hasta el cuartel en buen estado.
Mi última participación fue en 2017, llegué lesionado y me retiré en Arriate, pero en 2016 llegué a meta en 11:46:10 y confiaba en que si las rodillas aguantaba, este año bajaba la marca.
Tras los vivas reglamentarios y algo después de la hora prevista tomamos salida.
Habíamos quedado en que si nos dispersábamos, nos reuniríamos en la avenida, así que tras esquivar a múltiples corredores que ya en los primeros metros echaban a andar, nos abrimos a la izquierda y fuimos avanzando por la Avenida de Málaga.
Ya en la Calle de la Bola me emocioné más de la cuenta y mis compañeros me dijeron que aflojase, ya que por momentos íbamos a 3:50 y teníamos espacio para correr.
Pasamos frente al portal donde nos quedábamos con Cristina, Leo y Jono, que debutaba en la prueba y bajé el ritmo aún con el pulso alto.
Me sorprendió gratamente la nueva primera parte del recorrido, bastante rápida, en la que ya fuimos controlando al resto de equipos.
Acordamos parar a orinar sobre el kilómetro 8 y así lo hicimos, pasada la cuesta del caramelito, donde no pude resistirme a coger un caramelo.
Junto al material obligatorio llevaba bocadillos veleños, geles con cafeína, los bidones con sales e hidratos y varias pastillas también con sales e hidratos, pero tenía pensado coger aquellos que me fuese apeteciendo en ruta.
Al llegar a la ruta de Ronda a Antequera un corredor que Carmona conocía y nos comentó que era todo un escalador, nos preguntó que a qué ritmo íbamos y nos comentó que él planeaba unas nueve horas y media, lo que me sorprendió ya que aunque íbamos rápido, no esperaba que fuese ya para tanto.
Por primera vez corría en cuestas que nunca en mis cuatro participaciones previas había subido corriendo, pero controlando el panorama desde atrás con Adri, mientras Carmona, Sergy y Antonio iban en cabeza.
Según el planning de Carmona íbamos fenomenal, cumpliendo los pasos a rajatabla, pasando el bastón de mando cada hora y parando todos juntos.
El primer avituallamiento donde nos entretuvimos algo más de la cuenta fue en el de Navetas, donde repusimos los bidones y yo metí la cabeza bajo el grifo, ya que pese a la gorra sahariana que me protegía notaba que el sol empezaba a subirme la temperatura corporal.
Bebí más de la cuenta y me notaba algo pesado y no tardé en notarme flato.
Adrián me lo notó y me preguntó si me encontraba bien y aunque llevaba años sin tener flato y no podía ser menos oportuno, al menos las rodillas iban bien.
Iba concentrado en mi flato cuando vi que una muchacha morena de cabello rubio nos adelantaba con parmoniosa facilidad y mis compañeros se quedaron mirando mientras pasaba, sin decir nada.
Un muchacho en bicicleta, imagino que su pareja, le iba hablando y comentando la carrera y decían que la idea era hacer once o doce horas, por lo que era probable que nos siguiéramos viendo.
Empecé a encontrarme mejor llegando a Arriate, de donde salí con el ánimo a tope gracias a la gente que esperaba para animarnos, que nos hizo pasarnos de revoluciones y hacer un par de kilómetros cercanos a cinco minutos el kilómetro, pero en seguida nos obligamos a frenarnos.
Según el árbitro de la federación íbamos en tercera posición, aunque la gente nos iban diciendo que segundos, por lo que o el primer equipo iba muy rápido, o era militar y por eso no lo contaban.
Antonio ya nos había dado la idea de que con la App de cruzando la meta podíamos seguir a los otros equipos y Carmona aprovechó la subida al salir de Arriate para consultar que en efecto, íbamos terceros, a poco de los primeros y segundos.
En esa cuesta misma adelantamos a la corredora rubia y tras una breve parada en el avituallamiento, comenzamos el ascenso del que para mí era uno de los tramos clave, junto a la cuesta de salida de Alcalá del Valle, las cuestas entre Setenil y el cuartel y la subida a la ermita de Montejaque.
Con AC/DC a tope, Carmona subía a trote suave mientras me tenía que esforzar para seguirle el ritmo, pero ya recuperado del flato me preocupaba más de que el ritmo fuera el adecuado para mis compañeros, pero no tardamos en echar a andar.
Atravesando uno de los tramos arenosos, Antonio me contaba que la superficie del Doñana Trail, el primer ultra que corrió y en el que quedó cuarto, era muy similar a ese terreno y me picó la curiosidad debo admitir, no sé si este año pero en alguno tengo que participar.
Llegamos a Alcalá del Valle en poco más de cuatro horas, parando ya en cada avituallamiento para reponer líquidos y yo también mojarme la cabeza y Adri recogió el bastón de mando.
Seguíamos muy animados, concentrados, siguiendo la pista al resto de equipos y recordándonos mutuamente que comiésemos y bebiésemos.
Tras subir la temible rampa de salida de Alcalá del Valle pusimos ritmo de crucero por debajo de seis minutos el kilómetro y con el sol cayendo a plomo sobre nosotros, fuimos recortando distancia con Setenil de las Bodegas, punto muy importante del recorrido.
No solo por ser el ecuador, sino también porque la animación es siempre muy fuerte allí y este año a Adri le esperaba allí la familia.
Estaba haciendo la carrera con mucha cabeza, vigilando el ritmo desde la retaguardia y cuando veía que la cabeza de carrera se separaba mucho, les avisábamos para reubicarnos.
En una de las bajadas, Adri me comentó que notaba los pies regular y le ofrecí un Naproxeno, ya que llevaba uno para cada compañero en caso de urgencia, pero dejándoles muy claro que debían beber muchísimo para que el cuerpo lo depurase y que no podían tomar ningún otro AINE.
Fuimos recortando kilómetros y cuando Carmona ya sabía que estábamos cerca, puso el altavoz a tope.
La entrada a Setenil fue apoteósica, con AC/DC retumbando por los callejones y dejándonos llevar con los ánimos de la multitud, pero también y como indicaba Adri, con algunos parciales cercanos a cuatro minutos el kilómetro, un desgaste innecesario que podía pasarnos factura.
Echamos a andar cuando Adri se encontró a su familia y aprovechamos el avituallamiento para refrescarnos e hidratarnos, disfrutando Antonio y yo de una coca-cola que nos entregó un legionario.
Nos reagrupamos para salir juntos del avituallamiento y entramos en una de las zonas claves del recorrido.
Íbamos bastante más callados ya y me sorprendió ver que por primera vez, Antonio empezaba a bascular de la zona de cabeza a la retaguardia, con Adri y conmigo, pero tampoco le di más importancia hasta el kilómetro 65 aproximadamente, cuando me comentó que empezaba a notarse muy acalambrado.
Al salir de Arriate Carmona comentó lo mismo y se recuperó, así que le animé a comer y beber y como veía que pasaban los kilómetros y no mejoraba, le ofrecí un Naproxeno, que también se tomó.
Adrián me comentó que le había venido bien, así que esperaba que Antonio también notase mejoría, pero no tenía buena cara y se iba quedando atrás, así que decidí quedarme con él, esperarle y animarle.
Sabía perfectamente lo que era subir esas cuestas pasándolo mal, especialmente por mi primera participación en los 101, así que como capitán lo menos que podía hacer era esperarle hasta que se recuperase.
En la bajada, a la que temía más que a la subida esta edición, Antonio parecía poder trotar mejor, pero en cuanto llegamos al llano se iba acalambrando y teníamos que bajar el ritmo.
Adri le ofreció un vinagre de sierra nevada que decía que había ayudado a resucitar a un compañero suyo hacía poco y sabiendo que el líquido de los pepinillos es milagroso para los calambres, confiaba en que si el Naproxeno no le había ayudado, lo hiciese el vinagre.
Por momentos parecía que mejoraba pero en su cara veía sufrimiento y preocupación.
Llegamos al cuartel, donde tanto él como Carmona recogieron los bastones y el árbitro de la federación nos comunicó que nos acabábamos de poner segundos.
Justo salía del cuartel el segundo equipo, del Alpino Benalmádena, que había parado unos veinte minutos a descansar.
Eso jugaba en nuestra contra porque irían frescos y con ganas, pero en la bajada trotamos a buen ritmo y por momentos, cogíamos la segunda posición y si lo que nos decían era cierto, el primer equipo parecía ir bastante tocado.
En el ascenso a la ermita de Montejaque se selló nuestro destino como equipos y ya lo había dicho yo hacía horas, pasado el cuartel he visto a muchos equipos romperse, y este año nos tocaba a nosotros.
Hicimos un tramo junto al Alpino, que también llevaba a un par de compañeros tocados, pero en la subida Antonio iba ya agotado y lo peor, con mareos y mal cuerpo.
Nos pasó también el cuarto equipo, ahora tercero, así como la corredora rubia y notaba como el ánimo del equipo decaía.
Me daban igual la carrera y la posición, estaba preocupado por él, al igual que mis compañeros, y entre Sergy y Adri le ayudaron a coronar la ermita, mientras él tomaba la decisión que todos sabíamos que había que tomar, pero solo él podía hacer.
Abandonar. A poco más de 20 kilómetros de la meta, con meses de auténticas kilometradas y con hasta una tirada de 70 kilómetros.
No había ningún cojo en el equipo, si acaso, el más cojo era yo por lo difícil que había pasado el año y los pocos kilómetros que llevaba, pero desde luego si había una quiniela para ver quien abandonaba en nuestro equipo, creo que Antonio no hubiese salido elegido por nadie.
Y sin embargo así de cruel es el ultrafondo, una disciplina donde algo tan sencillo como una arruga en el calcetín o no comer o beber a tiempo te puede hacer abandonar.
Carmona llamó a su míster y nos confirmó que le recogería en el avituallamiento de Montejaque, así que fuimos bajando por las zetas, que descendía a plena luz por primera vez y nos reagrupamos en el avituallamiento para esperarle y despedirnos de él.
Me sentí triste, no os lo voy a negar, pero más por Antonio que por mí mismo, ya que hasta el momento me había encontrado muy bien, aunque ya empezaba a notarme algo acalambrado y tenía claro que acabaría la prueba, aunque ya no puntuásemos por equipos.
Lo hablé con los compañeros y decidimos seguir todos, sin machacarnos, ya que no era necesario, pero teniendo todos claro que el objetivo era Ronda.
Tras saludar a Carretero, al que me sorprendí de ver allí, entramos en el tramo nuevo, la vuelta al hacho de Montejaque, que se me empezaba a hacer pesada, así que usé mi comodín del antiinflamatorio mientras vaciaba uno de los bidones, sabiendo que pronto completaríamos la vuelta.
Escribí a mi mujer, aunque no había cobertura, para comentarle que continuábamos juntos aunque ya no puntuásemos como equipo y que estábamos bien para que no se preocupase cuando viese que nuestro ritmo bajaba.
Alcanzamos al primer equipo militar, que nos había adelantado en el avituallamiento, y nos comentaba que a ellos le había pasado lo mismo que a nosotros en La Africana, un compañero no pudo seguir y continuaron a meta pero sin entrar en la clasificación por equipos.
Poco a poco empezamos a meter ritmo y en la bajada nos empezamos a destacar Adri y yo.
Se estaba tomando una golosina de Santa Madre y se ofreció a darme una, que me supo a gloria, tengo pendiente probar sus productos ya que me comentó que son caros pero sientan fenomenal y están muy buenos.
De vuelta a Montejaque nos encontramos de nuevo con el míster de Carmona, que nos dijo que Antonio se había tomado una coca-cola y se había echado en el coche y me quedé más tranquilo.
Pusimos rumbo a Benaoján por la carretera y alcanzamos de nuevo a la corredora rubia, acompañada por su escolta de nuevo, ahora a pie.
Kilómetro 85, en nueve horas y cincuenta y cinco minutos; sobre el plano y siendo optimistas, podríamos incluso mejorar mi tiempo en los 101 pese a que sin duda este circuito era más duro.
Sergy nos comentó en la bajada que necesitaba ir al baño y se quedó un poco atrás con Carmona, mientras Adri y yo tirábamos un poco del grupo.
Llegamos a Benaoján a la caída de la tarde y le pedí ayuda a Adri para quitarme las gafas de sol, que metí en la funda que llevaba en la mochila.
No terminaba de encajar bien y en la bajada, este año por el margen derecho del río, paré un par de veces para ajustarme la mochila y repartir mejor la carga.
Nos reagrupamos en el avituallamiento y salimos de Benaoján al trote, sorprendido por Soraya, que grabó un vídeo para mi padre y nos animó a continuar.
12 kilómetros para meta.
Adri me contaba que esa misma cuesta que subíamos la subieron Carmona primero y después él unos meses atrás, en el Hole, en el que ambos hicieron podio en sus respectivas categorías.
Yo empezaba a ir regular no muscularmente, que me encontraba muy entero, sino por la cantidad de piedrecitas que se me iban metiendo en las Vaporfly y al final decidí parar en mitad de la cuesta para sacármelas.
No sé como lo hice, pero me acalambré en gemelo, cadera y cuádriceps al quitarme la zapatilla y empezaron a pasarme corredores mientras los músculos me ardían intentando salir de la pierna y no conseguía ponerle el calzado.
No sé como lo hice, pero ahora si que estaba jodido y me había quedado muy atrás.
Por suerte trotando el dolor no era mayor que andando, así que fui subiendo y no tardé en divisar a los compañeros en el cambio de rasante.
Cogí a Carmona tras un esfuerzo considerable y me dijo que pensaba que iba delante, por eso iban a buen ritmo, para cogerme, pero ya íbamos todos juntos de nuevo.
En el avituallamiento del Cortijo de la Manía me eché mucha agua por encima y repuse los soft flask, pero al ver que después había bebida isotónica, vacié uno de ellos y le pedí a un legionario que me lo rellenase, como había hecho tantas veces durante el recorrido.
Me echó literalmente dos dedos de bebida isotónica en el soft flask que acababa de vaciar y cuando me quedé mirando mientras me lo devolvía le pregunté si no me podía echar más.
Me miró muy serio y me dijo que solo se permitía un vaso por corredor y me había echado la medida de un vaso.
Lo miré fijamente un par de segundos pero en vista de que seguía muy serio y no hacía ademán de echarme más, me despedí y me fui.
No me iba a poner a discutir a menos de diez kilómetros de la meta y había sido la única experiencia de ese tipo en toda la prueba, así que imaginé que ese punto estaría menos avituallado o sería más difícil reponer en él.
Seguimos avanzando, llegamos al Kilómetro 92 y tuvimos una bajada vertiginosa con Ronda ya en el horizonte, que por primera vez en todos los años que he participado, divisaba bajo la luz del sol.
La bajada se me hizo eterna, tras la estela de Carmona y Sergy, ya que los cuádriceps aún me molestaban, pero sabiéndome tan cerca de Ronda ya el dolor no importaba.
Adri no tardó en alcanzarnos y aprovechando que los compañeros caminaban, le mandé un audio a mi mujer para preguntarle como estaba y si sabía como iba Jono.
Me comentó que tras salir del cuartel le llevábamos más de una hora de ventaja, pero que en el último control estaba a poco más de quince minutos de nosotros, por lo que iba fenomenal.
Sergy iba bastante tocado, tenía que parar a estirar cada poco y le costaba andar, así que le ofrecí su antiinflamatorio (quedaba el de Carmona, al que no le dije nada porque iba sobrado de principio a fin), pero se iba quedando atrás.
En el avituallamiento del Puerto de la Muela me eché agua en abundancia y el legionario del avituallamiento me rellenó ambos bidones con gusto y me alegró muchísimo ver al míster de Carmona y a Antonio, con mucha mejor cara, esperándonos.
Carmona nos dijo que se iba a quedar a esperar a Sergy, que nos adelantásemos Adri y yo y aunque al principio quería que entrásemos juntos, decidí continuar con Adrián.
Él tenía pensado entrar con su mujer y su hija y puesto que ya no puntuábamos y estábamos tan cerca de Ronda, decidí apretar también y finalizar la aventura.
Empezamos a adelantar corredores, me fui encontrando cada vez más fuerte y llegué al fondo del tajo con un último parcial a poco más de cinco minutos por kilómetro, justo cuando las luces del puente sobre el tajo se iluminaban.
Llamé a mi mujer sin éxito mientras adelantaba ala primera corredora militar, cuya pareja me preguntaba si debían cruzar el puente que parecía elevarse a kilómetros de distancia sobre nosotros y tras confirmarle sus temores, eché a caminar cuesta arriba.
Adri me cogió en la cuesta del cachondeo y ahora era él el que iba pletórico y por momentos me costaba mantenerle el ritmo.
Llegamos a la muralla, trotando la cuesta arriba, adelantando a corredores y jaleando al público que nos esperaba en Ronda.
Al cruzar el puente del tajo Adri me preguntó si la meta estaba en la zona de la plaza de toros, como en el Hole, pero le indiqué que estaría un poco más arriba y fuimos apretando hasta ver al fin la Alameda del Tajo.
Me sorprendió ver a Mayte con Leo, mi hijo, en brazos, entregándomelo, y en vista de que entrábamos solos y no había peligro de chocar o molestar a otros corredores, lo cogí, justo cuando Adri cogía a su hija.
El árbitro nos felicitó por nuestra buena carrera, aunque no hubiésemos llegado con el equipo completo y entramos los cuatro juntos por meta.
La niña de Adrián le dio un abrazo a Leo y nos dirigimos para recoger nuestras medallas finishers, que le pedí al legionario que le colgase a mi niño y se lo devolví a mi mujer en la zona de meta.
Tiempo en meta 12:12:02, junto a Adri, con Carmona y Sergy a menos de siete minutos y Jono a menos de catorce minutos.
Lo mejor de todo las sensaciones, ya que en ningún momento tuve molestias más allá de las normales en un ultra, no experimenté ningún dolor en las rodillas y en ningún momento dudé que iba a acabar.
Pese a la retirada de Antonio me ha encantado la experiencia del equipo y espero repetirla pronto, con ellos si desean repetir y si no, con aquel que esté dispuesto a pasar un fin de semana dándose caña.
Por primera vez desde que empecé a correr, no tengo objetivo en el horizonte ni estoy inscrito a nada, seguramente corra la carrera de la policía de Fuengirola, pero por ahora, voy a disfrutar de lo conseguido y a recuperar bien.
¡Gracias a todos!
Ya se echaban de menos esas crónicas.
ResponderEliminarMuchas gracias a tí por contarlo todo y hacernos pasar un buen rato viviendo la experiencia.
Mucho ánimo, mucha salud y muchos kilómetros ;)
Muchas gracias a vosotros por vuestro apoyo! ;)
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